La puerta se abrió con un suave chirrido, revelando a una bruja alta, de cabello negro recogido en un moño impecable, con una túnica verde esmeralda que parecía brillar a la luz de las antorchas del vestíbulo. Su porte era imponente, y su expresión severa sugería a Lucian que no se trataba de una persona simple, sino de alguien con un conocimiento profundo de las artes mágicas. Era, claramente, una persona que imponía respeto con solo estar presente.
—Los de primer año, profesora McGonagall —anunció Hagrid, con una sonrisa amable que contrastaba con el semblante rígido de la bruja.
—Muchas gracias, Hagrid. Yo los llevaré desde aquí —respondió ella con una voz firme, aunque no carente de cortesía.
La puerta se abrió por completo, y los alumnos de primer año comenzaron a entrar, algunos más nerviosos que otros. Lucian, situado hacia el centro del grupo, caminaba con calma, sus ojos escudriñando cada rincón del lugar.
El vestíbulo de entrada era inmenso. Las paredes de piedra estaban decoradas con resplandecientes antorchas que arrojaban una luz cálida y danzante. El suelo, hecho de losas de un mármol oscuro y pulido, reflejaba tenuemente las llamas, creando un ambiente majestuoso. El techo se alzaba tan alto que parecía desaparecer en la oscuridad, y las grandes puertas de roble reforzado que conducían al Gran Comedor estaban adornadas con intrincadas tallas mágicas que parecían moverse sutilmente, cambiando de forma con cada parpadeo.
Sin embargo, lo que más llamó la atención de Lucian no fue el lujo evidente del lugar. No era extraño a ambientes opulentos, aunque fueran de naturaleza muy diferente. Lo que lo fascinaba era la magia que impregnaba el castillo mismo. Había una sensación palpable en el aire, como si las paredes y los suelos estuvieran vivos, respirando lentamente con la energía mágica que sostenía el lugar. Cerró los ojos por un instante, intentando percibir más detalles. Sí, la magia aquí no solo era fuerte, sino antigua, un poder que había sido capaz de resistir el paso del tiempo.
Abrió los ojos y miró a su alrededor. Los otros alumnos parecían absortos en los aspectos más superficiales del castillo: los techos altos, las antorchas, las puertas ornamentadas. Ninguno parecía percatarse del pulso mágico que Lucian sentía claramente bajo sus pies. Miró a Cassandra, que estaba junto a él, esperando alguna señal de que ella también notaba lo mismo, pero la expresión de su compañera era neutra, aunque su mirada parecía analizar cada detalle, como si estuviera memorizando el camino. Harry y Helena, por otro lado, parecían cautivados por la grandeza del castillo, compartiendo miradas llenas de asombro.
Un leve susurro llegó a sus oídos, algo que alguien más habría pasado por alto.
—Mira a los Potter... —musitó una chica de cabello rubio, inclinándose hacia un chico.
—¿Y quién es el otro? —respondió su compañero, refiriéndose claramente a Lucian—.
—No lo sé, pero parece que los Potter lo están siguiendo a todas partes, ¿no? —respondió alguien más en tono bajo.
Lucian no reaccionó, pero su oído captó cada palabra. El interés que despertaba era predecible después de todo su conexión circunstancial con los Potter seguramente añadía un aire de mayor misterio a su persona.
Mientras procesaba todo esto, siguió a la profesora McGonagall, quien los guiaba con pasos firmes por el vestíbulo hacia un camino de piedra que se internaba en el castillo. Finalmente, se detuvieron frente a una puerta alta y maciza que conducía a una pequeña sala contigua.
—Bienvenidos a Hogwarts —dijo la profesora McGonagall, guiándose para enfrentar al grupo. Su voz resonó con una autoridad natural que hizo que incluso los más habladores entre ellos guardaran silencio—. El banquete de comienzo de año se celebrará dentro de poco, pero antes de ocupar vuestros lugares en el Gran Comedor, debéis ser seleccionados para vuestras casas.
Su mirada recorrió a los alumnos, deteniéndose apenas un instante más de lo necesario en los hermanos Potter, antes de continuar. Lucian notó esa pausa y alzó ligeramente una ceja. Interesante.
—La Selección es una ceremonia muy importante porque, mientras estéis aquí, vuestras casas serán como vuestra familia en Hogwarts. Tendréis clases con el resto de vuestra casa, dormiréis en sus dormitorios y pasaréis el tiempo libre en la sala común de la casa. Las cuatro casas son Gryffindor, Hufflepuff, Ravenclaw y Slytherin. Cada una tiene su propia noble historia y ha producido brujas y magos notables.
Helena escuchaba con atención, procesando cada palabra. Había leído sobre las casas en los libros de historia de Hogwarts que compraron en el Callejón Diagon y había tenido una conversación con Lucian en el tren, pero ahora que estaba a punto de vivirlo, todo parecía más real y emocionante.
—Durante vuestro tiempo en Hogwarts, los triunfos de vuestra casa os harán ganar puntos, mientras que cualquier infracción de las reglas hará que los perdáis. Al final del año, la casa con más puntos será premiada con la copa de las casas, un gran honor. Espero que todos vosotros os esforcéis para ser un orgullo para la casa que os toque.
Al decir esto, los ojos de McGonagall parecieron brillar con un destello de orgullo, pero rápidamente recuperó su expresión severa.
—La ceremonia de selección tendrá lugar dentro de pocos minutos, frente al resto del colegio. Os sugiero que aprovechéis este momento para arreglaros lo mejor posible —añadió, lanzando una mirada rápida a algunos de los alumnos cuyos uniformes estaban desordenados o que tenían el cabello revuelto.
Su mirada pasó nuevamente por Helena y Harry, deteniéndose esta vez en Lucian por unos instantes. Era una mirada sutil, difícil de leer, pero Lucian la captó de inmediato. Había algo más que simple curiosidad en la observación de McGonagall, era curioso estaba seguro que al menos en estos momentos ninguna persona en Hogwarts debería saber quien es, algo que en poco tiempo estaba destinado a cambiar.
Cuando McGonagall se retiró, un silencio incómodo llenó la sala. Algunos alumnos comenzaron a hablar en susurros, especulando sobre la selección. Helena miró a Harry y luego a Lucian, quien parecía completamente sereno.
La atmósfera de tensión en la pequeña sala fue en creciente aumentó tras la salida de McGonagall mientras los estudiantes murmuraban entre ellos, la incertidumbre dibujada en sus rostros. Harry, que parecía estar debatiéndose entre la curiosidad y el nerviosismo, se decidió finalmente a romper el silencio.
—¿Cómo se las arreglan exactamente para seleccionarnos? —preguntó en voz alta.
Antes de que Lucian pudiera responder, un chico pelirrojo de rostro amistoso pero un poco inseguro tomó la palabra.
—Bueno... —comenzó, rascándose la nuca como si no estuviera del todo seguro—. Mi hermano Fred dice que es una prueba. Algo así como... demostrar lo que sabemos hacer. Pero, bueno, también dijo que puede ser doloroso. Aunque creo que solo estaba bromeando.
La sala quedó en silencio por un momento mientras las palabras del joven calaban en los estudiantes. Harry y Helena intercambiaron una mirada rápida, sus ojos reflejando una mezcla de miedo e incertidumbre. Helena frunció el ceño, y Harry tragó saliva visiblemente nervioso.
Lucian, que había estado observando las reacciones, percibió de inmediato el impacto que las palabras de Ron habían tenido.
—Es posible que tu hermano simplemente esté intentando asustarte un poco —dijo Lucian, con una sonrisa tranquilizadora, aunque sabía de qué trataba la prueba, no quería arruinar la sorpresa, pero tampoco quería que se creara un caos—. Piensa en esto: si la prueba fuera realmente peligrosa, ¿Jóvenes como nosotros que apenas sabemos algo de magia tendríamos siquiera la oportunidad de pasarla?
La lógica de Lucian parecía calmar a algunos de los estudiantes, aunque no a todos.
Cassandra, que había permanecido en silencio hasta entonces, cruzó los brazos y dejó escapar un leve suspiro.
—Una prueba dolorosa sería impráctica y absurda —murmuró, más para sí misma que para el grupo—. Sería contradictorio con la reputación de Hogwarts como una institución que protege y guía a sus estudiantes.
Aunque su tono era neutral, había algo en su forma de hablar que inspiraba confianza. Cassandra parecía hablar desde un lugar de certeza lógica, y eso tuvo un efecto inmediato en los demás.
—Tiene sentido —dijo un chico de cabello oscuro al fondo de la sala, y algunos otros asintieron con la cabeza.
—Gracias, Cassandra —añadió Lucian, mirándola con una leve sonrisa antes de volverse hacia el grupo—. Así que no hay razón para preocuparse. Lo más probable es que sea algo sencillo y simbólico, una forma de darnos la bienvenida al colegio.
Su voz, cálida y comprensiva, pareció disolver los últimos vestigios de tensión. Incluso Harry y Helena se relajaron un poco, aunque aún parecían un tanto escépticos.
Una vez más, el grupo de estudiantes cayó en silencio, aunque esta vez no fue tan incómodo. El ambiente estaba cargado de expectación, y algunos se movían inquietos en sus lugares. Fue en ese momento cuando ocurrió algo que ninguno de los estudiantes esperaba: unos veinte fantasmas de un blanco perlado y translúcido pasaron a través de la pared.
Sus figuras flotaban con gracia, apenas tocando el suelo, y sus voces llenaban el espacio mientras hablaban animadamente entre ellos, casi sin prestar atención a los alumnos de primer año.
—Yo digo que deberíamos darle otra oportunidad —declaró un fantasma rechoncho que parecía un monje, con un tono afable y conciliador—. Perdonar y olvidar, siempre es lo mejor.
—Mi querido Fraile, ya le hemos dado suficientes oportunidades a Peeves —respondió otro fantasma con una voz fría y autoritaria. Llevaba una gorguera alrededor del cuello y medias que le daban un aire teatral—. Nos ha dado mala fama a todos, y usted sabe perfectamente que ni siquiera es un fantasma de verdad.
El grupo de estudiantes observó la interacción con asombro y una pizca de temor. Harry y Helena se inclinaron ligeramente hacia adelante, tratando de captar cada palabra. El joven pelirrojo que antes había hablado le susurró algo a un chico a su lado, claramente impresionado, mientras Lucian mantenía una postura relajada, observando a los fantasmas como si fueran un fenómeno más de los muchos que había visto antes.
De pronto, el fantasma de la gorguera se dio cuenta de la presencia del grupo. Sus ojos vacíos se fijaron en ellos, y su expresión cambió a una mezcla de sorpresa y curiosidad.
—¿Y qué estáis haciendo todos vosotros aquí? —preguntó, inclinando la cabeza hacia un lado como si no supiera qué hacer con los nuevos estudiantes.
Lucian, al ver que nadie más parecía estar dispuesto a responder, dio un paso adelante.
—Estamos esperando a la profesora McGonagall —respondió con cortesía—. Somos alumnos nuevos.
El Fraile Gordo, que había estado sonriendo durante todo el intercambio, se adelantó con entusiasmo, flotando hasta quedar frente al grupo.
—¡Alumnos nuevos! —exclamó, su voz cargada de alegría—. ¡Qué maravilloso! Espero veros en Hufflepuff —añadió con una gran sonrisa—. Mi antigua casa, ya sabéis.
Algunos de los estudiantes sonrieron tímidamente, aunque la mayoría seguía demasiado asombrada para responder. Helena miró al Fraile Gordo con una mezcla de curiosidad y reserva, mientras Harry, todavía nervioso, parecía estar debatiéndose entre hacer una pregunta o quedarse callado.
Cassandra, por su parte, se limitó a observar en silencio, aunque sus ojos analizaba cada detalle con una expresión impasible.
—Hufflepuff es conocida por su lealtad y trabajo duro, ¿no es así? —comentó Lucian, rompiendo el silencio con una voz calmada pero interesada.
—¡Exactamente, joven! —respondió el Fraile Gordo, claramente encantado de tener a alguien que mostrara interés.
El fantasma de la gorguera bufó ligeramente, como si encontrara la conversación innecesaria, pero no dijo nada más. Antes de que la situación pudiera prolongarse, una voz aguda y firme resonó desde la puerta.
—En marcha. La Ceremonia de Selección va a comenzar.
La profesora McGonagall había regresado, su presencia imponiendo un inmediato silencio en la sala. Con un leve movimiento de la mano, señaló la puerta que llevaba al Gran Comedor.
Uno a uno, los fantasmas flotaron a través de la pared opuesta, desapareciendo sin más palabras. La atención de los estudiantes volvió a centrarse en McGonagall, quien miró al grupo con una mezcla de paciencia y expectativa.
—Formad una fila —ordenó, y aunque su tono no era severo, nadie se atrevió a desobedecer.
Lucian se colocó cerca del frente, con Cassandra a su lado. Mientras los estudiantes comenzaban a avanzar hacia el Gran Comedor, el joven notó cómo algunos de los otros alumnos seguían lanzándole miradas curiosas.
Harry y Helena caminaban detrás de él, todavía murmurando entre ellos, y Lucian no pudo evitar percibir cómo algunos interpretaban esto como si los Potter estuvieran siguiéndolo. Una sonrisa apenas perceptible apareció en su rostro, pero no dijo nada.
Helena nunca habría imaginado un lugar tan extraño y espléndido. Estaba iluminado por miles y miles de velas, que flotaban en el aire sobre cuatro grandes mesas, donde los demás estudiantes ya estaban sentados. En las mesas había platos, cubiertos y copas de oro. En una tarima, en la cabecera del comedor, había otra gran mesa, donde se sentaban los profesores.
La profesora McGonagall condujo allí a los alumnos de primer año y los hizo detener y formar una fila delante de los otros alumnos, con los profesores a sus espaldas. Los cientos de rostros que los miraban parecían pálidas linternas bajo la luz brillante de las velas. Situados entre los estudiantes, los fantasmas tenían un neblinoso brillo plateado. Para evitar todas las miradas, levantó la vista y vio un techo de terciopelo negro, salpicado de estrellas. Oyó susurrar a Hermione: «Es un hechizo para que parezca como el cielo de fuera, lo leí en la historia de Hogwarts».
Era difícil creer que allí hubiera techo y que el Gran Comedor no se abriera directamente a los cielos.
Frente a ellos, la profesora McGonagall colocó un pequeño taburete de madera. Encima, situó un sombrero puntiagudo de aspecto desgastado y remendado. Durante un instante, se hizo un silencio absoluto. Entonces, el sombrero se movió.
Lucian, como la mayoría, observó con atención cómo el sombrero comenzó a cantar un cántico que describe las cuatro casas de Hogwarts. Su voz era grave pero melodiosa, y cada verso contiene una mezcla de orgullo y advertencia. Cuando el sombrero terminó, hubo una ola de aplausos cortés.
—¡Entonces sólo hay que probarse el sombrero! —Lucian pudo escuchar al joven pelirrojo—. Voy a matar a Fred.
Lucian esbozó una pequeña sonrisa ante el comentario. Aunque no lo demostraba, la escena era entretenida.
A pesar de su tranquilidad aparente, Lucian no podía negar que sentía cierta curiosidad. ¿Qué palabras le dirigiría el sombrero seleccionador? Ya tenía una idea de la casa a la que pertenecía, pero sabía que este objeto mágico podía ser sorprendentemente perspicaz.
—Cuando yo os llame, deberéis poneros el sombrero y sentaros en el taburete para que os seleccionen —dijo McGonagall con su habitual tono firme—. ¡Abbott, Hannah!
Una niña de rostro rosado y trenzas rubias salió de la fila, se puso el sombrero, que la cubrió hasta los ojos, y se sentó. Un momento de pausa.
—¡HUFFLEPUFF! —gritó el sombrero.
La mesa de la derecha estalló en aplausos, mientras Hannah se dirigía rápidamente a ocupar su lugar entre los miembros de su nueva casa.
—Beaumont, Cassandra —continuó la profesora.
Esta vez, hubo un murmullo en los estudiantes. Helena notó cómo las miradas se llenaban de un leve asombro e incluso confusión al escuchar ese apellido. Hasta Malfoy, que solía mantener una actitud de superioridad inquebrantable, pareció palidecer aún más, si es que eso era posible.
Cassandra, no obstante, no pareció afectada por el revuelo. Su andar era calmado y elegante mientras se dirigía al taburete, como si el peso de las miradas no fuera más que una ligera brisa. Cuando la profesora McGonagall le colocó el sombrero en la cabeza, Cassandra mostró un destello de disgusto que desapareció tan rápido como había aparecido.
El sombrero, en su caso, pareció tomarse su tiempo. Era evidente que una conversación estaba ocurriendo entre ambos, aunque nadie más podía escucharla. Cassandra permaneció impasible, aunque su expresión se endureció por momentos, como si no estuviera del todo de acuerdo con lo que el sombrero le decía.
Después de lo que parecieron unos interminables minutos, el sombrero finalmente anunció:
—¡SLYTHERIN!
La mesa de Slytherin explotó en vítores y aplausos, aunque Helena pudo notar que no todos en esa mesa parecían completamente contentos con la decisión. Algunos aplaudían de manera casi mecánica, mientras otros lanzaban miradas calculadoras a Cassandra.
La ceremonia continuó.
—Bones, Susan —anunció McGonagall.
—¡HUFFLEPUFF! —gritó el sombrero casi de inmediato, y Susan corrió a sentarse junto a Hannah.
—Boot, Terry.
—¡RAVENCLAW!
Esta vez, la segunda mesa a la izquierda aplaudió con entusiasmo, y varios de los Ravenclaw se levantaron para estrechar la mano de Terry cuando se unió a ellos.
La ceremonia avanzaba con fluidez. Brocklehurst, Mandy fue enviada a Ravenclaw, mientras que Brown, Lavender se convirtió en la primera Gryffindor nueva. La mesa más alejada de la izquierda estalló en vítores y celebraciones. Por su parte, Bulstrode, Millicent fue seleccionada para Slytherin, uniéndose a Cassandra en la mesa de las serpientes.
Después de un rato, le llegó el turno a una joven que había estado ayudando a buscar el sapo en el tren.
—Granger, Hermione.
Hermione casi corrió hasta el taburete y se puso el sombrero con nerviosismo evidente.
—¡GRYFFINDOR! —gritó el sombrero tras una detallada deliberación.
Mientras Hermione se unía a su mesa, McGonagall repasó el pergamino una vez más. Por un instante, hubo una vacilación apenas perceptible en su voz antes de pronunciar el siguiente nombre.
—Grindelwald, Lucian.
El Gran Comedor entero pareció detenerse. El bullicio de las últimas selecciones desapareció de golpe, reemplazado por un silencio tan profundo que hasta el sonido de las velas crepitando podía oírse. Incluso algunos de los profesores, que hasta entonces habían estado conversando entre ellos, giraron sus cabezas hacia la fila de primer año.
Lucian no mostró ninguna reacción visible al impacto que su nombre había causado. Caminó hacia el taburete con pasos tranquilos y medidos, como si no hubiera notado las miradas de las personas siguiéndolo. Si algo lo perturbaba, no lo dejaba entrever.
McGonagall colocó el sombrero en su cabeza, y por un instante, el silencio en el comedor pareció hacerse aún más denso, como si todos estuvieran conteniendo el aliento.
Desde la fila de los de primer año, Helena compartió una breve mirada con su hermano. En los ojos de Harry había perplejidad y confusión. Ella entendía el porqué. La conversación que había compartido con Lucian y Cassandra en el tren volvió a su mente como un rayo. Gellert Grindelwald, el oscuro mago que había sido derrotado por Albus Dumbledore décadas atrás.
Recordó la tranquilidad con la que Lucian había hablado de él, como si se tratase de la historia de un simple extraño. Cassandra en cambio pareció más reservada de lo usual. Era evidente que el apellido Grindelwald llevaba un peso que ellos preferían manejar con cuidado, es solo que nunca se le ocurrió que pudiera ser debido a una conexión tan directa.
Mientras tanto, Lucian mantenía su rostro sereno, pero sus ojos estaban en constante movimiento. Observaba las cuatro mesas repletas de estudiantes, los fantasmas flotando con un brillo etéreo, y los profesores en la mesa principal. Algunos lo miraban con curiosidad, otros con cautela, y un par, con cierto aire de suspicacia. En especial, sintió el peso de la mirada de Dumbledore. Los ojos azules del director parecían intentar leer más allá de la superficie, pero Lucian, por instinto, cerró cualquier apertura en su mente.
Cuando el Sombrero Seleccionador se ajustó sobre su cabeza, una voz resonó directamente en su mente:
—Vaya, vaya... Esto sí que es interesante. Un Grindelwald en Hogwarts. Jamás pensé que tendría la oportunidad de ver algo así.
Lucian no respondió de inmediato. Había esperado que el sombrero hablara, pero no que mostrara tanta curiosidad. Finalmente, pensó con calma:
—¿Y eso qué tiene de extraordinario? No soy el primero de mi linaje que pisa estas tierras.
El sombrero soltó lo que sonó como una risa seca.
—Quizás no, pero tu apellido tiene un peso que pocos pueden ignorar. Ahora, si pudieras bajar tus defensas, me ahorrarías mucho trabajo. Debo decir que, a tu edad, tus logros son realmente fascinantes.
Lucian sonrió levemente ante el comentario. Su habilidad en Oclumancia había sido un producto de necesidad más que de elección, pero no podía negar que tenía un talento natural para la magia mental.
—Ah, eso está mucho mejor —dijo el sombrero, con un tono de gratitud—. Ahora que puedo ver con mayor claridad… eres realmente una pieza compleja. Una mente afilada, pensamientos calculados. Características propias de un Ravenclaw, sin duda, pero no buscas el conocimiento por sí mismo. Para ti, solo es un medio para alcanzar un propósito.
Lucian dejó escapar un pequeño suspiro, como si ya esperara ese análisis.
—No soy un erudito —admitió con franqueza—. Mi interés no está en acumular información sin propósito.
El sombrero soltó una risa baja.
—Y tampoco eres un simple Slytherin —replicó, como si lo estuviera desafiando—. Es cierto que eres ambicioso, pero no en el sentido más común. No buscas el poder por el poder mismo. Lo deseas por lo que te puede ofrecer: libertad, control, propósito…
Lucian alzó ligeramente las cejas, reconociendo la percepción del sombrero, pero no dijo nada.
—Además, veo en ti una chispa de lealtad, auténtica lealtad —continuó el sombrero—. No esa lealtad circunstancial que suele ser común entre las serpientes, sino un compromiso genuino hacia aquellos que consideras dignos de tu confianza. Ahora entiendo por qué tu amiga estaba tan decidida en su elección.
Lucian se permitió un momento para procesar las palabras antes de responder:
—¿Eso significa que me enviarás a Hufflepuff? —preguntó, con una sonrisa casi burlona.
El sombrero dejó escapar una carcajada más sonora esta vez.
—No, no. Hufflepuff no sería tu hogar. Aunque, debo admitir, tampoco estoy seguro de que Hogwarts tenga un lugar donde encajes perfectamente.
—Entonces, ¿será Gryffindor? —inquirió Lucian, manteniendo su tono neutral.
—No, eso tampoco funcionará —respondió el sombrero, con una nota reflexiva en su voz—. Veo valentía en ti, más de la que incluso tú mismo reconoces. Sin embargo, tu valor es distinto al de los Gryffindor. No es la valentía casi suicida que Godric mostraba en ciertas ocasiones, sino algo más frío, más deliberado.
Lucian no respondió de inmediato, pero su mente estaba activa, evaluando cada palabra con precisión.
—¿Entonces? —preguntó finalmente, con auténtica curiosidad—. ¿Cuál es tu decisión?
El sombrero guardó silencio por un momento, como si estuviera ponderando la pregunta.
—Tú ya sabías dónde terminarías, ¿verdad? —dijo finalmente, aunque su tono era más una afirmación que una pregunta.
Lucian no respondió, pero su silencio fue suficiente.
—Eso pensé —continuó el sombrero, con un dejo de satisfacción—. A pesar de lo mucho que podrías aportar a cualquier casa, tu lugar es claro.
Y con voz alta y clara, el sombrero declaró:
—¡SLYTHERIN!
El estallido de aplausos desde la mesa de Slytherin fue inmediato, aunque algunos aplausos eran más reservados que otros. Lucian se levantó con calma, avanzando hacia la mesa de las serpientes. Cassandra, que ya estaba sentada allí alejada de la mayoría de las otras personas, lo observaba con una expresión serena, pero sus ojos delataban cierta satisfacción.
Cuando Lucian tomó asiento junto a Cassandra, ella le dedicó un breve asentimiento, su expresión serena pero con un toque de satisfacción.
—Dime qué hubiera pasado si tu pequeña apuesta no hubiera sido correcta —preguntó Lucian en voz baja, con una ceja arqueada.
Cassandra levantó las cejas, su sonrisa adquiriendo un matiz de ligera superioridad.
—¿Acaso lo has olvidado? Los Beaumont siempre ganan —respondió, con un tono que sugería que la posibilidad del error era casi ofensiva para ella.
Lucian dejó escapar una risa breve, pero no replicó. Mientras las conversaciones en el Gran Comedor volvían a su curso y la ceremonia de selección continuaba, él permitió que su mirada vagara por el salón, evaluando cada detalle. Sentía el peso de las miradas, los susurros aún persistentes entre los estudiantes de las otras mesas. Pero no dejó que eso lo afectará.
Esa calma introspectiva se rompió cuando el nombre de un joven particular resonó por todo el salón.
—¡Potter, Harry!
Un murmullo se extendió rápidamente como fuego en un campo seco.
—¿Ha dicho Potter?
—¿Ese Harry Potter?
Lucian observó la reacción con interés. La recepción de Harry era completamente distinta a la que él había recibido. Mientras que el chico avanzaba hacia el taburete entre susurros de asombro y expectación, él recordaba cómo su propio apellido había provocado una mezcla de silencio tenso y miradas desconfiadas. Uno era celebrado como un salvador, un héroe del mundo mágico. El otro llevaba el apellido de un hombre que casi lo había destruido.
En la mesa de Slytherin, Cassandra observó el espectáculo sin mucho interés, mientras Lucian volvía su atención al joven Potter. Desde los de primer año Helena miraba a su hermano menor con una mezcla de nerviosismo y ánimo. Intentaba transmitirle tranquilidad con su mirada, aunque no estaba segura de que él pudiera verla, ya que el sombrero cubría casi todo su rostro.
—¡GRYFFINDOR! —gritó el sombrero, y la sala estalló en aplausos ensordecedores.
El jolgorio en la mesa de Gryffindor fue el más ruidoso hasta el momento. Harry caminó hacia su nueva casa con pasos temblorosos, aunque intentaba devolver las sonrisas y los saludos de los estudiantes que lo recibían con entusiasmo. Antes de sentarse, sus ojos buscaron a Helena en la multitud, y ella le devolvió una pequeña sonrisa.
—¡Potter, Helena!
El turno de Helena llegó, y los murmullos se intensificaron en el Gran Comedor, aunque esta vez con un matiz distinto.
—¿Es la otra?
—¡Es su hermana!
Avanzó hacia el taburete, sintiendo las miradas que parecían seguirla como sombras. Apretó los labios, tratando de ignorar los susurros que crecían a su alrededor. Cuando se sentó, lo último que vio antes de que el sombrero cayera sobre su cabeza fue un mar de ojos ansiosos, todos deseosos de juzgarla.
—Hmm… una mente interesante —murmuró el sombrero, su voz resonando como un eco en su mente—. Eres leal, sí, y buscas la seguridad de la familiaridad. Cualidades dignas de Hufflepuff. Pero también veo una mente afilada, una astucia que puede inclinarse hacia algo más. Y esa ambición, aunque no del todo consciente, está ahí. Podrías encajar perfectamente en Slytherin.
Helena frunció el ceño ante el comentario.
—No me importa la casa —pensó con firmeza—. Solo quiero estar con Harry.
El sombrero dejó escapar un leve suspiro, como si hubiera anticipado esa respuesta.
—Lo entiendo, pequeña —respondió con calma—. Pero escucha: estar en casas diferentes no significa estar separados. El vínculo que compartes con tu hermano es raro y poderoso. Ni siquiera las fuerzas más oscuras podrían romperlo. Sin embargo, debo advertirte…
La voz del sombrero se tornó más grave, como si le hablara desde un lugar de profunda sabiduría.
—Los dos están destinados a caminos difíciles. Y esos caminos no siempre estarán alineados. Lo que está por venir pondrá a prueba tanto tu lealtad como tu fuerza.
Helena sintió un nudo en el estómago. No respondió, pero el sombrero notó la incertidumbre en su mente.
—Pequeña, incluso los caminos que parecen separados pueden llevar al mismo destino. Lo importante no es dónde empiezas, sino cómo decides caminar. Y tú tienes el potencial para la grandeza, aunque esa grandeza no será fácil de alcanzar. Hay una casa que puede ayudarte a lograrlo, que puede enseñarte a aprovechar tus fortalezas. Tu lugar está claro...
El sombrero se detuvo un momento, como si le diera la oportunidad de aceptar sus palabras.
—¡SLYTHERIN! —gritó finalmente, su voz resonando en todo el Gran Comedor.
Helena se quitó el sombrero con las manos temblorosas. Por un instante, el salón quedó en un silencio absoluto, como si nadie estuviera seguro de haber escuchado correctamente. Luego, desde la mesa de Slytherin, surgió un aplauso contenido. Fue educado, pero carente de la calidez que había recibido su hermano momentos antes.
Mientras avanzaba hacia su nueva mesa, Helena buscó a Harry entre la multitud. Lo encontró rápidamente; estaba mirándola, su expresión era una mezcla de sorpresa y preocupación. Ella trató de sonreírle, pero su rostro apenas logró un saludo débil antes de girarse para buscar un lugar.
—Interesante decisión del sombrero, ¿no crees? —comentó Lucian en voz baja cuando ella se sentó junto a él. Había un atisbo de diversión en su tono.
Cassandra, que hasta ahora había estado observando en silencio, inclinó ligeramente la cabeza hacia Helena, sus ojos evaluándola.
—No es tan inusual como crees —dijo, su tono más neutral que hostil—. Slytherin no es lo que muchos piensan. Algunos de los magos más influyentes de la historia empezaron aquí.
Helena, todavía procesando todo, no respondió de inmediato. Cassandra continuó, como si intentara aligerar el ambiente.
—Aunque, por supuesto, muchos tienen sus prejuicios. Pero te sorprenderás de lo que puedes encontrar cuando dejas que las expectativas de otros se desvanezcan.
Helena la miró, desconcertada por el tono reflexivo de Cassandra.
—¿Siempre estuviste segura de que estarías en Slytherin? —preguntó finalmente.
Cassandra sonrió, aunque había algo más allá de la confianza habitual en su expresión.
—No siempre. En realidad no me podría importar menos la casa en donde esté. Veras Helena lo que importa no es la casa, sino lo que haces con las oportunidades que esta te da. No es como si el fin del mundo pasara solo porque estas en Slytherin
Helena parpadeó, sorprendida por la respuesta de Cassandra. Aunque todavía sentía la mirada de Harry desde la mesa de Gryffindor, encontró cierto consuelo en sus palabras inesperadas. No sabía si era demasiado pronto para llamarlos amigos, pero al menos sentía que estaba en el camino correcto con Cassandra y Lucian.
Cuando la ceremonia de selección llegó a su fin, Albus Dumbledore se levantó de su asiento. Helena lo reconoció al instante gracias a las tarjetas de las ranas de chocolate. Giró ligeramente la cabeza hacia Lucian, esperando alguna reacción de su parte, pero él parecía completamente ajeno a la situación, como si nada de lo que ocurría en el Gran Comedor le afectará.
—¡Bienvenidos! —dijo Dumbledore, con los brazos extendidos y una sonrisa radiante—. ¡Bienvenidos a un nuevo año en Hogwarts! Antes de comenzar nuestro banquete, quiero deciros unas pocas palabras. Y aquí están, ¡Papanatas! ¡Llorones! ¡Baratijas! ¡Pellizco!... ¡Muchas gracias!
Helena abrió los ojos de par en par. ¿Había escuchado bien? A su alrededor, todos aplaudían y vitoreaban como si fuera la declaración más sabia jamás dicha. Un instante después, los platos que tenía frente a ella se llenaron mágicamente de comida. Helena parpadeó otra vez, esta vez impresionada por la abundancia.
Nunca había visto tanta comida junta, y menos algo que realmente quisiera comer. Carne asada, pollo, chuletas de cerdo y ternera, salchichas, patatas cocidas, asadas y fritas, guisantes, zanahorias, y extrañamente, bombones de menta. Los Dursley no los habían matado de hambre, pero tampoco los habían consentido. Dudley siempre tomaba lo que ella y Harry querían, aunque luego ni siquiera se lo comiera.
Helena llenó su plato con un poco de todo excepto los bombones de menta y comenzó a comer. Cada bocado era delicioso.
Cassandra, que había vuelto a guardar silencio comentó mientras servía un poco de pollo en su plato:
—¿Es siempre así? —preguntó, sin dirigirse a nadie en particular.
Lucian, que estaba cortando un trozo de carne, levantó una ceja.
—¿Qué cosa?
—Todo esto —hizo un gesto amplio, señalando tanto la comida como el ambiente ruidoso del Gran Comedor—. Parece… excesivo.
—¿Acaso te molesta? —respondió Lucían con un tono despreocupado, pero sus ojos brillaban con una leve diversión—. Dudo que estés acostumbrada a cenas modestas.
—No estoy quejándome —replicó, su tono tranquilo pero cortante—. Solo me parece curioso. Además las cenas en las que he estado son más formales
Helena, que había estado escuchando en silencio, intervino.
—Yo nunca he visto algo así. Es… mágico. —Sonrió débilmente al darse cuenta de lo obvio que sonaba.
Lucian asintió antes sus palabras sin dejar de cortar su comida, no obstante pareció inclinarse ligeramente hacia Helena.
—Bueno ciertamente es algo mágico. Pero si algo aprenderás aquí, es que no todo lo mágico es tan encantador como parece.
Helena asintió lentamente, no segura de cómo interpretar las palabras de Lucian.
Mientras los tres conversaban, Helena notó que otros estudiantes en la mesa de Slytherin lanzaban miradas hacia ellos, como si debatieron si acercarse o no. Incluso Draco Malfoy, quien había tenido una gran arrogancia en el tren, parecía dudar. Finalmente, ninguno de ellos se atrevió a interrumpir, y las conversaciones en la mesa continuaron sin su participación.
El profesor Dumbledore se puso nuevamente de pie después de un rato, y el Gran Comedor quedó en completo silencio. Los platos de comida y postres habían desaparecido tan mágicamente como habían llegado.
—Ejem... —comenzó Dumbledore, su voz cálida pero firme—. Sólo unas pocas palabras más, ahora que todos hemos comido y bebido. Tengo algunos anuncios que hacer para comenzar el año.
Hizo una pausa, mirando a los estudiantes con una mezcla de seriedad y diversión.
—Los de primer año debéis recordar que el Bosque Prohibido está, como su nombre indica, prohibido para todos los alumnos. Y me permito añadir que algunos de nuestros alumnos más veteranos también deberían recordarlo.
Dumbledore lanzó una mirada significativa hacia la mesa de Gryffindor, donde algunos estudiantes intentaron disimular sonrisas culpables.
—El señor Filch, nuestro celador, me ha pedido que os recuerde que no se permite hacer magia en los pasillos entre clases.
Algunos alumnos intercambiaron miradas frustradas.
—Las pruebas de Quidditch se llevarán a cabo en la segunda semana del curso —continuó Dumbledore—. Los interesados en unirse a los equipos de sus casas deben dirigirse a la profesora Hooch.
Dumbledore se inclinó levemente hacia adelante, bajando el tono como si estuviera compartiendo un secreto.
—Y, por último, quisiera advertiros que este año el pasillo del tercer piso, en el ala derecha, está fuera de los límites para todos aquellos que no deseen una muerte muy dolorosa.
Un murmullo nervioso recorrió el salón, seguido de algunas risas ahogadas.
—¿Lo decía en serio? —murmuró Helena a Lucian, sin poder evitar una sonrisa.
Lucian desvió los ojos de Dumbledore para mirarla, su expresión serena.
—Probablemente sí. No parece alguien que bromee sobre cosas como la muerte —respondió con un tono neutral, aunque su mirada estaba distante, como si su mente estuviera en otro lugar.
Antes de que Helena pudiera responder, Dumbledore levantó ambas manos, su rostro iluminado por una expresión jovial.
—¡Y ahora, antes de retirarnos a nuestras camas, cantemos la canción del colegio!
Helena notó cómo varios profesores tensaban sus sonrisas. Parecían menos emocionados por la idea.
Con un elegante movimiento de su varita, Dumbledore hizo aparecer una cinta dorada que se elevó sobre las mesas y se transformó en palabras.
—¡Cada uno puede elegir su melodía favorita! —dijo alegremente—. ¡Y allá vamos!
El salón se llenó de un coro desordenado. Algunos estudiantes cantaban en tonos graves y solemnes, mientras que otros parecían competir por ser los más desafinados. Los gemelos pelirrojos de Gryffindor cantaban con la melodía de una marcha fúnebre, siendo los últimos en terminar.
Dumbledore aplaudió con entusiasmo.
—¡Ah, la música! —exclamó, limpiándose una lágrima—. Una magia más allá de todo lo que hacemos aquí. Y ahora, es hora de acostarse. ¡Salid al trote!
Una prefecta de Slytherin, de cabello castaño y aspecto serio, se adelantó.
—Primeros años de Slytherin, seguidme.
El grupo se levantó y comenzó a salir del Gran Comedor, sus pasos resonando en los pasillos de piedra. Sin embargo, apenas habían avanzado unos metros cuando otro prefecto, de aspecto más relajado, se acercó.
—Grindelwald —dijo con voz firme—, el profesor Dumbledore desea hablar contigo.
El murmullo de los estudiantes se detuvo en seco. La noticia pareció caer como un rayo. Algunos de los primeros años intercambiaron miradas nerviosas, y Helena sintió cómo el ambiente a su alrededor cambiaba.
Lucian alzó una ceja con calma, como si aquello no le sorprendiera en absoluto.
—Muy bien —respondió con su característico tono tranquilo, haciendo un gesto para que lo guiaran. Antes de seguir al prefecto, Lucian giró la cabeza hacia Helena y Cassandra, dedicándoles una breve inclinación de cabeza como despedida.
Helena no pudo evitar que una chispa de curiosidad se encendiera en su interior mientras veía a Lucian desaparecer entre la multitud. Le hacía preguntarse qué clase de conversación podía tener alguien como él con Dumbledore.
Cassandra, que había estado observando con atención las reacciones de los demás estudiantes, murmuró en voz baja:
—Fue más rápido de lo que esperaba.
Helena, todavía con la vista fija en el lugar donde Lucian había estado unos momentos antes, frunció el ceño.
—¿A qué te refieres?
Cassandra alzó ligeramente los hombros, su expresión indiferente, como si la conversación le interesara lo justo.
—Simplemente no pensé que Dumbledore fuera del tipo impaciente —respondió, dejando la frase colgando en el aire.
Helena abrió la boca para preguntar algo más, pero Cassandra ya había desviado la mirada, aparentemente satisfecha con el cierre abrupto de la conversación. Helena no pudo evitar sentirse un poco frustrada.
Sin más intercambios, ambas siguieron al grupo de estudiantes de primer año. La prefecta que los guiaba, una joven de cabello castaño recogido en un moño impecable, los condujo a través de un pasillo a la izquierda del Gran Comedor. Las escaleras comenzaron a descender casi de inmediato, llevándolos más y más abajo.
El aire se hacía más fresco a medida que bajaban, y el sonido de los pasos resonaba de forma extraña contra las paredes de piedra. Las antorchas parpadeantes proyectaban sombras alargadas, dándole al pasillo una atmósfera algo inquietante. Helena trató de no pensar demasiado en ello, pero cada giro y puerta cerrada que pasaban la hacían sentir un poco más nerviosa.
Finalmente, el grupo se detuvo frente a lo que parecía ser una pared lisa de piedra, sin ningún detalle visible que sugiriera una entrada. La prefecta se giró hacia ellos, su rostro tranquilo pero autoritario.
—Lacustre —dijo con claridad.
De repente, la pared pareció transformarse. Las líneas de la piedra se difuminaron y comenzaron a moverse, formando una gran puerta que se abrió lentamente hacia adentro. Una corriente de aire frío salió del interior, haciendo que algunos de los estudiantes se estremecieran.
La prefecta lideró al grupo al interior de la sala común de Slytherin. Helena se detuvo un momento para mirar a su alrededor. La habitación era impresionante a su manera. Larga y baja, estaba iluminada por lámparas de un tono verdoso que daban al espacio una apariencia misteriosa. Los muebles oscuros, hechos de cuero y madera tallada, parecían elegantes y a la vez intimidantes.
Sin embargo, lo que más llamó la atención de Helena fue la pared del fondo. Estaba hecha completamente de vidrio, y más allá podía ver el agua del lago, con sombras oscuras moviéndose lentamente al otro lado. Una forma particularmente grande pasó cerca, y Helena sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
—Bienvenidos a Slytherin —dijo la prefecta, con una leve sonrisa que no llegaba a sus ojos—. Aquí encontraréis todo lo que necesitáis. Respetad las normas de la casa, y la sala común será un lugar seguro y cómodo para vosotros.
El grupo fue dividido entonces. La prefecta señaló una puerta a la izquierda.
—Las niñas, por aquí.
Helena miró a Cassandra, quien simplemente le hizo un gesto para que la siguiera, antes de desaparecer detrás de la puerta.
—Los chicos, por aquí —añadió la prefecta, señalando la puerta opuesta. Helena dio un último vistazo a la sala común antes de cruzar la entrada hacia su dormitorio. Su mente volvió a divagar en la conversación que Lucian debía estar teniendo con Dumbledore en aquel preciso momento. ¿De qué estarían hablando?