El último mes de Helena y Harry con los Dursley no fue particularmente divertido, pero fue mucho mejor de lo que pensaban. Dudley ahora tenía tanto miedo que ni siquiera se atrevía a estar con ninguno de ellos en la misma habitación. Además tanto el tío Vernon como la tía Petunia ya no los encerraban en la alacena, ni los obligaban a hacer nada ni siquiera les gritaban como de costumbre, solo los ignoraban.
Para Helena y Harry, esta indiferencia era una mejora significativa. Sin embargo, con el paso de los días, la ausencia de interacción comenzó a sentirse pesada, casi desalentadora. Por eso, ambos pasaban la mayor parte del tiempo en su habitación compartida, acompañados por Hedwig y Crookshanks, las mascotas que Hagrid les había regalado. Harry había escogido el nombre de la lechuza después de encontrarlo en un libro de Historia de la Magia, mientras que Helena mantuvo el nombre original del gato, ya que este parecía negarse a aceptar otro.
Los libros que había comprado eran realmente interesantes, mientras que Harry estaba contento con darle un simple hojeo y solo leer las partes que le interesaban, Helena ya había leído la mayor parte de ellos de principio a fin incluso llegando a tomar notas de lo que creía podría ser importante.
La conversación que tuvo con Lucian en la tienda de ropa le hizo darse cuenta de lo poco que sabía del mundo mágico, una sensación que no le gustaba en lo absoluto. Necesitaba saber que estaba pasando y lo que significaba, no quería sentirse estúpida, era su forma de preparase para que nadie pudiera cuestionar su pertenencia al mundo mágico que le había sido revelado.
Cada noche, antes de dormir, Helena marcaba otro día en la hoja de papel que Harry había puesto en la pared hasta el uno de septiembre. El último día de agosto los gemelos realizaron varias rondas de piedra, papel y tijeras, para ver quien debía recordarle a sus tíos que debían de ir a la estación de King 's Cross al día siguiente. Harry fue el afortunado de realizar tal tarea.
Helena espera ansiosamente en la parte superior de las escaleras, a sus oídos solo llegaron un par de gruñidos y oraciones incompletas. No obstante cuando Harry subió y mostró el pulgar arriba pudo relajarse, había tenido éxito en su misión.
A la mañana siguiente, los mellizos se despertaron a las cinco, tan emocionados e ilusionados que no pudieron volver a dormir. Ambos miraron otra vez su lista de Hogwarts para estar seguros de que tenía todo lo necesario.
Se ocuparon de meter a Hedwig y Crookshanks en sus respectivas jaulas y luego se pasearon por la habitación, esperando que los Dursley se levantarán. Dos horas más tarde, los pesados baúles de Helena y Harry estaban cargados en el coche de los Dursley.
Llegaron a King's Cross a las diez y media, arrastrando los pesados baúles hacia el interior de la bulliciosa estación. Para sorpresa de Harry y Helena, fue el propio tío Vernon quien se ofreció a empujar el carrito que llevaba sus pertenencias. El hombre parecía extrañamente colaborador, una actitud que levantó las sospechas de ambos.
La respuesta llegó pronto. Tío Vernon se detuvo bruscamente en medio del pasillo que conectaba los andenes, con una expresión de burla dibujada en su rostro.
—Bueno, aquí estamos —dijo, dirigiéndose a Harry con un tono que goteaba sarcasmo—. Andén nueve, andén diez… y en el medio, tu andén mágico. Pero, vaya sorpresa, parece que todavía no lo han construido, ¿no?
Harry y Helena miraron alrededor, pero lo único que pudieron ver fue el número nueve sobre un andén abarrotado y el número diez en otro igualmente lleno. Entre ambos, no había nada más que un muro de ladrillos ordinario.
Helena frunció el ceño, su mente trabajando rápidamente para encontrar una solución a la situación. La burla de su tío no la ayudaría, pero quizás... quizás su tía Petunia sí podría saber algo.
—Tía Petunia —dijo con calma, aunque sus ojos la observaban con atención—, ¿recuerdas cómo mamá llegaba a la plataforma?
La pregunta tomó por sorpresa a Petunia, quien parpadeó un par de veces, claramente incómoda. En todos esos años, ni Helena ni Harry habían preguntado jamás nada sobre sus padres. Sin embargo, la pregunta esperanzadora de Helena le resultaba difícil de ignorar.
—¿Cómo se supone que va a saber eso? —se burló Vernon, cruzándose de brazos—. ¡Como si fuera importante ahora!
Pero Petunia lo ignoró. Había algo en la mirada de Helena que la hizo detenerse. Sus labios se apretaron en una fina línea, y tras un momento de duda, respondió con voz tensa:
—En el medio.
Harry y Helena la miraron, sorprendidos. Vernon, por su parte, se giró hacia su esposa como si acabara de brotar una segunda cabeza.
—¿Qué estás diciendo, Petunia? ¿De qué estás hablando?
Petunia suspiró, ajustándose el bolso en el hombro, visiblemente molesta.
—Fue hace muchos años —murmuró, evitando los ojos de ambos niños—. Lily siempre decía que había una plataforma especial para ellos, pero nunca entendí cómo funcionaba. Sólo caminaba en medio de los andenes nueve y diez... y desaparecía.
Helena asintió lentamente, procesando la información.
—¿Caminaba... en medio? —repitió Harry, mirando el muro con incredulidad.
Petunia, sintiéndose aún más incómoda, se apresuró a añadir:
—No me pregunten cómo. Nunca puede comprender. Sólo sé que lo hacía, y eso es todo lo que puedo decirles.
Helena dio un paso adelante, inspeccionando el muro con detenimiento. El comentario de su tía podría parecer absurdo, pero estaba acostumbrada a que el mundo mágico no tuviera las mismas reglas que el mundo normal.
Harry, por su parte, se giró hacia Vernon, esperando algún comentario, pero el hombre ya estaba revisando el reloj con impaciencia.
—Pues ahí lo tienen —dijo Vernon con su tono habitual de desprecio—. Si no funciona, supongo que siempre pueden escribirle a su escuela mágica para que los recojan. Aunque no contaría con ello. —Y sin más, se dio la vuelta, señalando a Petunia para que lo siguiera.
Petunia vaciló un segundo más, mirándolos con una mezcla de incomodidad y algo que podría haber sido lástima, antes de seguir a su esposo sin decir una palabra más.
Cuando la pareja desapareció entre la multitud, Harry volvió a mirar a Helena, su expresión ahora más decidida.
—Creo que deberíamos intentarlo —dijo, señalando el muro.
—¿Intentar qué? —preguntó Helena, con un toque de nerviosismo.
—Hacer lo que dijo tía Petunia —respondió —. Caminar hacia el medio.
—¿Y si sólo nos estrellamos contra los ladrillos?
—¿Y si no? —replicó Harry —. No tenemos muchas opciones, ¿verdad?
Helan tragó saliva y asintió lentamente, Harry siempre había sido el encargado de la valentía mientras ella se encargaba de la lógica, no obstante la lógica de los muggles podría no aplicar para los magos.
En ese momento, escucharon voces a sus espaldas. Al darse la vuelta, vieron a una familia pelirroja acercándose con baúles y jaulas. Una mujer robusta parecía dar instrucciones a sus hijos con una sonrisa amable.
—Debe ser aquí —susurró Helena—. Vamos a observar primero.
Helena y Harry se apartaron ligeramente, quedándose cerca del carrito con sus baúles. La familia pelirroja avanzaba con confianza hacia el muro entre los andenes nueve y diez.
—¿Crees que ellos también van a Hogwarts? —susurró Harry, observando cómo la mujer mayor organizaba a los niños con un aire decidido.
—¿Qué otro lugar podrían estar buscando entre los andenes nueve y diez? —respondió Helena en el mismo tono, con una ceja arqueada. Su mirada fija en los más jóvenes, que parecían tener su edad. Uno de ellos, un chico delgado y desgarbado, empujaba su carrito con nerviosismo mientras la mujer robusta le daba palabras de ánimo.
—Vamos, Ron, no te preocupes —dijo la mujer en un tono tranquilizador—. Es fácil. Percy ya lo ha hecho muchas veces.
El muchacho, Ron, tragó saliva y miró hacia el muro con expresión inquieta. A su lado, un chico mayor, probablemente Percy, empujaba su propio carrito con calma.
Los dos observaron cómo Percy tomó impulso y caminó directamente hacia el muro de ladrillos. Helena contuvo el aliento, esperando un impacto, pero en lugar de eso, Percy simplemente desapareció, como si el muro lo hubiera tragado.
—¿Viste eso? —exclamó Harry, impresionado.
Helena asintió lentamente, sus ojos todavía fijos en el punto donde Percy había desaparecido.
—Sí... Parece que tía Petunia tenía razón.
Mientras los mellizos procesaban lo que acababan de ver, la mujer mayor se giró hacia los otros tres niños.
—Fred, eres el siguiente —dijo la mujer regordeta.
—No soy Fred, soy George —dijo el muchacho—. ¿De veras, mujer, puedes llamarte nuestra madre? ¿No te das cuenta de que yo soy George?
—Lo siento, George, cariño.
—Estaba bromeando, soy Fred —dijo el muchacho, y se alejó. Debió pasar, porque un segundo más tarde ya no estaba. Su hermano gemelo fue tras él y luego, súbitamente, no estaba en ninguna parte.
Posteriormente el menor de todos también pasó, seguido de sus padres. Helena y Harry se quedaron inmóviles, observando cómo toda la familia desaparecía en el muro con su carrito. A su alrededor, el bullicio de la estación continuaba, ajeno a la magia que acababan de presenciar.
—Bueno… creo que así es como se hace —murmuró Harry, girándose hacia Helena con una mezcla de emoción y nerviosismo en los ojos.
Helena asintió lentamente, pero no dijo nada. Su mirada estaba fija en el muro entre los andenes nueve y diez, ahora tan sólido y ordinario como siempre. Apretó sus manos sobre el carrito, sin darse cuenta de que sus nudillos estaban perdiendo color.
—¿Helena? —llamó Harry, inclinándose hacia ella.
—Es solo que... —comenzó ella, pero luego se calló, claramente intentando encontrar las palabras adecuadas—. ¿Y si no funciona para nosotros? ¿Y si intentamos pasar y... nos estrellamos?
Harry observó su expresión; sus ojos mostraban una mezcla de ansiedad y duda que no veía a menudo en ella. Helena siempre había sido la que razonaba las cosas, la que mantenía la calma incluso cuando él se impacientaba. Verla así lo descolocó por un momento.
—Creo que no tenemos opción. Ya vimos cómo lo hicieron ellos. Si ellos pudieron, nosotros también —dijo, intentando sonar seguro.
Helena lo miró de reojo, aún no completamente convencida.
—Si quieres, puedo ir primero —ofreció Harry, con una sonrisa que esperaba fuera tranquilizadora—. Así, si algo sale mal, tendrás tiempo de pensar en una solución.
Helena soltó una risa débil, aunque todavía parecía tensa.
—Eso es muy considerado de tu parte —respondió, intentando sonar irónica, pero su tono carecía de firmeza.
Harry se posicionó frente al muro, ajustó su agarre en el carrito y respiró profundamente.
—Está bien, allá voy. Si desaparezco para siempre... Di algo bonito en mi epitafio.
—Harry... —protestó Helena, frunciendo el ceño, aunque había un brillo de aprecio en sus ojos.
Él le guiñó un ojo, y antes de que ella pudiera añadir algo más, comenzó a empujar su carrito hacia adelante. Al principio, caminó lentamente, como si esperara que alguien lo detuviera, pero pronto aceleró el paso. Justo antes de llegar al muro, cerró los ojos con fuerza, esperando el impacto... que nunca llegó.
Cuando volvió a abrirlos, estaba en otro lugar completamente diferente. A su alrededor, brujas y magos de todas las edades se movían apresuradamente por el andén nueve y tres cuartos. Un tren rojo brillante esperaba, soltando vapor que llenaba el aire con un aroma metálico y una sensación de expectación.
Harry sonrió y se giró rápidamente, esperando ver a Helena.
—¡Helena! ¡Está bien, no duele! Solo pasa como si fuera un corredor normal —gritó, intentando que su voz atravesara la magia del muro.
Al otro lado, Helena respiró profundamente y observó cómo algunos pasajeros curiosos la miraban mientras ella se quedaba inmóvil frente al muro. Cerró los ojos un momento, intentando calmarse.
—Vamos, Helena, no es tan difícil... —se murmuró a sí misma. Finalmente, ajustó su carrito y, apretando los labios con determinación, avanzó hacia el muro.
El momento de transición fue casi imperceptible, pero cuando abrió los ojos, estaba junto a Harry, quien tenía una amplia sonrisa en el rostro.
—¿Lo ves? Te lo dije. Nada de qué preocuparse —dijo, dándole una palmada en el hombro.
Helena asintió lentamente, aún mirando a su alrededor con asombro.
—Es... increíble —susurró, observando a las familias que se despedían, a los niños corriendo y al tren que parecía recién salido de un sueño.
Harry no pudo evitar compartir su emoción, pero pronto su atención se desvió hacia el tren.
—Será mejor que subamos antes de que se llene —sugirió.
Helena estuvo de acuerdo, aunque seguía mirando alrededor, con asombro. Mientras empujaban sus carritos hacia el tren, ambos lanzaron una última mirada a la familia de pelirrojos que habían visto antes.
...
Harry y Helena subieron al tren, observando el bullicio en la estación y la agitación que se vivía dentro del vagón. La multitud de estudiantes subiendo y bajando, el ruido de las valijas siendo arrastradas, y el crujir de las puertas del tren parecían amplificar el nerviosismo y expectación que ambos sentían. Mientras caminaban por el pasillo, Harry intentaba ver más allá de la multitud de niños corriendo y charlando.
—Parece que llegamos tarde —comentó Harry, mirando alrededor, buscando un lugar vacío.
Helena, solo asintió. El tren estaba atestado de estudiantes, y la única opción que les quedaba era seguir buscando hasta encontrar un compartimento libre. La mayoría de las puertas estaban cerradas, y aquellos compartimentos que no lo estaban, ya estaban ocupados por otras personas.
A medida que llegaban al final del tren, la multitud comenzaba a disminuir, hasta que finalmente llegaron a uno de los últimos vagones, donde una puerta ligeramente entreabierta parecía ofrecerles una oportunidad.
—Esperemos que sea este —con un tono cansado dijo Helena, al ver que el compartimiento parecía estar en silencio.
Harry no dudó. Su impulso lo llevó a abrir la puerta sin pensarlo dos veces.
Al entrar, lo primero que Helena vio fue al chico sentado cerca de la ventana, observando el paisaje que ya comenzaba a moverse. Era un joven de cabello oscuro, de ojos penetrantes, y aunque parecía completamente tranquilo, había algo en su postura que lo hacía parecer diferente. Ella lo reconoció al instante.
—Lucian —dijo, sorprendida.
El joven levantó la mirada al escuchar la voz de Helena, y aunque su expresión permaneció serena, sus ojos brillaron ligeramente al reconocerla.
—¿Helena, verdad? —preguntó con suavidad, una leve sonrisa curvando sus labios.
La joven asintió brevemente, sorprendida de que la recordara tan rápido.
—Qué agradable sorpresa volver a verte —continuó Lucian, y luego echó un vistazo a los baúles que Harry y Helena cargaban—. Parece que están buscando un compartimiento. Por suerte para ustedes, hay espacio aquí.
Antes de que alguno pudiera responder, Lucian se levantó con calma y se acercó. Sin pronunciar palabra ni sacar una varita, alzó una mano, y los baúles de ambos se elevaron suavemente en el aire. Flotaron hacia el portaequipajes y se acomodaron con una precisión impecable.
¡Vaya! —exclamó Harry, impresionado. Helena también observó con asombro, aunque intentó no demostrarlo demasiado.
—¡Eso fue increíble! —exclamó Harry, observando asombrado.
Helena también estaba impresionada, aunque trató de mantener una expresión neutral. Sin embargo, alguien más en el compartimiento rompió el momento.
—¿Magia sin varita? —La voz era femenina, clara y ligeramente condescendiente. Una joven rubia que Helena no había notado hasta ahora levantó la mirada de su libro. Sus ojos azul claro brillaban con una mezcla de curiosidad y desaprobación—. ¿De verdad, Lucian? No deberías hacer cosas así para tareas tan... insignificantes.
Helena la observó con atención. La chica tenía un porte elegante, con una postura perfecta y un aire de autoridad que parecía innato sumado a una belleza que solo podría ser considerada como mágica.
—Siempre tan estricta con las reglas, Cassandra —respondió Lucian con un leve encogimiento de hombros—. Pero, seamos sinceros, ¿no es mejor ser práctico? No quería que nuestros nuevos compañeros se lastimaran.
Cassandra cerró su libro con un suave suspiro y lo dejó sobre su regazo, estudiando con una mezcla de resignación y paciencia.
—Lo práctico no siempre es lo correcto —replicó, aunque en su tono había más burla que seriedad—. Estás demasiado acostumbrado a hacer las cosas a tu manera, debes recordar a dónde nos dirigimos.
Lucian esbozó una sonrisa despreocupada y volvió a sentarse con tranquilidad.
—No te preocupes, Cassandra. Agradezco tu preocupación constante por mi bienestar —respondió Lucian con una inclinación teatral de cabeza, lo que hizo que Cassandra rodara los ojos., pero una leve sonrisa delataba sus verdaderos sentimientos.
—¿Son amigos? —preguntó Harry, rompiendo la tensión con su curiosidad, al mismo tiempo que se sentaban en el compartimiento. Harry tomó asiento frente a Cassandra, mientras que Helena se colocó frente a Lucian.
—Podría decirse que sí —respondió con un tono neutro, como si estuviera considerando cuidadosamente sus palabras—. Nuestras familias se conocen desde hace mucho tiempo, así que hemos aprendido a... soportarnos.
—Tú me soportas, pero yo, en cambio, te aprecio de verdad —intervino Lucian, esbozando una sonrisa despreocupada que contrastaba con el aire severo de Cassandra.
La joven rubia rodó los ojos y soltó un suspiro, aunque un pequeño destello de diversión se filtró en su mirada. No obstante su mirada pronto pasó hacia los gemelos que había estado observando con curiosidad sus interacciones.
Helena notó cómo la mirada de Cassandra se desvió, apenas un instante, hacia la frente de Harry.
Su cicatriz, como siempre, parecía atraer la atención inevitablemente, pero esta vez hubo algo distinto. La expresión de Cassandra se tensó levemente, su semblante permaneció neutro, pero sus ojos claros se iluminaron con una chispa de comprensión... y quizá un dejo de interés calculador.
—¿Esa cicatriz...? —preguntó Cassandra de pronto, con un tono que dejaba claro que no era mera curiosidad—. Es cierto lo que dicen, entonces. Los hermanos Potter asistirán a Hogwarts este año.
Harry, que estaba acostumbrado a preguntas incómodas sobre su cicatriz, suspiró y asintió.
—Supongo que sí.
Cassandra se inclinó ligeramente hacia él, observándolo como si buscara algo más allá de lo evidente.
—Es fascinante cómo una simple cicatriz puede contar una historia tan... singular. ¿Qué se siente ser la persona que derrotó a uno de los magos más oscuros de todos los tiempos?
Helena frunció el ceño. El tono de Cassandra era directo, casi demasiado.
—No lo recuerdo —respondió Harry con sinceridad, aunque con un deje de incomodidad—. Y no sé si "derrotar" sea la palabra adecuada. Yo era solo un bebé.
Cassandra parecía dispuesta a continuar, pero Lucian levantó una mano de manera casi casual, interrumpiendo con suavidad.
—Cassandra —dijo en tono calmado pero firme—, tal vez deberíamos dejar algo de misterio para cuando lleguemos a Hogwarts, ¿no crees?
—Por supuesto —respondió, aunque no pudo evitar añadir con una ligera sonrisa—: Pero no me culpes por mi curiosidad. No todos los días se comparte compartimiento con una figura histórica.
—Soy solo Harry —murmuró él, desviando la mirada hacia la ventana.
Lucian asintió con comprensión ante las palabras de Harry. Para romper el silencio que siguió, Helena giró hacia Cassandra, intentando suavizar la atmósfera.
—¿Entonces vienes de una familia de magos? —le preguntó con curiosidad, buscando un cambio de tema. Después de lo que había hablado con Lucian en la tienda de Madam Malkin, sabía que él provenía de una familia mágica, así que lo excluyó de la pregunta.
Cassandra alzó una ceja, como si la pregunta le resultara un tanto obvia, pero decidió contestar de todos modos.
—Por supuesto —respondió, con un tono que mezclaba neutralidad y un toque enigmático—. Aunque mi familia no es como la de Lucian. Somos... diferentes. Nuestros orígenes son un poco más, digamos, complejos.
Lucian esbozó una sonrisa apenas perceptible, como si entendiera perfectamente a qué se refería Cassandra, pero no dijo nada.
Helena ladeó ligeramente la cabeza, intrigada por las palabras de la joven. —¿Complejos? ¿Qué quieres decir con eso?
Cassandra hizo una pausa, como si estuviera sopesando cuánto quería compartir. —Bueno, no todos en mi familia son... tradicionales, por decirlo de alguna manera. Nuestra historia está llena de... matices.
Después de decir eso, Cassandra guardó silencio, dejando claro que no tenía intención de continuar la conversación. Tanto Harry como Helena querían hacer más preguntas sobre el mundo mágico, pero la actitud reservada de sus dos compañeros les hacía difícil encontrar una forma de acercarse sin hacerlos sentir incómodos.
Helena suspiró y se inclinó hacia su jaula de viaje, recordando a su gato. Al menos, podría entretenerse con él durante el trayecto a la escuela. Abrió la pequeña puerta de la jaula y dos ojos amarillos y estrechos la miraron desde adentro, inmóviles y sin pestañear.
—¿Crookshanks? ¿Te gustaría salir? —preguntó con suavidad.
El gato permaneció quieto durante un momento que se sintió eterno, como si estuviera sopesando la oferta. Finalmente, con movimientos deliberados y un aire de dignidad, la enorme y esponjosa forma naranja de Crookshanks salió de la jaula, su mirada evaluaba a los presentes.
Segundos después ignoró completamente a Helena y Harry, y con pasos decididos, se dirigió directamente hacia Lucian, sentándose frente a él con aire expectante.
Lucian arqueó una ceja, un poco sorprendido por la actitud del felino. —¿Siempre es tan selectivo?
Helena se encogió de hombros, reprimiendo una sonrisa. —Normalmente no confía en nadie que no sea nosotros dos.
—Parece que tiene buen instinto —murmuró, aunque no especificó a qué se refería. Lentamente, extendió una mano hacia él. Crookshanks, después de un breve momento, se acercó y restregó su cabeza contra su palma. Un ronroneo grave llenó el compartimiento.
Helena lo miró con curiosidad, asombrada por la reacción de Crookshanks ante Lucian.
—¿Te gustan los gatos?
—Podrías decir que sí—respondió Lucian con naturalidad—. Tengo una mascota similar en casa.
Posterior a esta situación Lucian habló con los gemelos de forma natural, Cassandra permanecía en silencio, su mirada fija en el libro que sostenía en sus manos. De vez en cuando levantaba la vista y asentía ligeramente, como confirmando lo que Lucian decía, pero no añadía nada.
Los gemelos aprovecharon para preguntar diversas cosas, que habían visto en los libros que habían comprado. Mientras conversaban, el tren había pasado por campos llenos de vacas y ovejas. Se quedaron mirando un rato, en silencio, el paisaje.
A eso de las doce y media se produjo un alboroto en el pasillo, y una mujer de cara sonriente, con hoyuelos, se asomó y les dijo: —¿Queréis algo del carrito, guapos? Harry, que no había desayunado, se levantó de un salto. Cassandra se levantó con elegancia mientras Lucían y Helena permanecían sentados.
Helena estaba agradecida de que Harry hubiera ido a comprar algo. Solo en ese momento se dio cuenta de lo hambrienta que estaba. Cuando su hermano regresó, notó que traía consigo una montaña de dulces y chocolates que nunca antes había visto.
Lucian observó la escena con una ceja alzada mientras los hermanos colocaban todas sus compras en el asiento frente a ellos.
—¿Tenías hambre, verdad? —preguntó con un tono ligeramente divertido, mientras una sonrisa casi imperceptible se formaba en sus labios.
—Muchísima —respondió Harry, dando un gran mordisco a una empanada de calabaza y soltando un suspiro de satisfacción.
Helena tomó un trozo de tarta de melaza y lo probó con curiosidad. Era dulce, pegajoso, y simplemente delicioso.
Justo en ese momento, la puerta del compartimiento se abrió, y Cassandra regresó. Traía consigo una pequeña bolsa de papel llena de dulces, entre ellos un frasco de ranas de chocolate y algunos caramelos brillantes.
—¿Se han abastecido bien? —preguntó con un tono más neutral que cálido mientras se sentaba nuevamente junto a Lucian. Sacó una rana de chocolate del frasco y se la pasó al joven, quien la tomó con un gesto de agradecimiento y sin decir palabra.
Harry, intrigado, señaló la rana de chocolate en las manos de Lucian.
—¿Qué es eso? —preguntó, dejando su empanada a un lado.
Cassandra alzó una ceja, como si la pregunta fuera algo ingenua, pero respondió de todos modos.
—Es una rana de chocolate —dijo, sosteniendo una de las suyas entre los dedos. Lucian le quitó el envoltorio al suyo, y la rana saltó de su mano al asiento, moviéndose como si estuviera viva.
—¡Se mueve! —exclamó Harry, sorprendido, mientras Helena daba un respingo.
Lucian extendió la mano con calma y atrapó la rana antes de que pudiera escapar.
—No por mucho tiempo —dijo con serenidad—. Están encantadas para moverse unos minutos, pero no es magia particularmente avanzada.
Cassandra dejó escapar una pequeña risa al ver las expresiones de los gemelos.
—No son para todos, supongo. Aunque la verdadera razón por la que la gente las compra es por las tarjetas coleccionables que vienen dentro, usualmente se trata de los grandes magos de la historia —añadió, abriendo su propia rana y sacando una pequeña tarjeta brillante.
Helena tomó una rana de chocolate de la pila de dulces que Harry había comprado y miró dentro del paquete. Allí estaba la tarjeta, que mostraba la imagen animada de un hombre mayor con gafas de media luna y una larga barba blanca.
—¿Quién es? —preguntó, sosteniendo la tarjeta para que todos pudieran verla.
Cassandra la miró antes de hablar, con su característico tono que combinaba indiferencia y precisión.
—Albus Dumbledore —dijo Cassandra, cruzando las piernas con elegancia mientras observaba la tarjeta en su mano—. Probablemente el mago más famoso vivo hoy en día. Director de Hogwarts, héroe de la comunidad mágica... y conocido por haber derrotado a Grindelwald, uno de los magos más oscuros de la historia.
El nombre parecía resonar en el compartimiento, cargado de significado. Lucian, que había estado observando su propia tarjeta en silencio, levantó la mirada, su expresión permanecía neutral, pero sus ojos reflejaban algo más profundo, como si un recuerdo cruzara su mente.
Harry se inclinó hacia adelante, intrigado por la conversación.
—¿Era como Voldemort? —preguntó, con curiosidad evidente.
Cassandra soltó una leve risa, breve y sin humor.
—No. Grindelwald y Voldemort no tienen mucho en común. Voldemort es... una fuerza destructiva, impulsada por el odio y la obsesión por el poder. Grindelwald, por otro lado, tenía ideas, un propósito más grande, aunque estuviera envuelto en tinieblas— con claridad dijo el joven.
Helena apenas había fruncido el ceño, intentando procesar las palabras de Lucian, cuando la puerta del compartimiento se abrió de golpe.
—¿Alguien ha visto un sapo? Neville perdió uno —dijo una chica con voz decidida. Llevaba la túnica de Hogwarts ya puesta, aunque con un aire algo desaliñado, como si hubiera estado corriendo por todo el tren. Su pelo castaño era rebelde, y sus dientes delanteros algo prominentes le daban un aire peculiar, pero su mirada era intensa y curiosa.
La brusquedad de la entrada provocó que Cassandra alzara una ceja, una mezcla de incredulidad y ligera desaprobación en su expresión. Helena, por su parte, intercambió una mirada rápida con Harry, ambos sorprendidos por la inesperada interrupción.
—¿Sabes? Sería buena idea tocar antes de entrar —comentó Cassandra con tono tranquilo, aunque sus palabras estaban cargadas de una elegancia que apenas disimulaba una sutil crítica.
La chica, que parecía demasiado concentrada en su búsqueda como para notar el matiz, respondió con rapidez:
—Oh, lo siento, pero es que Neville está demasiado preocupado, es un manojo de nervios total—dijo, su voz apurada pero sin mala intención.
Helena fue la primera en reaccionar, inclinándose ligeramente hacia adelante con una sonrisa comprensiva.
—No hemos visto ningún sapo por aquí, pero espero que lo encuentres pronto.
Lucian, que hasta ese momento había estado observando la escena en silencio, finalmente intervino con una voz tranquila:
—Intenta revisar los compartimientos más tranquilos. Quizá el bullicio lo puso nervioso.
La chica pareció detenerse un instante, asimilando el consejo antes de esbozar una breve sonrisa.
—Gracias, lo haré. Por cierto, me llamo Hermione Granger. Lamento haber irrumpido de esa manera —dijo con sinceridad, esta vez dedicando una mirada más detallada al grupo.
Lucian inclinó levemente la cabeza, respondiendo con su habitual simpleza:
—Lucian. Y la señorita a mi lado es Cassandra.
Cassandra alzó la vista de su libro y ofreció un leve asentimiento, sin molestarse en decir nada más, su actitud más reservada marcando el contraste.
—Helena Potter —se presentó Helena con amabilidad, antes de girarse hacia su hermano y añadir—: Y él es Harry.
Hermione miró a los gemelos con algo más de interés.
—¿Potter? —preguntó con un ligero parpadeo, como si el nombre le resultara familiar, aunque no insistió—. Bueno, es un gusto conocerlos a todos. Espero que encuentren este tren más tranquilo que Trevor.
—Buena suerte con la búsqueda —dijo Helena, esbozando una sonrisa amistosa.
Cuando Hermione cerró la puerta detrás de ella, el compartimiento quedó en un silencio momentáneo que pronto fue llenado por una conversación tranquila entre los cuatro ocupantes. Harry, todavía algo desconcertado por los eventos recientes, escuchaba mientras Helena y Cassandra intercambiaban comentarios sobre Hogwarts, con Lucian añadiendo observaciones más reflexivas en momentos puntuales.
Cassandra, aunque reservada, dejaba entrever una visión crítica sobre las tradiciones mágicas, señalando las contradicciones del mundo al que ahora pertenecían. Helena parecía interesada, tratando de conectar lo poco que sabía del mundo mágico con lo que se discutía, mientras que Harry, mucho más callado, asimilaba la información con interés mezclado con un poco de incomodidad.
Lucian, parecía más un observador que un participante activo, aunque sus palabras, pocas pero bien elegidas, dejaban entrever una perspectiva analítica que contrastaba con las opiniones más emotivas de Cassandra. Entre comentarios sobre las casas de Hogwarts, las materias y otras cosas, la conversación fluyó de manera casi relajada, hasta que fue interrumpida abruptamente por la llegada de un visitante inesperado.
Entraron tres muchachos, y Harry reconoció de inmediato al del medio: era el chico pálido de la tienda de túnicas de Madame Malkin. Miraba a Harry con mucho más interés que el que había demostrado en el callejón Diagon. —¿Es verdad? —preguntó—. Por todo el tren están diciendo que los Potter están en este compartimento. Así que son ustedes, ¿no?
—Sí —respondió Harry. Observó a los otros muchachos. Ambos eran corpulentos y parecían muy vulgares. Situados a ambos lados del chico pálido, parecían guardaespaldas. —Oh, éste es Crabbe y éste Goyle —dijo el muchacho pálido con despreocupación, al darse cuenta de que Harry los miraba—. Y mi nombre es Malfoy, Draco Malfoy
—Sabes, realmente me pregunto si las personas en este tren conocen el concepto de tocar la puerta antes de entrar —comentó con un tono gélido pero contenido.
Draco se detuvo en seco y giró la cabeza hacia Cassandra, sus ojos entrecerrándose ante el reproche.
—¿Y tú eres? —preguntó con un tono hostil, claramente irritado por su comentario.
Lucian, que hasta ese momento había estado en silencio, observó la escena con una ligera sonrisa. Aunque su expresión era neutral, parecía divertido por la idea de que Malfoy pudiera seguir empujando los límites hasta provocar una respuesta más contundente de Cassandra. Pero, para su ligera decepción, Draco decidió ignorarla y centrarse en su objetivo principal: los hermanos Potter.
Draco se inclinó ligeramente hacia Helena, que era la más cercana, y adoptó una expresión que pretendía ser amistosa.
—Muy pronto descubrirás que algunas familias de magos son mucho mejores que otras, Potter. No querrás hacerte amigo de los de la clase indebida. Yo puedo ayudarte en eso.
Extendió la mano hacia Helena, claramente esperando que ella la estrechara, pero Helena mantuvo su postura y lo miró con frialdad.
—Creo que puedo darme cuenta sola de cuáles son los indebidos, gracias —respondió con firmeza, rechazando el gesto.
El tono de Helena pareció alcanzar a Draco, cuyo rostro permaneció impasible, aunque un ligero rubor apareció en sus mejillas pálidas.
—Yo tendría cuidado, si fuera tú, Potter —dijo con calma, aunque su voz tenía un filo peligroso—. A menos que seas un poco más amable, vas a ir por el mismo camino que tus padres. Ellos tampoco sabían lo que era bueno para ellos. El rostro de Harry se tensó al escuchar las palabras. Se levantó inmediatamente, la valentía ardiendo en sus ojos, pero un leve miedo también era evidente.
Lucian, observando el giro de los acontecimientos, pensó que ya no podía mantenerse neutral. Su voz se alzó, suave pero firme, como si la gravedad de la situación estuviera claramente a su alcance.
—Será mejor que se vayan —comentó Lucian con tranquilidad, sus palabras cortantes como un filo afilado. —Ahora.
Su tono no contenía ira ni ninguna emoción visible, pero había una sensación subyacente en sus palabras. Era como si algo invisible en el aire hubiera cambiado, como si la simple mención de su orden alterara la atmósfera del compartimiento. Draco y sus compañeros intercambiaron miradas rápidas, pero ninguno de ellos se movió de inmediato. La sensación de estar siendo observados, de ser "cerrados" por algo invisible, era desconcertante, un peso que no podían explicar.
Draco se forzó a mantener su postura desafiante, pero la presión del ambiente era innegable. En lugar de responder, dio un paso hacia atrás, como si su cuerpo hubiera reaccionado más rápido que su mente. Crabbe y Goyle, por su parte, parecían totalmente desconcertados, sin saber si debían actuar o retroceder.
Tras unos segundos de lucha Draco miró a Helena y Harry por un momento, una mueca de desprecio se formó en su rostro, y luego, sin una palabra más, giró sobre sus talones y salió del compartimento, seguido por Crabbe y Goyle.
La puerta se cerró tras ellos con un golpe sordo, dejando el compartimiento en silencio.
Lucian no movió un músculo, su expresión era tan tranquila como antes. Cassandra, asintió ligeramente ante el accionar de Lucian como si todo hubiera sido perfectamente natural.
Helena, por otro lado, miró a su hermano y luego a Lucian, claramente aliviada pero también algo sorprendida por la forma en que la situación se había resuelto.
—Creo que hemos terminado con ellos —comentó Helena, su tono relajado a pesar del pequeño nerviosismo que aún flotaba en el aire.
Harry asintió, aún sentado, con una ligera sensación de incomodidad. A pesar de la rapidez con la que todo había sucedido, la presencia de Lucian, su tono calmado y autoritario, lo había dejado pensativo.
—¿Estás bien? —preguntó Helena, dirigiéndose a su hermano, notando la tensión residual.
Harry asintió, aún ligeramente incómodo, pero se dejó caer en su asiento.
—Sí, creo que sí. Gracias.
Lucian observó el paisaje que pasaba por la ventana del tren mientras una ligera brisa entraba por las rendijas. Sabía que el momento se acercaba. El sonido del tren reduciéndose, la gente comenzando a moverse y el bullicio creciente anunciaban que pronto llegarán a su destino.
—Creo que es buen momento para cambiarnos —dijo Lucian, levantándose con calma. Miró a Harry, quien lo siguió sin protestar—. Vamos, dales un poco de privacidad a las señoritas.
A medida que la estación de llegada se acercaba, una voz retumbó a lo largo del tren, interrumpiendo cualquier conversación que pudiera haberse formado.
—¡Llegaremos a Hogwarts en cinco minutos! Dejen su equipaje en el tren, se lo llevarán al colegio por separado.
El estómago de Helena y Harry se retorció en una mezcla de emoción y nerviosismo. Se miraron rápidamente, como buscando consuelo en los ojos del otro. Aunque la situación les resultaba un poco abrumadora, ver a Lucian y Cassandra tan tranquilos parecía proporcionarles algo de calma.
El tren frenó lentamente hasta detenerse por completo. La multitud de estudiantes empujó hacia las puertas, ansiosos por desembarcar. Helena tembló al sentir el frío aire nocturno. De repente, una lámpara brilló en la distancia, elevándose por encima de las cabezas de los demás estudiantes.
—¡Primer año! ¡Los de primer año, por aquí! ¿Todo bien por ahí, ustedes dos? —gritó una voz alegre que sobresalió entre la multitud.
Helena no pudo evitar sonreír al reconocer la gran figura peluda de Hagrid. Su cara llena de entusiasmo se asomaba por encima del mar de cabezas.
—¡Venid, seguidme! ¡Los de primer año, seguidme! —gritó con entusiasmo, mientras guiaba a los nuevos alumnos por un sendero estrecho.
Lucian, viendo que algunos de los estudiantes se tambaleaba y resbalaban, murmuró un hechizo, iluminando el camino frente a ellos con una luz suave pero suficiente para evitar cualquier accidente.
—En un segundo, veréis Hogwarts por primera vez —exclamó Hagrid mientras avanzaba—. Justo al doblar esta curva.
Y, en ese mismo instante, la escasa senda se abrió ante ellos, revelando un impresionante panorama. Un gran lago negro se extendía ante ellos, perfectamente tranquilo bajo el cielo estrellado, y, al fondo, en la cima de una alta colina, se alzaba el majestuoso castillo de Hogwarts, con sus torres y ventanas iluminadas que parecían brillar con vida.
El corazón de los nuevos estudiantes se aceleró al ver la escena, tan distinta a todo lo que habían conocido. Hagrid, señalando una flota de botes alineados en la orilla, les indicó que subieran.
—¡No más de cuatro por bote! —gritó—. ¡Vengan todos al agua!
Helena, Harry, Cassandra y Lucian subieron al bote que les correspondía. Todos guardaron silencio, observando el castillo mientras su pequeño bote se deslizaba suavemente por el agua, tan serena que parecía un espejo. Los reflejos del castillo en el lago aumentaban la magia del momento, sumiendo a los cuatro en una especie de reverencia silenciosa.
Poco después, desembarcaron y subieron por unos escalones de piedra, acercándose a la gran puerta de roble del castillo. El aire fresco de la noche los envolvía mientras avanzaban hacia el interior.
—¿Estáis todos aquí? —preguntó Hagrid con una sonrisa, antes de añadir—: Tú, ¿todavía tienes tu sapo?
Neville, quien había estado preocupado por haber perdido su sapo en el tren, lo encontró en el último momento, aliviando su ansiedad. Tras asegurarse de que todos estaban presentes, Hagrid levantó un gigantesco puño y golpeó tres veces la puerta del castillo, anunciando su llegada.