Capítulo: "La Pizza: El Disco Sagrado que Conquistó Paladares y Destruyó la Diplomacia Nobiliaria"
Con el éxito rotundo de mi restaurante de comida rápida, decidí que era el momento perfecto para presentar otra joya culinaria de mi mundo: la pizza. Sí, queridos lectores, esa delgada y redonda maravilla que puede ser tan sencilla como un poco de salsa y queso o una obra maestra de ingredientes. Estaba convencido de que si los nobles perdían la cabeza por el pollo frito, la pizza los haría entrar en éxtasis.
Ahora, el primer reto era sencillo pero fundamental: explicar qué era una pizza. Cuando intenté describirla, los nobles me miraron como si estuviera hablando de una reliquia arcana. Me bombardearon con preguntas.
—¿Es una tarta? —preguntó uno, frunciendo el ceño.
—¿O acaso es una especie de pastel con carne? —dijo otro, con cara de repulsión.
Pacientemente les expliqué que era una especie de pan redondo con una base de salsa de tomate, cubierta de queso derretido y, para los más atrevidos, algunos toppings.
—¿Toppings? —preguntó Lady Perfección, como si le hubiera hablado en otro idioma.
—Sí, pueden poner encima lo que quieran —respondí, tratando de mantener la calma—. Desde carne, verduras, hongos, hasta piña si se sienten aventureros.
—¿¡Piña!? —gritaron todos al unísono, horrorizados.
Intentar explicarles la "pizza con piña" fue, sin duda, un gran error. La indignación en sus rostros fue tal que Lady Inocencia casi sufre un desmayo solo de imaginarlo. Finalmente, les aseguré que la piña era opcional y, al parecer, eso los tranquilizó lo suficiente como para seguir adelante con la idea.
Con las bases sentadas, decidí que el evento de lanzamiento de la pizza tendría que ser especial, algo que hiciera temblar las costumbres de la alta sociedad de este mundo. Así que preparé una velada exclusiva, invitando a la élite, desde nobles hasta algunos guerreros y mercaderes influyentes. Hice que colocaran un letrero enorme en la entrada: "Bienvenidos a la Era de la Pizza". Si eso no lograba llamar su atención, nada lo haría.
La noche del evento, todos llegaron vestidos con sus mejores galas, como si estuvieran asistiendo a una coronación en lugar de una cena informal. El primer lote de pizzas fue servido, y la reacción fue digna de un espectáculo. Nadie podía creer que un simple "disco de masa" pudiera tener tanto sabor.
Lady Perfección, quien había sido la más escéptica, dio el primer mordisco. Y ahí, amigos, fue donde comenzó la magia. Sus ojos se abrieron de par en par, como si acabara de descubrir un secreto milenario, y luego suspiró con una mezcla de éxtasis y desesperación.
—¡Esto… esto es…! —balbuceó, incapaz de encontrar las palabras—. ¡Es como morder un trozo de cielo!
Inmediatamente, todos comenzaron a devorar sus rebanadas, y el ambiente de la velada cambió por completo. Los nobles olvidaron su etiqueta, peleándose por las rebanadas, sin importar que algunos estaban comiendo con las manos y con el queso colgando de sus bocas. Incluso Lord Pretencioso, que solía mirar todo con desdén, estaba agarrando su rebanada como si fuera el último pedazo de comida en el planeta.
Y entonces, llegó el caos. Porque claro, en mi afán de sorprenderlos, había preparado varios tipos de pizza, desde las más clásicas hasta la infame pizza con piña. Al principio, nadie se dio cuenta, hasta que uno de los nobles, al que llamaremos Lord Tradicionalista, dio un mordisco a la temida rebanada con piña.
El grito que soltó fue tan dramático que hasta los bardos habrían estado orgullosos de la teatralidad.
—¡Esto es una blasfemia! ¡Fruta en la pizza! ¿Qué clase de abominación es esta?
Inmediatamente, surgieron dos bandos: los defensores de la piña, que argumentaban que la mezcla de dulce y salado era una revelación, y los puristas de la pizza, que declararon que la piña en la pizza era una afrenta a la tradición (¿qué tradición? nadie sabía, pero estaban decididos a protegerla).
La discusión se intensificó hasta el punto en que dos nobles se retaron a un duelo en defensa de sus gustos. Uno, el defensor de la piña, levantaba su rebanada como si fuera un estandarte de guerra, mientras el otro, el purista, le lanzaba miradas asesinas.
—¡Que quede claro! —gritó el purista, blandiendo su rebanada sin piña como si fuera una espada—. ¡La pizza debe ser respetada en su pureza!
Los demás comenzaron a elegir bandos, y la situación rápidamente se convirtió en un campo de batalla culinario. Yo solo observaba desde un rincón, tratando de no reírme al ver cómo esta discusión absurda escalaba. ¿Quién iba a decir que una simple pizza con piña podría causar tanto drama?
Finalmente, intervine, pidiéndoles calma. Les expliqué que la pizza era versátil, que cada uno podía personalizarla como quisiera, que en eso radicaba su grandeza. Les dije que la verdadera belleza de la pizza estaba en su capacidad para adaptarse a los gustos de cada quien. Afortunadamente, mi discurso pareció calmar los ánimos, y los nobles aceptaron (aunque a regañadientes) que cada quien podía tener su propia versión de la pizza.
La noche continuó, y, a pesar de la batalla campal de gustos, todos se fueron satisfechos. Al día siguiente, la noticia se había esparcido por toda la ciudad. La gente hablaba del "disco sagrado de sabores", y de la "bendición celestial de la piña" o la "herejía de la fruta". Incluso surgieron rumores de que algunos nobles planeaban crear sus propios "clanes de la pizza", en defensa de sus toppings favoritos.
Así, amigos, fue como la pizza se convirtió en una leyenda en este mundo medieval. Cada quien con sus preferencias, pero todos unidos por el amor a este platillo que, sin querer, había logrado una revolución gastronómica. Claro, los nobles aún siguen discutiendo sobre la piña, y quién sabe, tal vez algún día esas diferencias se conviertan en conflictos diplomáticos.
Pero bueno, al menos yo me hice rico vendiendo pizza.