Su apuesto rostro se acercó al mío y luego colocó su mano en mi pecho y lo acarició juguetonamente. Pude oír su respiración ligeramente áspera justo al lado de mi oreja antes de que su polla penetrara de nuevo en mi interior.
—¿Estás a punto de ven otra vez, Leya? —susurró en mi oído.
—¿Leya?
Mis ojos se abrieron de par en par mientras mi coño se cerraba fuertemente alrededor de la gruesa polla al oírlo llamarme por mi apodo. Había pasado demasiado tiempo desde la última vez que me llamó así. Tanto tiempo que no estaba segura de cuántos años habían pasado. A diferencia de su apodo, mi apodo no me lo dieron mis padres, y podía contar con los dedos de una mano la cantidad de personas que me conocían y me llamaban por mi apodo. Era algo que yo valoraba mucho, así que escucharlo pronunciar mi apodo tan apasionadamente me llenaba de muchas emociones vívidas.
—Leya... —susurró seductoramente en mi oído cuando no respondí de inmediato.