(Parte 3)
La noche había caído, y me sumergí en un baño cálido, dejando que el calor aliviara la tensión acumulada en mi cuerpo. El vapor llenaba el aire, disipando, aunque solo por un momento, el dolor que aún recorría mis músculos tras el combate.
Mientras los demás preparaban una cena para celebrar la victoria, una fragilidad casi imperceptible flotaba en el ambiente. Era como si la calma en el bosque de Mythara pudiera desmoronarse en cualquier instante.
En la bañera, mis pensamientos se detuvieron en el Modo Musashi. Había sido invaluable, pero su costo era alto. Si planeaba depender de esa técnica en el futuro, tendría que entrenar más duro, fortalecer mi resistencia y superar mis límites actuales.
Un sonido suave interrumpió mis pensamientos. Desde la ventana abierta, el piano de Melodía resonaba con una armonía serena que parecía calmar incluso al bosque.
Cerré los ojos, permitiendo que aquella música me envolviera. Por primera vez en todo el día, sentí que podía dejar de lado el peso de mis preocupaciones y relajarme por completo.
—Supongo que ya es hora de salir —murmuré finalmente, soltando un suspiro.
Al llegar al comedor, me sorprendí al encontrar a Hayate y al señor Kazeharu esperándome. La atmósfera era distinta, cargada de una seriedad que me hizo detenerme por un instante.
—Lamento lo sucedido hoy, joven Haruto —dijo Hayate, inclinando la cabeza con solemnidad—. Permití que la ira me dominara, pero me doy cuenta de que aún me falta mucho por aprender.
El padre de Yuna colocó una mano firme sobre su hombro, obligándolo a hacer una reverencia más pronunciada.
—Espero que aceptes sus disculpas. Hayate aún es joven, pero no es mal muchacho. Está a tiempo de cambiar.
Asentí con respeto, inclinando ligeramente la cabeza.
—No se preocupen, acepto sus disculpas.
—Gracias por tu comprensión, Haruto —dijo Hayate antes de inclinarse una última vez y retirarse sin agregar nada más.
Cuando la puerta se cerró tras él, Kazeharu suspiró profundamente, su mirada fija en mí por un momento antes de desviar los ojos hacia la mesa.
Mientras tanto, al llegar a la base del árbol fuera de la casa, Hayate apretó su puño con tanta fuerza que sus nudillos se tornaron blancos. Sus ojos, llenos de rabia contenida, se clavaron en el tronco frente a él.
—Esto no se va a quedar así… ese humano me las va a pagar. —murmuró entre dientes, su voz cargada de ira y humillación.
Con un golpe violento al árbol, hizo que algunas hojas cayeran al suelo mientras la determinación ardía en su mirada.
—Juro que me voy a vengar…
Dentro de la casa, cuando la puerta se cerró tras Hayate, Kazeharu dejó escapar un profundo suspiro. Sus ojos, serenos pero agotados, se fijaron en mí con una mezcla de cansancio y reflexión.
—No le prestes atención. Hayate aún no sabe manejar la derrota, pero este duelo le dio mucho en qué pensar —dijo Kazeharu con un tono grave.
—No tengo problema con eso. Me he encontrado con muchos como él durante mi vida escolar —respondí, intentando restarle peso al asunto.
Hice una pausa antes de continuar, eligiendo cuidadosamente mis palabras.
—Pero si me permite decir algo, señor… espero que reconsidere lo que me dijo sobre él y Yuna. Creo que hoy quedó en claro mi punto de vista.
Kazeharu me miró en silencio por un momento, como si sopesara mis palabras. Finalmente, asintió lentamente.
—Tienes razón. Fue una decisión apresurada de mi parte. Nunca pensé que diría esto, pero sin duda, aún me queda mucho por aprender.
Sin pensarlo demasiado, dejé que mis pensamientos fluyeran.
—Sé que no soy nadie para meterme en sus asuntos familiares, pero… —hice una breve pausa, tomando aire antes de continuar—. No hay nada que odiaría más que verla triste acompañada de alguien así. Puede que solo sea su alumno, pero jamás podría aceptar que viviera una vida infeliz.
Kazeharu me observó con intensidad, como si buscara algo en mi mirada. Finalmente, su expresión se suavizó, y un leve asentimiento confirmó que mis palabras habían llegado a él.
Desde su habitación, Yuna escuchó la conversación. Su corazón latía con fuerza mientras una cálida sensación la envolvía, llevándola a colocar una mano sobre su pecho.
—Y si me lo pregunta, yo tendría cuidado con él. Tengo un mal presentimiento —dije, con el peso de mis recuerdos haciendo eco en mi voz—. He visto esa mirada antes, en personas que decían ser mis amigas… y luego me traicionaron.
Kazeharu permaneció en silencio por un momento, su expresión imperturbable mientras procesaba mis palabras.
El rostro de Ayumi, su difunta esposa, volvió a su mente, recordándole las traiciones del pasado y la necesidad de proteger a quienes aún le importaban.
—Sí, hablaremos de eso en otro momento —respondió finalmente, marcando el fin del tema. Luego, con un cambio sutil en su voz añadió.
—Tengo una misión para ustedes. Nada complicado.
—¿Una misión? —pregunté, intrigado.
—En unos días, deben dirigirse a la Confederación de Enanos de Durkheim, específicamente a la ciudad de Molgaroth. Es conocida por sus herreros y maestros artesanos.
Kazeharu colocó sobre la mesa una piedra verde brillante junto a una bolsa de monedas.
—Esto es una piedra de Aeresita de alta pureza —explicó, señalándola con un gesto seguro.
—¡Qué piedra tan bella, parece una gema, Kizu! —exclamó Kizuna, revoloteando emocionada alrededor de la mesa—. ¡Mira, parece que una ráfaga de viento se mueve en su interior!
Kazeharu asintió ligeramente, ignorando el entusiasmo de Kizuna, y continuó:
—Deben buscar a una enana llamada Thalindra, una maestra artesana. Ella podrá incrustar esta piedra en la Elven Sword de Yuna, despertando todo su potencial elemental.
El padre de Yuna observó la piedra de Aeresita con seriedad, sus ojos reflejando la importancia de la misión.
—Dicen que Thalindra no es solo una maestra artesana, es alguien que valora la perfección por encima de todo. Tendrán que demostrarle que son dignos de su tiempo.
Hizo una pausa antes de añadir:
—Es necesario potenciar sus armas en Molgaroth antes de comenzar los encargos de la señorita Cherri aquí en Mythara. Necesitaremos toda la ayuda posible.
La mención de los enanos hizo que mi imaginación volara. Visualicé a Thalindra como una pequeña "loli" en una forja diminuta, con un delantal demasiado grande, manchas de hollín en las mejillas y una expresión de concentración absoluta mientras trabajaba.
"Onii-chan, ¿me alcanzas esa pinza? Es que no llego…" imaginé que decía con una voz tierna, mientras señalaba con sus diminutas manos una herramienta en un estante demasiado alto.
El pensamiento casi me hizo soltar una carcajada, pero la mirada firme de Kazeharu me devolvió a la realidad.
—¡Ejem! ¿Me estás prestando atención? —preguntó, su tono cortante arrancándome bruscamente de mi absurdo pero entretenido pensamiento.
—Sí, disculpe. Mi mente se fue volando mientras pensaba en la ciudad de los enanos —admití, rascándome la nuca con una sonrisa avergonzada.
El elfo dejó escapar un suspiro profundo y se llevó una mano al rostro, como si la situación fuera demasiado para él.
—No puedo creer que mi hija sea amiga de este muchacho… ¿En qué te he fallado, diosa Mizuki? —murmuró, presionándose la frente con teatral desesperación mientras sacudía la cabeza, como si quisiera borrar esa idea de su mente.
Kizuna, ignorando por completo al señor Kazeharu, voló hacia mí con entusiasmo desbordante.
—¡Qué bien! ¡Una nueva aventura! ¡Me pregunto qué tipo de comida tendrán! ¡Ya quiero partir hacia Molgaroth, Kizu! —exclamó, batiendo sus pequeñas alas mientras revoloteaba alrededor de la mesa, sus ojos brillando de emoción.
—Sin duda será toda una aventura. Me emociona descubrir qué hay más allá del bosque —dijo Yuna, acercándose a la mesa con una sonrisa tranquila que irradiaba confianza.
—Yo también voy con ustedes. No puedo dejar a Yuna sola con un desalineado como Haruto —dijo Melodía, entrando desde el balcón con aires de grandeza, mientras agitaba ligeramente su cabello.
—Además, necesito ir de compras —añadió con una gran sonrisa, su tono dejaba en claro que aquello era casi tan importante como la misión misma.
Simo se posó en mi hombro, observándome con determinación. Era claro que aquel pequeño cuervo también estaba emocionado por lo que nos esperaba.
—¡No puedo esperar a descubrir qué aventuras nos depara el futuro, Kizu! ¡Seguro que, juntos, serán las mejores! —exclamó Kizuna, girando en el aire con su habitual entusiasmo, llenando la sala de energía.
Todos alzamos nuestras jarras de madera, asintiendo con una sonrisa ante las palabras de Kizuna. Las chocamos con fuerza, mientras las risas llenaban el aire en señal de celebración.
Mientras las risas llenaban el comedor, no pude evitar que algunas preguntas cruzaran por mi mente. ¿Cómo sería Molgaroth? ¿Qué tipo de ciudad encontraríamos? Pero, sobre todo, ¿qué tan exigente sería Thalindra?
Sacudí la cabeza, dejando esas dudas para otro momento. Ahora era tiempo de disfrutar.
Kizuna, con los ojos brillando de curiosidad, miraba atentamente el banquete que habían preparado los Kazeharu para celebrar este momento.
—¿Cómo será la comida típica de Durkheim, Kizu? —preguntó, inclinando la cabeza como si ya estuviera imaginando los platillos.
—¡Espero que los enanos tengan postres increíbles, Kizu! ¿Te imaginas un pastel con forma de martillo gigante? —añadió, su voz llena de emoción mientras giraba en el aire.
Melodía dejó escapar un largo suspiro, llevándose una mano a la frente.
—¿Comida? ¿Postres? ¿Eso es todo lo que te preocupa?
—Bueno, alguien tiene que asegurarse de que no pasemos hambre, ¡Kizu! —replicó Kizuna, con una sonrisa que la hacía parecer más traviesa que nunca.
—Y yo me por las compras en Molgaroth —añadió Melodía, esta vez con una sonrisa que mezclaba picardía y emoción.
—No olvidemos que vamos allí a trabajar —intervino Yuna, su tono tranquilo contrastando con el entusiasmo de las demás, aunque su sonrisa delataba que también compartía la emoción.
—Prometamos algo antes de partir —dijo Yuna, levantando su jarra—. Que enfrentaremos cualquier cosa juntos.
—Eso ni se pregunta —respondí con una sonrisa, alzando la mía.
—¡Por supuesto! ¡Siempre juntos, Kizu! —añadió Kizuna, girando con entusiasmo en el aire.
Las jarras chocaron una vez más, y por un instante, sentí que este era el lugar al que siempre había pertenecido.
Simo desde mi hombro me observaba con determinación, sus pequeños ojos brillando con una seguridad que parecía decir: "Estoy listo para lo que venga."
Hace unas semanas, no habría imaginado nada de esto. Para mí, las personas eran obstáculos, y confiar en alguien más parecía imposible. Pero ahora, rodeado de amigos que me habían mostrado que no estaba solo, todo se veía diferente.
Yuna me enseñó a confiar en alguien de nuevo. Melodía me recordó que la perfección no viene del talento, sino del trabajo duro y el esfuerzo constante. Y Kizuna… bueno, ella hacía que incluso los días más complicados fueran más brillante.
Tomé aire y, sin pensarlo mucho, dejé que las palabras salieran.
—No sé si se los he dicho antes, pero… gracias. A todos ustedes.
Yuna, Melodía e incluso Kizuna se detuvieron por un instante, sorprendidas por mis palabras.
—No es nada. Después de todo, ¿qué harías sin nosotras? —respondió Melodía, fingiendo desdén mientras se cruzaba de brazos, aunque su sonrisa la traicionaba.
—Prometí que te guiaría por el buen camino, y eso haré —dijo Yuna, con una sonrisa cálida que irradiaba seguridad.
—Yo soy tu inseparable compañera, Kizu. Si alguna vez estás decaído, siempre trataré de animarte, ¡Kizu! —exclamó Kizuna, dando vueltas en el aire con entusiasmo.
Olivia, quien había estado escuchando desde su sala de control, me habló mentalmente con su habitual tono mecánico.
—¡Confirmación! Estoy agradecida de poder ayudar al amo. Tanto Kizuna como yo existimos gracias a ti, así que siempre estaremos aquí para apoyarte.
Sus palabras me llenaron de una calidez que no había sentido en mucho tiempo. Me di cuenta de que más que un grupo, éramos como una familia.
Todavía no entendía por qué Mizuki me había traído a este mundo, pero ahora sabía una cosa con certeza, estaba profundamente agradecido.
Por un instante, un recuerdo fugaz atravesó mi mente, tan breve como distante, pero cargado de emociones.
"Espero que tú también estés bien. Lamento no poder estar ahí para ti."
Sacudí la cabeza ligeramente, dejando que el pensamiento se desvaneciera mientras volvía a enfocarme en el presente.
"Es hora de seguir adelante y dejar atrás el pasado," pensé, mientras una sonrisa sincera se dibujaba en mi rostro.
No sé qué nos deparará el futuro, pero con ellos a mi lado, estoy seguro de que cada paso será una aventura digna de ser vivida.