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Chapter 25 - Prólogo: El Fuego de una Artesana

Molgaroth la ciudad que nunca duerme.

La ciudad de los enanos se alzaba orgullosa en las alturas de la cordillera Valdurn, rodeada de imponentes picos nevados que parecían tocar el cielo.

Su arquitectura, esculpida directamente en la roca, combinaba la majestuosidad de un reino ancestral con la funcionalidad práctica de una cultura forjada en el acero.

Durante los inviernos, Molgaroth se transformaba en un mar blanco, cubierto por un manto perpetuo de nieve.

En primavera, aunque la nevada se volvía menos intensa, la nieve seguía cubriendo las alturas, dejando al descubierto solo algunos rastros de la imponente fuerza de las montañas.

Las calles, normalmente llenas de vida, dormían tranquilas a esta hora. Comerciantes ofrecían armas, joyas y artefactos mágicos en mercados bulliciosos durante el día, mientras herreros y artesanos trabajaban sin descanso, creando maravillas que atraían a aventureros de todo el continente.

En el corazón de la ciudad, una forja brillaba con la luz anaranjada de un fuego eterno.

Allí, Thalindra trabajaba con precisión casi obsesiva. El martilleo constante sobre el metal resonaba en la quietud de la noche, un sonido que se mezclaba con el crepitar del fuego, como si la propia ciudad latiera con ella.

Con un gruñido frustrado, Thalindra dejó caer el martillo y observó la pieza que había estado moldeando durante horas. Su mirada se endureció al ver que, una vez más, no estaba a la altura de las espadas que su abuelo había forjado.

—¡Por los ancestros! —exclamó, lanzando la pieza defectuosa al cubo de chatarra. El sonido metálico retumbó en el taller, pero no hizo nada para calmar la furia que ardía en su interior.

Su mirada se dirigió hacia su mesa de trabajo, donde descansaban los "Guanteletes Elementales". Incompletos y envueltos en un aire de impotencia, cada detalle representaba tanto su orgullo como su fracaso.

El metal, forjado con precisión impecable, parecía capaz de resistir incluso el fuego más voraz. Las runas grabadas pulsaban débilmente, listas para canalizar energía elemental. Pero faltaba lo esencial: la "Umbranita".

Un mineral tan raro que muchos lo consideraban un mito. Su característico tono púrpura profundo reflejaba la esencia de la magia oscura que contenía, y solo en el Imperio de Netheria, podía encontrarse en cantidades significativas.

Ella lo sabía mejor que nadie. Había pasado años siguiendo rumores, tratando con comerciantes que vendían promesas vacías y evaluando muestras que no cumplían con sus estándares.

La Umbranita que necesitaba debía ser perfecta, tanto en tamaño como en calidad, para dar vida a su obra.

—¿De qué sirve todo este talento si no puedo completar ni un solo invento decente? —murmuró, dejando caer su peso en un banco cercano.

Con una mezcla de reverencia y rabia contenida, acarició las runas de los guanteletes.

Cada surco parecía susurrarle los nombres de sus ancestros, recordándole el peso del legado de los Terrafist: una familia legendaria cuyos forjadores habían creado las armas de héroes inmortales.

Rendirse no era una opción, pero la carga que llevaba se hacía más pesada con cada día que pasaba.

Fue entonces cuando recordó un rumor que había escuchado en la taberna. Entre los balbuceos de los borrachos, alguien mencionó la llegada de un grupo de aventureros a la ciudad. Según decían, uno de ellos llevaba consigo un cuervo blanco.

—Los cuervos son el símbolo de Netheria… Quizás ellos sepan cómo conseguir lo que busco.

Era solo un rumor, pero para Thalindra, esa chispa era suficiente.

Se puso de pie, sus pensamientos ya trazando un plan mientras sentía cómo su determinación volvía a encenderse. El fuego de la forja se reflejaba en sus ojos carmesí, brillando con la misma intensidad que su resolución.

Agarró su martillo con fuerza, dejando que el calor familiar de su mango le recordara que su lucha aún no había terminado.

—Más les vale cooperar. Y si no… —dijo con una sonrisa que no alcanzaba a ser amable, mientras alzaba el martillo con facilidad—. Creo que mi martillo todavía sabe hablar por mí.

El sonido del metal llenó el taller una vez más, un eco que resonó como una declaración de guerra.

En algún lugar de Molgaroth…

El destino comenzaba a moverse. Un humano torpe, una elfa del viento, una elfa de luz y un cuervo blanco estaban a punto de cruzarse con una enana cuyo fuego no conocía límites.