Parte 1
Tras días de caminata, el viento fresco acariciaba el rostro de Haruto mientras el grupo se acercaba a Stonehollow, la primera gran ciudad en el límite de Mythara, territorio de los elfos de luz.
Los árboles altos comenzaron a dar paso a un paisaje abierto, donde la arquitectura élfica surgía majestuosa como un eco de tiempos antiguos.
Stonehollow se alzaba imponente, un poema en mármol y cristal. Sus altas torres brillaban bajo el sol de la tarde, proyectando un aura de magia y perfección.
—Es más impresionante de lo que imaginaba —dijo Haruto, con los ojos llenos de asombro.
A la distancia, los centinelas élficos bloqueaban el paso con presencia imponente. Sus armaduras, bañadas en luz plateada, reflejaban la maestría de los artesanos. Aunque sus lanzas parecían ceremoniales, sus posturas rígidas transmitían autoridad.
Uno de ellos avanzó, estudiando al grupo con seriedad.
—Identifíquense —ordenó con voz firme.
Yuna dio un paso al frente.
—Soy Yuna Kazeharu, de la tribu Aeris. Ella es Melodía Luminis y viajamos hacia la Confederación de Durkheim en una misión.
El guardia asintió, pero su atención se centró en Haruto.
—¿Y el humano?
—Haruto Kibou, un aventurero que nos acompaña en esta misión —respondió Yuna, con un tono calmado, pero firme.
El centinela frunció el ceño, recorriendo con la mirada a Haruto como si intentara descifrarlo.
—¿Sería tan amable de mostrarme su pase? —preguntó con un tono firme e implacable.
Yuna avanzó con serenidad.
—No tiene pase, es una situación especial y está bajo mi responsabilidad —respondió con calma.
El guardia alzó una ceja, insatisfecho.
—Sin un pase emitido por los elfos del gremio, cualquier humano en Mythara es considerado un invasor. Esas son las reglas. ¡Guardias!
—Entiendo las reglas —dijo Yuna, inclinando ligeramente la cabeza—, pero insisto: el está a mi cargo así que yo responderé por él.
El centinela evaluó sus palabras mientras los murmullos de sus compañeros y las miradas despectivas recaían sobre Haruto.
Melodía, hasta entonces en silencio, avanzó con la gracia de su linaje y una sonrisa que irradiaba autoridad.
—¿Acaso no reconoces a la hija de Aurelius Luminis? ¿O es que tu memoria te falla?
Los guardias intercambiaron miradas incómodas.
—No hemos recibido ninguna notificación sobre su visita, señorita —respondió uno, intentando mantener la compostura.
Melodía soltó un suspiro teatral, cruzando los brazos.
—¿En serio? ¿Ni siquiera tienen un registro actualizado? Esto es ridículo.
—El procedimiento es estándar, señorita. Y el humano está incumpliendo las normas de Mythara, no podemos hacer excepciones —insistió el centinela.
El silencio que siguió fue denso. Finalmente, el guardia concluyó:
—Por seguridad, será puesto en custodia. Necesitamos verificar su identidad. Usaremos esposas de Nulite mientras tanto.
Las palabras cayeron como una sentencia. Yuna entrecerró los ojos, apretando sus puños levemente.
—Eso no será necesario. Como hija del líder de la tribu Aeris me hago completamente responsable de él.
El centinela negó con frialdad.
—Las leyes son claras. Ustedes dos pueden cruzar, pero el humano será detenido.
La tensión creció. Melodía, visiblemente furiosa, avanzó con determinación.
—¡Esto es indignante! ¡Exijo hablar con Caelum Solis ahora mismo!
—Lo siento, pero el señor Solis no está disponible —respondió el guardia, sin inmutarse.
—¿No sabes con quién estás hablando? Soy Melodía Luminis, embajadora de la tribu Lumaris. Esto es indignante.
—Vuelvo a repetirlo, no hay registro de ninguna visita de la familia Luminis —respondió el centinela con calma, pero sin ceder.
Antes de que Melodía pudiera replicar, Haruto alzó las manos, buscando calmar la situación.
—Está bien, está bien. No quiero causar más problemas. Aceptaré.
—¡Haruto! —exclamó Yuna, girándose hacia él con una mirada severa.
Haruto sonrió débilmente.
—Yuna, si seguimos con esto no iremos a ninguna parte, así que no te preocupes. Estaré bien.
El centinela hizo un gesto, y uno de sus compañeros sacó un par de esposas, frías al tacto. Al colocárselas, Haruto sintió cómo algo dentro de él se desconectaba del entorno, dejando un vacío extraño.
"Solo debo aguantar," pensó, mientras obligaba a sus labios a formar una sonrisa. Las dudas se enredaban en su mente como raíces, cuestionando su lugar en este mundo.
—Estas esposas anulan por completo la magia y reducen la fuerza física. Es un procedimiento estándar —dijo el centinela, cerrándolas con un clic que sonó como una sentencia definitiva.
Yuna observaba en silencio, sus puños temblando de contención, mientras Melodía fruncía el ceño, cruzando los brazos con visible frustración.
—Esto es absurdo, personalmente me encargare que los manden de nuevo a la academia —murmuró entre dientes.
Haruto, en un intento por aliviar la tensión, comentó…
—¿Esto pasa siempre que alguien intenta entrar?
—Solo si ese alguien es un humano sin pase —respondió Yuna, con un tono que no logró ocultar su incomodidad.
El centinela, satisfecho, indicó con un gesto que avanzaran.
—Serán escoltados hasta el registro. Si todo está en orden, podrán continuar su camino —indicó el centinela.
Yuna suspiró mientras el grupo comenzaba a avanzar, rodeado por los guardias, cuyos pasos resonaban con una vigilancia firme.
—En estos momentos, te ven como un invasor del bosque que se infiltró ilegalmente —murmuró, sin apartar la mirada de los centinelas.
Melodía, con su característico tono incisivo, agregó…
—Y con esa ropa, sorprende que no te hayan confundido con un mercenario. Definitivamente iremos de compras.
Haruto esbozó una leve sonrisa, aunque no pudo evitar sentir que su orgullo había recibido un golpe.
El grupo avanzaba, escoltado como si se tratara de criminales peligrosos. Las miradas de los elfos de luz en las calles, llenas de desdén y curiosidad, los seguían de cerca.
Stonehollow, con sus torres elegantes y calles de mármol pulido, reflejaba la perfección y exclusividad de los elfos de luz. Pero para Haruto, no era más que un recordatorio de lo fuera de lugar que estaba.
Las miradas de los transeúntes eran elocuentes: desconfianza, juicio, y en algunos casos, desprecio. Incluso algunos cuchicheaban entre ellos, como si creyeran que había manipulado a las elfas.
Sin embargo, no toda la atención recaía en él. Simo, con sus ojos penetrantes y plumaje inmaculado, atraía miradas aún más inquietas. Para muchos, su sola presencia era un mal augurio.
—Es oficial —susurró Haruto, esquivando la mirada de un comerciante—. Aquí me odian más que en mi vieja escuela.
Melodía lanzó una risa ligera, sin dejar de observar a los elfos que cuchicheaban.
—No te preocupes. Al menos están hablando de ti. Quizá te conviertas en leyenda... aunque por las razones equivocadas.
Haruto asintió con una sonrisa débil, pero el peso de las miradas seguía haciéndolo sentir incómodo.
Finalmente, llegaron al gremio de aventureros, un edificio imponente decorado con vitrales y runas mágicas. El letrero en la entrada brillaba suavemente, aunque la presencia de los guardias no pasó desapercibida para nadie.
Al entrar, los pasos del grupo resonaron en el ambiente. Las conversaciones se detuvieron abruptamente, y todas las miradas se posaron en ellos.
Detrás del mostrador, una elfa de apariencia impecable levantó la vista. Su cabello dorado caía como cascadas perfectas sobre sus hombros, y sus ojos como dos perlas del oceano brillaban con curiosidad.
—Buenos días, jóvenes. Mi nombre es Ludmila. ¿En qué puedo ayudarlos? —dijo con una sonrisa profesional, aunque la tensión en el aire era palpable.
Uno de los centinelas avanzó, inclinando ligeramente la cabeza hacia Ludmila.
—Buenos días. Queremos evaluar a este humano. Afirma ser aventurero, pero no tiene una placa de estado ni un pase para Mythara.
Ludmila alzó una ceja, manteniendo la sonrisa, pero dejando entrever un leve aire de exasperación.
—Oh, qué sorpresa. Otro mercenario o esclavista infiltrado —comentó Ludmila, con un tono neutro que apenas ocultaba una pizca de ironía. Sin embargo, no mostró más interés y, con un movimiento tranquilo, se giró hacia una estantería lateral, como si la situación no mereciera más atención.
—Denme un momento mientras busco la tabla de evaluación.
El grupo quedó bajo las miradas inquisitivas de los aventureros presentes, cuyos murmullos no tardaron en llenarse de juicios.
—¿Tabla de evaluación? —murmuró Haruto, mirando a Yuna con incredulidad.
—Con las esposas de Nulite no puedes acceder a tu panel de estado. La tabla lo revela todo por ti —explicó Yuna en un tono bajo.
Antes de que Haruto pudiera responder, Ludmila regresó con un artefacto rectangular de madera oscura, finamente trabajado y con una piedra luminosa incrustada que emitía un tenue brillo.
—Coloca tu mano aquí —ordenó, colocándolo sobre el mostrador con precisión casi ritual.
Haruto intercambió una mirada con sus compañeras. Melodía le devolvió una sonrisa ligera, casi burlona, mientras Simo soltaba un graznido que no ayudaba a calmar sus nervios.
—De acuerdo —dijo con resignación, colocando la mano sobre la tabla.
Un destello llenó la habitación, captando la atención de todos los presentes. Ludmila inclinó la cabeza para leer los datos que aparecían en el cristal, mientras las miradas se volvían más inquisitivas. Su expresión, normalmente serena, se torció con desconcierto.
—Esto es... peculiar —murmuró, lo suficientemente alto como para ser escuchada.
Haruto sintió cómo su corazón se aceleraba mientras los murmullos crecían a su alrededor.
—Podemos explicarlo... —empezó Yuna, pero Ludmila levantó una mano, concentrada en los datos:
—Nombre: Haruto Kibou.
—Raza: Humano.
—Profesión: Desconocida.
—Nivel: 20.
—Estadísticas: Rango "F".
—Habilidades: Desconocidas.
—Afinidad elemental: Desconocida.
Un silencio cargado siguió al informe. Ludmila levantó la vista, claramente desconcertada.
—¿Nivel 20, rango "F" sin habilidades, profesión ni afinidad elemental? Esto no tiene precedentes.
Los murmullos se intensificaron…
—"Si no tiene pase, ¿cómo llegó aquí?"
—"Ese cuervo... seguro es un mal presagio."
—"Debe haber hecho un trato con demonios."
Él sintió el peso de cada comentario como un recordatorio de su condición de forastero. Los murmullos eran más difíciles de ignorar que las miradas despectivas.
Ludmila se dirigió al grupo con seriedad.
—¿Cómo llegó alguien con un registro tan... inusual hasta aquí?
—Bueno, verá... —empezó Yuna, intentando sonar tranquila, pero el centinela la interrumpió con firmeza.
—El humano será llevado al calabozo mientras investigamos.
El centinela extendió una mano hacia Ludmila.
—Necesito un pergamino con los datos.
Ludmila asintió y comenzó a preparar el documento, aunque su rostro reflejaba una creciente incomodidad. Mientras escribía, su ceño permanecía fruncido.
Esto no tiene sentido. Nivel 20 sin afinidad... nunca había visto alguien así, debe estar ocultando sus verdaderas estadísticas de algún modo.
Sin prestar atención a su desconcierto, el centinela giró hacia las elfas.
—Ustedes pueden continuar su camino. El humano queda bajo custodia hasta que se resuelva su situación.
—¡Esto es una exageración! —protestó Yuna, dando un paso al frente.
—¡Es un abuso de autoridad! —exclamó Melodía, su indignación evidente.
Las protestas de Yuna y Melodía resonaron en el gremio, atrayendo las miradas de todos. La tensión aumentaba con cada segundo, pero el centinela permanecía inmutable.
—El humano será detenido por infiltración. Si tienen quejas, acudan a las autoridades.
Melodía golpeó el mostrador con fuerza, su paciencia se había esfumado.
—¡Esto es inaceptable!
Las miradas se volvieron hacia ella, pero su determinación era inquebrantable. Se giró hacia Yuna, colocando una mano en su hombro.
—No te preocupes, yo me encargo —dijo con un tono severo, pero tranquilizador.
Luego miró a Haruto, con una mezcla de irritación y resolución.
—Y tú, no te metas en más problemas mientras arreglo este desastre.
Sin más, salió del gremio. Sabía que necesitaría recurrir a Caelum Solis, un viejo amigo de su padre, pero también entendía que incluso él debía actuar dentro de las estrictas reglas de Mythara.
Haruto observó cómo Melodía salía, sintiendo una mezcla de confusión y resignación. Su capacidad para tomar control de la situación era algo que admiraba, pero también le hacía cuestionarse su propia pasividad.
¿Había sido demasiado complaciente otra vez? A pesar de sus dudas, sabía que lo correcto era confiar en ellas, incluso si eso significaba aceptar su propia vulnerabilidad.
—Sí, bueno... —dijo el centinela, interrumpiendo sus pensamientos mientras lo empujaba hacia la salida—. Al calabozo.
Yuna sintió un nudo en el estómago, pero entendía que insistir solo empeoraría las cosas. La mirada de Haruto, llena de resignación, pero también de confianza, la desarmaba más que cualquier acusación.
"Esto no puede estar pasando. Si Mizuki se entera..." pensó Yuna, intentando contener su frustración.
En silencio, los guardias escoltaron a Haruto, sus pasos firmes resonando como un eco de la sentencia. Las miradas despectivas y curiosas de los aventureros lo seguían, una carga invisible que Haruto soportaba en silencio.
Con un suspiro, evitó mirar hacia atrás. El peso de las esposas de Nulite era insignificante comparado con la tristeza que emanaba de Yuna.
—No te preocupes —dijo con una sonrisa forzada mientras los guardias lo empujaban—. Confío en Melodía. Esto se resolverá... de alguna forma.