Parte 2
Una vez adentro del anfiteatro, quedé frente a la gran mesa redonda junto con un gran grupo de elfos, cada uno tenía dos asistentes a sus espaldas.
A mi derecha, estaban sentadas dos elfas junto a Melodía. Una de ellas tenía un cabello rojizo intenso y una expresión decidida, mientras que la otra parecía más delicada, con un cabello celeste vibrante que reflejaba suavidad.
Al lazo izquierdo la mesa estaba el señor Kazeharu y otro elfo de complexión robusta, de cabello castaño, con el porte y aspecto de alguien acostumbrado al trabajo agrícola.
En el centro de la mesa, una gran silla vacía, blanca e imponente, destacaba entre las demás, claramente reservada para alguien especial.
De pronto, unos pasos resonaron en el silencioso auditorio, y desde las escaleras al costado, emergió una figura que parecía irradiar belleza con cada paso.
Detrás de ella, una suave estela de pétalos de sakura flotaba en el aire, realzando la magia de su presencia.
Vestía un hermoso vestido color rosa que combinaba con sus ojos y su largo cabello que ondeaba al ritmo de la brisa.
Todos parecieron hechizados, inclinando la cabeza en señal de respeto.
Sin dudar, también me arrodillé como un caballero frente a la realeza, queriendo mostrar mi respeto ante aquella figura imponente.
—Gracias a todos por honrarnos con su presencia en esta hermosa tarde de primavera —dijo aquella figura.
—Levántese, joven Kibou. Mi nombre es Cherri, la protectora de Mythara. Y ellos son los representantes de cada una de las tribus que lo habitan.
—Es un honor poder encontrarme frente a ustedes —dije, colocando una mano sobre mi corazón.
—Puedo ver que eres alguien con buenos modales. Eso habla bien de ti.
—Me gustaría que se presentaran ante este muchacho para comenzar.
El elfo de cabello castaño se levantó primero.
—Creo que empezaré yo. Mi nombre es Terram Gaiaus, lider de la tribu Terranis.
—Soy un elfo de tierra. Nosotros somos los guardianes de la flora y fauna. También nos dedicamos a los cultivos —dijo con orgullo antes de sentarse.
La elfa de cabello celeste se levantó con timidez.
—Mi... mi nombre es Eleonor Abiel, líder de la tribu Ondaris.
—Soy una elfa de agua. Nosotros nos encargamos de la purificación de los lagos y la barrera mágica.
—Somos una tribu de sanadores —dijo con un leve temblor en la voz, como un cachorro asustado.
Eleonor se sentó nuevamente, y el siguiente en levantarse fue el señor Kazeharu.
—Mi nombre es Zephyrus Kazeharu, aunque ya lo sabes, soy el líder de la tribu Aeris.
—Nuestra tribu se encarga de vigilar y mantener el control dentro del bosque de Mythara. Somos una tribu de centinelas y exploradores de avanzada, expertos en el arco y la espada —dijo con firmeza en cada palabra.
A continuación, se levantó la elfa de aspecto intimidante.
—Mi nombre es Ignaria Flames, flacucho —dijo, mirándome de arriba abajo con una mezcla de diversión y desafío—. Deberías entrenar un poco y ganar músculo, ¿sabes?
—Soy la líder de la enérgica y orgullosa tribu Ignaris.
—Como podrás notar, soy una elfa de fuego.
—Nuestra tribu es experta en el combate cuerpo a cuerpo y el manejo de la espada de doble filo. Somos la fuerza de choque de Mythara y nos dedicamos a proteger las fronteras contra los humanos y otros invasores indeseados —añadió, con un tono firme y una mirada intensa.
Ignaria se sentó, satisfecha con su breve presentación.
Por último, desplegando toda su elegancia y belleza, se levantó Melodía.
—Mi nombre es Melodía Luminis, hija del líder Aurelius Luminis, quien lamenta no poder asistir en persona —dijo con una voz clara y segura—.
—Estoy aquí en su representación como embajadora.
—Soy una elfa de luz. La tribu de los Lumaris se dedica principalmente al comercio. Gobernamos las ciudades comerciales en las fronteras.
—También somos artistas y expertos en magia musical, lo que nos permite ofrecer apoyo mágico y logístico en batalla. —explicó con gracia, irradiando una formalidad que la hacía parecer completamente distinta a la persona que había conocido antes.
Melodía tomó asiento con la misma elegancia con la que se había levantado, y el ambiente del lugar quedó envuelto en una expectante calma.
—Mi nombre es Haruto Kibou; vengo de un lugar llamado Japón, y aún estoy muy confundido sobre el porqué de mi presencia aquí... no me considero alguien especial.
Cherri esbozó una leve sonrisa.
—Ya me lo imaginaba, Haruto.
—Cuando era apenas una semilla, alguien muy parecido a ti me plantó en este suelo hace miles de años, infundiendo su magia.
—Fue él quien trajo los primeros cerezos a Celestaris…
Todos reaccionaron con expresiones de sorpresa.
—Lamento interrumpir, Lady Cherri —dijo el padre de Yuna—, pero quería informarles que este joven posee la habilidad "Bendición de la Luna". Solo conozco a una persona en todo Mythara que tiene esa misma habilidad…
—Sí, lo confirmé al revisar su estatus —respondió ella.
Un murmullo se esparció entre los elfos.
—Eso significa que es un enviado de Mizuki… Algo debe estar desequilibrado en este mundo.
—Ahora que lo mencionan —intervino Gaius—, llevamos años intentando capturar a un semi-humano de origen desconocido en el bosque. Cada tanto, ataca a los animales, y hasta ahora, no hemos podido rastrearlo.
—Es cierto —dijo Lady Cherri—. Yo tampoco he podido detectarlo, y lo mismo ocurre en la mazmorra de nivel 3; cada grupo de aventureros que entra, desaparece sin dejar rastro…
Melodía se puso pensativa y, tras unos momentos, compartió lo que había estado reteniendo:
—Últimamente en la ciudad de Veredel se escuchan rumores sobre desapariciones misteriosas. Dicen que los demonios están detrás de esto… Puede que su ejército esté empezando a moverse.
—La señorita Yuna Kazeharu también mencionó haber visto a un asesino de Netheria merodeando el bosque, y nadie pudo detectarlo —añadió, lanzándome una mirada preocupada.
—Ahora que lo mencionas, hace poco detuvimos una incursión —intervino Ignaria, con una sonrisa de orgullo—. Esos ingenuos humanos pensaron que podrían atravesar nuestras fronteras.
—Ya veo… todos los actores se mueven en las sombras —dijo Cherri, mirando pensativa a su alrededor.
—Joven Haruto, ¿qué piensa de todo esto?
No sabía bien qué decir, pero sentía que todo apuntaba al típico escenario de tener que enfrentar a un rey demonio, con poderes inesperados apareciendo de repente.
—Sé que soy nuevo aquí, y no me considero especial, mucho menos poderoso —respondí, respirando hondo—.
—No tengo habilidades extraordinarias, pero hay algo que sí sé con certeza: quiero ayudar a proteger este bosque. La señorita Yuna, el señor Kazeharu y la joven Melodía me han hecho sentir la calidez de este lugar y su gente.
Incliné la cabeza en señal de respeto, decidido.
—Haré todo lo posible por serles útil en lo que pueda —dije, con una reverencia profunda.
—Bueno, creo que eso será todo por ahora —dijo Cherri, desempolvándose las manos con una sonrisa—.
—Esperamos ansiosos tu colaboración. Demuestra con tus acciones por qué Mizuki te ha traído a este bosque.
—¿Qué opinan los demás? —preguntó, mirando alrededor.
Todos los presentes asintieron en silencio, mostrando su aprobación sin añadir palabras.
—Bien, sin más preámbulos, yo, Cherri, junto a los elfos elementales, te damos la bienvenida al bosque de Mythara y te consideramos uno de los nuestros.
Sinceramente, no sabía cómo reaccionar, pero sentí un gran alivio y gratitud.
—Agradezco su confianza y me gustaría que me guiaran por el buen camino. Pondré todo mi esfuerzo para ayudar a que Mythara sea un lugar aún mejor —dije, arrodillándome con respeto ante todos los presentes.
Todos se levantaron y aplaudieron antes de comenzar a saludarse y conversar animadamente. La señorita Cherri se acercó a mí y me dio un último saludo antes de retirarse.
—Kazeharu, te encargo al muchacho —dijo, lanzándole una última mirada seria antes de irse. El padre de Yuna simplemente asintió.
Ignaria se acercó y me dio una fuerte palmada en la espalda.
—Si necesitas entrenar ese cuerpo debilucho, no dudes en llamarme. Estaré aquí cada mañana, antes de que el sol asome —dijo con una sonrisa y se retiró, recordándome a esos entrenadores apasionados.
—No le hagas caso, siempre tan enérgica —rió Terram—. Si necesitas algo bueno para comer, puedes visitar nuestra aldea. Claro, te cobraremos, ¡pero será de calidad! —añadió, con una risa amistosa.
—Ta-también puede visitarnos cuando guste, joven Haruto —dijo Eleonor, la elfa del agua, haciendo una pequeña reverencia antes de alejarse con algo de nerviosismo.
El padre de Yuna se acercó junto a sus escoltas y me miró con seriedad.
—Nos vemos más tarde en casa. No llegues tarde… y ten cuidado con mi hija; aún no olvido lo de esta mañana —dijo, apretándome el hombro levemente, haciéndome estremecer.
Después de que el señor Kazeharu se despidió, apareció Melodía, quien había terminado de hablar con sus asistentes y parecía lista para marcharse.
—Si no les importa, iré con ustedes. No puedo dejar a Yuna a solas con un salvaje —dijo, volviendo a su actitud habitual.
—¡Siempre eres bienvenida en casa! —respondió Yuna con calidez, sonriendo a su amiga.
Esa noche, tuvimos una cena tranquila en la casa de Yuna. El ambiente estaba relajado, y el padre de Yuna incluso parecía menos estricto, dedicándonos miradas menos severas mientras Melodía contaba algunas anécdotas de sus días.
Kizuna y Simo también disfrutaban del banquete, ocupando sus pequeños platos como si fueran verdaderos comensales de gala.
Al terminar de cenar, Melodía se levantó y, tras una breve pausa, se dirigió a Yuna.
—Si no les molesta, ¿podría usar la terraza? Me gustaría no perder mis hábitos —dijo con un tono calmado y respetuoso.
—Por supuesto, esta también es tu casa. Si quieres usar el piano, adelante, no te contengas —dijo Yuna con una sonrisa.
Melodía asintió agradecida, y al abrir la puerta del balcón, se dirigió hacia la terraza de los Kazeharu.
—Dime, Yuna, ¿Por qué tienen un piano en la terraza? —pregunté, sorprendido.
Yuna soltó una risa inocente.
—Eres muy simpático Haruto. Ese piano está ahí solo para ella; nosotros no sabemos usarlo. Melodía es mi amiga desde que tengo cinco años y, sin falta, viene todas las semanas a tocar y despejarse un poco.
—¿Por qué no vas y la escuchas? Yo ayudaré a mi padre a recoger la mesa —me dijo, levantándose.
Asentí, y noté en la mirada de Yuna que realmente deseaba que subiera. Mientras avanzaba por las escaleras hacia la terraza, mis pasos se detuvieron por un instante al reconocer la melodía que comenzaba a fluir en el aire.
Con la gran luna iluminando el cielo, la elección de la pieza parecía perfecta, como si estuviera hecha para este momento. Pero lo que realmente me desconcertaba era cómo podían conocerla en este mundo.
Moonlight Sonata, de Beethoven. Una obra tan característica de mi propio mundo resonaba con una precisión y una emoción que jamás habría esperado encontrar aquí, en Mythara. ¿Cómo era posible que algo tan intrínsecamente humano hubiera cruzado las barreras de este universo?
Dejando de lado mis dudas por ahora, decidí unirme a la magia del momento. Activé "Materialize" y saqué mi violín, Kazuhira Sakura, listo para añadir mi propio acorde a la noche.
Mientras me acercaba a ella, comencé a tocar, acompañándola con suavidad. Mi violín sonaba bien, pero la gracia y precisión que Melodía desplegaba al piano era única. Cada nota parecía invitarnos a un mundo distinto.
Ella me miró, un tanto sorprendida, pero sin titubear continuó tocando con suma delicadeza, como si el piano fuera una extensión de sí misma.
Pude notar su dedicación en cada movimiento; sus dedos ágiles estaban cubiertos de pequeños curitas y arañazos, las marcas de alguien que se esforzaba a diario, casi con devoción.
Yuna y los demás escuchaban desde la parte baja del balcón. Sin duda, ese dueto creaba una armonía especial, transmitiendo una serenidad profunda.
Sonó la última estrofa, y el silencio volvió a llenar la terraza.
—Qué descortés, interrumpir a una dama mientras toca el piano —dijo tratando de sonar seria, aunque en el fondo ambos sabíamos que no lo pensaba en serio.
—Te pido disculpas. Es una de mis canciones favoritas y pensé que en dueto sonaría aún mejor; a veces, interpretada solo en piano, puede ser un poco triste. —Mientras hablaba, recordé mis días tocando en solitario, cuando aquella melodía era mi única compañía.
—Nunca imaginé que un hombre desalineado tuviera talento para el violín… —dijo con una mezcla de sorpresa y burla suave.
—Bueno, no sé si llamarlo talento.
—Sí, toco bien, pero te aseguro que eso no tiene nada que ver con el talento innato.
—¿Entonces qué es? —preguntó con curiosidad genuina.
—Si tuviera que describirlo, diría que es puro esfuerzo y trabajo duro.
Esas palabras parecieron llegarle como una flecha. Melodía me miró, y yo continué, abriéndome un poco más.
—Cuando era niño, quería que mis padres me prestaran atención, así que me dedicaba horas y horas a aprender el violín y el piano. Mis dedos siempre estaban marcados, llenos de pequeñas heridas y callos.
Inconscientemente, ella tapó sus manos, como si intentara ocultar las marcas que el esfuerzo había dejado en sus propios dedos, sin darse cuenta de que no llevaba sus guantes.
—Sé lo que es trabajar sin descanso para perfeccionar un instrumento, y que luego todos llamen a eso "talento", sin saber realmente cuánto sacrificio hay detrás.
—Esa manera en que tocas el piano, tan increíble… no es talento natural. Es fruto de años de dedicación y esfuerzo, ¿verdad?
Mis palabras parecieron resonar profundamente en ella. Por primera vez, Melodía se sintió comprendida; alguien había reconocido y valorado su esfuerzo. Su corazón latía con fuerza, como si algo nuevo y desconocido despertara dentro de ella.
—Disculpa mi atrevimiento, Haruto —dijo Melodía en tono formal antes de girarse y retirarse rápidamente.
Yuna, que la observaba desde abajo, notó una lágrima en el rostro de su amiga. No parecía de tristeza, sino de una felicidad inesperada.
—Yuna, si no te molesta, voy a retirarme a mi cuarto —murmuró Melodía, continuando su camino hacia la habitación que los Kazeharu ya le tenían prepara para ella.
—Ya te dije que esta es tu casa; no tienes que pedir permiso —respondió Yuna suavemente, aunque su amiga ya estaba fuera de alcance para oírla.
Yuna la observó con una sonrisa. Vaya, Haruto realmente ha dado en el clavo, pensó. Nunca la había visto tan feliz en toda mi vida. Sin duda, tiene el don de tocar corazones.
Después de esa noche llena de emociones, todos decidieron retirarse a descansar. La cena, la música y las conversaciones habían dejado un agradable cansancio en el ambiente, y el silencio de la aldea envolvió la casa mientras caían en un sueño profundo.
A la mañana siguiente, los primeros rayos de sol iluminaron la habitación de Haruto, haciéndole entreabrir los ojos.
Apenas consciente, sintió un peso familiar a su lado. ¿Otra vez? pensó con una mezcla de resignación y sorpresa. Giró la cabeza y, efectivamente, Yuna dormía profundamente junto a él, su respiración suave y tranquila.
Pero entonces, algo más llamó su atención.
Del otro lado sintió algo blando y suave, acomodada con elegancia y en un sueño igualmente profundo, estaba Melodía. Haruto se quedó paralizado, sus ojos saltando entre ambas, sin saber si reír, llorar, o simplemente fingir que seguía dormido.
—No puede ser… ¿otra vez? —susurró Haruto, intentando moverse sin hacer ruido, con el temor de despertar a alguna de las dos.
Justo en ese momento, la puerta de la habitación se deslizó lentamente, y el padre de Yuna apareció en el marco, aún con los ojos cerrados y un poco adormilado.
—Dime Kibou, ¿has visto a las chicas? Quizás hayan ido al pueblo a desayunar…
Al abrir los ojos por completo, se quedó petrificado al ver a Yuna y Melodía en pijama, una abrazada de cada brazo de Haruto.
—¡Le juro que no es lo que parece! —exclamó Haruto, sintiendo un sudor frío recorrer su espalda.
—Qué genial estuviste, Haruto, quedé impresionada… —murmuró Yuna en sueños, abrazándolo aún más fuerte.
"Siempre tienes que hablar en el peor momento…" pensó Haruto, mirando a Yuna con desesperación.
—Hum! no creas que seré tuya solo porque tocas así de bien… —susurró Melodía en su sueño del otro lado.
"¡No digan esas cosas! ¡Me van a ejecutar por su culpa!" pensó viendo cómo la expresión del padre de Yuna se volvía peligrosamente sombría mientras lo miraba.
—Sabes Kibou, creo que al señor Luminis le interesaría mucho saber cómo fue la estancia de su hija aquí —dijo el padre de Yuna, con una sonrisa que no era precisamente reconfortante.
Tragué saliva, intentando imaginar cómo reaccionaría el padre de Melodía al enterarse de esta... "situación."
Sin duda, cada día mi vida se parecía más a un manga; y si seguía acumulando malentendidos de este calibre, mi "historia" tendría un final muy pronto.
Definitivamente, estas dos iban a meterme en problemas... y graves.