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Chapter 19 - Capítulo 9: Cherri, el corazón de Mythara (Parte 1)

Parte 1

A medida que avanzaba la mañana, los primeros rayos de sol atravesaban el bosque, bañando el sendero con un resplandor dorado que danzaba entre las hojas.

Tras recorrer el pueblo, Yuna, Melodía y yo seguimos el camino que conducía a uno de los lugares más sagrados y venerados de Mythara.

Había escuchado muchas historias sobre Cherri, el sakura ancestral que protegía el bosque, pero hoy finalmente tendría la oportunidad de verla con mis propios ojos.

Cada paso parecía cargado de reverencia. Incluso Melodía, con su porte elegante y distante, tenía un brillo en los ojos que delataba su admiración por lo que estábamos a punto de presenciar.

Finalmente, lo vimos… un sakura gigantesco, sus ramas se extendían hacia el cielo como si quisieran alcanzarlo, mientras pétalos rosados caían en un bello espectáculo, alfombrando el suelo con delicadeza.

—¡Es bellísima, kizu! —exclamó Kizuna, emergiendo de repente y girando en el aire para observar mejor el imponente árbol.

Melodía, que hasta ese momento no conocía a Kizuna, la miró con una mezcla de asombro y curiosidad.

—¿Y este pequeño ser? —preguntó, con su tono habitual de indiferencia, aunque sus ojos brillaban de emoción.

—Ella es Kizuna, y… bueno, Kizuna es Kizuna —dije con una sonrisa. No había mejor manera de describirla.

—¿Puedo abrazarla? Parece un peluche volador —dijo Melodía, con una sonrisa que contrastaba con su aparente altivez mientras extendía las manos hacia Kizuna.

Kizuna, alarmada, se escondió detrás de mi cabeza, aferrándose a mi cabello con una fuerza sorprendente para alguien tan pequeña.

—¡Haruto, esa elfa sí que me da miedo! —murmuró en un tono bajo, temblando ligeramente.

—Tranquila, Kizuna, solo quiere abrazarte, no te va a hacer nada… eso creo. —le susurré, haciendo un esfuerzo por no reír.

—¡Yo no soy un peluche, kizu! —replicó Kizuna, inflando las mejillas en un gesto que habría sido adorable si no estuviera tan seria.

Lanzó a la elfa una mirada feroz que claramente decía "ni lo intentes."

El contraste entre la solemnidad del sakura y el pequeño caos de Kizuna le daba un aire perfecto de "slice of life," haciendo que la escena estuviera cargada de encanto y energía.

Melodía se dejó caer dramáticamente al suelo, de espaldas a nosotros, y comenzó a dibujar círculos en la tierra con el dedo índice, dejando escapar un profundo suspiro teatral.

—Ya veo… así que esto es el rechazo... —murmuró, su voz estaba cargada de una exagerada desolación—. Solo quería abrazarla…

—Vamos, no te pongas así —dijo Yuna, luchando por no soltar una risa—. Ya verás que cuando Kizuna entre en confianza dejara que te acerques.

Melodía, como si hubiera recibido un secreto ancestral, se levantó de un salto. Hizo una pose de victoria, levantando un brazo mientras sonreía de oreja a oreja.

—¡Por supuesto! Solo es cuestión de tiempo. ¡Kizuna será mía!

No pude evitar reírme por lo bajo al verla tan dramática, pero encantadora en su forma única.

—Bueno, dejando eso de lado, hace rato que quería preguntarte algo, Melodía… —dije, intentando reconducir la conversación.

Sin embargo, ella me interrumpió con un gesto coqueto, alzando una ceja y lanzándome una mirada cargada de falsa superioridad.

—No, gracias, no estoy interesada en un humano —dijo, su tono perfectamente calculado para sonar desdeñoso—. Mi belleza está reservada para mejores candidatos.

—Me alegra saberlo, pero... no era eso lo que quería preguntar —respondí, moviendo la mano con un gesto exagerado, como intentando disipar la absurda idea.

Melodía fingió indignación, llevándose una mano al pecho como si acabara de recibir un golpe mortal.

—¡Ah! ¿Ahora resulta que no soy lo suficientemente bella para alguien tan desalineado como tú? —replicó, aunque la ligera curva de su sonrisa traicionaba su intención de provocar.

—Por supuesto que no, solo quería saber qué tipo de magia o habilidades tienen los elfos de luz —dije, logrando finalmente desviar la conversación hacia un tema más interesante.

Ella adoptó una expresión más seria, pero sin perder ese aire de altivez. Claramente satisfecha por haber mantenido su "dignidad," cruzó los brazos y me observó con interés.

—¿Eso quieres saber? Bueno, escucha con atención, humano, porque no pienso repetirlo —dijo ella, cruzando los brazos con un aire de importancia, como si estuviera a punto de revelar un secreto divino.

—Oh, así que estás interesado en nuestras habilidades, ¿eh? —continuó, haciendo un gesto dramático como si desplegara un halo imaginario sobre su cabeza—. Los elfos de luz generamos magia canalizando la luz, en mi caso a partir de la música.

—¿En serio? —dije, sorprendido, inclinándome hacia adelante.

—Así es —respondió Melodía con una sonrisa satisfecha, disfrutando claramente de mi reacción—. Podemos crear barreras, reflejar la magia enemiga, atacar con magia concentrada, motivar a nuestros aliados… y muchas otras cosas más que seguramente tu mente limitada no podría comprender.

Yuna asintió con entusiasmo, añadiendo un toque de legitimidad a la grandiosa explicación de su amiga.

—Eso es cierto. En la última Gran Batalla de Mythara, los elfos de luz lideraron las defensas con su música mágica. Es impresionante de ver —dijo con una sonrisa cálida.

Mi mente empezó a imaginarlo, una batalla épica donde la música se alzaba como armas y escudos. No pude evitar pensar en cómo sería presenciar algo así.

—Entonces, ¿los elfos de luz son como… "bardos"? —pregunté, con genuina curiosidad, pero sin pensar mucho antes de hablar.

Melodía se congeló. Luego, lentamente, giró su cabeza hacia mí como si acabara de cometer una herejía.

—¿Qué dijiste? —preguntó con una voz tan fría que me hizo estremecer.

—Eh… quise decir que… —intenté retroceder, pero ya era demasiado tarde.

Ella lanzó un chasquido lleno de indignación y me dio la espalda, levantando el pulgar hacia Yuna mientras hablaba con desdén.

—¿Siempre es así de ignorante? Me exaspera. Francamente, Yuna, tu humano necesita un poco más de educación.

Yuna se llevó una mano a la boca, claramente tratando de contener la risa.

—No seas así, Melodía. Recuerda que solo lleva una semana aquí. Dale un respiro.

Melodía se giró bruscamente, sus ojos brillaban con una mezcla de orgullo herido e indignación.

—¡Escucha bien! Los elfos de luz no somos bardos. ¡Somos músicos de verdad, músicos celestiales! Nuestra magia está a la altura de una sinfonía divina, capaz de mover montañas y sanar almas —dijo, subrayando cada palabra con un tono majestuoso—. Compararnos con un bardo sería como comparar un charco con el océano.

Yo solo asentí repetidamente, sintiéndome como un estudiante regañado por su maestro.

—Lo siento, no quise ofenderte —dije levantando las manos en señal de rendición.

Melodía exhaló profundamente, cerrando los ojos como si intentara recuperar la compostura.

—¡Hum! Supongo que puedo perdonarte… esta vez. Pero más vale que recuerdes mis palabras, humano —dijo finalmente, con el mentón alzado como si acabara de ganar una gran batalla.

Yuna, por su parte, no pudo contener más la risa, y verla reír con tanta alegría hizo que toda la tensión desapareciera. Por alguna razón, en ese momento, incluso Melodía me pareció más accesible, aunque jamás lo admitiría en voz alta.

Su tono majestuoso me hizo sonreír y para suavizar la situación, me incliné ligeramente en señal de respeto.

—Perdón, mil disculpas, no era mi intención su majestad. Es solo que me emocionó pensar cómo sería la magia musical.

Melodía soltó una risa ligera, con ese aire de superioridad que parecía ser parte natural de su personalidad.

—No seas tan formal. No me enojaría por algo tan trivial… ¡pero deberías ver tu cara! —dijo, dejando escapar una sonrisa genuina que, por un momento, suavizó su carácter altivo.

En ese instante, el aire del bosque pareció cambiar. Escuché pasos firmes acercándose detrás de nosotros. Al girarme, vi al padre de Yuna acompañado por dos escoltas. Uno de ellos tenía porte era tan intimidante como altanero, sin dudas debía ser Hayate.

—¡Papi! —exclamó Yuna, corriendo hacia él con una energía que no dejaba dudas sobre su felicidad. Lo abrazó con calidez, como si no lo hubiera visto en años.

—Sí, hijita, papá está aquí —respondió el señor Kazeharu, devolviéndole el abrazo con la ternura de un padre orgulloso.

La escena tenía un aire tan surrealista que no pude evitar sentirme un poco fuera de lugar, como si estuviera observando un momento íntimo desde las sombras.

—Veo que aún se saludan de la misma manera —comentó Melodía, con una sonrisa que parecía mezcla de melancolía y cariño. Había algo en su tono que dejaba entrever un vínculo especial con Yuna y su padre.

Antes de que pudiera procesar esa conexión, Hayate dio un paso al frente, interrumpiendo la escena con un comentario que hizo que mi piel se erizara.

—Pero si no son nada menos que las dos elfas más hermosas de todo Mythara… —dijo, lanzando una mirada cargada de admiración hacia Yuna y Melodía.

La incomodidad de Yuna fue evidente al instante, desviando la mirada como si deseara estar en cualquier otro lugar. Melodía, por su parte, respondió con un destello de genuino desprecio en sus ojos.

—Esos no son modales apropiados de un caballero, menos al dirigirse a las hijas de los líderes. Me repugnas —respondió Melodía, cortante como una hoja afilada.

Su paciencia con Hayate parecía estar al límite.

Sin embargo, el joven elfo ignoró por completo las reacciones de ambas y se plantó frente a mí, fijando en mí una mirada que transmitía todo menos amabilidad.

Era más alto que yo, y su actitud era la de alguien acostumbrado a ganar cualquier enfrentamiento con solo su presencia.

—Así que tú eres el débil amigo de Yuna… —dijo, dejando escapar una sonrisa burlona que me recordaba a los matones de las historias que solía leer.

—Haruto, Haruto Kibou —respondí, inclinando ligeramente la cabeza, manteniendo la calma pese a la tensión que empezaba a rodearnos.

—No te creas tan especial, humano. Me encantaría cruzar espadas ahora mismo —añadió, colocando una mano sobre la empuñadura de su espada, como si estuviera evaluando el mejor momento para atacarme.

Definitivamente, Hayate era todo lo contrario a lo que imaginaba de un elfo. Altanero, violento y, francamente, irritante.

Sabía que si las cosas escalaban, podría causar problemas en la aldea, algo que quería evitar a toda costa.

—Ya basta, Hayate —interrumpió el padre de Yuna con un tono cargado de autoridad—. Tenemos asuntos más importantes que atender, y si importunas a nuestro invitado, solo logras ponerme en una mala posición. ¿Entiendes?

El tono de su voz era tan firme que incluso Hayate retrocedió. Se arrodilló junto a su líder, inclinando la cabeza en señal de respeto.

—Perdón por mi falta de respeto jefe. Me dejé llevar, no volverá a suceder —dijo, aunque su voz parecía más motivada por obligación que por arrepentimiento.

Kazeharu, como si hubiera dejado el incidente atrás, dirigió su mirada a Melodía. Su expresión se suavizó, adoptando un aire cortés.

—Señorita Luminis, es un honor tenerla de nuevo en nuestra aldea. Espero que la encuentre a la altura de sus expectativas —dijo, haciendo un leve gesto de inclinación.

Melodía respondió con una sonrisa que parecía natural, aunque mantenía su porte elegante.

—Encantada de estar aquí como siempre, señor Kazeharu. Su aldea es tan hermosa y cálida… cómo me gustaría que nuestra ciudad tuviera ese mismo encanto —respondió con un tono que, aunque educado, no dejaba de reflejar un cierto grado de superioridad.

Mientras la conversación continuaba, no pude evitar sentir que el equilibrio en Mythara era tan frágil como los pétalos que caían de los árboles. Y, de alguna manera, yo estaba en medio de todo eso.

—¿Y cómo se encuentra el viejo Aurelius Luminis? —preguntó Kazeharu, mostrando interés mientras mantenía su caminar firme y seguro.

—Mi padre está en excelente salud. Lamenta no poder asistir a la reunión. Tenía asuntos urgentes que no podía posponer, así que me envió en representación de nuestra tribu —respondió ella con una elegancia siempre impecable.

—Es un placer verte aquí. Sabes que siempre eres bienvenida en nuestro hogar, así que quédate el tiempo que desees —dijo Kazeharu, con una sonrisa cálida que contrastaba con su habitual semblante serio.

—Dale mis saludos a tu padre y recuérdale que aún me debe una partida de ajedrez. Llevo años esperando mi revancha —añadió, con un toque de humor que suavizó aún más la conversación.

—Le haré llegar sus saludos, señor Kazeharu —replicó ella, inclinando ligeramente la cabeza con cortesía.

—Bien, entonces continuemos. Nos vemos en la reunión más tarde. Hayate, Zelph, en marcha —ordenó Kazeharu con voz firme, y ambos jóvenes escoltas asintieron al unísono.

El padre de Yuna avanzó con paso decidido hacia el gran árbol de sakura, mientras nosotros quedábamos algo rezagados, caminando a un ritmo más pausado.

Los pétalos de sakura comenzaban a caer delicadamente, girando en el aire antes de posarse sobre el suelo como un manto rosado.

Kizuna, flotando a mi lado, no podía apartar la vista del imponente árbol que se alzaba frente a nosotros.

—Ya veo el gran auditorio —dijo Yuna, señalando con entusiasmo.

Delante de nosotros se erguía un refinado teatro al aire libre, construido íntegramente en madera que parecía formar parte del propio bosque.

Su diseño en forma de semicírculo, con gradas escalonadas, invitaba a imaginar los numerosos debates y ceremonias que debieron haber tenido lugar allí.

A lo lejos, distinguí figuras sentadas alrededor de una gran mesa redonda, mientras otras dos, que parecían guardias, se mantenían de pie detrás de ellas.

—Si me disculpan, voy a adelantarme. Mis asistentes y mis pares me están esperando, y necesito ponerme al tanto de la situación —anunció Melodía, antes de dirigirse rápidamente hacia el auditorio, su porte firme pero grácil.

Yuna me lanzó una sonrisa cálida mientras observábamos a su amiga alejarse con paso seguro.

—Pase lo que pase, no dejes que te intimiden —me dijo con un tono que mezclaba amabilidad y determinación, como si su fe en mí fuera inquebrantable.

—Bueno, no sé qué esperar… es normal que esté nervioso —admití, intentando parecer más calmado de lo que realmente estaba.

—Pero si las cosas no salen bien, quiero que sepas que me alegra mucho haberte conocido…

Yuna negó suavemente con la cabeza, su sonrisa convirtiéndose en un faro de confianza.

—No te preocupes, todo saldrá bien. Confía en ti mismo —aseguró, con un brillo en sus ojos que disipó mis dudas.

Su fe en mí era contagiosa, y por un momento, sentí que nada podía salir mal mientras ella creyera en mí.

—Gracias por creer en mí, Yuna —dije, sintiendo cómo una renovada determinación se apoderaba de mí.

Ella asintió, y juntos avanzamos hacia el auditorio, listos para enfrentar el juicio que me aguardaba en su interior.