Parte 3
A la mañana siguiente, desperté lentamente, aún sintiendo los efectos del baño de la noche anterior. Pero algo no estaba bien. Había un peso sobre mí, como si algo… o peor aún, alguien estuviera encima.
Abrí los ojos con cautela, y la escena frente a mí casi detiene mi corazón.
Un rostro cálido y sereno descansaba a pocos centímetros del mío. Una cascada de cabello verde esparcida sobre la almohada dejaba claro quién era.
¡Yuna estaba durmiendo encima de mí!
Mi mente tardó unos segundos en procesar lo que estaba pasando. El caos interno era absoluto, como si mi cerebro hubiera entrado en cortocircuito. Sentí mi rostro ardiendo, y mi corazón parecía estar al borde de un ataque. ¿Qué hacía ella aquí? ¿Cómo había llegado? ¡Nada tenía sentido!
—¿Qué…? ¿Cómo…? —susurré, incapaz de formular un pensamiento coherente.
Como si la situación no fuera ya lo suficientemente incómoda, Yuna murmuró algo en sueños, moviéndose ligeramente. Parecía completamente ajena a la tormenta de emociones que se desataba en mí.
De repente, desde el borde del futón, una voz conocida rompió el silencio.
—Vaya, vaya… —dijo Kizuna en un susurro cargado de travesura, agitando sus pequeñas manitas en el aire—. ¡Qué situación tan emocionante, Kizu! ¿No crees que esto merece un lugar especial en la lista de momentos incómodos del año?
—¡Kizuna! ¡No ayudes! —respondí, mientras mi rostro ardía de pura vergüenza.
Intenté moverme con cuidado, pero la mínima presión de mi brazo hizo que Yuna murmurara algo más. No podía hacer ruido. No podía moverme. Parecía que estaba atrapado en un mal episodio de un manga de comedia romántica.
—¡Vamos, Haruto, piensa en algo rápido! —me grité mentalmente. Pero justo cuando estaba a punto de intentar algo desesperado, escuché un sonido que me heló por completo.
La puerta corrediza de mi habitación se abrió lentamente, y allí estaba el padre de Yuna, de pie en el umbral.
—Buenos días, joven Kibou… —dijo con su característico tono calmado, sin mirar directamente hacia mí—. ¿Sabes si Yuna ya salió de su habitación? ¿o si ya se fue al pueblo?
Abrí la boca, pero ningún sonido salió. Intenté balbucear algo, cualquier excusa, pero mi cerebro estaba en blanco. Mi rostro debía ser un espectáculo, una mezcla de terror y pura desesperación.
El señor Kazeharu aún despreocupado, abrió los ojos… y se detuvo. El silencio se volvió ensordecedor.
Sus ojos bajaron lentamente hasta la escena delante de él, su hija durmiendo tranquilamente sobre mí, mientras yo permanecía paralizado como un venado sintiéndose acechado.
Kizuna, en un acto de suprema traición, desapareció al instante. Si hubiera sido una kunoichi, habría estado orgullosa de su velocidad.
Por mi parte, estaba atrapado. Ni siquiera podía balbucear una excusa coherente. Mi mente estaba inundada por un único pensamiento. "Esto no es lo que parece, pero… ¿cómo demonios lo explico?"
El rostro del padre de Yuna se endureció mientras una vena empezaba a palpitar en su frente. La situación había alcanzado un nivel de incomodidad épico.
—Le juro que no es lo que piensa —dije, con una voz temblorosa que apenas lograba salir de mi garganta.
Yuna, acurrucada a mi lado, me tenía tomado del brazo, completamente ajena al caos que se desataba a su alrededor.
Su respiración era tranquila, como si estuviera disfrutando del sueño más placentero del mundo, mientras yo sentía que la muerte acechaba a centímetros de distancia.
Intenté desesperadamente no moverme, manteniéndome inmóvil bajo la mirada gélida del padre de su padre. Pero entonces, como si el destino quisiera añadir leña al fuego, Yuna murmuró en sueños, con una dulce sonrisa en el rostro…
—Estuviste increíble, Haruto...
El mundo pareció detenerse por un segundo eterno. Un escalofrío recorrió mi cuerpo, y pude sentir la presión del aire cambiar a mi alrededor.
El rostro de su padre se endureció como si hubiera recibido una confirmación divina de mi culpabilidad. Si las miradas mataran, ya estaría escribiendo mi testamento.
Era como si estuviera frente a un volcán a punto de estallar, y yo era el pobre pueblo que no había evacuado a tiempo.
—Sabes, Haruto... —dijo con una calma aterradora, cada palabra cargada con un veneno que hacía que mi sudor frío aumentara—. Mi pueblo no cree en las ejecuciones, pero… hoy creo que haré una excepción.
La desesperación me inundó mientras buscaba alguna forma de salir de esta. No había excusas, no había salvación, solo una pared de furia paternal que avanzaba hacia mí.
Y, como si el universo disfrutara torturándome, Yuna murmuró una vez más, todavía soñando.
—Ah, papá… Haruto solo estaba siendo amable…
¡¿Amable?! ¡¿Qué clase de guion de pesadilla era este?! Intenté moverme para liberarme de su agarre, pero Yuna, como si fuera parte de un hechizo divino, permanecía aferrada a mi brazo como un ancla.
—¡Le juro que no fue nada! —grité, desesperado, mientras trataba de salir de la cama en un movimiento tan brusco que terminé cayendo al suelo con un fuerte sonido.
Kazeharu me observó desde lo alto, cruzando los brazos mientras me veía patéticamente tirado en el suelo. El juicio había comenzado, y yo era el único acusado.
—Te daré una oportunidad para explicarte… antes de que la aldea entera se entere de que hay un humano pervertido entre nosotros —dijo, su tono tan afilado como una espada.
Y mientras me levantaba lentamente, sentí que este era, sin duda, el comienzo del peor día de mi vida.
El "drama final" quedó atrás, pero mi corazón seguía latiendo a mil por hora. Esa escena, que bien podría haber marcado el fin de mis días, había dejado huella en mí.
La tensión con el padre de Yuna fue como enfrentar a un jefe final sin estar preparado, pero, afortunadamente, salí entero, aunque no sin una buena dosis de vergüenza.
Después de la escena matutina y ahora solo en la habitación, tomé unos minutos para calmarme en mi habitación. Me senté en el futón, mirando el techo de madera y respirando profundamente.
"Esto es ridículo... ¿Cómo termino siempre en estas situaciones?" pensé, dejando escapar un suspiro.
A pesar del caos, no podía negar que había algo reconfortante en estar rodeado de personas que, de alguna manera, hacían que todo valiera la pena, incluso si sus métodos para expresarlo me dejaban al borde del infarto.
Eventualmente, decidí dejar atrás la ansiedad. Me levanté y me preparé para enfrentar el resto del día con algo de dignidad.
Al salir, encontré a Yuna esperándome en el pasillo, con su habitual sonrisa que lograba disipar cualquier incomodidad.
—¿Listo para dar un paseo? —preguntó, inclinando ligeramente la cabeza.
—Claro —respondí, intentando no pensar demasiado en lo que había sucedido antes.
Mientras Yuna y yo caminábamos por las tranquilas calles de la aldea, el ambiente se sentía distinto, como si la presión de la mañana aún flotara en el aire.
Los sonidos del bosque y las luces mágicas que decoraban las ramas no bastaban para disipar la ligera incomodidad que se respiraba.
Yuna iba un paso adelante, sus hombros ligeramente encogidos, reflejando una mezcla de culpa y preocupación.
Finalmente, rompió el silencio con una voz suave, casi vacilante.
—Lo siento mucho, Haruto… —dijo, mirando al suelo—. No tenía idea de que me había ido a dormir a tu habitación. A veces… me pasa eso de sonámbula. Jamás quise ponerte en esa situación.
Su vergüenza era evidente, y verla así me hizo sentir culpable por la incomodidad que ambos estábamos experimentando. Intenté restarle importancia, aunque el recuerdo del rostro del padre de Yuna todavía me provocaba escalofríos.
—No te preocupes —respondí, dejando escapar una pequeña risa nerviosa—. Fue… bueno, fue un poco tenso, pero nada de lo que no pueda recuperarme… creo. Además, no es tu culpa si estabas dormida.
Ella soltó un suspiro de alivio y me miró de reojo, todavía algo apenada, pero con una chispa de agradecimiento en sus ojos.
—En serio, Haruto… prometo compensarte. —Hizo una pausa, tocándose el cabello, visiblemente incómoda—. Debes pensar que soy una torpe…
La forma en que lo dijo, con esa mezcla de honestidad y vulnerabilidad, me arrancó una carcajada inesperada. Yuna me miró sorprendida, su rostro ligeramente sonrojado.
—Para nada, Yuna. —Sonreí, buscando las palabras adecuadas—. Creo que eres alguien… especial.
Su expresión cambió. Bajó la mirada, pero no podía ocultar la pequeña sonrisa que se formó en sus labios. Por un momento, el ambiente cambió por completo, y la calidez de Mythara pareció envolvernos una vez más.
Seguimos nuestro paseo entre los árboles, dejando atrás la incomodidad de la mañana.
La brisa suave acariciaba el follaje, y el ambiente ligero hacía que todo pareciera el comienzo de un día completamente nuevo.
Fue entonces cuando me detuve en seco, perplejo por lo que tenía delante.
Una figura deslumbrante apareció ante nosotros, irradiando una belleza y elegancia que parecían salidas de un sueño.
Su piel clara y luminosa emitía un resplandor etéreo, y su cabello dorado caía en suaves ondas que enmarcaban un rostro de rasgos delicados.
Pero lo que realmente capturó mi atención fueron sus ojos, de un azul profundo que parecía contener la calma de un océano infinito.
Vestía un vestido blanco impecable, adornado con bordados dorados que seguían delicadamente las líneas de su cintura y pecho, realzando su figura esbelta y majestuosa.
Cada detalle en su atuendo parecía diseñado para resaltar su aire de grandeza, como si fuera alguien acostumbrada a atraer miradas.
—¡Hum! Si sigues mirándome así, te vas a caer —dijo la joven elfa rubia, cruzándose de brazos con un toque de desagrado.
Fue entonces cuando me di cuenta de que llevaba un buen rato mirándola fijamente, como un idiota. Me sentí atrapado, como si acabara de cometer un gran error.
Pero, honestamente, su presencia era impactante. Su porte y altivez me recordaban a las chicas millonarias de los animes, con ese aire de confianza que casi desafía.
—¡Melodía! —gritó Yuna, corriendo hacia ella con entusiasmo.
Para mi sorpresa, la reacción de la joven no fue cálida. Con una expresión de fastidio, hizo un movimiento sutil para apartarse un poco de Yuna.
—Ya te dije que no te me estés pegoteando —dijo, con un tono que claramente buscaba sonar distante, aunque sin perder elegancia. Su actitud, por alguna razón, me recordó a una tsundere.
Yuna, sin perder su sonrisa radiante, se giró hacia mí con los ojos brillando de emoción.
—Ella es Melodía Luminis, la hija del jefe de los elfos de luz y mi mejor amiga —dijo, como si esa fuera la presentación más natural del mundo.
—¿Quién dijo que somos amigas? Solo somos simples conocidas —replicó Melodía, con un aire de grandeza. Su tono no era necesariamente ofensivo, pero dejaba claro que no le interesaba mostrarse accesible.
—Vine antes para verte, Yuna, y para conocer a tu amigo aquí presente —añadió Melodía, lanzándome una mirada que claramente era un escrutinio minucioso.
Mientras Yuna y Melodía intercambiaban risas y pequeños comentarios, me quedé en silencio, observándolas.
Había algo fascinante en la dinámica entre ellas, la calidez de Yuna contrastaba con la actitud reservada y ligeramente altiva de Melodía, pero de alguna manera, encajaban perfectamente.
Era como si cada palabra y gesto entre ellas reforzara un vínculo más profundo.
Había algo familiar y reconfortante en esa interacción, que me recordaba que este mundo no era solo desafíos y monstruos, sino también conexiones humanas, o mejor dicho, élficas.
Melodía me lanzó una mirada de reojo, cargada de curiosidad y algo que no supe si era desdén o simple evaluación. Sus ojos azules parecían analizar cada uno de mis movimientos, como si estuviera buscando defectos o debilidades.
—Supongo que un humano no sería la peor compañía para Yuna… siempre y cuando no se meta en problemas —murmuró finalmente, cruzándose de brazos. Su voz era neutral, pero esa pequeña sonrisa en sus labios dejaba entrever un reto implícito que no estaba seguro de cómo interpretar.
Yuna, como si no hubiera captado la indirecta, soltó una risa suave y me lanzó una mirada de apoyo, su calidez iluminando el ambiente.
—¡Será divertido, Haruto! Tengo tantas cosas que mostrarte… y con Melodía aquí, será aún mejor —exclamó, con un brillo en los ojos que hacía imposible no sonreírle.
Melodía bufó suavemente, pero no dijo nada, permitiendo que la energía de Yuna dominara el momento.
Mientras ambas sonreían, algo en mi interior se relajó. Sentí que, aunque el camino frente a mí era incierto, tener a personas como ellas a mi lado hacía que todo pareciera menos aterrador.
Sin darme cuenta, una sonrisa se dibujó en mis labios, y por primera vez en mucho tiempo, sentí que estaba exactamente donde debía estar.