Parte 1
—Bien, la cena está lista —anunció el padre de Yuna, colocando los últimos platos sobre la mesa con una precisión casi ceremonial.
Una variedad de platillos se extendía ante nosotros.
Pescados frescos decorados con hojas de hierbas, verduras vibrantes como si aún conservaran la energía del bosque, sopas humeantes cuya fragancia prometía calidez, y jarras de agua cristalina que reflejaban la luz tenue de las lámparas mágicas colgantes.
El aire se llenó de los aromas envolventes de hierbas y especias, creando una atmósfera cálida y reconfortante.
Todo parecía preparado con esmero, como si quisiera honrar a su hija por su regreso y, quizás, también mostrarme un poco de la hospitalidad de los elfos.
Incluso había dispuesto dos pequeños platos para Simo y Kizuna. Aunque su mirada escéptica sugería que no estaba seguro de si los aceptarían, el gesto hablaba de una cortesía sincera.
—¡Papá, se ve delicioso! ¡Gracias por la comida! —exclamó Yuna con una sonrisa radiante, iluminando el ambiente como si el sol se hubiera infiltrado en la sala.
La expresión del señor Kazeharu, aunque seria, no pudo ocultar un atisbo de orgullo al escucharla.
—Gracias por la comida, señor —murmuré, mi tono tímido al no saber cómo dirigirme a él adecuadamente.
Él me lanzó una mirada penetrante, su voz tan firme como una ráfaga de viento cortante.
—No tienes que agradecer, joven. Y recuerda. Mi nombre es Zephyrus Kazeharu. No "señor" y mucho menos "papá", ¿entendido?
La seriedad en su tono me hizo enderezarme al instante. Sentí que esta cena, aunque cálida, traía consigo un aire de solemnidad que no debía tomar a la ligera.
Yuna me dedicó una mirada breve, divertida, como si intentara tranquilizarme sin decir nada.
Mientras mis ojos recorrían la mesa, mi atención se detuvo en un plato decorado con delicados motivos de sakura.
El diseño era tan detallado que parecía haber sido trabajado por las manos de un fino artesano, transmitiendo un respeto casi reverencial.
Zephyrus se levantó nuevamente, caminando hacia un rincón de la sala con pasos decididos. Mi curiosidad se encendió, y sin pensarlo mucho, lancé una pregunta al aire.
—¿Vendrá alguien más?
Yuna, que había estado disfrutando del momento, se quedó en silencio por un instante. Su mirada se tornó nostálgica antes de responder con suavidad, su voz estaba llena de recuerdos.
—¿Lo dices por el plato de sakuras?
—Sí, es que…
Antes de terminar, un escalofrío me recorrió al recordar las palabras de la mujer en el mercado: "A la madre de Yuna le encantaban las sakuras."
Me quedé inmóvil, consciente de que había tocado un tema sensible. Sin embargo, para mi sorpresa, Yuna no parecía triste. Por el contrario, un aire de alivio suavizó su expresión.
—Siempre disponemos un lugar para mi madre… —respondió con una sonrisa serena.
—Ella era una elfa hermosa, con una gran sonrisa y un corazón lleno de calidez.
—Fue la mejor maestra del pueblo y la madre más amorosa que cualquiera podría desear. Su nombre era Ayumi, y amaba las flores de sakura.
Mientras hablaba, su voz, aunque tranquila, transmitía un cariño profundo que llenaba la habitación. Era como si el simple acto de recordarla la conectara con algo que nunca había perdido del todo.
Entonces, con una mezcla de curiosidad y ternura, Yuna me miró y añadió.
—¿Y tus padres, Haruto? ¿Cómo son?
El padre de Yuna regresó a la mesa y se sentó junto a nosotros, su mirada fija en mí mientras aguardaba mi respuesta.
Un breve silencio se instaló en la mesa, acompañado por el crujir de la madera bajo nuestros pies, como si el entorno también escuchara atentamente.
—Eso… no puedo decirlo… —dije finalmente, notando cómo los dos intercambiaban una mirada de confusión.
—No tienes que contarnos si no quieres —murmuró Yuna, con una suavidad que dejaba entrever un leve matiz de tristeza.
—No es eso —respondí, intentando aclarar—. Es solo que apenas conocí a mis padres.
Sus rostros mostraron sorpresa ante mi confesión.
—He vivido solo casi toda mi vida.
—Mis padres siempre estaban de viaje, visitándome solo en ocasiones muy, muy raras.
—Eran historiadores, dedicados a explorar sitios antiguos en busca de tesoros e historias perdidas —continué, con una mezcla de nostalgia y melancolía en mi voz.
Hice una breve pausa antes de añadir, con un tono más bajo:
—Siempre intentaron llenar ese vacío con dinero y regalos, asegurándose de que nunca me faltara nada... excepto su presencia.
Hice una pausa, sintiendo cómo mi voz comenzaba a temblar. Bajé la mirada mientras trataba de mantener la calma.
Los recuerdos de mi abuela comenzaron a inundar mi mente: su risa cálida, las historias que me contaba por las noches, y su constante esfuerzo por que nunca me sintiera solo.
—Mi abuela fue quien me cuidó y me crió hasta que cumplí diez años. Pero… mis padres desaparecieron durante una expedición a una selva en busca de un supuesto tesoro legendario. Mi abuela no resistió la noticia… —tomé aire, luchando contra el nudo en mi garganta—. Desde entonces, he estado solo.
El silencio llenó la habitación, pero no era incómodo. Había un entendimiento tácito en los ojos de Yuna y su padre, una empatía que no necesitaba palabras. Incluso el crepitar de las lámparas mágicas parecía acentuar la pausa en nuestra conversación.
Intentando disipar la melancolía que había caído sobre nosotros, forcé una sonrisa y dije.
—En fin, deberíamos disfrutar de esta comida antes de que se enfríe.
El señor Kazeharu asintió, y Yuna me dedicó una sonrisa cálida, como si comprendiera mi intento de desviar el tema sin restarle importancia a lo que había compartido. Su mirada tenía esa mezcla de ternura y gratitud que siempre lograba desarmarme.
La cena continuó con una sensación más íntima y honesta. La calidez de Yuna, reflejada en su sonrisa, parecía disipar cualquier resto de tristeza. Sin decir nada más, comenzó a comer con tranquilidad, mientras su padre permanecía pensativo, sumido en sus propios pensamientos.
—¡Está delicioso, Kizu! —exclamó Kizuna de repente, rompiendo la tensión con su energía habitual. Esta vez, parecía haber esperado pacientemente el momento adecuado para intervenir.
Simo la imitó con un suave graznido y levantando su ala en un gesto que, de no ser por su expresión seria, habría jurado que era un "ok".
La atmósfera se relajó por completo. Las sonrisas y los gestos de aprobación reemplazaron las palabras mientras compartíamos la comida. Era como si todo el peso que había en la sala comenzara a disiparse, sustituido por la calidez de un momento compartido.
Al terminar, Yuna y yo dirigimos un gesto de gratitud hacia su padre.
—Gracias por la comida, señor Kazeharu —dije, esforzándome por mantener un tono formal, aunque sabía que ya me había corregido antes.
Él asintió, su expresión seguía siendo seria, pero había algo más suave en su mirada, como un atisbo de aprecio que no se atrevía a mostrar por completo.
Se inclinó ligeramente hacia adelante, colocando las manos sobre la mesa mientras hablaba con un tono más grave y reflexivo.
—Yuna, Haruto, hay algo importante de lo que quiero hablar con ustedes.
Ambos nos enderezamos instintivamente, nuestras miradas dirigidas hacia él. Algo en su tono dejaba claro que esta no sería una conversación casual.
—Mi hija me habló sobre tus habilidades especiales y sobre cómo llegaste a Mythara —dijo, fijando su mirada en mí, tan penetrante como el filo de una espada bien afilada.
—La diosa Mizuki rara vez concede dones como el tuyo sin una razón de peso.
Sentí el peso de su mirada. Aunque todavía me sentía inseguro bajo esa seriedad, hice un esfuerzo consciente por sostenerle la mirada, intentando transmitir una convicción que aún estaba descubriendo dentro de mí.
—Aprecio profundamente la forma en que cuidaste de mi hija durante su travesía en el laberinto, pero debo saber.
—¿Qué planes tienes en este mundo? —preguntó con un tono grave y sus ojos fijos en mí, exigiendo sinceridad.
Yuna me observaba con curiosidad, sus ojos reflejaban un brillo que combinaba expectación y apoyo silencioso. Sabía que esperaba escuchar algo que le confirmara que yo merecía estar aquí.
—Pues… siendo honesto, no tengo la menor idea —confesé, sintiendo el calor subir a mi rostro mientras las palabras salían de mi boca casi con torpeza—.
—No me considero alguien especial. De hecho, en mi mundo pasaba mucho tiempo encerrado en casa —añadí, dejando escapar una sonrisa tímida que buscaba aliviar la seriedad del momento.
El silencio que siguió hizo que mis palabras parecieran resonar con más peso en el ambiente. Respiré hondo antes de continuar.
—Pero, si me lo permite, me gustaría quedarme aquí con ustedes. Quiero aprender más sobre este mundo, entenderlo y, claro, ayudar en lo que pueda —dije finalmente, inclinando la cabeza ligeramente en señal de respeto, aunque con el corazón latiendo a toda velocidad.
Kazeharu me miraba con intensidad, sus ojos analizando cada palabra como si buscara la más mínima señal de falsedad. A pesar de la presión, logré sostener su mirada, intentando transmitir la sinceridad que sentía en ese momento.
—Espero poder seguir contando con su guía —añadí con cautela, esforzándome por sonar genuino.
Él asintió lentamente, adoptando una postura solemne que hizo que inconscientemente me enderezara aún más.
—Bueno, si esa es la voluntad de Mizuki, supongo que no puedo negarme a ayudarte —respondió finalmente con un tono cargado de seriedad, aunque noté una leve suavidad en su expresión.
—Mañana, tendremos una reunión en el Auditorio de Cherri. Imagino que ya habrás visto el gran árbol de sakura —añadió, desviando brevemente la mirada hacia la ventana, como si el recuerdo del árbol lo conectara con algo más profundo.
Asentí en silencio, recordando la majestuosidad de aquel árbol.
—Los demás líderes de las tribus estarán presentes. Allí, junto a la señorita Cherri, determinaremos si tu presencia es bienvenida en Mythara. No es una decisión que dependa solo de mí —sentenció con un tono firme, dejando claro que mi futuro aún estaba en juego.
Sus palabras pesaron en el aire, y de repente, entendí que mi presencia no solo ponía en juego mi futuro, sino también la posición de la familia Kazeharu y su tribu. No podía comprometerlos más de lo que ya lo había hecho.
—Ejem… —soltó Yuna de repente, rompiendo la tensión con su tono usualmente animado mientras intentaba captar nuestra atención.
—Padre, me olvidé de mostrarte algo.
La expresión de Zephyrus cambió de inmediato, suavizándose como si una barrera invisible hubiera caído al escuchar la voz de su hija.
Era evidente que, para él, Yuna era más que su mayor tesoro. Era su conexión con lo que le quedaba de Ayumi.
—¡Materialize! "Elven Sword" —exclamó Yuna con determinación, invocando la espada ancestral con un destello brillante que iluminó la habitación brevemente.
Los ojos de su padre se abrieron con incredulidad, y su usual compostura se desmoronó momentáneamente. Extendió sus manos con cuidado, como si la espada pudiera desvanecerse si no era tratada con la reverencia adecuada.
—¿Cómo la conseguiste? —murmuró, casi sin aliento, mientras sus dedos recorrían la superficie del arma—. Hace años que la hemos buscado… rastreamos todo el bosque intentando encontrarla, pensando que se había perdido para siempre.
Yuna, con una sonrisa que mezclaba orgullo y gratitud, respondió sin rodeos.
—Todo fue gracias a Haruto.
El señor Kazeharu levantó la vista, claramente sorprendido, y su mirada se posó en mí con renovado interés.
—Fue él quien decidió que entráramos al Laberinto de Raíces. Ni siquiera sabía lo que encontraríamos allí, pero parecía como si el bosque mismo lo guiara hacia ese lugar —continuó Yuna, con un tono reflexivo que mostraba el peso de sus palabras.
Hizo una breve pausa, como si eligiera cuidadosamente lo que diría después.
—La espada estaba en la cámara, después de enfrentar al jefe final. Así que... no creo en las coincidencias.
Su padre seguía inspeccionando la espada, sus ojos reflejaban algo más que asombro, era respeto y reverencia por lo que este objeto representaba para su pueblo.
Yuna continuó, y su voz tomó un matiz más suave.
—Lo más importante es que Haruto me dejó conservarla sin una sola pregunta o reclamo. A pesar de tener en sus manos un tesoro tan valioso, no intentó pedir nada a cambio. Eso habla mucho de quién es.
Kazeharu asintió lentamente, dejando que sus pensamientos se asentaran mientras evaluaba lo que acababa de escuchar.
—Y ahora es mía —dijo Yuna con una sonrisa traviesa, arrebatándole la espada de las manos a su padre como si fuera un simple juguete.
Sosteniéndola con orgullo, añadió con entusiasmo.
—Ahora representa mi vínculo con Haruto.
Su padre observó este intercambio en completo silencio, su rostro regresó a la severidad habitual mientras procesaba la situación. Finalmente, dejó escapar un leve suspiro y dijo con tono firme.
—Ya veo… con que así son las cosas.
Luego, su mirada se fijó directamente en Yuna, y su tono cambió a uno más autoritario.
—Hija, ¿podrías levantar la mesa, por favor? Necesito hablar a solas con nuestro invitado.
Ella parpadeó, algo sorprendida, pero asintió obedientemente. Con una leve inclinación de cabeza, comenzó a recoger los platos, acompañada por Simo y Kizuna que no dejaba de agradecer por la comida con un entusiasmo desbordante arrancando una pequeña sonrisa de Yuna.
—Haruto, ven, sígueme al balcón un momento —dijo en un tono que dejaba en claro que la conversación que seguiría no sería simple.
Asentí con un leve movimiento y lo seguí. Mientras cruzaba el umbral, cerré la puerta del comedor detrás de mí, asegurándome de que lo que fuera a decir permaneciera entre nosotros.