Chereads / Celestaris: Chronicles of Manga, Moon and Kizuna / Chapter 17 - Capítulo 8: Lazos de Padre e Hija (Parte 2)

Chapter 17 - Capítulo 8: Lazos de Padre e Hija (Parte 2)

Parte 2

El señor Kazeharu estaba ahí, apoyado en la barandilla, mirando la luna llena que iluminaba la noche con una intensidad casi etérea. Su figura, alta y robusta, parecía aún más imponente bajo la luz plateada.

—Qué hermosa está la luna hoy… —dijo, rompiendo el silencio con un tono sereno.

—Sí… señor —respondí, tratando de igualar su calma mientras observaba la luna.

Él mantuvo la mirada fija en el cielo por unos segundos antes de girarse ligeramente hacia mí, tornándose más serio.

—Mira, muchacho, voy a ser directo contigo y decirte lo que pienso —comenzó, con una voz que parecía cortar el aire—. Puede que te hayas ganado la confianza de Yuna, pero yo soy diferente.

Hizo una pausa, dejando que sus palabras calaran antes de continuar.

—No hablo solo como su padre, sino como líder de la tribu. Yo no me fío de los humanos.

Sus palabras resonaron en mi mente, y entendí que lo único que podía hacer en ese momento era guardar silencio y escuchar.

—Hace unos años, cuando Yuna era solo una pequeña de apenas cinco años, un grupo de humanos se infiltró en el bosque, simulando ser aventureros...

Hizo una pausa, como si reviviera la escena en su mente, y luego continuó, su voz se endurecía a cada instante.

—No estoy seguro de cuál era su objetivo, pero Ayumi, quien era la líder de los Centinelas en ese momento, intentó negociar con ellos para que se retiraran sin causar conflicto.

—Su bondad y su voluntad de evitar la violencia eran admirables... pero no tuvo éxito.

Se detuvo por un instante, su mirada fija en la luna, como buscando fuerzas para seguir.

—Después de derrotarlos, uno de ellos pidió clemencia.

—Mi esposa, con su corazón puro, decidió darle una oportunidad, pensando que estaba haciendo lo correcto.

—Pero fue un error fatal… —El señor Kazeharu cerró los ojos por un momento, y su voz bajó al pronunciar las siguientes palabras—. Aquel humano solo estaba fingiendo.

Me estremecí, sintiendo el peso de su dolor mientras su mirada se dirigía hacia mí, sus ojos cargaban con un profundo pesar.

—Ese día, Ayumi fue abatida, traicionada por un humano. —Su tono se volvió más frío, y las palabras parecían pesar tanto como su mirada—. No sé si comprendes bien a dónde quiero llegar con esto.

Tragué saliva, sintiendo cómo su historia me atravesaba. Quería decir algo, pero no podía encontrar las palabras correctas. Yo no era como aquellos humanos, pero entendía que mis intenciones no cambiarían lo que él había perdido ni borrarían su dolor.

—Yo… juro que mis intenciones no son hostiles —dije finalmente, esforzándome por sonar firme—. Jamás haría daño a este bosque ni a su gente, y menos aún a Yuna...

Él me observó en silencio por un momento antes de responder, su tono se suavizo un poco, aunque aún era firme.

—No te preocupes, muchacho. Puede que no seas como el resto de tu especie, pero eso no quita que, en el futuro, las cosas puedan cambiar. Los humanos son... impredecibles.

Sus palabras dejaron en el aire una mezcla de desconfianza y resignación. Bajé la mirada, sintiendo una punzada de tristeza. Sabía que no había palabras suficientes para borrar la desconfianza que los propios humanos habían sembrado.

—Solo puedo prometer hacer todo lo que esté en mi alcance para no defraudarlo —dije, tratando de que mi voz sonara segura.

—Sé que no soy alguien especial, y lo sé muy bien. Todavía no entiendo por qué la diosa me trajo aquí, suelo pensar que fue mera coincidencia.

Kazeharu asintió lentamente, su mirada se dirigió nuevamente a la luna, cuya luz bañaba el balcón con un brillo sereno.

—Haz lo que te dicte el corazón. Solo quería dejarte esto en claro —dijo, con un tono más calmado, aunque sus palabras seguían cargadas de intención.

Hizo una pausa, su mirada fija en la luna, antes de continuar, esta vez con una seriedad distinta.

—Y hablando del corazón… esto te lo diré como padre. Me gustaría que desistieras con Yuna, sea cual sea su relación.

Un escalofrío recorrió mi cuerpo al escuchar esas palabras. Sabía que Yuna tenía esa calidez que hacía que cualquiera se sintiera atraído por ella, como esas chicas de los mangas que parecen demasiado perfectas para existir.

Pero ahora estaba en un mundo donde lo extraordinario parecía natural.

—Yo... veo a su hija como una amiga y una mentora —respondí, tratando de que mi voz sonara firme y convincente—. Después de todo, fue ella quien me encontró en el bosque cuando estaba perdido y solo.

Él me observó detenidamente, su mirada dura, pero no desprovista de comprensión.

—Puede que hoy sea así, pero ¿acaso no ves la aldea? —dijo, con un ligero suspiro—. Todos aquí la aman y la adoran. Su personalidad es magnética, y lo que más me irrita es que… hace años que no la veía tan feliz como ahora.

Me quedé callado, procesando sus palabras.

Para mí, Yuna era un reflejo de lo que siempre había imaginado de los elfos… seres amables, generosos y llenos de luz. Sin embargo, nunca había pensado en el efecto que podría estar teniendo en ella.

—No quiero que alejes a mi hija de este lugar —continuó, su tono ahora cargado de una tristeza que no había notado antes—. Sé que ella te seguiría a cualquier lado. Lo veo en su rostro, esa mirada de admiración es inconfundible.

Su voz se tornó más suave, pero las palabras pesaban como si llevaran consigo toda su preocupación y amor paternal.

—No sé cómo saldrá la reunión de mañana. Podrías ser expulsado del bosque… pero, aun así, estoy seguro de que ella querría seguirte. Ella cree fuertemente en el destino.

Bajé la mirada hacia el suelo, sintiendo una punzada de tristeza.

Quería decir algo, encontrar las palabras adecuadas para aliviar sus preocupaciones, pero todo lo que sentía era el peso de sus expectativas y el miedo a defraudarlo.

Las palabras se me escapaban, dejándome atrapado en un silencio que hablaba más de lo que podía expresar.

—Mi deseo como padre es que Yuna se comprometa con el joven Hayate y juntos se conviertan en los próximos líderes de la tribu...

El nombre "Hayate" resonó en mi mente. Yuna me había hablado de él antes, describiéndolo como la mano derecha de su padre, pero también como alguien que ella consideraba oportunista y distante de sus ideales.

—¿Pero… realmente cree que él es el mejor candidato para su hija? —pregunté, intentando mantener la calma, aunque la inquietud en mi voz era evidente—. ¿Yuna sabe algo de esto?

Mi corazón latía con fuerza, y antes de poder detenerme, formulé otra pregunta que no podía contener…

—Y, más importante… ¿conoce usted los verdaderos sentimientos de Yuna?

La atmósfera cambió en un instante. El padre de Yuna se giró velozmente y me tomó de la camisa, un acto tan inesperado que me dejó sin aliento.

Nunca pensé que vería a un elfo perder los estribos de esa manera.

—No me sermonees, mocoso —dijo con una voz grave y cargada de tensión.

A pesar de la presión, mis ojos permanecieron fijos en los suyos, reflejando una mezcla de miedo y determinación. Sentí un impulso de enfrentarme a él, de no retroceder.

—Puede intimidarme todo lo que quiera, señor Kazeharu. La gente lo ha hecho con frecuencia antes, pero no voy a retroceder en mis palabras —respondí, manteniendo la voz firme, aunque mi interior temblaba.

Apreté los puños y continué, con un tono más decidido.

—Dice que ama a su hija, pero parece ignorar sus sentimientos hacia ese tal Hayate.

—¿Alguna vez le ha preguntado lo que realmente quiere? —mi voz se alzó ligeramente—. Parece que solo lo considera porque le es leal a usted, no porque sea lo mejor para ella.

El agarre de Kazeharu aflojó lentamente, y retrocedió un paso. Su expresión cambió, pasando de la ira a una mezcla de sorpresa y, tal vez, una chispa de respeto. Me observó detenidamente, como si intentara descifrar algo en mi postura o mis palabras.

—Ya veo… con que así van a ser las cosas —dijo finalmente, con un tono reflexivo—. Ahora entiendo por qué mi hija te estima tanto. Tienes un brillo interesante en esos ojos.

Se cruzó de brazos y esbozó una ligera sonrisa, aunque su presencia seguía siendo intimidante.

—Te propongo algo —dijo, con una seguridad que hizo que un escalofrío recorriera mi espalda—. Si mañana, en la reunión, los demás aprueban tu permanencia en Mythara, te permitiré batirte en duelo de espadas con Hayate.

Una gota de sudor recorrió mi frente al oír sus palabras, dejando al descubierto la tensión que sentía.

—Si pierdes, deberás alejarte de Yuna sin decir una sola palabra. Pero si llegas a ganar, cosa que dudo mucho, permitiré que ella permanezca a tu lado. Y esa será mi última palabra —dijo con un tono implacable y definitivo.

Sentí un nudo en el estómago, pero no titubeé. Extendí mi mano hacia él, y tras un breve instante, la estrechó con firmeza, sellando nuestro acuerdo.

—No pienso perder. Odiaría perder a alguien tan especial como Yuna, pero… —hice una pausa, buscando las palabras correctas—, odiaría aún más que viviera una vida en la que no sea feliz.

Kazeharu esbozó una sonrisa confiada, como si mi respuesta lo hubiera satisfecho.

—Veo que ya no tengo nada más que decirte —respondió, volviendo a su tono serio—. Puedes usar la habitación de invitados y cualquier otra instalación de la casa que necesites.

Cuando comenzó a retirarse, se detuvo a mitad de camino y me lanzó una última mirada intensa.

—Joven Kibou… espero que no me decepciones.

Finalmente, cuando me quedé solo en el balcón, me dejé caer al suelo, apoyando la espalda contra la baranda. Había alcanzado mi límite mental. Hablar con tantas personas y, sobre todo, enfrentarme a Kazeharu, había agotado por completo mi batería social.

Miré hacia la luna, exhalando con cansancio.

—Sin duda, es hermosa… —murmuré, dejando que mi mirada se perdiera en el cielo nocturno.

Por un momento, me pregunté cómo sería la diosa Mizuki. Nunca había aparecido en el manga de Celestaris, ni se había presentado ante mí al llegar a este mundo.

En los mangas de isekai que conocía, las diosas solían recibir a los aventureros, explicarles el mundo, y dejarlos elegir habilidades o armas. Pero aquí… nada. Ni una pista, ni una palabra. Solo mi habilidad única, Kizuna, de la cual no se mucho.

El silencio del bosque me rodeaba, y mientras contemplaba la luna, una pregunta ocupaba mi mente… ¿Por qué estoy realmente aquí?

—Tal vez sea una diosa haragana como en ese manga de la diosa inútil que solo hace malabares con agua —murmuré, soltando una leve risa—. O quizá realmente fue pura casualidad que acabara aquí.

Mis pensamientos se vieron interrumpidos cuando Yuna salió al balcón con una taza de té humeante en las manos. Se acercó, su rostro iluminado por una cálida sonrisa.

—Espero que mi padre no te haya intimidado demasiado. Puede parecer severo, pero en el fondo es un buen padre. Ser líder no es nada sencillo —comentó, con una mirada comprensiva.

Pensé en todo lo que había dicho su padre, en la presión de ser líder y en las decisiones difíciles que debía tomar constantemente. Asentí, devolviéndole la sonrisa.

—Tiene una personalidad muy firme, eso es seguro —respondí, dejando escapar una leve risa.

Ella se apoyó en la baranda junto a mí, mientras yo seguía sentado en el suelo, contemplando el cielo nocturno.

—Haruto, qué hermosa está la luna esta noche…

Por un momento, pensé que incluso la luna terminaría sonrojándose de tantos halagos en una sola noche.

Pero si soy sincero, ni siquiera la luna podía competir con la belleza de Yuna en ese instante.

La luz plateada la iluminaba como si fuera la protagonista de una obra de teatro, realzando su vestido blanco y verde con detalles de hojas que la hacían lucir como una parte viva y mágica del bosque.

Su presencia era tan natural y serena como el entorno que nos rodeaba.

Después de unos instantes en silencio, me puse de pie, sintiendo cómo el cansancio del día pesaba en cada uno de mis movimientos. Solté un suspiro y dije…

—Yuna, me gustaría tomarme un baño si es posible y luego descansar. ¿Podrías mostrarme dónde está el baño y la habitación de huéspedes?

Ella asintió con su amabilidad característica y me guió por el pasillo, explicándome cómo funcionaban algunos elementos del baño, tan diferentes a los de mi mundo pero increíblemente prácticos.

Después, me llevó a la habitación de huéspedes, un espacio acogedor con un futón dispuesto con precisión y una pequeña lámpara mágica que proyectaba una luz cálida y tenue, llenando el ambiente de tranquilidad.

—Descansa bien, Haruto. Mañana será un día importante —dijo antes de despedirse con una sonrisa.

La vi alejarse, cerrando la puerta con suavidad detrás de ella.

Me quedé unos instantes en silencio, escuchando el leve crujido de la madera y el murmullo del bosque, como si Mythara misma me invitara a dejarme llevar por su calma.

Decidí que un baño sería el cierre perfecto para el día. Caminé por el pasillo, repasando las indicaciones de Yuna.

La casa, con su diseño armonioso, se sentía como un refugio que abrazaba el alma, irradiando paz en cada rincón.

Al llegar al baño, me sorprendió su elegante simplicidad. Una bañera tallada en piedra, rodeada de pequeñas lámparas mágicas cuya luz suave creaba un ambiente sereno.

El agua caliente me envolvió como un abrazo reconfortante. Mientras el aroma a jazmín llenaba el aire, dejé que el cansancio se disolviera en el calor, y mi mente, por fin, encontró un momento de calma.

Al salir, me sequé con una toalla de textura suave, apreciando la atención a los pequeños detalles que hacía este mundo tan especial.

Caminé hacia mi habitación y me dejé caer sobre el futón, que parecía moldearse a mi cansancio.

Me cubrí con las mantas ligeras, cerrando los ojos mientras el peso del día se desvanecía.

En cuestión de segundos, el sueño profundo me envolvió, llevando consigo la serenidad del bosque.