Parte 2
Yuna guió a Haruto por los caminos de madera elevados, deteniéndose ocasionalmente para señalar lugares especiales.
Un árbol que servía como punto de reunión para los ancianos, una fuente mágica donde los niños jugaban con peces luminosos, y un santuario dedicado a la diosa Mizuki.
—Este lugar es… increíble —dijo Haruto, deteniéndose frente al santuario. El aire aquí se sentía más puro, casi vibrante con energía.
Yuna asintió, su mirada suavizándose mientras contemplaba la estatua de piedra de Mizuki.
—Siempre vengo aquí antes de una misión importante. Me recuerda por qué lucho —confesó, su voz era tranquila pero cargada de convicción.
Haruto la observó en silencio, sintiendo una nueva admiración por su amiga.
—Supongo que yo también debería encontrar un lugar así —dijo, rascándose la nuca con una sonrisa nerviosa—. Aunque, en mi caso, probablemente sería la tienda de ramen más cercana.
La risa suave de Yuna llenó el aire, haciendo que el corazón de Haruto se sintiera más ligero.
Finalmente, tras recorrer los caminos elevados, llegaron a su hogar. Una gran escalera en espiral rodeaba un árbol monumental.
Las raíces gruesas y retorcidas abrazaban la tierra como si fueran parte de un entramado sagrado.
En la copa, se alzaba una imponente casa con puertas deslizantes decoradas con grabados de hojas y flores, un perfecto equilibrio entre la naturaleza y la arquitectura élfica.
El sol se deslizaba lentamente hacia el horizonte, tiñendo el cielo con tonos dorados y anaranjados, mientras las primeras estrellas tímidamente asomaban.
La combinación de luz y sombra envolvía el lugar en una atmósfera de calma que solo Mythara podía ofrecer.
Me detuve frente a la puerta de madera, su diseño deslizante evocando recuerdos de la casa de mi abuela.
Yuna deslizó la puerta con fluidez, revelando un interior acogedor y armonioso, donde la calidez del bosque parecía abrazarte en cada rincón.
Al entrar, una calidez tranquila me envolvió, como si la casa misma compartiera la serenidad del bosque.
Las paredes, decoradas con grabados naturales, se iluminaban suavemente con la luz de lámparas mágicas colgantes, resaltando cada detalle.
Yuna me condujo al comedor y, con una sonrisa cálida, me pidió que me sentara mientras preparaba té. Me acomodé en un cojín junto a una mesa baja de madera, dejando que mis ojos recorrieran el lugar.
Todo parecía integrado con el bosque: muebles y decoraciones hechos con ramas cuidadosamente dispuestas y pequeñas gemas que reflejaban la luz de forma hipnótica.
Había una armonía única entre la naturaleza y el hogar, como si fueran uno solo.
Poco después, Yuna regresó con una bandeja en las manos, moviéndose con la gracia innata de los elfos.
Colocó la bandeja sobre la mesa con cuidado, revelando un delicado juego de té decorado con motivos de sakura.
Yuna sirvió el té en pequeñas tazas, dejando que el vapor ascendente llenara el aire con un aroma fresco y floral.
Tomé una de las tazas, disfrutando del calor reconfortante en mis manos antes de probar el té.
El sabor, suave y refrescante, invadió mi paladar, como si estuviera probando la esencia misma del bosque.
—Esto está… increíble —dije, dejando escapar mi asombro.
Ella sonrió con satisfacción, tomando un sorbo de su té antes de responder.
—Se llama "Bendición de la Tierra." Es una mezcla especial de hojas que solo crecen en Mythara, cultivadas con esmero por los elfos de tierra. Es una de nuestras principales exportaciones —explicó, con un toque de orgullo en su voz.
—Es fascinante. ¿Comercian con otras aldeas o…? —dejé la pregunta en el aire mientras disfrutaba del té, permitiendo que su sabor me transportara al bosque mismo.
Yuna inclinó ligeramente la cabeza, pensativa, antes de responder.
—Sí, comerciamos entre aldeas, pero nuestras principales exportaciones pasan por dos ciudades comerciales controladas por los elfos de luz.
—La más cercana es Veredel, justo en la frontera entre el Reino de Estelaris y el bosque de Mythara. Es un lugar vibrante, lleno de vida, donde comerciantes de todas las razas se reúnen.
Hizo una breve pausa, sus ojos reflejaban una mezcla de nostalgia y reflexión.
—Aunque no siempre es sencillo con los humanos. Algunos nos respetan, pero otros… no comprenden nuestra forma de vida ni nuestras tradiciones.
Su sinceridad me hizo reflexionar. Incluso en un mundo tan lleno de armonía como Mythara, las tensiones entre naciones seguían siendo un desafío constante.
—Debe ser difícil mantener ese equilibrio —comenté, admirando su convicción.
Yuna asintió, con una expresión serena pero firme.
—Lo es, pero es nuestra responsabilidad. Cuidar el bosque y compartir sus bendiciones solo con quienes las respeten.
El ambiente en la sala parecía más cálido, como si sus palabras reforzaran la conexión entre nosotros.
Tomé otro sorbo de té, preguntándome cuánto más podría aprender de este mundo tan vasto y lleno de misterios.
Yuna continuó con naturalidad.
—Hacia el norte está Stonehollow, en la base de la cordillera Valdurn. Esa ciudad marca el límite con la Confederación de Enanos de Durkheim —añadió, tomando otro sorbo de té antes de continuar—. Es un lugar bullicioso y fascinante.
—Los elfos de luz han logrado un equilibrio entre la elegancia natural y la grandeza tallada en piedra; cada estructura parece contar historias ancestrales.
—En esas ciudades fronterizas se otorgan permisos para los aventureros que desean explorar mazmorras en nuestro territorio. Incluso hay pequeños gremios de aventureros en ellas.
Mientras Yuna hablaba, cada palabra suya parecía abrir una ventana hacia un mundo más amplio y lleno de vida.
Me sentí pequeño en comparación con la inmensidad de Mythara y su complejidad.
—¿Y en el bosque de Mythara solo viven elfos elementales? —pregunté, intentando comprender mejor este lugar tan único.
Yuna negó suavemente con la cabeza, y una cálida sonrisa se formó en su rostro mientras sus ojos brillaban al tocar el tema.
—Mythara es el hogar principal de los elfos de luz, tierra, viento, agua y fuego. Cada uno de nosotros juega un papel esencial para mantener el equilibrio del bosque.
—Pero también hay otros seres que conviven con nosotros.
Se inclinó ligeramente hacia adelante, como si estuviera compartiendo un secreto especial.
—Por ejemplo, los semi-humanos, como los lobos plateados, viven en pequeñas manadas que recorren el bosque. Siempre están en movimiento, pero nunca perturban el equilibrio natural.
—Y luego están las hadas, espíritus y las dríadas, guardianas mágicas que vigilan los rincones más sagrados de Mythara.
—Cada uno de ellos tiene un propósito único y vital, como si fueran piezas de un rompecabezas que mantiene unido al bosque.
Sus palabras pintaban imágenes vívidas en mi mente, un mosaico de vida y magia que parecía sacado de un sueño.
Podía imaginar a cada criatura formando parte de un ecosistema mágico, donde cada movimiento contribuía a la armonía del entorno.
Yuna, con una expresión llena de afecto, añadió con una voz más suave, casi reverente.
—Y la más importante de todas es la señora Cherri.
—Ella es una dríada sakura, el corazón mismo del bosque. Es gracias a ella que Mythara se mantiene florecido y protegido.
—Quizás mañana tengas suerte y puedas verla.
Asentí, impresionado por la magnitud y la complejidad de Mythara. Cada detalle que ella compartía hacía que este lugar se sintiera más vivo y único.
—¿Y por qué se permite la presencia de semi-humanos pero no la de humanos? —pregunté, sin poder contener mi curiosidad.
Yuna hizo una pausa, como si eligiera cuidadosamente sus palabras.
—Los semi-humanos son seres espirituales que han aprendido a vivir en armonía con la naturaleza.
—En cambio, los humanos suelen ver nuestros recursos como algo para tomar sin considerar el daño que causan —explicó con seriedad, su mirada fija en la mía, buscando asegurarse de que entendía la gravedad de sus palabras.
—Por eso la señora Cherri no permite que los humanos accedan libremente al bosque. Es una medida de protección para nuestro hogar.
Sus palabras resonaron en mi mente, obligándome a reflexionar. Era cierto, los humanos éramos iguales en todos lados: siempre buscando conquistar, tomar lo que no nos pertenece y destruir la belleza natural por ambición.
Cherri debía entenderlo mejor que nadie.
Mientras pensaba en ella, recordé al majestuoso árbol de sakura que era su forma física, imponente y protectora. La imagen me llenó de respeto y asombro, un recordatorio de lo pequeña que era mi existencia frente a un lugar como Mythara.
En ese momento, recordé el obsequio que había comprado para Yuna.
Metí la mano en mi bolsillo, tratando de calmarme mientras buscaba el collar.
Los nervios me recorrían, pero había algo en este instante, algo en la paz de su hogar, que hacía que pareciera el momento adecuado.
—Por cierto, Yuna… quería darte algo —dije, mi voz titubeante mientras extendía mi mano hacia ella—. Has hecho tanto por mí… pensé que este sería un buen momento.
Cuando vio el collar, sus ojos se iluminaron con sorpresa, y una sonrisa sincera, cálida como los rayos del sol filtrándose entre las hojas, apareció en su rostro.
Sin decir una palabra, se sentó a mi lado y apartó su hermoso cabello verde, dejando al descubierto su cuello.
—¿Podrías ponérmelo? —preguntó, su voz suave y tranquila, pero llena de una calidez que hizo que mi corazón se acelerara como nunca antes.
El tiempo parecía detenerse mientras me acercaba con cuidado.
La delicadeza del momento me envolvía, y mis manos temblaron ligeramente al abrochar el collar alrededor de su cuello.
Cada movimiento parecía cargado de una importancia que no podía explicar, pero que sentía profundamente.
—Listo —murmuré, dejando escapar un suspiro de alivio mientras retrocedía un poco para mirarla.
Yuna se giró para encontrar mi mirada, sus dedos tocando el collar con cuidado, como si temiera romperlo. Su rostro irradiaba gratitud, pero también algo más, algo que no lograba descifrar del todo.
—Es precioso, Haruto… muchas gracias.
Su sonrisa, tan genuina, hizo que todo valiera la pena. A pesar del cansancio, la incertidumbre y los desafíos, ese pequeño instante me recordó por qué estaba aquí.
Justo cuando pensaba que el momento no podía ser más especial, sentí un peso inusual en mis hombros.
Una presencia familiar, aunque poco bienvenida en ese momento, hizo que mis nervios volvieran de golpe.
Al girar ligeramente la cabeza, vi a Kizuna y Simo, que me observaban fijamente como si hubieran estado allí todo el tiempo.
—¡Wow, qué lindo collar, Kizu! —exclamó Kizuna, rompiendo la atmósfera con su entusiasmo característico.
Simo, por su parte, lanzó un graznido breve que, de alguna manera, sonó casi como un juicio.
—¿Cuánto tiempo llevan ahí? —pregunté, tratando de ocultar mi vergüenza mientras sentía el calor subir a mi rostro.
Antes de que cualquiera pudiera responder, una voz grave resonó detrás de mí, haciendo que el aire pareciera congelarse.
—Desde que estabas por ponerle ese collar, muchacho…
Me quedé inmóvil, sintiendo cómo un escalofrío recorría mi espalda. La tensión en el ambiente era palpable, y ni siquiera me atrevía a girarme.
Kizuna y Simo, como si percibieran el peligro, se quedaron inmóviles, casi como estatuas, su silencio unánime era tan sospechoso como su presencia.
Entonces lo sentí: una mano firme se posó en mi hombro derecho, y la presión aumentó gradualmente, intensificando mi nerviosismo.
—Sí, Yuna, hija mía, es un bello collar… —dijo la voz del padre de Yuna, con un tono neutro, casi cortés, que solo hacía que la situación fuera más aterradora.
El tiempo pareció detenerse nuevamente, pero esta vez por razones completamente distintas.
No podía describir el miedo que me invadía; era de ese tipo que te hace replantearte todas las decisiones de tu vida, desde aceptar una misión hasta el simple hecho de despertar esta mañana.
—Por favor, no me ejecute… —murmuré con una voz temblorosa, mientras sentía cómo el pánico se apoderaba de mí.
De reojo, vi cómo Simo y Kizuna se alejaban lentamente, como si quisieran desvincularse de cualquier responsabilidad.
¡No me abandonen, traidoras!, grité en mi mente, sintiéndome completamente desamparado.
El padre de Yuna apretó aún más mi hombro. Pude ver una vena latir en su frente, y aunque mantenía una calma aparente, cada palabra que pronunciaba parecía cargada de advertencia.
—Jamás le haría algo inapropiado al… amigo… de mi hijita —dijo, con un tono que parecía una mezcla entre amenaza velada y contención absoluta.
Antes de que pudiera responder o siquiera respirar, Yuna, completamente ajena a la tensión del momento, se abalanzó hacia su padre con una sonrisa radiante.
—¡Papi! ¡Estás de vuelta! —exclamó, con un entusiasmo que parecía iluminar la habitación.
El cambio en su padre fue inmediato. La dureza de su rostro desapareció al instante, y una calidez paternal lo envolvió mientras abrazaba a Yuna con ternura.
—Sí, mi preciosa hijita, papá está de vuelta —respondió con un tono tan amoroso que me dejó completamente desconcertado.
Observé la escena, sin saber si debía reír o llorar.
Era como estar atrapado en una de esas comedias de "slice of life", con momentos conmovedores y familiares… excepto que el peso persistente de su mano en mi hombro me recordaba que este "slice" estaba más cerca del terror psicológico.
Definitivamente, este es un papel secundario que no pedí interpretar, pensé, sintiendo una mezcla de resignación y alivio. Al menos seguía vivo… por ahora.