Parte 1
Mientras avanzaban por el sendero del bosque, Haruto escuchaba atentamente las historias de Yuna.
Su voz vibraba con emoción al señalar árboles y plantas, desvelando secretos y relatos de Mythara que reflejaban el profundo amor que sentía por su hogar.
Era difícil no contagiarse de su entusiasmo.
Simo, saltaba de su hombro con movimientos ágiles, explorando entre los arbustos como un pequeño cazador antes de regresar con aire satisfecho.
Finalmente, apartaron las últimas ramas y la aldea se desplegó ante sus ojos.
Las casas de madera se alzaban entre los árboles, conectadas por puentes colgantes que parecían flotar sobre la vegetación, mientras luces mágicas brillaban entre las ramas.
—Es como un lugar sacado de un sueño —murmuró Haruto, incapaz de contener su asombro.
—¡Esto es como un nivel oculto en un RPG, Kizu! —dijo Kizuna.
Yuna los miró con una sonrisa llena de orgullo y los guió hacia la entrada de la aldea, hasta que una voz desde lo alto de una torre de vigilancia rompió la calma.
—¡Es Yuna! ¡Yuna está de regreso! —gritó, haciendo que varios elfos asomaran curiosos desde distintos puntos de la aldea.
El ambiente cambió, llenándose de murmullos y emoción mientras los habitantes salían a recibirla. Yuna, con una sonrisa cálida, saludaba a sus compañeros de aldea, y Haruto sintió, por primera vez, la magnitud del hogar que ella tanto amaba.
La emoción por el regreso de Yuna se reflejaba en los rostros de los elfos, aunque algunas miradas ya se posaban inquisitivas en Haruto.
—¡Y viene en compañía de un humano! —exclamó el centinela, lo que intensificó aún más las expresiones de curiosidad.
Yuna levantó la mano con calma, irradiando una tranquilidad que buscaba apaciguar las inquietudes de los suyos.
—No se preocupen —dijo con voz segura—. Es un buen amigo mío.
Los elfos más jóvenes, incapaces de contener su entusiasmo, rodearon rápidamente a Haruto y a su cuervo, lanzando preguntas emocionadas.
—¿De dónde vienes? —preguntó uno, con ojos brillantes de expectación.
—¿Y esa ave blanca? ¿Es mágica? Nunca había visto algo así —exclamó otro, inclinándose para observar mejor al ave, que permanecía imperturbable sobre el hombro de Haruto.
Kizuna, como era de esperarse, se sumó al bullicio, flotando alegremente entre los niños con su energía inagotable.
—¡Sí, sí! ¡Él es Haruto, un valiente aventurero de tierras lejanas, Kizu! ¡Y yo soy Kizuna, su inseparable compañera! —proclamó con orgullo, acompañando sus palabras con pequeñas piruetas que arrancaron risas y exclamaciones de asombro.
Un joven elfo, más confiado, se acercó directamente a Yuna. Su mirada reflejaba sorpresa y respeto, pero su voz estaba teñida de sincera curiosidad.
—Yuna, ¿por qué traes a un humano aquí? Es raro verlos en la aldea —preguntó sin rastro de desconfianza.
Yuna respondió con una sonrisa cálida, irradiando la misma confianza que había demostrado a lo largo del viaje.
—Haruto ha demostrado su valía —dijo con firmeza—. Me ha ayudado en nuestro camino y ha demostrado ser digno de mi confianza. Estoy segura de que la tribu Aeris podría aprender mucho de él.
—¿Entonces eres un aventurero? ¿De qué rango? —preguntó una joven elfa, uniéndose a la conversación con ojos brillantes y llenos de curiosidad—. Creía que los humanos rara vez entraban en el bosque de Mythara, y si no recuerdo mal, necesitan un pase para explorar las mazmorras.
Haruto titubeó un instante, buscando cómo responder de manera adecuada. Antes de que pudiera decir algo, Kizuna se adelantó con entusiasmo desbordante.
—¡Por supuesto que sí, Kizu! ¡Haruto-kyun es un aventurero valiente! —exclamó, girando en el aire y lanzando pequeñas chispas de energía.
Haruto dejó escapar una risa nerviosa y añadió, tratando de sonar convincente
—Bueno… sí, soy un aventurero. Aunque soy bastante nuevo en esto, estoy aprendiendo mucho. Yuna ha sido una mentora increíble —concluyó con una sonrisa tímida.
Los jóvenes elfos se miraron entre sí, claramente impresionados.
—¡Entonces ella te está entrenando! —exclamó uno de ellos, con un brillo de admiración en los ojos—. ¡Yuna es una de las mejores de nuestra aldea!
Yuna dejó escapar una leve risa, alzando una ceja mientras miraba a Haruto.
—No exageren, solo hago lo que puedo —respondió con humildad, aunque era evidente que los elogios la complacían.
Kizuna, inflando el pecho como si compartiera el mérito, añadió con voz triunfal:
—¡Así es! ¡Somos el equipo más fuerte y genial de todos! ¡Incluso vencimos al Golem del Laberinto de Raíces, Kizu!
En ese momento, el padre de Yuna emergió entre la multitud, corriendo hacia ella con una expresión de alivio. La joven elfa dejó escapar una risa llena de emoción y corrió hacia él, envolviéndolo en un abrazo que rebosaba cariño.
—¡Papi! —exclamó, pareciendo una niña pequeña por un instante.
—Siempre es un alivio verte sana y salva, hijita —respondió él, devolviéndole el abrazo con calidez.
Mientras tanto, Haruto seguía rodeado por los niños elfos, quienes lo bombardeaban con preguntas sin descanso, tirando de su chaqueta y examinándolo con admiración desbordante.
—¿De verdad derrotaron al Guardián del Laberinto de Raíces? —preguntó uno, casi sin darle tiempo para responder.
—¡¿Y quién es esa mini-persona rara?! —añadió otro, señalando a Kizuna, quien, lejos de ofenderse, giraba en el aire con entusiasmo.
—¡Kizuna es Kizuna! —declaró la pequeña, haciendo piruetas que arrancaron risas a los niños.
—¡Paciencia, paciencia! A todos les contestaré, lo prometo —rió Haruto, levantando las manos en señal de rendición ante tanta energía.
Mientras Haruto seguía atrapado entre los niños, Yuna aprovechó la oportunidad para apartarse con su padre. El bullicio se desvaneció a medida que se alejaban, dejando espacio para una conversación más privada.
Él la observó con detenimiento, notando pequeños arañazos en su ropa y piel que no habían pasado desapercibidos.
—¿Por qué estás herida? —preguntó mostrando seriedad, con el ceño fruncido—. ¿Ese humano tuvo algo que ver?
Ella negó con firmeza, colocando una mano en su pecho como para tranquilizarlo.
—No, papá. Al contrario, Haruto me ha ayudado más de lo que imaginas. Es gracias a él que estoy aquí. Por favor, confía en mí.
El padre de Yuna frunció el ceño, pero asintió, relajando un poco su expresión. Ella aprovechó el momento para bajar la voz, susurrando como si temiera ser escuchada.
—Padre, hace unos días tuve una visión —dijo con calma, aunque la intensidad en su voz era innegable—. En ella, conocía a alguien enviado por la diosa Mizuki.
El semblante de su padre cambió, reflejando sorpresa y preocupación.
—¿Te refieres a…? —murmuró, dejando la pregunta en el aire.
—Así es. Haruto posee la habilidad "Bendición de la Luna," pude verlo claramente en su panel de estado. No creo que nuestra reunión haya sido casual; siento que hay algo especial en él —concluyó Yuna, con una seguridad que solo incrementaba el peso de sus palabras.
Su padre quedó en silencio, procesando la revelación. Luego asintió con gravedad.
—Debo convocar a los jefes de las demás tribus. Esto no puede tomarse a la ligera… pero por ahora, no digas nada a los aldeanos.
—¡Hayate! —llamó con fuerza, y, como un destello, un joven soldado apareció ante ellos.
Yuna, al verlo, no pudo evitar una ligera incomodidad, que intentó disimular con una sonrisa forzada. El joven se inclinó respetuosamente ante su líder.
—Envía un mensaje a los demás líderes. Necesitamos reunirnos en el auditorio de la Señorita Cherri con urgencia. Asegúrate de que ella también sea informada —ordenó su padre con autoridad.
—Entendido —respondió Hayate con firmeza antes de desaparecer con la misma rapidez.
El padre de Yuna se volvió hacia ella, su mirada solemne pero cálida.
—Hijita, cuando tengas oportunidad, rescata a tu amigo de esa jauría de niños. Nos veremos en casa más tarde. Los líderes llegarán mañana al auditorio.
Al decir esto, miró hacia Haruto, atrapado en un animado círculo de niños que bailaban y lo bombardeaban con preguntas. Con una sonrisa ligera, regresó su atención a Yuna.
—Por ahora tengo otros asuntos que atender, pero quiero hablar con él y saber más— añadió antes de marcharse hacia el interior de la aldea.
—Así será, padre —respondió Yuna con firmeza, observándolo alejarse con pasos decididos.
Luego, giró su mirada hacia Haruto, y una sonrisa se dibujó en su rostro.
Él estaba rodeado por niños, sosteniendo un colorido violín que parecía un juguete, pero que sacaba melodías llenas de vida. Los pequeños bailaban y reían, dejándose llevar por el ritmo alegre que Haruto creaba.
Cada nota vibrante parecía contagiar a quienes lo escuchaban, incluso algunos adultos observaban curiosos y encantados desde la distancia.
Haruto, por su parte, parecía inmerso en un momento de pura felicidad, tocando como si todo lo demás hubiera desaparecido.
Yuna se acercó, escuchando con mayor claridad el ritmo juguetón y desenfadado de la música. Era diferente a cualquier melodía que hubiera escuchado en Mythara, pero su esencia viva y ligera llenaba el ambiente de calidez.
—Melodía, no sabes lo que te estás perdiendo —murmuró ella para sí misma, riendo suavemente mientras disfrutaba del espectáculo improvisado.
Haruto, rodeado de risas infantiles, disfrutaba de un instante único de alegría, como si la conexión genuina con aquellos a su alrededor disipara cualquier preocupación.
Mientras tanto, en una dimensión más allá del tiempo y el espacio, una figura etérea observaba la escena con atención.
Tras la burbuja transparente que lo separaba de aquel lugar, solo se distinguía la parte inferior de su rostro. Una suave sonrisa iluminaba su expresión, como si las risas de Haruto evocaran un recuerdo entrañable.
—Me alegra ver que vuelves a ser el mismo de antes... —susurró con una voz profunda y serena—. Este lugar parece estar devolviéndote la sonrisa, Haruto…
La figura permaneció en silencio, observando desde la distancia mientras Haruto terminaba de tocar el violín.
Los niños aplaudían con entusiasmo, pero la voz de Yuna interrumpió el momento.
—Bueno, ¿no creen que es hora de dejarlo descansar? —dijo con una sonrisa mientras miraba a los pequeños—. Ha sido un viaje largo.
Los niños se despidieron con gestos alegres antes de dispersarse, dejando a Haruto y Yuna en paz.
—Gracias, me has salvado. Ya me estaba quedando sin repertorio —dijo Haruto, soltando una risa ligera.
—¿Qué es ese instrumento? Parece un violín, pero tiene un aspecto peculiar… ¿Es un juguete? —preguntó Yuna, observándolo con curiosidad.
Haruto sonrió y alzó el violín, mostrándoselo con un toque de orgullo.
—¿Esto? Es un violín, tal como piensas, pero no uno cualquiera. Se llama Violín Lutero —respondí con una sonrisa, recordando cómo había llegado hasta allí con él—.
—Pude traerlo de mi mundo gracias a la habilidad "Materialize". Aunque me costó unos cuantos puntos de maná invocarlo, valió la pena.
Los ojos de Yuna brillaron con asombro mientras tocaba suavemente los bordes del violín, admirando su diseño.
—Debo decir que suena muy especial, Haruto. No es común escuchar algo tan vibrante aquí en Mythara —comentó, observándolo con atención.
—Gracias. Es uno de los objetos más importantes que tengo. Mi abuela solía llevarme a clases de violín cuando era pequeño. Este instrumento me conecta con ella —respondí, dejando que la nostalgia aflorara en mis palabras.
Yuna me miró con una mezcla de ternura y respeto.
—Debe haber sido una gran mujer para dejar un recuerdo tan profundo en ti —dijo con una sonrisa comprensiva.
Asentí, acariciando el violín una última vez antes de desmaterializarlo y guardarlo en mi inventario.
—Es un recuerdo valioso —admití, mientras Yuna seguía sonriendo.
—¿Te gustaría dar un paseo por la aldea? Puedo mostrarte lo que hace especial este lugar —ofreció.
—Claro, me encantaría —respondí con curiosidad, siguiéndola por un sendero que serpenteaba entre casas y árboles.
A medida que avanzábamos, sentí la armonía que impregnaba cada rincón de la aldea, como si bosque y elfos compartieran un único latido. Pronto llegamos a una zona donde pequeños puestos artesanales se alineaban entre los árboles.
—Este es el mercado local —explicó Yuna, apresurándose hacia un puesto cercano.
Vi cómo se acercaba a un elfo adulto que atendía un puesto lleno de frutas y verduras frescas. En su mostrador, unos duraznos y peras brillaban bajo la luz, atrayendo mi atención.
Yuna intercambió unas palabras con el vendedor y compró un par de duraznos, ofreciéndome uno con una sonrisa.
—Mira, mira —dijo, señalando una cesta de peras—. Estas son increíblemente sabrosas, cultivadas aquí en el bosque.
Tomé el durazno y le di un mordisco. Era dulce y jugoso, su frescura capturaba la esencia misma del bosque.
—Es delicioso —dije, impresionado, mientras el puestero sonreía con orgullo.
—Son los mejores duraznos de todo Mythara —afirmó, satisfecho.
Seguimos recorriendo el mercado, deteniéndonos en los puestos llenos de artesanías y comida.
Todo parecía irradiar una calidez natural, y cada vendedor mostraba un entusiasmo genuino al atendernos.
Mi presupuesto era limitado, pero algo en un puesto cercano captó mi atención. Collares tallados con detalles de hojas y gemas que parecían capturar la esencia del bosque.
Desde la distancia, observé a Yuna conversar con un mercader, su risa animada llenaba el aire. Irradiaba una conexión especial con todos en la aldea, una calidez que resultaba contagiosa.
Mis ojos se detuvieron en un collar con flores de sakura. Su diseño sencillo pero elegante, evocaba la serenidad y gracia que asociaba con Yuna.
—¿Podría ver ese? —pregunté, señalando el collar.
—Por supuesto, joven —respondió la mujer con una sonrisa amable—. Si buscas algo especial para la señorita Yuna, este sería ideal.
Me entregó el collar, tallado con delicadeza. Lo sostuve entre mis manos, admirando cómo parecía encapsular la conexión de Yuna con el bosque.
—A su madre le encantaban las sakuras. Siempre llevaba un collar como este —dijo la mujer con un toque de nostalgia.
En otro contexto, habría sospechado de sus palabras, pero aquí no sentía manipulación, solo sinceridad. Quizás la desconfianza entre los humanos y los elfos tenía su razón de ser, viendo cómo ellos trataban a los suyos con una honestidad casi envidiable.
—¿Cuánto cuesta? —pregunté, intentando sonar casual mientras imaginaba lo bien que le luciría a Yuna.
—Un Yue de Plata o diez Piezas de Plata —respondió.
Saqué diez Piezas de Plata de mi bolso mágico y las entregué. Guardé el collar en mi bolsillo, planeando el momento ideal para dárselo.
La mujer me lanzó una sonrisa pícara y añadió con suavidad…
—Jovencito, si tienes interés en la señorita Yuna, deberías darte prisa. Hay muchos pretendientes en la aldea, especialmente Hayate, la mano derecha del jefe.
Mi rostro se sonrojó al instante, y mi reacción fue negar apresuradamente.
—¡Ah, no, no es así! Solo somos amigos —respondí con una sonrisa nerviosa, intentando mantener la compostura.
Para mi alivio, Kizuna estaba profundamente dormida después de tanto jugar con los niños, lo que me salvó de algún comentario burlón que complicara aún más la situación.
La mujer soltó una risa suave y añadió.
—Claro, claro… Solo quería decírtelo, muchacho. Todos en la aldea queremos mucho a Yuna.
Lanzó una mirada hacia la joven elfa, que en ese momento se acercaba tras terminar su conversación con el mercader.
Yuna, con una sonrisa curiosa, preguntó.
—¿De qué hablan?
—Oh, nada importante. Solo le hacía unas preguntas a su joven invitado. Pero no los retendré más —respondió la mujer con una inclinación amable.
Antes de que pudiera decir algo más, Yuna me tomó del brazo con naturalidad.
—Si no le molesta, me lo llevaré. Quiero mostrarle el resto de la aldea.
La señora nos despidió con una reverencia cómplice, y seguimos caminando entre los puestos.
Yuna irradiaba entusiasmo, como si redescubriera su hogar a través de mis ojos. Su risa era contagiosa, y cada lugar al que me llevaba parecía especial.
Visitamos la escuela, donde los jóvenes elfos aprendían historia y habilidades. Los puestos de centinelas, siempre atentos. El área de entrenamiento de arquería y espada. Y por último los baños termales escondidos entre árboles, perfectos para relajarse tras un día agotador
Mientras caminábamos, no podía apartar de mi mente las palabras de la mujer del puesto. Su advertencia, mezclada con una genuina calidez, resonaba como un eco que no podía ignorar.