Parte 1
El bosque de Mythara estaba envuelto en una serenidad engañosa, como si los árboles guardaran un secreto.
Haruto y Yuna avanzaban despacio, dejando que el frescor de la brisa y los rayos de luz que atravesaban las copas de los árboles calmaran sus mentes.
Aunque el cansancio de la mazmorra pesaba en sus cuerpos, una satisfacción discreta los acompañaba. Habían superado el desafío y recuperado la Elven Sword.
Haruto se detuvo de repente, sintiendo cómo sus piernas protestaban. Lanzó una mirada a Yuna, que respiraba profundamente, su expresión era una mezcla de agotamiento y alivio.
Mientras ella parecía acostumbrada al esfuerzo, su postura reflejaba una disciplina de años, en contraste con su propia falta de entrenamiento.
—Yuna… —dijo intentando que su voz no sonara tan derrotada—. ¿Qué te parece si montamos un campamento? Creo que un descanso nos caería bien.
Yuna asintió con una sonrisa comprensiva.
—Estaba a punto de sugerirlo. Estamos cubiertos de polvo y agotados. Un respiro nos vendrá bien para recuperar fuerzas.
Encontramos un claro entre los árboles, amplio y despejado, perfecto para montar un campamento.
Kizuna, que había estado descansando en mi interior, reapareció de repente. Su expresión, habitualmente despreocupada, ahora estaba tensa. Su mirada se fijó detrás de nosotros, y su voz tembló ligeramente al hablar.
—¡Cuidado, Haruto!
Un crujido seco de una rama al quebrarse rompió el silencio del claro.
Sentí un escalofrío recorrerme, como si el aire mismo se volviera pesado, cargado de una presencia que aún no podía ver. Esa sensación de que alguien te observa, acechándote, era inconfundible.
Yuna y yo nos giramos al unísono, alertados por un instinto casi primitivo. Ahí, a unos metros, una figura emergió entre las sombras. Era alta y delgada, y el crujido no parecía un accidente, había roto la rama intencionadamente, solo para hacerse notar.
Ante nosotros apareció un hombre de aspecto elegante pero inquietante. Vestía un chaleco gris oscuro complementado con una gabardina muy fina.
A su espalda, una ballesta descansaba en posición estratégica, mientras múltiples artilugios colgaban de su cinturón. Cada elemento de su atuendo parecía diseñado con un propósito específico, como un cazador experimentado.
Giré la cabeza hacia Yuna, esperando su reacción, y lo que vi me alarmó aún más. Su rostro, normalmente sereno y confiado, estaba invadido por el terror. Sus ojos, siempre llenos de determinación, ahora mostraban una mezcla de desconcierto y miedo que jamás había visto en ella.
Era evidente que, fuera quien fuera este hombre, no era alguien a quien enfrentarse a la ligera.
—Esa... esa vestimenta es de Netheria —murmuró Yuna, su voz temblorosa como si pronunciar esas palabras le costara más de lo que debía—. ¿Qué hace alguien del Imperio en el bosque de Mythara?
Su pregunta quedó suspendida en el aire, cargada de una inquietud que parecía impregnarlo todo.
El sujeto comenzó a avanzar lentamente, con una calma que resultaba más aterradora que cualquier ataque repentino. A cada paso suyo, la presión en el ambiente se volvía más opresiva, como si un peso invisible comenzara a aplastarnos.
—Buen día, mis pequeños conejitos… ¡es hora de levantar el telón! —dijo con una teatralidad que solo acentuaba lo siniestro de su presencia.
A mi lado, Yuna seguía inmóvil, pero sus temblores la delataban. Había algo en aquel hombre que la paralizaba de una manera que jamás había visto en ella
Aquel hombre se movió con una velocidad que desafiaba la lógica, como un destello que escapaba a mi vista. Mi cuerpo reaccionó de forma instintiva, poniéndome en guardia.
Su voz surgió detrás de Yuna, como un eco burlón que parecía llegar desde todas partes y ninguna.
—Mi nombre es Han Versalles… un gusto en conocerme —pronunció con un tono que mezclaba altanería y un refinado sarcasmo.
Giré de inmediato, pero apenas alcancé a vislumbrarlo antes de que su mano impactara con una precisión escalofriante.
El golpe fue limpio, rápido, casi quirúrgico. Yuna cayó al suelo sin emitir un solo sonido, su cuerpo desplomándose como si alguien hubiera apagado su energía con un interruptor.
—Perdón por eso —añadió Han, limpiándose la mano con un gesto despreocupado—. No quería que la coneja verde nos distrajera, pequeño conejo.
—¡Yuna! —grité con desesperación mientras corría hacia ella.
Han solo chasqueó la lengua, una mezcla de desgano y diversión se dibujó en su rostro.
—No seas tan escandaloso. Solo está inconsciente —dijo con una calma inquietante, como si nada en el mundo pudiera alterarlo—. A decir verdad, hace días que los vengo siguiendo. Incluso me tomé la molestia de limpiar a todos los monstruos del cuarto piso de la mazmorra solo para verlos en el último piso.
Mis ojos se abrieron de par en par. El aire a mi alrededor se sentía más pesado, como si las palabras de Han se hundieran en mi mente.
—Déjame decirte algo—continuó, paseándose con la arrogancia de alguien que ya tenía el control total de la situación—. Nunca creí que alguien tan débil y patético como tú pudiera lograr algo… en lo absoluto.
Hizo una pausa. Su sonrisa se torció, dejando entrever una burla apenas contenida.
—Sin embargo... despertaste mi curiosidad.
A mi lado, Kizuna flotaba en un silencio tenso. Sus ojos, que siempre brillaban con energía, ahora estaban llenos de una mezcla de incredulidad y miedo. Su presencia era un recordatorio de que no podía permitirme dudar. Tomé aire y me obligué a actuar.
—Mat…—
No llegué a empezar el hechizo para invocar mis armas. Un impacto seco en el estómago me cortó el aliento.
Un dolor abrasador se expandió desde mi abdomen mientras caía de rodillas, incapaz de siquiera sostenerme.
—¡Haruto! —gritó Kizuna, su voz temblaba con desesperación. Flotaba a mi lado, girando frenéticamente, pero su pequeña figura no podía hacer nada para ayudarme.
El dolor me nublaba los sentidos, cada respiración era una tortura, haciendo que mis intentos por moverme fuera inútil.
—Vaya, vaya... la pequeña mascota también está preocupada —se burló, inclinándose levemente para observarme mejor. Su sonrisa era una mezcla de satisfacción y desprecio—. ¿Qué esperabas hacer? ¿Defenderte?
Intenté levantar la cabeza, pero el peso de su mirada y el dolor me mantenían clavado al suelo. Desde su posición, Han me observaba como un cazador que contempla a su presa, no por respeto, sino por simple entretenimiento.
En ese momento, se agachó en cuclillas, quedando a mi altura. Sus ojos, brillantes con una chispa de entretenimiento cruel, se clavaron en los míos.
Mi mirada, cargada de odio y frustración, no parecía hacerle frente. Su sonrisa despectiva creció, como si disfrutara de mi impotencia.
—Mira, ahora mismo no veo la necesidad de asesinarlos —dijo con un tono tan casual que dolía—. Primero, no hay un contrato por ustedes. Y segundo… —se encogió de hombros, su indiferencia era aplastante— simplemente no vale la pena gastar mi tiempo con dos patéticos conejitos.
Se levantó con la misma rapidez con la que había atacado, dándome la espalda como si no representara ningún tipo de amenaza. Sus ojos comenzaron a observar el bosque, ignorándome por completo.
—Además, tampoco hay público que admire mi belleza —añadió con sarcasmo, extendiendo las manos en un gesto teatral antes de dejar caer su voz a un tono sombrío—. Disfruto mis asesinatos como un espectáculo único e inigualable. Para mí, esto es arte.
—Las flores más bellas se arrancan en su momento más hermoso. —Suspiró, casi con un aire de nostalgia—. Y ustedes apenas son brotes verdes... Sería un desperdicio arrancarlos ahora.
Han permaneció en silencio por un instante, como si su decisión ya estuviera tomada. Luego, con un gesto casual, lanzó una pequeña bomba de humo a sus pies.
—Ya comprobé lo que quería y, sinceramente, perdí el entusiasmo que tenía. —Su voz, teñida de desdén, se desvaneció junto al humo que empezaba a envolverlo—. Quizás nos volvamos a encontrar, conejitos…
Su figura se desdibujó y se fundió con las sombras. En un abrir y cerrar de ojos, ya no estaba. El humo se disipó lentamente, dejando solo el eco de su amenaza flotando en el aire.
El bosque quedó en un silencio sepulcral. Aunque ya no sentía su presencia, el aire seguía cargado de tensión, como si su sombra permaneciera acechando entre las copas de los árboles.
Con esfuerzo, me puse de pie, sintiendo cómo el agotamiento me llegaba hasta los huesos. Mis ojos se dirigieron hacia Yuna, tendida en el suelo e inconsciente. Su respiración tranquila era el único consuelo en medio del caos.
La levanté con cuidado, su cuerpo ligero pero vulnerable se acomodó contra mi espalda. Cada músculo protestaba, pero no tenía opción.
—Vamos, Yuna… —murmuré con voz baja, como si ella pudiera oírme—. Debemos encontrar un lugar seguro.
No podía sacar a Versalles de mi mente. Su presencia no era la de un simple asesino, cada movimiento parecía fríamente calculado, dejando tras de sí una inquietante pregunta.
¿Por qué habíamos despertado su interés? Con ese pensamiento rondándome, seguí alejándome de aquel claro, mientras el peso del miedo aún oprimía mi pecho.
Avancé sin rumbo, guiado solo por el crujido de las hojas bajo mis pies y la necesidad de encontrar un lugar seguro.
Finalmente, a través del follaje, divisé un lago tranquilo, su superficie reflejaba el tenue brillo de la luna. Era el lugar ideal para detenernos.
Con cuidado, bajé a Yuna sobre la hierba y me puse a montar el campamento. La tienda quedó lista tras unos minutos de esfuerzo, seguida de una fogata que comenzó a crepitar con vida, sus llamas disipaban el frío de la noche.
Por fin, me permití relajar los hombros mientras el calor y el suave murmullo del agua me ayudaban a calmar la mente.
Yuna, aún algo aturdida, se movió dentro de la tienda, el sonido apenas perceptible del telón siendo apartado.
Sus ojos, aún somnolientos, recorrieron primero el lago, luego el fuego, y finalmente se detuvieron en mí.
—Veo que ya despertaste —dije, esbozando una sonrisa al verla salir—. No sabía cuánto tiempo estarías dormida, así que decidí quedarnos aquí por ahora. Creo que necesitamos este descanso después de… bueno, todo lo que pasó.
—Gracias, Haruto… —murmuró Yuna, aún procesando los eventos recientes—. Me alegra que estés bien.
Alrededor de la fogata, unos cuantos peces frescos asándose en brochetas. Había pasado un buen rato pescando, sabiendo que Yuna probablemente despertaría con hambre. El aroma ahumado llenaba el aire tranquilo junto al lago.
El rugido inesperado del estómago de Yuna rompió el silencio, y sus mejillas se tiñeron de un suave tono rosado, claramente avergonzada. Sonreí mientras le acercaba una brocheta.
—Espero que te guste el pescado —comenté, intentando sonar relajado.
A su lado, Kizuna disfrutaba de su propia brocheta, mordisqueándola con una concentración casi cómica, como un pequeño gato devorando su premio.
Yuna tomó la brocheta con una leve sonrisa, aún algo tímida.
—Gracias por la comida —dijo suavemente, antes de comenzar a comer.
—No te contengas, hay más. Come todo lo que quieras —añadí, animándola.
La tensión parecía disiparse poco a poco mientras ella se relajaba y disfrutaba del pescado. Entre bocados, el ambiente se llenó de una calma reconfortante que contrastaba con lo vivido horas atrás.
Yuna, con la mirada pensativa, rompió el silencio.
—Haruto, hay algo que necesitas saber si planeas seguir recorriendo este mundo.
Su tono, aunque tranquilo, tenía un trasfondo serio. Dejé mi brocheta a un lado, captando la importancia de sus palabras.
—Aquí, en Celestaris, conviven muchos reinos, pero hay dos que influyen sobre el resto. El Imperio de Netheria y el Reino de Estelaris.
—Netheria es el imperio de los demonios, vampiros y elfos oscuros. Juntos son poderosos, mucho más que cualquier otra raza, y siempre han creído que nacieron para gobernar.
Hizo una pausa, dejando que sus palabras flotaran en el aire antes de continuar.
—Por otro lado, Estelaris es el reino de los humanos y otras razas que luchan por mantener la paz. Allí está el gremio de aventureros más grande del mundo, con héroes de rango S y SSS capaces de enfrentarse a Netheria.
Sus ojos se fijaron en el fuego, su mirada reflejaba algo más profundo.
—Los elfos de Mythara somos neutrales en esa lucha. Nuestro deber es proteger el bosque, pero… ver a alguien de Netheria aquí… no es una buena señal.
Kizuna, hasta entonces absorta en su brocheta, levantó la cabeza y soltó con un tono dramático.
—Entonces… ¡esos de Netheria son problemáticos, Kizu! ¡Nada que Haruto-Kyun no pueda manejar!
La exageración de Kizuna me arrancó una sonrisa involuntaria, pero Yuna permaneció seria, asintiendo lentamente mientras seguía mirando las llamas.
Dejé que el silencio se asentara un momento, intentando procesar toda la información.
Mientras jugaba con un palito de madera entre mis dedos, la realidad de este mundo seguía sorprendiéndome.
—Entonces, ¿Netheria está muy cerca de Mythara?
—No, para nada —respondió, su mirada estaba perdida en la fogata—. Tendrían que atravesar todo Estelaris para llegar aquí. Es muy preocupante verlo en este bosque. Indica que podría haber algo más detrás de su visita.
Se quedó pensativa un momento antes de continuar.
—Nunca me he aventurado fuera de Mythara, pero he oído rumores de que Netheria tiene espías en todas partes. Quizás estén buscando algo en este bosque... o recopilando información en silencio.
—Y lo que más me inquieta... —su voz bajó, como si aún estuviera procesando sus pensamientos— es su falta de maná.
—¿A qué te refieres? —pregunté, curioso.
—Los elfos podemos sentir el maná que nos rodea, pero ese sujeto… era completamente invisible para nuestros sentidos. Es como si fuera una sombra sin alma. Es algo que nunca había experimentado.
La idea de alguien moviéndose tan furtivamente parecía afectarla profundamente.
Viendo su expresión sombría, tomé una de las brochetas de pescado y se la acerqué, tratando de aliviar un poco la tensión.
—No tiene sentido preocuparnos por algo que aún no entendemos del todo. Lo que importa es que ahora sabemos que debemos estar más preparados.
Yuna me observó un instante antes de aceptar el pescado. Sus labios formaron una pequeña sonrisa, y su semblante se suavizó ligeramente.
—Tienes razón —murmuró, antes de llevarse un bocado a la boca.
Sin embargo, su tono volvió a tornarse firme mientras me miraba.
—Haruto, deberías descansar. Puedo hacer la guardia esta noche. Mi visión nocturna me permitirá vigilar, y se nota que estás al límite. —La voz de Yuna tenía un tono sereno, pero firme.
Bostecé antes de responder, sintiendo cómo el cansancio pesaba en cada músculo de mi cuerpo.
—Está bien, pero no te excedas —dije con una sonrisa débil, mientras me arrastraba hacia la tienda.
Al acomodarme en el colchón improvisado, vi a Kizuna flotando junto a mí. Llevaba un pijama blanco imaginario con un pequeño sombrero a juego y una diminuta almohada bajo el brazo. El contraste entre su actitud y mi agotamiento me sacó una risa ligera.
—¿Vas a dormir también, Kizuna? —pregunté, sin poder evitar sonreír.
—¡Por supuesto, Kizu! ¡Las aventureras legendarias también necesitamos descansar! —respondió, acurrucándose en el aire como si estuviera sobre una nube invisible
Kizuna tenía ese don, esa manera de transformar cualquier situación en algo más llevadero.
A veces, olvidaba que no era realmente una persona, sino una habilidad única, un regalo que nadie más poseía.
Sin embargo, había algo en ella que me hacía dudar... ¿Era solo una proyección de mi poder, o algo más?
Sonreí ante su actitud, una mezcla de agradecimiento y curiosidad llenándome por dentro. Cerré los ojos, dejando que el suave susurro del lago y el calor reconfortante de la fogata disiparan mi tensión, empujándome al descanso que tanto necesitaba.
—No te preocupes, Haruto. —La voz de Yuna llegó suave, cálida, como un eco que calmó mi mente—. Gracias a ti, pude descansar bien.
Sus palabras quedaron suspendidas en mi conciencia, trayendo un inesperado alivio. Dejé escapar un suspiro, rindiéndome al cansancio que me envolvió como una manta cálida.