Parte 2
La mañana trajo consigo un aire fresco, roto únicamente por el sonido rítmico de algo cortando el viento. Haruto despertó con el eco elegante de una espada surcando el aire.
Fuera de la tienda, encontró a Yuna practicando con su nueva espada, cada golpe era fluido como una danza que emanaba tranquilidad. La admiró en silencio, cautivado por la precisión y armonía de sus movimientos.
Ella, notando su presencia, hizo una última estocada y bajó la espada, regalándole una sonrisa tranquila.
—Buenos días, Haruto. Espero no haberte despertado —dijo, inclinando levemente la cabeza.
—No, en absoluto. —El se rascó la nuca, intentando disimular su asombro—. En realidad… es impresionante verte practicar. Tus movimientos son tan naturales… casi como una danza.
Ella sonrió, complacida por el comentario.
—Gracias. La espada fluye conmigo, y este bosque parece amplificar esa conexión. Es como si pudiera concentrarme mejor aquí.
—Por cierto, ¿Descansaste bien?
—Sí, mejor de lo que esperaba. —Haruto sonrió, aún procesando lo que había visto—. Aunque después de verte, creo que debo ponerme al día con mi propio entrenamiento.
—No sabía que tenías habilidades con la espada. Pensé que tu fuerte era la arquería —comentó Haruto, aún sorprendido.
Yuna soltó una pequeña risa, ligera pero auténtica.
—¿Me copias "Tempest Waltz" y aún piensas que solo soy una arquera? —respondió con una sonrisa juguetona—. La verdad es que manejo mejor la espada, pero el arco es igual de esencial. Nos da el equilibrio que necesitamos en combate.
Haruto asintió, notando por primera vez la versatilidad de su estilo.
—Tiene sentido. Tener un enfoque dual parece darte una ventaja única.
Yuna asintió con una sonrisa y desvaneció su espada.
—Exacto. Uno nunca sabe cuándo tendrá que adaptarse a lo inesperado.
Justo cuando Haruto comenzaba a preguntar más sobre el entrenamiento de Yuna, un ruido repentino quebró la tranquilidad del bosque. Las ramas crujieron y las hojas susurraron como si el viento hubiera traído consigo algo inesperado.
Ambos se giraron rápidamente, sus sentidos alerta, mientras algo descendía desde las copas de los árboles, aterrizando con un golpe suave entre los pastizales.
—¿Qué fue eso? —preguntó Haruto, entrecerrando los ojos.
Entre las hojas caídas, una figura blanca resplandecía, un cuervo de plumaje inmaculado, extraño e impresionante.
—Un… cuervo blanco —murmuró Yuna, su tono cargado de curiosidad y precaución mientras invocaba su arco.
El ave, herida y desorientada, se movía con dificultad. Haruto dio un paso al frente, estudiándolo con detenimiento pero manteniendo cierta distancia.
—¿Es normal ver uno de estos por aquí? —preguntó, tratando de romper el silencio.
Yuna negó lentamente, su expresión parecía endurecerse con cada palabra.
—No, esto no es nada común… Estas aves son nativas de Netheria. Y jamás había escuchado que sean blancas. Ella son el símbolo de las sombras y de su imperio.
El ceño de Yuna se frunció mientras evaluaba al cuervo, la desconfianza evidente en sus ojos.
—En Mythara, no deberían existir aves como esta, y mucho menos aparecer heridas. Si está aquí, escapó… o alguien lo envió. Quizás sea compañera del asesino.
Haruto se arrodilló lentamente, sus ojos recorriendo con atención al extraño cuervo. Bajo el resplandor matutino, una herida en su ala derecha capturó su atención, era una quemadura similar a una herida de bala.
Con un leve suspiro, tomó una decisión inmediata. Arrancó un pedazo de su camisa, dejando que las fibras se desgarraran en un vendaje improvisado.
El cuervo se retorció y lanzó unos cuantos picotazos a sus dedos, pero Haruto se mantuvo firme.
—Baja el arco, Yuna. Es solo un ave —dijo con calma, mientras aseguraba el vendaje.
Poco a poco, el cuervo se relajó, sus movimientos ya menos erráticos. Pero su mirada, intensa y fija, tenía algo más. No era una simple ave herida, parecía consciente, casi como si entendiera.
—¿Cómo puedes estar tan seguro? —preguntó Yuna, sin bajar su arco, su tono oscilaba entre la incredulidad y la preocupación.
Haruto esbozó una pequeña sonrisa, relajando el ambiente mientras respondía.
—Primero, Kizuna no ha dicho nada raro; y ya sabes cómo es, si hubiera algo extraño, seguro que ya estaría armando un escándalo. —Kizuna, flotando tranquilamente a su lado, se infló con orgullo, como si confirmara sus palabras—. Segundo, Olivia tampoco ha dado ninguna alerta… aunque probablemente esté dormida —añadió con un toque de ironía.
Haruto hizo una pausa antes de continuar, su tono adoptó una calidez nostálgica.
—Y tercero… solía cuidar cuervos con mi abuela en mi mundo. Son incomprendidos, y la gente tiende a maltratarlos. Puede que este sea diferente, pero sigue siendo un ser herido.
Yuna lo observó con atención mientras terminaba de ajustar el torniquete en el ala del cuervo. El ave, como si comprendiera las intenciones de Haruto, dejó de resistirse y por primera vez pareció más tranquilo.
Haruto acarició el plumaje blanco del cuervo, explicando con calma.
—En mi mundo, los cuervos albinos son raros y solitarios. Sé lo que es estar solo, pequeño.
Un recuerdo fugaz cruzó su mente…
La imagen de una niña albina que había conocido en el pasado. ¿Ella estará bien? La idea le pesó por un instante, pero el leve movimiento del cuervo lo sacó de sus pensamientos.
El ave levantó la cabeza, mirándolo directamente, y asintió como si entendiera sus palabras. Sus ojos negros mostraban una atención que parecía ir más allá de lo natural.
Yuna y Kizuna intercambiaron miradas sorprendidas.
—¿Acaso… entendió lo que dijiste? —preguntó Yuna, incrédula, mientras Kizuna lo miraba con la boca abierta.
—Tal vez sea más especial de lo que pensamos —murmuró Haruto, sonriendo al cuervo con genuina curiosidad.
Lanzó una carcajada ligera y agregó.
—Los cuervos son muy inteligentes, ¿sabían? —Luego, inclinándose hacia el ave con un tono apacible, preguntó—: ¿Tienes nombre, pequeño?
El cuervo asintió y, con un leve movimiento con su ala sana, indicó que quería bajar. Haruto lo colocó cuidadosamente en el suelo, donde, para asombro de todos, el ave comenzó a trazar letras en la tierra seca con sus pequeñas garras.
Al terminar, en el suelo se podía leer claramente: "SIMO."
—Así que te llamas Simo —dijo Haruto, esbozando una sonrisa de asombro y alegría.
Mientras tanto, Yuna, completamente desconcertada, tomó a Kizuna entre sus manos y comenzó a sacudirla como si buscara confirmación.
—¿Estás viendo esto? ¡¿Esto es real?! —susurró, sin apartar los ojos del cuervo, mientras Kizuna, con los ojos en espirales, murmuraba un débil "K.O… ¡Kizu!" claramente mareada por el movimiento.
El cuervo lanzó una mirada de desaprobación hacia Yuna, como si estuviera ofendido por su reacción exagerada. Haruto, manteniendo la calma, se inclinó hacia él, curioso.
—Dime, ¿eres de por aquí? —preguntó Haruto.
El cuervo cruzó sus alas en una "X," negando con firmeza. La comunicación precisa dejó a Yuna aún más asombrada, mientras Kizuna intentaba recuperarse, tambaleándose ligeramente.
—Esto es… absolutamente extraño —murmuró Yuna, mirando al ave con una mezcla de incredulidad y resignación.
Haruto, sin perder la compostura, asintió mientras observaba al cuervo.
—Ya veo. Bueno, ¿te gustaría venir con nosotros hasta que te recuperes? —ofreció con una sonrisa.
El cuervo pareció considerar la propuesta por un momento, antes de subir con destreza al hombro derecho de Haruto y asentir, emitiendo un suave graznido de aprobación.
—Parece que he ganado un nuevo amigo —dijo Haruto, satisfecho, mientras Yuna soltaba un suspiro y cruzaba los brazos, observando la escena.
—No puedo creerlo… Parece que le has caído bien de verdad —comentó todavía procesando la situación.
Haruto le dedicó una sonrisa tranquila.
—Supongo que eso confirma nuestra alianza, ¿no? —bromeó, dándole un leve toque en la cabeza al cuervo, que respondió con un graznido complacido.
—Ahora desayunemos, me muero de hambre. —Con una risa ligera, Haruto se dispuso a preparar el desayuno.
Encendió una pequeña fogata y puso a calentar agua para el té, mientras sacaba unas galletas dulces de su bolso mágico. Organizó todo sobre una pequeña mesa redonda, dejando todo con sumo cuidado casi ceremonial.
Justo cuando llenó su taza de té, el cuervo saltó ágilmente hacia la mesa y comenzó a beber del té como si fuera lo más natural del mundo. Haruto dejó escapar una carcajada y sirvió otra taza, aceptando de inmediato la peculiaridad de su nuevo compañero.
—Esto… va a ser interesante —comentó la elfa, con una leve sonrisa, mientras observaba al cuervo integrarse al grupo con una facilidad casi irreal.
—Haruto, ¿de dónde has sacado todo esto? ¿La bandeja, el juego de té y las galletas? —preguntó ella, entre sorprendida y curiosa.
Haruto señaló la bolsa mágica que habían encontrado en el laberinto.
—La bolsa del laberinto estaba llena de objetos personales del elfo que vivía allí. Al parecer, además de tesoros, también guardaba lo esencial para sobrevivir. Supongo que tenía buen gusto —respondió con una sonrisa tranquila, mientras Simo picoteaba las galletas sin un ápice de vergüenza.
Yuna arqueó una ceja, divertida, mientras tomaba una taza de té.
Kizuna, sosteniendo una diminuta taza con la elegancia exagerada de quien se cree una dama británica, frunció el ceño con escepticismo.
—¿Y cómo es que estas galletas siguen frescas, Kizu? —preguntó, sorbiendo su té con una teatralidad que arrancó una sonrisa a Haruto.
Yuna, disfrutando de su propia taza, adoptó un tono casi solemne, como si estuviera impartiendo una lección importante.
—Es sencillo, Kizuna. En la bolsa dimensional, el tiempo no transcurre, así que los objetos guardados allí se mantienen intactos, sin deteriorarse ni un solo segundo.
Mientras lo explicaba, tomó una galleta y observó de reojo al cuervo, que seguía disfrutando de su porción con evidente satisfacción.
—¡Asombroso, Kizu! ¡Es como tener un refrigerador mágico! —exclamó Kizuna, con los ojos brillando de emoción.
El desayuno transcurrió entre miradas de sorpresa, risas y el crujir de las galletas, un momento de paz que aliviaba las tensiones del día anterior.
Yuna, terminando su té, miró al lago con una expresión pensativa antes de volverse hacia Haruto.
—Gracias por el desayuno. Este lugar es tan tranquilo que casi olvido que seguimos en el bosque.
—Me alegra que sirviera para relajarnos un poco —respondió Haruto con una sonrisa, mientras Simo graznaba suavemente en su hombro, como si ya fuera parte del grupo.
—Si seguimos caminando, podríamos llegar a la aldea mañana mismo —añadió Yuna, su tono reflejando un renovado propósito.
La tensión que los había acompañado hasta entonces parecía desvanecerse lentamente, dejando espacio para una tranquilidad bienvenida.
Mientras recogían sus cosas, Haruto se detuvo un momento, sus ojos vagaban hacia el lago. Inspiró profundamente antes de mirar a Yuna, una pregunta parecía formarse en su mente.
—Yuna, ¿crees que podría nadar un momento en el lago antes de seguir? —preguntó algo inseguro—. No quiero romper ninguna regla del bosque o faltar a las costumbres.
Ella lo observó con una mezcla de sorpresa y comprensión, mientras la brisa del bosque hacía bailar suavemente su cabello.
—No hay problema. Los lagos aquí están abiertos para los viajeros y guardianes del bosque. Mientras no dejemos huellas de nuestra presencia, el bosque estará en paz —respondió con tranquilidad, su tono reflejando un respeto natural por el entorno.
Haruto se acercó al lago, despojándose con cuidado de su ropa. Su campera, un regalo de su abuela durante su visita a la tribu Ainu en Hokkaido, llevaba bordados que representaban la conexión con la naturaleza.
Recordó las lecciones que había aprendido allí sobre el equilibrio y la armonía con el entorno, lecciones que ahora resonaban profundamente en Mythara.
Con una sonrisa nostálgica, dejó la campera doblada a un lado, quedando solo con un pantalón corto bajo los jeans. Observó su ropa un instante y murmuró…
—Definitivamente necesito algo nuevo.
Finalmente, dio un paso adelante, dejando que el frescor del agua lo recibiera. Cada movimiento lo llenaba de una calma que parecía disipar el peso de los eventos recientes.
Lentamente, se sumergió por completo, dejando que el agua lo abrazara, fría pero revitalizante.
Emergió después de un momento y flotó boca arriba, permitiendo que el cielo despejado llenara su visión. Las copas de los árboles que rodeaban el lago parecían custodiar ese espacio, aislándolo del resto del mundo.
Con un suspiro profundo, dejó que su mente se relajara. La frescura del agua y la quietud del entorno ofrecían un raro instante de paz y claridad, un respiro antes de retomar la aventura que aún tenían por delante.