Parte 1
Aquel golem, imponente y siniestro, se alzaba frente a nosotros, llenando la sala con su mera presencia.
Su forma rocosa parecía absorber la luz tenue del lugar, proyectando sombras que se extendían como garras sobre las paredes.
Cada movimiento de su colosal cuerpo hacía temblar el suelo, y un nudo creciente se asentaba en mi estómago.
En el centro de su pecho, una gran gema roja latía con un brillo pulsante, como el corazón de un guerrero ancestral en pie de guerra. Ese brillo hipnotizante era imposible de ignorar; parecía contener algo más que energía, tal vez la voluntad de la propia mazmorra.
—Haruto... este no es cualquier golem. —susurró Yuna, con la mirada fija en el coloso—. Es el "Guardián de Piedra", el protector de esta mazmorra. No parece contento con que estemos aquí.
Su tono calmado contrastaba con el peso de sus palabras, amplificando la tensión en el aire. Cada segundo parecía alargarse mientras el golem permanecía inmóvil, como si estudiara nuestros movimientos.
—¿Qué sabes de él, Yuna? —pregunté, sin apartar la vista de sus ojos huecos y brillantes, que parecían perforar el alma.
—Es conocido por su resistencia y regeneración. —explicó, sus ojos recorriendo cada grieta y detalle del titán—. No solo es increíblemente fuerte, sino que absorbe el daño físico como si fuera parte de él. Si vamos a vencerlo, no bastará con atacar directamente. Tendremos que ser estratégicos.
El golem lentamente comenzó a moverse, cada paso resonando como un trueno que hacía vibrar la sala y marcaba la cuenta regresiva hacia nuestro enfrentamiento inevitable.
Levantó su brazo masivo, un puño que parecía capaz de reducir cualquier cosa a polvo.
Sentí mi respiración volverse más pesada mientras sopesaba nuestras opciones. Cada enfrentamiento hasta ahora me había empujado al límite, pero este... este era distinto.
No era solo una prueba de fuerza, sino de ingenio. Había algo en su presencia que me llenaba de incertidumbre.
—¿Por qué el panel no se despliega esta vez? —murmuré, apenas consciente de que había hablado en voz alta.
La ausencia del panel era desconcertante, como si el sistema mismo decidiera guardar silencio frente a un oponente tan formidable.
Me inquietaba no tener esa fuente de información que se había vuelto crucial en mis enfrentamientos anteriores.
Mientras yo lidiaba con mis dudas, aquel imponente guardián continuaba avanzando, cada paso era un recordatorio del poder abrumador al que enfrentábamos.
No había tiempo para cuestionamientos; teníamos que actuar rápido o ser aplastados bajo su abrumadora fuerza.
—¡Materialize!—exclamó Yuna con determinación, extendiendo su mano hacia adelante. Un destello verde comenzó a formarse en el aire, ondulando con intensidad.
En un instante, el "Elven Bow" se materializó en sus manos, sus detalles en esmeralda y plata resplandeciendo con un brillo etéreo. Lo tomó con firmeza, la confianza reflejada en su postura.
Con un salto ágil, se posicionó en lo alto de una estructura cercana, sus movimientos tan precisos como los de una cazadora acechando a su presa. Desde allí, su mirada aguda analizaba a nuestro enemigo, buscando cualquier debilidad en su pétrea anatomía.
Yo, en el suelo, observaba al coloso con una mezcla de frustración y asombro. Cada paso que daba parecía aplastar no solo el suelo, sino también mi confianza. Mis habilidades no eran ideales para enfrentar algo tan grande y resistente.
—Piensa, Haruto...—murmuré, intentando calmar mi mente y formular una estrategia.
Era un golem de piedra, diseñado para resistir todo ataque frontal. No podría vencerlo con fuerza bruta.
Una idea comenzó a tomar forma. Distracción. Si lograba llamar su atención, Yuna podría aprovechar su posición elevada para atacar.
Kizuna flotó a mi lado, con un brillo travieso y emocionado en sus ojos.
—¡Showtime, Kizu!—exclamó, irradiando energía.
Apreté los dientes, consciente del peligro que implicaba el plan. Pero no había tiempo para dudar.
—Muy bien... seré la carnada —murmuré, aferrando con fuerza la empuñadura de mi espada mientras avanzaba hacia el imponente golem.
Respiré profundamente, enfocando toda mi energía mientras activaba mis habilidades.
—¡Wind Walk! ¡Tempest Waltz!
El viento se arremolinó a mi alrededor, envolviéndome como un escudo invisible. Mis pasos apenas tocaban el suelo, y cada movimiento era ligero y veloz, como si el propio aire me empujara hacia adelante.
Sentía la adrenalina pulsando en mis venas mientras me acercaba al titán.
El golem giró lentamente su cabeza hacia mí, sus ojos huecos centelleaban con un brillo extraño. Sin prisa, pero con una fuerza aterradora, levantó su brazo colosal. El movimiento, aunque lento, transmitía un peligro ineludible. Si llegaba a impactar, no habría escape.
Desde mi posición, alcancé a ver a Yuna en lo alto de la estructura. Su silueta, recortada contra la tenue luz de la sala, era la de una cazadora en su elemento. Su arco ya estaba tenso, una flecha cargada de magia lista para disparar.
—¡Critical Shoot!—gritó, su voz cortó el aire como la cuerda de su arco.
La flecha, envuelta en una energía turbulenta, surcó el aire con una velocidad y fuerza increíbles. El sonido del impacto fue ensordecedor. La magia de viento explotó contra el brazo del golem, desintegrando la roca en una lluvia de fragmentos que volaron en todas direcciones.
El monstruo retrocedió un paso, tambaleándose momentáneamente. La precisión y poder del disparo de Yuna habían demostrado que incluso aquel titán tenía sus puntos débiles.
La tensión seguía colgando en el aire como una nube pesada, mientras el golem volvía lentamente su mirada hacia nosotros. Su núcleo rojo pulsaba con una intensidad renovada, como si alimentara su furia.
Aprovechando la oportunidad, me lancé hacia su pierna, el punto más vulnerable que podía alcanzar.
—¡Es ahora o nunca! —grité mentalmente, canalizando toda la energía que me quedaba en un golpe único y concentrado.
Sentí el poder fluir por mis brazos, mientras mis manos se aferraban con fuerza al mango de la espada.
Con un movimiento decidido, descargué el ataque contra la base de su pierna como si estuviera desafiando a un gigante ancestral.
El impacto resonó en la sala como un trueno, y el coloso perdió el equilibrio. Su enorme cuerpo osciló antes de caer de espaldas, provocando una sacudida que hizo temblar la mazmorra entera.
Una nube de polvo y fragmentos de roca llenó el aire, cubriéndolo todo en un caos temporal.
Yuna y yo observamos con asombro al titán derrumbado frente a nosotros, como si la misma montaña hubiera sido derrotada. Pero nuestra breve victoria fue interrumpida por un espectáculo inquietante.
Aquel monstruo comenzó a regenerarse ante nuestros ojos. Sus fragmentos rotos, esparcidos por el suelo, se arrastraban como atraídos por un imán invisible, volviendo a ensamblarse con una precisión aterradora.
—Esto... no puede estar pasando —murmuré, sintiendo cómo un escalofrío me recorría la espalda.
Yuna tensó la mandíbula, sus ojos reflejando una mezcla de frustración y determinación. Incluso Kizuna, usualmente tan vibrante, permanecía en silencio.
La regeneración del golem no solo era un desafío físico; era un golpe directo a nuestra moral.
—¿Cómo es posible...? —murmuré, incapaz de apartar la mirada de aquella regeneración imposible.
—Es peor de lo que pensaba... —dijo Yuna con voz tensa, sus ojos reflejaban la misma incredulidad que sentía yo.
Antes de que pudiéramos planear nuestro próximo movimiento, el guardián colosal levantó un brazo, esta vez cargando una enorme roca que brillaba con una energía sombría. Con un movimiento brutal, la lanzó directamente hacia Yuna.
—¡Cuidado! —grité, mi voz casi ahogada por el estruendo.
Yuna reaccionó al instante. Con un salto ágil, descendió de su posición elevada justo a tiempo, mientras la roca impactaba contra la estructura donde estaba hace apenas un momento.
El impacto destrozó la estructura en mil pedazos, dejando solo escombros en su lugar.
Ella aterrizó con elegancia, su respiración era un tanto agitada, pero sin perder la compostura. Sus ojos se clavaron en el golem, ahora completamente restaurado, como si aceptara el desafío que este le lanzaba.
Nos miramos en silencio, buscando en el otro alguna señal, alguna chispa de ingenio que pudiera darnos una ventaja.
El peso de la situación se hacía insoportable; Yuna sabía que no era un enemigo común, y por primera vez, ambos sentíamos la magnitud real de este desafío.
Kizuna flotaba cerca de mi hombro, su expresión inusualmente seria. Incluso sus alas, que normalmente revoloteaban con energía, parecían moverse con lentitud, como si la tensión la hubiera alcanzado también.
—¿Haruto-kyun? No quiero sonar alarmista, pero... ¡esto pinta MUY mal, Kizu! —exclamó con un tono que se tambaleaba entre una preocupación sincera y su característico toque exagerado.
La gravedad de la situación era innegable. Esa monstruosidad regenerativa no se parecía a nada que hubiera enfrentado antes, y cada segundo que pasaba nos hacía más evidente que estábamos superados.
Respiré profundamente, intentando calmar mi mente mientras el golem se mantenía firme, su núcleo rojo brillando como un recordatorio constante de nuestra desventaja.
Con la determinación de quien se aferra a su última esperanza, decidí intentar activar el panel de habilidades, buscando desesperadamente alguna pista que pudiera salvarnos.
Un zumbido bajo resonó en mi mente, un "ZZZzz" que no tenía nada de tranquilizador.
Fruncí el ceño, insistiendo en reactivar el panel. Intenté de nuevo, y de nuevo, pero no sucedió nada.
—No me digas que el panel se tomó un descanso justo ahora... —pensé con ironía, sintiendo que, entre todas las veces que podía fallar, esta era definitivamente la peor.
Miré a Yuna, quien mantenía su postura firme, aunque su respiración delataba el desgaste. Nuestros ojos se encontraron, y en ese instante, no hicieron falta palabras. Ambos entendíamos la gravedad de la situación.
—Mi maná está por agotarse —confesó finalmente, cargada de frustración.
Su declaración pesaba como una advertencia. Yuna siempre parecía inquebrantable, pero ahora, incluso ella mostraba las grietas que esta batalla había dejado.
—No te preocupes—dije, intentando transmitir una seguridad que apenas sentía yo mismo—. Encontraremos una forma de salir de esta.
Sus palabras fueron como una campana final. Sin sus ataques de apoyo y sin el panel funcionando, la idea de un combate prolongado contra el golem parecía una condena segura. Estábamos en desventaja, y el tiempo no jugaba a nuestro favor.
De repente, un crujido profundo resonó en mi mano derecha. Bajé la vista, incrédulo, hacia mi espada... o lo que quedaba de ella. La hoja, antes mi única defensa, se había quebrado por completo. Ahora solo sostenía el mango, inútil y ridículo en mis manos.
"Perfecto. Justo lo que necesitaba, la diosa del infortunio me sonríe," pensé con amarga ironía. "¿Quién necesita una espada cuando tienes un montón de problemas?"
Mi mente buscaba desesperadamente una solución mientras el golem seguía avanzando, implacable, cada paso resonaba como un reloj de arena que marcaba nuestros últimos segundos.
Kizuna, normalmente tan ruidosa y animada, flotaba cerca con una expresión que no le había visto antes. No había comentarios ingeniosos ni ánimos exagerados. Nada. Ese silencio era lo más inquietante de todo.
Cada movimiento de su colosal figura hacía temblar el suelo y presionaba contra mi pecho como un recordatorio de nuestra vulnerabilidad.
Por un instante, me invadió la desesperanza. Todo parecía tan... inútil.
Pero ese pensamiento fue efímero. Sacudí la cabeza, reprimiendo cualquier rastro de duda.
Sin pensarlo mucho, golpeé mis mejillas con ambas manos. El dolor fue un impacto rápido y contundente, suficiente para despejar mis ideas.
"No es momento para rendirse," me recordé con firmeza, apretando los dientes mientras buscaba desesperadamente una solución.
Justo cuando estaba a punto de invocar mis pistolas Oni, una idea comenzó a tomar forma en mi mente como un destello de luz en la oscuridad. Sin embargo, antes de que pudiera concretarla, el Panel apareció de improviso frente a mí, su luz cortaba la penumbra como un faro.
"¡Advertencia! Reservas de Maná bajas." Su tono inmutable contrastaba con la urgencia del momento. "¿Desea utilizar gema de maná para restaurar maná?"
Saqué rápidamente dos gemas de mi bolsillo, las mismas que había recogido más temprano, y las apreté con fuerza en mi mano. Sentí el flujo de energía como un torrente cálido, corriendo por mi cuerpo y llenándome con una vitalidad renovada.
—¡Sí, eso es! —exclamé, sin titubear, mientras la barra de maná en el Panel ascendía rápidamente.
Con la energía de las gemas resonando en mí, volví a meter la mano en el bolsillo y saqué cinco piedras de maná. Sin pensarlo dos veces, las lancé hacia Yuna.
—¡Toma, para que recuperes tu maná! —grité, viendo cómo las gemas brillaban tenuemente mientras volaban hacia ella.
Yuna las atrapó en el aire con una destreza que parecía instintiva, y por un instante, sus ojos reflejaron el resplandor de las gemas. Su expresión de agotamiento se suavizó, dando paso a una mezcla de asombro y determinación renovada.
—Gracias, Haruto. Esto cambia las cosas —murmuró, mientras el flujo de energía mágica comenzaba a revitalizarla.
La presión que antes nos aplastaba retrocedió ligeramente, como si nuestras fuerzas se alinearan una vez más. Inspiré profundamente, sintiendo cómo la tensión opresiva se transformaba en un impulso feroz para seguir adelante.
Con un movimiento decidido, levanté la mano hacia el cielo y grité:
—¡Materialize!...¡Aka-Oni y Ao-Oni!
Un destello de luz roja y azul iluminó la sala, y en mis manos aparecieron las dos pistolas.
Sus diseños eran una obra de arte, una mezcla de elegancia y poder: una, en rojo oscuro con grabados dorados que parecían emanar un aura feroz, mientras que la otra brillaba en azul eléctrico, adornada con líneas plateadas que daban la impresión de moverse bajo la tenue luz.
El peso de las pistolas en mis manos me llenó de una inesperada confianza. Estas eran más que armas; eran símbolos de una fuerza que siempre había admirado... ahora, solo esperaba que estuvieran a la altura de las circunstancias.
Kizuna flotó emocionada a mi alrededor, con los ojos brillando como si acabara de presenciar un milagro.
—¡Haruto-kyun, esas armas son increíbles, Kizu! —exclamó, girando en el aire con pura emoción—. ¡Parecen sacadas de un anime épico!
Una ligera sonrisa cruzó mi rostro ante su entusiasmo, pero mi atención seguía fija en las armas.
Siempre habían sido mis favoritas: las "Desert Crow". Sabía de su potencia por su manga, pero ahora era el momento de comprobar si cumplían con las expectativas en este mundo.
Sin perder tiempo, corrí hacia un costado del golem para atraer su atención. Funcionó mejor de lo esperado, ya que giró su enorme cabeza hacia mí, sus movimientos pesados pero imponentes.
Cuando estuve lo suficientemente cerca, me detuve, respiré hondo y apunté directamente a su núcleo.
Apreté el gatillo con confianza... pero nada sucedió.
Solo el desalentador sonido del "¡Click! ¡Click! ¡Click!" llenó el aire, rompiendo toda mi concentración.
—¡No puede ser! —grité, apretando los dientes mientras agitaba las pistolas en un gesto inútil. El eco del sonido vacío rebotaba en las paredes, burlándose de mí.
Kizuna me miró perpleja, ladeando la cabeza como si no pudiera procesar lo que estaba viendo.
—¿Eh? ¿Qué pasó, Kizu? —preguntó, su tono oscilando entre la curiosidad y el desconcierto absoluto.
Entonces lo recordé: en aquel manga, el protagonista nunca cargaba las pistolas. Solo las usaba como elemento intimidante, porque odiaba los conflictos. Era un pacifista.
—¡Maldito rubio pacifista! —murmuré entre dientes, sintiendo cómo el peso de mi error me golpeaba como una avalancha mientras el golem continuaba avanzando, cada paso sacudiendo el suelo con un estruendo ominoso.
Kizuna parpadeó varias veces, procesando mis palabras.
—¿Qué significa eso? ¿Por qué no disparan? ¿No son pistolas mágicas súper geniales, Kizu? —preguntó, su voz sonaba cargada de incredulidad mientras señalaba las armas en mis manos.
—No tienen munición... —respondí con amargura, bajando la mirada hacia las pistolas.
Eran tan elegantes y mortíferas como las había imaginado, pero en este momento no eran más que adornos inútiles.
—En el manga, el protagonista nunca las cargaba. Solo las llevaba para intimidar porque odiaba pelear.
El silencio cayó sobre nosotros por un instante, roto solo por el sonido monótono de los pasos del golem acercándose lentamente, como si disfrutara del espectáculo de mi fracaso.
Kizuna me miró fijamente, y por primera vez parecía tan desconcertada como yo.
—Eso es... ¡ridículo, Kizu! ¿Quién lleva pistolas solo para intimidar? —exclamó, cruzando los brazos con un aire indignado que en otro momento podría haber sido cómico.
Apreté los dientes, mi frustración crecía con cada paso que daba el coloso.
La realidad me golpeó con la fuerza de una roca: estaba frente a un enemigo colosal, y las armas que imaginé como mi salvación no eran más que adornos vacíos.
"¿Cómo enfrentamos esto?" me pregunté, sintiendo un nudo en el estómago.
La respuesta no estaba clara, pero si había algo que sabía, era que quedarme inmóvil no cambiaría nada.