Parte 1
El bosque de Mythara parecía guiarnos, abriendo un sendero oculto entre la neblina luminosa.
Caminábamos en silencio. Yuna lideraba con pasos ligeros, mientras Kizuna flotaba cerca, más callada de lo habitual. El aire fresco, cargado de tensión, parecía anticipar algo.
La vegetación se hizo más densa, y de pronto, Yuna levantó una mano para que me detuviera.
Su mirada fija entre la espesura del bosque transmitía una mezcla de alerta y precaución.
—Haruto, mira allí —susurró, señalando con un gesto sutil hacia un punto entre los árboles.
Seguí la dirección de su mano y lo vi... un arco de piedra, cubierto por raíces y enredaderas, se alzaba al pie de una colina. Sus símbolos tallados, parcialmente ocultos, parecían custodiar un secreto antiguo.
Un escalofrío recorrió mi espalda. Había algo en ese lugar, algo que imponía respeto y despertaba una curiosidad difícil de contener.
—¿Qué es este lugar? —pregunté, incapaz de apartar la mirada del imponente arco.
Yuna avanzó sin titubear, sus dedos rozando los símbolos con cuidado reverente. Por un instante, su mirada se perdió en ellos, absorta, como si percibiera algo que solo ella podía entender.
—Es una mazmorra de nivel uno, el "Laberinto de Raíces" —dijo finalmente, con un tono cargado de respeto—. Solo se revela cuando el bosque lo permite.
Hizo una pausa, observando el arco como si pudiera leer en él una historia perdida en el tiempo.
—Hace mucho tiempo este lugar se usaba para probar la valía de los aventureros. El bosque solo revela este sitio a quienes tienen un vínculo profundo con la naturaleza. Es como si protegiera algo importante, algo que no quiere dejar ir fácilmente.
—¡Es genial, Haruto-kyun! —exclamó, girando en el aire—. ¡Tu oportunidad para brillar como aventurero!
La mezcla de nervios y entusiasmo se revolvía en mi interior. Sabía que esta era mi oportunidad para demostrarme que podía enfrentar este mundo.
—¿Crees que podamos intentarlo? —pregunté, esforzándome por sonar más seguro de lo que realmente me sentía.
Yuna estudió la entrada con detenimiento antes de asentir con decisión.
—Es una mazmorra de nivel bajo, pero incluso las más sencillas pueden ser letales si las subestimas. Será una buena forma de medir tus habilidades.
Tragué saliva, sintiendo el peso de sus palabras mientras intentaba calmar mi respiración.
—Las mazmorras están llenas de trampas, criaturas y desafíos. Aunque sea de bajo nivel, no será fácil.
—Si decides entrar, seguirás mis instrucciones sin dudar. No habrá margen para errores.
Las palabras me abrumaban, pero también encendieron una chispa de adrenalina. Esto no era un juego RPG, todo aquí tenía consecuencias reales.
Respiré hondo, tratando de proyectar confianza a pesar del ritmo acelerado de mi corazón.
—Estoy listo —dije con más decisión de la que realmente sentía.
Yuna me evaluó por un instante antes de asentir nuevamente.
—Bien. Recuerda... no dudes. Cada paso en una mazmorra importa.
Con un movimiento firme, Yuna empujó la gran puerta de madera. El chirrido resonó en el aire, como una advertencia de lo que estaba por venir.
Al cruzar el umbral, una oscuridad densa y casi palpable nos envolvió, invitándonos a descubrir sus secretos ocultos.
El aire frío se deslizó por mi piel, enviando un escalofrío por mi espalda, mientras un olor terroso mezclado con humedad llenaba mis sentidos.
Las paredes de piedra, entrelazadas con raíces, parecían una extensión viva del bosque que habíamos dejado atrás.
Yuna avanzó con cautela, sus movimientos fluidos y seguros, como si formara parte del entorno. Yo la seguí, esforzándome por mantener mis sentidos alerta.
Cada paso resonaba en las paredes cubiertas de musgo, amplificando los sonidos en el silencio sepulcral.
De repente, el suelo vibró bajo mis pies. Cuchillas surgieron de las paredes con un silbido letal, trazando patrones impredecibles que cortaban el aire con precisión mortal.
—¡Cuidado, Haruto! —gritó Yuna, deteniéndose justo a tiempo al ver el mecanismo activarse. Con un solo paso más, ya había cruzado al otro lado de la trampa, su ligereza de viento parecía haber evitado que las cuchillas reaccionaran.
Tragué saliva, observando cómo las afiladas hojas se movían con un ritmo implacable, cada silbido un recordatorio del peligro mortal frente a mí.
—¿Cómo... cómo se supone que cruce esto? —pregunté, intentando controlar el temblor en mi voz mientras miraba la distancia que nos separaba.
Yuna frunció ligeramente el ceño, sus ojos analizando el patrón de las cuchillas con calma.
—Podrías probar con "Wind Walk". Te otorgará rapidez y ligereza, como si el viento mismo te impulsara.
—La aprendiste hace poco, ¿recuerdas? No consume mucho maná, así que deberías poder manejarla.
Kizuna revoloteó cerca de mi rostro, su entusiasmo intacto incluso en medio de la tensión.
—¡Eso, Haruto-kyun! ¡Usa "Wind Walk"! Serás tan rápido y ligero como el viento, Kizu. Pero, ya sabes... ¡sin caer en la trampa en el intento!
Respiré hondo, ignorando su tono burlón mientras intentaba concentrarme. Recordé cómo Yuna había utilizado esa habilidad el día anterior, moviéndose entre los árboles con una gracia que parecía desafiar la gravedad.
—Bien... —susurré, abriendo los ojos con determinación. Dejé que el flujo de maná activara la habilidad dentro de mí. Un cosquilleo ligero recorrió mis piernas, como si una brisa invisible comenzara a envolverme.
—¡Wind Walk! —exclamé, sintiendo cómo mi cuerpo se volvía más ligero. Aunque el efecto no era tan fluido como el de Yuna, algo había cambiado. Mis pasos ahora eran rápidos y precisos, guiados por el único objetivo de cruzar.
Avancé, esquivando las cuchillas una a una. Cada giro y movimiento exigía más de mí de lo que creía posible, pero la adrenalina mantenía mi cuerpo en marcha.
El sudor resbalaba por mi frente, y mi respiración se hacía cada vez más pesada. No podía permitirme dudar.
De repente, una cuchilla pasó a escasos centímetros de mi rostro, tan cerca que el aire cortante rozó mi mejilla.
Instintivamente, giré la cabeza, pero no lo suficiente para evitar un rasguño. Un hilo de sangre cálida comenzó a deslizarse lentamente por mi piel.
—Eso estuvo... demasiado cerca —murmuré, con el corazón latiendo con fuerza.
—¡No te detengas, Haruto! ¡Ya casi lo logras!
Tomé aire y me concentré en las cuchillas restantes. Mi cuerpo se movió instintivamente, esquivando cada obstáculo con un esfuerzo que sentía consumir lo poco que quedaba de mi magia.
Justo cuando pensé que había superado la trampa, un crujido bajo mis pies me alertó. Antes de que pudiera reaccionar, el suelo cedió.
—¡Haruto! —escuché el grito de Yuna mientras mi cuerpo caía hacia lo desconocido.
Todo sucedió en un instante. La oscuridad me envolvió, separándome de ella, su rostro alarmado fue lo último que alcancé a ver.
—¡Yuna! —exclamé, extendiendo una mano hacia ella, pero la trampilla se cerró rápidamente, sellando cualquier conexión entre nosotros.
El aire frío me envolvió mientras la mazmorra me tragaba. Un impacto seco contra el suelo robó el aire de mis pulmones, dejándome aturdido y jadeante.
Permanecí inmóvil durante unos segundos, podía sentir el dolor en cada músculo mientras intentaba calmar la confusión en mi mente.
Con esfuerzo, me levanté tambaleante, jadeando mientras mis ojos se adaptaban a la penumbra que me rodeaba.
La tenue luz del piso superior se colaba por la abertura de la trampilla, proyectando sombras inquietantes en el suelo...
Mientras Haruto desaparecía bajo la trampilla, envuelto en la penumbra de lo desconocido, Yuna permaneció inmóvil, su mirada fija en el lugar donde lo había perdido de vista.
Su corazón latía con fuerza, una mezcla de preocupación y determinación la obligaba a mantenerse firme.
Aunque el bosque parecía separarlos, sabía que sus caminos seguían entrelazados, como si Mythara misma los estuviera poniendo a prueba de formas distintas.
—Haruto... —murmuró, su voz apenas audible.
El eco de su nombre rebotó en las paredes de piedra mientras las cuchillas se retraían lentamente. Por un instante, pensó en correr tras él, pero sabía que la mazmorra no se lo permitiría. El bosque tenía su propia voluntad, y este desafío era algo que Haruto debía enfrentar solo.
Inspiró profundamente, dejando que el aire llenara sus pulmones mientras cerraba los ojos.
—Confío en ti —susurro para sí misma.
Sin embargo, su camino también se complicaba. A pocos pasos de distancia, un muro cubierto de runas comenzó a brillar débilmente, como si la mazmorra misma le estuviera indicando qué hacer.
—Parece que no podré ayudarte directamente... —dijo con calma, dejando que sus dedos rozaran las runas incandescentes—. Pero haré mi parte.
Con determinación, avanzó hacia el enigma que el Laberinto de Raíces había preparado para ella...
El silencio que siguió fue absoluto, amplificando la opresión de la penumbra. La soledad se asentó en mi pecho, tan pesada como el aire a mi alrededor.
—¡Yuna! —grité, mi voz desesperada perforando la oscuridad. Solo el eco respondió, rebotando en las paredes antes de desvanecerse en el silencio absoluto.
Por un instante, el miedo me envolvió, frío y paralizante, como si la misma mazmorra quisiera recordarme cuán solo estaba. Pero sabía que no podía depender siempre de ella. Este desafío era mío, y si quería demostrar mi valía, tendría que enfrentarlo solo.
Por un momento, me pregunté qué estaría enfrentando Yuna. ¿Sentiría el mismo peso invisible que parecía vigilar cada uno de mis movimientos?
Aunque estábamos separados, no podía ignorar la sensación de que nuestras acciones seguían conectadas, como hilos invisibles que el bosque mismo tejía con intención.
Recordé las palabras de Yuna: «Concéntrate, cada paso cuenta». Inspiré profundamente, dejando que su consejo despejara la niebla de mis pensamientos.
—No puedo seguir preocupándola. Si lo hago, nunca cambiaré.
El aire era denso, casi tangible, mientras la penumbra consumía todo a su alrededor. Mi mundo se había reducido a este espacio opresivo.
A lo lejos, esferas oscuras oscilaban con un vaivén hipnótico, como burbujas de sombra a punto de desmoronarse. Había algo profundamente antinatural en su movimiento errático, una presencia que erizaba mi piel con una advertencia silenciosa.
De pronto, la voz de Kizuna rompió el silencio, ligera y reconfortante.
—¡Haruto-kyun! ¡Estoy aquí! —dijo, flotando con su característica sonrisa mientras batía sus diminutas alas—. ¡Superaremos esto juntos!
Su presencia, aunque pequeña, era un respiro en medio de la opresiva soledad de la mazmorra.
—Kizuna... Supongo que por ahora solo nos tenemos el uno al otro.
—¡Exacto! Este es el momento de brillar, ¡así que adelante, Kizu! —exclamó, su energía contagiosa arrancándome una sonrisa pese a la tensión del lugar.
Inspiré profundamente. Solo había una opción, avanzar y con suerte, reencontrarme con Yuna.
—Kizuna... ¿tienes alguna habilidad que pueda ayudarnos a iluminar esta sala? —pregunté, forzándome a mantener la calma mientras observaba las figuras que se acercaban lentamente.
Kizuna flotó frente a mí, cruzando los brazos y frunciendo el ceño con un aire de falsa indignación.
—¿Acaso crees que soy una lámpara flotante? —dijo, girando dramáticamente en el aire antes de hacer un pequeño puchero—. ¡Sé que soy deslumbrante, pero no una luz de bolsillo!
Contuve una sonrisa. Incluso en un lugar tan opresivo, ella encontraba la manera de aligerar la atmósfera.
—Aunque... podría intentar algo brillante solo porque me lo pediste con tanta ternura, Kizu.
Rodé los ojos, pero su entusiasmo era casi reconfortante. Ella cerró sus ojos con una expresión de absoluta concentración, y poco a poco comenzó a emitir un tenue destello dorado.
—¡Aura Light! —exclamó con entusiasmo mientras un brillo cálido emanaba de su diminuto cuerpo.
La luz era tenue, pero su calidez era suficiente para empujar la opresión de las sombras.
—¿Ves? ¡Ilumino como toda una profesional! —dijo con orgullo, hinchando el pecho ante su "esfuerzo", aunque la luz apenas alcanzaba unos pocos metros.
—Sí, claro... una profesional de bolsillo —murmuré con una sonrisa.
Gracias a su tenue luz, algo captó mi atención en el suelo.
Al acercarme, descubrí un esqueleto, los restos de un desafortunado aventurero. Su posición sugería una caída fatal.
Un escalofrío me recorrió al comprender la brutal realidad de este lugar, la mazmorra no perdonaba errores.
Si esta mazmorra es de nivel bajo, no quiero imaginar cómo serán las más avanzadas. Quizá incluyan dragones gigantes como Valakios, ese jefe imposible de mi antiguo MMORPG, al que enfrentábamos en equipos de cincuenta aventureros rango "S"...
Entre los restos, una espada y un escudo desgastados. La espada, aunque sencilla, parecía funcional.
—Bueno... creo que ya no necesitará esto.
Kizuna flotó cerca, observando con curiosidad, aunque con una chispa de entusiasmo en sus ojos.
—¡Buen ojo! Nunca está de más tener equipo extra, Kizu.
Me incliné frente al esqueleto, juntando las manos en un gesto de respeto.
—Gracias por estos objetos... espero que descanses en paz.
El peso de su sacrificio, aunque intangible, parecía llevar consigo una promesa silenciosa: aprovechar esta segunda oportunidad al máximo.
Bajo la tenue luz de Kizuna, algo captó mi atención. Sombras esféricas y ondulantes emergían en la distancia, moviéndose en el límite de mi visión.
—¿Qué es eso...? —murmuré, mi voz apenas un susurro.
Kizuna flotó delante de mí, su habitual entusiasmo reemplazado por una expresión de seriedad inusual.
—No lo sé... pero no me gusta. Será mejor que te prepares, Kizu.
Tomé una respiración profunda, ajustando mi postura mientras aferraba con fuerza el escudo. Mi corazón latía con fuerza, cada palpitar resonando en mis oídos.
Lo que fuera que me esperaba al final de este corredor, sabía que no sería fácil. La tensión en el aire me decía que este era solo el preludio de algo mucho más grande.
A lo lejos, un leve temblor recorrió el suelo. Apenas perceptible, pero suficiente para recordarme que no estaba solo en esta mazmorra.
El temblor se intensificó, resonando como un latido sordo que hacía eco en las paredes. Fuera lo que fuera que aguardaba en las profundidades, no me dejaría avanzar sin demostrar que merecía estar aquí.