Parte 1
Mangas, animes y videojuegos. Eso era todo para mí. Mi refugio. Mi mundo.
Sentado en mi cuarto, rodeado de estanterías llenas de tomos, podía olvidarme del resto. Podía escapar.
Mientras otros chicos de mi edad se preocupaban por exámenes, clubes y relaciones, yo me refugiaba en las páginas y pantallas de los mundos de fantasía. Allí, todo tenía sentido, los héroes siempre encontraban su camino, y yo podía escapar de la realidad que me pesaba cada día.
Pero no siempre fue así.
Antes, intenté encajar. Reí, hablé, incluso creí que había encontrado amigos. Qué ingenuo fui.
El mundo real no es como en los mangas. Aquí, la traición no viene de un enemigo con una espada en alto, sino de quien crees que estará a tu lado. Te atraviesa de golpe, fría y certera, como una hoja invisible que corta algo más profundo que la carne... la confianza.
Y cuando pasó, me quedé solo.
Expulsado, acusado de algo que no hice. Nadie creyó en mí. No había nadie para hacerlo. A partir de entonces, me refugié en las historias que llenaban los locales de Akihabara.
Las páginas de un manga eran mi portal a otros mundos, lugares donde podía ser alguien más.
Alguien que importaba. Allí, no había traiciones ni miradas de lástima, solo aventuras y héroes que siempre encontraban su camino.
Hoy no era un día muy distinto a los demás. Solo otra tarde fría de otoño en Tokio. Para algunos, este barrio es un sueño, para mí, un escondite.
Abrí la puerta de mi departamento y eché un vistazo al pasillo. Nada fuera de lo normal, pero igual miré hacia lo de mi vecina. No estaba de humor para cruzarme con ella.
Hoy es 11 de noviembre. Mi cumpleaños.
No tenía ganas de celebrarlo. De hecho, no tenía ganas de salir, pero había una excepción... el nuevo tomo de mi manga favorito de piratas salía a la venta.
Sería un recorrido rápido. O al menos, eso pensaba.
Mientras cruzaba una calle, algo hizo que me detuviera. Una sensación extraña, como un murmullo entre el bullicio. Una voz.
—Haruto.
Mi nombre resonó entre el ruido de la ciudad, claro pero imposible de ubicar. Me quedé inmóvil, con el corazón acelerado.
Entonces, un camión pasó frente a mí a toda velocidad, el aire de su movimiento rozándome como un golpe invisible.
Me quedé quieto un momento, con el corazón retumbando en el pecho.
—Camión-kun casi me manda directo a un isekai... —murmuré, intentando bromear conmigo mismo mientras mi cuerpo trataba de relajarse.
Crucé la calle, esta vez con los sentidos más alerta. Llegando a mi tienda favorita, un edificio de diez pisos que era un paraíso para cualquiera.
Subí directamente al cuarto piso, donde guardaban los clásicos. Antes de buscar mi objetivo, decidí echar un vistazo allí. Quizá encontraría algo interesante para añadir a mi colección.
Caminé por los estrechos pasillos, pasando la mirada por estanterías polvorientas. Estas estaban relegadas a un rincón, donde pocos se molestaban en buscar.
Al fondo del pasillo, vi algo que llamó mi atención. Un manga que parecía destacar entre los demás, como si me estuviera esperando.
Mientras avanzaba hacia el extraño manga, algo captó mi atención en el rabillo del ojo.
Una silueta femenina, se deslizaba entre los estantes más lejanos, apenas visible. Me detuve un momento, pero cuando intenté enfocarla, ya no estaba.
Un leve escalofrío recorrió mi espalda. ¿Quién era ella? ¿Había alguien más aquí? Su figura parecía haberse desvanecido como el humo, pero no podía sacármela de la cabeza.
Sacudí la cabeza, tratando de ignorar la sensación, y volví mi atención al manga.
"Celestaris", decía la portada con un título que parecía brillar tenuemente bajo la luz tenue de la tienda.
Tomé el volumen entre mis manos, sintiendo el peso del tiempo en sus páginas amarillentas.
No reconocía ese nombre de ningún catálogo ni anuncio, lo cual solo hacía que me intrigara más.
El arte era cautivador. Paisajes llenos de magia, una luna inmensa iluminando un mundo desconocido, y personajes que parecían respirar vida. Pasé las páginas, tratando de entender de qué se trataba.
"El mundo de Celestaris, bendecido por la diosa de la luna, Mizuki... un lugar lleno de aventuras, donde los héroes emergen para luchar contra las sombras que acechan en los corazones de los hombres."
Cada palabra me absorbía más y más, como si el manga estuviera hablando directamente a mí.
De pronto, un intenso destello cegó mis ojos, una luz tan brillante que pareció borrar el mundo entero.
Todo a mi alrededor cambió. El aire se volvió pesado, casi sólido, presionando contra mi piel como si intentara atraparme.
El suelo desapareció bajo mis pies, y caí, pero no hacia abajo. Era como si el espacio mismo me absorbiera. Intenté gritar, pero ningún sonido salió de mi garganta.
El manga en mis manos se desvaneció, dejando solo el eco de un susurro.
La oscuridad me envolvió en vasto y opresivo silencio. Por primera vez, el bullicio de Tokio y sus luces parecían un sueño distante frente a este vacío insondable.
Mi cuerpo parecía perdido en un lugar sin forma ni dirección.
"¿Qué demonios está pasando?"
Intenté respirar, pero el aire era pesado, diferente, como si el mismo espacio me estuviera tragando. Cerré los ojos, desesperado por algo familiar, pero todo lo que encontré fue ese vacío interminable.
Finalmente, una luz tenue se abrió paso en la oscuridad, y cuando volví a abrir los ojos, lo vi: un mundo completamente distinto.
¿Me habré quedado dormido? Pero... esto no se siente como un sueño.
Cuando abrí los ojos, lo primero que sentí fue la luz. Suave, cálida, filtrándose a través de las ramas de los árboles.
Me incorporé lentamente, con el cuerpo pesado y una extraña sensación de irrealidad. A mi alrededor, aquel bosque parecía respirar.
El aire era fresco, puro, cargado del aroma de flores y hojas húmedas.
Podía escuchar el canto rítmico de las chicharras, un sonido que parecía acompañar el susurro del viento entre las ramas altas.
Los árboles... nunca había visto árboles tan altos. Sus troncos se alzaban como pilares de un templo ancestral, y sus hojas, moviéndose al ritmo del viento.
—¿Dónde... estoy? —murmuré, apenas reconociendo mi propia voz en aquel entorno.
Intenté ponerme de pie, pero mis piernas temblaban. Mareo, miedo, confusión... no sabía qué me retenía más. Esto no puede ser real, pensé, obligándome a levantarme del suelo.
Mientras intentaba asimilar lo que veía, una figura apareció entre los árboles.
Era esbelta y caminaba con una gracia que hacía que el bosque pareciera abrirse a su paso.
Su cabello, largo y verde como la primavera, brillaba bajo la luz del sol, moviéndose suavemente con la brisa.
Sus ojos, del mismo tono que las hojas frescas, me observaron con curiosidad. Pero lo que más llamó mi atención fueron sus orejas puntiagudas. No era humana.
—Bienvenido, viajero —dijo, su voz melodiosa llenó el aire con una calma casi irreal.
¿Quién... es ella? Mi mente se llenó de preguntas mientras trataba de procesar lo que veía. ¿Un sueño? ¿Estoy alucinando? Pero si esto era un sueño, era demasiado vívido, demasiado perfecto para ser producto de mi imaginación.
—Este es el bosque de Mythara —continuó, como si mis pensamientos fueran tan claros como el viento que nos rodeaba—. Estás en el mundo de Celestaris.
Mi corazón dio un vuelco.
—Espera... ¿Celestaris? —pregunté, incrédulo. Sentí que mi voz temblaba ligeramente—. ¿Cómo es posible? Yo estaba en una tienda de mangas... esto no tiene sentido. ¿Segura que no es un sueño?
Ella sonrió, una sonrisa tranquila que parecía contener respuestas a preguntas que yo ni siquiera sabía cómo formular.
—Si estás aquí, debe ser porque Mizuki te ha invitado a venir.
Mizuki. El nombre resonó en mi mente, profundo y familiar, como si hubiera estado allí desde siempre, esperando a ser recordado.
La diosa de la luna. Recordé el manga y sus palabras: un mundo gobernado por Mizuki, donde los héroes emergían para luchar contra las sombras.
—Soy Yuna. Yuna Kazeharu, del clan de los Elfos del Viento —se presentó, inclinando levemente la cabeza con una elegancia natural. Extendió su mano hacia mí, sus ojos reflejaban una serenidad que contrastaba con mi caos interno—. Y tú... debes ser el viajero enviado por Mizuki.
Mis ojos pasaron de su mano al bosque que nos rodeaba y luego a ella.
Esto no puede estar pasando, pensé una vez más, intentando encontrar algún rastro de lógica en lo que veía. Pero todo era demasiado real. El aroma dulce de las flores, el calor del sol acariciando mi piel, la brisa que jugaba con mi cabello...
Si esto es un sueño, no quiero despertar.
—Yo... soy Haruto. Haruto Kibou —respondí finalmente, tomando su mano con un toque de nerviosismo. Su contacto era suave, cálido, como si el mundo mismo se apaciguara a su alrededor—. Y creo que necesito un poco de orientación.
Su sonrisa se expandió, cálida y sincera, llenando el espacio entre nosotros. Sentí cómo mis nervios se disipaban, como si la calma que irradiaba pudiera contagiarse.
Por un momento, no pude apartar la vista de ella. Había algo hipnótico en su presencia, algo que iba más allá de su apariencia.
Su cabello largo, que parecía capturar la luz en cada movimiento, desprendía un aroma a jazmín que me resultaba inesperadamente reconfortante. Sus ojos, llenos de bondad, parecían prometer que todo estaría bien.
—Encantada de conocerte, Haruto —dijo con esa misma calidez que hacía que todo a mi alrededor se sintiera menos abrumador.
Por un momento, el tiempo pareció detenerse.
Nuestras miradas se entrelazaron, y el silencio que nos envolvía era casi palpable, roto solo por el suave susurro del viento entre los árboles.
—Ven, sígueme —dijo Yuna finalmente, girándose con una ligereza casi irreal antes de avanzar entre los árboles.
No dije nada. Mis pies se movieron antes de que mi mente pudiera procesarlo, siguiéndola sin dudarlo.
Apenas podía sentir el suelo bajo mis pasos, el crujido de las hojas era lo único que me anclaba a la realidad.
Esto no es un sueño. Esto no es un sueño, repetí en mi mente como un mantra, intentando convencerme de lo que veía y sentía.
A cada paso, la brisa traía consigo el aroma fresco de la tierra húmeda, mezclado con una extraña sensación de paz... y una creciente inquietud que se arremolinaba en mi pecho. ¿Qué demonios está pasando?
—Ehm... Yuna, ¿verdad? —dije finalmente, rompiendo el silencio con cautela y mi voz sonando pequeña en comparación con la inmensidad del bosque.
Ella asintió levemente sin detenerse.
—Dijiste que la luna me trajo aquí... —continué, eligiendo las palabras con cuidado—. ¿Eso significa que...?
—Mizuki, la diosa de la luna vela por este mundo —dijo Yuna, su voz era serena, pero cargada de una reverencia que parecía esconder algo más profundo. Por un instante, su mirada se perdió en el cielo, donde la luz de la luna comenzaba a filtrarse entre las hojas.
—A veces, cuando este mundo está en peligro o necesita un cambio... Mizuki busca a alguien más allá de este plano para que la ayude.
Alguien como yo, pensé. Pero esas palabras sonaban huecas en mi mente. Yo no era un héroe ni un salvador. Apenas lograba cuidar de mí mismo en mi mundo. ¿Por qué yo?
—Y... ¿qué espera ella que haga? —pregunté, con la voz cargada de incredulidad—. No soy alguien especial. —Bajé la mirada, sintiéndome un poco tonto por decirlo, pero sin poder evitarlo—. No soy más que un simple y solitario adolescente... ¿Qué podría hacer yo por este mundo?
Yuna se detuvo. Se giró hacia mí con una mirada que parecía atravesar mis dudas, aunque en su expresión también había algo de incertidumbre.
—Aún no lo sé —respondió después de un momento. —Pero sé que tu llegada no es una casualidad. Debe haber algo que debes hacer aquí, algo ligado a la voluntad de Mizuki.
Sus palabras resonaron en mi mente, pero no lograron calmar mis pensamientos.
—Puede que con el tiempo lo descubras —añadió, inclinando ligeramente la cabeza, como si tratara de aligerar el peso de su declaración—. Pero por ahora... simplemente debes creer que las cosas pasan por algo y prepararte.
¿Prepararme? ¿Para qué?
Mis pensamientos corrían como un río desbordado, cada pregunta abriéndose paso antes de que pudiera responder la anterior.