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Chapter 44 - Episodio 44: Esposa al ataque.

Hace un mes, en lo alto de una montaña, el Arcángel Miguel, con su presencia imponente y su mirada fría, observaba a Nine Sharon, quien yacía herido y derrotado ante él. Nine Sharon, un enemigo que representaba una amenaza considerable, había sido capturado tras un feroz enfrentamiento. El Arcángel, obedeciendo las órdenes de Jehová, no mostró piedad ante el enemigo que alguna vez había sido parte de un futuro peligroso para el universo.

Sin vacilar, Miguel utilizó su poder celestial, sellando a Nine Sharon en un lugar oscuro y vacío, un abismo donde ni el tiempo ni el espacio tenían sentido. Miguel no se detuvo a considerar las circunstancias de Nine, sabiendo que su misión era clara y debía ser cumplida a toda costa.

"Tu existencia ahora será una condena eterna," murmuró Miguel, mientras cerraba el portal que lo arrastraba a la nada absoluta.

Nine Sharon, incapaz de defenderse debido a su estado herido, desapareció en la oscuridad, quedando atrapado en el vacío absoluto donde quedaría perdido para siempre. No habría escape, no habría salvación.

Al completar su misión, Miguel descendió hacia donde Jehová lo esperaba. Con una mirada seria, se acercó a la presencia divina y se arrodilló, su voz solemne:

"La misión ha terminado. Nine Sharon está aprisionado en la oscuridad eterna."

Jehová, con su mirada inquebrantable, observó a Miguel, sin mostrar signos de emoción. La gravedad del acto se reflejaba en la tensión del momento. Miguel había cumplido con su cometido, pero sabía que el verdadero impacto de lo ocurrido aún no había sido completamente comprendido.

"Tu labor ha sido cumplida, Arcángel," dijo Jehová con voz profunda, dejando claro que las repercusiones de este acto se sentirían en el futuro.

Miguel se mantuvo respetuoso y en silencio, sabiendo que la misión cumplida era solo una parte de lo que vendría, y que la batalla que realmente definiría el destino de muchos aún estaba por comenzar.

Dariel se encontraba sentada junto a la ventana de su hogar, con la mirada perdida en el horizonte. Desde aquel fatídico día en que su esposo, Rigor, fue encerrado en un lugar oscuro por el Arcángel Miguel, su corazón había estado envuelto en un dolor que parecía no tener fin. Aunque siempre había sabido que la vida junto a alguien como Rigor traería desafíos, jamás imaginó enfrentar una separación tan devastadora.

Las lágrimas recorrían su rostro en silencio mientras sostenía entre sus manos un pequeño retrato de Rigor junto a sus hijos, Yaneth y Toby. Ellos también estaban lidiando con su propia lucha interna. Yaneth, la mayor, intentaba ser fuerte para su madre, pero Dariel notaba el peso de la tristeza en los ojos de su hija. Toby, por su parte, parecía más callado y retraído de lo habitual, como si su pequeño corazón aún no pudiera comprender por qué su padre ya no estaba.

"Mamá, ¿papá va a volver?" preguntó Yaneth un día, rompiendo el silencio de la casa con su voz cargada de incertidumbre.

Dariel tragó saliva y forzó una sonrisa, aunque sabía que sus palabras no podían ofrecer certeza. "Claro que sí, cariño. Él siempre encuentra la manera de regresar."

Sin embargo, en su interior, Dariel no podía dejar de preguntarse cuánto tiempo más podría mantenerse fuerte. Sentía que el mundo se había vuelto más frío y hostil desde la partida de Rigor, y aunque intentaba seguir adelante por sus hijos, la ausencia de su esposo era un vacío que ningún esfuerzo podía llenar.

Aquella noche, mientras miraba las estrellas, Dariel susurró una oración, una que no había repetido en años: "Por favor, devuélvemelo. Por ellos, por nosotros."

Sabía que el camino sería largo y doloroso, pero dentro de ella ardía una chispa de esperanza. Rigor siempre había sido un luchador, y Dariel estaba decidida a no rendirse, porque la familia que él había construido seguía esperándolo, a pesar del dolor y la incertidumbre que ahora los envolvía.

Dariel se encontraba de pie junto a la ventana de su habitación, con los ojos hundidos y rojos por las lágrimas que apenas podía contener. La noche había caído sobre el pueblo, pero para ella, el tiempo parecía haberse detenido desde que Rigor fue arrebatado de su lado. Apenas dormía, consumida por el peso de su ausencia, y cada rincón de la casa le recordaba a él: su risa, su voz, los momentos en que él lograba llenar el hogar con su presencia imponente, pero cálida.

"¿Por qué tú?" murmuró, apretando un medallón que Rigor le había regalado hace años. En su interior, la pregunta resonaba una y otra vez, mezclándose con el profundo amor que aún sentía por él. A pesar de los errores y desafíos que él había enfrentado, Dariel sabía que Rigor era un hombre excepcional, alguien que había hecho todo lo posible para protegerlos, incluso si eso significaba ponerse en peligro.

Las noches eran las más difíciles. La cama se sentía más grande y vacía sin él, y el silencio que caía sobre la casa era ensordecedor. Sus hijos también lo sentían; lo veía en los ojos de Yaneth y Toby, que a menudo la miraban como si esperaran respuestas que ella no tenía.

Sin embargo, en medio de su dolor, Dariel se aferraba a los recuerdos, como un náufrago a un trozo de madera en el océano. Recordaba las veces que Rigor la había abrazado cuando todo parecía perdido, cómo sus palabras, aunque a veces torpes, siempre encontraban la manera de calmarla. "Siempre voy a estar contigo, Dariel, pase lo que pase," le había dicho una vez.

"Y yo contigo, Rigor," susurró ahora, mirando al cielo como si pudiera encontrarlo entre las estrellas.

Dariel sabía que no podía quedarse atrapada en su tristeza para siempre. Tenía que ser fuerte, por Yaneth, por Toby, pero sobre todo por él. Porque si algo había aprendido al estar junto a Rigor, era que la lucha nunca terminaba, y ella estaba dispuesta a darlo todo para encontrar la manera de traerlo de vuelta, cueste lo que cueste.

Dariel respiró hondo, tratando de calmar los nervios que sentía mientras caminaba por el pasillo hacia las habitaciones de sus hijos. La luz tenue de la noche iluminaba ligeramente el corredor, y sus pasos resonaban suaves en el silencio de la casa. Tenía las actas de nacimiento en la mano, y su mente estaba llena de preguntas sin respuesta.

Primero se dirigió a la habitación de Janeth. Tocó la puerta suavemente antes de entrar. Su hija estaba sentada en su cama, hojeando un libro, pero al ver la expresión seria de su madre, dejó el libro a un lado.

—¿Mamá? ¿Está todo bien? —preguntó Janeth con preocupación.

Dariel se sentó junto a ella, con las actas temblando ligeramente en sus manos.

—Janeth... —empezó, con un tono suave pero cargado de emociones—. Hay algo que descubrí hoy, y siento que debes saberlo.

Janeth frunció el ceño, intrigada.

—¿Qué ocurre?

Dariel le mostró el documento con cuidado, señalando el nombre escrito en él.

—Tu verdadero nombre es este, Janeth, no Yaneth como siempre te he llamado. No sé cómo ni por qué sucedió este error... pero quería que lo supieras.

Janeth tomó el documento con manos temblorosas, leyendo el nombre repetidamente. Había algo extraño en verlo, como si una parte olvidada de ella resonara con ese nombre.

—Balzht… ¿Y mi hermano? —preguntó, adivinando que no era la única que enfrentaba esta revelación.

Dariel asintió con pesar y caminó hacia la habitación de Balzht. Lo encontró sentado en su escritorio, garabateando algo en un cuaderno. Cuando alzó la vista y vio a su madre con esa expresión preocupada, dejó el lápiz y giró hacia ella.

—¿Qué pasa, mamá?

Dariel le explicó la situación tal como lo había hecho con Janeth, mostrándole su propia acta de nacimiento. Al leer el nombre, Balzht se quedó en silencio.

—Entonces... nunca fui Toby, ¿verdad? —preguntó finalmente, con una mezcla de asombro y aceptación.

Dariel negó con la cabeza, con lágrimas formándose en sus ojos.

—No, hijo... Tú eres Balzht, y siempre lo has sido. Pero algo nos hizo olvidar esos nombres, y no sé qué fue.

Janeth se unió a ellos en la habitación, colocando una mano en el hombro de su hermano.

—Es extraño, pero no se siente mal —dijo Janeth con una leve sonrisa, tratando de animar a su madre—. Es como si este fuera el nombre que siempre debí tener.

Balzht asintió, mirando a su madre.

—No importa cómo nos hayan llamado antes, mamá. Tú siempre has sido nuestra madre, y eso no cambia nada.

Dariel los abrazó a ambos, con el corazón lleno de amor y gratitud. Aunque las preguntas seguían sin respuesta, sentía que había dado un paso importante al contarles la verdad. Juntos enfrentarían lo que viniera, como familia.

Dariel, con determinación en su corazón, comenzó a investigar cómo abrir un portal al cielo. Había escuchado historias antiguas sobre humanos que lograron comunicarse con ángeles o entrar en contacto con lo divino, pero nunca pensó que ella misma estaría buscando algo tan trascendental. Las noches las pasaba en silencio, revisando libros antiguos, manuscritos y cualquier información que pudiera guiarla.

Un día, mientras rebuscaba entre los archivos más antiguos del templo local, encontró un texto polvoriento, casi olvidado, que hablaba de un ritual. Las palabras estaban escritas en un idioma arcaico, pero Dariel, con paciencia y esfuerzo, logró descifrarlo. Según el manuscrito, el ritual requería varios elementos:

Una reliquia bendecida, que representara la pureza y el sacrificio.

Un lugar sagrado donde el cielo y la tierra parecían tocarse, como la cima de una montaña o un claro en el bosque bajo una noche estrellada.

Una oración antigua pronunciada con fe absoluta, pidiendo audiencia con los celestiales.

Dariel pasó los siguientes días reuniendo todo lo necesario. Encontró un relicario que había pertenecido a su madre, que contenía un fragmento de cristal bendito. Decidió que el lugar ideal sería la cima de una montaña cercana, un lugar donde solía meditar con Rigor antes de que su vida cambiara drásticamente.

El ritual

Una noche de luna llena, Dariel subió sola a la montaña, llevando consigo la reliquia, velas, y el pergamino con la oración traducida. Sus hijos querían acompañarla, pero Dariel les pidió que se quedaran.

—Esto es algo que debo hacer sola —les dijo, abrazándolos antes de partir.

Al llegar a la cima, encendió las velas en un círculo y colocó el relicario en el centro. El viento soplaba con fuerza, como si la naturaleza misma reconociera la gravedad de su propósito. Con el pergamino en sus manos, comenzó a recitar la oración en voz alta:

"Oh, mensajeros del cielo, custodios de la verdad y la justicia, humildemente invoco vuestra presencia. Revelad lo que yace oculto, responded a la llamada de una madre que busca respuestas. ¡Ángeles del Altísimo, escuchad mi ruego!"

La montaña parecía vibrar con cada palabra que pronunciaba. La luz de las velas se intensificó, y el aire a su alrededor comenzó a brillar con un resplandor dorado. De repente, un rayo de luz descendió del cielo, iluminando el círculo.

Del rayo emergió una figura majestuosa, con alas enormes y doradas, su rostro resplandeciente y sus ojos llenos de sabiduría y severidad. Era el arcángel Miguel.

La confrontación

Dariel cayó de rodillas, sorprendida por la magnitud de su presencia, pero su voz no tembló cuando habló.

—Arcángel Miguel, he venido buscando la verdad. Mi esposo, Rigor, fue encerrado por ti. Quiero saber por qué. Quiero entender qué hizo para merecer ese castigo.

Miguel la miró en silencio durante unos momentos, su expresión seria.

—Mortal, el castigo de tu esposo no fue una decisión tomada a la ligera. Rigor poseía un poder que amenazaba con desestabilizar el equilibrio de todas las cosas. En su corazón había oscuridad, un peligro que ni siquiera él entendía. Fue mi deber proteger este mundo, aunque ello causara sufrimiento a los suyos.

Dariel apretó los puños, con lágrimas en los ojos.

—¿Oscuridad? ¿Un peligro? ¡Él es un buen hombre! Ha cometido errores, pero no es un monstruo. ¿Acaso no merecía una segunda oportunidad?

Miguel inclinó ligeramente la cabeza.

—Los caminos del cielo no siempre son comprensibles para los mortales. Pero tu fe y tu amor son pruebas de que quizás he subestimado el impacto de mi juicio. Sin embargo, liberar a Rigor no está en mis manos. Esa decisión pertenece únicamente al Altísimo.

El arcángel hizo una pausa, su mirada suavizándose.

—Te concederé una audiencia con Él. Pero debes estar preparada para aceptar cualquier respuesta que recibas, incluso si no es la que deseas.

Con un gesto de su mano, Miguel creó un portal brillante. Dariel lo miró, su corazón latiendo con fuerza. Este viaje podría cambiarlo todo, pero estaba lista. Por Rigor, por su familia, daría cualquier cosa. Con determinación, dio el primer paso hacia lo desconocido.

Dariel atravesó el portal con paso firme, su mirada cargada de determinación y su enojo apenas contenido. El cielo, tal como lo describían los textos sagrados, era un lugar de luz infinita, con paisajes imposibles que parecían pintados por la mano de un ser divino. Coros angelicales resonaban en la distancia, y figuras celestiales se movían con gracia, observándola con curiosidad, pero también con respeto.

Miguel caminaba frente a ella, sus alas doradas emanando una luz cálida, pero Dariel apenas le prestaba atención. Su mente estaba fija en su objetivo: encontrar respuestas y exigir justicia por lo que le habían hecho a Rigor.

Finalmente, llegaron a un inmenso salón que parecía no tener fin. Su bóveda estaba adornada con constelaciones vivas que se movían lentamente, y en el centro, un trono de luz brillaba con una intensidad cegadora. Dariel sintió una fuerza abrumadora que casi la hizo retroceder, pero apretó los dientes y avanzó, sosteniéndose en su enojo y amor por Rigor.

Desde el trono, una voz poderosa pero serena habló, resonando en su mente y su alma.

—Hija de la humanidad, ¿por qué has venido a este lugar sagrado con un corazón cargado de ira?

Dariel se inclinó brevemente, pero su enojo no se desvaneció.

—He venido buscando respuestas. Mi esposo, Rigor, fue encerrado en la nada absoluta. No entiendo por qué alguien como él merece un castigo tan cruel. No puedo aceptar que sea tratado como un peligro cuando todo lo que ha hecho es luchar por los demás.

La luz del trono pareció titilar, como si estuviera considerando sus palabras.

—Rigor es un ser de gran complejidad, portador de un poder que puede tanto salvar como destruir. El juicio que recibió no fue arbitrario, sino necesario para proteger el equilibrio del cosmos. Había oscuridad en su interior que, de no ser contenida, habría desatado un caos irreversible.

Dariel dio un paso adelante, su voz más firme.

—¡Pero no es justo! Él no es solo ese poder ni esa oscuridad. Es un hombre con un corazón noble, alguien que ha luchado, sufrido y cambiado. Si tú, que todo lo sabes, no puedes ver eso, entonces ¿qué esperanza tiene la humanidad?

Hubo un largo silencio, y luego la voz volvió a hablar, esta vez más suave.

—Tu amor y fe son profundos, Dariel. Rigor es más que el poder que lleva dentro, pero el peligro persiste. Aun así, reconozco que quizás no le he dado la oportunidad de demostrar su verdadera naturaleza. Por ello, haré una excepción.

La luz del trono se intensificó, y Dariel sintió una calidez que aliviaba su enojo, aunque no su determinación.

—Rigor será liberado, pero con una condición. Si su poder amenaza con corromperlo nuevamente, deberá tomar una decisión final: renunciar a ese poder para siempre o enfrentarse a un destino inevitable. ¿Aceptas este juicio en su nombre?

Dariel respiró profundamente, sabiendo lo que implicaba. Miró hacia Miguel, quien permanecía en silencio, observándola. Luego, volvió su mirada al trono.

—Lo acepto. Rigor merece esa oportunidad, y yo estaré a su lado para asegurarme de que elija el camino correcto.

La voz habló una última vez.

—Entonces que así sea. Ve en paz, hija de la humanidad, y lleva contigo mi bendición.

Con esas palabras, Dariel fue envuelta por una luz cegadora y, en un instante, se encontró de vuelta en la montaña donde había realizado el ritual. En su corazón, sentía una mezcla de alivio y ansiedad. Ahora, debía prepararse para el regreso de Rigor y todo lo que esa decisión traería consigo.

En el infinito vacío donde Rigor había estado encerrado, una sensación comenzó a despertar dentro de él. La prisión que lo contenía, diseñada para mantenerlo separado del resto de la existencia, comenzó a debilitarse. Su poder, reprimido durante tanto tiempo, aumentó exponencialmente, como un río rompiendo un dique.

—No más… —murmuró, su voz resonando en la nada absoluta—. ¡No más silencio, no más encierro!

Con una explosión de energía cósmica, destruyó las barreras de su confinamiento, desgarrando el tejido mismo de la prisión. El vacío se llenó de luz morada, la energía característica de Rigor, mientras creaba un portal con un simple movimiento de su mano. Al atravesarlo, dejó atrás su aislamiento y emergió en el cielo, su presencia alterando el equilibrio mismo del lugar.

El cielo reaccionó como si supiera que algo fuera de lugar había llegado. Las nubes se oscurecieron por un momento, y los ángeles que patrullaban la entrada se detuvieron, sintiendo la magnitud del poder que emanaba de Rigor. Sus ojos brillaban con ira contenida, y su postura irradiaba una determinación inquebrantable.

Caminó con pasos pesados hacia el gran salón donde sabía que Jehová residía. Miguel apareció frente a él, interponiéndose.

—Rigor, no puedes estar aquí. Has roto las reglas del equilibrio al salir de tu prisión.

Rigor lo miró con una mezcla de enojo y desprecio.

—¡Tú! Fuiste quien me encerró sin una explicación justa. Fuiste quien me trató como si solo fuera una amenaza. No te atrevas a hablarme de equilibrio, Miguel. Estoy aquí por respuestas, y no me iré hasta obtenerlas.

Miguel desenfundó su espada celestial, su luz iluminando el entorno.

—Si insistes en avanzar, me veré obligado a detenerte. No mancharé este lugar sagrado con violencia innecesaria.

Pero antes de que pudiera hacer su movimiento, una voz poderosa resonó en todo el cielo.

—Detente, Miguel. Déjalo pasar.

Jehová mismo habló, su tono sereno pero autoritario. Miguel, aunque visiblemente preocupado, bajó su espada y se hizo a un lado.

Rigor continuó su camino, llegando finalmente al inmenso salón de luz. La figura de Jehová brillaba con una intensidad cegadora, pero Rigor no se inmutó. Su mirada, fija y determinada, perforaba la luz misma.

—Jehová, he venido a exigir respuestas. ¿Por qué fui encerrado? ¿Por qué se me trató como un peligro en lugar de como un ser capaz de redimirse?

Jehová guardó silencio por un momento, como si estuviera evaluando las palabras de Rigor.

—Tu poder es inmenso, Rigor, tanto que representa una amenaza para el equilibrio mismo de la creación. No eras castigado por tus acciones, sino por lo que podrías llegar a ser si la oscuridad dentro de ti prevaleciera.

Rigor apretó los puños, su energía fluyendo alrededor de él.

—¿Y qué hay de mi humanidad? ¿De mi derecho a elegir? No soy solo poder ni una herramienta de destrucción. Soy un hombre con familia, con amor, con esperanza. ¿Cómo te atreves a decidir por mí?

La luz pareció atenuarse un poco, como si la presencia de Rigor tuviera un efecto directo sobre ella.

—Tu esposa, Dariel, intercedió por ti. Su fe y amor han hecho que reconsidere mi juicio. Has sido liberado con una condición: demostrar que puedes controlar tu poder sin caer en la oscuridad. Si fallas, Rigor, la consecuencia será irreversible. ¿Aceptas este destino?

Rigor respiró profundamente, su ira disminuyendo ligeramente al escuchar el nombre de Dariel. La imagen de ella y sus hijos apareció en su mente, recordándole por qué luchaba.

—Acepto. Pero no por ti, sino por ellos. Nunca permitiré que nadie vuelva a separarme de mi familia. Y demostraré que soy más que lo que tú crees.

Jehová asintió, su voz calmada pero solemne.

—Que así sea. Tu camino será difícil, pero confío en que el amor que te guía te hará más fuerte que cualquier oscuridad.

Sin más palabras, un portal apareció frente a Rigor, guiándolo de vuelta a la Tierra. Al cruzarlo, su determinación se hizo más fuerte. Sabía que tendría que enfrentarse a grandes desafíos, pero esta vez lo haría con la certeza de que no estaba solo.

Rigor voló velozmente hacia su hogar, su corazón lleno de determinación, pero también con una inquietud que no podía sacudirse. El cielo se tornaba en tonos cálidos con el atardecer, pero algo en su interior le decía que no todo estaba bien. Mientras tanto, Dariel regresaba a casa después de su confrontación con Miguel. Aún sacudida por la intensidad del encuentro, sintió de repente un dolor agudo en su pecho, como si algo dentro de ella estuviera intentando liberarse.

Se tambaleó, llevándose una mano al corazón, mientras su respiración se volvía errática.

—¿Qué… está pasando? —murmuró, cayendo de rodillas al suelo.

De repente, sus ojos cambiaron. El color cálido de siempre dio paso a un tono rosado intenso, brillante y extraño. Su cabello, habitualmente castaño claro, comenzó a oscurecerse hasta casi negro, con un brillo que parecía absorber la luz. Su respiración se estabilizó, pero su postura cambió completamente.

Dariel, ahora Aiko, se puso de pie lentamente, una sonrisa enigmática apareciendo en su rostro. Con un movimiento elegante, se acomodó el cabello oscuro, dejándolo caer por encima de su hombro.

—Finalmente… un poco de aire fresco. —Su voz era la misma, pero el tono era diferente: seguro, casi juguetón, y con un toque de picardía que no era característico de Dariel.

Caminó hacia un espejo cercano y se observó detenidamente.

—Oh, qué maravilla —dijo con una risa suave, pasando sus dedos por el cabello oscuro—. Tanto tiempo esperando y, al fin, soy yo quien toma las riendas.

En ese momento, Rigor aterrizó en el patio trasero de la casa, sintiendo una energía extraña en el ambiente. Entró rápidamente, llamando a Dariel.

—¡Dariel! ¿Estás aquí?

Aiko giró hacia la puerta, su sonrisa ensanchándose al escuchar la voz de Rigor.

—Oh, querido. Has vuelto… pero no creo que estés buscando a Dariel.

Rigor se detuvo al verla, su expresión endureciéndose al notar el cambio en su apariencia y en su energía.

—¿Quién eres tú? —preguntó con cautela, aunque sabía que de alguna manera esta figura seguía siendo parte de Dariel.

—¿Yo? —Aiko caminó hacia él con un movimiento fluido, casi hipnótico—. Soy Aiko, amor. La parte que tu querida Dariel siempre ha mantenido escondida, enterrada en lo más profundo de su ser. Pero ya no más.

Rigor frunció el ceño, su energía cósmica comenzando a rodearlo.

—¿Qué le hiciste a Dariel?

Aiko rió suavemente, inclinando la cabeza.

—Nada que ella no haya permitido. Después de todo, soy parte de ella. Pero, vamos, no pongas esa cara. Estoy aquí para ayudarte, Rigor. Creo que, en este punto, necesitas a alguien como yo.

Rigor no bajó la guardia, sus ojos brillando con desconfianza.

—No necesito ayuda de alguien que se oculta detrás de la sombra de mi esposa.

Aiko suspiró, rodando los ojos.

—Siempre tan protector. Pero sabes, tarde o temprano, aprenderás a aceptarme. Porque yo también soy Dariel. —Se acercó aún más, deteniéndose justo frente a él—. Ahora, ¿qué te parece si dejamos esta discusión para otro momento? Creo que ambos tenemos cosas más importantes de qué preocuparnos.

Rigor sabía que no podía resolver esto ahora. Dariel seguía allí, en algún lugar dentro de Aiko, y tendría que encontrar una manera de traerla de vuelta completamente. Por ahora, sin embargo, no podía ignorar la extraña sensación de que Aiko tenía razón sobre una cosa: el peligro no había terminado, y tal vez necesitaría más aliados, incluso si eran inesperados.

Aiko se rascó la cabeza, adoptando una postura relajada, pero su sonrisa era inquietante.

—Dariel es… cómo decirlo… la falda. —Hizo un gesto vago con la mano, como si buscara la mejor forma de explicar su existencia—. Mi personalidad nació del estrés, de las guerras, de los combates que enfrenté cuando ella era solo una niña. Y ahora, aquí estoy, después de todo ese tiempo enterrada.

Rigor frunció el ceño, cruzando los brazos mientras intentaba procesar lo que escuchaba. Su mente estaba llena de preguntas, pero Aiko no le dio oportunidad de hablar.

—Pero no te preocupes, amor —continuó, con un tono sarcástico—. No estoy aquí para causarte más problemas… al menos, no por ahora. —Su sonrisa se ensanchó mientras cerraba los ojos por un momento, como disfrutando de la confusión de Rigor.

Rigor bajó la mirada, sumido en pensamientos. ¿Qué significaba todo esto? ¿Cómo podía ayudar a Dariel a recuperar el control? Pero antes de que pudiera hablar, Aiko rompió el silencio, su tono cambiando a uno más oscuro.

—Es hora de invocar a Sam.

Rigor levantó la cabeza bruscamente.

—¿Sam? ¿Quién es Sam?

—Alguien que me será muy útil —respondió Aiko con indiferencia mientras juntaba las manos frente a ella. El aire en la habitación cambió instantáneamente, volviéndose denso y oscuro. Las luces parecieron apagarse, y una energía opresiva llenó el lugar.

En ese momento, Balzht y Janeth, los hijos de Dariel, llegaron corriendo al lugar. Al ver a su padre, sus rostros se iluminaron con alivio, pero al percibir la oscura atmósfera, se detuvieron en seco.

—¡Papá! —gritó Janeth, mirando con horror cómo Aiko realizaba su invocación.

Balzht, más serio, se colocó frente a su hermana, como protegiéndola.

—¿Qué está pasando aquí? —exigió saber, sus ojos llenos de desconfianza hacia Aiko.

Aiko abrió los ojos lentamente, observando a los niños con una expresión fría. Por un momento, su mirada se posó en ellos como si estuviera evaluándolos. Luego, una sonrisa cruel curvó sus labios.

—No se preocupen, pequeños. —Su tono era casi burlón—. No necesito a estos niños. —Se giró ligeramente hacia Rigor, sus ojos brillando con malicia—. No los veo como míos.

Rigor dio un paso al frente, su energía empezando a elevarse.

—Aiko, cuidado con lo que dices.

—¿Cuidado? —replicó ella con una risa seca—. Lo digo en serio. Ellos no son de mi sangre, no son parte de mi historia. —Su voz adquirió un tono helado mientras levantaba las manos hacia el cielo oscuro que había invocado—. Necesito algo diferente… algo que sea realmente mío.

El ambiente se tornó más pesado, y la invocación comenzó a tomar forma, con sombras retorciéndose y un círculo oscuro apareciendo en el suelo. Rigor se colocó frente a sus hijos, su energía brillando con un intenso púrpura.

—¡Detente, Aiko!

—¿Por qué debería hacerlo? —respondió ella, sonriendo de manera retadora—. Esto apenas comienza. ¿No quieres saber qué es lo que realmente puedo hacer?

Rigor sabía que no podía esperar más. Si Aiko completaba la invocación, el resultado podría ser catastrófico. Pero al mismo tiempo, tenía que proteger a sus hijos y encontrar una manera de salvar a Dariel, que aún estaba en algún lugar dentro de esa oscura personalidad.

El círculo oscuro terminó de abrirse y, desde su interior, emergió Sam. Su apariencia era impactante: su cabello blanco caía en mechones salvajes, mientras que su piel parecía de piedra dura, gris en la parte superior y negra en la inferior. Sus ojos morados brillaban con una intensidad sobrenatural, y garras afiladas adornaban sus manos. Tentáculos oscuros, vibrantes de poder, se agitaban detrás de su espalda como extensiones de su voluntad.

Balzht y Janeth retrocedieron instintivamente, sus miradas llenas de preocupación y miedo.

—¿Quién… quién es ese? —preguntó Janeth con la voz temblorosa, aferrándose al brazo de su hermano.

—No lo sé, pero es peligroso —respondió Balzht, tratando de mantener la calma mientras miraba a su padre por orientación.

Rigor se mantuvo firme frente a sus hijos, su energía púrpura brillando intensamente a medida que analizaba la amenaza que tenía delante. Pero antes de que pudiera actuar, un destello de luz apareció detrás de él, y una figura familiar emergió del portal.

—¡Maestro!

Era José, el hijo de Victor, llegado desde el futuro. Su presencia era imponente, con su cabello oscuro y mirada resuelta, portando una espada luminosa que irradiaba un aura protectora. Sin dudar, José se posicionó detrás de Rigor, alzando su espada en preparación para lo que se avecinaba.

—Sabía que algo estaba mal cuando el flujo del tiempo se alteró —dijo José, su tono firme pero lleno de respeto hacia Rigor—. No podía quedarme de brazos cruzados.

Rigor miró rápidamente a su pupilo, agradecido por su presencia.

—José… llegaste en el momento justo. Esto no será fácil.

Aiko, mientras tanto, observaba todo con una sonrisa satisfecha.

—¿Qué escena más conmovedora? —dijo, su tono lleno de burla—. Pero no importa cuántos vengan a tu lado, Rigor. Ahora Sam está aquí, y no hay nadie que pueda detenerlo.

Sam dio un paso al frente, su presencia haciendo temblar el suelo bajo sus pies. Sus tentáculos se movían con inquietud, como si esperaran la orden de atacar. Su voz resonó, profunda y escalofriante, como si cada palabra proviniera de un abismo insondable.

—¿Quién de ustedes será el primero en caer?

Rigor apretó los dientes, elevando su poder aún más.

—José, cuida de mis hijos. Yo me encargaré de Sam.

Pero José negó con la cabeza.

—Maestro, hemos pasado por demasiado. Esta vez, lucharemos juntos.

Sam soltó una risa gutural, extendiendo sus garras y tentáculos mientras el aire a su alrededor se volvía opresivo.

—Entonces morirán juntos.

La tensión alcanzó su punto máximo, y la batalla estaba a punto de comenzar.

Rigor y José no dudaron. Con una sincronización impecable, ambos se lanzaron hacia Sam, golpeándolo con una velocidad impresionante. Los golpes eran certeros, pero algo extraño sucedía: Sam no parecía afectado. Al contrario, su cuerpo se movía con una fluidez creciente, como si cada impacto lo estuviera haciendo más fuerte.

Rigor retrocedió un paso, sus ojos brillando con energía púrpura mientras observaba detenidamente.

—Se está adaptando… —murmuró, dándose cuenta de lo que estaba sucediendo.

—Entonces no podemos dejarle el tiempo para acostumbrarse —añadió José, sus ojos llenos de determinación.

Sin perder un segundo más, ambos guerreros cambiaron de estrategia. Se desplazaron con rapidez, apareciendo detrás de Sam en un abrir y cerrar de ojos. Coordinándose sin necesidad de palabras, canalizaron sus poderes al máximo y lanzaron simultáneamente dos ataques devastadores de energía.

—¡Energy Cosmic Purple! —gritó Rigor, mientras un rayo púrpura surgía de sus manos.

—¡Llama del Tiempo! —exclamó José, su ataque envolviendo la energía de Rigor con un resplandor blanco incandescente.

La explosión resultante fue inmensa, iluminando todo el interior de la casa con un brillo cegador. El impacto lanzó a Sam con fuerza descomunal, atravesando paredes y muebles antes de ser expulsado al exterior. Su cuerpo se estrelló contra el suelo fuera de la casa, dejando un enorme cráter mientras la tierra temblaba por el golpe.

Balzht y Janeth, aún en el interior, miraron la escena con los ojos muy abiertos.

—¿Están… ganando? —preguntó Janeth, su voz llena de incertidumbre.

Aiko, que había estado observando desde un rincón, soltó una pequeña risa, su sonrisa teñida de malicia.

—¿Ganar? No han hecho más que enfurecerlo.

En el exterior, Sam se levantó lentamente del cráter. Sus ojos morados brillaban con mayor intensidad, y sus tentáculos se agitaban violentamente, como si hubieran cobrado vida propia. La herida que tenía en el pecho tras el impacto comenzó a cerrarse rápidamente, su piel regenerándose ante sus ojos.

—Interesante… —murmuró Sam, su voz profunda resonando como un eco oscuro—. Parece que tendré que tomarlos en serio.

Rigor y José salieron al exterior, poniéndose en posición mientras el aire a su alrededor se cargaba de energía.

—José, esto no será fácil. Mantente alerta.

—Estoy listo, maestro —respondió José, su espada brillante reflejando su resolución.

La batalla apenas comenzaba, y el verdadero poder de Sam estaba a punto de desatarse.

Rigor y José del futuro no cedían terreno ante Sam. Sus movimientos eran precisos y rápidos, golpe tras golpe obligaban al enemigo a retroceder. Cada embestida combinada se sincronizaba con explosiones de energía que iluminaban la noche, hasta que finalmente, con un poderoso impacto combinado, lograron lanzar a Sam fuera del perímetro de la casa, enviándolo hacia el bosque cercano.

Sam atravesó los árboles como un proyectil, dejando un camino de destrucción tras de sí. El eco de su aterrizaje resonó con un cráter que sacudió la tierra. Sin perder tiempo, Rigor y José lo siguieron, dispuestos a llevar la batalla lejos de los demás para evitar más daños.

Mientras tanto, en la casa, la tensión aumentaba. Aiko, con su cabello oscuro y su sonrisa calculadora, observaba a Balzht y Janeth, sus ojos fríos como el hielo.

—¿Van a quedarse ahí? —murmuró Aiko, con una voz que destilaba burla—. No tienen el valor suficiente para enfrentarme.

Pero Janeth, temblando de ira y miedo, dio un paso al frente.

—¡Déjanos salir! —gritó, su voz quebrándose por el enojo.

Aiko rió con desdén.

—¿Salir? ¿De qué hablas, niña? Esto apenas está comenzando.

Sin embargo, Janeth, llevada por una furia nacida de la desesperación y el amor por su familia, apretó los puños y se lanzó hacia Aiko. Con toda la fuerza que tenía, la golpeó directamente en el rostro, haciendo que su cabeza girara ligeramente por el impacto.

El golpe fue suficiente para que Aiko retrocediera un paso, sorprendida. Lentamente, se llevó la mano al rostro donde el golpe había impactado y luego miró a Janeth, sus ojos rosados brillando con intensidad.

—¿Tú… te atreviste a golpearme? —dijo Aiko, su tono bajo y cargado de ira contenida.

—¡No eres mi madre! —gritó Janeth, con lágrimas en los ojos—. ¡Déjala salir, ahora mismo!

Aiko se quedó en silencio por un momento, su expresión ilegible. Luego, una sonrisa torcida apareció en su rostro.

—Tal vez tienes más agallas de las que pensaba, niña. Pero tu madre… —dijo mientras daba un paso hacia Janeth, quien permanecía firme—. Ella no tiene el control ahora, yo lo tengo.

Balzht se interpuso rápidamente entre su hermana y Aiko, levantando los brazos en un gesto protector.

—No dejaré que le hagas daño.

Aiko levantó una ceja, mirando al chico.

—Oh, qué conmovedor. Pero esto no es un juego, pequeño. Si intentan desafiarme, sufrirán las consecuencias.

El ambiente en la casa estaba cargado de tensión. Mientras tanto, en el bosque, Rigor y José continuaban su enfrentamiento feroz con Sam, cada golpe y ataque resonando en la distancia.

Balzht y Janeth, tomados por el coraje y el amor hacia su madre, se lanzaron contra Aiko con todas sus fuerzas. Golpe tras golpe, intentaron arrebatarle el control del cuerpo de Dariel. Aiko, inicialmente sorprendida por su audacia, los esquivaba con movimientos precisos y calculados, una sonrisa burlona dibujada en su rostro.

—¿De verdad creen que pueden detenerme con esto? —preguntó con tono desafiante, mientras evitaba un golpe de Balzht.

Janeth, aprovechando un descuido, logró impactar un puñetazo directo en el abdomen de Aiko, mientras Balzht conectaba un golpe en su rostro. Por un momento, parecía que su unión estaba dando frutos. Pero entonces, Aiko, con una expresión de furia absoluta, levantó sus manos frente a ellos.

—Ya basta de juegos —dijo con voz fría y firme.

Antes de que pudieran reaccionar, Aiko extendió sus dedos, y un extraño resplandor oscuro rodeó sus manos. De repente, ambos sintieron un tirón agudo en sus cuerpos, como si algo los envolviera desde dentro. Con un gesto rápido, Aiko comenzó a manipular su sangre. Balzht y Janeth gritaron de dolor mientras sus cuerpos eran levantados del suelo como marionetas.

—¿Ven esto? —murmuró Aiko, observándolos con una mezcla de placer y desdén—. Esta es mi voluntad sobre ustedes.

Con un movimiento de sus manos, los lanzó con fuerza contra el muro cercano. Ambos impactaron con un sonido seco, cayendo al suelo aturdidos y con sangre brotando de pequeñas heridas en sus cuerpos.

—¿Así es como piensan liberar a su madre? Qué lástima... —continuó Aiko, caminando lentamente hacia ellos, mientras ajustaba su cabello con una calma perturbadora—. Ustedes nunca han entendido lo que es verdadero poder.

A pesar del dolor, Balzht y Janeth intentaron levantarse, sus cuerpos temblando por el impacto. Miraron a Aiko con desafío, sin rendirse.

—No importa cuántas veces nos derribes... —jadeó Balzht, con sangre en la boca—. Vamos a recuperarla, no te pertenece.

Janeth, con los ojos llenos de lágrimas, asintió.

—Es nuestra madre. Nunca nos rendiremos.

Por un momento, la expresión de Aiko pareció suavizarse, como si algo dentro de ella hubiera reaccionado ante sus palabras. Pero rápidamente, su mirada se endureció nuevamente, y levantó una mano como si fuera a atacar otra vez.

Sin embargo, algo profundo dentro de Dariel comenzó a resistir. Una pequeña chispa de voluntad luchaba contra el control de Aiko, debilitándola lentamente desde dentro. Mientras Balzht y Janeth continuaban enfrentándola, la batalla entre Aiko y Dariel dentro del mismo cuerpo se intensificaba.

En medio de la batalla, Rigor y José del futuro respiraban con dificultad, ambos cubiertos de heridas, pero sus sonrisas no desaparecían. Frente a ellos, Sam permanecía intacto, su figura imponente y monstruosa adaptándose a cada ataque. El aire era pesado, lleno de tensión, cuando José habló:

—Señor Rigor, ¿no podría usar algo similar a lo que mi padre hace? Crear una dimensión donde tenga el control absoluto... donde incluso el tiempo y el espacio sean suyos.

Rigor lo miró, comprendiendo al instante lo que quería decir. Cerró los ojos por un momento, canalizando su energía interna, y levantó ambas manos en una postura particular. Sus dedos meñique y pulgar extendidos brillaban con un resplandor único.

—Es arriesgado, pero funcionará —murmuró. Luego, en voz alta y poderosa, exclamó—: ¡Tiempo Eterno!

Una energía negra surgió de sus manos, envolviendo a los tres en una esfera luminosa que colapsó hacia adentro. De inmediato, el escenario cambió. Estaban en una dimensión completamente nueva, donde todo parecía teñido de un intenso color morado. Pergaminos flotaban en el aire y se extendían por el suelo, llenos de símbolos arcanos que parecían pulsar al ritmo de los latidos de Rigor.

En esta dimensión, el tiempo estaba completamente alterado. Para cualquier observador externo, habrían desaparecido en una fracción de segundo, pero dentro, Rigor y José tenían el control total sobre sus movimientos. Sam, aunque poderoso, parecía más lento, como si estuviera atrapado en un estado de congelación parcial.

—Bienvenido a mi dominio —declaró Rigor, su voz resonando en el espacio vacío.

Antes de que Sam pudiera adaptarse, Rigor se lanzó con una velocidad sobrehumana, conectando un golpe devastador que hizo que el monstruo retrocediera por primera vez. Sin darle respiro, Rigor canalizó su energía temporal, concentrándola en su puño, y lanzó un destello temporal directamente hacia el pecho de Sam, desintegrando una parte de su armadura oscura.

Desde su otra mano, Rigor invocó su técnica más devastadora: Energía Cósmica Púrpura. La energía se expandió en un torrente descontrolado que destrozó la dimensión misma. Los pergaminos ardieron y el espacio comenzó a colapsar en una implosión masiva que atrapó a Sam en su epicentro.

En el último momento, Rigor y José emergieron de la dimensión justo cuando esta se desintegraba por completo, regresando a la realidad con una sonrisa victoriosa.

—Lo logramos —dijo José, jadeando pero satisfecho.

Rigor, aunque claramente agotado, asintió.

—Sí... pero esto no ha terminado.

Ambos se impulsaron hacia la casa de Rigor, conscientes de que la batalla más personal estaba esperando ahí.

Balzht y Janeth, decididos a recuperar el control de su madre, trabajaban en perfecta sincronía. Unidos por un objetivo común, lograron conectar un fuerte golpe directo al pecho de Aiko, haciéndola retroceder unos pasos. Sin embargo, la sonrisa siniestra de Aiko no desapareció, y con un movimiento fluido de sus manos, comenzó a manipular la sangre en el aire.

—¿De verdad creen que pueden detenerme? —preguntó con una voz fría y despectiva.

De sus manos emergieron cuchillas de sangre brillante, filosas como ningún metal conocido. Con movimientos rápidos y precisos, lanzó cortes hacia ellos, logrando hacerles una herida profunda en el pecho a cada uno. Antes de que pudieran recuperarse, Aiko unió sus manos, concentrando su energía en un chorro de sangre a alta presión que atravesó el brazo de Balzht, haciendo que este cayera al suelo, sosteniéndose con dificultad.

Janeth, horrorizada, intentó ponerse de pie, pero Aiko, indiferente, desactivó su poder, dejando a ambos hijos de Dariel debilitados y sangrando en el suelo.

En ese momento, un portal se abrió detrás de ella. Rigor y José del futuro emergieron, con sus cuerpos aún marcados por la reciente batalla contra Sam, pero con determinación en sus rostros.

Aiko los miró, ladeando la cabeza con una sonrisa torcida, su rostro cubierto por un aire sádico e inquietante.

—Vaya, vaya, si no es mi amado Rigor —dijo con un tono burlón y provocador—. Llegas justo a tiempo... ¿qué te parece si dejamos todo esto atrás y vamos a hacer un bebé?

Su tono estaba cargado de una extraña mezcla de sarcasmo y locura. La forma en que se pasó la lengua por los labios mientras observaba a Rigor hacía evidente su estado mental desquiciado.

Rigor, con el rostro endurecido, no respondió de inmediato. Miró a sus hijos heridos y luego a José, que esperaba sus órdenes. Finalmente, habló con una voz firme y llena de desprecio.

—Aiko, esto termina aquí. No eres más que una sombra corrupta de lo que alguna vez fue Dariel.

Aiko soltó una risa histérica, sus ojos brillando con malicia.

—¿Termina aquí? ¡Oh, querido, apenas está comenzando!

El ambiente se cargó de tensión mientras Rigor y José se preparaban para enfrentarse a la fuerza siniestra que ahora controlaba el cuerpo de Dariel.

Aiko apretó con más fuerza el cuello de Rigor, y en sus ojos brilló una mezcla de locura y maldad. Su sonrisa era peligrosa, llena de satisfacción, mientras lo mantenía inmovilizado. Rigor no podía respirar con normalidad, sus pulmones luchaban por aire, pero lo único que veía en esos momentos era a Aiko, poseyendo el cuerpo de Dariel, la mujer que alguna vez amó. Todo lo que representaba la mujer que lo había acompañado en su vida, ahora estaba siendo despojado, arrebatado por esta versión distorsionada de ella.

El dolor era insoportable, no solo físico, sino emocional. El corazón de Rigor latía con una furia interna, su mente tambaleaba con pensamientos caóticos. Aiko se acercó aún más, hasta que sus labios se encontraron con los de él. Un beso feroz y violento, como si quisiera borrar todo lo que alguna vez había significado amor en su vida. El contacto fue tan brutal que Rigor casi perdió la conciencia, no por la falta de aire, sino por la tristeza que lo invadió. Cada fibra de su ser rechazaba este acto, su cuerpo luchaba por resistir, pero Aiko no lo dejó ir.

Rigor sentía como si todo su mundo se desmoronara en ese instante. Este beso no era de amor. Era un control, una usurpación de todo lo que era suyo. El amor que había sentido por Dariel se desvanecía en ese beso, dejándolo vacío y perdido. A través de la niebla de la impotencia, las palabras de Aiko le llegaron como una daga.

—Te gusta, ¿verdad? —dijo con una sonrisa cruel, su voz cargada de burla. — Esto es lo que realmente deseas, Rigor. El poder. Yo soy el control, lo que realmente necesitas.

Rigor luchó por liberarse, su mente enfurecida y llena de una mezcla de asco y desesperación. No podía dejar que esto fuera lo último que viviera. No podía permitir que Aiko destruyera lo que quedaba de él.

—¡NO ERES ELLA! —gritó con una furia contenida que vibraba en su voz, más fuerte que la rabia que sentía en su interior. — ¡NO ERES DARIEL!

Aiko soltó una risa de locura, sintiendo el poder que tenía sobre él. Para ella, todo era un juego. Un juego macabro donde se divertía viendo la lucha interna de Rigor. Sin embargo, en el fondo, sabía que Rigor era mucho más que su cuerpo, y su resistencia sólo le provocaba más placer.

José, observando todo desde atrás, apretó los puños con tal fuerza que sus nudillos se pusieron blancos. No podía quedarse quieto, no podía permitir que su maestro, su amigo, fuera destruido así. El odio burbujeaba dentro de él, pero el dolor de ver a Rigor tan vulnerable ante Aiko lo paralizaba.

—Rigor, no puedes ceder… —susurró, casi en un murmullo, mirando la escena con impotencia.

Finalmente, Aiko separó sus labios de los de Rigor, dejando que un resplandor de furia y dolor invadiera los ojos de él. La sonrisa de Aiko permaneció, aunque su mirada cambió de ser burlona a algo más calculador.

—¿Crees que puedes salir de esto? —dijo con voz suave pero ominosa—. No puedes, Rigor. Este es tu final. Este es el poder que me pertenece. Y ahora, eres mío.

Rigor, con la respiración entrecortada y el corazón en pedazos, lo miró, su rostro endurecido por el dolor. Su mirada, aunque herida, seguía llena de determinación.

—No lo soy. —respondió con la voz rasposa, pero firme. — Y nunca lo seré.

El conflicto estaba lejos de terminar. Aiko pensó que había ganado, pero en el fondo, un rayo de esperanza comenzó a despertar en Rigor, una chispa de su verdadera voluntad.

José, con una furia que había estado acumulando durante todo ese tiempo, se lanzó hacia Aiko con una velocidad abrumadora. Aprovechó la oportunidad cuando ella no lo esperaba, golpeando con una precisión letal en la nuca de Aiko. El impacto fue brutal, y Aiko cayó al suelo, inconsciente, sin poder resistir el golpe.

Mientras el cuerpo de Aiko caía, Rigor observó con una mezcla de alivio y tensión. La escena ante él era surrealista. El pelo de Aiko, que había sido negro como la noche con destellos rojos, empezó a desvanecerse, dejando al descubierto el cabello característico de Dariel. El color castaño de Dariel volvió a su lugar, y un mechón amarillo en su frente comenzó a brillar débilmente, como un faro que se resistía a la oscuridad.

Rigor se acercó lentamente a la figura tendida en el suelo. Su corazón latía más rápido, y el aire a su alrededor parecía denso. Sus pensamientos eran una mezcla de alivio por ver a Dariel nuevamente en su forma original y un miedo incontrolable a lo que podría suceder a continuación.

José, con los ojos llenos de preocupación, observó a su maestro. Sabía que lo que acababa de suceder era solo el principio de algo mucho más grande y peligroso. Aiko había estado controlando a Dariel durante tanto tiempo que lo que quedaba de ella era incierto, confuso.

Rigor se agachó junto a Dariel, tomando su rostro entre sus manos. La suavidad de su piel lo reconfortó momentáneamente, pero el dolor en su pecho persistió. Sabía que aún quedaban muchas preguntas sin respuesta, y ahora, lo que más le preocupaba era cómo podría ayudar a Dariel a recuperar su totalidad después de todo lo que había sufrido.

—Dariel... —murmuró, su voz quebrada por el dolor. No sabía si ella lo escuchaba, pero tenía la esperanza de que lo hacía.

En ese instante, José se acercó a Rigor, colocando una mano en su hombro.

—No te preocupes. Vamos a encontrar una manera de salvarla. —dijo con firmeza, tratando de darle algo de esperanza a su maestro.

Rigor asintió lentamente, pero su mirada se mantenía fija en el rostro de Dariel, esperando que ella despertara y que el caos que había causado Aiko fuera finalmente borrado. Sin embargo, en lo más profundo de su ser, Rigor sabía que no sería fácil. No solo tendría que salvar a Dariel, sino que también tendría que enfrentarse a las fuerzas oscuras que todavía acechaban en su mundo.

Balzht y Janeth se levantaron lentamente, su dolor palpable. Cada uno sentía como si sus cuerpos estuvieran a punto de colapsar debido a las heridas graves que habían sufrido. La sangre se filtraba a través de sus ropas, y las cicatrices de los cortes de Aiko eran profundas. Aunque su voluntad era fuerte, el desgaste físico era demasiado para ignorarlo.

Rigor, con el rostro marcado por la preocupación, vio cómo sus hijos luchaban por mantenerse en pie. El corazón le dolió al verlos tan heridos, pero sabía que lo que más necesitaban era atención médica inmediata. Sin pensarlo dos veces, los levantó con cuidado y los guió hacia el vehículo. Dariel, aún inconsciente y débil, descansaba en los brazos de Rigor, su rostro sereno pero marcado por el agotamiento extremo.

—Vamos, tenemos que llegar al hospital lo antes posible. —dijo, con la voz cargada de tensión mientras metía a Balzht y Janeth al vehículo y los acomodaba lo mejor posible.

La carretera parecía interminable mientras avanzaba, cada segundo contando para que pudieran recibir la ayuda que necesitaban. En su mente, las imágenes de lo que había sucedido antes seguían acechando. La lucha contra Aiko, el caos que había destruido parte de su familia, y ahora, lo único que podía hacer era llevar a sus seres queridos al hospital, esperando que pudieran salvarlos.

José del futuro, que había estado luchando junto a Rigor, también los acompañaba. No dejaba de mirar atrás, asegurándose de que nada más ocurriera durante el trayecto. Sabía que este momento de calma era solo temporal. Las fuerzas oscuras aún estaban al acecho, y el peligro podría surgir en cualquier momento.

Finalmente, llegaron al hospital. Rigor se apresuró a sacar a Dariel y a sus hijos del vehículo, corriendo hacia las puertas del hospital. El personal médico los recibió de inmediato, tratando de estabilizar a los tres con urgencia.

Mientras Rigor se quedaba a un lado, observando con una mezcla de desesperación y esperanza, se dio cuenta de lo que realmente estaba en juego. Sus seres queridos estaban heridos, y las cicatrices del pasado, tanto físicas como emocionales, seguían muy presentes. Pero al menos ahora, tenía algo de esperanza: que sus hijos y su esposa pudieran estar a salvo, que todo no fuera en vano.

Con Dariel, Balzht, y Janeth ahora bajo cuidado médico, Rigor se sentó en la sala de espera, tomando un respiro profundo. Sabía que las respuestas que buscaba aún no estaban cerca, pero lo que sí sabía era que lucharía por proteger a su familia hasta el final, sin importar el precio.

Rigor, al ver que finalmente había asegurado la atención médica para Dariel, Balzht, y Janeth, sintió cómo su cuerpo cedía ante el agotamiento y las heridas que había estado ignorando durante todo el enfrentamiento. Cada músculo de su cuerpo estaba tenso y dolorido, y sus heridas sangraban lentamente. Había estado concentrado tanto en proteger a su familia que no había tenido tiempo de pensar en sí mismo.

Se dejó caer en una camilla en la sala de espera, sus respiraciones agitadas, y su cuerpo luchando por mantenerse consciente. La adrenalina que había mantenido su cuerpo en movimiento durante la batalla ya no estaba. La pesadez lo envolvía. La fatiga se apoderó de él con cada segundo que pasaba, y las heridas, aunque menores en comparación con las de su familia, comenzaron a ser más evidentes.

José del futuro, al ver la condición de Rigor, se acercó con una expresión preocupada en su rostro.

—Maestro, tienes que descansar. No estás bien. —dijo, casi en un susurro, pero con la autoridad que siempre había mostrado hacia él.

Rigor, con la mirada cansada, trató de sonreír, pero el dolor lo hizo fruncir el ceño.

—No... no puedo descansar ahora. Mi familia... —su voz temblaba, pero trató de mantenerse firme. Sabía que si perdía la conciencia ahora, podría ser fatal. Tenía que estar allí para ellos.

A pesar de sus esfuerzos por mantenerse erguido, su cuerpo no pudo más. La falta de sueño, el agotamiento extremo, y las heridas finalmente lo hicieron caer en un sueño profundo e inconsciente. El personal médico, al verlo en ese estado, se apresuró a atenderlo, sin dejar de estar al tanto de la condición de los demás miembros de la familia.

José del futuro, preocupado, observaba a Rigor en la camilla, y aunque su maestro estaba dormido, él sabía que el verdadero reto apenas comenzaba. Aiko había dejado heridas profundas, y aunque el enemigo inmediato estaba fuera de juego, el caos que se desataba por su presencia seguía siendo una amenaza.

En ese momento, todo lo que podía hacer era esperar, con la esperanza de que Rigor despertara pronto y con la fuerza suficiente para enfrentar lo que estaba por venir.

Dariel despertó lentamente, sus ojos entreabiertos por el cansancio, observando las luces del hospital y la habitación en la que se encontraba. Al sentir el calor de un abrazo en sus hombros, giró ligeramente y vio a Balzht y Janeth, sus dos hijos, abrazándola con fuerza. El amor y la preocupación eran evidentes en sus rostros. Dariel, sintiendo una mezcla de alivio y dolor, se tomó un momento para absorber la calidez de ese contacto familiar, pero algo la inquietaba.

—Rigor... ¿Dónde está? ¿Qué pasó con él? —preguntó con voz débil, apenas saliendo de su estado de inconsciencia.

Balzht, con una expresión preocupada y exhausta, levantó la mirada hacia Dariel, pero no pudo evitar mostrarse tenso. Sabía lo importante que era para ella, pero la situación era más compleja de lo que quería admitir.

—Madre... —dijo Balzht, con una leve tristeza en su voz—. Papá... está en otra camilla, pero... está muy herido. No está bien.

Janeth, con los ojos llenos de emoción y miedo, miró a Dariel y luego asintió.

—Papá luchó tanto para protegernos... —su voz se quebró al decirlo—. Está en una mala condición. Los médicos están tratando de salvarlo.

El dolor en las palabras de sus hijos atravesó a Dariel. Sentía una presión en su pecho, un nudo imposible de deshacer. Rápidamente, intentó levantarse de la camilla, pero el dolor en su cuerpo le recordó las heridas que había sufrido también. A duras penas, logró sentarse con la ayuda de Balzht y Janeth.

—Quiero verlo... —dijo, con determinación, aunque la debilidad en su voz mostraba lo mucho que le costaba mantenerse consciente.

Janeth se apresuró a tomar la mano de su madre, dándole algo de consuelo. —Te llevaré, mamá. Te necesitamos. Todos necesitamos a papá.

Con ayuda de sus hijos, Dariel se levantó con esfuerzo y fue llevada al lugar donde Rigor estaba recibiendo atención. Aunque la fatiga seguía invadiéndola, su mente solo tenía espacio para él, para asegurarse de que estuviera bien.

Al llegar a la camilla de Rigor, lo vio inconsciente, rodeado de monitores y médicos que intentaban estabilizarlo. Su cuerpo estaba lleno de vendajes, y su rostro, normalmente tan fuerte, mostraba señales claras de agotamiento extremo y daño.

Dariel se arrodilló junto a su esposo, tomando su mano, las lágrimas llenando sus ojos.

—Rigor... —susurró, con un dolor profundo en su voz—. ¿Por qué? ¿Por qué arriesgaste tanto...?

Los médicos, al verla, le hicieron un gesto para que se quedara tranquila. Sabían que Rigor estaba siendo atendido lo mejor posible, pero no podían garantizar nada aún. Lo único que podía hacer ahora era esperar.

Balzht y Janeth, aunque afectados, se quedaron junto a su madre, tratando de consolarla en ese momento tan oscuro. La familia, aunque herida y rota, se mantenía unida, esperando que Rigor despertara para poder enfrentar juntos lo que el destino les tenía preparado.

Rigor fue llevado rápidamente a la sala de operaciones, donde los médicos se apresuraron a suturar las múltiples heridas que cubrían su cuerpo. A pesar de la gravedad de las lesiones externas, afortunadamente, sus órganos internos no habían sufrido daños significativos, lo que aumentaba sus probabilidades de recuperación. Sin embargo, la cantidad de sangre perdida y las heridas abiertas eran graves, y los médicos sabían que la operación no sería fácil.

Mientras tanto, Dariel, Balzht y Janeth permanecían en la sala de espera del hospital, cada uno con una mezcla de ansiedad y preocupación. El silencio entre ellos era pesado, solo roto por los suaves susurros de los enfermeros y médicos que pasaban.

Dariel no podía evitar pensar en todo lo que había sucedido, en lo que Rigor había hecho por ellos. A pesar de sus heridas y el sufrimiento que había vivido, él siempre se había puesto en primer lugar para protegerlos, y ahora, ella debía ser fuerte para él.

—¿Cómo está? —preguntó Balzht, con un tono lleno de ansiedad mientras miraba a su madre.

Dariel suspiró, sus ojos fijos en el pasillo donde se encontraba la puerta de la sala de operaciones. —No lo sé... pero... él es fuerte, saldrá de esto. Lo sé. —dijo con una firmeza que solo las madres en momentos de desesperación pueden tener.

Janeth, con el rostro empañado por las lágrimas, asintió lentamente, aunque todavía le costaba comprender la magnitud de lo que había sucedido.

Finalmente, después de un largo tiempo de espera, un médico salió de la sala de operaciones. Dariel se levantó al instante, su corazón latiendo con fuerza.

—¿Cómo está? —preguntó, casi sin aliento, con la voz quebrada por la tensión.

El médico la miró, sus ojos llenos de seriedad. —La operación fue un éxito. Pudimos suturar las heridas, pero necesitará un largo tiempo de descanso. Está estable, aunque aún no podemos asegurar que se recupere completamente pronto. —hizo una pausa, evaluando la reacción de Dariel—. Lo más importante es que no hay daño interno significativo, lo que significa que hay esperanza. Tendrá que quedarse en observación durante unas horas más, pero en cuanto se despierte, podremos informarle mejor sobre su estado.

Dariel sintió una mezcla de alivio y agotamiento. Al menos Rigor había logrado superar la peor parte, y ahora solo quedaba esperar. Se acercó a la camilla de Rigor con sus hijos, sentándose al lado de él mientras los médicos continuaban su vigilancia.

Mientras el sonido del respirador artificial y los monitores se mantenían constantes, Dariel miró a Rigor, aún inconsciente pero vivo, con una leve sonrisa triste en su rostro.

—Te voy a esperar, Rigor. Siempre te voy a esperar.

Y así, con el peso de la incertidumbre en el aire, la familia se preparó para lo que viniera, confiando en la fuerza de Rigor y en la esperanza de que, juntos, podrían superar cualquier desafío.

Rigor despertó lentamente, su cuerpo dolorido por las heridas, pero con la sensación de que algo importante había sucedido mientras estaba inconsciente. Su visión era borrosa al principio, pero pronto los contornos se hicieron más claros. En la habitación del hospital, vio a Dariel a su lado, con una expresión preocupada y cansada. Ella lo miraba fijamente, esperando que reaccionara.

Cuando Dariel notó que Rigor comenzaba a despertar, una mezcla de alivio y emoción invadió su rostro. Sin pensarlo, se inclinó hacia él y, con suavidad, besó sus labios, sintiendo la necesidad de mostrarle cuánto le importaba.

Sin embargo, Rigor, aún abrumado por la confusión de lo que había pasado, sintió un torbellino de emociones dentro de él. Recordaba la actitud dominante de Aiko, y aunque sabía que no era ella en ese momento, el peso de lo que había vivido lo hizo sentir incómodo. No quería rechazar a Dariel, pero algo dentro de él le impedía aceptar el beso de la misma manera.

Con voz baja, casi un susurro, Rigor apartó ligeramente su rostro y dijo, con un tono sincero pero cauteloso:

—Dariel... —pausó, mirando a sus ojos—. No... No puedo ahora. Mejor un beso en la frente.

El dolor y la incomodidad que sentía por todo lo que había sucedido con Aiko aún lo embargaban, pero quería que Dariel supiera que la amaba. Necesitaba ese gesto de cariño, pero no de la forma en que ella lo había dado antes. Necesitaba algo más suave, más tierno.

Dariel, sorprendida al principio por sus palabras, asintió lentamente, comprendiendo lo que él necesitaba. Con una sonrisa suave, acercó su rostro a la frente de Rigor y lo besó con cariño. La calidez de su beso era reconfortante, y por un momento, todo lo demás desapareció.

Rigor, al sentir el beso de Dariel, cerró los ojos y se relajó, dejando que el alivio lo invadiera poco a poco. Sabía que la herida en su corazón no desaparecería de inmediato, pero ese gesto de amor lo ayudaba a sanar.

—Gracias, Dariel... —dijo en voz baja, con gratitud.

Ella permaneció a su lado, tomándole la mano y acariciando suavemente su muñeca mientras él descansaba. Había mucho por sanar, pero juntos, sabían que podrían superar cualquier cosa.

Fin.