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Chapter 48 - Episodio 48: Destinos peores que la muerte

En el silencio opresivo de su prisión, Daiki Talloran permanecía encadenado, su mente consumida por el deseo de libertad y la urgencia de reunir a su familia. Sus manos temblaban de rabia contenida mientras tiraba con fuerza de las cadenas que lo ataban, gruñendo al sentir cómo estas se resistían a ceder.

"Esto no puede detenerme...", murmuró con furia, su voz resonando en el vacío a su alrededor. "No ahora. No cuando tengo algo por lo que luchar."

Con un grito cargado de ira y determinación, Daiki canalizó toda su fuerza en un solo movimiento, las cadenas comenzaron a resquebrajarse con un sonido metálico ensordecedor. Sin embargo, tan pronto como logró romper una sección del muro de energía que lo aprisionaba, este se regeneró, reparándose de inmediato como si se burlara de sus esfuerzos.

"¡Maldita sea!" rugió, golpeando la pared con todas sus fuerzas, las venas de sus brazos marcándose por la tensión. Respiraba con dificultad, cada inhalación alimentando la frustración que crecía dentro de él. Dio un paso atrás, su mirada fija en la barrera que lo mantenía atrapado. "¿Qué clase de prisión es esta? ¿Qué quieren de mí?"

Daiki cerró los ojos un momento, intentando calmarse. Su mente regresó a los rostros de aquellos que amaba, su familia, la razón de su lucha. Recordarlos le dio una chispa de esperanza.

"No puedo quedarme aquí..." dijo en voz baja, su tono ahora más frío y calculador. "No importa cuántas veces se recupere este lugar, encontraré una manera de romperlo. Mi familia me necesita, y nadie me detendrá."

Con un profundo suspiro, dejó que su enojo se transformara en determinación pura. Colocó sus manos sobre las cadenas nuevamente, sintiendo cómo su energía comenzaba a fluir con más intensidad. Esta vez, no sería solo fuerza bruta; encontraría la forma de escapar, sin importar el costo.

Mientras Daiki tironeaba nuevamente de las cadenas, una risa suave y burlona resonó en la prisión, interrumpiendo su furioso intento de liberarse. Al darse la vuelta, vio a una figura pequeña y radiante que lo observaba desde una distancia segura, con una sonrisa juguetona en su rostro.

La figura era una joven de apariencia etérea, con cabello plateado que flotaba como si fuera guiado por una brisa inexistente. Vestía una túnica blanca adornada con inscripciones doradas, y en sus manos sostenía un pequeño cetro brillante. Sus ojos eran como dos estrellas que irradiaban una calma desconcertante.

"¿Quién mierda eres?" preguntó Daiki, su tono lleno de desdén mientras clavaba su mirada en la intrusa.

La joven inclinó la cabeza, divertida. "Qué grosero de tu parte, ¿no te enseñaron modales?" respondió con una voz dulce pero con un dejo de autoridad. Dio un paso hacia él, su figura diminuta contrastando con la magnitud de su presencia. "Mi nombre es Lupe, y soy la diosa de esta prisión. Todo lo que ves aquí está bajo mi control."

Daiki frunció el ceño, sus puños apretándose. "¿La diosa de la prisión? ¿Así que eres tú quien me tiene encerrado en este maldito lugar?"

Lupe alzó una ceja, su sonrisa ensanchándose. "En efecto. Es mi deber cuidar de los encerrados aquí, y tú no eres la excepción. Aunque... admito que eres un prisionero particularmente problemático. Es un poco molesto tener que reparar las paredes que intentas destruir cada cinco minutos." Hizo una pausa, mirándolo de arriba abajo. "Eres tan terco como decían."

Daiki dio un paso adelante, desafiándola con la mirada. "¿Y qué esperas lograr encerrándome aquí? ¿Crees que unas cadenas y una pared regenerativa me van a detener para siempre?"

Lupe dejó escapar un suspiro exagerado, fingiendo pensar. "Bueno, la idea era mantenerte tranquilo hasta que te resignaras a tu destino... Pero parece que tienes un talento especial para ignorar las reglas." Su expresión se volvió más seria de repente, y su voz adquirió un tono más grave. "Déjame decirte algo, Daiki. No estás aquí por capricho. Estás aquí porque el mundo fuera de estas paredes no está listo para ti... todavía."

Daiki sonrió con sarcasmo. "¿Todavía? Qué lindo discurso. Pero si crees que voy a quedarme aquí escuchando tus tonterías, estás más loca de lo que aparentas."

Los ojos de Lupe brillaron con un destello de advertencia, pero su sonrisa volvió a aparecer. "Oh, Daiki. Este juego apenas comienza."

Mientras Daiki permanecía en la prisión, rodeado de muros que parecían burlarse de sus intentos de escapar, cerró los ojos, buscando un refugio en sus recuerdos. La opresión del encierro y las palabras de Lupe solo lograban alimentar su frustración, pero también despertaban algo más profundo: una nostalgia que hacía tiempo no enfrentaba.

En su mente, las memorias surgieron como fragmentos de una vida que ahora parecía tan lejana. Recordó a su madre, Ericka, una figura fuerte y serena que siempre lo había mirado con orgullo, incluso cuando él mismo dudaba de su capacidad. Fue ella quien le entregó la katana que ahora llevaba consigo, un símbolo de confianza y responsabilidad. "Esta hoja", había dicho Ericka, "es tanto una herramienta como una promesa. Nunca olvides quién eres, Daiki, y lo que puedes llegar a ser."

Luego apareció James, su padre biológico, un hombre complejo y brillante. Aunque había compartido su cuerpo con el caótico Karla'k, James nunca dejó que esa carga lo definiera. Daiki recordó cómo, a pesar de las dificultades, James siempre encontraba tiempo para enseñarle algo nuevo, ya fuera ciencia o simples lecciones de vida. Su padre no era perfecto, pero siempre había intentado protegerlo a él y a su familia, incluso cuando el mundo parecía derrumbarse a su alrededor.

El recuerdo se transformó en algo más, en un sueño que Daiki a menudo se permitía tener: un mundo donde todo era diferente, donde la paz reinaba. Imaginó a su madre y a su padre juntos, no como las figuras atormentadas que conoció, sino como una pareja que convivía en armonía. En este mundo, James Talloran y Ericka compartían el mismo techo, cuidaban de sus hijos y trabajaban juntos, libres de la sombra de Karla'k o de las responsabilidades abrumadoras que habían cargado durante años.

Darkness, su versión alternativa, también estaba allí, compartiendo la mesa familiar. Dos hijos corrían por la casa: James, el mayor, lleno de curiosidad e ingenio, y Lilith, una niña tan intrépida como dulce. La risa llenaba el aire, y las discusiones solo giraban en torno a cosas triviales, como quién había dejado la puerta del laboratorio abierta o quién cocinaría la cena esa noche.

Ese mundo, tan diferente al que conocía, era un bálsamo para su mente cansada. Sin embargo, también era un recordatorio doloroso de lo que nunca podría ser. Cuando Daiki abrió los ojos, volvió a enfrentarse a la realidad de su encierro. Las cadenas seguían sujetándolo, y las paredes seguían reparándose. Pero en el fondo de su corazón, esos recuerdos y esa imaginación renovaron su determinación.

"No puedo quedarme aquí," murmuró para sí mismo, apretando los puños. "No por mí, sino por ellos. Por lo que representan. Mi familia siempre ha sido mi fuerza... y no voy a defraudarlos."

Con un renovado sentido de propósito, Daiki se preparó para intentar escapar una vez más, aferrándose a la memoria de su familia como su mayor arma contra la prisión y sus guardianes.

Daiki Talloran, con la furia acumulada por su encierro y el peso de sus recuerdos, concentró toda su fuerza. En un instante, con un movimiento veloz y preciso, rompió las cadenas que lo ataban. Estas se desintegraron en fragmentos que se dispersaron en el aire como polvo brillante. Sin detenerse, giró hacia el muro que lo aprisionaba y lanzó un golpe devastador, rompiendo la barrera con una explosión que resonó en toda la prisión.

Al liberarse, Daiki dio un paso al frente, estirándose ligeramente mientras flexionaba sus brazos y cuello, como un león listo para cazar. Sus ojos se posaron en Lupe, la diosa de la prisión, quien lo observaba sin moverse, pero con una calma que rozaba la provocación.

"Así que eres tú la que gobierna este lugar," dijo Daiki con un tono frío, ajustando el agarre de su katana. "Me encerraste aquí pensando que podrías detenerme, ¿verdad?"

Lupe sonrió ligeramente, su aura divina comenzando a intensificarse. "No es cuestión de detenerte, Daiki. Es cuestión de enseñarte lo que significa el verdadero poder. ¿Crees que solo con romper unas cadenas puedes vencerme?"

Daiki frunció el ceño, enfurecido por su arrogancia. "No necesito tus lecciones. He soportado demasiado como para que alguien como tú me haga retroceder. Te lo advierto: no te interpongas en mi camino."

Sin esperar respuesta, Daiki se lanzó hacia ella, su velocidad casi imperceptible. En un abrir y cerrar de ojos, estaba frente a Lupe, su katana desenvainada en un movimiento fluido. "¡Acabaré contigo!" rugió, mientras dirigía un corte devastador hacia la diosa.

Lupe alzó una mano, materializando un escudo brillante que bloqueó el ataque de Daiki. El choque de fuerzas creó una onda de energía que sacudió la prisión. La sonrisa de Lupe se desvaneció por un instante, sorprendida por la intensidad del golpe. "Interesante," murmuró. "Tal vez seas más problemático de lo que pensé."

Daiki retrocedió un paso, ajustando su postura mientras su mirada permanecía fija en ella. "Esto no ha hecho más que empezar. Nadie me separa de mi familia. Y tú no serás la excepción."

El ambiente alrededor de ambos se tensó, la prisión temblaba con cada segundo que pasaba, anunciando un combate que no solo decidiría el destino de Daiki, sino también el de quienes lo esperaban fuera.

Daiki Talloran tomó aire profundamente, calmando la furia que ardía dentro de él. Su mirada fija en Lupe, ahora fría y calculadora, mostraba que no iba a subestimarla. Ajustó la katana en su mano, adoptando una postura firme que demostraba su dominio de tres estilos letales: Kendo, Kenjutsu y Iaido. Cada uno de ellos le daba ventaja en situaciones específicas, y estaba listo para utilizarlos de manera impecable contra la diosa.

Lupe levantó una ceja, notando la precisión y concentración de Daiki. "¿Tres estilos diferentes? No está mal para alguien que acaba de liberarse, pero las técnicas humanas no me impresionarán," dijo con un tono despectivo, mientras su energía divina comenzaba a rodearla como un manto brillante.

Daiki no respondió con palabras, sino con acción. Utilizando Kendo, avanzó rápidamente hacia ella con pasos contundentes y calculados, lanzando un golpe vertical directo hacia su cabeza. La fuerza y precisión detrás del ataque rompieron el aire, creando un sonido agudo.

Lupe alzó su escudo una vez más, bloqueando el ataque, pero Daiki ya estaba moviéndose. En un instante, cambió al Kenjutsu, ejecutando una serie de cortes rápidos y precisos desde diferentes ángulos, cada uno diseñado para explotar posibles aperturas en la defensa de Lupe.

Lupe retrocedió, sorprendida por la velocidad y fluidez de los movimientos de Daiki. "Eres más hábil de lo que esperaba..." admitió, aunque su tono seguía siendo altivo.

Daiki no le dio tiempo para contraatacar. Aprovechó su dominio del Iaido, desenvainando su katana con una velocidad cegadora para un corte relámpago que casi rozó la mejilla de Lupe. Este movimiento era el clímax de su técnica, combinando velocidad, precisión y el elemento sorpresa.

La diosa, a pesar de su divinidad, comenzó a sentirse presionada. "Parece que he subestimado tu fuerza," murmuró, al tiempo que desplegaba un aura más intensa, lista para tomar la ofensiva.

Daiki se detuvo un momento, sus ojos aún llenos de enojo, pero también de determinación. "Esto no es nada comparado con lo que haré si sigues interfiriendo. Mi familia me espera, y no pienso quedarme aquí ni un segundo más."

Ambos se quedaron frente a frente, las chispas de sus energías chocando entre sí, mientras el combate estaba lejos de terminar. Con sus tres estilos en perfecta sincronía, Daiki sabía que tenía la ventaja técnica. Pero, contra una diosa como Lupe, necesitaría más que habilidad para salir victorioso.

Lupe se lanzó al ataque con una fuerza divina que sacudió el entorno, pero Daiki Talloran no se dejó intimidar. En un parpadeo, su figura desapareció, dejando solo el eco de su velocidad. Antes de que Lupe pudiera reaccionar, Daiki comenzó a moverse con una rapidez irrelevante, sus cortes invisibles deslizándose por el aire con precisión quirúrgica.

Cada golpe de su katana parecía impactar en diferentes partes del cuerpo de Lupe, rompiendo su defensa con un ritmo imparable. La diosa apenas podía percibir los movimientos de Daiki, y cuando intentaba defenderse, este ya estaba en otro lugar, fuera de su alcance.

En un instante perfecto, Daiki frenó su danza letal. Con calma y precisión, colocó su katana de regreso en su vaina. La acción fue tan suave y deliberada que parecía que no había ocurrido nada.

Lupe se quedó inmóvil, mirándolo con incredulidad. Una sonrisa apareció en el rostro de Daiki mientras la katana encajaba por completo en su lugar. Entonces, como si el tiempo mismo se hubiera detenido, múltiples cortes comenzaron a aparecer alrededor del cuerpo de Lupe.

Finos hilos de luz atravesaron su figura en distintas direcciones, marcando cada uno de los ataques que Daiki había realizado en fracciones de segundo. Lupe jadeó, sintiendo el peso del daño acumulado mientras su energía fluctuaba.

"Te dije que no perdería el tiempo contigo," dijo Daiki con tono firme, su mirada cargada de determinación. "No estoy aquí para entretenerte. Estoy aquí para salir y recuperar lo que me pertenece: mi familia."

Lupe retrocedió unos pasos, tocando las marcas de los cortes que ahora brillaban en su cuerpo. "Eres más peligroso de lo que esperaba... pero esto no ha terminado, humano." Su voz sonaba desafiante, pero en sus ojos había un destello de temor.

Daiki no respondió, su postura seguía siendo serena, pero lista para cualquier nuevo ataque. Sabía que la batalla aún no había concluido, pero su confianza y habilidad lo mantenían un paso adelante.

Daiki Talloran permaneció en silencio por un momento, mirando a Lupe con intensidad. Luego, con una voz firme y llena de resolución, dijo:

"Soy un demonio, humano y divino. Un ser que trasciende lo que tú puedes imaginar."

En ese instante, su katana comenzó a brillar con una energía oscura y opresiva. La hoja se resquebrajó en fragmentos que flotaron a su alrededor, fusionándose lentamente con su cuerpo. La transformación fue rápida y aterradora.

Una armadura negra como el abismo surgió de su piel, cubriendo cada parte de su cuerpo con detalles intrincados que parecían tallados en sombras. De su espalda emergieron tentáculos afilados, ondulando como si tuvieran vida propia, cada uno cubierto de un filo tan mortal que el aire a su alrededor se cortaba en un suave silbido.

Sus ojos, ahora completamente rojos, brillaban como dos brasas ardientes, y su cabello blanco como la nieve contrastaba con la oscuridad que lo envolvía, destacando su naturaleza única. El aura que lo rodeaba se volvió sofocante, llena de una mezcla de caos y divinidad, dejando claro que Daiki Talloran ya no era solo un guerrero; era una fuerza imparable.

Lupe retrocedió instintivamente, sintiendo la magnitud del poder que ahora emanaba de él. "¿Qué clase de monstruo eres...?" preguntó con una mezcla de asombro y terror.

Daiki dio un paso adelante, y los tentáculos en su espalda se movieron, amenazantes. "Soy el resultado de lo que el destino me obligó a ser. He cargado con las expectativas de todos, he soportado la presión de ser más de lo que debía ser... Ahora soy libre. Libre de tus cadenas, libre de tu prisión."

El suelo tembló bajo sus pies mientras Daiki se preparaba para atacar. Su voz resonó con una fuerza que parecía sacudir el mismísimo espacio. "Y ahora, tú pagarás por intentar detenerme."

Con un movimiento rápido y devastador, se lanzó hacia Lupe, los tentáculos y su cuerpo fusionado en una danza letal, llevando consigo la furia acumulada y la voluntad de recuperar lo que le pertenecía.

Daiki Talloran se movió con la precisión de un maestro de combate, desatando un torrente de golpes devastadores. Combinando técnicas de boxeo y karate, apuntó directamente al pecho de Lupe, impactando en puntos nerviosos clave. Cada golpe resonaba como un trueno, debilitando su postura y desestabilizando a la diosa de la prisión.

Antes de que Lupe pudiera reaccionar, Daiki giró su cuerpo con la fluidez de un experto, y con el filo de su codo golpeó su mandíbula con tal fuerza que el sonido del impacto reverberó en el aire. La diosa apenas logró mantenerse en pie, pero Daiki no le dio tregua.

Con un movimiento implacable, levantó su pierna y lanzó una patada devastadora a sus costillas, el impacto fue suficiente para enviarla volando como un proyectil a gran velocidad. "No terminaré hasta que esto acabe," murmuró Daiki con determinación mientras alzaba una mano al aire.

De sus dedos, cargados de energía, se manifestaron cinco estructuras imponentes, como si hubieran sido arrancadas de las sombras mismas. Edificios de inmenso tamaño y fuerza sólida se materializaron frente a Lupe, alineados como obstáculos insuperables. Por la velocidad del golpe y la brutal potencia detrás de su patada, el cuerpo de Lupe atravesó cada edificio uno tras otro, las estructuras estallando en una lluvia de escombros mientras la diosa salía disparada al otro lado, cubierta de heridas y con su orgullo hecho añicos.

Daiki bajó su brazo lentamente, su mirada fría fija en el polvo y los escombros donde Lupe había aterrizado. "Te dije que saldría de aquí... y nadie puede detenerme." Su voz era grave, pero su tono dejaba claro que no había terminado.

Mientras Darkness observaba desde el balcón de su castillo, su mirada se posaba en el entrenamiento de sus hijos, James y Lilith. Cada movimiento que realizaban, cada golpe y técnica, le recordaba la disciplina que Daiki había inculcado en ellos. Sus soldados patrullaban incansablemente las fronteras del reino, asegurándose de que la paz prevaleciera, pero en el corazón de Darkness había una inquietud que no podía ignorar.

Llevaba un mes sin noticias de Daiki, su esposo, y aunque confiaba en su fuerza, la incertidumbre comenzaba a consumirla. Su ceño se frunció mientras sus pensamientos la llevaban a posibles escenarios oscuros. ¿Estaba herido? ¿Había encontrado algún enemigo demasiado poderoso incluso para él? No era propio de Daiki desaparecer sin dejar rastro, y eso hacía que la preocupación creciera aún más.

James, al notar la expresión de su madre, detuvo su entrenamiento por un momento. "Madre, ¿estás bien?" preguntó con una mezcla de respeto y curiosidad.

Darkness sonrió suavemente, ocultando su inquietud detrás de una fachada de fortaleza. "Estoy bien, James. Continúa entrenando. Necesitamos estar preparados para cualquier cosa." Pero mientras le respondía, sus pensamientos estaban lejos, buscando una solución para encontrar a Daiki.

"Daiki Talloran..." murmuró para sí misma, apretando levemente los puños. "Donde sea que estés, regresa pronto. Este reino y nuestra familia te necesitan... yo te necesito."

En lo profundo de su mente, Darkness comenzaba a considerar tomar medidas más directas para buscarlo. Si nadie más podía encontrarlo, entonces ella misma cruzaría los reinos si era necesario.

La noche había caído sobre el reino, y Darkness, con su determinación inquebrantable, decidió actuar. Vestida con una capa negra que ondeaba con el viento, salió del castillo dejando instrucciones claras a sus soldados y a sus hijos. Con un simple movimiento de su mano, creó un portal al cielo, la brillante energía de este destellando en la penumbra. Sin dudarlo, lo cruzó.

Al llegar al cielo, fue recibida por el arcángel Miguel, quien se encontraba en guardia. Su armadura brillaba tenuemente bajo la luz celestial, y aunque sus heridas ya habían cicatrizado, las marcas de la reciente batalla todavía eran visibles. Miguel la miró con una mezcla de sorpresa y cautela.

"¿Qué haces aquí, Darkness?" preguntó con firmeza, aunque la fatiga en su voz era evidente.

"Busco a Daiki Talloran," declaró Darkness con tono frío pero decidido. "¿Dónde está?"

Miguel suspiró, bajando ligeramente su espada como señal de no querer conflicto inmediato. "Lo encerramos. Era necesario por el bien de todos. Su poder... era demasiado peligroso."

Los ojos de Darkness brillaron con una intensidad oscura y peligrosa, dejando claro que no aceptaría esa respuesta. Dio un paso adelante, y su voz resonó con un tono firme que hacía eco en el entorno celestial.

"¡Él ya no es esa persona! Daiki Talloran es mi esposo, el padre de mis hijos, y alguien que lucha por proteger a los suyos. Lo que hicieron fue un error, y exigiré que lo liberen de inmediato."

Miguel, incómodo por el regaño, desvió la mirada un momento. Sabía que sus palabras eran sinceras, pero también comprendía que había actuado siguiendo órdenes. "Darkness..." comenzó a decir con un tono más suave. "Entiendo tu enojo, pero no fue una decisión tomada a la ligera. Aun así... quizá deberíamos hablar con Jehová. Si él acepta, lo liberaré."

Darkness cruzó los brazos, su mirada aún penetrante. "Más vale que Jehová lo haga. O no me detendré hasta recuperar a Daiki, aunque tenga que destrozar este lugar piedra por piedra."

Con un suspiro resignado, Miguel asintió y abrió un nuevo portal que conducía a los aposentos de Jehová. La tensión era palpable mientras ambos caminaban hacia el lugar donde se decidiría el destino de Daiki.

Al llegar al reino celestial, Darkness y el arcángel Miguel fueron guiados por los pasillos resplandecientes hasta una sala donde Jehová, la divinidad suprema, esperaba. Su presencia era imponente, su mirada llena de sabiduría pero también con un aire de indiferencia ante lo que estaba ocurriendo.

Cuando Jehová vio a Darkness entrar, la tensión se palpó en el aire. Sin palabras, ella caminó con firmeza hacia él, deteniéndose a unos pasos de distancia. El ambiente se cargó con la sensación de que algo grande estaba por suceder.

Darkness no perdió tiempo. Con voz baja pero llena de determinación, habló:

"Jehová, quiero que liberes a Daiki Talloran. Él ya no es el hombre que temías. Lo que hiciste al encerrarlo fue un error. Yo sé lo que él es capaz de hacer, y es un ser que solo lucha por proteger a los suyos. No quiero más conflictos. Déjalo ir."

Jehová observó en silencio durante unos largos segundos, como si estuviera evaluando cada palabra que salía de la boca de Darkness. El silencio que llenaba la sala se rompió con su voz profunda y calmada.

"Darkness, entiendo tu dolor y tu enojo. Pero lo que hicimos fue por el bien del universo. Daiki poseía un poder inmenso, y cuando se descontrola, no hay manera de prever lo que puede suceder. Sin embargo..." Jehová se detuvo por un momento, considerando sus palabras cuidadosamente. "No deseo que más vidas sean alteradas por esto. Está bien, lo liberaré. Pero recuerda, este es un acto que espero que entiendas que no fue fácil, y hay consecuencias que deberán ser tomadas en cuenta."

Darkness asintió, aunque su expresión seguía siendo seria y decidida.

"Lo entiendo. Pero ya no quiero ver más daños ni más sacrificios. Lo que más me importa ahora es mi familia. Libéralo, Jehová."

Jehová, con un leve gesto de su mano, invocó un portal de energía pura, que brilló con una intensidad cegadora. Después de un par de segundos, el portal se abrió, y Daiki Talloran, libre de sus cadenas y del muro de poder que lo mantenía prisionero, apareció ante ellos.

"Daiki está libre, pero recuerda que su poder es vasto, y siempre habrá aquellos que busquen controlar lo que no comprenden," dijo Jehová, su voz profunda llena de advertencia.

Daiki, aún con una ligera marca de su lucha y su encarcelamiento, miró a Darkness, quien se acercó rápidamente a él, abrazándolo con fuerza. Su rostro mostró una mezcla de alivio y gratitud.

"Gracias, Darkness," dijo Daiki, sus ojos reflejando la conexión profunda que compartían.

Jehová los observó en silencio, sabiendo que el destino de Daiki ahora dependía de él mismo y de los que lo rodeaban. "Recuerda, Daiki, tus acciones futuras no estarán exentas de consecuencias. No olvides lo que fuiste y lo que ahora eres."

Sin más palabras, Jehová se desvaneció en un resplandor celestial, dejando a Darkness y Daiki juntos, ahora libres para escribir el siguiente capítulo de sus vidas.

Daiki salió del portal, completamente intacto, con una postura desafiante y su mirada fija en el horizonte. Su presencia era imponente, una mezcla de fuerza y determinación que no podía ser ignorada. A su espalda, aunque las cicatrices de la batalla aún eran visibles en su cuerpo, se podía ver que no había sido derrotado ni quebrado.

Sin embargo, lo que sorprendió a todos los presentes fue la figura que apareció detrás de él. Lupe, la diosa de la prisión, salió a duras penas del portal. Su cuerpo estaba cubierto de heridas, y su rostro reflejaba la humillación y el dolor que había sufrido durante el enfrentamiento con Daiki. Su vestimenta estaba rasgada, y su cabello, antes impecable, estaba desordenado por los golpes y la furia que Daiki había desatado sobre ella.

Lupe, que normalmente se mantenía erguida con una aura de poder, ahora caminaba de manera tambaleante, visiblemente derrotada. El orgullo que alguna vez la caracterizó había desaparecido, reemplazado por el peso de la derrota que había experimentado a manos de Daiki.

Darkness, al ver la escena, se giró hacia Daiki con una mirada de sorpresa, pero su expresión rápidamente cambió a una mezcla de preocupación y enojo hacia Lupe. Aunque Daiki había demostrado un control absoluto sobre la situación, la imagen de la diosa derrotada traía consigo una tensión incómoda.

"¿Qué sucedió allí?" preguntó Darkness, sus ojos recorriendo a Lupe, luego a Daiki, buscando respuestas.

Daiki, con una ligera sonrisa, respondió sin mostrar remordimiento alguno.

"Lupe subestimó el poder que tenía. Pensó que podía jugar con las cadenas y las murallas que había creado, pero no pudo ver más allá de su propia arrogancia." Su tono era firme, pero con una sombra de amargura. "Ella no entendió lo que significaba enfrentarse a alguien que no teme perder el control."

Lupe, aunque humillada, no dijo palabra alguna, limitándose a mantener la mirada hacia el suelo. La derrota era evidente, y ella sabía que no podía desafiar más a Daiki, al menos no en ese momento.

Darkness observó la escena, luego posó su mirada sobre Daiki, sintiendo una mezcla de admiración y una leve inquietud. El hombre que había regresado de la prisión no era el mismo que había desaparecido semanas atrás. Había cambiado, había evolucionado, y esa nueva versión de él, aunque la amaba, también la preocupaba.

"Vamos a casa," dijo Darkness finalmente, su voz suave, pero con una autoridad natural. "Es hora de que todo esto termine."

Con un gesto de la mano, Darkness abrió un portal hacia su reino, y Daiki, sin mirar atrás, caminó junto a ella, dejando a Lupe atrás, derrotada y humillada.

Mientras Daiki y Darkness caían a través de los cielos, la escena parecía sacada de un sueño surrealista. Daiki, en su forma más humana, se destransformó gradualmente, los pedazos de la katana se unieron, reparándose de forma mística mientras sus cicatrices de batalla desaparecían. La armadura que antes había cubierto su torso ahora se disolvió, dejando su pecho descubierto. La sonrisa que llevaba en su rostro reflejaba una mezcla de alivio y satisfacción, sabiendo que la batalla había terminado, pero también que la calma había regresado.

La caída fue vertiginosa, pero Daiki no mostró ni un atisbo de miedo. Al contrario, su expresión permanecía firme mientras tomaba a Darkness con una de sus manos, protegiéndola al envolverla con su brazo. Como un destello de luz en el caos, ambos atravesaron las nubes, y Daiki, con un movimiento ágil, alcanzó el suelo con una precisión asombrosa.

El impacto fue fuerte, pero Daiki, gracias a su fuerza y habilidades, aterrizó de manera controlada, asegurándose de que Darkness no sufriera daño alguno. Cuando ambos tocaron tierra, Daiki se levantó rápidamente, su cuerpo intacto y firme. Sin perder tiempo, levantó a Darkness en sus brazos, sosteniéndola con cuidado y comenzando a caminar hacia el palacio.

El viento soplaba suavemente a su alrededor mientras Daiki avanzaba con determinación, sus pasos firmes resonando en el suelo. La paz parecía haberse restaurado, pero aún había una tensión silenciosa en el aire. La figura de Daiki, fuerte y protectora, contrastaba con la calma de su entorno.

Darkness, que había estado en silencio durante todo el trayecto, observaba a Daiki en sus brazos. Había algo en su mirada que decía mucho más de lo que las palabras podían expresar. Aunque había pasado por un proceso de transformación, algo había cambiado en Daiki. No solo había derrotado a Lupe, sino que había cambiado como ser, como padre y esposo.

"Daiki," susurró Darkness, "sé que todo esto ha sido difícil para ti, pero... me alegra que hayas vuelto."

Daiki miró hacia ella, una chispa de ternura en sus ojos, y la apretó un poco más contra su pecho, asegurándose de que estuviera bien. "Nunca me fui, Darkness. Solo... necesitaba encontrarme a mí mismo."

Al llegar al palacio, Daiki ingresó con la misma firmeza con la que había llegado a su destino. La puerta se abrió ante él, y el aire de seguridad y familiaridad lo envolvió. Su hogar estaba ante ellos, y mientras daba los últimos pasos, no pudo evitar sentir un respiro profundo. Por fin, su familia estaba a salvo, y él había cumplido su misión, aunque el viaje de autodescubrimiento y sacrificio apenas comenzaba.

Al llegar al palacio, Daiki y Darkness cruzaron el umbral con pasos firmes. El silencio de la madrugada fue interrumpido solo por el sonido de sus pisadas resonando en los pasillos, una calma inquietante que rodeaba todo el lugar. Daiki, aún sosteniendo a Darkness en sus brazos, avanzó con seguridad, pero había una atmósfera diferente en el aire, como si una nueva etapa estuviera comenzando para todos.

Dentro de las habitaciones, los niños, James y Lilith, dormían plácidamente hasta que los ruidos de los pasos interrumpieron su descanso. Los dos se despertaron, primero con lentitud, y luego, al reconocer los sonidos familiares, se sobresaltaron, levantándose rápidamente de sus camas. El corazón de ambos latía con fuerza mientras trataban de entender qué estaba sucediendo.

James, el hijo mayor, fue el primero en correr hacia la puerta de su habitación, mirando hacia el pasillo con los ojos aún medio cerrados por el sueño. Lilith, más tranquila, lo siguió de cerca, un tanto confundida pero curiosa.

Al ver a su madre, Darkness, en brazos de Daiki, un sentimiento de alivio y alegría los invadió, pero también una pizca de preocupación. "Papá, mamá... ¿qué pasó? ¿Están bien?" preguntó James, con una mezcla de preocupación y alivio en su voz.

Darkness sonrió suavemente al ver a sus hijos, y Daiki, con una expresión más relajada, asintió. "Estamos bien, hijos. Todo está en orden ahora." Su voz, aunque cansada, era reconfortante para los dos jóvenes.

Lilith, con una pequeña sonrisa, corrió hacia Daiki y se abrazó a él. "Papá, mamá..." murmuró, sintiendo que todo volvería a ser como antes.

Daiki miró a su familia, sus ojos brillando con una mezcla de amor y gratitud. Aunque había sido un largo camino, y aunque las cicatrices de las batallas seguían presentes, lo más importante era que su familia estaba junta, a salvo, y con él. "Sí, todo está bien, Lilith. Ya no tienes que preocuparte."

Con los niños a su alrededor, Daiki dejó de caminar y se sentó en una silla cercana, colocando a Darkness suavemente en su regazo para que descansara. James y Lilith se acercaron, sin soltarle la mirada, preguntándose si esa paz sería permanente.

Mientras la familia se reunía, el palacio comenzó a llenarse de una sensación cálida de unidad, como si por fin, después de tantas pruebas, hubieran logrado encontrar un equilibrio. Aunque la guerra y el caos siempre estarían al acecho, por ahora, la paz y el amor reinaban en su hogar.

Fin.