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Chapter 49 - Episodio 49: La desolación del más fuerte.

Víctor estaba sentado en el frío y oscuro interior de su celda, con las manos descansando en sus rodillas y la mirada perdida en el suelo de piedra. No había cadenas que lo sujetaran físicamente, pero la sensación de estar encerrado pesaba más que cualquier atadura tangible. Sus pensamientos eran un torbellino de emociones y recuerdos que no lo dejaban en paz.

Por primera vez en mucho tiempo, no intentaba resistirse ni buscar una forma de escapar. En el fondo, había aceptado esta prisión como un castigo que quizás, en cierto nivel, sentía que merecía. Las atrocidades que había cometido en su vida pasada, las decisiones que lo llevaron a convertirse en alguien que aterrorizaba incluso a los dioses, y el dolor que causó, todo lo perseguía como una sombra implacable.

"Tal vez esto es lo que debía suceder," murmuró para sí mismo, con la voz cargada de resignación. "Un lugar donde no pueda dañar a nadie más… ni a mí mismo." Sus palabras flotaron en el aire, perdiéndose en el eco del vacío.

Sin embargo, una parte de él, pequeña pero persistente, luchaba contra esa resignación. Pensaba en su familia: su hijo, su esposa, sus amigos. Aquellos que habían visto más allá del monstruo que alguna vez fue y habían decidido quedarse a su lado. El recuerdo de sus sonrisas y la calidez de sus abrazos le daban un rayo de esperanza, un motivo para seguir adelante.

Se llevó una mano al pecho, sintiendo el latido constante de su corazón, un recordatorio de que todavía estaba vivo. "No puedo quedarme aquí para siempre… no cuando aún hay cosas por las que debo luchar," se dijo en voz baja, como si intentara convencer a esa parte de sí mismo que creía que merecía esta prisión.

La celda estaba oscura, pero dentro de Víctor comenzaba a encenderse una chispa. Aunque todavía estaba atrapado, física y emocionalmente, sabía que esto no era el final. Tenía que encontrar una forma de redimirse, no solo para los demás, sino para sí mismo. Por ahora, aceptaría su castigo, pero en su interior, comenzaba a planear cómo demostrar que no era la misma persona que lo llevó hasta ese lugar.

Victor permanecía sentado en el centro de la celda, la oscuridad a su alrededor parecía respirar con vida propia. Cerró los ojos, y los recuerdos lo asaltaron como una tormenta implacable. Los momentos felices de su vida aparecían como destellos fugaces: el nacimiento de su hijo, la sonrisa de su esposa, los días de paz que compartieron tras arduas batallas. Esos instantes brillaban como pequeñas estrellas en la vasta oscuridad de su mente.

Pero pronto, esas luces se veían eclipsadas por sombras más densas y aterradoras. Las imágenes de las atrocidades que cometió, los gritos de sus víctimas, el olor a sangre y cenizas llenaban su mente. El rostro de aquellos que le rogaban por clemencia se superponía con su propia imagen como el villano despiadado que alguna vez fue. "¿Qué soy realmente?" murmuró, su voz quebrada resonando en la celda vacía.

El pavor lo invadió. Sus propias manos temblaban al recordar las veces que las había usado para destruir, para arrebatar vidas sin remordimiento. Sentía que esas manos estaban manchadas con sangre que nunca podría limpiar. "Fui un monstruo… quizá aún lo soy."

Por horas, o tal vez días, Victor luchó con sus propios demonios. Su mente era un campo de batalla. Cada recuerdo de felicidad era seguido por una ráfaga de dolor, como si su mente no le permitiera disfrutar siquiera un momento de paz.

En la soledad, comenzó a hablar consigo mismo. Era su única forma de procesar todo aquello que había reprimido durante años. "No puedo seguir huyendo de esto… Si no enfrento lo que fui, nunca seré libre. Pero ¿cómo lo hago? ¿Cómo perdono a alguien que ni yo puedo soportar?"

Al principio, sus palabras eran vacilantes, cargadas de culpa. Pero con el tiempo, su tono empezó a cambiar. Aceptaba su oscuridad, pero también reconocía que esos recuerdos no podían definirlo para siempre. "Fui un villano, sí. Pero ahora tengo una familia. Tengo algo por lo que vivir, algo por lo que luchar. No puedo dejar que el pasado me consuma. No más."

Aunque su corazón todavía estaba cargado de traumas, había dado el primer paso hacia la reconciliación consigo mismo. En esa celda fría y solitaria, Victor comenzaba a enfrentar sus peores miedos, no con violencia ni poder, sino con la determinación de convertirse en alguien mejor.

Victor se levantó con una nueva energía, sus músculos tensándose mientras flexionaba sus brazos y piernas, preparándose para cualquier desafío que pudiera venir. Su prisión mental, aquella que lo había mantenido atrapado en sus propios recuerdos y traumas, estaba completamente destruida. Ahora, todo lo que lo rodeaba era un abismo oscuro, la nada absoluta que parecía observarlo en silencio.

"De vuelta aquí…" murmuró con un suspiro, mientras su mirada recorría el vacío interminable. El aire pesado y opresivo se sentía familiar, un recordatorio de las profundidades a las que había caído en el pasado. Sin embargo, esta vez no era un lugar para rendirse, sino uno para emerger más fuerte.

Frente a él, una figura apareció lentamente desde las sombras. Anahí, la diosa protectora y ayudante de Lupe, se presentó con una presencia serena pero firme. Su armadura brillante contrastaba con la oscuridad, y sus ojos, llenos de determinación, se clavaron en los de Victor.

"Victor, no puedes salir. Tu destino está aquí, en este lugar entre la luz y la oscuridad. No puedo permitir que regreses al mundo exterior, no después de lo que has hecho."

Victor la observó detenidamente, su rostro mostrando una mezcla de cansancio y resolución. Sus ojos, llenos de un brillo intenso, reflejaban tanto su rabia como su deseo de volver con su familia. Dio un paso hacia ella, y su voz resonó en el vacío.

"Déjame ir con mi familia. Ya he pagado mi precio, y ellos son mi única razón para seguir adelante. No quiero luchar contigo, pero si intentas detenerme…" hizo una pausa, su mirada endureciéndose mientras su tono bajaba a un susurro amenazante, "…me encargaré de bajarte."

Anahí no se movió, su postura permaneció firme, aunque un destello de duda cruzó su rostro. "Tu familia puede ser tu redención, pero también tu debilidad, Victor. ¿Qué garantías tengo de que no volverás a ser el villano que destruyó mundos?"

Victor dio un paso más, el suelo bajo sus pies temblando ligeramente por su presencia. "No tienes garantías. Pero sé esto: no soy el hombre que solía ser. Y si debo atravesarte para demostrarlo, lo haré."

Anahí alzó su lanza, preparándose para lo inevitable. El abismo se llenó de tensión, mientras ambos se enfrentaban en un duelo tanto físico como ideológico, el futuro de Victor pendiendo de un hilo.

Victor avanzó con decisión hacia Anahí, sus pasos resonando en el vacío oscuro como un tambor de guerra. Antes de que ella pudiera reaccionar, se posicionó justo frente a ella y lanzó una ráfaga de golpes precisos, empleando técnicas de boxeo con una fluidez implacable. Sus puños impactaron en su rostro y pecho con una fuerza calculada, cada golpe resonando como un trueno en el silencio abismal.

Sin darle oportunidad de recuperarse, cambió su estilo al Kyokushinkai, enfocándose en ataques directos y devastadores. Sus golpes al plexo solar de Anahí la dejaron sin aliento, y un poderoso golpe a sus costillas la envió volando hacia atrás con una fuerza inconmensurable.

Antes de que pudiera siquiera procesar lo sucedido, Victor ya había desaparecido de su campo de visión. Usando su velocidad y control absoluto sobre el espacio, se teletransportó frente a ella, bloqueando su trayectoria en el aire. Con una sonrisa tranquila pero peligrosa, extendió un dedo hacia el pecho de la diosa.

"Esto se acaba aquí."

Una esfera de energía brillante comenzó a formarse en la punta de su dedo, pequeña pero densa, irradiando una energía que vibraba con el poder de varios outversos. Anahí apenas tuvo tiempo de abrir los ojos de par en par antes de que la esfera explotara, liberando una onda expansiva de luz y fuerza que rompió la oscuridad a su alrededor.

Victor, cubierto por un resplandor que parecía casi celestial, aterrizó suavemente en el suelo mientras observaba el resultado. Su sonrisa permanecía en su rostro, una mezcla de satisfacción y certeza de que nadie podría detenerlo en su camino de regreso a su familia.

Victor observó cómo Anahí, a pesar de los golpes devastadores, comenzaba a levantarse, tambaleándose pero determinada. Antes de que pudiera hacer otro movimiento, un rayo cayó del vacío oscuro, iluminando el lugar con un destello cegador. Al disiparse la luz, apareció una figura femenina de porte imponente: Murasaki, la diosa de las tormentas, su presencia envuelta en una electricidad vibrante que chisporroteaba a su alrededor.

Vestía una armadura moderna, mezclada con detalles futuristas y telas ligeras que fluían como si fueran parte de una tormenta viviente. Su mirada firme se fijó en Victor, mientras las descargas eléctricas recorrían sus manos, listas para el combate.

Victor suspiró con frustración, pasándose una mano por el cabello. "¿En serio? ¿Otra más? ¿Cuánto tiempo planean perder intentando detenerme?"

Murasaki no respondió de inmediato. En cambio, levantó una mano al cielo, atrayendo más rayos que iluminaban el oscuro horizonte, dejando en claro que no estaba allí para hablar.

"Si creen que voy a detenerme, están perdiendo su tiempo," dijo Victor con un tono frío, su enojo comenzando a aflorar. "No importa cuántos sean ni cuántos se interpongan. Regresaré con mi familia, aunque tenga que atravesar a todas las diosas y guardianes de este lugar."

Su aura comenzó a brillar con intensidad, una mezcla de determinación y enojo que electrificaba el ambiente, rivalizando con el poder de Murasaki. Su postura cambió, lista para otro enfrentamiento, mientras la chispa de una tormenta más grande se formaba entre ellos.

Victor adoptó la Postura de Dedos Tampak Samping, colocando sus dedos de manera precisa, una técnica que canalizaba su energía con precisión y letalidad. Con su brazo extendido y los dedos cuidadosamente alineados, parecía que todo el universo respondía a su concentración.

Con una calma escalofriante, comenzó a acumular energía oscura en la punta de sus dedos, mientras sus palabras resonaban como un eco eterno:

"¡Infernal Eternal!"

La energía acumulada estalló en un torrente oscuro, cubriendo el espacio y transportándolos a una dimensión completamente controlada por Victor. Este lugar era un vasto vacío lleno de estrellas, con un agujero negro y un agujero blanco dominando el horizonte. La atmósfera parecía densa y opresiva, una extensión infinita que respondía solo a la voluntad de su creador.

Anahí y Murasaki, al darse cuenta de la situación, intentaron moverse, pero sus cuerpos no respondían. La técnica de Infernal Eternal había sellado completamente sus funciones motoras, dejándolas como simples espectadoras de la abrumadora superioridad de Victor.

"Esta postura no es solo un símbolo de poder," dijo Victor, mirando fijamente a las inmovilizadas diosas. "Es la llave para abrir una dimensión donde soy absoluto. Aquí, yo decido el resultado, y ustedes no tienen lugar."

Con un movimiento lento pero seguro, Victor caminó hacia ellas, la energía oscura alrededor de sus dedos aún brillando débilmente mientras el lugar parecía estremecerse ante su presencia.

Mientras hablaba, Victor levantó nuevamente sus puños y comenzó a golpear sus cuerpos con precisión quirúrgica. Los golpes destrozaban aún más sus torsos, dejando expuestas heridas profundas, y cada impacto hacía que la sangre se desvaneciera en la nada como si no pudiera existir en ese lugar.

Finalmente, alzando una mano, Victor concentró toda su energía en un blaster solar y lo detonó sobre ambas. La explosión fue tan intensa que destruyó su dimensión por completo.

De repente, todos regresaron a la realidad. La nada absoluta se desmoronó como un sueño desvanecido, dejando a Victor, Anahí y Murasaki de vuelta a la nada absoluta. Las diosas cayeron al suelo, destrozadas y humilladas, mientras Victor permanecía de pie, respirando con calma, una sombra de poder absoluto en medio de la destrucción.

Con una mirada indiferente, observó a ambas antes de girarse hacia el horizonte, dejando atrás a las derrotadas. Su misión era clara: volver con su familia.

En el reino celestial, el ambiente era solemne y brillante. De repente, un portal se abrió, y Luci, María, Karen, y Bianca emergieron con rostros decididos, aunque marcados por la preocupación. Las cuatro buscaban respuestas, desesperadas por la ausencia de Victor, y no estaban dispuestas a tolerar ninguna evasiva.

Al poco tiempo, el arcángel Miguel apareció frente a ellas. Su armadura relucía bajo la luz divina, pero en su rostro se podía leer un semblante de cansancio y resignación. Antes de que ellas pudieran hablar, Miguel ya sabía el motivo de su llegada.

—"Sé por qué están aquí," dijo con voz grave. "Victor está encerrado. Fue una orden directa de Jehová."

El anuncio no cayó bien entre las esposas de Victor. Sus miradas pasaron de la sorpresa al enojo en un instante. Luci, quien solía ser la más tranquila, dio un paso adelante, señalando a Miguel con firmeza.

—"¿Cómo te atreves a encerrar a Victor?" dijo con tono acusador. "Él ya no es esa persona. Ha cambiado, ha luchado para ser mejor. ¿Y aún así lo tratan como un peligro?"

María cruzó los brazos, secundando las palabras de Luci.

—"Victor dejó atrás esa oscuridad hace mucho tiempo. No tienen derecho a juzgarlo por un pasado que él mismo enterró."

Miguel, aunque firme en su postura, parecía ligeramente incómodo por los reproches.

—"Entiendan, fue por el bien de todos. Él... representa un riesgo. Aun cuando ustedes crean que ha cambiado, las dimensiones enteras lo recuerdan como una amenaza."

Karen, con su carácter explosivo, dio un paso al frente y enfrentó directamente al arcángel.

—"¡No me importa lo que crean las dimensiones! Lo que sabemos es que él es nuestro esposo, y no vamos a quedarnos de brazos cruzados mientras ustedes lo encierran como a un criminal."

Bianca, siempre más calculadora, tomó la palabra con tono calmado, pero firme.

—"Miguel, sabes bien que lo que dices no es justo. Victor ya no representa peligro. Es un protector, un esposo, y un padre. Jehová lo sabe. Y si realmente busca justicia, entonces debe liberarlo."

El arcángel suspiró, sabiendo que no podría ganar un argumento contra las cuatro mujeres.

—"Lo que dicen puede ser verdad, pero no está en mis manos liberarlo. Solo Jehová puede decidir eso."

Luci, sin perder tiempo, dio un paso adelante y miró a las demás.

—"Entonces llévanos con Jehová. Hablaremos directamente con él. Si ustedes creen en el perdón, tendrán que escucharnos."

Miguel miró a las mujeres, y aunque sabía que no sería fácil, no podía negarles la audiencia. Con un movimiento de su mano, abrió un portal que las llevaría al trono celestial.

Las esposas de Victor avanzaron juntas, unidas por el mismo propósito: recuperar a su esposo y demostrar que merecía estar con ellas. Al cruzar el portal, la luz divina las envolvió, mientras se preparaban para enfrentarse a Jehová y exigir justicia para Victor.

Cuando Luci, María, Karen, y Bianca llegaron al trono celestial, fueron recibidas por un aura de poder absoluto. La figura de Jehová emanaba majestuosidad, pero también un cansancio visible, como si estuviera cargando un peso indescriptible. Él las observó con una mezcla de resignación y comprensión; ya sabía el motivo de su llegada.

Antes de que cualquiera de las esposas pudiera hablar, Jehová levantó una mano, deteniéndolas. Su voz resonó en el vasto espacio, grave y cargada de solemnidad.

—"Sé lo que buscan. Sé que vienen por Victor. Pero antes de exigir su libertad, escuchen la verdad. La verdadera razón por la que está encerrado."

Las esposas intercambiaron miradas de incertidumbre, pero decidieron escuchar. Jehová continuó, inclinándose ligeramente hacia su trono, como si cada palabra pesara más de lo que podía soportar.

—"Victor no está encerrado por su pasado, ni porque sea un peligro para ustedes o para los demás. Lo hice porque hay algo mucho más grande en camino. Algo que no puedo detener, ni siquiera con todo mi poder. El equilibrio del todo está a punto de romperse."

Karen, siempre directa, frunció el ceño y cruzó los brazos.

—"¿Y qué tiene que ver eso con encerrarlo? Victor siempre ha luchado para proteger. ¡Él no es el enemigo!"

Jehová asintió lentamente.

—"Lo sé. Pero lo que viene no es algo que se pueda combatir con simple fuerza. Es una entidad, un concepto más allá de lo que cualquiera de ustedes o incluso yo mismo podría imaginar. Y si Victor, con su naturaleza guerrera, se involucra, temo que su participación podría empeorar las cosas."

Bianca dio un paso adelante, con una expresión analítica.

—"¿Estás diciendo que temes que Victor lo haga peor? Eso no tiene sentido. Él ha cambiado. Él es un protector, no un destructor."

Jehová cerró los ojos, suspirando profundamente antes de responder.

—"No dudo de su intención. Pero esta entidad, esta fuerza, no se detendrá ante nada. Busca consumirlo todo, y si Victor, o cualquiera de los suyos, intenta interferir... podría desencadenar un desastre aún mayor. Estoy tratando de protegerlos, no de castigarlos."

El silencio llenó el lugar mientras las esposas procesaban esas palabras. Luci dio un paso al frente, con una expresión llena de determinación.

—"Si realmente estás tratando de protegernos, entonces déjanos decidir cómo enfrentarlo. Victor no es alguien que retroceda, y tampoco lo somos nosotras. Si viene algo que ni siquiera tú puedes detener, ¿no deberíamos estar juntos, luchando como una familia?"

Jehová abrió los ojos, mostrando una mezcla de tristeza y admiración ante las palabras de Luci.

—"Entiendo su amor y su fe en él. Pero incluso con todos ustedes unidos, el costo podría ser demasiado alto. Si fallo en detener lo que viene, quizás él sea su última esperanza... pero no quiero arriesgarlo hasta que sea absolutamente necesario."

María, con lágrimas en los ojos, se acercó un poco más.

—"Jehová, si algo tan terrible está por venir, ¿de qué sirve separarnos? Victor necesita estar con nosotras, con su familia. Déjalo salir, porque juntos somos más fuertes."

Jehová las miró con compasión, su expresión finalmente suavizándose.

—"Si ese es su deseo... liberaré a Victor. Pero recuerden, cuando llegue el momento, lo que enfrentan estará más allá de cualquier poder que hayan conocido."

Con un movimiento de su mano, Jehová liberó la prisión de Victor. Las esposas sintieron un alivio inmediato, aunque sus palabras aún resonaban en sus mentes: una advertencia de lo que estaba por venir.

Victor emergió del portal, su cuerpo cubierto de sangre, aunque no la suya, sino de las diosas Anahí y Murasaki, las cuales yacían inconscientes y maltratadas en el suelo celestial. Sus ojos rojos brillaban con una furia contenida, mientras caminaba con paso firme hacia Jehová, cuya figura se mantenía imponente pero ahora marcada por una mezcla de sorpresa y arrepentimiento.

El ambiente estaba cargado con una tensión palpable mientras Victor avanzaba, cada paso resonando como una sentencia. Al dejar caer a las diosas al suelo, aún vivas, pero debilitadas, su voz retumbó con poder:

—"No me encierres la próxima vez. No tengo paciencia. No tengo idea del por qué me metiste en esa prisión, pero aún así, eso no se hace."

La calma de Jehová parecía desmoronarse ante las palabras de Victor. Había visto la furia de este antes, pero la crudeza con la que se había liberado de su confinamiento y la brutalidad con la que había tratado a las diosas lo sorprendió. Un silencio pesado siguió, con las esposas de Victor observando la escena, sus corazones latiendo al unísono mientras temían la reacción de su esposo.

Jehová, por fin, habló, su voz grave pero con un tinte de frustración:

—"Victor, sabes bien que no lo hice para hacerte daño. Fue una medida preventiva. Lo que viene es más grande que cualquier amenaza que hayas enfrentado, y mi decisión fue tomada para proteger a todos."

Victor lo miró, su respiración entrecortada pero sus ojos fijos en el líder celestial, la ira aún ardiendo en su pecho.

—"Si tienes algo que decir, dilo ahora, porque si me vuelves a encerrar... no me quedaré tranquilo. Soy mucho más que lo que crees."

Las palabras de Victor fueron claras y desafiantes. No había nada que pudiera hacerle Jehová para detener su determinación ahora. Cada parte de su ser estaba cargada con un poder que podía destruir cualquier obstáculo que se interpusiera en su camino.

El arcángel Miguel, que había permanecido en silencio, observó con cautela la situación, preocupado por las repercusiones de este enfrentamiento. Sabía que Victor había cambiado, y que los eventos venideros ponían en peligro mucho más que solo a él. Pero, por el momento, la atención estaba en Jehová y sus decisiones.

Después de un largo momento de tensión, Jehová levantó su mirada, reconociendo que ya no podía controlar la situación de la misma manera.

—"Entiendo tu rabia, Victor. Si decides enfrentarte a lo que viene, te lo permitiré. Pero te advierto, este enemigo no conoce límites. No es solo un ser, es un concepto, una fuerza que no se puede combatir con mera violencia. No quiero perder a nadie más."

Victor asintió, su expresión más fría que nunca, con una determinación que iba más allá de cualquier advertencia.

—"No me importa lo que sea. Lo derrotaré. Y si necesitas mi ayuda para salvar a los demás, entonces no te pongas en mi camino. Estoy listo."

Con esas palabras, la tensión en el aire aumentó, y las esposas de Victor lo rodearon, sintiendo que el futuro estaba a punto de volverse aún más oscuro y peligroso. Pero, por un momento, se sintieron aliviadas de tener a su esposo de vuelta, aunque sabían que el verdadero desafío apenas comenzaba.

Lupe, furiosa y deseando venganza por el trato que Victor le había dado a sus amigas, se acercó con determinación, lista para usar su poder y encarcelar a Victor de nuevo. Como diosa de las prisiones, su habilidad para atrapar y restringir a los seres más poderosos era temida, pero Victor, con una mirada desafiante, no parecía dispuesto a ceder.

—"No puedes detenerme, Lupe. Dios ya tomó su decisión." —dijo Victor en voz baja, casi con desdén, antes de moverse con una rapidez mortal.

Con un solo movimiento, Victor lanzó un brutal golpe al plexo solar de Lupe, el impacto fue tan fuerte que la diosa se desplomó de rodillas, ahogando un gemido de dolor antes de vomitar violentamente, incapaz de controlar su cuerpo por la fuerza del golpe. Victor no se detuvo, y su mirada fija permaneció en ella mientras ella se tambaleaba hacia atrás, completamente derrotada por la brutalidad de su ataque.

—"No me hagas perder el tiempo, Lupe." —dijo Victor, con su voz grave y fría, mientras la miraba caer, incapaz de defenderse.

Luego, se volvió hacia sus esposas, sus ojos suaves pero llenos de una determinación inquebrantable.

—"Es hora de irnos." —mencionó, su tono tan firme como siempre, como si ya no hubiera más que discutir.

Luci, María, Karen y Bianca asintieron, aliviadas de ver a Victor en control, pero sabían que lo que venía no sería sencillo. Sin embargo, con él a su lado, sentían que podrían enfrentar cualquier cosa. Juntos, se dirigieron al portal que Victor había creado, una salida de este conflicto celestial, y antes de desaparecer en el horizonte, Victor miró una última vez a Lupe.

Sabía que, aunque había derrotado a Lupe, este no sería el fin. El camino por delante estaba lleno de peligros mucho más grandes, pero con la fuerza de su voluntad, él y su familia enfrentarían lo que viniera, sin importar las consecuencias.

Al llegar a la Tierra, Victor y sus esposas atravesaron el portal con una sensación de alivio. Finalmente, estaban en casa. La atmósfera era diferente, la paz que había reinado por un tiempo en su hogar ahora se sentía como una fragilidad tras los eventos caóticos en los cielos. Sin embargo, la familia de Victor era un refugio al que siempre podía regresar.

Cuando entraron en la casa, José, su hijo mayor de 17 años, los recibió con una mirada llena de preocupación y también de curiosidad. Sabía que su padre había estado encarcelado en otro plano, pero nunca dejó de entrenar, utilizando la habitación temporal que su padre le había dejado para seguir perfeccionando sus habilidades. José era joven, pero con el entrenamiento en la habitación, los años que había vivido allí se sentían como décadas, permitiéndole crecer más rápido que cualquier ser humano común.

Al ver a Luci, notó algo que lo llenó de una cálida sonrisa: el vientre de Luci, que aún crecía, indicaba que otro miembro se uniría a la familia muy pronto. La noticia no era nueva para él, pero siempre le daba una sensación de emoción y satisfacción saber que habría un nuevo hermano o hermana por llegar.

—"Papá, mamás... qué bueno que han vuelto." —dijo José con voz suave pero firme, caminando hacia ellos. Al mirarla, se dio cuenta de que sus madres estaban felices pero agotadas, y su padre, aunque con el semblante serio, no podía esconder la satisfacción de estar finalmente en su hogar.

—"Sí, lo sabemos... no puedo esperar para conocer a mi nuevo hermanito o hermanita." —respondió José, ya sabiendo que el ciclo de familia continuaba. La idea de tener un hermano pequeño no le parecía tan mala, ya que había entrenado duramente en la habitación temporal, junto con su novia Melisa, y estaba listo para cualquier desafío que viniera.

Melisa, quien había estado a su lado durante todo ese tiempo, apareció detrás de él, sonriendo con un brillo en los ojos. Estaba feliz de ver a Victor y a las demás, pero sabía que, aunque todo parecía haber vuelto a la normalidad, algo mayor se acercaba.

—"José ha entrenado como nunca, Victor." —dijo Melisa, mirando al joven con orgullo. "Está casi al nivel de tus mejores días."

Victor la miró con una sonrisa leve, satisfecho de ver a su hijo tan fuerte. Aunque sabía que el futuro traería desafíos aún más grandes, al menos podía sentir que su familia estaba lista para enfrentarlos. La conexión entre ellos, las pruebas que habían superado, ahora los hacía más fuertes, no solo como individuos, sino como una unidad.

José, al ver la cara de satisfacción de su padre, no pudo evitar sentirse orgulloso. Su familia era increíblemente poderosa, y aunque había pasado mucho tiempo entrenando, sabía que había mucho por aprender de ellos.

—"Entonces... ¿quién se va a encargar de lo que venga ahora?" —preguntó José con tono serio, mientras las mujeres de Victor se acercaban a él.

Victor se volvió hacia su hijo, con una sonrisa decidida.

—"Nos encargaremos todos juntos."

El futuro no era seguro, pero una cosa estaba clara: nada podía romper la fuerza de esta familia unida. Y, con un nuevo miembro en camino, el vínculo entre ellos solo se fortalecería más.

Mientras en el cielo, Anahí, Murasaki, y Lupe se levantaban, las heridas de sus cuerpos aún sangraban y se cerraban lentamente, pero la frustración y el enojo en sus rostros eran evidentes. Se habían enfrentado a Victor y sus esposas, y habían sido derrotadas de una manera humillante. Se acercaron a Jehová, quien observaba en silencio.

Anahí, su voz llena de irritación, fue la primera en hablar.

—"¿Por qué nos enviaron a proteger ese lugar? Sabíamos que este no era nuestro combate. Tú, que conoces el poder de Victor... ¿Por qué nos mandaste a enfrentarnos a él, sabiendo lo que haría? Nos dieron una paliza."

Murasaki, su rostro aún marcado por los impactos y el cansancio, añadió con rabia:

—"No lo entiendo, Jehová. Si sabías lo que iba a pasar, ¿por qué no lo evitaste? Tú conoces mejor que nadie el poder de Victor, sus habilidades, su furia. Nos pusiste en una trampa."

Lupe, por su parte, visiblemente afectada pero con su carácter desafiante intacto, levantó la cabeza.

—"¿Por qué no nos diste una mejor oportunidad? Tú sabías que Victor ya no es el mismo que antes, que sus poderes ahora son aún más destructivos. Nos usaste como peones en tu juego. No tenías derecho a hacerlo."

Jehová los observó con una mezcla de calma y una tristeza profunda. Sabía que las palabras de las tres diosas tenían razón. Las había enviado, no porque pensara que podrían ganar, sino porque no había otra opción. La amenaza era tan grande que cualquier sacrificio parecía justificable. Sin embargo, ahora, enfrentado a la dureza de sus palabras, comprendía que había cometido un error al ponerlas en esa situación.

Finalmente, Jehová habló con una voz serena, pero cargada de una sinceridad inquietante.

—"Ustedes tienen razón, pero el peligro que se avecina es mucho más grande de lo que pueden imaginar. Victor... ya no es un héroe. Su poder ha crecido más allá de los límites, y si no se enfrenta a lo que viene, a lo que acecha en las sombras, podría desatar una calamidad aún peor."

Las diosas lo miraron en silencio, esperando que continuara, pero el aire estaba tenso.

—"No podía permitir que él fuera una amenaza sin control. Aun cuando se ha alejado de su propósito original, sé que su poder podría ser lo único que nos salve de lo que viene. Pero también sé que Victor ya no es quien era. Y eso, lo temo."

El cielo pareció oscurecerse un poco con esas palabras.

"Él es la clave, pero también el riesgo. Si Victor no se enfrenta a lo que se aproxima, la destrucción será inevitable. Mi error fue no haber considerado que esto podría ser el fin de las viejas alianzas, que la familia que formó podría desmoronarse. Pero ahora, veo que mi intervención ha solo empeorado las cosas."

Jehová se quedó en silencio, sabiendo que sus decisiones no eran fáciles de comprender para las tres, pero que él no podía cambiar lo que ya había sucedido. La tormenta que se avecinaba no sería algo que cualquiera pudiera enfrentar solo.

Lupe, aún con su piel marcada por los cortes de la katana de Daiki Talloran, soltó una risa amarga mientras se acariciaba las heridas, mirando a sus compañeras.

—"Por lo menos, no nos tocó pelear contra Daiki Talloran. Ese chico... él realmente no tiene piedad. Sentir esos golpes fue más doloroso de lo que imaginaba." Su tono se llenó de frustración, pero también de una mezcla de respeto por el poder de Daiki. Sabía que, si hubiera sido él quien las enfrentara, el resultado habría sido mucho peor.

Murasaki y Anahí, aunque aún sentían el ardor de sus heridas, compartían la misma comprensión. La referencia a Victor no hizo más que confirmar lo que ya sabían. Victor, aunque un aliado en el pasado, ahora era una fuerza descomunal, mucho más peligrosa que antes.

Murasaki, con una expresión seria pero sin perder su compostura, asintió y respondió:

—"Por lo menos no te tocó pelear contra Victor. Ese hombre... es una máquina de destrucción. Su poder ha alcanzado niveles que ni siquiera los dioses pueden comprender. Ni el mismo Jehová parece tener una respuesta para eso."

Anahí, más calmada pero igualmente tensa, añadió:

—"Sí, el poder de Victor ha superado cualquier cosa que esperábamos. Con sus habilidades y su mentalidad actual, no es alguien con quien deberíamos cruzarnos, no sin un plan mucho mejor que el que tuvimos."

El silencio que siguió era pesado, cargado de la verdad incómoda. Las tres sabían que Victor y Daiki ya no eran los mismos. Los dos habían cambiado de una forma que los hacía más temibles, más impredecibles, y más peligrosos que cualquier otra amenaza en el universo.

Pero había algo más en lo que Jehová había mencionado: el caos que se avecinaba, el destino del mundo entero que dependía de ellos. A pesar de las heridas, sabían que no podían simplemente quedarse de brazos cruzados. La batalla contra Victor o Daiki ya no era la prioridad; algo mucho más grande estaba en juego.

Dios, con su poder infinito, creó una habitación temporal en el vasto vacío del cosmos, un espacio donde el tiempo funcionaba de manera única. Dentro de esta habitación, el tiempo se distorsionaba: cada 1 hora en el mundo real equivaldría a 100 años dentro de ella. Esta manipulación del tiempo no solo afectaba a los que entraban, sino también a la naturaleza misma de la habitación, un lugar donde todo transcurría a una velocidad inhumana.

El aire dentro de la habitación era denso, cargado de energía pura, como si el propio espacio estuviera vivo. El suelo se extendía infinitamente, mientras que las paredes parecían desdibujarse, creando una sensación de estar suspendido en un vacío cósmico, sin comienzo ni fin.

Quienes entraran a este lugar experimentarían un paso del tiempo completamente diferente, convirtiéndolo en una herramienta poderosa para aquellos que buscaran entrenamiento, redención, o incluso castigo. Los recuerdos y vivencias de cada momento se alargarían por 100 años, y los que entraran, por más que estuvieran allí solo un instante, regresarían con el peso de un siglo de experiencia en su ser.

Jehová, con su inmenso poder, observó a Murasaki, Anahí y Lupe, las tres diosas que habían fallado en sus misiones, y decidió intervenir. En lugar de castigarles con la misma dureza que había mostrado con otros, optó por un enfoque diferente: un poder divino que les permitiría conservar su juventud eterna.

Con un gesto de su mano, una energía brillante y cálida envolvió a las tres diosas, restaurando su apariencia divina y asegurando que, aunque pasaran eones en la habitación temporal y vivieran experiencias que podían alterar incluso a los seres más poderosos, sus cuerpos se mantendrían igual. No sentirían el paso de los años ni los efectos del tiempo. La juventud divina que las caracterizaba estaría preservada para siempre, incluso si sus cuerpos llegaban a experimentar un desgaste físico en su lucha y sufrimiento dentro del lugar.

Jehová les habló con una voz imponente, pero llena de un raro tono de comprensión.

"Este poder os permitirá mantener vuestra esencia intacta. No envejecéis ni sucumbís al tiempo, pero el tiempo en vuestros corazones y almas será otro asunto. Usadlo sabiamente. Si volvéis a fallar, el tiempo en vuestra mente será mucho más cruel."

Las tres diosas sintieron la vibración del poder fluir por sus cuerpos, restaurando su energía y vitalidad. El poder de Jehová no era solo físico; también cargaba una advertencia implícita: el tiempo podría ser controlado en sus cuerpos, pero en sus almas y mentes, el paso del tiempo sería inevitable.

Murasaki, Anahí y Lupe intercambiaron miradas, comprendiendo el mensaje. Ahora, sus cuerpos se mantenían jóvenes y perfectos, pero dentro de sus corazones, el peso del tiempo podría destruirlos si no lo manejaban con sabiduría.

Al entrar en la habitación temporal, la puerta se cerró con un sonido resonante. Las tres diosas — Murasaki, Anahí y Lupe — se miraron unas a otras con determinación. Sabían que este sería un período largo, pero el tiempo en ese espacio se dilataría de manera tal que lo que para el mundo exterior serían minutos, para ellas serían años de arduo entrenamiento.

Con el poder otorgado por Jehová para mantenerse jóvenes, sabían que no se verían afectadas por el desgaste físico del tiempo, pero sus mentes y espíritus eran otra cosa. Necesitaban estar más fuertes que nunca para poder enfrentarse nuevamente a los desafíos que se les presentaran, especialmente después de la humillación sufrida a manos de Victor y Daiki Talloran.

Sin palabras, comenzaron a elevar su energía. Las técnicas que poseían eran vastas y poderosas, y con el tiempo ilimitado dentro de esa habitación, no habría obstáculo que no pudieran superar. Cada una comenzó a canalizar sus habilidades y a explorar nuevas técnicas. El aire vibraba con su poder, haciendo que la habitación resonara con su energía desatada.

Murasaki, la diosa de las tormentas, se dedicó a perfeccionar su control sobre los rayos, creando tormentas a su alrededor, intensificándolas para alcanzar niveles de destrucción nunca antes vistos. Experimentaba con la velocidad de su energía eléctrica, buscando formas de teletransportarse instantáneamente usando el poder de los rayos.

Anahí, la protectora, se sumergió en la defensa, creando barreras impenetrables de energía que alteraban la materia misma. Aprendió a reflejar ataques y a aumentar su resistencia física de tal manera que podría resistir golpes de fuerzas titánicas. Además, comenzó a dominar la manipulación de la energía vital, aprendiendo a utilizarla tanto para curarse como para infligir daño.

Lupe, la diosa de la prisión, se centró en crear sellos dimensionales aún más poderosos, capaces de atrapar a cualquier ser, incluso a los más fuertes como Victor o Daiki Talloran. Aprendió a manipular la materia de las dimensiones, cambiando los espacios entre los puntos, y cerrando pasajes de escape que ni los dioses podían atravesar fácilmente.

Los tres trabajaban en perfecta sincronía, cada una potenciando las habilidades de las otras, mientras su poder se intensificaba exponencialmente. Al principio, los combates entre ellas mismas fueron brutales, pues cada una trataba de probarse superior a la otra, pero pronto se dieron cuenta de que su verdadero enemigo no era entre ellas, sino en el mundo exterior, donde sus fallos les habían costado caro.

Así, el tiempo fluía sin medida, y las tres diosas se sumergían más profundamente en su entrenamiento, sabiendo que cualquier distracción o debilidad sería fatal. La habitación temporal se convirtió en su campo de batalla personal, donde el sudor, los golpes, y el poder se fusionaban para forjar a tres guerreras aún más temibles, que en el futuro, volverían para reclamar su revancha.

Cuando la hora en la vida real transcurrió, el tiempo en la habitación temporal pasó de manera radicalmente diferente. A medida que las tres diosas continuaban su entrenamiento, el poder de sus habilidades creció de forma exponencial. 100 años de esfuerzo constante y aprendizaje las habían transformado en entidades de poder ilimitado. Lo que antes era una lucha por la supervivencia se convirtió en una forja de poder absoluto.

Cada una de ellas había alcanzado una maestría total sobre sus respectivos dominios. Su control sobre sus habilidades era ahora tan preciso que podían manipular incluso los fundamentos de la realidad. Murasaki, Anahí y Lupe ya no eran simples diosas, sino entidades que podrían rivalizar con los más poderosos seres del universo.

Murasaki, la diosa de las tormentas, no solo dominaba los rayos, sino que había aprendido a fusionarlos con otras energías como la gravedad, creando tormentas de energía tan destructivas que alteraban las leyes del espacio-tiempo. Ya no necesitaba mover un dedo para generar un cataclismo, sino que su presencia sola podía hacer temblar la misma atmósfera.

Anahí, la protectora, había alcanzado el dominio total sobre la energía vital. No solo era capaz de curarse al instante, sino que podía absorber y transferir la energía vital de otros seres, curando a otros o destruyéndolos con un solo toque. Su resistencia física era tal que podía sobrevivir incluso a los ataques más devastadores, y sus barreras de energía eran impenetrables para cualquier enemigo.

Lupe, la diosa de las prisiones, había desarrollado una habilidad que iba más allá de la creación de sellos dimensionales. Ahora podía reemplazar la realidad misma, creando prisiones que no solo atrapaban a sus enemigos, sino que transformaban su entorno en una dimensión personal que no seguía las reglas del universo. Nadie podría escapar de sus dominios, ni siquiera los más fuertes.

Después de 100 años de intensivo entrenamiento, el poder de las tres diosas era igual, y en algunos aspectos incluso superior a la media de los seres más poderosos. Habían alcanzado un estado de poder colectivo tal que, si decidieran unir sus fuerzas, no habría prácticamente nadie capaz de enfrentarlas, ni en la dimensión donde se encontraban ni en el resto del universo.

Cuando finalmente salieron de la habitación temporal, su energía era palpable, y el cambio era evidente. Su presencia era un tsunami de poder, y el universo mismo parecía advertirles que algo monumental estaba a punto de suceder.

Había llegado el momento de enfrentarse a Victor, Daiki Talloran y cualquier otra amenaza que se interpusiera en su camino.

Fin.