Evil Victor permanecía encerrado en su prisión, su mirada ardía con furia contenida, y cada suspiro que exhalaba parecía llenar el espacio con un aire de resentimiento y desesperación. La celda creada por el arcángel Miguel era una obra maestra de contención divina, diseñada específicamente para mantener a raya a seres como él. A pesar de ser un dios de las maldiciones, la prisión no mostraba señales de ceder ante su creciente poder.
Se levantó lentamente, con una postura rígida, y golpeó las paredes con toda la fuerza de su ser, solo para ser repelido por una energía que parecía burlarse de sus esfuerzos. Frustrado, Victor cerró los ojos, intentando calmar la tormenta en su mente. "¿Cómo llegué a esto?", pensó. Una vez, había sido un dios invencible, un ser temido y respetado. Pero ahora estaba reducido a esto: una sombra atrapada en una jaula divina.
Mientras su mente vagaba, recuerdos de su familia lo inundaron. Imágenes de su hija, de los momentos en los que todavía había sentido algo parecido al amor o al orgullo. Pero en lugar de reconfortarlo, esos pensamientos lo llenaron de amargura. "¿Me hicieron débil?", se preguntó. Su familia, las relaciones que había cultivado, los lazos que había forjado… ¿habían sido su caída? ¿Habían minado su fuerza?
Victor suspiró una vez más, dejando que la duda se asentara profundamente en su ser. Pero esa duda, en lugar de paralizarlo, comenzó a transformarse en determinación. Si era su familia la que lo había hecho débil, entonces tendría que deshacerse de esos lazos, arrancar cada rastro de humanidad que aún pudiera habitar en él. Si su destino era volver a ser el dios implacable que una vez fue, tendría que sacrificarlo todo.
Con una mirada gélida y una sonrisa torcida, murmuró para sí mismo: "Esta prisión no será mi fin. Miguel me encerró, pero no podrá contenerme para siempre. No soy solo un dios de las maldiciones… soy la maldición misma."
Y mientras la prisión permanecía intacta, una oscura energía comenzó a emanar de su cuerpo. Aunque no podía romper las cadenas ahora, en su mente ya estaba trazando el camino hacia su libertad. Y cuando finalmente saliera, no habría misericordia.
Encerrado en aquella prisión divina, Evil Victor cerró los ojos, dejando que los fragmentos de su pasado surgieran como ecos en su mente. En su aislamiento, los recuerdos que había enterrado profundamente comenzaban a emerger. Entre ellos, uno que había estado oculto durante siglos: su verdadero nombre. Nihil.
Recordó su nacimiento, no como un simple mortal, sino como una criatura destinada a la grandeza. Desde el primer aliento, su existencia estuvo marcada por el potencial. "El elegido," así lo llamaron aquellos que presenciaron su llegada. Su cuerpo era una obra maestra, un contenedor perfecto para un poder ilimitado. Sus ojos irradiaban una luz que desafiaba a la misma creación, y cada paso que daba desde pequeño hacía temblar a aquellos que lo rodeaban.
Pero no solo era fuerza lo que definía a Nihil; era su ambición. Incluso cuando aún no entendía completamente el mundo, su deseo por más—por conocimiento, control y poder—superaba cualquier límite. En los primeros años de su existencia, su poder creció a tal punto que ni siquiera los dioses podían ignorarlo. "Él no pertenece a este mundo," decían algunos. "Nihil será la ruina de todos nosotros," advertían otros.
La ambición de Nihil lo llevó a desafiar el orden establecido. Se enfrentó a los grandes poderes del universo, reclamando para sí territorios, conocimientos y artefactos prohibidos. Su cuerpo original, ahora solo un recuerdo, era una fuente de energía pura, capaz de aniquilar ejércitos con un simple movimiento. Pero había algo más oscuro dentro de él, algo que aún no comprendía del todo: un vacío insaciable que lo impulsaba a destruir y poseer.
En su mente, las imágenes de su caída comenzaron a formarse. Nihil, el poderoso, había creído ser invencible. Su orgullo y su deseo de dominar incluso a los dioses lo habían llevado a enfrentamientos fatales. Recordó cómo fue traicionado por aquellos en quienes confiaba, cómo perdió su nombre y su cuerpo original, renaciendo como Victor, una sombra de lo que alguna vez fue. Durante siglos, había olvidado quién era realmente, pero ahora, encerrado en la prisión creada por el arcángel Miguel, los recuerdos volvían con una claridad desgarradora.
"Nihil," murmuró para sí mismo, dejando que la palabra resonara en su mente. Ese era su verdadero ser, su auténtico yo. Evil Victor era un disfraz, un nombre que había adoptado para encajar en un mundo que no podía comprender su grandeza. Pero ahora lo recordaba todo. "Soy Nihil," dijo, con una voz que temblaba de furia y determinación. "Y cuando recupere mi cuerpo original, ningún dios, ningún ángel, ni siquiera el universo mismo podrá detenerme."
La prisión pareció responder a su declaración. Las paredes de energía divina parpadearon por un momento, como si sintieran el despertar de algo más profundo y antiguo dentro de él. Nihil sonrió, una sonrisa llena de desafío y maldad pura. Sabía que la prisión no lo podría contener para siempre. Su destino era reclamar lo que le pertenecía, y esta vez, no cometería los mismos errores.
"Miguel, te enfrentarás al verdadero Nihil. Y cuando eso pase, hasta los cielos temblarán."
Encerrado en su prisión, Nihil—ahora atrapado bajo el nombre de Evil Victor—cerró los ojos, intentando desentrañar las piezas de un pasado que se le escapaba como arena entre los dedos. Había un vacío en su memoria que lo atormentaba, un fragmento crucial que explicaría cómo terminó en el cuerpo de Victor.
De repente, un destello atravesó su mente, un recuerdo difuso pero intenso, como si el mismo universo le permitiera vislumbrar el instante en que todo cambió. En ese recuerdo, estaba él, Nihil, enfrentándose a una presencia que eclipsaba todo lo que había conocido. Karla'k, el dios del caos.
Recordó cómo ese encuentro marcó el inicio de su caída. Karla'k no era un enemigo cualquiera; su presencia distorsionaba la realidad misma, y su voz resonaba como un coro de mil gritos y risas. "¿Qué hace un dios de las maldiciones enfrentándose al caos mismo?" le había dicho Karla'k con burla, su tono impregnado de una maldad tan antigua como el tiempo. "No puedes controlarme, Nihil. Yo soy la destrucción absoluta, el principio y el fin de todo lo que crees poseer."
El recuerdo se intensificó. Nihil había luchado con todo su poder, desatando maldiciones que podían devastar galaxias, pero Karla'k absorbía y devolvía cada ataque con una facilidad humillante. La batalla fue titánica, y el impacto de su enfrentamiento resonó a través de múltiples dimensiones. Sin embargo, algo extraño ocurrió en el clímax de esa lucha: un vórtice de energía caótica surgió de Karla'k, engulléndolo por completo.
"Tú no morirás, Nihil," le había dicho Karla'k antes de que todo se desvaneciera. "Tu ambición me divierte. Veamos qué haces con una segunda oportunidad... en un cuerpo que nunca pediste."
El recuerdo continuó en la mente de Nihil, ahora atrapado en la identidad de Evil Victor. Fue como revivir un sueño febril, una pesadilla que no tenía fin. Karla'k, el dios del caos, se alzó ante él, imponente y absoluto, con una sonrisa que parecía contener los secretos del universo. "Tu tiempo como 'Nihil' termina aquí," dijo Karla'k, su voz resonando como un trueno en la eternidad. "Un dios de las maldiciones no es más que una sombra frente al caos. Ahora, regresa al origen de todo."
Con un movimiento de su mano, Karla'k desató una ola de energía caótica que atravesó a Nihil como si fuera un simple mortal. Su cuerpo, antaño invulnerable y glorioso, comenzó a desintegrarse. La carne se convirtió en líquido, los huesos se deshicieron como cenizas al viento, y su esencia divina quedó expuesta. Nihil quiso resistirse, gritando con toda su voluntad, pero el poder de Karla'k era absoluto.
"Te reduciré a lo más puro," declaró Karla'k con frialdad, mientras el cuerpo de Nihil se transformaba en un líquido oscuro y brillante, un remanente de lo que alguna vez fue un dios. "Sin forma, sin memoria, sin propósito... solo un eco de lo que fuiste. Tu ambición fue tu mayor maldición, y ahora será tu redención."
En ese estado amorfo, Nihil sintió cómo su mente se fragmentaba. Los recuerdos de su divinidad, de su poder y de su propósito, se desvanecieron como humo en el aire. Todo lo que quedaba era un vacío, una sensación de pérdida y confusión. Karla'k observó su obra con una mezcla de desprecio y satisfacción.
Karla'k, con su apariencia de comerciante, había planeado meticulosamente cada detalle de su jugada. Vestido con ropas sencillas y una sonrisa que ocultaba intenciones oscuras, llegó al planeta Yadaratman con Nihil reducido a un líquido contenido en un pequeño frasco. En su rol de mercader, Karla'k se presentó ante Nine Sharon, quien lo recibió con desconfianza, con su espada desenfundada y los ojos llenos de sospecha.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Nine Sharon, apuntando su arma hacia el extraño.
Karla'k levantó ambas manos en señal de paz y sonrió con calma.
—No soy enemigo, solo un comerciante con una oferta interesante —respondió. Sacó un artefacto extraño de su bolsa, un arma con un diseño alienígena y un aura de peligro palpable—. Este dispositivo es capaz de destruir este planeta desde su núcleo. Solo necesitas llevarlo allí y activarlo. Te pagaré generosamente por tus servicios.
Nine Sharon, intrigado pero siempre cauteloso, bajó su espada un poco, aunque su mirada seguía fija en el supuesto comerciante.
—¿Qué ganas tú con esto? —preguntó.
Karla'k sonrió aún más amplio.
—Digamos que es parte de un negocio mayor. Pero antes de continuar, debo preguntar algo a tu amigo, Victor. Él también debe estar de acuerdo, ya que es crucial para mi propuesta.
Nine Sharon frunció el ceño, pero aceptó la condición, permitiendo a Karla'k visitar a Victor.
Cuando Karla'k llegó al lugar donde Victor descansaba, lo encontró semiinconsciente, sumido en un sueño ligero. Karla'k cambió de inmediato su forma, dejando atrás su disfraz de comerciante y mostrando su verdadera apariencia, imponente y aterradora. Su energía inundó el lugar, despertando a Victor de golpe.
Victor, confundido, se levantó tambaleante. Al ver a Karla'k, sintió un poder tan abrumador que instintivamente tragó saliva, sus músculos tensándose.
—¿Quién eres? —preguntó Victor con voz ronca, tratando de ocultar su temor.
Karla'k avanzó un paso, su presencia llenando el espacio como si no hubiera aire para respirar.
—Soy Karla'k, el dios del caos. Vengo con una oferta que no podrás rechazar. Puedo darte un poder inimaginable, algo que nadie más puede ofrecerte. Pero, como todo en la vida, tiene un precio.
Victor, intrigado y cauteloso, preguntó:
—¿Qué precio?
Karla'k extendió una mano hacia él.
—La maldición. Debes aceptar que dentro de ti albergarás algo único, una entidad con la capacidad de amplificar tu fuerza, pero también de controlarte si no eres lo suficientemente fuerte.
Victor se quedó en silencio, sus pensamientos divididos entre el deseo de poder y el peligro evidente que representaba ese trato. Finalmente, mirando a Karla'k con determinación, respondió:
—Acepto.
En ese instante, el frasco que contenía a Nihil comenzó a brillar, y el líquido negro se transformó en una energía oscura que salió disparada hacia Victor, entrando en su cuerpo. Victor sintió una oleada de fuerza y caos recorriendo cada célula de su ser, mientras la risa de Karla'k resonaba en su mente.
— Usa este poder como desees... pero recuerda, todo poder tiene un costo.
Victor cayó de rodillas, jadeando, mientras sentía cómo algo dentro de él comenzaba a despertar. Karla'k observó la escena con placer antes de desaparecer en un destello de caos, dejando a Victor con su nuevo poder... y su inevitable destino.
Karla'k, con su habilidad para manipular tanto los eventos como las mentes, apareció nuevamente en la casa de Nine Sharon tras su encuentro con Victor. Con una expresión de falsa decepción y una voz calmada, mintió con maestría.
—Tu amigo Victor no aceptó el trato, una verdadera lástima. Parece que no tiene el temple para lo que se requiere. Sin embargo, tú... tú sigues siendo clave en este plan. Haz lo que debas hacer.
Nine Sharon asintió lentamente, aunque con algo de sospecha en sus ojos. Karla'k no le dio tiempo para pensar demasiado, desapareciendo en un destello caótico antes de que pudiera cuestionar más. Se dirigió al espacio, donde observó el planeta desde las alturas con una visión tan potente que ningún detalle le pasaba desapercibido.
Mientras Karla'k contemplaba los eventos desde lejos, en el planeta Yadaratman, Nine Sharon, impulsado tanto por la sospecha como por la manipulación de Karla'k, decidió confrontar a Victor. Con una determinación furiosa, llegó hasta la casa de Victor y, sin titubear, derribó la puerta de una patada, haciendo que los restos de madera crujieran contra el suelo.
Victor, que había estado reflexionando sobre el poder que ahora albergaba, se levantó de inmediato al escuchar el estruendo. Su mirada se cruzó con la de Nine Sharon, llena de desafío y rabia.
—¿Qué estás haciendo, Nine Sharon? —preguntó Victor, su voz firme pero controlada.
—Sé lo que planeas, Victor —respondió Nine Sharon, con su espada en mano—. No permitiré que te conviertas en una amenaza para este planeta, ni para mí.
Victor frunció el ceño, levantando una mano como señal de paz.
—No tengo intención de hacer daño a nadie. No sé qué te han dicho, pero no voy a destruir nada ni a nadie.
Sin embargo, las palabras de Victor no lograron calmar a Nine Sharon, quien ya había sido manipulado por las insinuaciones de Karla'k. Sin previo aviso, lanzó el primer ataque, un corte veloz que Victor apenas logró esquivar.
—¡No me importa lo que digas! ¡Voy a detenerte aquí y ahora! —gritó Nine Sharon, avanzando con furia.
Victor no tuvo más opción que defenderse, activando el poder que Karla'k había implantado en su interior. A medida que la energía oscura de Nihil comenzaba a manifestarse, el aire se llenó de tensión y peligro, marcando el inicio de un enfrentamiento que cambiaría el destino de ambos... y del planeta Yadaratman.
Desde el espacio, Karla'k observaba con satisfacción. Su risa resonaba en el vacío, disfrutando del caos que había sembrado entre los dos.
Pasaron décadas desde el caos en Yadaratman. Nihil, el antiguo dios de las maldiciones, ahora conocido como Evil Victor, había tomado el control absoluto del cuerpo de Victor. Aunque no recordaba su verdadero origen ni su nombre, su esencia corrupta dominaba sus acciones. En su mente, solo existía un objetivo: destruir a Karla'k y hacerlo pagar por el sufrimiento que le había causado.
El enfrentamiento decisivo ocurrió en la Tierra, un planeta que ahora sufría la presencia de ambos titanes. Evil Victor se presentó en un campo desolado, donde el cielo parecía teñido de rojo por la energía que ambos desataban. Frente a él estaba Karla'k, quien sonreía con burla y superioridad, como si este enfrentamiento no fuera más que un juego.
—¿Sabes, Victor? O más bien... Evil Victor. Tu nombre ya no significa nada. Eres solo una sombra de lo que alguna vez fui capaz de destruir. —Karla'k cruzó los brazos, provocándolo.
Evil Victor frunció el ceño, su cuerpo emitiendo una energía oscura tan densa que deformaba el aire a su alrededor.
—No sé quién era antes, pero sé lo que soy ahora. Y lo único que sé con certeza es que voy a destruirte. Todo lo que hiciste, todo lo que manipulaste... ¡termina aquí! —gritó con furia, apuntando hacia Karla'k.
Sin embargo, en el fondo de su ser, algo inquietaba a Evil Victor. Había fragmentos de memoria, destellos de un pasado perdido. Sentía que Karla'k no solo era un enemigo, sino alguien que conocía demasiado sobre él, alguien que había jugado un papel crucial en su transformación.
Karla'k sonrió, un destello de placer oscuro iluminó su rostro.
—Ah, pero eso es lo interesante, ¿no crees? Ese "yo" que dices ser ahora no existiría si no fuera por mí. Todo lo que eres, todo tu odio y tu poder... son gracias a mí. Eres mi creación, Nihil.
Ese nombre. Nihil. Evil Victor dio un paso atrás, aturdido. Las palabras de Karla'k resonaron como un eco dentro de su mente, conectando piezas dispersas de recuerdos.
—¿Nihil? —repitió, su voz temblando con confusión y furia—. ¿Qué estás diciendo?
Karla'k aprovechó el momento de duda, inclinándose ligeramente hacia adelante.
—Te lo dije, Evil Victor. No eres más que un huésped en un cuerpo que jamás fue tuyo. Eres Nihil, el dios de las maldiciones. Fui yo quien te destruyó, quien te redujo a nada más que un líquido. Fui yo quien te implantó en este cuerpo mortal, como un experimento. Y mira cómo has florecido.
Evil Victor apretó los puños, la furia en sus ojos brillando con una intensidad inhumana.
—¡Cállate! ¡No soy tu creación! ¡Yo soy quien soy! ¡Y acabaré contigo!
Ambos desataron su energía al máximo, el suelo se rompía bajo ellos y el aire se llenaba de un estruendo ensordecedor. El enfrentamiento estaba por comenzar, un duelo donde el destino de ambos y quizás del universo entero sería decidido.
Después de años de lucha interna, de manipulación y control, Evil Victor, aún conocido como Nihil, finalmente decidió abandonar el cuerpo de Victor, su prisión temporal. Usó todo su poder para crear una copia exacta del cuerpo de Victor, transformándose en una versión más pura de sí mismo. Sus ojos, ahora rojos como la sangre, y su cabello castaño, le daban la apariencia de un ser completamente diferente, un ser que se desprendió de todo vínculo con la humanidad.
Nihil dejó atrás el planeta Tierra y comenzó su viaje, destruyendo mundos y sembrando el caos en su camino. Buscaba algo, no sabía exactamente qué, pero su rabia y desesperación lo impulsaban a recorrer universos enteros. Su presencia era un presagio de devastación; dondequiera que llegaba, todo se desmoronaba. Sin embargo, después de muchas décadas de destrucción, Nihil llegó a un universo distinto, uno donde las reglas parecían ser diferentes.
En uno de estos universos, llegó al Reino de Victoria, un lugar oscuro y enigmático, habitado por seres no muertos. Este reino, gobernado por una poderosa soberana también llamada Victoria, era conocido por ser impenetrable, un lugar donde incluso los más fuertes perecían si intentaban invadirlo.
Victoria, la reina no muerta, no solo era inmensamente poderosa, sino también extremadamente astuta. Su presencia dominaba el reino con un aura de muerte y elegancia. Cuando Nihil llegó, atraído por los rumores de un poder oculto, Victoria lo enfrentó. No fue una batalla de fuerza bruta, sino un enfrentamiento de voluntades. La reina usó su habilidad para comprender las emociones y motivaciones de Nihil, desentrañando las capas de odio y rabia que lo definían.
A través de un enfrentamiento psicológico y emocional, Victoria sometió a Nihil, no con fuerza, sino con comprensión. En lugar de destruirlo, vio su potencial y decidió aprovecharlo. Le ofreció un lugar en su reino, no como un sirviente, sino como un igual, alguien que podía aprender a controlar su caos en lugar de dejarse consumir por él.
Con el tiempo, la relación entre ambos evolucionó. Victoria vio en Nihil no solo un dios de las maldiciones, sino también un ser perdido que necesitaba un propósito más allá de la destrucción. Por su parte, Nihil, cautivado por la fuerza y la inteligencia de Victoria, encontró en ella algo inesperado: un respeto mutuo que lentamente se transformó en un vínculo más profundo.
Finalmente, Nihil aceptó convertirse en el consorte de Victoria, y juntos gobernaron el Reino de Victoria como una fuerza imparable de poder y estrategia. Con el tiempo, tuvieron una hija a la que llamaron Mar. La pequeña heredó la ambición y el poder de su padre, combinado con la inteligencia y la gracia de su madre. Nihil, ahora transformado, se dedicó a cuidar y entrenar a su hija, enseñándole a dominar sus habilidades mientras protegía el reino que ahora consideraba su hogar.
Aunque Nihil seguía cargando con su pasado como Evil Victor, ahora tenía algo que lo anclaba: una familia que le daba un propósito y un reino que lo aceptaba tal como era. Su historia, antes marcada solo por caos y destrucción, encontró un nuevo capítulo lleno de redención, propósito y amor.
Evil Victor suspiró profundamente, dejando que el eco de su aliento resonara en la soledad de su habitación. "¿Qué es lo que me hace retroceder tanto?" murmuró, como si el vacío pudiera ofrecerle una respuesta.
Se hizo esta pregunta una y otra vez desde que sus memorias habían regresado, desde que se recordó como Nihil, el temido dios de las maldiciones. Sin embargo, había evitado compartir estos pensamientos, incluso con Victoria, su compañera. Se sentía abrumado, atrapado en un remolino de emociones encontradas.
¿Por qué su mente volvía constantemente a esos días? A ese poder inigualable que lo definía, a esa sensación de dominio absoluto sobre todo lo que tocaba. Pero al reflexionar más profundamente, se daba cuenta de algo incómodo: esa nostalgia, esa añoranza por su antiguo yo, no era más que una sombra, un eco vacío de lo que fue.
Miró hacia la cuna de Mar, su hija, y sintió una calidez que su viejo yo jamás habría entendido. "¿Por qué volvería a ser el dios de las maldiciones?" se preguntó en silencio. No había respuesta, solo una sensación creciente de que sería un error. Sí, tenía recuerdos de un potencial ilimitado, de un poder que lo hacía intocable, pero junto a ellos venía la memoria de su soledad, de su rabia incesante y de un vacío imposible de llenar.
Ahora, rodeado por su familia, por Victoria y Mar, Evil Victor era alguien diferente. Se había vuelto más amable, más sumiso en cierto modo, aunque no menos firme. Había aprendido a amar y a recibir amor. Incluso los momentos simples, como entrenar a su hija o escuchar a Victoria hablar del reino, le daban más satisfacción que cualquier maldición que hubiese lanzado en el pasado.
Suspiró de nuevo, pero esta vez con un aire de aceptación. Tal vez ese pasado seguía llamándolo porque había cosas que aún no había resuelto, pero ahora sabía que no necesitaba responder. Había encontrado algo más grande que cualquier maldición: un propósito. Y en ese propósito, en su familia, se encontraba el verdadero poder que siempre había buscado.
Evil Victor dejó escapar un suspiro entrecortado mientras sentía cómo las lágrimas comenzaban a brotar de sus ojos. Eran pocas al principio, pero cada una cargaba el peso de los recuerdos que lo atormentaban. Primero lloraba por aquellos días oscuros, por el caos y el vacío que había sido su existencia como Nihil, como el dios de las maldiciones. Sin embargo, al cerrar los ojos y dejar que esas imágenes se desvanecieran, surgieron otros recuerdos: los de su familia.
Un sollozo leve se le escapó mientras pensaba en Victoria y en Mar, su hija. Las visiones de su pequeña riendo durante los entrenamientos, de Victoria mostrándole una fortaleza que lo había conquistado, lo llenaron de una calidez que superaba cualquier dolor. "Ya tengo algo por qué vivir", susurró, como si al decirlo en voz alta reafirmara la verdad que ahora guiaba su existencia.
Lloraba, sí, pero estas lágrimas no eran de tristeza. Eran una mezcla de liberación, gratitud y redención. Había pasado tanto tiempo luchando contra su naturaleza, contra el monstruo que alguna vez fue, que casi había olvidado lo que era sentirse humano, o al menos lo más cercano a ello que podía llegar. Ahora tenía un propósito, algo más fuerte que cualquier maldición o ambición: proteger y amar a su familia.
Evil Victor limpió sus ojos con el dorso de su mano, respiró profundamente y, mientras se levantaba, murmuró para sí mismo: "No importa cuán oscuro haya sido mi pasado; ahora sé cuál es mi luz". Con un nuevo enfoque y determinación, volvió a centrarse en su presente, listo para enfrentarse a cualquier cosa que intentara poner en peligro aquello que tanto valoraba.
Evil Victor, con una mirada llena de furia y determinación, concentró toda su energía maldita en romper las cadenas que lo mantenían atrapado. Su fuerza, alimentada por el rencor acumulado durante años de encierro, se desató como una tormenta imparable. Las cadenas celestiales comenzaron a temblar, y poco a poco, se agrietaron hasta romperse con un estruendo que resonó en toda la prisión divina.
"¡No volveré a ser un prisionero de nadie!" rugió mientras su aura oscura se expandía, llenando el lugar con una energía tan densa que parecía devorar la luz misma.
Justo cuando Evil Victor pensaba que estaba completamente libre, apareció el arcángel Miguel, descendiendo con una luz radiante que iluminaba cada rincón de la prisión. Su armadura dorada brillaba como el sol, y su espada celestial estaba envuelta en una llama divina que parecía capaz de purgar cualquier maldad.
"Victor, no permitiré que vuelvas a desatar el caos en los mundos," declaró Miguel, su voz firme, resonando con autoridad.
Evil Victor lo miró con desprecio, una sonrisa oscura curvándose en sus labios. "Miguel, siempre tan predecible. ¿Crees que puedes detenerme otra vez? He esperado demasiado tiempo para esto."
Miguel levantó su espada y apuntó directamente al pecho de Victor. "No estoy aquí para discutir. Si te liberas, traerás sufrimiento. Te detendré, incluso si eso significa destruirte."
Victor dejó escapar una risa amarga, su energía oscura formando espirales a su alrededor. "¡Inténtalo! He enfrentado cosas peores que tú, y siempre sobrevivo. ¡Prepárate para caer, arcángel!"
El enfrentamiento estaba por comenzar. Dos fuerzas opuestas, el poder divino contra la oscuridad de las maldiciones, chocaron en una batalla que sacudiría el equilibrio de los cielos.
Evil Victor mantenía una sonrisa malvada mientras su aura oscura crecía, envolviendo el entorno con una atmósfera densa y sofocante. Sin embargo, detrás de esa expresión de villanía, había algo más profundo, un sentimiento que no podía expresar fácilmente: el deseo de proteger lo que realmente le importaba.
"¿Sabes, Miguel?" dijo mientras su energía oscura formaba un remolino a su alrededor, sus ojos rojos brillando con intensidad. "Siempre aparento ser el villano, el monstruo que todos temen. Pero lo que no entienden, lo que tú no entiendes, es que no importa cuánto intenten detenerme. Siempre seré el mejor, no por mi poder, sino por lo que estoy dispuesto a hacer para proteger a los míos."
Miguel alzó su espada, con la luz divina lista para atacar, pero se detuvo un instante, observando la determinación en los ojos de Victor.
"¿Protección? ¿Eso justificará el caos que estás por desatar?" cuestionó Miguel con firmeza, aunque su tono mostraba una leve curiosidad.
Victor dejó escapar una risa seca, llena de ironía. "No entiendes nada, arcángel. Mi poder no es para destruir por placer. Sí, haré lo que sea necesario, incluso si me convierte en un demonio ante sus ojos. Pero al final del día, todo lo que hago es para ellos. Mi familia. Mi hija. Mi esposa. Ellos son mi razón de existir."
Apretó los puños, sintiendo cómo su energía alcanzaba su punto máximo. "Así que, Miguel, no importa quién se interponga en mi camino. Si significa protegerlos, destruiré cada cadena, cada prisión, y hasta a ti si es necesario."
La sonrisa malvada de Victor se mantuvo, pero ahora había algo diferente en su mirada: una mezcla de rabia, amor y sacrificio que ningún enemigo había logrado comprender del todo. Para él, no era maldad. Era determinación.
Evil Victor se lanzó hacia el combate con una velocidad abrumadora, chocando contra el arcángel Miguel en un impactante estallido de poder. Las explosiones de energía iluminaban el lugar como un espectáculo celestial y caótico. Ambos luchadores intercambiaban golpes con una intensidad feroz, ninguno dispuesto a ceder terreno.
"¡Mi familia es lo que me importa ahora!" rugió Evil Victor, canalizando toda su fuerza en un giro rápido que conectó un golpe devastador en la espalda de Miguel. El impacto resonó como un trueno, y el arcángel retrocedió, sintiendo el peso de aquel ataque.
Miguel, aunque herido, no se dejó intimidar. Con una rápida maniobra, alzó su espada, buscando cortar el pie de Evil Victor para desestabilizarlo. La hoja divina se movió como un rayo, pero Victor, con una mirada cargada de enojo, se apartó en el último segundo, retrocediendo unos pasos mientras lo observaba con cautela.
"¡No soy más ese dios de las maldiciones, Miguel!" gritó Victor, su voz llena de convicción. "¡Ese monstruo quedó atrás! Ahora solo peleo por lo que realmente vale la pena: ellos. ¡Mi familia!"
Miguel sostuvo su espada con firmeza, su rostro serio, pero con un rastro de comprensión. "Tus palabras suenan nobles, pero tus acciones están teñidas de oscuridad, Victor. ¿Cómo esperas proteger a tu familia si destruyes todo a tu paso?"
Victor apretó los dientes, sintiendo cómo su energía seguía acumulándose. La maldición que una vez lo definió aún era una parte de él, pero no era lo que lo controlaba. Sus puños se tensaron mientras volvía a avanzar, con la determinación de un hombre que luchaba no por venganza, sino por amor.
Evil Victor, con los ojos encendidos por la ira y la determinación, gritó con fuerza:
"¡Pelearé como Nihil, pero también como Evil Victor! ¡Soy ambos y mucho más! Cada nombre, cada parte de mí, representa quién soy: alguien que supera cualquier límite. ¡Ahora, déjame salir de este lugar, idiota!"
Con un rugido lleno de furia, Victor lanzó un golpe devastador al arcángel Miguel, el impacto resonando como un trueno celestial. El golpe fue tan fuerte que destrozó la armadura divina de Miguel, esparciendo fragmentos brillantes como estrellas cayendo del cielo.
El arcángel, aunque herido, no perdió el control. Sujetando con fuerza su espada, lanzó un corte preciso y feroz, que trazó una línea delgada en la mejilla de Evil Victor. El filo sagrado ardió al contacto, dejando una marca que Victor apenas sintió en su estado de furia desatada.
Ambos combatientes, impulsados por la colisión de sus energías, salieron disparados en direcciones opuestas, atravesando el espacio que los rodeaba. El estruendo de su choque hizo temblar todo el lugar, mientras cada uno lograba detenerse, jadeando y evaluando al otro con mirada desafiante.
Miguel, levantando su espada nuevamente, habló con un tono firme pero cansado:
"Victor, o Nihil, o lo que seas... No importa cómo te llames. Este poder, este conflicto, solo traerá más caos. ¿Es eso lo que deseas?"
Victor limpió la sangre que corría por su mejilla, sus ojos brillando con una mezcla de furia y convicción.
"¡No lucho por caos ni por destrucción! ¡Lucho por mi familia, por lo único que me importa! No me detendrás, Miguel, ni tú ni nadie."
Ambos se prepararon para el próximo choque, sabiendo que ninguno cedería sin dar todo de sí.
Evil Victor, con una sonrisa oscura y la energía maldita recorriendo sus manos, alzó sus puños al aire mientras declaraba con determinación:
"¡Corte directo!"
Extendió sus brazos hacia adelante, y sus manos comenzaron a emitir un brillo oscuro y ominoso. Cada movimiento de sus dedos generaba surcos de energía afilada que viajaban por el aire, como si fueran cuchillas invisibles. Estos cortes, aparentemente descoordinados, se multiplicaban y avanzaban hacia el arcángel Miguel con una velocidad aterradora.
Cuando los ataques se acercaron lo suficiente, comenzaron a fusionarse. La energía de los cortes individuales se comprimió en un solo filo gigantesco, que se abalanzó contra Miguel como un torrente imparable.
El arcángel, alertado por la intensidad del ataque, levantó su espada en un intento desesperado por bloquearlo. El impacto fue monumental, y una explosión de luz y oscuridad llenó el lugar, sacudiendo la prisión y dejando grietas profundas en el suelo.
Miguel apenas logró mantenerse en pie mientras retrocedía unos pasos.
"No necesitarás un arma para pelear, ¿eh? Pero recuerda, yo tampoco me contengo."
Victor se lamió los labios y respondió con una voz cargada de desafío:
"No necesito nada más que mis manos para superar a un ángel. Ahora, prepárate, porque esto es solo el principio."
El combate continuó con una intensidad que parecía desgarrar la realidad misma. Evil Victor, con sus puños envueltos en una energía oscura y caótica, se enfrentaba al arcángel Miguel, cuya espada resplandecía con una luz divina, cada golpe resonando como un trueno en la vastedad del lugar.
Puño contra espada, golpe tras golpe, los dos guerreros intercambiaban ataques con una velocidad tan vertiginosa que sus movimientos se volvían casi invisibles. Cada impacto liberaba explosiones de energía que iluminaban la prisión, llenándola con un caos de sombras y destellos.
Evil Victor lanzó un puñetazo directo, y Miguel bloqueó con la hoja de su espada, el choque generando un surco de luz que atravesó el suelo, dividiéndolo en dos. Miguel contraatacó con un corte lateral, pero Victor esquivó, desviándose apenas por milímetros, y respondió con un gancho que hizo retroceder al arcángel varios metros.
"¡Es inútil, Miguel!" rugió Victor, su energía creciendo con cada segundo. "¡Mis puños son mi poder, y nada puede detenerme ahora!"
Miguel, recuperando el equilibrio, sonrió con calma, aunque su mirada estaba cargada de determinación.
"El poder que posees es impresionante, pero te olvidas de algo, Victor: la luz siempre encontrará la forma de prevalecer."
Ambos se lanzaron de nuevo al combate, desatando una furia que parecía infinita. Los surcos de luz y oscuridad que dejaban en su camino se entrelazaban, llenando el lugar con un espectáculo imposible de describir, como si el equilibrio mismo entre el bien y el mal estuviera siendo puesto a prueba en ese instante.
Fin.