Chereads / History academy arco 6: El fin del mundo. / Chapter 45 - Episodio 45: indagando.

Chapter 45 - Episodio 45: indagando.

Después de cinco segundos de aquel beso en la frente, Rigor abrió los ojos nuevamente, aún sintiendo la calidez del gesto de Dariel. Sin embargo, la expresión en su rostro era seria, cargada de pensamientos. Sabía que debía decir algo, pero las palabras parecían difíciles de formar.

Dariel, notando su inquietud, acarició su mejilla suavemente y le susurró:

—Rigor, ¿qué sucede? Estoy aquí... No tienes que cargar con esto solo.

Rigor respiró profundamente y miró hacia el techo, como buscando las palabras adecuadas. Finalmente, habló con voz pausada, cargada de emoción:

—Dariel... No sé cómo procesar todo lo que ha pasado. Aiko, lo que hizo... lo que me hizo... No puedo evitar sentirme sucio, como si le hubiera fallado a nuestra familia. A ti.

Los ojos de Dariel se llenaron de sorpresa, pero también de comprensión. Ella tomó su mano con firmeza y respondió con voz firme pero llena de ternura:

—No fue tu culpa, Rigor. No elegiste lo que pasó. Yo lo sé, y nuestros hijos también lo saben. Aiko puede ser parte de mí, pero no soy yo. Jamás te culparía por lo que ella hizo.

Rigor cerró los ojos por un momento, dejando que sus palabras calaran en su mente. Pero el peso de la culpa seguía allí, como una sombra que no podía disipar.

—Lo sé... pero sentirlo es diferente. Solo quiero que todo esto acabe, que podamos vivir en paz. Pero cada vez parece más imposible.

Dariel, con lágrimas contenidas, se inclinó hacia él y le susurró cerca del oído:

—Lucharemos por esa paz, juntos. No importa cuánto tiempo nos lleve. Tú eres mi fuerza, Rigor, y yo seré la tuya.

Después de esas palabras, el silencio llenó la habitación, pero no era un silencio incómodo. Era un momento de comprensión mutua, un pequeño respiro en medio del caos. Ambos sabían que el camino sería difícil, pero estaban decididos a enfrentarlo, unidos.

Después de cinco largos meses de recuperación, Rigor finalmente se encontraba de pie, su cuerpo marcado por cicatrices que narraban las batallas vividas. Aunque las heridas habían sanado, aquellas marcas quedaban como un recordatorio de su resistencia.

Dariel lo observaba desde el umbral de la habitación, con las mejillas teñidas de un suave sonrojo. Sus ojos no podían apartarse de su esposo, como si estuviera viendo algo más que las cicatrices: estaba viendo la fortaleza que siempre había admirado en él.

Rigor, notando su mirada fija, alzó la ceja con una ligera sonrisa, aunque un leve rubor también comenzaba a invadir su rostro. Se giró hacia ella, dejando ver su porte firme pero cálido, y preguntó con una mezcla de curiosidad y nerviosismo:

—¿Acaso te gusta lo que ves, Dariel?

Dariel, sorprendida por la pregunta, intentó contener una risa suave mientras jugueteaba con sus manos. Su sonrojo se intensificó, pero no apartó la mirada. Dio un paso hacia él y respondió con voz suave pero sincera:

—Siempre me ha gustado lo que veo, Rigor. No son las cicatrices lo que me atrae... eres tú. Cada marca en tu piel solo me recuerda cuánto has luchado, cuánto has protegido a esta familia... cuánto te amo.

El corazón de Rigor se aceleró ante sus palabras. No era un hombre que se dejara llevar fácilmente por la emoción, pero en ese momento, no pudo evitar sentirse vulnerable ante la sinceridad de Dariel. Dio un paso hacia ella, tomando sus manos con cuidado, como si temiera romper ese momento tan delicado.

—Dariel... no sé qué haría sin ti. Eres la razón por la que sigo adelante.

Ella le sonrió y se acercó un poco más, apoyando su frente contra la de él. Con un tono juguetón, añadió:

—Entonces asegúrate de no darme motivos para dejar de mirarte así.

Ambos rieron suavemente, dejando que la calidez del momento los envolviera. Por un instante, las cicatrices, las batallas, y el dolor quedaron atrás. Solo estaban ellos dos, mirándose como si el mundo entero se hubiera desvanecido.

Dariel no pudo contenerse más y, guiada por el cariño y la admiración que sentía, besó a Rigor en los labios. Fue un beso suave pero lleno de significado, como si con ello intentara borrar las sombras de las cicatrices que ahora adornaban su cuerpo. Rigor correspondió al beso, aunque con cierta timidez. Sabía cuánto lo amaba su esposa, pero el peso de su pasado siempre había sido una barrera entre ellos.

Cuando se separaron, Dariel lo miró a los ojos con dulzura, aunque su mirada cargaba también una pizca de curiosidad y preocupación. Quería saber más de él, de todo lo que había vivido antes de que sus caminos se cruzaran, pero sabía que ese no era un tema fácil para él.

—Rigor... —comenzó con suavidad, acariciando su rostro—, hay cosas que nunca me has contado. De tu pasado... de las batallas, de lo que te marcó. A veces siento que una parte de ti aún está atrapada ahí.

Rigor desvió la mirada por un momento, sintiendo cómo el peso de los recuerdos volvía a caer sobre sus hombros. No era fácil para él hablar de aquello, no porque no confiara en Dariel, sino porque abrirse significaba revivir momentos que prefería mantener enterrados.

—Dariel... —respondió en voz baja, apretando suavemente sus manos—, no es que no quiera contarte. Es solo que... hay cosas que me pesan tanto que siento que si las comparto, también te lastimaré. Y lo último que quiero es que cargues con eso.

Ella negó con la cabeza, acercándose más y apoyando su frente contra la de él.

—Rigor, ya cargamos juntos con muchas cosas. No necesito que me cuentes todo si no estás listo, pero quiero que sepas que estoy aquí para ti, siempre. Lo que sea que guardes dentro, no tienes que enfrentarlo solo.

Él suspiró, sintiendo el calor y la comprensión de su esposa. Era cierto que no era el tipo de persona abierta, pero también sabía que con Dariel siempre había encontrado un refugio seguro.

—Gracias, Dariel. Te prometo que, cuando esté listo, te lo contaré. Tal vez no todo de una vez... pero algún día lo sabrás.

Ella asintió, dejando que un pequeño beso en su mejilla sellara el momento. Aunque las palabras de Rigor no respondieron por completo a sus preguntas, sintió que había dado un paso más hacia su corazón. Dariel sabía que no era fácil para él abrirse, pero también sabía que el amor y la paciencia eran la clave para sanar las heridas más profundas.

Rigor, después de meses de recuperación, había retomado su rutina en la Academia Historia. Su día estuvo cargado de trabajo: llenó formularios, revisó solicitudes y organizó horarios para los estudiantes. La monotonía de las tareas administrativas le dio demasiado tiempo para pensar, algo que rara vez le agradaba.

Mientras miraba el mar de documentos frente a él, su mente vagó hacia Dariel. Recordó su conversación en el hospital, aquella promesa de algún día abrirse por completo con ella. Cada vez que veía su mirada llena de amor y comprensión, sentía una punzada de culpa. Ella merecía saber todo, incluso las partes más oscuras de su pasado.

Rigor dejó escapar un largo suspiro y apoyó los codos sobre el escritorio, pasando las manos por su cabello. "¿Qué gano al seguir guardándome todo? Dariel siempre ha estado conmigo... Si alguien merece saber quién soy realmente, es ella."

El reloj marcaba el final del día, y la Academia comenzaba a vaciarse. Rigor guardó los últimos papeles en su escritorio y se levantó, mirando por la ventana de su oficina. Las estrellas ya comenzaban a aparecer, y una brisa fresca anunciaba la llegada de la noche.

"Hoy será el día," pensó, con una mezcla de decisión y nerviosismo. Sabía que no sería fácil, pero también sabía que había llegado el momento de enfrentar su pasado, no solo para liberarse, sino para fortalecer aún más el vínculo con Dariel.

Cerró la oficina y comenzó a caminar hacia su casa, sus pasos lentos pero firmes. Mientras cruzaba las calles tranquilas, repasaba en su mente las palabras que diría, los recuerdos que compartiría. Cada paso lo acercaba no solo físicamente, sino emocionalmente, a lo que sería uno de los momentos más importantes de su relación con Dariel.

Cuando finalmente llegó a casa, abrió la puerta y encontró a Dariel sentada en el sofá, con un libro en las manos. Ella levantó la vista y le sonrió cálidamente, como siempre lo hacía, pero notó algo diferente en la expresión de Rigor.

—¿Todo bien? Pareces... pensativo, —dijo, dejando el libro a un lado.

Rigor asintió y se sentó junto a ella. Tomó sus manos con delicadeza, observándola a los ojos.

—Dariel, hay algo que necesito hacer. Algo que he estado postergando durante demasiado tiempo... Es hora de que sepas todo sobre mí, sobre lo que viví antes de que nos conociéramos.

Los ojos de Dariel se agrandaron, sorprendida pero también agradecida por su sinceridad. Ella apretó sus manos con suavidad, dándole su apoyo.

—Estoy aquí, Rigor. Dime lo que quieras compartir conmigo.

Rigor inhaló profundamente y comenzó a hablar, abriendo las puertas de su pasado, permitiendo que Dariel viera las sombras y las luces que habían moldeado al hombre que ahora tenía frente a ella.

Rigor bajó la mirada mientras sus palabras salían con un peso que parecía arrancar pedazos de su alma.

—Desde que tengo memoria, mi vida fue un desastre. Nací en una familia templaria sumida en la pobreza absoluta. Aunque me veas como un humano, mi raza tenía la capacidad de transformarse en algo más… algo poderoso. Pero yo nunca alcancé esa forma, ni sé si alguna vez podría haberlo hecho. Supongo que eso ya no importa.

Hizo una pausa, cerrando los ojos, como si tratara de encontrar las palabras correctas para expresar su dolor.

—Cuando era niño, la pobreza nos obligó a hacer cosas que ningún niño debería hacer. Yo... vendí mi cuerpo. No porque quisiera, sino porque no tenía otra opción. Había hombres y mujeres que... me usaban de formas que prefiero no describir. Todo lo que quería era conseguir algo de dinero, aunque eso me rompiera por dentro.

Dariel apretó suavemente su mano, tratando de darle consuelo sin interrumpirlo.

—Crecí rodeado de miseria y, cuando parecí tener unos 18 años —aunque en realidad soy mucho mayor—, me volví extremista. La rabia y el odio que llevaba dentro me consumían. Decidí que no volvería a ser débil ni vulnerable. Así que me entrené como un loco, día tras día, durante una década completa.

Se detuvo y miró a Dariel a los ojos, con un dolor profundo reflejado en su mirada.

—A los 30 años, ya no era la misma persona. Me convertí en el mejor sicario de mi época, alguien que no tenía compasión ni límites. Quité incontables vidas, algunas por dinero, otras por venganza, y muchas simplemente porque era lo que sabía hacer.

Dariel tragó saliva, sintiendo el peso de sus palabras, pero no lo soltó.

—Había otros como yo... Erick, y otros nombres que no quiero recordar. Erick era mi compañero, aunque nuestra relación era más de conveniencia que de amistad. No recuerdo si fui yo quien lo mató o si fue Víctor, pero lo que sí sé es que él eligió su camino, igual que yo elegí el mío.

Rigor se pasó una mano por el rostro, cansado de cargar con esos recuerdos.

—Mi vida antes de conocerte era una oscuridad interminable. Matar era lo único que me definía, lo único que sabía hacer. Hasta que un día... decidí que ya no podía más. Dejé todo atrás, o al menos lo intenté. Pero esos fantasmas nunca desaparecen realmente, Dariel. Siguen ahí, recordándome lo que fui.

Dariel, con lágrimas en los ojos, acercó una mano a su rostro, acariciándolo con ternura.

—Rigor… no puedo imaginar el dolor que has pasado. Pero quiero que sepas que no estás solo. Yo estoy aquí, siempre estaré aquí, y no importa lo que fuiste antes. Lo que importa es quién eres ahora y quién puedes ser a mi lado.

Rigor soltó un suspiro profundo, sintiendo un peso menos sobre sus hombros. Por primera vez en mucho tiempo, se permitió ser vulnerable con alguien, y aunque el pasado no podía cambiarse, al menos ahora sabía que no tendría que enfrentarlo solo.

Rigor respiró hondo antes de continuar, aunque el comentario celoso de Dariel lo había tomado desprevenido.

—Déjame terminar, por favor —dijo con un tono más serio, queriendo retomar el hilo de la conversación.

Dariel cruzó los brazos y asintió, aunque aún lo miraba con una mezcla de curiosidad y molestia.

—Después de todo aquello —los años como sicario, los enfrentamientos y encierros—, pensé que finalmente tendría algo de paz. Pero me equivoqué. Fui reclutado por Grace, la diosa de las razas. Era una mujer... bueno, muy... eh, carismática.

Dariel alzó una ceja.

—¿Carismática? ¿Eso quiere decir hermosa, Rigor?

Rigor, con el sudor comenzando a acumularse en su frente, trató de desviar la mirada, pero al ver el rostro de Dariel decidió ser honesto.

—Bueno, sí... era muy hermosa.

Dariel se levantó de su asiento y lo señaló con un dedo, claramente irritada.

—¿¡Cómo que hermosa, Rigor!?

Rigor levantó ambas manos en señal de rendición.

—¡No, no, no! Perdón, fue un error, se me salió.

Dariel puso los ojos en blanco, aunque un leve rubor coloreaba sus mejillas.

—Bueno, por lo menos me casé contigo por amor y no por esa estupidez que te agarra a veces.

Rigor se frotó la nuca, sabiendo que no iba a ganar esa discusión. Luego se aclaró la garganta y se puso serio, retomando su historia.

—Grace me reclutó para construir la Academia Historia, la misma en la que Víctor te entrenó y en la que ahora trabajamos. Fue un proyecto monumental. Teníamos que encontrar un lugar adecuado para establecerla, y después de mucho buscar, decidí que el planeta Tierra era el lugar perfecto.

Dariel lo miró con interés, la irritación anterior dejando paso a la curiosidad.

—No solo humanos participaron en su construcción, sino también humanos mitad dragón, humanos con habilidades mágicas y otras razas que aceptaron la invitación. Fue una gran idea y, bueno, ahí tienes la Academia Historia tal como la conocemos hoy.

Hizo una pausa y miró al suelo por un momento, recordando los desafíos de esos años.

—Cuando tenía 35 años en adelante, me empezó a costar mucho administrar la academia. Había tantos problemas, tantas decisiones que tomar... Era abrumador. Pero sabía que valía la pena. Quería que fuera un lugar donde personas como yo, personas rotas o perdidas, pudieran encontrar un propósito, aprender y construir algo mejor.

Dariel, ahora más tranquila, sonrió y se acercó para tomar su mano.

—Y lo lograste, Rigor. Creaste algo increíble. Aunque seas un poco distraído a veces, no hay duda de que eres un hombre admirable.

Rigor la miró, agradecido por su apoyo, y apretó suavemente su mano.

—Gracias, Dariel. Tenerte a ti y a nuestra familia hace que todo valga la pena.

Rigor observó a Dariel, quien parecía procesar lo que acababa de escuchar.

—Tengo 40,000 años —repitió con calma—, pero físicamente aparento 40 o 41.

Dariel lo miró fijamente, como si estuviera evaluando cada palabra que decía.

—¿Cuarenta mil? ¿Cómo... cómo es posible que nunca me hayas dicho algo tan importante?

Rigor se encogió de hombros, tratando de encontrar las palabras adecuadas.

—Bueno, no es como si surgiera en una conversación normal. Además, no sabía cómo ibas a reaccionar.

Dariel frunció el ceño, claramente incrédula.

—Rigor, llevo años contigo. Si algo he aprendido es que no eres exactamente normal.

—Lo sé, lo sé —admitió él con una leve sonrisa—. Pero siempre tuve miedo de que, al saberlo, me vieras de una forma diferente, como si fuera... un monstruo o algo así.

Dariel suspiró, su expresión suavizándose.

—Nunca podría verte como un monstruo, Rigor. Me casé contigo porque, a pesar de todo, sé que tienes un buen corazón. Aunque sí me parece una locura que hayas escondido algo así.

—Es difícil hablar de esto —confesó, desviando la mirada por un instante—. Vivir tanto tiempo no siempre es algo bueno. He visto caer imperios, he perdido a muchas personas importantes, y la soledad... bueno, la soledad es una constante cuando vives tanto.

Dariel sintió un nudo en el pecho al escuchar esas palabras.

—Nunca estarás solo de nuevo, Rigor. Tienes una familia, tienes a tus hijos y... me tienes a mí.

Rigor sonrió, esa sonrisa pequeña y sincera que tanto la desarmaba.

—Gracias, Dariel. Tú eres el mejor regalo que he recibido en estos 40,000 años.

Dariel le devolvió la sonrisa, aunque pronto su mirada se volvió juguetona.

—Aunque, para que conste, no creo que alguien de 40,000 años tenga excusa para cometer errores tan tontos como los que tú haces a veces.

Rigor se quedó atónito por un momento ante el comentario.

—¿Qué? ¡Eso no es justo!

Dariel empezó a reírse, encantada con su reacción.

—Lo siento, amor, pero alguien tiene que mantener tus pies en la tierra.

Rigor la miró con una mezcla de indignación y diversión, y pronto también comenzó a reír. Ambos se dejaron llevar por la calidez del momento, sus risas llenando el espacio con una complicidad que hablaba de su amor inquebrantable.

Rigor frunció el ceño, cruzando los brazos con una sonrisa algo molesta.

—¿Viejo, dices? —dijo con tono burlón, pero con una ligera sonrisa en sus labios—. ¿Y yo con cuerpo de joven, eh? Eso no te lo voy a perdonar.

Dariel rió al ver la reacción de Rigor. Le encantaba cómo él se molestaba, pero también lo encontraba adorable.

—No te pongas así, amor. Es un cumplido. Significa que estás envejeciendo con gracia, como un buen vino.

Rigor suspiró y se rió por lo bajo, pasando una mano por su cabello.

—Ya veo, ya veo... Pero en todo caso, cuéntame tu historia, Dariel. —dijo, ahora con un tono más serio—. Quiero saber más de ti, de antes de que nos conociéramos.

Dariel lo miró por un momento, viendo la seriedad en los ojos de Rigor. Su corazón latió más rápido, pero sabía que era el momento adecuado para abrirse.

—Está bien... Pero no te rías. —respondió, sonriendo con timidez.

Tomó aire, y comenzó a contar su historia:

—Yo crecí en un lugar pequeño, en un pueblo muy alejado de la civilización. Mis padres no eran ricos, pero siempre trataban de darme lo mejor que podían. Teníamos una vida tranquila, pero a veces la pobreza era difícil de sobrellevar. A los 16 años, mis padres murieron en un accidente, y yo me vi obligada a salir adelante por mí misma. No fue fácil, tuve que aprender a cuidar de mí, pero también de los demás, porque siempre me ha gustado cuidar a quienes amo.

—A los 18 años, conocí a alguien que cambió mi vida. Un hombre que me enseñó muchas cosas... algunas buenas, algunas malas. Aprendí a luchar por lo que quería, pero también me perdí en mis propias decisiones. No me arrepiento, pero tampoco fue el camino más fácil.

—Después de eso, llegué a un punto donde me sentía perdida. No sabía quién era ni qué quería hacer con mi vida. Fue cuando conocí a Víctor, él fue quien me dio una nueva dirección. A través de él, conocí la Academia Historia y todo lo que vino después... lo que me llevó a encontrarme contigo.

Rigor escuchaba atentamente, con el rostro serio, pero con una mirada de comprensión.

—¿Y cómo te sentiste al estar sola? —preguntó, queriendo entender más de sus sentimientos.

Dariel asintió, mirando hacia el suelo por un momento antes de mirarlo nuevamente.

—Al principio, me sentí rota... pero luego entendí que estaba creciendo, aprendiendo de mis errores. Ahora sé quién soy, y todo lo que he vivido me ha llevado a ti. Y no lo cambiaría por nada.

Rigor, con una sonrisa suave, tomó su mano.

—Gracias por compartir eso conmigo, amor.

Rigor, al ver a Dariel transformarse por la influencia de Aiko, frunció el ceño con enojo, su rostro reflejando sorpresa y preocupación. La persona que amaba ya no estaba allí, reemplazada por la fría y manipuladora presencia de Aiko.

Aiko sonrió con un aire sádico mientras controlaba a Dariel, sus ojos rosados y su cabello oscuro transformados por completo. La energía en la habitación cambió instantáneamente, como si la atmósfera misma estuviera cargada de tensión.

—Vaya, qué historia tan interesante, ¿verdad? —dijo Aiko, con una voz que transmitía una mezcla de ternura y amenaza—. Esa chica sí que tiene memorias falsas. Te contaré la verdadera historia de ambos... Pero antes, dame un momento. Busca un vaso de agua y unas frituras, ¿te parece? —con una sonrisa que balanceaba entre el amor y el sadismo.

Rigor, sintiendo cómo sus músculos se tensaban por la rabia y la impotencia, intentó calmarse, aunque su interior ardía con la necesidad de liberar su furia. Sabía que Aiko no iba a dejarlo ir fácilmente, pero no podía dejar que ella tomara control completo de Dariel, la mujer a la que había jurado proteger.

—Aiko, no toques a Dariel. —dijo con voz grave, sus ojos fijos en ella—. ¡Su cuerpo no es tuyo para manipular!

Aiko lo miró con una sonrisa burlona, disfrutando de ver a Rigor tan alterado, mientras Dariel permanecía inerte, solo una sombra de la persona que amaba.

—Oh, Rigor... ¿Por qué tan serio? Estoy simplemente jugando. —Aiko se acercó lentamente a él, sus ojos brillando con malicia—. Pero te lo diré, tu amada Dariel y yo compartimos algo más que recuerdos... tenemos una conexión mucho más profunda, y ese amor tuyo no puede salvarla ahora.

La tensión creció, y Rigor no pudo evitar sentir un profundo dolor al ver a Dariel en este estado. Sin embargo, su determinación no vaciló. Iba a encontrar una forma de devolverle su libertad, de salvarla. No dejaría que Aiko destruyera lo que más amaba.

—Ya basta, Aiko. —dijo, su voz con un filo de desesperación controlada—. Lo que hagas ahora, no cambiará el hecho de que Dariel es mía, y yo no te voy a dejar ganarme.

Aiko, con una sonrisa sádica, miró a Rigor mientras continuaba con su relato, disfrutando cada momento de ver cómo él se alteraba al escucharla.

—Cállate. —Aiko levantó una mano, como si desechara cualquier intento de interrumpirla—. Te contaré mi historia. Todo comenzó cuando era una niña. Mi nacimiento fue completamente normal, o al menos eso parecía... pero lo que vino después fue todo menos normal.

Pausó, con un brillo en sus ojos, mientras su voz se volvía más fría y calculadora.

—Cuando crecí, mis padres no me cuidaron. Me abandonaron, como a muchos otros niños. Pero cuando comenzaron a ver mi potencial, la historia cambió. Los científicos me encontraron, me estudiaron, y lo peor de todo... me utilizaron como experimento. Cortaban mi cuerpo, pero mi sangre... mi sangre lo unía todo. Sobreviví a todo, a cualquier cosa que me hicieran. Como si fuera una máquina indestructible. Los soldados de New Perú me usaron como arma, y en medio de esas guerras, entre tanto estrés, algo dentro de mí se rompió.

Aiko dejó que la oscuridad de su relato se instalara en el aire mientras Rigor la escuchaba en silencio, una sensación creciente de horror invadiendo su pecho.

—Y en uno de esos combates, un militar me golpeó. Fue en ese momento cuando algo dentro de mí despertó... y así nació ella. Nació la parte de Dariel, esa parte que tú conoces, pero no es ella, no realmente. Los recuerdos de Dariel son falsos, son mi creación. Todo lo que crees saber sobre ella, todo lo que crees que es... es una mentira. Yo la creé. —Aiko dejó escapar una risa fría, mirando a Rigor con una expresión desafiante—. Y ahora, te dejo con la verdadera historia. La historia de cómo yo soy quien realmente controlaba a Dariel, y cómo sus recuerdos son solo una distorsión de lo que soy.

Rigor, temblando de rabia, no pudo evitar sentir una mezcla de asco y desesperación. Sabía que Aiko había manipulado todo, desde el principio. Sin embargo, su amor por Dariel lo mantenía firme. No podía dejar que esta mujer, con todo su poder y maldad, destruyera lo que había luchado tanto por proteger.

Con los puños apretados, Rigor dijo con voz quebrada:

—¡No! No voy a dejar que destruyas lo que es real. Dariel... Dariel es mi familia, y voy a salvarla, aunque tenga que luchar contra todo.

Aiko, con una sonrisa fría y satisfecha, observó a Rigor mientras su rostro se tornaba en una expresión de desafío. Sabía que las palabras que acababa de soltar iban a dejar una marca profunda en él, y se regocijaba en ello.

—Ya te conté la historia real. ¿Qué más quieres, Rigor? —dijo, su tono venenoso lleno de desprecio—. Si tanto te interesa, investiga por ti mismo. Pero no creas que será fácil encontrar las respuestas en este mundo.

Con un gesto de su mano, Aiko liberó a Dariel de su control, y el cuerpo de la mujer comenzó a relajarse. Sus ojos se normalizaron, y su cabello volvió a su color natural. Dariel respiró hondo, como si acabara de despertar de un largo sueño. Pero Aiko no tenía intención de permanecer mucho más tiempo allí.

—Ahora déjala en paz... —murmuró Aiko para sí misma, mientras su cuerpo comenzaba a desvanecerse. Como si se desintegrara en el aire, volvió a adentrarse en el subconsciente de Dariel, donde descansaría nuevamente, tomando control solo cuando lo deseara.

Rigor observó cómo la influencia de Aiko se desvanecía, pero no podía dejar de sentir el peso de la verdad revelada en sus palabras. La confusión y el dolor invadieron su mente. Miró a Dariel, quien lentamente volvía a la normalidad, y se acercó a ella, con una mezcla de ternura y preocupación en sus ojos.

—Dariel... —dijo, con voz suave, mientras tomaba su mano—. No te preocupes, todo estará bien. Lo que sea que Aiko haya dicho, no cambia lo que somos el uno para el otro. Yo te protegeré, siempre.

Aunque Dariel aún parecía atónita por lo sucedido, algo en su interior le decía que debía confiar en Rigor. Juntos, enfrentarían cualquier verdad y cualquier enemigo que viniera, sin importar cuán difícil fuera.

Rigor, con la determinación firme en su rostro, sabía que la batalla con Aiko y las sombras del pasado no había terminado. Pero por ahora, lo único que le importaba era estar junto a Dariel, apoyándola en cada paso de la recuperación.

En el subconsciente de Dariel, una voz familiar y fría se hizo escuchar. Era Aiko, que todavía no había dejado de tejer sus pensamientos en la mente de Dariel, aunque en apariencia estuviera controlando su cuerpo.

—¿Qué estás haciendo, Aiko? —preguntó Dariel, su voz temblando de preocupación y confusión.

Aiko, con una sonrisa sutil que solo existía en la mente de Dariel, respondió en un tono casi juguetón, pero cargado de malicia.

—Sabes, te dejé vivir una vida normal durante todo este tiempo por una razón. —su voz resonaba con un tono frío y calculador—. Lo hice para este momento, para que cuando llegue el día, pueda tener nueva sangre y volver a ser más poderosa. Tu esposo... es casi lo más cercano a algo divino. No voy a mentir, le tengo algo de respeto, incluso un poco de amor. Pero, sobre todo, lo respeto, porque me recuerda a ese sargento que me entrenó. Es una lástima que sigas tan ciega a todo esto, pero al menos te lo he dicho ahora.

Dariel sentía un nudo en el estómago, su mente luchaba por comprender las palabras de Aiko. Sabía que Aiko estaba manipulando la situación, pero escuchar esas palabras tan cargadas de intenciones ocultas la hacía sentir vulnerable.

—¿Por qué? ¿Por qué lo haces? —murmuró Dariel, intentando aferrarse a algo de claridad, mientras sentía cómo Aiko la arrastraba nuevamente hacia las sombras del control.

—Porque siempre he sido una estratega, Dariel. Siempre he esperado el momento adecuado. Y este momento, es el mío. A ti te he dejado vivir tranquila... pero a él, tu esposo... él es lo que necesito. —Aiko continuó, su tono ahora cargado de algo más sombrío—. Todo esto es parte de mi plan. El poder nunca es suficiente, y tú... eres solo un peón en el tablero.

Aunque la presencia de Aiko en el subconsciente de Dariel parecía omnipresente, Dariel aún mantenía algo de su voluntad. Aun cuando Aiko lo manipulaba todo, su amor por Rigor le daba fuerzas para resistir.

—No voy a dejar que lo hagas, Aiko... —dijo Dariel, con firmeza, aunque su voz temblara por dentro.

Aiko, que percibió la resistencia de Dariel, dejó escapar una risa bajo y maliciosa.

—Veremos... —fue lo último que dijo antes de desvanecerse nuevamente en las profundidades del subconsciente de Dariel, dejando a su cuerpo y mente atrapados entre la realidad y las sombras.

Rigor, después de un largo día, se rascó la cabeza cansado y se dio cuenta de que Dariel ya había vuelto en sí. La miró con una mezcla de preocupación y amor.

—¿Te sientes mejor? —preguntó, su tono suave, mientras observaba los ojos de Dariel, buscando señales de que todo estuviera bien.

Dariel asintió lentamente, con una ligera sonrisa en su rostro.

—Sí... solo un poco cansada. Me voy a acostar. —respondió, agotada por todo lo que había pasado, tanto emocional como físicamente.

Rigor observó cómo Dariel se retiraba hacia la habitación y, aunque estaba cansado, no podía dejar de pensar en las palabras de Aiko. En las últimas horas, algo había cambiado en él, algo que le decía que necesitaba saber más sobre esa mujer, sobre su pasado, para poder comprender mejor lo que estaba sucediendo.

Cuando la casa quedó en silencio y todos se habían acomodado para descansar, Rigor decidió levantarse y dirigirse al estudio. La oscuridad de la noche parecía envolverlo todo, pero no le importaba. Se acercó a una de las estanterías más ocultas, donde había guardado pergaminos antiguos, aquellos que contenían conocimientos sobre el tiempo y sus alteraciones. Era una parte de su vida que rara vez usaba, pero hoy sabía que era lo único que podría darle la respuesta que tanto buscaba.

Con cuidado, comenzó a sacar uno de los pergaminos temporales. Estos pergaminos le permitían ver a través del tiempo, ver eventos pasados y descubrir secretos ocultos en las sombras de la historia. Mientras desenrollaba el pergamino y concentraba su poder, la habitación se llenó de un resplandor suave, azul y plateado, como si la misma esencia del tiempo estuviera despertando.

Poco a poco, imágenes de Aiko comenzaron a formarse ante él. Vio escenas que lo dejaron helado: desde su niñez, en un ambiente cruel y violento, hasta los momentos en los que fue utilizada como arma por los científicos. Rigor observó cada uno de los momentos oscuros de su vida, cómo se había formado en un ser lleno de poder y dolor. Las palabras de Aiko eran ciertas, todo encajaba.

Rigor no pudo evitar soltar un suspiro profundo, el peso de la verdad cayendo sobre sus hombros. Sabía que, de alguna manera, todo esto estaba conectado, y que lo que había sucedido con Aiko no era un simple juego. Había mucho más en juego de lo que había imaginado.

Se quedó mirando los pergaminos, sintiendo la oscuridad y el sufrimiento de Aiko resonando en su mente. Finalmente, dejó de investigar y cerró el pergamino con lentitud. Era más que una simple investigación. Era una revelación. Ahora, tenía claro que la historia de Aiko, sus recuerdos y su dolor, estaban profundamente entrelazados con su propio destino y el de Dariel.

Con un suspiro, Rigor se levantó de la silla, consciente de que las cosas se complicarían más. Aiko no era solo una amenaza, era una pieza fundamental en una historia mucho mayor.

Rigor guardó el pergamino con cuidado, mirando la habitación oscura que lo rodeaba. Sus pensamientos estaban en conflicto, como si una tormenta interna no pudiera ser apaciguada. Se quedó un momento en silencio, sintiendo el peso de todo lo que había descubierto sobre Aiko y el destino que los unía.

—¿Qué cosas hubiera hecho para mejorar todo...? —murmuró en voz baja, como si las palabras pudieran ayudar a entender lo que acababa de ver.

Sus ojos se enfocaron en el techo, pero su mente no estaba allí, sino en el pasado, en las decisiones que había tomado y en cómo esas decisiones lo habían llevado hasta ese momento. La historia de Aiko, su sufrimiento, las vidas que se habían cruzado en su camino… todo eso le daba vueltas en la cabeza. Cada uno de esos fragmentos de vida que había visto en el pergamino se entrelazaba con su propia historia, como un hilo invisible que los unía de una manera que no podía ignorar.

"¿Hubiera podido detenerla antes de que todo llegara tan lejos?" pensó, cerrando los ojos con frustración. "¿Hubiera podido evitar que todo esto sucediera si hubiera tomado otro camino?"

Rigor se levantó lentamente, mirando los pergaminos con una expresión seria. Las respuestas no llegaban fácilmente. Sabía que no podía cambiar el pasado, pero aún sentía el peso de no haber hecho lo suficiente en su momento. Tal vez había sido demasiado cauteloso, o tal vez había dejado que las circunstancias lo arrastraran sin cuestionar lo que realmente estaba en juego.

Suspiró de nuevo, más profundo esta vez.

—A veces, siento que todo lo que he hecho ha sido insuficiente... —se dijo, aunque sabía que no podía permitirse pensar así mucho tiempo. Dariel, sus amigos, todos necesitaban de él ahora más que nunca.

Rigor salió del estudio y caminó hacia la habitación donde Dariel dormía. Sabía que tenía que seguir adelante, que no podía seguir pensando en lo que podría haber sido. El futuro estaba allí, esperando ser escrito, y era su deber asegurarse de que este no fuera un ciclo que se repitiera.

Con una expresión decidida, se acercó a la cama de Dariel, se sentó junto a ella y observó su rostro sereno mientras dormía. La tranquilidad en ella lo tranquilizó un poco también. Sabía que su esposa estaba pasando por mucho, pero también entendía que solo juntos podrían enfrentar lo que estaba por venir.

—Lo haré mejor. —susurró, tomando la mano de Dariel, con la determinación de no dejar que el pasado lo definiera.

Rigor abrazó a Dariel con suavidad pero con la firmeza de alguien que había luchado muchas batallas, alguien que necesitaba ese refugio en ese momento. La apretó contra su pecho, como si ella fuera la única ancla en un mar agitado de pensamientos y emociones encontradas. Cerró los ojos por un instante, disfrutando de la calidez de su cuerpo, de la suavidad de su respiración mientras dormía tranquilamente.

Por un momento, todo el peso de sus preocupaciones y dilemas desapareció. En ese abrazo, en esa cercanía, Rigor sintió que podía hallar algo de paz, un pequeño respiro en medio de todo lo que estaba ocurriendo. El mundo exterior parecía desvanecerse y solo existían él y Dariel, allí, en ese espacio seguro que solo se encontraba en sus brazos.

"Te protegeré", pensó, sintiendo su corazón latir con fuerza. "Lo prometo."

Con esa promesa en mente, siguió abrazándola, envolviendo su cuerpo con sus brazos, buscando en ella esa fuerza que tanto necesitaba. Mientras la rodeaba, la sensación de estar juntos, de no estar solo, le dio una paz que no había experimentado en mucho tiempo. Y aunque sabía que los desafíos seguirían, en ese momento, todo lo que importaba era ella, y el amor que compartían.

Rigor susurró, casi en un murmullo:

—Descansa, amor... todo estará bien.

Poco a poco, Rigor dejó que el cansancio lo envolviera mientras seguía abrazando a Dariel. Sus pensamientos se suavizaron, y el peso de todo lo que había pasado durante el día desapareció en la quietud de la noche. La calidez de su cuerpo contra el suyo, el suave ritmo de su respiración, lo arrullaron, y sus propios ojos se cerraron lentamente.

En ese momento, en la tranquilidad de la oscuridad, Rigor se permitió descansar. Por fin, el sueño lo alcanzó, y todo lo que quedaba era el refugio del abrazo, el amor que compartían y el consuelo de saber que, al menos por esa noche, estaba a salvo. Ambos dormían en la paz que solo el amor verdadero podía proporcionar, dejando que el tiempo, por fin, les otorgara un respiro.

El mundo exterior seguía girando, pero en ese rincón del universo, Rigor y Dariel encontraron la calma.

Fin.