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Chapter 38 - Episodio 38: Lo único en mi.

En una pequeña y tranquila ciudad, Dariel caminaba por el mercado local, llevando una cesta de mimbre en una mano mientras seleccionaba cuidadosamente los ingredientes frescos para el desayuno de mañana. Su rostro estaba iluminado por una sonrisa tranquila, disfrutando del bullicio del mercado y el aroma de las frutas y verduras frescas que llenaban el aire. Era una mañana soleada, perfecta para las compras.

La esposa de Rigor, conocida por su amabilidad y carácter sereno, inspeccionaba atentamente los productos en cada puesto. "Esto será perfecto para las tortillas," murmuró para sí misma mientras tomaba un manojo de cilantro fresco y lo colocaba en su cesta. La mujer se movía con gracia, intercambiando algunas palabras amistosas con los vendedores, quienes la saludaban con respeto.

Mientras tanto, Rigor estaba en su trabajo. La oficina estaba llena de actividad, con papeles y documentos apilados en su escritorio. Él, con su usual postura firme pero relajada, revisaba informes y atendía a los demás empleados. Su mente, sin embargo, estaba parcialmente en casa, imaginando el desayuno que seguramente lo esperaría al día siguiente. "Espero que no se olviden de los huevos," pensó con una ligera sonrisa.

En el patio de entrenamiento de su hogar, los hijos de Rigor estaban concentrados en mejorar sus habilidades. Los dos jóvenes, llenos de energía y determinación, practicaban sus movimientos con precisión. El mayor, con una espada de madera en la mano, ejecutaba cortes rápidos y ágiles. Su hermano menor, más inclinado hacia las técnicas defensivas, trabajaba en bloquear los ataques con un escudo improvisado.

"¡Vamos, tienes que hacerlo mejor que eso si quieres ganarme!" exclamó el mayor, desafiando a su hermano con una sonrisa competitiva.

"¡Ya verás, no me subestimes!" respondió el menor mientras se lanzaba hacia adelante con un ataque sorpresa.

Desde una distancia, un tutor observaba el entrenamiento, asegurándose de que los jóvenes aprendieran tanto la técnica como el control. "Recuerden, la disciplina es tan importante como la fuerza. Cada movimiento cuenta," les recordó.

La familia de Rigor, aunque separada por las responsabilidades del día, estaba conectada por la rutina y el propósito. Cada uno, desde Dariel en el mercado hasta los hijos en el campo de entrenamiento, trabajaba en armonía para mantener la vida en su hogar llena de calidez y unión. El próximo desayuno prometía ser no solo delicioso, sino también un momento para compartir y reforzar los lazos que los unían.

Dariel caminaba con paso tranquilo hacia su hogar, la cesta llena de productos frescos en una mano. A medida que avanzaba por el sendero arbolado, un leve dolor de cabeza comenzaba a manifestarse, un latido sordo que le hacía cerrar los ojos por un momento y suspirar. Se detuvo un instante, colocando la mano libre sobre su frente, intentando calmar la incomodidad.

"Otra vez este dolor..." murmuró para sí misma, su voz apenas audible entre el susurro del viento y el crujir de las hojas bajo sus pies. "Desde la muerte de Sam, esto se ha vuelto frecuente." Sus pensamientos comenzaron a divagar, recordando aquel fatídico día.

Sam, un aliado y amigo cercano, había caído en una batalla devastadora. Pero lo que más pesaba en Dariel era la decisión que había tomado después: usando un antiguo y arriesgado ritual, había convertido a Sam en una raza adaptadora, una especie capaz de regenerarse y transformarse para sobrevivir en cualquier ambiente. Aunque había logrado salvar algo de su esencia, Sam ya no era el mismo, y la carga emocional de aquella decisión aún la perseguía.

"¿Será por eso? ¿Por haber alterado su existencia de esa forma?" Dariel se preguntaba mientras seguía su camino, ahora más lento. Los dolores parecían un recordatorio constante de la conexión que había creado entre ambos. Sabía que la magia utilizada no solo había cambiado a Sam, sino que también había dejado una marca en ella misma, un vínculo profundo y complicado que aún no comprendía del todo.

A medida que las jaquecas se intensificaban, Dariel hizo una pausa más larga, apoyándose contra el tronco de un árbol cercano. Cerró los ojos, respirando profundamente, intentando calmarse. Su mente, sin embargo, no le daba tregua. Las palabras de aquel ritual resonaban en sus recuerdos, cargadas de poder y peso.

Finalmente, levantó la mirada, decidida a no dejarse vencer por esos pensamientos oscuros. "Sam sigue ahí, de alguna forma. Tengo que confiar en que lo que hice fue lo correcto. Pero tal vez... debería investigar más sobre lo que realmente implica ser un adaptador."

Con ese pensamiento en mente, Dariel retomó su camino hacia casa, el leve dolor aún presente pero acompañado ahora de una chispa de determinación. Si había algo que podía hacer para entender mejor las consecuencias de su decisión, lo haría, tanto por ella como por el recuerdo de Sam.

Dariel llegó a casa, su rostro reflejando el cansancio acumulado no solo por el esfuerzo físico del día, sino también por el peso de sus pensamientos. Cerró la puerta detrás de ella y dejó las compras sobre la mesa con cuidado. Suspiró profundamente mientras murmuraba: "Necesito descansar..."

Sin embargo, algo extraño comenzó a ocurrir. Sus ojos, que normalmente tenían un tono cálido, empezaron a brillar tenuemente, un destello que parecía surgir desde lo más profundo de su ser. Dariel no lo notó al principio, pero pronto una sensación desconocida, como un hormigueo helado, comenzó a extenderse por su cuerpo. Sus manos temblaron mientras las llevaba a su cabeza, intentando sofocar un dolor punzante que ahora era más intenso que nunca.

"¿Qué... qué está pasando?" logró decir con voz quebrada, antes de que un cambio drástico la interrumpiera.

Su cabello comenzó a cambiar de color, transformándose en un tono completamente diferente, mientras sus ojos pasaban a un color oscuro y penetrante. Su postura se enderezó de forma casi antinatural, y su respiración se volvió controlada y fría. Era como si un nuevo ser hubiera despertado dentro de ella, tomando el control por completo.

Dariel se miró las manos, pero no era realmente ella quien las observaba ahora. Una sonrisa siniestra apareció en su rostro, una que nunca le había pertenecido. Una voz, distinta a la suya, resonó en su mente, como un eco surgido de lo más profundo: "Así que este es el cuerpo que me diste... Dariel."

Aquella presencia, que se hacía llamar Aiko, no era simplemente una segunda personalidad. Era el resultado de los fragmentos de culpa, energía oscura y las consecuencias imprevistas del ritual que había realizado para salvar a Sam. Aiko era la encarnación de su error, una entidad nacida del desequilibrio mágico y emocional que Dariel había dejado sin resolver.

"Ahora que estoy aquí, no pienso desaparecer tan fácilmente," dijo Aiko en voz alta, con un tono que mezclaba burla y amenaza. Se acercó al espejo más cercano, mirando su reflejo con interés, casi como si evaluara su nuevo hogar.

Aunque Aiko estaba al mando, Dariel no estaba completamente ausente. Desde lo profundo de su mente, podía sentir, ver y escuchar todo, pero estaba atrapada, incapaz de controlar su cuerpo. Intentó gritar, pero su voz no alcanzaba el exterior. En cambio, Aiko respondió, como si pudiera oírla: "No te preocupes, querida. No destruiré todo... aún."

Con cada segundo que pasaba, Aiko parecía fortalecerse más. ¿Qué significaría esto para Dariel y su familia? Y lo más importante, ¿habría una forma de recuperar el control antes de que Aiko hiciera algo irreversible?

Rigor llegó a casa tras un largo día de trabajo, cargando el cansancio en los hombros, pero con una sonrisa al saber que vería a su esposa. Abrió la puerta, dejando sus cosas a un lado, y notó el cambio inmediato en Dariel. Su cabello tenía un color diferente, y su postura parecía más rígida, como si algo en su aura hubiera cambiado.

"¿Te pintaste el pelo, amor?" preguntó con una sonrisa mientras se acercaba para darle un beso.

Sin embargo, antes de que pudiera siquiera rozarla, Dariel —o más bien, Aiko— levantó su mano y, con un movimiento brutal, le dio un golpe directo al pecho. La fuerza del impacto fue tal que Rigor salió disparado hacia el sofá, hundiéndose entre los cojines y haciendo que estos volaran por el aire.

"¿Qué te crees, cabrón?" espetó Aiko con una voz cargada de desprecio y arrogancia. Su mirada era fría, y sus ojos brillaban con un tono oscuro que Rigor nunca había visto en Dariel.

Rigor se levantó lentamente, frotándose el pecho donde había recibido el golpe. A pesar del dolor, su preocupación no era por el ataque, sino por lo que estaba viendo en su esposa. Sus ojos se entrecerraron, intentando comprender la situación.

"Dariel... ¿qué está pasando? ¿Quién eres realmente ahora?" preguntó con un tono serio, dejando atrás la calidez habitual que solía tener con ella.

Aiko soltó una carcajada seca, cruzando los brazos mientras lo miraba de arriba abajo. "Dariel no está disponible en este momento, cariño. Ahora soy Aiko, y créeme, no soy tan... dócil como ella."

Rigor apretó los puños y se levantó del sofá, con el ceño fruncido. "No sé quién o qué seas, pero este no es tu cuerpo. Dariel es mi esposa, y haré lo que sea necesario para traerla de vuelta."

Aiko sonrió con malicia, inclinándose ligeramente hacia él, como si lo desafiara. "¿Ah, sí? Me encantaría ver cómo intentas hacerlo. Pero te advierto... yo no soy tan fácil de controlar."

La tensión en la habitación era palpable, como si el aire se hubiera vuelto más pesado. Ambos sabían que este no sería un enfrentamiento sencillo, ni físico ni emocional. Rigor debía encontrar una manera de llegar a Dariel sin dañar su cuerpo, pero Aiko no se lo pondría nada fácil.

La tensión en el aire era palpable. El sonido de los golpes resonaba por toda la casa, y el estruendo que siguió al impacto de Aiko contra la pared retumbó como un eco, atravesando las estructuras de la casa. Rigor, con su rostro endurecido por la concentración y el dolor, observó cómo Aiko se levantaba, el brillo rosado en sus ojos como una advertencia mortal.

Aiko, sonriendo con una mezcla de satisfacción y burla, se puso de pie. Sus movimientos eran ágiles, casi como si el cuerpo de Dariel fuera una extensión de su propia voluntad, pero su poder y furia desbordaban de una manera inquietante. "¿Ves?" dijo en voz baja, casi susurrante, mientras su cabello cambiaba de color como un reflejo de su naturaleza oscura. "El cuerpo de tu esposa ya no es tuyo. Ya no hay nada de Dariel aquí."

Rigor, con la mandíbula apretada, no dejó que el miedo se apoderara de él. A pesar de que los efectos del golpe lo habían dejado débil por un instante, su alma de guerrero seguía intacta. "No tienes idea de lo que estás desatando..." musitó, sus ojos reflejando una intensidad de fuego y determinación. "Dariel es la persona más fuerte que he conocido... y no voy a permitir que te apoderes de su cuerpo."

Sin embargo, el poder de Aiko no era algo que pudiera ser ignorado. La mujer de ojos rosados levantó sus manos hacia él, una energía oscura y violenta formándose entre sus dedos, como si el aire mismo se estuviera corroyendo a su alrededor. "Este cuerpo ya no me pertenece a ti, Rigor." La voz de Aiko estaba cargada de una furia incontrolable, casi como si las mismas fuerzas de la naturaleza la estuvieran impulsando.

Rigor intentó adelantarse, pero la rapidez con la que Aiko actuó lo sorprendió. En un solo movimiento, ella extendió sus manos, creando una esfera de sangre comprimida. "¡Sufre!" gritó, y antes de que Rigor pudiera esquivar, un disparo de sangre a presión salió disparado a toda velocidad, como un proyectil mortal. El impacto fue tan devastador que la presión del golpe perforó su abdomen, arrancando un grito ahogado de sus labios.

La sangre brotó de su boca con la violencia de un torrente, mientras el dolor lo atravesaba con una intensidad indescriptible. El impacto lo lanzó hacia atrás, chocando contra la pared con tal fuerza que la estructura de la casa tembló. Rigor cayó de rodillas, su cuerpo tembloroso, pero su voluntad seguía intacta. "Aiko..." murmuró, mirando la figura de su esposa poseída, su voz teñida con dolor, pero también con determinación. "No dejaré que te lleves esto... no dejaré que tomes lo que es nuestro."

La escena era como una batalla entre el amor y la destrucción, un conflicto desgarrador que iba más allá de lo físico. Cada golpe que daban, cada impacto que recibían, no solo los desgarraba a ellos, sino también la realidad misma en que se encontraban. Rigor sabía que esto no era solo una pelea por el cuerpo de Dariel, sino una lucha por el alma de la mujer que amaba.

Aiko, por su parte, observó el sufrimiento de Rigor con una sonrisa cruel en su rostro. Su poder era ahora absoluto, y sentía que cada momento la acercaba más a la victoria. "¿Crees que puedes salvarla? ¿Crees que aún queda algo de ella aquí?" Las palabras salían de su boca con una suavidad venenosa, como si quisiera terminar con él con solo hablar.

Pero Rigor, a pesar de la sangre que aún manchaba sus labios y la herida que lo debilitaba, levantó la vista hacia ella. "Sí... sí creo que puedo." La mirada en sus ojos era la de un hombre que no se rendiría, sin importar cuán abrumado estuviera.

La batalla entre ellos continuaba, una batalla que parecía más una lucha por el alma de Dariel que por la victoria física. La casa seguía siendo testigo de este duelo desgarrador, mientras las emociones y los poderes chocaban con una violencia inusitada.

Aiko, con una sonrisa cruel y despectiva, observó a Rigor que aún estaba de rodillas, con la sangre que brotaba de su herida como un testamento de la brutalidad de su poder. Su mirada era fría, calculadora, y cargada de una arrogancia que emanaba de cada uno de sus movimientos. "No sabes nada de la historia de la mocosa de este cuerpo, Rigor..." dijo con voz baja, casi un susurro venenoso, mientras sus ojos brillaban con un fulgor rosado, indicio de la magia oscura que controlaba. "Así que no me importa ni el amor ni la lealtad que sientas por ella. Lo único que queda es el poder. Y el poder no entiende de sentimientos."

Sin perder tiempo, escupió con desprecio a la cara de Rigor, un gesto lleno de desprecio, como si lo estuviera humillando a propósito. La saliva caía sobre su rostro, pero la expresión de Rigor no cambió, ni siquiera cuando la rabia comenzaba a hervir en su interior. Aiko estaba jugando con él, pero él sabía que no podía dejar que la situación se descontrolara.

"Lo que haces no tiene sentido... no eres ella." murmuró Rigor, sin aliento, mientras observaba cómo Aiko manipulaba su sangre con una precisión espantosa, como si todo su ser fuera un instrumento a su disposición. Podía sentir el dolor punzante que se extendía por su cuerpo, pero mantenía su mente enfocada. "No dejes que todo esto te consuma... Dariel está aquí, en tu corazón."

Sin embargo, Aiko no le prestaba atención. De manera inhumana, controló con destreza la sangre de Rigor, extendiéndola en finos hilos que brillaban como dagas invisibles. En un movimiento rapidísimo, la sangre se dirigió hacia un nervio vital en el costado de Rigor. Un suspiro de concentración, y la presión sobre el nervio fue insoportable.

El dolor se desató en su cuerpo, como una llamarada en sus entrañas. "¡ARGH!" Rigor gritó, su rostro distorsionado por el sufrimiento. Aiko no se detuvo; la sangre perforó el nervio con una precisión letal, y la hemorragia aumentó, provocando que la herida sangrara con una fuerza mucho mayor, más grave, más peligrosa.

La sensación de ardor y hormigueo lo invadió, cada respiración se volvía más difícil mientras la sangre continuaba drenándose de su cuerpo, y el dolor se transformaba en una agonía insoportable. Rigor sintió como si su propio cuerpo estuviera cediendo ante la fuerza de Aiko. "Es tan fácil hacerte sufrir, Rigor... Creías que podías salvar a la mocosa, pero ya es demasiado tarde." la voz de Aiko resonó en sus oídos, cargada de esa seguridad macabra que solo alguien con su poder podía tener.

A pesar del dolor, algo despertó dentro de Rigor. La rabia. La voluntad de luchar. "No... No voy a rendirme." gruñó, cada palabra impregnada de una determinación férrea. Su mente y su corazón se enfocaron en algo: en Dariel, en el amor que sentía por ella, en la razón por la cual no podía rendirse. "Tú... no eres Dariel. Y nunca lo serás."

Aiko lo miró fijamente, sus ojos rosados brillando de una forma desquiciada. "Veremos cuánto aguantas, Rigor..." La sonrisa de Aiko se ensanchó, una sonrisa de victoria, como si ya hubiera ganado. Pero Rigor sabía que aún no todo estaba perdido. Aunque su cuerpo estuviera al borde de ceder, su voluntad no lo haría.

Pero el tiempo estaba en su contra, y la lucha por salvar a Dariel de la oscuridad que la consumía no había hecho más que comenzar.

Rigor, en medio del dolor y la furia, sintió como si toda su esencia se incendiara. El poder de su raza templaria, algo que solo se podía desatar en momentos de desesperación extrema, comenzó a recorrer su cuerpo. Una energía mística, que solo aquellos de su linaje podían invocar, se acumuló en sus venas como si el propio cielo estuviera temblando ante el despertar de su furia.

"¡Te lo advertí!" rugió, su voz resonando como un trueno, tan potente y devastadora que las paredes parecieron temblar con cada palabra. "Te di una última oportunidad de irte. Y la arruinaste. ¡Seas lo que seas, acabaré contigo!"

Su cuerpo se elevó, la energía templaria envolviéndolo en una esfera de luz cegadora, mientras su ser se regeneraba rápidamente. Las heridas, las perforaciones de la sangre, todo el sufrimiento se disipó en el aire, reemplazado por una fuerza incontenible. La ira de Rigor era ahora su aliada, y el control sobre su poder lo hacía imparable.

Con un movimiento veloz y calculado, Rigor avanzó hacia Aiko. Sus ojos brillaban con furia, pero también con una precisión mortífera, propia de su linaje. Sabía lo que tenía que hacer. "¡No voy a dejar que sigas con esta farsa!" su voz retumbó con determinación, y sin pensarlo dos veces, se lanzó a atacar.

Rigor no tenía espacio para la duda, ni para la misericordia. Los puntos cardinales de Aiko, esos lugares en su cuerpo que, al ser golpeados con la suficiente precisión, podían desactivar sus habilidades y reducirla a una víctima vulnerable, se convirtieron en su objetivo. Sabía que solo un golpe bien dado podría acabar con la amenaza que representaba la entidad que había poseído a su amada Dariel.

Con una rapidez que solo su raza templaria podía otorgarle, Rigor ejecutó un ataque devastador. Cada golpe estaba lleno de una precisión mortal, su puño y su pie chocando contra Aiko con tal fuerza que el aire a su alrededor se comprimió, creando ondas de choque que derrumbaban el suelo y hacían temblar las estructuras cercanas. El primero golpeó el corazón de Aiko, el segundo a su cabeza, el tercero hacia su abdomen, donde su energía vital estaba concentrada.

Aiko, sorprendida por la fuerza y la velocidad de los ataques, intentó defenderse, pero Rigor estaba en un estado de total furia. "¡Este es el final!" gritó, mientras su energía explotaba en una onda destructiva alrededor de él.

El poder de la raza templaria se desató en toda su magnitud, aniquilando todo lo que tocaba. La furia de Rigor no se detenía, y sus golpes se volvían más letales, más despiadados. No pensaba en nada más que en derrotar a la amenaza, aunque a un costo muy alto. Las ruinas del lugar comenzaban a desmoronarse, pero a Rigor no le importaba. La ira era su única motivación.

Por un momento, el caos parecía haber alcanzado su cúspide. "¡Este es tu destino!" vociferó, mientras sus manos y sus pies golpeaban con fuerza a Aiko, buscando despojarla de su control sobre el cuerpo de Dariel.

Pero a medida que la furia de Rigor avanzaba, una sombra de duda empezó a invadir su mente. Estaba tan enfocado en la batalla, tan cegado por la ira, que había olvidado algo crucial: Aiko no era Dariel. Y sus acciones, impulsadas por la furia, podrían destruir todo lo que había jurado proteger. Pero era demasiado tarde para detenerse.

Aiko, con una astucia que sólo alguien con su habilidad para manipular la sangre podría tener, reaccionó a la ferocidad de los golpes de Rigor. Al ver que sus defensas se desplomaban bajo la fuerza de su ira, la sangre que había controlado para endurecer su cuerpo se transformó en una armadura sólida, cubriéndola de los impactos directos. La armadura sanguínea resistió, pero los golpes de Rigor eran tan intensos que aún así el dolor se filtraba a través de ella, cada golpe con más fuerza que el anterior.

"¿Crees que con eso puedes detenerme?" Aiko murmuró con una sonrisa sádica, pero algo en su mirada mostraba que sentía la presión. Ella tenía que hacer algo o sucumbir al poder destructivo de Rigor.

Sin perder tiempo, Aiko utilizó su habilidad con la sangre para contrarrestar el siguiente golpe de Rigor. De un movimiento rápido, manipuló la sangre de su propia herida para generar un golpe de contrataque, intentando bajar la fuerza de Rigor, pero él, impulsado por la furia de su raza templaria, la enfrentó con una ferocidad aún mayor.

"¡No me subestimes!" rugió, su poder desbordando cada rincón del campo de batalla. Rigor, sin pensarlo, liberó su energía en un estallido de fuerza. Utilizando su enorme poder, logró romper la defensa de Aiko, y en un instante, deshizo su resistencia. Se liberó de su intento de control y, con una velocidad brutal, se lanzó contra ella.

Con un golpe certero, Rigor impactó con su puño en el plexo solar de Aiko. La precisión y la fuerza de su ataque fueron tan abrumadoras que Aiko sintió como si toda la energía vital fuera arrancada de su cuerpo. La onda de choque del golpe se amplificó dentro de ella, dañando cada fibra de su ser. El dolor era insoportable, pero aún más lo fue lo siguiente: la brutal fuerza de Rigor la empujó hacia atrás y la lanzó contra un muro, el impacto provocando que Aiko vomitara sangre, perdiendo parcialmente el control de su cuerpo.

El suelo tembló bajo la presión de ambos, y el aire quedó cargado con la violencia de la pelea. Aiko, de rodillas, trataba de recomponerse, pero estaba a punto de desmayarse. Su cuerpo sangraba por varios puntos, y su respiración era entrecortada, mientras su rostro se distorsionaba por el dolor.

Rigor, sin embargo, no se detuvo. Su respiración era pesada, pero su ira no parecía disminuir. "¡Eso es solo el principio!" rugió, su voz llena de furia. Sabía que Aiko no era Dariel, pero no podía evitar el hecho de que su amada estaba siendo utilizada como un títere por una fuerza maligna, y eso lo cegaba aún más.

El combate entre ambos estaba llegando a su punto más crítico, y la furia de Rigor no parecía tener límites. Cada golpe de él era una condena, una sentencia de destrucción para Aiko. Sin embargo, en su interior, en lo profundo de su ser, algo seguía luchando contra la ira que lo consumía... algo que podría ponerlo en un peligro aún mayor si no se detenía.

Aiko, antes de desmayarse, miró a Rigor con una sonrisa extraña, una mezcla de fascinación y algo sádico. A pesar de la brutalidad de los golpes, había algo en la manera en que él la atacó que la atrajo, algo oscuro y peligroso que la emocionaba. Pero antes de que pudiera decir algo más, su cuerpo cedió y cayó al suelo, desmayada. Al instante, el cuerpo de Dariel volvió a su estado original, su cabello regresó a su color natural y sus ojos azules brillaron de nuevo, una calma que reflejaba la paz que había sido restablecida, aunque sólo momentáneamente.

Rigor se quedó mirándola por un momento, respirando pesadamente. El dolor en su cuerpo era insoportable. Había usado demasiada energía, y a pesar de haberse regenerado parcialmente, el desgaste físico lo estaba afectando. Las heridas que había sufrido durante la pelea aún le ardían, y la sensación de vulnerabilidad le caló hondo.

Sintió que el miedo comenzaba a invadirlo, algo que rara vez experimentaba. "¿Y si no me recupero esta vez?" pensó, el miedo a la muerte acechando en su mente. Estaba curado, sí, pero el dolor seguía allí, desgarrante y opresivo. Cada músculo de su cuerpo parecía arder, como si la pelea misma lo hubiera desgastado de maneras que no podía comprender.

Se dejó caer al suelo, apoyándose en sus manos mientras intentaba calmar su respiración, tratando de recobrar el control de sí mismo. Aunque su raza templaria le daba una regeneración impresionante, los límites de su resistencia también eran claros. Y ahora, después de todo, se preguntaba si sus propios límites habían sido sobrepasados.

"¿Cómo pude llegar a este punto?" musitó para sí mismo, mirando las cicatrices y las heridas que aún ardían en su cuerpo. Estaba acostumbrado a la batalla, pero nunca antes había sentido esta clase de agobio, este dolor tan penetrante. Y a pesar de todo lo que había hecho, de todo el poder que había desatado, algo dentro de él le decía que aún no había terminado.

El miedo a la muerte seguía latente, pero lo empujó hacia un nuevo tipo de determinación. Aunque estaba herido, aunque su cuerpo gritaba de dolor, no podía ceder. No podía permitir que la amenaza de Aiko, o cualquier otro enemigo, lo derrotara. Y a pesar de que su cuerpo le pedía descanso, sabía que debía seguir adelante.

El destino de su familia, de Dariel, de todo lo que amaba, estaba en juego. Y aunque en este momento parecía tan frágil, la lucha nunca se detendría.

Rigor, aún sentado en el suelo y luchando contra el dolor que le recorría el cuerpo, dirigió su mirada hacia Dariel, quien yacía inconsciente frente a él. Aunque su propio sufrimiento era evidente, no podía permitirse dejarla así. La prioridad era ella, su amada, la razón de su lucha. Su cuerpo temblaba con cada movimiento, pero la determinación brillaba en sus ojos.

Con esfuerzo, se levantó y se acercó a Dariel. Sus manos, aunque temblorosas, comenzaron a brillar con una tenue energía púrpura, un poder que aún le quedaba. "Tienes que resistir, Dariel. No te dejaré caer..." murmuró, concentrándose en sanar las heridas que había sufrido durante el enfrentamiento.

Pasó sus manos por su frente, sus brazos y su abdomen, cerrando pequeñas heridas y restaurando su energía vital. Aunque sabía que Aiko había causado estragos en su interior, estaba determinado a estabilizarla lo mejor posible. La conexión entre ellos era tan fuerte que parecía alimentar su propia voluntad de seguir adelante. "Te prometí que siempre te protegería... y lo haré, aunque eso me cueste todo."

Mientras continuaba sanándola, el dolor en su propio cuerpo se intensificó. Las heridas internas que había ignorado comenzaban a pasar factura. Un hilo de sangre se deslizó por la comisura de sus labios, pero no se detuvo. Cada segundo contaba, y Dariel era su prioridad. "Mi dolor no importa... Tú importas."

Cuando finalmente terminó de sanar todo lo que pudo, dejó escapar un suspiro entrecortado. Se sentó nuevamente, apoyándose contra la pared, observando a Dariel mientras descansaba. Su respiración se había calmado, y su rostro volvía a tener esa serenidad que tanto amaba.

Con una leve sonrisa, aunque marcada por el cansancio, Rigor susurró: "Estás a salvo ahora. Pase lo que pase, siempre te protegeré." Cerró los ojos por un momento, dejando que el agotamiento lo envolviera, pero con una sensación de alivio al saber que ella estaba fuera de peligro, al menos por ahora.

Rigor se levantó lentamente, apoyándose en la pared para mantenerse en pie. La adrenalina que lo había sostenido hasta ese momento comenzaba a desvanecerse, dejando en su lugar un dolor punzante que recorría su cuerpo como agujas. Cada paso que daba era una lucha, pero sabía que no podía quedarse allí; necesitaba ayuda, y rápido.

"No puedo caer ahora... Dariel me necesita viva y consciente," murmuró entre dientes, apretando el abdomen donde las heridas más profundas seguían doliendo. Aunque había logrado curar algunas de sus lesiones más graves con su energía, sabía que no sería suficiente para estabilizarse del todo. Su cuerpo estaba al límite, y la pérdida de sangre comenzaba a pasar factura.

Con esfuerzo, tomó a Dariel en sus brazos. Su peso apenas era manejable en su estado, pero no se detuvo. "Te pondré a salvo primero," susurró, ignorando el sudor frío que le caía por la frente y la sensación de vértigo que lo amenazaba.

Los pasos de Rigor resonaron débiles en la casa mientras se dirigía hacia la puerta principal. Al salir al aire fresco de la noche, tomó una bocanada profunda, tratando de calmar su mente mientras buscaba el camino más rápido al hospital. "Un poco más... Solo un poco más," se dijo, esforzándose por mantenerse de pie mientras avanzaba con Dariel en brazos.

La oscuridad de la calle y el leve murmullo del viento parecían amplificar su dolor, pero su determinación era mayor. Sabía que si no llegaba pronto, sus propios límites físicos podrían superarlo. "No puedo permitirme fallar ahora."

Finalmente, vio las luces del hospital a lo lejos, un faro de esperanza en medio de su agonía. Con un último impulso de fuerza, apretó los dientes y aceleró el paso, ignorando el grito silencioso de su cuerpo. "Lo logré," pensó mientras cruzaba las puertas automáticas, antes de que sus piernas finalmente cedieran y cayera de rodillas con Dariel aún protegida en sus brazos.

El personal médico corrió hacia él inmediatamente. "¡Necesitamos una camilla aquí!" gritó una enfermera mientras un doctor revisaba rápidamente a Dariel y luego a Rigor.

Rigor, jadeando, levantó la cabeza y dijo con voz firme pero agotada: "Atiéndanla a ella primero... estoy bien, solo asegúrense de que esté a salvo."

Un médico intentó ayudarlo a recostarse, pero Rigor negó con la cabeza. "No me voy a desmayar," dijo con una leve sonrisa. "Todavía tengo que asegurarme de que esté bien."

A pesar de su estado, Rigor permaneció consciente mientras los médicos llevaban a Dariel a una sala de urgencias. Una enfermera insistió en tratar sus heridas mientras él observaba cómo cuidaban a su esposa. Aunque su cuerpo estaba al borde del límite, su mente seguía centrada en protegerla.

Finalmente, uno de los médicos regresó y le dijo: "Ella estará bien, pero necesitamos que tú también te dejes atender. Estás muy malherido."

Rigor suspiró, relajándose ligeramente por primera vez. "Gracias... entonces ahora sí, hagan lo que tengan que hacer." Su cuerpo, al fin permitiéndose descansar, cedió al cansancio mientras los médicos lo colocaban en una camilla. Su única preocupación se había disipado: Dariel estaba a salvo.

Dariel abrió lentamente los ojos, sintiendo una extraña tranquilidad en su cuerpo. La habitación era blanca y tranquila, con el leve sonido de monitores médicos en el fondo. No sintió dolor, ni heridas, solo una ligera confusión mientras giraba la cabeza para orientarse.

"¿Dónde estoy...?" murmuró en voz baja, tratando de recordar qué había sucedido. De repente, los recuerdos llegaron: Aiko, la pelea, y Rigor enfrentándose a ese ser dentro de ella para protegerla.

Con un sobresalto, se incorporó en la cama, revisándose rápidamente. No tenía ni un rasguño. "¿Cómo es posible? ¿Qué ocurrió?" pensó mientras buscaba a alguien más en la habitación. Fue entonces cuando su mirada se posó en una silla al lado de la cama.

Allí estaba Rigor, dormido, con vendas en varias partes de su cuerpo y un rostro marcado por el cansancio. Incluso en su sueño, mantenía una expresión de preocupación. Dariel sintió un nudo en el pecho; sabía que Rigor había puesto su vida en peligro para salvarla, ignorando el daño que le habían causado.

Se inclinó hacia él, acariciando suavemente su rostro. "Siempre tan terco... siempre protegiéndome sin importar lo que te pase," susurró con una mezcla de amor y culpa.

Rigor se movió ligeramente y abrió los ojos, encontrando los de Dariel. Por un momento, pareció confuso, pero al ver que ella estaba bien, una débil sonrisa apareció en su rostro. "Estás bien... eso es lo único que importa," dijo con voz ronca.

Dariel negó con la cabeza, con lágrimas en los ojos. "No puedes seguir haciendo esto, Rigor. No quiero perderte... No otra vez."

Rigor, a pesar del dolor evidente en su cuerpo, tomó su mano con suavidad. "Nunca te perderás de mí, Dariel. Haré lo que sea necesario para protegerte... siempre."

Ella lo abrazó, ignorando las protestas de su propio cuerpo por moverse tan pronto. "Gracias," murmuró contra su pecho. "Gracias por no rendirte nunca."

En ese momento, ambos se dieron cuenta de que, aunque las pruebas no habían terminado, mientras estuvieran juntos, podrían enfrentarlas todas.

En el profundo subconsciente de Dariel, un espacio oscuro y nebuloso comenzó a tomar forma. Dariel apareció allí, como si estuviera flotando, sintiendo la inquietante presencia de Aiko. Frente a ella, emergió una figura de cabello oscuro, ojos rosados brillantes y una expresión de fastidio. Era Aiko, cruzada de brazos y mirando a Dariel con una mezcla de molestia y arrogancia.

"Así que finalmente decides enfrentarme," dijo Aiko con un tono despectivo, aunque había un leve rastro de curiosidad en su voz. "¿Qué es lo que quieres? ¿Venir a regañarme por lo que pasó? ¿O agradecerme por no romper tu cuerpo completamente?"

Dariel, aunque algo nerviosa, mantuvo la compostura. Sabía que estaba en su propio subconsciente y que tenía control, al menos en teoría. Dio un paso al frente, enfrentando a Aiko directamente. "Quiero entenderte, Aiko. Quiero saber qué es lo que quieres de mí... y de Rigor."

Los ojos de Aiko brillaron con malicia. "¿De Rigor? Oh, querida, tu esposo es... interesante, digamos. Esa forma en que pelea, esa furia... esa fuerza. No negaré que me impresionó. Pero tú y yo sabemos que no fue suficiente para borrarme." Se inclinó hacia Dariel con una sonrisa torcida. "Quizás incluso lo disfrute más de lo que debería. ¿Por qué debería decírtelo? No me debes nada, y yo no te debo nada a ti."

Dariel frunció el ceño, intentando mantenerse firme. "Esto no es un juego, Aiko. Tú apareciste en mi vida sin permiso, dañaste a la persona que más amo, y casi destruyes mi hogar. Si estás aquí, al menos dime qué es lo que buscas."

Aiko rió con amargura, su voz reverberando en el vacío. "Lo que busco... es lo que todos buscan, supongo. Existir, vivir. Y tal vez un poco de diversión mientras lo hago. Pero no te confundas, Dariel. No soy como tú, ni quiero serlo. No tengo intención de ser la 'buena' en esta historia."

Dariel observó a Aiko más detenidamente, notando algo en su postura, algo que no coincidía con sus palabras. Una sombra de duda, tal vez incluso de dolor. "Dices que no quieres ser como yo, pero aquí estás, hablando conmigo. ¿Qué es lo que realmente sientes por Rigor? Porque, aunque no quieras admitirlo, sé que hay algo más detrás de esa fachada."

Por un momento, el rostro de Aiko se endureció. Luego, desvió la mirada, como si estuviera intentando ocultar algo. "Rigor... es un idiota, terco y arrogante. Pero..." Sus ojos brillaron con una mezcla de emociones contradictorias: rabia, deseo, y algo más profundo. "Es diferente. No como los demás. Hay algo en él que... no puedo ignorar. No sé si es admiración o algo más, pero no lo voy a admitir, así que no te hagas ilusiones."

Dariel dio un paso más cerca, su voz más suave. "Aiko, si tienes un propósito, si tienes un motivo, lo resolveremos juntas. Pero no puedes seguir actuando de esta manera, dañándome a mí y a las personas que amo. Dime qué necesitas para coexistir... o al menos para encontrar paz."

Aiko suspiró, como si estuviera cansada de luchar consigo misma. "Paz... ¿Qué sería eso? Tal vez un día lo descubra. Mientras tanto, Dariel, solo recuerda esto: no estoy aquí para desaparecer. No seré una sombra olvidada. Y quién sabe, tal vez tú y yo podamos llegar a un acuerdo... o no."

Después de eso que le dieran el alta a medias los doctores llevaron a Rigor y otros especialistas para que cuiden a ellos desde la casa.

En la casa aún en recuperación, el ambiente era tenso. Rigor, sentado en el sofá con la respiración entrecortada, luchaba contra el dolor que recorría su cuerpo. Dariel, sentada junto a él, lo observaba con preocupación, aún procesando lo que había pasado con Aiko. De pronto, se escuchó el sonido de la puerta abriéndose rápidamente. Toby y Yaneth, los hijos de Rigor y Dariel, entraron con rostros llenos de preocupación.

"¡Papá! ¡Mamá! ¿Qué pasó aquí?" exclamó Toby, mirando alrededor, notando los destrozos en la casa y la sangre seca en el suelo. Su mirada se detuvo en su padre, cuya expresión reflejaba cansancio, pero también una determinación inquebrantable.

Yaneth corrió hacia Dariel, tomándola de las manos. "Mamá, ¿estás bien? ¿Qué te hicieron? ¿Por qué estás tan callada?" Su tono era urgente, y en sus ojos brillaba un miedo genuino.

Rigor levantó una mano, intentando calmar a sus hijos. "Tranquilos, estamos bien. Fue... complicado, pero lo solucionamos. Lo importante es que su madre está sana y a salvo." Su voz era firme, aunque se notaba que le costaba mantenerse en pie.

Toby, con un gesto serio, se cruzó de brazos. "Esto no es normal. Alguien atacó esta casa, ¿verdad? ¿Quién fue? ¿Fue ese ser del que siempre hablas, mamá?"

Dariel, aún afectada, miró a su hijo mayor con una mezcla de tristeza y determinación. "Fue algo que no esperábamos, Toby. Algo que... salió de mí. Pero tu padre lo manejó, como siempre lo hace." Intentó sonreír, pero la sonrisa no llegó a sus ojos.

Yaneth, más sensible a los sentimientos, se arrodilló frente a Rigor. "Papá, estás herido, ¿verdad? Déjanos ayudarte. No puedes seguir haciendo esto solo."

Rigor, tocando suavemente el rostro de su hija, negó con la cabeza. "Estoy bien, pequeña. Solo necesito un poco de descanso. Pero gracias por preocuparte." Sin embargo, la grieta en su voz traicionó su dolor.

Toby dio un paso adelante. "No vamos a dejar que sigan enfrentando estas cosas solos. Yaneth y yo hemos entrenado para esto. Sea lo que sea que los esté atacando, estamos aquí para protegerlos."

Dariel, mirando a sus hijos, sintió una mezcla de orgullo y temor. "Agradecemos su valentía, pero esta es una situación complicada. Hay cosas que aún no entienden del todo. Lo mejor que pueden hacer ahora es quedarse cerca y cuidar de nosotros, como nosotros lo hacemos por ustedes."

Yaneth asintió, aunque su expresión mostraba que no estaba completamente convencida. "Está bien, mamá. Pero si esto vuelve a pasar, estaremos listos. No permitiremos que algo les haga daño."

Rigor, aunque agotado, logró sonreír ante la determinación de sus hijos. "Esa es la actitud que me gusta ver. Pero prometo que haré todo lo posible para que no tengan que enfrentarse a esto. Son lo más importante para nosotros."

Toby y Yaneth compartieron una mirada antes de asentir. Aunque la familia estaba unida, el aire estaba cargado con la sensación de que este incidente era solo el comienzo de algo más grande. Rigor y Dariel sabían que tendrían que prepararse, no solo para protegerse a sí mismos, sino también a sus hijos, quienes ahora estaban más involucrados que nunca.

En el subconsciente compartido, Dariel estaba sentada en un espacio onírico iluminado por una luz tenue, observando a Aiko con desconfianza. Aiko, de pie con los brazos cruzados, miraba el vacío con una expresión calculadora, como si estuviera analizando cada detalle de su conversación interna.

"¿Qué estás pensando ahora, Aiko?" preguntó Dariel con cautela. Aunque sentía el temor latente de esta nueva entidad en su mente, no podía ignorar su curiosidad y la necesidad de entenderla.

Aiko sonrió de lado, sin mirar directamente a Dariel. "Es interesante cómo funciona esto. Tu cuerpo... es más especial de lo que crees. Cuando tomo control, no solo accedo a tu fuerza, sino que mi sangre cambia, mi ADN se adapta. Por eso no puedo usar tus técnicas; el cuerpo, mientras está bajo mi control, ya no es exactamente tuyo."

Dariel frunció el ceño, procesando esa información. "¿Qué estás diciendo? ¿Qué planeas hacer con mi cuerpo? No permitiré que lo utilices para tus propios fines."

Aiko finalmente se giró hacia ella, sus ojos brillando con un matiz juguetón y peligroso. "Tranquila, no estoy aquí para destruirte... aún. Solo estoy considerando posibilidades. Si mi ADN cambia lo suficiente mientras estoy en posesión, podría, en teoría, adaptarme a otros cuerpos también. Tal vez el de tu querido Rigor." Su tono era ácido, casi burlón.

Dariel se levantó de golpe, su mirada fulminante. "¡No te atrevas a involucrar a Rigor en esto! Él no tiene nada que ver contigo."

Aiko rio suavemente, pero había una oscuridad en su risa. "¿Nada que ver conmigo? Por favor, querida, él es el único que logró hacerme sentir algo... interesante. Esa fuerza, esa determinación. Admito que hay algo en él que me intriga. Pero no te preocupes, aún no es el momento. Primero necesito perfeccionar mi control sobre ti."

Dariel apretó los puños, sintiendo una mezcla de ira y desesperación. "No voy a dejar que juegues con nuestras vidas, Aiko. Tú no perteneces aquí. Este cuerpo es mío, y lo recuperaré por completo."

Aiko inclinó la cabeza, como si considerara sus palabras, pero luego sonrió con malicia. "Esa confianza tuya es adorable. Pero olvidas algo, Dariel: yo soy parte de ti ahora. Y mientras sigas resistiéndote, solo me harás más fuerte. Tal vez deberías aceptarme. Quién sabe, podríamos lograr cosas increíbles juntas."

Dariel negó con firmeza. "Nunca. Nunca voy a aceptar algo que ponga en peligro a mi familia."

Aiko suspiró, su sonrisa desvaneciéndose por un momento. "Eres demasiado noble para tu propio bien. Pero está bien, sigue luchando. Solo recuerda, cada vez que te enfrentas a mí, me das más razones para quedarme."

El espacio onírico comenzó a desvanecerse, y Dariel sintió cómo la conexión con Aiko se debilitaba. Antes de desaparecer por completo, Aiko susurró una última frase que resonó en su mente:

"Rigor tiene más importancia en esto de lo que crees, Dariel. Tal vez él sea la clave para mi verdadera libertad."

Dariel despertó de golpe, su cuerpo temblando por la intensidad de la conversación. Sabía que el tiempo estaba en su contra, y que Aiko no era solo una amenaza para ella, sino para todo lo que amaba.

En el subconsciente de Dariel, Aiko permanecía en la penumbra, separada de la conciencia principal. Sus ojos brillaban con ese característico resplandor rosado mientras hablaba en voz baja consigo misma, dejando escapar pensamientos en un tono sarcástico y burlón.

"Formar una familia, ¿eh?" murmuró, cruzando los brazos y dejando caer la cabeza hacia un lado. Su sonrisa torcida mostraba su desprecio. "Es irónico, ¿no? Este cuerpo tiene tanto potencial, y, sin embargo, su dueña lo malgasta preocupándose por otros. Especialmente por ese hombre..."

Aiko cerró los ojos un instante, recordando los momentos en que había tomado control y enfrentado a Rigor. "Rigor. Vaya espécimen. Su fuerza, su rabia... fascinantes. Aunque, sinceramente, es tan predecible. Siempre sacrificándose, siempre siendo el héroe."

De pronto, su sonrisa se tornó más maliciosa. "¿Y si yo hiciera algo diferente? ¿Y si yo fuera la que 'formara una familia'? No con amor ni devoción, claro está, sino como una herramienta. Este cuerpo... este rostro... podrían manipularlo para conseguir exactamente lo que quiero. No sería tan difícil. El padre de esos mocosos ya está demasiado apegado."

Aiko comenzó a caminar en círculos dentro de su espacio mental, su tono volviéndose más frío. "Una familia sería útil. No por amor, sino por control. Con Rigor atado a este cuerpo, podría asegurarme de que jamás intente deshacerse de mí. Y los hijos... bueno, siempre pueden ser moldeados para mis propios fines."

Se detuvo, colocando un dedo en su barbilla como si estuviera calculando. "Aunque, claro, primero tendría que lidiar con esa molesta resistencia de Dariel. Pero no importa. Tengo tiempo. Y cada vez que ella se esfuerza por 'arrebatarme el control,' lo único que logra es fortalecer mi influencia. Al final, este cuerpo será completamente mío."

Aiko rió suavemente, una risa que reverberó como un eco siniestro en la profundidad de la mente de Dariel. "Sí... tal vez formar una familia no sea tan mala idea, después de todo. Aunque, claro, será una familia bajo mis propios términos. Una que no siga las reglas de este patético juego de 'amor' y 'protección.' Será mi juego. Mi mundo."

Mientras hablaba, una sombra se movió en el espacio subconsciente, la esencia de Dariel aún escuchando, aunque debilitada. Aiko notó su presencia y sonrió con desprecio. "¿Estás ahí, Dariel? Escucha bien: este es mi plan. Y no hay nada que puedas hacer para detenerme. Así que prepárate para ser una mera espectadora en tu propia vida."

Dariel, aunque débil, logró replicar con voz temblorosa: "No permitiré que lastimes a mi familia... Nunca."

Aiko simplemente rio de nuevo, desestimando sus palabras. "Ya veremos, querida. Ya veremos."

Fin.