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Chapter 13 - Episodio 13: más que amor.

En un universo paralelo, donde la vida seguía un curso distinto y los destinos se entrelazaban de maneras misteriosas, vivían Irene y Seulgi. Dos jóvenes que habían compartido una amistad que parecía casi predestinada, un lazo tan fuerte que cualquiera que los viera juntas podría pensar que había algo más profundo que una simple camaradería.

Ambas eran inseparables, siempre al lado de la otra desde que tenían memoria. Irene, con su mirada calmada y sonrisa serena, era conocida por su inteligencia y paciencia. Mientras que Seulgi, con su espíritu libre y energía contagiosa, traía luz a cualquier habitación que pisara. Juntas, formaban un dúo imparable, complementándose en cada paso que daban.

Sin embargo, debajo de las risas compartidas, de los momentos de apoyo mutuo y las largas conversaciones en la noche, había algo que ninguna de las dos se atrevía a reconocer. Un sentimiento que, aunque no se mencionaba, flotaba en el aire como un perfume dulce y embriagador.

Irene a menudo se sorprendía mirando a Seulgi cuando pensaba que ella no la veía. Su corazón latía un poco más rápido cada vez que sus manos se rozaban accidentalmente, y cada despedida dejaba una sensación de vacío en su pecho. Para ella, la línea entre amistad y algo más había comenzado a desdibujarse hace tiempo, pero el miedo a arruinar lo que ya tenían la mantenía en silencio.

Por otro lado, Seulgi, aunque siempre había sido más directa en sus emociones, sentía una confusión interna que nunca había experimentado antes. Las mariposas en su estómago no eran nuevas, pero el hecho de que fueran causadas por Irene sí lo era. No podía entender por qué el simple sonido de la risa de Irene o el brillo en sus ojos la llenaba de una calidez tan abrumadora.

Una noche de otoño, bajo un cielo estrellado que parecía extenderse infinitamente, ambas decidieron hacer un pequeño viaje fuera de la ciudad. Se encontraron en la cima de una colina, lejos del bullicio, rodeadas solo por el susurro del viento y el suave murmullo de las hojas cayendo.

—Gracias por siempre estar a mi lado, Seulgi —murmuró Irene, rompiendo el silencio mientras miraba hacia las estrellas.

—No tienes que agradecerme por eso. Siempre estaré aquí... contigo —respondió Seulgi, sus palabras cargadas de una promesa que ni siquiera ella entendía del todo.

Sus ojos se encontraron, y en ese instante, todo cambió. Había algo en la forma en que se miraron, un entendimiento tácito, una chispa que encendió lo que ambas habían estado ignorando durante tanto tiempo. Irene sintió su corazón acelerarse, y sin pensarlo más, dio un paso adelante, acercándose a Seulgi.

—Yo... —empezó a decir Irene, su voz temblorosa.

Pero Seulgi, por primera vez en mucho tiempo, se dejó llevar por su instinto. Cerró la distancia entre ellas, abrazándola, sintiendo el calor del cuerpo de Irene contra el suyo. Todo el mundo pareció desvanecerse en ese momento, y lo que quedaba era solo la conexión entre ambas, tan fuerte y pura como una llama eterna.

Irene, sorprendida por la repentina cercanía, dejó escapar un suspiro que llevaba mucho tiempo contenido. Finalmente, se permitió ser vulnerable, permitiéndose sentir todo lo que había estado enterrando por miedo.

—Seulgi... —susurró, con los ojos llenos de emociones reprimidas.

—No sé lo que significa esto para nosotras —dijo Seulgi, sosteniéndola un poco más fuerte—, pero no quiero que termine aquí.

Ambas sabían que lo que sentían era más que una simple amistad, pero también sabían que era el comienzo de algo que no entendían por completo. Quizás era amor, quizás era algo más allá de las palabras, algo que solo el tiempo y el coraje podrían definir.

Y así, bajo el vasto cielo nocturno, Irene y Seulgi dieron el primer paso hacia un nuevo capítulo en sus vidas, una historia de dos almas que se encontraron no solo en este universo, sino en todos los que pudieran existir.

Irene y Seulgi, después de aquel primer y sincero abrazo bajo las estrellas, decidieron no ocultar más lo que sus corazones habían sabido desde siempre. A partir de ese momento, su relación floreció como una flor que había estado esperando pacientemente la llegada de la primavera.

Los días pasaron, y lo que alguna vez fue una amistad cercana, ahora se transformó en un amor profundo y auténtico. Ambas se sumergieron en una etapa llena de descubrimientos, risas y momentos que fortalecían aún más su vínculo. Irene, con su ternura y dedicación, encontraba en Seulgi el refugio perfecto, alguien con quien podía ser completamente ella misma. Por otro lado, Seulgi, con su espíritu libre y vivaz, sentía que junto a Irene había encontrado un hogar, un lugar al que siempre querría regresar.

Juntas, exploraron nuevos rincones de la ciudad, visitando pequeños cafés escondidos, paseando de la mano por parques llenos de vida y compartiendo largas conversaciones que se extendían hasta la madrugada. En cada sonrisa, en cada caricia, se reflejaba la felicidad de haber encontrado a alguien con quien no solo compartían una vida, sino un propósito y un entendimiento más allá de las palabras.

Irene adoraba despertar al lado de Seulgi, la luz del amanecer filtrándose por la ventana y dibujando sombras suaves en su rostro. Cada mañana era un recordatorio de que había elegido bien, de que el amor que compartían no era solo un sueño pasajero, sino una realidad que ambas estaban dispuestas a construir, día tras día.

Seulgi, por su parte, siempre encontraba maneras de hacer que cada día fuera especial para Irene. Desde preparar su desayuno favorito hasta sorprenderla con pequeños detalles que solo ella sabría apreciar. Juntas, crearon una vida llena de pequeñas tradiciones, de esos momentos cotidianos que para otros pasarían desapercibidos, pero que para ellas significaban el mundo.

No todo fue perfecto, claro. Como en cualquier relación, tuvieron sus desafíos. Hubo días en los que las diferencias de opinión llevaban a discusiones y noches en las que los miedos del pasado volvían a acechar. Pero cada obstáculo fue solo una oportunidad para fortalecer su amor. Porque al final del día, ambas sabían que lo que tenían era único, algo que valía la pena proteger y cuidar.

Con el tiempo, su relación se convirtió en una inspiración para quienes las rodeaban. No se trataba solo de ser dos mujeres que se amaban, sino de ser dos almas que habían encontrado su complemento perfecto en la otra. Irene y Seulgi demostraron que el amor verdadero no tiene fronteras, ni etiquetas, que es simplemente la conexión más pura entre dos corazones que se eligen mutuamente.

Así, Irene y Seulgi continuaron construyendo su historia, una historia de amor llena de aventuras, de momentos dulces y complicidades que solo ellas compartían. Una historia que, aunque no estuviera escrita en ningún libro, sería recordada por siempre en sus corazones.

Porque al final, el verdadero amor no necesita ser perfecto; solo necesita ser real. Y eso es precisamente lo que tenían: un amor real, hermoso y lleno de vida.

Miguel Condore, un hombre que había construido su imperio a base de traiciones y mentiras, era conocido en toda la región por su crueldad y ambición insaciable. Su reputación de villano no solo provenía de su habilidad para manipular y extorsionar, sino también de los actos de violencia que había cometido para alcanzar su ansiado poder. Era alguien que no conocía límites y que no dudaba en destruir cualquier obstáculo en su camino.

En esta ocasión, sus ojos estaban puestos en dos jóvenes: Irene y Seulgi. Había oído rumores de que estas dos mujeres poseían un poder oculto, una energía ancestral que podría multiplicar su propia fuerza. Aunque no sabía con certeza en qué consistía ese poder, Miguel estaba seguro de que, si lograba obtenerlo, se convertiría en una fuerza imparable.

Durante semanas, había estado investigando cada detalle de sus vidas, sus movimientos y sus relaciones. Sabía que estas dos chicas eran más que amigas, que compartían un vínculo profundo y especial. Para Miguel, esto solo significaba una oportunidad más fácil de manipulación. Estaba decidido a usar esa conexión en su contra, hacerlas vulnerables y atraparlas sin que pudieran siquiera defenderse.

Finalmente, ideó un plan para capturarlas. En medio de la noche, Miguel envió a sus secuaces a buscarlas, aprovechando el momento en el que Irene y Seulgi caminaban de regreso a casa después de una cena. No fue difícil interceptarlas en un callejón oscuro, lejos de la seguridad de su hogar.

Sin embargo, lo que Miguel no esperaba era que el vínculo que Irene y Seulgi compartían también les daba una fuerza insospechada. En el instante en que comprendieron la amenaza, ambas se miraron a los ojos, y una chispa de energía antigua se despertó entre ellas. Lo que Miguel creía que sería una captura sencilla se convirtió en una lucha intensa, en la que Irene y Seulgi demostraron ser más fuertes y valientes de lo que él había imaginado.

Al ver que sus secuaces estaban siendo superados, Miguel se vio obligado a intervenir él mismo. Su ambición y su arrogancia le nublaban el juicio; estaba convencido de que podría dominar a ambas mujeres. Sin embargo, cada golpe que lanzaba era respondido con una defensa inesperada. Irene y Seulgi, unidas en cuerpo y alma, resistieron con una fuerza que provenía tanto de su amor como del poder ancestral que fluía en ellas.

La batalla se prolongó hasta el amanecer, y Miguel, debilitado y frustrado, empezó a darse cuenta de que, aunque poseyeran ese poder especial, su verdadera fortaleza provenía del lazo que compartían. En ese momento, comprendió que no podría destruirlas sin destruir también su propia ambición, ya que la energía que él tanto ansiaba era indestructible precisamente porque estaba basada en algo que él jamás podría entender ni poseer: un amor verdadero y genuino.

Derrotado, Miguel escapó, prometiéndose regresar para tomar venganza, pero Irene y Seulgi sabían que habían ganado mucho más que una victoria. Juntas, entendieron que no había poder más fuerte que el que nace del amor y la lealtad, y que juntas podían enfrentarse a cualquier villano, sin importar cuán poderoso o corrupto fuera.

Irene y Seulgi, conscientes del peligro que Miguel Condore representaba, sabían que debían tomar medidas drásticas para protegerse. Aunque la primera confrontación había terminado a su favor, no podían permitirse bajar la guardia, ya que Miguel era un enemigo implacable y no descansaría hasta cumplir su objetivo.

Las dos jóvenes, que hasta hace poco llevaban una vida relativamente tranquila, se vieron forzadas a cambiar su rutina por completo. Se mudaron a una casa más apartada, rodeada de naturaleza y alejada de los caminos conocidos. Esta nueva ubicación les daba la ventaja de poder entrenar sin ser vistas, preparándose para la inevitable revancha con Miguel.

Irene, quien siempre había sido la más tranquila de las dos, empezó a explorar sus habilidades ocultas. Descubrió que tenía un don especial para crear barreras energéticas, un escudo invisible que podría protegerlas de ataques inesperados. Practicó incansablemente, enfocándose en hacer sus defensas más fuertes y duraderas.

Por su parte, Seulgi, siempre valiente y llena de determinación, decidió perfeccionar sus habilidades en combate. A través de un viejo libro que encontraron en una biblioteca abandonada, aprendió sobre antiguas técnicas de lucha y control de energía espiritual. Pasaba horas en los bosques cercanos, probando movimientos y canalizando su poder interno para potenciar sus ataques.

Ambas sabían que no podían enfrentar a Miguel solo con fuerza física; debían estar preparadas tanto mental como espiritualmente. Decidieron crear un sistema de señales entre ellas para comunicarse en caso de emergencia, desarrollando códigos y rutas de escape secretas alrededor de su nuevo hogar. Incluso hicieron un juramento solemne bajo la luz de la luna, prometiendo protegerse mutuamente a cualquier costo.

Pero a pesar de todos sus esfuerzos, no podían evitar el miedo que les acechaba en las noches más silenciosas. Había días en que Irene despertaba en medio de la noche, con la sensación de que algo oscuro se acercaba. Seulgi la consolaba, asegurándole que juntas podrían enfrentarlo todo. Sin embargo, ambas sabían que Miguel Condore no era alguien que se diera por vencido fácilmente.

Un día, mientras caminaban juntas por el bosque, Irene sintió una presencia extraña. De inmediato, ambas se pusieron en alerta. El aire se volvió denso, como si el mundo mismo contuviera el aliento. De entre las sombras, aparecieron varios secuaces de Miguel, rodeándolas.

—Sabía que se esconderían, pero no pueden escapar de mí para siempre —la voz de Miguel resonó desde la oscuridad.

Sin pensarlo dos veces, Irene levantó una barrera protectora, mientras Seulgi se preparaba para atacar. La batalla fue intensa; los enemigos no eran pocos, pero las dos mujeres lucharon con una coordinación y un coraje sorprendentes. Parecía como si el vínculo que compartían les diera una fuerza sobrehumana.

Miguel, observando desde la distancia, comenzó a entender que subestimarlas había sido su error. Decidió intervenir personalmente, lanzando un ataque brutal contra la barrera de Irene. Pero esta vez, Irene no estaba sola; Seulgi se unió a ella, y juntas lograron repeler el ataque.

Miguel, herido y frustrado, se retiró una vez más, dejando una advertencia.

—Esto no ha terminado. Volveré por ustedes y ese poder que ocultan.

Aunque la amenaza persistía, Irene y Seulgi sabían que cada batalla las hacía más fuertes. Habían aprendido a protegerse y, lo más importante, a confiar en el poder que les daba su amor y amistad. Entendieron que su vínculo no era solo una debilidad que Miguel podía explotar, sino su mayor fortaleza.

A partir de ese día, decidieron no solo vivir a la defensiva, sino buscar la forma de destruir a Miguel Condore de una vez por todas. Sabían que, para poder vivir en paz, tendrían que enfrentar la oscuridad que él representaba y, juntas, estaban dispuestas a hacerlo.

Fin.