Las sombras que se alargaban en el campo de batalla parecían presagiar el fin, y todo lo que podía escuchar era el rugido de la lucha, el choque de fuerzas elementales y los gritos de mis enemigos. Mis músculos ardían, mi respiración era irregular, y el sudor empapaba mi frente, pero no podía detenerme, no ahora.
Frente a mí, los dos Kuragamis, la Yuki Onna y el Draconiano, me observaban con una mezcla de desdén y anticipación. Había estado luchando contra ellos durante lo que parecían horas, pero no podía detenerme. No podía darme el lujo de ser débil. Shiro estaba ahí, a un lado, observando el combate sin intervenir, y eso me preocupaba más de lo que me gustaría admitir.
La Yuki Onna, con su fría presencia y su elegante figura, movía sus manos con precisión. Cada gesto suyo invocaba vientos helados que cortaban el aire, haciendo que mi cuerpo temblara a pesar de mis esfuerzos por mantenerme firme. El Draconiano, en cambio, era fuerza bruta. Su aspecto imponente, con escamas que brillaban con un resplandor oscuro, era suficiente para intimidar a cualquiera. Pero yo no podía darme el lujo de ser intimidada. Había algo más en juego, algo mucho más grande que mi propio miedo.
—¿Te has cansado, Koharu? —La voz de la Yuki Onna llegó a mis oídos, fría y burlona. —No puedes seguir con este ritmo por mucho más tiempo.
Mis dientes rechinaron ante sus palabras, pero me obligué a no mostrar signos de debilidad. Mi poder celestial brillaba tenuemente en mi interior, pero no estaba al cien por ciento. Cada uso de mi elemento había sido un esfuerzo enorme, y las consecuencias estaban comenzando a notarse. Me sentía agotada, mi cuerpo temblaba bajo el peso de la fatiga.
El Draconiano levantó su garra, y un rugido ensordecedor llenó el aire. No tuve tiempo de reaccionar. Su ataque era devastador, un torrente de energía que se desató hacia mí, obligándome a esquivarlo. Mi cuerpo giró en el aire, pero el impacto aún me alcanzó, enviándome hacia el suelo. El dolor era insoportable, pero no podía permitirme rendirme.
—¡Vamos, Koharu! —Gritó Shiro desde un costado, su voz llena de preocupación. —¡Resiste!
El sonido de su voz me dio fuerzas, me recordó por qué estaba luchando. Pero, al mismo tiempo, algo comenzó a retumbar dentro de mí. La duda. La fatiga. Mis ojos se desbordaron con pensamientos oscuros, y mi visión se nubló por un momento.
El Draconiano avanzó, con paso resonando en el suelo. El poder de su aura era abrumador. Sentí cómo mi corazón latía con fuerza, cómo mi cuerpo gritaba por descanso. Mi cuerpo ya no respondía como antes.
No puedo rendirme. No puedo.
Con un esfuerzo titánico, me levanté del suelo, tambaleando, pero me aferré a mi poder celestial. Cerré los ojos y recé a las estrellas, a los cielos, que me dieran la fuerza para seguir adelante. Mis manos brillaron con un resplandor celestial, y la energía fluyó de mi ser. Podía sentir el poder abriéndose paso a través de mí, pero a medida que lo liberaba, el agotamiento me hacía sentir más débil. Estaba agotada. Mis fuerzas se desvanecían rápidamente, pero la pelea aún no había terminado.
Pero antes de que pudiera actuar, el Draconiano cargó nuevamente hacia mí. No había manera de esquivar su ataque esta vez.
En ese momento, algo cambió. Sentí una presencia familiar a mi lado, y el peso de mi cuerpo se alivió. Shiro. Estaba allí, levantándome, sosteniéndome, evitando que cayera nuevamente.
—¡No te caigas, Koharu! —Dijo, casi con desesperación.
Me miró a los ojos, y por un segundo, la batalla dejó de existir. Solo estábamos él y yo. Pero eso solo duró un segundo. La amenaza del Draconiano seguía presente. Miré a Shiro y, entre jadeos, le dije:
—Shiro... ayúdame. Pelea con tu elemento... Por favor.
Shiro tragó saliva, y vi cómo su rostro se tornaba serio, casi avergonzado. Bajó la mirada y, con una voz temblorosa, confesó
—No... no tengo un elemento, Koharu.
El aire se congeló por un momento. Mi mente no pudo procesar sus palabras. No... no tenía un elemento. Eso no era posible. ¿Cómo podía ser? Recordé aquellos cinco años que habíamos pasado separados, y la verdad me golpeó con fuerza. Shiro... no tenía un elemento, incluso ahora después de todo este tiempo no tenía uno.
No podía entenderlo. Mi mente daba vueltas mientras el Draconiano avanzaba, con su ataque aún sin cesar. Mi corazón latió con fuerza en mi pecho mientras miraba a Shiro, cuya expresión mostraba incertidumbre, pero también una determinación que no entendía.
Me sentí un poco atónita. El agotamiento, la frustración, todo eso se mezcló en una sensación indescriptible. No podía comprender por qué Shiro, después de todo este tiempo, seguía sin un elemento. Nos habíamos separado, sí, pero no podía creer que no hubiera cambiado nada en él, que no hubiera encontrado un poder que lo definiera. Era como si todo lo que habíamos vivido juntos, todo lo que habíamos soñado, se desvaneciera en un segundo.
Mi mente se comenzó a llenar con una niebla espesa de desesperación. ¿Cómo podría seguir luchando yo sola? Mis fuerzas estaban agotadas, y Shiro... él no tenía nada. Nada con lo que salvarnos.
—Shiro… —Mi voz salió débil como un susurro.
El Draconiano ya estaba demasiado cerca. No había tiempo. Mi visión se nublaba por la fatiga y las emociones en conflicto. Tenía que seguir luchando. No podía dejar que Shiro cayera, no podía dejar que él sufriera solo por mi culpa.
Me levanté con todas mis fuerzas, pero mis piernas fallaron nuevamente. El suelo parecía acercarse rápidamente, y mi visión se oscurecía. Pero antes de que cayera, sentí una mano en mi espalda. Shiro me había alcanzado, me había sostenido, pero no era suficiente. Mi cuerpo ya no respondía.
La desesperación me invadió, y antes de que pudiera tomar otra decisión, me desplomé al suelo. Todo mi ser estaba agotado, pero la lucha seguía.
—¡Koharu! —Gritó Shiro, su voz estaba llena de miedo y frustración.
Pero ya no podía responder. El sonido del viento, el estrépito de los ataques, la presión del combate... todo comenzó a desvanecerse en un murmullo lejano. El único sonido que quedaba era mi respiración, mi agotada y dolorosa respiración.
-Perspectiva de Shiro-
La presión era insoportable. Cada paso que ellos daban resonaban con el peso de mis decisiones y mis miedos. Koharu estaba agotada, y yo... yo no tenía ni siquiera un elemento para protegernos. Miré su cuerpo inerte sobre el suelo, y sentí un nudo en la garganta. No podía dejarla ahí. No podía permitir que esos Kuragamis se salieran con la suya.
—Esto no puede terminar aquí —Murmuré para mí mismo mientras la cargaba cuidadosamente en mi espalda. Sentí su respiración débil contra mi cuello, y cada jadeo me recordaba lo mucho que ella había dado en esta batalla.
Mis piernas temblaban, no por el cansancio físico, sino por el miedo. Los Kuragamis estaban cerca, podía sentir su presencia, su abrumadora energía. La Yuki Onna, con su gélida sonrisa, y el Draconiano, con una fuerza bruta imparable, avanzaban hacia nosotros. Tenía que hacer algo. No podía pelear, pero podía huir. Tenía que alejarnos de ellos, al menos lo suficiente para encontrar un lugar seguro donde Koharu pudiera recuperarse.
—Resiste, Koharu —Susurré, aunque no sabía si podía escucharme.
Comencé a correr. El bosque se alzaba frente a nosotros, oscuro y frío, pero era nuestra única esperanza. Cada paso que daba sentía como si estuviera cargando el peso del mundo. Koharu estaba completamente exhausta, y yo no podía permitirme caer. Los Kuragamis nos seguían, sus risas y sus pasos resonaban a lo lejos, pero se acercaban con rapidez.
De repente, un escalofrío recorrió mi cuerpo. Miré hacia atrás, y ahí estaba la Yuki Onna, con una mirada serena pero mortal. Levantó sus manos, y una energía fría comenzó a acumularse a su alrededor.
—Tormenta de Escarcha… —Susurró, y en ese momento lo entendí. No iba a dejarnos escapar tan fácilmente.
De pronto, todo el bosque se llenó de nieve. Flotaba en el aire, cubriendo cada rincón con un manto blanco. El frío me golpeó como un muro, cortándome la respiración. La nieve caía sobre mi rostro, helándome hasta los huesos, pero no podía detenerme. Sentía cómo mi cuerpo empezaba a temblar, no solo por el frío, sino también por el miedo. Miré a Koharu sobre mi espalda. Su cuerpo temblaba aún más que el mío. Estaba tan cansada, tan frágil, que parecía que en cualquier momento iba a dejar de respirar.
—¡Maldición! —Gruñí, apretando los dientes para contener las lágrimas. No podía dejar que esto terminara así.
Seguí corriendo, mis pies fueron hundiéndose en la nieve. Cada paso era más difícil que el anterior. El frío quemaba mi piel, y mis pulmones parecían estar llenándose de hielo. Mis pensamientos eran un caos. No podía dejar de preguntarme por qué estaba aquí, por qué no tenía un elemento, por qué no podía protegerla. Me sentía inútil, una carga, alguien que no merecía estar a su lado.
¿POR QUE MIERDA SOY TAN DEBIL Y PATÉTICO?
—Shiro… sigue corriendo… —Su voz fue apenas un susurro. Me detuve por un segundo, sorprendido de que hubiera logrado hablar.
—Koharu, no hables —Le respondí, tratando de mantener mi voz firme. —Ahorra tus fuerzas. Yo... yo te sacaré de aquí.
Sentía que mentía con cada palabra. No tenía idea de cómo íbamos a salir de esto. No podía luchar contra los Kuragamis, no podía usar un elemento, y mi cuerpo estaba al borde del colapso.
Después de un rato corriendo, mis pies tropezaron con una raíz oculta bajo la nieve, y caí al suelo, dejando caer a Koharu. Su cuerpo se hundió en la nieve, y verla ahí, temblando y vulnerable, hizo que mi corazón se rompiera en mil pedazos.
—N-No, no, no… —Balbuceé, luchando por levantarme. Mis manos temblaban mientras la levantaba. Su piel estaba pálida, y su respiración se hacía más débil.
—Shiro… —Sus ojos apenas se abrieron, y su voz era apenas un murmullo. —No... te... detengas.
Mis manos se movieron antes de que mi mente pudiera procesarlo. Me quité la túnica que llevaba puesta y la envolví alrededor de su cuerpo. El frío me golpeó de lleno, pero no me importó. Ella estaba primero. Siempre estaría primero.
—No te preocupes, Koharu. Y-yo... yo me encargaré de esto —Fue lo que le dije, aunque mis palabras estaban llenas de dudas.
La cargué nuevamente en mi espalda y seguí corriendo. El bosque parecía interminable, y el frío cada vez era peor. La nieve seguía cayendo, cubriendo mi rostro, mis brazos, mis piernas. Era como si el mismo bosque quisiera atraparnos.
El frío era insoportable. Cada copo que tocaba mi piel parecía un dardo helado que se clavaba en mi carne. Mis manos comenzaron a entumecerse, y mis piernas apenas me respondían.
—Maldición —Fue lo que dije quejándome entre dientes. —No nos detendremos aquí
La nieve dificultaba cada paso. Mis pies se hundían, y cada movimiento se sentía como si estuviera arrastrando toneladas de peso. La respiración de Koharu era más lenta, y su piel estaba más fría de lo que podía soportar.
—Koharu... resiste. Por favor te lo suplico—Le susurre. No estaba seguro de que pudiera escucharme, pero necesitaba decírselo. Necesitaba creer que podía luchar un poco más.
El bosque parecía interminable. Cada árbol era un recordatorio de lo lejos que estábamos de cualquier lugar seguro. El frío calaba hasta mis huesos, pero no podía detenerme. No podía permitirme fallarle.
De repente, mi pie se tropezó nuevamente pero era por el cansancio. Perdí el equilibrio y caí al suelo, dejando caer a Koharu. Su cuerpo quedó tendido en la nieve, y el pánico me golpeó como un martillo.
—No, no, no… lo siento… —murmuré mientras me arrastraba hacia ella. Mis manos temblaban mientras la levantaba. Su piel estaba más pálida que nunca, y sus labios estaban azulados.
—Shiro… —Susurró con una voz apenas audible. Sus ojos se abrieron ligeramente, y en ellos ví una mezcla de dolor y determinación. —Sigue... por favor…
—Lo sé… lo sé… —Le respondí con mi voz quebrándose. —Pero tienes que aguantar… Por favor… solo un poco más…
El frío me golpeó con fuerza, pero no me importaba. Ella tenía que sobrevivir cueste lo que cueste. La cargué de nuevo en mi espalda y seguí corriendo. Mis piernas ardían, y mis pulmones parecían llenarse de hielo. Cada paso era un suplicio, pero no podía detenerme. Si lo hacía, ella no tendría ninguna oportunidad de sobrevivir. YO LA SALVARÉ AUNQUE SEA LO ÚLTIMO QUE HAGA
Pero de pronto, sentí algo. Una presencia detrás de mí, poderosa y abrumadora. El Draconiano. Su energía era como un fuego que contrastaba con el frío del bosque, pero no era un fuego reconfortante. Era un fuego que devoraba todo a su paso.
—¡Maldición! —Grité, acelerando mi paso.
Pero no era suficiente. Lo sabía. Estaba demasiado cerca. Podía escuchar sus pasos pesados, su respiración, el rugido que salía de su garganta. No había forma de escapar. Mis piernas estaban al límite, y mis fuerzas se agotaban rápidamente.
El Draconiano rugió, y sentí cómo el aire a mi alrededor cambiaba. Su ataque era inminente. No había manera de esquivarlo, no con Koharu en mi espalda.
Me detuve, mi respiración entrecortada. Cerré los ojos, esperando el golpe final. Mis manos temblaban, y mi cuerpo entero estaba helado, tanto por el frío como por el miedo.
—Lo siento, Koharu —Susurré, con lágrimas corriendo por mi rostro. —Lo siento por no ser más fuerte. Lo siento por no poder protegerte.
Sentí cómo el calor del ataque del Draconiano se acercaba. Era como si el mismo infierno se hubiera desatado sobre nosotros. Pero no me moví. No podía. Solo podía esperar el final.
En ese momento, algo dentro de mí cambió. Un calor diferente, uno que no venía del Draconiano, comenzó a surgir en mi pecho. Era débil, pero estaba ahí, como una chispa que se niega a apagarse. Mi mente estaba en blanco, y mi cuerpo se movió por instinto. No sabía qué estaba pasando, pero algo me decía que no podía rendirme. No ahora.
El aire helado cortaba mi rostro como si estuviera lleno de cuchillas. Cada bocanada de aire que intentaba tomar quemaba mis pulmones, y el peso de Koharu en mi espalda se hacía insoportable. Pero no me detenía. No podía. Cada paso en la nieve profunda era una batalla contra la extenuación y el miedo que se aferraba a mi corazón como un veneno.
Detrás de mí, los pasos de los Kuragamis resonaban como un tambor de guerra. El Draconiano rugió, su voz profunda y gutural se mezclaba con la risa helada de la Yuki Onna. Sabía que estaban jugando con nosotros. Nos estaban dejando huir, solo para disfrutar del momento en que finalmente nos alcanzaran.
—Shiro… —La voz de Koharu era un murmullo ahogado, apenas perceptible, pero la desesperación en ella era inconfundible.
—Estoy aquí, Koharu… No te preocupes, no dejaré que te pase nada… —Mi propia voz sonaba rota, como si estuviera tratando de convencerme más a mí mismo que a ella.
Pero sabía que era una mentira. No tenía nada con qué luchar, nada con qué protegerla. Era solo un cuerpo humano cargando otro, tratando de escapar de fuerzas que estaban más allá de mi comprensión.
Un crujido resonó a mi derecha, y luego un destello de luz blanca. La Yuki Onna estaba usando su poder nuevamente.
—¡Tormenta de Escarcha! —Gritó, su voz era como un eco helado.
La nieve comenzó a caer con una furia implacable. En segundos, el bosque estaba cubierto por un manto blanco tan denso que apenas podía ver un par de metros frente a mí. El frío era indescriptible. Mis dedos empezaron a entumecerse, y mis piernas temblaban por el esfuerzo de seguir adelante.
No podía permitirme caer. Pero entonces sucedió. Mi pie tropezó con algo bajo la nieve, y antes de que pudiera reaccionar, mi cuerpo cayó al suelo. Koharu rodó de mi espalda, su cuerpo inmóvil quedó tendido en la nieve.
—No, no, no…—Susurré, arrastrándome hacia ella. Mis manos estaban tan frías que apenas podía moverlas, pero la levanté como pude y la envolví con mi túnica nuevamente. Su piel estaba pálida, casi translúcida, y su respiración era tan débil que tuve que acercar mi oído a su boca para sentirla.
—Shiro… —Susurró, su voz apenas un hilo. Sus ojos se abrieron levemente, llenos de una mezcla de dolor y determinación. —Todo... estará… bien…
—Si, todo saldrá bien… —Respondí, aunque mi voz también temblaba. —Pero tienes que aguantar un poco más, Koharu…
Mis brazos estaban protestando por el esfuerzo, pero ya no quería seguir adelante. Los pasos atronadores del Draconiano estaban cada vez más cerca. No había escapatoria. Lo sabía. Y aun así, ya no podía moverme, ya no podía cambiar nada…
Entonces lo vi. Una sombra enorme se movió frente a mí. Era él, el Kuragami Draconiano. Su figura imponente bloqueaba el camino, y sus ojos ardían con un fuego cruel.
—Esto termina aquí, humano —Rugió, levantando una garra cubierta de escamas. El aire alrededor de él se ondulaba por el calor, un contraste brutal con el frío que nos rodeaba.
No tenía tiempo de pensar. Con un grito que salió más de la desesperación que del valor, salté hacia Koharu, cubriendo su cuerpo con el mío. El impacto llegó un instante después. Algo golpeó mi espalda, y el dolor fue tan intenso que me dejó sin aliento. Sentí cómo mi cuerpo era lanzado hacia un lado, y caí pesadamente en la nieve.
No podía moverme. Cada respiración era un esfuerzo titánico, y el mundo empezaba a oscurecerse a mi alrededor. Pero no podía rendirme. A pesar del dolor, a pesar de la frialdad que invadía cada fibra de mi ser, me arrastraba hacia Koharu. Mis manos temblaban, dejando un rastro de sangre en la nieve, pero finalmente la alcancé.
La abracé con lo poco que me quedaba de fuerza, cubriendo su cuerpo con el mío.
—Tranquila… No voy a dejar que te toquen… —Murmure, aunque sabía que mis palabras estaban vacías. No tenía nada con qué detenerlos. Nada.
Fue entonces cuando lo escuché. Unos pasos rápidos, acompañados por un sonido familiar. Era como el eco de una fuerza conocida, algo que había estado ausente por mucho tiempo.
Giré la cabeza con dificultad, intentando enfocar mi visión borrosa. A través de la tormenta de nieve, vi una figura que se acercaba rápidamente. Su postura era firme, y cada paso que daba resonaba con una autoridad que no podía confundirse.
Mi corazón dio un vuelco al reconocer a aquella persona.
—Maestro... Hiroshi… —Susurré, mi voz apenas era un murmullo. La visión de él trajo un destello de esperanza que luchó por abrirse paso entre la oscuridad que me envolvía.
Hiroshi se detuvo frente a nosotros, su mirada estaba fija en los Kuragamis. Su voz resonó como un trueno en el aire helado.
—Tranquilo, ahora yo me encargaré de esto. Descansa, Shiro…
Esas fueron las últimas palabras que escuchantes de que todo se desvaneciera en la oscuridad. Mi cuerpo finalmente cedió, pero mi mente se aferró a esa última imagen: Hiroshi, de pie como un escudo entre nosotros y la amenaza que se acercaba. Por primera vez en lo que parecían horas, me permití creer que tal vez, solo tal vez, todo estaría bien.