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Chapter 12 - Estres

No había dormido. Literalmente. Pasé toda la noche dando vueltas en mi cama, mirando el techo como si las respuestas a todas las preguntas de mi vida fueran a aparecer ahí. Y todo por culpa de Kujou. ¿Qué tenía ella que podía instalarse tan cómodamente en mi cabeza y no salir? Una sonrisa, un gesto, incluso la forma en que me miró ayer... Todo estaba perfectamente almacenado en mi mente, como si fuese un tesoro imposible de olvidar. Pero, sinceramente, en este momento parecía más una maldición.

Con un suspiro pesado y sintiéndome como si tuviera ladrillos pegados a los ojos, finalmente decidí bajar. Las escaleras crujieron bajo mis pies y, por alguna razón, parecían burlarse de mi estado. Lo primero que vi al llegar fue al maestro Hiroshi, de pie en medio de la sala con los brazos cruzados. Su presencia siempre irradiaba autoridad.

—Shiro, ¿Dormiste bien? —preguntó, aunque su tono sugería que ya sabía la respuesta.

—No exactamente... —respondí mientras intentaba evitar su mirada.

Él arqueó una ceja, claramente divertido.

—Entonces será un buen día para entrenar. Despejarás la mente. Koharu ya está preparándose. Tú no tardes.

Asentí, aunque sinceramente no podía imaginarme entrenando en mi estado actual. Mientras Hiroshi se alejaba, me dejé caer en una silla, con la cabeza entre las manos.

"No debería haber pensado tanto en Kujou", me repetía, pero era inútil. Justo cuando intentaba recuperar algo de compostura, escuché unos pasos suaves bajando las escaleras. Kujou apareció, fresca como una mañana de primavera. No parecía tener ni un solo problema en el mundo.

—Vaya, Shiro, esas son ojeras grandes. ¿Qué, acaso no pudiste dormir? —preguntó con una sonrisa juguetona mientras se acercaba.

Su tono era descarado, casi como si estuviera disfrutando verme en este estado.

—No es asunto tuyo —murmuré, aunque no pude evitar que mi voz sonara un poco más irritada de lo que quería.

Kujou inclinó la cabeza, como si estuviera evaluándome, y su sonrisa se ensanchó. Fue demasiado. Antes de darme cuenta, mi mano se movió sola y le tomé la mejilla, estirándosela con un poco más de fuerza de la necesaria.

—¡Shiro! ¡Eso duele! ¡Déjame! —se quejó, intentando apartarse mientras yo seguía tirando.

—Eso te pasa por burlarte —respondí, aunque por dentro sentía una extraña mezcla entre irritación y algo que no podía identificar.

Finalmente, la solté, y ella me miró con una expresión de falso enfado, aunque había un leve rubor en sus mejillas.

—Eres un bruto... —dijo, cruzando los brazos, pero yo ya no estaba prestando atención. Algo en su cabello había capturado mi mirada.

Ahí estaba. Esa flor blanca que le había dado ayer. La llevaba puesta, y no era un simple adorno. La forma en que se acomodaba en su cabello hacía que luciera... increíble. Sentí que mi cara se calentaba de inmediato.

"¿Por qué está usando eso?", pensé frenéticamente. No podía ser en serio. Se suponía que solo era un gesto casual, algo para impresionarla. No esperaba que realmente lo usara.

Sin decir nada más, giré sobre mis talones y salí del lugar casi corriendo. Mi corazón latía tan rápido que parecía que iba a salirse de mi pecho.

—No puede ser... —murmuré mientras caminaba hacia el jardín. Me llevé una mano al rostro, tratando de calmarme, pero era inútil. La imagen de Kujou con la flor seguía ahí, grabada en mi mente como una marca imborrable.

"¿Por qué lo hizo? ¿Acaso le gusta? ¿Significa algo para ella?" Cada pregunta parecía más absurda que la anterior, pero no podía detenerme.

Justo cuando estaba a punto de volverme loco con mis pensamientos, Koharu apareció de repente, pasando a mi lado con una sonrisa que claramente no prometía nada bueno.

—¿Qué haces aquí, Shiro? Pensé que estarías entrenando —dijo, aunque su tono sugería que sabía exactamente por qué estaba ahí.

—Solo... despejando mi mente —respondí, intentando sonar indiferente, pero su sonrisa burlona dejó claro que no le creía ni una palabra.

—Claro, claro... Bueno, no te tardes. No queremos que el maestro Hiroshi se impaciente.

Antes de irse, Koharu me lanzó una última mirada cargada de burla. Suspiré profundamente. No había manera de escapar de esto.

"Supongo que entrenar es lo único que puedo hacer ahora", pensé, resignado. Al menos, golpear algo tal vez me ayudaría a sacarme todo esto de la cabeza.

Me dirigí al campo de entrenamiento con pasos pesados, todavía sintiendo el calor en mi cara. Kujou con la flor en su cabello seguía apareciendo en mi mente como un destello molesto, imposible de ignorar.

Cuando llegué, Koharu ya estaba allí, practicando con una espada de madera. Me lanzó una mirada rápida y dejó escapar una risa corta.

—Vaya, Shiro, pareces más agotado de lo normal. ¿Tuviste una noche difícil o es que te quedaste pensando en algo especial? O quizás... Alguien

Decidí ignorarla mientras tomaba una espada de madera para practicar. Koharu siempre tenía algo que decir, y si le daba cuerda, terminaría haciéndome perder la poca paciencia que me quedaba. Pero ella no se detuvo.

—¿Sabes? Kujou se veía bastante bien esta mañana. ¿No crees? —comentó casualmente, aunque su tono estaba cargado de intención.

—No sé de qué hablas —respondí mientras me colocaba en posición.

Ella soltó una risa burlona.

—Claro, claro. Lo que tú digas.

Antes de que pudiera responder, el maestro Hiroshi llegó al campo con su presencia imponente. Nos observó a ambos con una mirada que parecía atravesarnos.

—Bien, es hora de empezar. Shiro, Koharu, quiero ver un combate entre ustedes. No se contengan.

Asentimos al unísono, y tomé una posición defensiva. Koharu sonrió de lado, disfrutando claramente la oportunidad de medirse conmigo.

—Espero que no te contengas solo porque no dormiste bien —dijo mientras cargaba hacia mí.

Bloqueé su primer ataque con facilidad, pero ya sabía que Koharu era rápida. Cada movimiento suyo parecía calculado, una mezcla de fuerza y agilidad. A pesar de mi cansancio, intenté concentrarme. No podía permitir que ella ganara, no después de todas sus burlas.

—¿Te estás distrayendo, Shiro? —preguntó mientras lanzaba un ataque directo a mi costado.

Bloqueé a tiempo, pero su comentario me sacó de mi enfoque.

"¿Distrayéndome? ¡Por supuesto que lo estoy!", pensé, pero no se lo iba a admitir. En lugar de eso, contraataqué con un golpe rápido que ella apenas logró esquivar.

La lucha continuó, con ambos empujándonos al límite. Aunque mi cuerpo estaba cansado, algo en la intensidad del combate logró despejar mi mente, al menos por un momento.

Finalmente, el maestro Hiroshi alzó la mano para detenernos.

—Suficiente. Buen trabajo, ambos. Koharu, tu velocidad sigue siendo tu mayor fortaleza, pero necesitas mejorar tu precisión. Shiro, estás mejorando en resistencia, aunque tu concentración podría ser un problema si no controlas tus emociones.

Asentí, aunque sus palabras me dejaron pensando. Controlar mis emociones... Fácil de decir, pero ¿cómo podía hacerlo con Kujou siempre rondando en mi cabeza?

Después del entrenamiento, me dejé caer en la sombra de un árbol, intentando recuperar el aliento. Koharu se acercó con una botella de agua y una sonrisa divertida.

—No estuvo mal, Shiro. Aunque admito que esperaba un poco más de ti.

—Estaba distraído —respondí sin pensar, lo cual fue un error.

—Oh, ¿De verdad? —preguntó, inclinando la cabeza con una sonrisa maliciosa—. ¿Y puedo preguntar qué te distraía tanto?

La miré, intentando mantener la compostura.

—Solo estoy cansado, eso es todo.

Koharu me estudió por un momento antes de encogerse de hombros.

—Si tú lo dices.

Justo cuando pensé que la conversación había terminado, escuché unos pasos ligeros detrás de mí. Al girarme, ahí estaba Kujou, con la misma flor blanca en su cabello.

—Buen trabajo en el entrenamiento, Shiro —dijo con una sonrisa.

Mi corazón dio un salto. No sabía cómo responder, así que simplemente asentí.

—Gracias...

Ella me miró con curiosidad, como si estuviera esperando algo más, pero antes de que pudiera decir nada, Koharu intervino.

—¿No tienes algo que decirle, Shiro?

La fulminé con la mirada, pero Kujou solo pareció más interesada.

—¿Decirme qué? —preguntó, inclinando ligeramente la cabeza.

Sentí que el calor volvía a mi rostro.

—Nada. Solo que... te ves bien con esa flor —murmuré finalmente, sin atreverme a mirarla a los ojos.

Ella pareció sorprendida por un momento, pero luego sonrió, y esa sonrisa fue suficiente para desarmarme por completo.

—Gracias. Es un detalle bonito.

Con eso, se giró y se alejó, dejándome ahí, con el corazón latiendo tan rápido que pensé que iba a explotar. Koharu, por supuesto, no perdió la oportunidad de reírse.

—¡¡¡Jajajajajajajajajaja!!! Esto es demasiado divertido. Debería traerte flores más seguido, Shiro.

Suspiré profundamente, sin saber si reír, llorar o enterrar mi cara en el suelo. ¿Cómo había llegado a esto?

2 Horas Después

El entrenamiento finalmente terminó, y aunque mi cuerpo estaba al borde del colapso, agradecía la oportunidad de haber gastado toda esa energía. Al menos, por un rato, dejé de pensar en Kujou y en la maldita flor. Claro que Koharu no ayudó con sus comentarios, pero lograba ignorarla... la mayor parte del tiempo.

Mientras caminaba de regreso al dojo, sentía cada músculo de mi cuerpo quejándose. El maestro Hiroshi no se contuvo, y entre los ejercicios de combate y la intensidad de Koharu, terminar había sido una especie de milagro.

—Creo que necesito un baño... urgente —murmuré para mí mismo.

La casa estaba tranquila cuando llegué. Kujou no estaba a la vista, lo cual era un alivio para mis nervios. Me dirigí directo al baño, dejando caer la ropa sudada en una esquina y llenando la tina con agua caliente. El vapor pronto comenzó a llenar la habitación, envolviéndome en un abrazo reconfortante.

Me sumergí en el agua, cerrando los ojos mientras dejaba escapar un suspiro largo. El calor ayudó a relajar mis músculos, y por un momento, todo el mundo exterior desapareció.

"¿Por qué llevaba la flor?"

Ahí estaba otra vez. Esa pregunta seguía regresando como un mosquito insistente. Me pasé una mano por el cabello mojado, frustrado. Tal vez le estaba dando demasiada importancia. Kujou probablemente ni siquiera lo pensó mucho al respecto.

"Claro... porque ella no tiene nada mejor que hacer que confundirme."

Después de un rato, salí del agua, sintiéndome al menos un poco mejor. Me vestí con ropa limpia y decidí salir un rato. Tal vez un cambio de ambiente me ayudaría a despejar la mente.

La biblioteca del pueblo estaba a unos quince minutos desde el dojo. Era un lugar tranquilo, perfecto para perderse entre libros y pensamientos. Caminé por el sendero que llevaba al pueblo, disfrutando del aire fresco que contrastaba con el calor del baño.

Cuando llegué, el sonido de la puerta al abrirse fue casi reconfortante. El lugar estaba silencioso, salvo por el leve crujir de las estanterías de madera y el suave susurro de las páginas al ser pasadas.

Me dirigí a una sección al azar, buscando algo que pudiera capturar mi atención. Las palabras en los títulos de los libros parecían borrosas al principio, pero finalmente tomé uno sobre estrategias de combate. Era algo familiar, algo que podría mantener mi mente ocupada.

Me senté en una mesa cerca de una ventana, donde la luz del sol entraba suavemente. Comencé a leer, pero mi concentración no duró mucho. Mi mente volvía a desviarse, pensando en cómo Kujou había sonreído esta mañana, en cómo la flor parecía iluminar su rostro.

"Ya basta, Shiro", me regañé mentalmente, cerrando el libro con un golpe suave.

—¿Siempre lees tan concentrado? —dijo una voz detrás de mí, haciendo que casi saltara de la silla.

Me giré rápidamente y, por supuesto, ahí estaba Kujou, con una sonrisa divertida.

—¿Qué haces aquí? —pregunté, tratando de sonar neutral, aunque mi tono probablemente sonó más sorprendido de lo que quería.

—Este también es mi pueblo por el momento, ¿Recuerdas? —respondió, caminando tranquilamente hacia la mesa. Llevaba una cesta con algunos libros que probablemente había tomado prestados.

Se sentó frente a mí sin pedir permiso, como si fuera lo más normal del mundo.

—¿Qué lees? —preguntó, inclinándose un poco para mirar el título.

—Estrategias de combate —respondí, mostrando la portada.

Ella arqueó una ceja.

—¿En serio? ¿No tienes suficiente con el entrenamiento?

—Solo quería... distraerme —dije, aunque el peso de la ironía no pasó desapercibido.

Kujou sonrió de lado y me miró con esa expresión curiosa que parecía atravesarme.

—Pareces muy distraído. ¿Algo te preocupa?

—No realmente —mentí, apartando la mirada.

Ella apoyó la barbilla en una mano, estudiándome.

—¿Sabes? Esa flor que me diste... pensé que te gustaría saber que me la puse porque me pareció bonita.

Sentí cómo mi corazón se detenía un segundo antes de acelerarse.

—¿Qué? —pregunté, sin saber si quería que repitiera o si deseaba que nunca lo hubiera dicho.

Kujou se rió suavemente.

—Relájate, Shiro. No significa nada. Solo... pensé que era un detalle lindo.

Por alguna razón, sus palabras no me ayudaron a calmarme. Me quedé mirando la mesa, tratando de mantener la compostura mientras mi mente corría en círculos.

Ella se levantó, sosteniendo su cesta.

—Bueno, no te molestes demasiado pensando en eso. Nos vemos más tarde.

Y con eso, se fue, dejándome solo en la biblioteca con más preguntas que respuestas. ¿Por qué era tan difícil entenderla? ¿Y por qué, a pesar de todo, no podía dejar de pensar en ella?

Después de que Kujou se fue, me quedé sentado en silencio, procesando sus palabras. Había algo en su forma de ser que me descolocaba por completo, como si cada interacción con ella fuera un rompecabezas que nunca terminaba de armarse. Suspiré, volviendo a abrir el libro sobre estrategias de combate, aunque mi mente estaba demasiado dispersa como para concentrarme en las palabras.

Entonces, escuché un sonido familiar: pasos firmes y tranquilos, acompañados por el leve tintineo de unos pendientes. Al levantar la vista, vi entrar a la bibliotecaria Ishika, una figura conocida y respetada en el pueblo. No solo era la encargada de este santuario de conocimiento, sino también una maestra elemental. Todos hablaban de su sabiduría y de cómo dominaba con elegancia sus elementos, aunque rara vez compartía detalles sobre su pasado.

—Maestra Ishika —dije, inclinando ligeramente la cabeza en señal de respeto cuando ella pasó cerca de mi mesa.

Ella se detuvo, ajustándose los lentes con un gesto refinado, y me dedicó una sonrisa tranquila.

—Shiro, qué sorpresa verte aquí. ¿Buscando algo en especial?

—No exactamente —respondí —Solo quería distraerme un poco después del entrenamiento.

Ishika asintió, como si entendiera perfectamente lo que decía. Se acercó a mi mesa y echó un vistazo al libro que tenía en las manos.

—Estrategias de combate... interesante elección. Aunque, si me permites decirlo, dominar la técnica es solo una parte. El verdadero poder radica en la conexión con tu propio elemento.

Bajé la mirada, algo avergonzado.

—Eso es... complicado para mí.

Ella arqueó una ceja, claramente intrigada.

—¿Aún no tienes un elemento?

Negué con la cabeza.

—No. He entrenado en técnicas básicas, pero... nunca he sentido esa conexión de la que todos hablan.

Por un momento, Ishika pareció reflexionar. Luego, su expresión cambió, como si hubiera recordado algo importante.

—Espera aquí un momento, Shiro —dijo antes de girarse y caminar hacia las estanterías más antiguas de la biblioteca.

La observé mientras se movía con precisión entre los pasillos, sus dedos recorriendo los lomos de los libros hasta que finalmente encontró lo que buscaba. Era un tomo antiguo, con una cubierta desgastada y letras doradas casi borradas por el tiempo.

Cuando regresó, colocó el libro frente a mí con cuidado, como si fuera un tesoro frágil.

—Este libro es algo especial —dijo mientras se acomodaba los lentes—. Contiene información sobre cómo una persona puede descubrir su elemento. No es un proceso fácil, y cada uno debe encontrar su propio camino. Pero tal vez esto pueda guiarte.

Tomé el libro con ambas manos, notando lo pesado que era. Las páginas parecían estar hechas de un papel grueso y rugoso, y un leve aroma a pergamino antiguo emanaba de él.

—Gracias, maestra Ishika —dije con sinceridad.

Ella sonrió suavemente, haciendo un gesto con la mano como si no fuera nada.

—Aprovecha esta oportunidad, Shiro. La conexión con un elemento no solo fortalece tus habilidades, sino que también te ayuda a entenderte a ti mismo.

Sin decir más, se giró y comenzó a alejarse, dejando el aire impregnado con su serenidad característica. Me levanté de inmediato, sosteniendo el libro con cuidado, y me incliné en una reverencia profunda.

—Gracias por su sabiduría, maestra Ishika —dije, aunque ella ya estaba demasiado lejos para responder.

Al salir de la biblioteca, sentí el peso del libro en mis manos, pero también un extraño tipo de esperanza. Tal vez este era el comienzo de algo. Mientras caminaba de regreso a casa, el sol comenzaba a ocultarse, tiñendo el cielo de tonos naranjas.

"Descubrir mi elemento, ¿eh?", pensé, apretando el libro contra mi pecho.

—Bueno, supongo que no tengo nada que perder...