Cuando abrí los ojos, todo parecía difuso, como si una neblina espesa se hubiera apoderado de mis sentidos. Poco a poco, mis pensamientos se aclaran, y lo primero que noto es el aroma penetrante a hierbas medicinales que flota en el aire. Estaba acostado en una cama cómoda, aunque cada movimiento hacía que un dolor punzante recorriera mi cuerpo. Intenté girar la cabeza con cuidado, y allí, en la cama de al lado, estaba Koharu con su rostro, pálido y sereno, me llenó de una mezcla de alivio y preocupación. Ella aún no despertaba.
Me incorporé un poco, sintiendo cómo las vendas que envolvían mi torso se tensaban, pero antes de que pudiera moverme más, dos elfas entraron a la habitación. Su aparición fue tan silenciosa que apenas percibí sus pasos. Ambas llevaban ropajes de colores claros que desprendían un leve brillo, y sus movimientos eran gráciles como el murmullo del viento. Una de ellas me miró con una expresión severa, mientras la otra se acercaba a Koharu.
—No deberías moverte —Dijo la elfa de ojos verdes, con un tono firme pero no hostil. —Si lo haces, podrías abrir tus heridas de nuevo.
Suspiré, dejando caer mi espalda contra la almohada. La sensación de vulnerabilidad era frustrante. Siempre había tratado de ser fuerte, de proteger a los demás, pero ahora era yo quien necesitaba ser cuidado. Mientras la elfa revisaba a Koharu, sacó una libreta pequeña, casi mágica en apariencia, donde comenzó a anotar información. Observó las vendas que cubrían el brazo de Koharu y murmuró algo en un idioma que no comprendía del todo. La otra elfa también revisó las hierbas y ungüentos que habían aplicado en su cuerpo, asegurándose de que todo estuviera en orden.
—Quiero levantarme… —Dije finalmente, mi voz sonó un poco más firme de lo que esperaba. Sentía que necesitaba moverme, confirmar que podía seguir adelante, que no estaba completamente roto.
La elfa de ojos verdes me miró de nuevo y negó con la cabeza.
—Tu cuerpo necesita tiempo para sanar. Las hierbas están ayudando, pero no pueden hacer todo el trabajo por ti. Debes descansar, Shiro.
—¿Dónde estoy?... ¿Cuánto tiempo ha pasado?... —Pregunté, sintiendo un nudo formarse en mi garganta. Las últimas cosas que recordaba eran un torbellino de caos y peligro. Mi mente estaba nublada por la preocupación.
Las elfas intercambiaron una mirada breve antes de responder. Fue la de cabello plateado quien habló esta vez, con un tono más suave:
—Estás en el dojo del señor Hiroshi. Han pasado tres días desde que llegaron aquí. Estabas muy malherido al igual que tu amiga.
Al escuchar esas palabras, una leve sonrisa cruzó mi rostro. Estaba en casa, o al menos en el lugar más cercano a un hogar que había conocido. El maestro Hiroshi… él siempre había sido como un hermano mayor para mí. Saber que había sido él quien nos trajo aquí me llenó de gratitud.
—Gracias… —Murmuré, cerrando los ojos por un momento. Aunque mi cuerpo seguía doliéndome, el peso de la incertidumbre comenzó a desvanecerse.
La elfa de cabello plateado se acercó un poco más, colocando una mano fría pero reconfortante en mi frente.
—Tus heridas fueron graves, pero tienes suerte de ser joven y fuerte. El señor Hiroshi dijo que tenía fe en que te recuperarías. Ahora, ¿Quieres algo? Tal vez un poco de té para calmarte.
Asentí lentamente, y ella desapareció en silencio por un momento, dejándonos solos a Koharu y a mí. La habitación estaba tranquila, salvo por el suave crujido de la madera y el murmullo del viento que se colaba por una ventana entreabierta. Miré a Koharu nuevamente, deseando que despertara pronto. Había algo en su quietud que me perturbaba, aunque las elfas parecían confiadas en su recuperación.
Cuando la elfa regresó con el té, me ayudó a incorporarme lo suficiente para beber. El sabor era suave, con un toque amargo, pero sentí cómo el líquido caliente relajaba mis músculos tensos.
—Gracias por cuidarnos… —Dije finalmente, levantando la mirada hacia ella. Sus ojos brillaban con algo que podría haber sido compasión o simple profesionalismo, pero me reconfortó.
La elfa asintió con una sonrisa.
—Eso hacemos. Ahora, descansa, Shiro. Mañana estarás un poco mejor.
Mientras dormía, el sueño me envolvió como una marea suave pero inquietante. Estaba de pie en un lugar que no reconocía, un paraje bañado en penumbra. Frente a mí, una chica apareció como una figura etérea. Su cabello blanco, atado en una coleta, brillaba como si capturara la luz de un sol inexistente. Pero lo que más me llamó la atención fueron sus ojos: uno rojo, ardiente como brasas, y el otro azul, profundo como el océano. Había algo hipnótico en su mirada, una mezcla de frialdad y pasión que me paralizó.
Intenté dar un paso hacia ella, pero mis piernas no respondían. Era como si estuviera anclado al suelo. Quise hablarle, preguntar quién era y por qué estaba allí, pero mis labios no emitieron sonido alguno. De pronto, una sensación de pesadez me invadió, como si una presencia oscura hubiera llenado el aire. Era una opresión palpable, que me hacía temblar de forma involuntaria.
Algo instintivo me obligó a girarme, y allí estaba él: un hombre de cabello negro corto y ojos azules que brillaban con una intensidad gélida. Su presencia era tan imponente que el aire a mi alrededor parecía congelarse. No pronunció palabra alguna, pero su mera existencia emanaba un poder abrumador. Me quedé atrapado entre estas dos figuras, incapaz de moverme, mientras un sentimiento de miedo y curiosidad me desgarraba por dentro. Antes de que pudiera comprender qué estaba sucediendo, todo se desvaneció.
Desperté con un sobresalto, mi respiración era agitada. Por un momento, no supe dónde estaba, pero al girar la cabeza, me encontré con la figura familiar de Koharu. Estaba despierta, sentada contra el respaldo de su cama, y al verme, una sonrisa suave y cálida iluminó su rostro.
—¡Shiro! —Exclamó con un tono de alivio. —Me alegra que ya estés despierto. ¿Estás bien?
—Sí, creo que sí —Respondí, aunque mi voz sonaba algo ronca. Me tomé un momento para observarla. A pesar de las vendas que aún cubrían su brazo, parecía mucho más animada que la última vez que la vi inconsciente.
Ella inclinó un poco la cabeza, evaluándome con los ojos entrecerrados.
—Pareces agotado. Supongo que es normal después de… bueno, después de lo que pasó. Pero al menos estamos vivos, ¿No?
Sonreí levemente y asentí.
—Eso es lo que importa…
Pasamos unos minutos en una charla tranquila. Su presencia era un alivio después del sueño perturbador. Su voz tenía ese tono reconfortante que siempre lograba calmarme. Sin embargo, en un momento su mirada cayó sobre las vendas que cubrían gran parte de mi torso y brazos. Frunció ligeramente el ceño, como si algo la hubiera golpeado.
—…Tienes más vendas que yo…—Murmuró, y luego sus ojos se ampliaron al recordar algo. —Shiro, tú… tú arriesgaste tu vida por mí, ¿Verdad?...
Apartó la mirada, y un ligero rubor coloreó sus mejillas.
—Gracias… —Dijo en un susurro apenas audible. Parecía luchar contra su propia timidez para expresar esas palabras.
La sinceridad en su voz me hizo sonreír. Negué con la cabeza lentamente.
—No fue nada, Koharu. Es lo menos que podría hacer por ti, ¿No?
Ella levantó la vista, y por un momento nuestras miradas se encontraron. Había algo cálido y reconfortante en ese intercambio silencioso, algo que no necesitaba palabras. Ambos sonreímos, compartiendo una conexión que iba más allá de lo que había sucedido.
El sonido de pasos suaves interrumpió el momento. Las dos elfas que habían estado cuidándonos entraron a la habitación, llevando bandejas con comida. El aroma que llenó el aire fue suficiente para que mi estómago gruñera de forma audible, lo que provocó una risita de Koharu.
—Parece que alguien tiene hambre —Bromeó.
La comida que nos ofrecieron era sorprendentemente sencilla pero deliciosa. Había un plato de estofado caliente, con trozos de carne tierna que se deshacían al contacto con la lengua. Las verduras, perfectamente cocidas, incluían zanahorias dulces, papas suaves y un toque de hierbas que daban al caldo un sabor fresco y aromático. Junto a esto, había un pan redondo, dorado y crujiente por fuera, pero esponjoso por dentro, con un leve brillo que lo hacía irresistible. Una taza de té caliente, con un aroma floral y un sabor ligeramente amargo, completaba la comida.
—Esto está… increíble —Dije después de probar el primer bocado. Sentía cómo el calor del estofado se extendía por mi cuerpo, llenándome de energía renovada.
Koharu asintió, sonriendo mientras mordía un pedazo de pan.
—Definitivamente es mejor que lo que comíamos durante el viaje. Me siento como en un banquete.
Ambos reímos suavemente, disfrutando de la tranquilidad del momento. Por primera vez en días, podía relajarme y saborear algo tan simple como una comida compartida con una amiga. En ese instante, el dolor de mis heridas y las sombras del sueño parecían lejanas, casi irreales. Solo existía el calor de la comida, la compañía de Koharu y la esperanza de que, tal vez, las cosas empezarían a mejorar.
Luego de un rato Hiroshi llegó a saludarnos.
—¡Shiro! —Gritó Hiroshi desde la puerta, entrando con una sonrisa amplia. Nos saludó con su característico entusiasmo. —¡Hermanito! ¿Cómo estás?
Yo me detuve un momento, tenía el cuchillo en mi mano suspendido en el aire, y me sentí algo incómodo. Hiroshi siempre me llamaba "hermanito", como si fuéramos de la misma familia, pero eso me ponía un poco nervioso. No porque no me agradara, sino porque... bueno, soy más bien un chico reservado, y la gente me veía raro si pensaba que alguien tan cercano a mí me llamaba de esa manera. Así que, sin saber qué hacer, levanté una mano y traté de parecer lo más indiferente posible.
—Maestro Hiroshi, por favor… no me llame así —Le dije con algo de vergüenza, mirando a Koharu de reojo para ver si me había notado.
Hiroshi se rió con fuerza, sin tomarse en serio mi pedido. Se acercó a nuestras camas y se inclinó hacia Koharu, extendiendo la mano con cortesía.
—Hola, soy Hiroshi Kondo, uno de los 24 Maestros Elementales. —Dijo con una sonrisa confiada.
Koharu levantó una ceja, visiblemente sorprendida. Yo también me sorprendí, aunque traté de no mostrarlo, ya sabía esa información del maestro Hiroshi pero siempre que lo escuchaba me sorprendía. Además los 24 Maestros Elementales eran conocidos por su destreza en la batalla.
—¿Maestros Elementales? —Preguntó Koharu, claramente asombrada. Yo no pude evitar admirar su curiosidad.
Hiroshi se acomodó en la silla junto a mí, sin necesidad de invitación. Comenzó a hablar con un tono serio, como si estuviera acostumbrado a contar su historia.
—Los Maestros Elementales son personas que controlan su elemento a la perfección —Explicó, mientras tomaba un sorbo de agua. —Cada uno de nosotros tiene un poder único, y nuestra misión es proteger los pueblos y combatir contra las amenazas, como los Kuragamis.
La idea de que los Maestros Elementales luchaban contra los Kuragamis era algo que me inspiraba respeto, pero también cierta inquietud.
Koharu se mostró aún más interesada, casi como si pudiera ver un futuro brillante en la mención de esos maestros. Se inclinó hacia adelante, con los ojos brillando de emoción.
—¡Entonces! —Exclamó, como si acabara de encontrar una respuesta a todas sus preguntas. —¡Si los Maestros Elementales nos entrenan, seremos capaces de derrotar a los Kuragamis!
Hiroshi frunció el ceño de inmediato y levantó la mano en señal de advertencia.
—No te emociones tanto —Interrumpió con un tono firme. —Los entrenamientos de los Maestros Elementales son extremadamente rigurosos. Sólo unos pocos logran aguantarlos. Es un proceso brutal y casi imposible de soportar para quienes no están preparados.
Koharu pareció desanimarse un poco, pero su determinación no desapareció. Se enderezó en su asiento, como si tuviera una misión clara en mente. Pude ver cómo sus manos se apretaban sobre la mesa, con los nudillos ligeramente blancos.
—Da igual... debo volverme fuerte, pase lo que pase. —Dijo, con voz firme y decidida.
Yo, que estaba en silencio, observando todo con atención, no pude evitar sentirme algo confundido. Había algo en su mirada que me decía que no estaba hablando de una simple lucha contra los Kuragamis. Había algo más profundo en su deseo, algo personal. Finalmente, no pude quedarme callado.
—¿Por qué? ¿Por qué tanto empeño en ser fuerte? —Le pregunté, genuinamente curioso.
Koharu me miró fijamente, como si estuviera decidiendo si debía confiarme su secreto. Después de un momento que me pareció eterno, suspiró y, con la mirada perdida en el horizonte, empezó a hablar.
—Estoy buscando a mi hermano menor... —Dijo, apenas susurrando.
—... ¿Qué pasó con tu hermano?... —Pregunté con voz suave, casi temerosa de que al hacerlo estuviera invadiendo algo privado.
Koharu levantó la mirada, y por un momento, me pareció que las palabras se atoraban en su garganta. Su rostro, tan serio y determinado en todo momento, parecía ahora más vulnerable. La miré con atención, tratando de darle el espacio que necesitaba. Entonces, finalmente, habló.
—Mi hermano menor... se llama Yuki —Dijo con un suspiro, y al pronunciar su nombre, pude ver un atisbo de ternura en sus ojos.
Yuki, era un nombre tan cálido y lleno de esperanza que me hizo imaginar a un niño lleno de energía y sonrisa brillante. Algo completamente diferente de la persona que estaba frente a mí.
Koharu bajó la mirada hacia la mesa, como si las palabras fueran difíciles de formar.
—Hace cuatro años, estábamos juntos... todo iba bien. Yo era su protectora, siempre cuidando de él, y... —Su voz vaciló. —Él también cuidaba de mí. Teníamos una vida tranquila en el pueblo donde crecimos, pero una noche... todo cambió. Los Kuragamis atacaron, y en medio del caos... nos separaron. Yuki y yo fuimos arrastrados por diferentes caminos. Intenté encontrarlo, luché por reunirnos, pero... después de un tiempo perdí todo rastro de él.
Mi respiración se detuvo por un momento. Cuatro años. Cuatro años sin saber nada de un ser querido. El dolor que debía sentir Koharu era indescriptible. No podía imaginar cómo debía haberse sentido al ver a su hermano alejarse, al sentir que no podía protegerlo.
—Esas noches de incertidumbre… —Continuó Koharu, mientras sus ojos empezaban a humedecerse. —Esos días sin saber si estaba vivo o muerto... Me sentía tan vacía. A veces pienso que lo he perdido para siempre.
Me dolía verla así. Y aún más me dolía recordar lo que había vivido yo, cuando perdí a mi familia. Aunque no fuera por los mismos motivos, el vacío de la pérdida siempre se sentía igual. Lo que Koharu no sabía, y nunca lo había dicho en voz alta, es que al igual que ella había perdido a Yuki, yo también había perdido a mis propios padres. Había dejado atrás una vida que ya no podía recuperar, y ese dolor me acompañaba en cada paso que daba.
Sin poder evitarlo, me levanté y me acerqué a ella. Tomé un profundo aliento, como si preparara mi corazón para decir algo que no quería, pero sabía que debía.
—Koharu... yo... también perdí a mi familia —Le dije, con las palabras fluyendo de mi boca sin pensarlo.
Ella levantó la vista hacia mí, sorprendida, y en sus ojos vi una chispa de comprensión. No dije mucho más, pero el simple hecho de compartir ese dolor me hizo sentir un poco más ligero, como si ya no estuviera tan solo en esta carga.
Koharu no dijo nada, pero me miró con una expresión que no sabía interpretar del todo. Hubo una fracción de segundo en la que parecía que ambos estábamos sumidos en el mismo dolor, pero luego sus ojos se iluminaron de nuevo con esa chispa de determinación. Con firmeza, volvió a hablar, aunque esta vez su voz temblaba un poco.
—Lo necesito, Shiro... Necesito encontrarlo. No importa lo que cueste, no importa cuánto tenga que entrenar, voy a encontrarlo, y cuando lo haga, voy a traerlo de vuelta.
Las lágrimas que había contenido en su interior finalmente empezaron a caer, y aunque al principio intentó disimularlas, no pude evitar acercarme más. Colocó una mano sobre su rostro, pero no trató de detener el llanto. Y no pude evitar sentir una mezcla de tristeza y admiración por ella. El coraje que mostraba, a pesar de todo lo que había sufrido, era algo que me inspiraba.
En ese momento, Hiroshi se acercó, y aunque sabía que la situación era delicada, no dudó en ofrecerle su apoyo. Se inclinó hacia Koharu, tocando ligeramente su hombro.
—Te ayudaré —Dijo con una sonrisa amable pero decidida. —Te ayudaré a hacerte más fuerte. Si entrenas conmigo, serás capaz de encontrar a tu hermano, te lo prometo. Yo también tengo una razón para luchar, y no voy a dejar que sigas sufriendo en silencio.
Koharu, aunque sorprendida por la sinceridad en su voz, levantó la cabeza y lo miró con gratitud. Agradecía profundamente sus palabras, aunque su dolor no desapareció de inmediato.
—Gracias, señor Hiroshi... —Dijo, con sus ojos aún empañados por las lágrimas. Luego, volvió su mirada hacia mí. —Y tú, Shiro, ¿Qué opinas? ¿Te gustaría entrenar con nosotros?
Miré a Hiroshi, quien mantenía su sonrisa confiada, y luego a Koharu, cuyos ojos brillaban con un destello de esperanza. No sabía qué nos depararía el futuro, ni lo difícil que sería el entrenamiento con los Maestros Elementales. Pero algo en mí me decía que no podía quedarme atrás.
—Claro... —Respondí finalmente, sonriendo de manera sincera. Mi voz estaba llena de determinación, aunque en el fondo aún sentía un nudo en el estómago. —Voy a entrenar contigo. Y si en algún momento necesitas ayuda para encontrar a tu hermano, estaré a tu lado.
Koharu me miró, y por un momento, sus ojos brillaron con un agradecimiento profundo. Hiroshi, a su lado, también parecía satisfecho con nuestra respuesta.
—Juntos, ¿Eh? —Dijo Hiroshi, y sin esperar más, se levantó, dirigiéndose a la puerta. —Perfecto. Mañana comenzamos con el entrenamiento.
Sentí que el aire en la enfermería había cambiado. La conversación, aunque pesada al principio, nos había unido de una manera extraña, pero real. No sabía qué nos deparaba el futuro ni cuántos desafíos nos esperaban, pero por primera vez en mucho tiempo, sentí que no estábamos tan solos en este mundo.
La noche había caído, y las sombras cubrían el cuarto donde Koharu y yo descansábamos. Después de todo lo que habíamos vivido, el silencio ahora se sentía pesado, como si las palabras dichas horas antes todavía flotaran en el aire. Cada uno de nosotros estaba sentado en su cama, separados por apenas un metro de distancia. La tenue luz de una lámpara de aceite iluminaba el cuarto, proyectando sombras danzantes en las paredes de madera.
Yo estaba apoyado contra la cabecera de mi cama, con los brazos cruzados, mirando hacia el techo. Pero mi mente estaba en otra parte. No podía dejar de pensar en Yuki, el hermano de Koharu. En cómo debía de haber sido aquel día en el que lo perdió. La imagen de un niño pequeño, arrastrado por las garras del caos, me invadía constantemente. Era imposible no imaginarme en su lugar, o en el de Koharu. Y eso me hacía sentir una mezcla de tristeza y empatía que era difícil de describir.
Koharu, por su parte, estaba sentada con las piernas cruzadas sobre su cama. Sus manos jugaban con el borde de la manta, enredando y desenredando los dedos en la tela, como si ese pequeño gesto la mantuviera conectada a la realidad. La miré de reojo. Había algo en su postura que me decía que aún estaba perdida en sus pensamientos, y no pude evitar sentirme un poco culpable por haber sacado el tema de su hermano horas antes. Pero al mismo tiempo, sabía que ella necesitaba desahogarse.
—¿Qué piensas? —Pregunté finalmente, rompiendo el silencio. Mi voz era baja, casi un susurro, como si temiera que el cuarto entero estuviera escuchando nuestra conversación.
Ella levantó la mirada, sorprendida por la pregunta, pero no respondió de inmediato. Sus ojos reflejaban la luz de la lámpara, y por un momento parecieron más grandes, más vulnerables.
—Estaba pensando en Yuki —Dijo finalmente, con una voz tan suave que apenas la escuché. —En cómo solía seguirme a todos lados, siempre tan curioso, tan lleno de vida… Era como un rayo de sol, ¿Sabes? Siempre encontraba algo bueno en cualquier cosa, incluso en los días más oscuros.
Hizo una pausa, y yo no dije nada, dándole espacio para continuar.
—Pero ahora... ni siquiera sé si está vivo —Añadió con su voz temblando ligeramente. —Cuatro años, Shiro. Cuatro años sin verlo, sin saber si está bien, si está a salvo… Es un dolor que nunca desaparece. Y a veces… —Su voz se rompió un poco. —A veces siento que lo estoy olvidando. Que su rostro, su voz, su risa... se están desvaneciendo en mi memoria.
Esas palabras me golpearon con fuerza. La idea de perder a alguien querido ya era suficientemente dolorosa, pero el miedo a olvidarlo… eso era algo que nunca había considerado. La miré con más atención, tratando de encontrar algo que decir, algo que pudiera aliviar siquiera un poco el peso que cargaba.
—No lo estás olvidando, Koharu —Dije con firmeza, inclinándome un poco hacia ella. —Yuki sigue siendo una parte de ti, incluso si ahora no puedes verlo. Cada decisión que tomas, cada paso que das para encontrarlo, es una prueba de cuánto lo amas. Y ese amor… eso nunca desaparece.
Ella me miró fijamente, y por un momento pensé que iba a responder, pero en lugar de eso, simplemente bajó la mirada y siguió jugando con la manta. El silencio volvió a llenar el cuarto, pero esta vez no era incómodo.
Después de unos minutos, me moví un poco en mi cama, sentándome al borde y apoyando los codos sobre mis rodillas. Miré a Koharu con una sonrisa leve, casi imperceptible, y hablé de nuevo.
—Koharu… —Empecé, esperando que ella levantara la mirada. Y cuando lo hizo, continué. —Encontraremos a Yuki. No importa cuánto tiempo tome, ni cuántos obstáculos tengamos que enfrentar. Lo encontraremos, te lo prometo.
Al principio, no dijo nada. Sus ojos simplemente se quedaron fijos en los míos, como si estuviera tratando de leer mi mente, de encontrar la sinceridad detrás de mis palabras. Luego, poco a poco, vi cómo sus labios temblaban ligeramente, y antes de que pudiera decir algo más, las lágrimas comenzaron a caer nuevamente.
—Gracias... —Susurró entre sollozos, cubriéndose el rostro con las manos. Su cuerpo temblaba ligeramente mientras el llanto se apoderaba de ella, pero esta vez no era un llanto de desesperación. Era como si, por primera vez en mucho tiempo, hubiera encontrado una esperanza a la que aferrarse.
Me quedé quieto por un momento, sin saber exactamente qué hacer. No soy muy bueno manejando las emociones de los demás, pero sabía que no podía dejarla sola en ese momento. Así que me levanté de mi cama y me acerqué a la suya, sentándome en el borde con cuidado. Coloqué una mano en su hombro, intentando ofrecerle algo de consuelo.
—No estás sola en esto, Koharu —Dije, con la voz más suave que pude. —Tienes al maestro Hiroshi, y me tienes a mí. Juntos encontraremos a Yuki. Y cuando lo hagamos, será como si todo este dolor nunca hubiera existido.
Ella bajó las manos lentamente, revelando una sonrisa débil pero genuina, aunque las lágrimas seguían corriendo por su rostro.
—Lo sé... —Dijo con un hilo de voz, asintiendo. —Gracias, Shiro. De verdad, gracias por estar aquí.
Nos quedamos así por un rato, sin hablar, dejando que el momento se asentara entre nosotros. Finalmente, cuando las lágrimas de Koharu se detuvieron y su respiración se calmó, volví a mi cama y me recosté, mirando el techo nuevamente. Pero esta vez, había algo diferente en el aire. Una sensación de determinación, de propósito.
Sabía que el camino que teníamos por delante no sería fácil. Los entrenamientos con Hiroshi serían duros, y los Kuragamis seguirían siendo una amenaza constante. Pero también sabía que, pase lo que pase, no íbamos a rendirnos. Koharu encontraría a Yuki, y yo estaría allí para ayudarla, cueste lo que cueste.
Con ese pensamiento en mente, cerré los ojos y dejé que el sueño me llevara, sabiendo que la promesa que había hecho esa noche sería mi guía en los días por venir.