Era una tarde tranquila en el pueblo. Las calles estaban llenas de movimiento, pero había una calma peculiar en el aire, como si el bullicio de la vida cotidiana se desarrollara con un ritmo sereno. Caminaba con paso ligero, sosteniendo en mi mano la lista que Hiroshi me había entregado. Hierbas, pociones... No era una tarea difícil, pero mi mente vagaba en otros asuntos mientras recorría los adoquines irregulares del lugar. El viento traía consigo el aroma de pan recién horneado y especias que se mezclaban con el susurro de conversaciones y risas lejanas.
De repente, algo rompió esa calma. Desde un callejón estrecho, a mi derecha, surgieron un par de hombres corriendo apresuradamente. Tenían una expresión de pánico en sus rostros, como si hubieran visto algo que preferirían olvidar. Al cruzar frente a mí, uno de ellos tropezó ligeramente, pero no se detuvo; sus pasos resonaban como eco en el suelo de piedra. Algo no estaba bien.
Mi curiosidad me venció. Doblé hacia el callejón, asegurándome de mantener la lista segura en mi bolsillo. El lugar era sombrío, iluminado solo por un tenue rayo de luz que se filtraba entre los edificios. Al fondo, una figura se movía. A medida que me acercaba, mis ojos distinguieron a una chica. Su cabello negro estaba desordenado, rebelde como si se negara a seguir las normas. Llevaba ropa sencilla, algo elegante para ser sincero, pero había una fuerza en su porte que me llamó la atención de inmediato.
Estaba agachada, hablando con un par de niños que sostenían bolsas pequeñas. Vi cómo sacaba unas monedas y se las daba. Su voz era suave, aunque no podía entender lo que decía desde donde estaba. Los niños la miraban con una mezcla de admiración y alivio.
—¿Quién eres? —mi voz rompió el silencio. Ella levantó la vista, y sus ojos, oscuros y llenos de determinación, se encontraron con los míos. —¿Qué estás haciendo aquí? ¿Y por qué esos hombres salieron corriendo como si los persiguiera un demonio?
La chica me observó con calma, pero no respondió de inmediato. En cambio, se puso de pie, sacudiéndose las manos como si aquello fuera algo completamente normal para ella. Entonces, sonrió ligeramente, una sonrisa apenas perceptible que no alcanzaba sus ojos.
—Soy Kujou Rinna —dijo con una voz firme, pero no agresiva. —Tengo 17 años. Y si te refieres a esos tipos que escaparon... Eran unos ladrones.
—¿Ladrones? —repetí, frunciendo el ceño. Miré a los niños, que parecían más tranquilos ahora, aunque seguían aferrándose a sus bolsas como si temieran perderlas. —¿Qué estaban haciendo aquí?
—Intentaron robarles a estos pequeños —respondió Kujou mientras hacía un gesto hacia los niños. —Ya sabes, aprovechándose de que son vulnerables. No podía quedarme mirando, así que... les hice cambiar de opinión.
—¿Hiciste que cambiaran de opinión? —pregunté, levantando una ceja. Algo en la forma en que lo dijo me hizo dudar si se trató de un simple regaño.
Ella se encogió de hombros.
—Digamos que les mostré que no era una buena idea seguir con lo que estaban haciendo.
Había algo en su tono, una mezcla de confianza y despreocupación, que me resultaba intrigante. Miré de nuevo a los niños, que ahora comenzaban a alejarse, agradeciendo tímidamente a Kujou antes de desaparecer entre las sombras.
—No pareces alguien que simplemente pase por aquí para jugar al héroe —comenté, observándola con atención. Sus manos estaban ligeramente arañadas, y había una mancha de polvo en su mejilla. Estaba claro que había habido un enfrentamiento, aunque ella no parecía interesada en dar detalles.
—Y tú no pareces alguien que deba estar haciendo preguntas en lugar de cumplir con su lista —su respuesta fue rápida, casi burlona. Me tomó un segundo darme cuenta de que se refería a la lista que Hiroshi me había dado. No me había dado cuenta de que había sacado la mano del bolsillo, sosteniéndola de nuevo entre mis dedos.
—No estás equivocada —admití, dejando escapar un suspiro. Pero había algo en ella que no podía ignorar. —Entonces, ¿Qué haces aquí? ¿Vives en este pueblo?
Kujou negó con la cabeza, cruzando los brazos.
—No, solo estoy de paso. Pero eso no significa que voy a ignorar cuando algo como esto sucede —sus ojos brillaron un instante, como si recordara algo. —Hay demasiadas personas que miran hacia otro lado. Yo no soy una de ellas.
Su respuesta era directa, honesta, y aunque lo intentara, no podía evitar admirar su determinación. No era común encontrar a alguien dispuesto a enfrentarse a un grupo de ladrones por unos niños. Y menos a alguien tan joven.
Una leve sonrisa se formó en mis labios, apenas visible.
—Supongo que debo agradecerte por cuidar este lugar.
Ella me miró con curiosidad, como si no esperara esa respuesta.
—No lo hice por agradecimientos. —sus palabras eran claras, pero su tono era más suave esta vez. —Pero no hay de qué.
Sin más que decir, di media vuelta para continuar con mi tarea. Pensé que nuestra interacción terminaría ahí, pero para mi sorpresa, escuché sus pasos detrás de mí. Miré por encima del hombro, y allí estaba ella, caminando a mi lado.
—¿Ahora qué haces? —pregunté, alzando una ceja.
—Camino. —su respuesta fue simple, pero había algo en su expresión que me hizo saber que no se trataba solo de eso. Era como si hubiera decidido que tenía que quedarse cerca de mí, al menos por ahora.
Así, seguimos avanzando por las calles del pueblo, dos completos desconocidos unidos por un encuentro inesperado. No sabía qué era lo que Kujou buscaba, pero no pude evitar sentir que el día acababa de volverse mucho más interesante.
Kujou no decía mucho, pero no parecía incómoda con el silencio. De vez en cuando, sus ojos verdes se desviaban hacia las tiendas o hacia las pocas personas que pasaban cerca de nosotros, como si estuviera estudiando cada detalle del lugar.
Después de un rato, decidí romper el silencio.
—Entonces, Kujou —empecé, girando la cabeza hacia ella. —¿Qué necesitas hacer aquí en el pueblo? ¿Hay algo en particular que estés buscando?
Ella me miró de reojo, como si estuviera evaluando cuánto responder. Luego se encogió de hombros, con una sonrisa ligeramente ladeada.
—Estoy buscando a alguien.
—¿Alguien? —repetí, interesado. —¿Quién es? Tal vez pueda ayudarte.
Por un momento, su expresión se endureció, pero lo disimuló tan rápido que casi no me di cuenta. Kujou miró hacia adelante, como si no hubiera escuchado la pregunta.
—Es curioso este pueblo —dijo, cambiando de tema de forma evidente. —Pequeño, pero lleno de vida. No esperaba que fuera tan animado.
Noté su intento de evasión, pero decidí no insistir. Había algo en su mirada que me hacía sentir que presionarla no serviría de nada. Así que simplemente asentí.
—Sí, es un lugar tranquilo la mayor parte del tiempo. No suele haber muchos problemas... a menos que cuentes lo de hace unos minutos en el callejón.
—Eso fue un pequeño contratiempo. —su tono era ligero, pero la forma en que levantó una ceja me hizo sonreír. Kujou parecía tener una habilidad de parecer despreocupada, aunque claramente no lo estaba.
Seguimos caminando, y tras un rato, la lista de cosas que el maestro Hiroshi me había pedido dejó de parecer tan urgente. Kujou no parecía apurada por hacer lo que sea que hubiera venido a hacer, y yo tampoco tenía prisa por despedirme de su compañía. Así que le hice una propuesta.
—Si no estás tan ocupada, hay un lugar cerca del pueblo que creo que te gustaría. Un río. La gente suele ir allí para relajarse. Podríamos ir, si quieres.
Kujou pareció interesarse por un momento, aunque trató de ocultarlo.
—¿Un río, eh? —preguntó, cruzándose de brazos. Luego sonrió, pero esta vez fue una sonrisa auténtica, no la media sonrisa burlona que había mostrado antes. —Está bien, no tengo problema. Vamos.
La llevé por un camino menos transitado, uno que salía del centro del pueblo hacia los campos que rodeaban el lugar. El aire se sentía más fresco a medida que nos alejábamos, y el sonido del agua corriendo comenzó a hacerse audible. Kujou caminaba a mi lado, observando el paisaje con una mezcla de curiosidad y calma.
—Este lugar es... agradable —comentó después de un rato, mirando las flores silvestres que crecían junto al camino. —No estoy acostumbrada a lugares tan tranquilos.
—¿De dónde vienes? —pregunté.
—De muchos lugares. —su respuesta fue vaga, pero su tono sugería que no estaba lista para entrar en detalles. Decidí no presionarla nuevamente.
Finalmente, llegamos al río. Era un lugar hermoso, con agua cristalina que reflejaba el cielo como un espejo. Algunas rocas sobresalían en la orilla, perfectas para sentarse. El sonido del agua fluyendo era relajante, un contraste con el bullicio del pueblo.
—¿Y bien? ¿Qué te parece? —le pregunté, mirando su reacción.
Kujou miró el río por un momento antes de asentir.
—Está bien —dijo, pero su sonrisa la traicionó. Era más que "bien", y ella lo sabía.
Nos sentamos en una de las rocas junto a la orilla y nos quitamos los zapatos. Dejé que mis pies se sumergieran en el agua fría, y el alivio fue inmediato. Kujou hizo lo mismo, aunque al principio pareció dudar.
—Está más fría de lo que pensaba —comentó, pero no apartó los pies. Sus piernas estaban ligeramente levantadas, como si todavía se estuviera acostumbrando a la sensación.
—Te acostumbras —respondí, cerrando los ojos por un momento y dejando que el sonido del agua llenara el silencio.
Pasaron unos minutos antes de que Kujou hablara de nuevo.
—Entonces, ¿Tú qué haces en este pueblo? ¿Naciste aquí?
—¿Yo? —abrí los ojos y miré el río. —No, no nací aquí. Llegué hace algunos años.
—¿Solo? ¿O con tu familia? —Kujou me miró, con ojos llenos de curiosidad.
Negué con la cabeza.
—Solo... Perdí a mis padres a los 8 años...
Por un momento, no dijo nada. Su expresión cambió, como si tratara de procesar lo que acababa de decir.
—Eso... no debe ser fácil.
—Ya me acostumbré —respondí, encogiéndome de hombros. —El maestro Hiroshi, el que me dio la lista de compras, ha sido como un mentor para mí. Me dio un lugar donde quedarme y algo que hacer. Así que no estoy solo, realmente.
Kujou asintió lentamente.
—Eso es bueno. Tener a alguien.
—¿Y tú? —le pregunté, cambiando el tema. —¿Vives con tu familia?
—Con mi papá —respondió. Su voz era tranquila, pero había algo en su tono que sugería que esa respuesta era más compleja de lo que parecía. —Es lo único que tengo.
—¿Y tu mamá? —pregunté con cautela, intentando no cruzar una línea.
—No está. —Kujou no elaboró más, y no quise presionarla. Había un toque de melancolía en su mirada mientras miraba el agua, como si el río reflejara más que solo el cielo.
El silencio entre nosotros no era incómodo. De hecho, se sentía natural, como si ambos estuviéramos tomándonos un momento para procesar lo que el otro había dicho. Aunque acabábamos de conocernos, había algo en Kujou que me hacía sentir que no necesitaba llenar cada segundo con palabras.
Después de un rato, ella habló de nuevo.
—A veces es difícil... no tener a alguien en quien apoyarte.
—Sí —respondí, mirándola. —Pero también te hace más fuerte, ¿no crees?
Kujou me miró por un momento, y luego asintió.
—Supongo que tienes razón. —su sonrisa volvió, aunque esta vez era más suave. —Eres una persona más profunda de lo que parece, Shiro.
Reí entre dientes.
—¿Eso es un cumplido?
—Tal vez —respondió y su tono burlón regresó.
Seguimos hablando, sobre cosas pequeñas y grandes, sobre el pueblo, sobre nuestras vidas. Había algo reconfortante en estar allí, con el agua fría corriendo sobre nuestros pies y el sonido del río llenando el aire. Por un momento, el mundo parecía más simple.
La tarde pasó más rápido de lo que esperaba. Después del río, Kujou y yo decidimos explorar algunos lugares cerca del pueblo. Caminamos entre campos llenos de flores silvestres, donde el aroma de la naturaleza era tan embriagador como la compañía. Le mostré una colina desde donde se podía ver todo el pueblo; Kujou se quedó mirándola en silencio, el viento estaba jugando con su cabello desordenado. Luego, fuimos a un pequeño puente que cruzaba un arroyo, donde las luciérnagas empezaban a aparecer mientras la luz del sol se desvanecía lentamente.
Era extraño. Apenas conocía a Kujou, pero sentía que la conexión entre nosotros crecía con cada paso que dábamos. Su manera de hablar, a veces evasiva y otras veces brutalmente honesta, me intrigaba. Y aunque parecía una persona fuerte y segura, había momentos en que notaba una fragilidad escondida, como si estuviera cargando algo que no quería compartir.
—¿Siempre andas explorando lugares así? —preguntó, deteniéndose junto al puente para mirar el reflejo del cielo en el agua.
—No siempre —respondí, apoyándome en la baranda de madera. —Pero hoy parecía un buen día para hacerlo.
Ella sonrió, y aunque apenas era un gesto pequeño, sentí una calidez inexplicable al verla. El cielo ya estaba tornándose oscuro, con destellos blancos que pintaban las nubes.
—Tienes razón —dijo finalmente. —Hoy sí es un buen día...
Seguimos caminando hasta que la noche se hizo presente completamente, y el pueblo comenzó a encender sus primeras luces. Las estrellas aparecían tímidamente en el cielo oscuro, y el aire se volvió más fresco. Fue entonces cuando Kujou finalmente habló, con un tono que no había escuchado antes.
—Bueno, creo que ya es hora de que regrese —dijo, mirando hacia el camino que conducía al centro del pueblo.
No quería que el día terminara, pero sabía que no podía retenerla.
—¿Crees que nos volveremos a ver? —pregunté, tratando de mantener mi tono casual, aunque en el fondo la pregunta llevaba un peso que no esperaba.
Ella me miró, sorprendida al principio, pero luego su rostro se suavizó. Una leve sonrisa apareció en su rostro, y noté un ligero rubor en sus mejillas, aunque parecía tratar de ocultarlo.
—Claro que sí —respondió en voz baja.
Por un momento, el silencio se hizo más pesado, pero era un silencio cómodo. Inspirado por el impulso del momento, busqué entre las flores cercanas y tomé una blanca, simple pero hermosa. Se la ofrecí, un gesto que salió casi sin pensar.
—Entonces... para que no olvides este día —dije, tratando de sonar tranquilo mientras le tendía la flor.
Kujou tomó la flor con cuidado, sus dedos rozaron los míos por un breve instante que me pareció más largo de lo normal.
—Gracias... —dijo suavemente. Y luego, antes de que pudiera reaccionar, se inclinó hacia mí y me dio un beso en la mejilla.
Mi mente se quedó en blanco. La calidez de su gesto, tan inesperado como fugaz, hizo que mi corazón se acelerara. Cuando volví a mirarla, ella ya se estaba alejando, sosteniendo la flor entre sus manos.
—Nos vemos luego, Shiro —dijo, girando ligeramente la cabeza antes de continuar su camino.
Me quedé allí, viendo cómo se alejaba hasta que desapareció en la distancia. Solo entonces me di cuenta de que había pasado demasiado tiempo fuera y que debía regresar al dojo.
—¡El maestro Hiroshi va a matarme! —exclamé, y comencé a correr hacia el pueblo, sintiendo el cansancio acumulado del día.
Cuando llegué al dojo, estaba jadeando y sudando, pero no me importaba. El maestro Hiroshi estaba en la entrada, junto con Koharu, ambos esperándome con expresiones que mezclaban curiosidad y exasperación.
—¿Qué te pasó? Pensé que te habían secuestrado —dijo el maestro Hiroshi, cruzando los brazos.
—Solo... me tomé mi tiempo —respondí, tratando de recuperar el aliento.
Dejé las cosas que había comprado sobre una silla cercana y me dirigí hacia mi habitación, deseando desplomarme en la cama. Pero justo cuando pasaba por una de las puertas, algo me detuvo.
Al otro lado del pasillo, una chica de cabello negro desordenado estaba de pie. Sus ojos se encontraron con los míos, y ambos nos quedamos congelados. La flor blanca que le había dado aún estaba en sus manos.
—¡¿Kujou?! —grité, completamente incrédulo.
—¡¿Shiro?! —respondió ella, con el mismo tono de sorpresa.
Antes de que pudiera decir algo más, el maestro Hiroshi apareció detrás de mí, con una sonrisa que delataba que sabía más de lo que estaba dejando ver.
—Ah, parece que ya se conocen —comentó con una calma irritante.
No podía creerlo. Kujou estaba aquí, en el dojo, como si todo lo que había pasado durante el día hubiera sido un sueño que ahora se conectaba de forma absurda con mi realidad. Ella parecía igual de confundida, pero su expresión pronto cambió a una leve sonrisa.
—Esto... es inesperado —dijo finalmente, sin apartar la vista de mí.
—Inesperado no alcanza a describirlo —respondí, sintiendo cómo una mezcla de sorpresa y alegría inundaba mi pecho.
Mientras el maestro Hiroshi comenzaba a explicar algo sobre por qué Kujou estaba allí, mi mente seguía tratando de procesar lo que acababa de suceder. No sabía qué significaba este encuentro, pero algo dentro de mí me decía que, de alguna manera, mi vida acababa de cambiar por completo.
El maestro Hiroshi nos observaba con una sonrisa traviesa, claramente disfrutando de nuestra confusión. Kujou y yo seguíamos mirándonos, aún incrédulos. Yo quería decir algo, cualquier cosa, pero las palabras simplemente no salían. Era como si mi cerebro se hubiera quedado atascado tratando de conectar las piezas de un rompecabezas.
—¿Qué está pasando aquí? —finalmente logré preguntar, rompiendo el silencio. —¿Por qué Kujou está aquí?
—¡Ah, es cierto! Me olvidé de mencionarte algo, Shiro —dijo el maestro Hiroshi, fingiendo una inocencia que no le creía ni por un segundo. —Kujou estará quedándose en el dojo por un tiempo. Digamos que tiene asuntos que atender en el pueblo y pensé que sería un buen lugar para alojarla.
—¿Asuntos que atender? —repetí, volviendo la vista hacia ella.
Kujou no respondió de inmediato. En lugar de eso, desvió la mirada y se encogió de hombros, como si la explicación del maestro Hiroshi fuera suficiente.
—Es complicado —dijo al final, con ese tono evasivo que ya estaba empezando a reconocer en ella.
El maestro Hiroshi no pareció notar (o no le importó) la tensión en el aire y dio un paso hacia la sala principal.
—Bueno, ustedes dos pueden ponerse al día más tarde. Kujou, tu habitación está lista, y Shiro, asegúrate de descansar. Mañana habrá entrenamiento temprano.
—Sí, claro... —murmuré, pero mi mente seguía dándole vueltas a la situación. Kujou estaba aquí, en el dojo. ¿Qué clase de coincidencia era esta?
El maestro Hiroshi se marchó, dejando a Kujou y a mí a solas en el pasillo. Ella finalmente suspiró y me miró con una leve sonrisa, aunque esta vez había algo de nerviosismo en sus ojos.
—Supongo que no esperabas verme aquí —dijo, rompiendo el hielo.
—Obviamente que no —respondí, todavía tratando de procesar todo. —¿Por qué no me dijiste que ibas a quedarte en el dojo?
—No lo sabía —admitió, encogiéndose de hombros. —El señor Hiroshi me ofreció el lugar cuando llegué al pueblo. No tenía idea de que tú también vivías aquí.
La observé por un momento, tratando de descifrar si había algo que me estaba ocultando. Pero su expresión era sincera, y no parecía que estuviera jugando conmigo. Finalmente, suspiré y sonreí, decidiendo que tal vez no era tan importante entenderlo todo de inmediato.
—Bueno, supongo que ahora sí nos veremos más seguido —dije, intentando sonar casual.
—Supongo que sí —respondió ella, y por un instante vi una chispa de diversión en su mirada. —Espero que no te canses de mí.
—Lo dudo... —murmuré, más para mí mismo que para ella.
Antes de que la conversación pudiera continuar, Koharu apareció en el pasillo, llamándome para ayudar con algunas tareas en la cocina. Kujou aprovechó para retirarse a su nueva habitación, pero antes de desaparecer por la puerta, se giró hacia mí una última vez.
—Gracias por la flor, Shiro —dijo con una sonrisa que parecía iluminar el pasillo. Luego cerró la puerta detrás de ella, dejándome allí, parado como un tonto con el corazón latiendo más rápido de lo que debería.
Mientras ayudaba a Koharu, mi mente estaba en todas partes menos en la cocina. Pensaba en Kujou, en su sonrisa, en el beso en la mejilla y en cómo el destino parecía haber decidido que nuestras vidas se cruzaran de una forma que no entendía. Y aunque todavía tenía muchas preguntas, una cosa era segura: este encuentro no era el final de algo. Era solo el comienzo...