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Chapter 7 - Hiroshi Kondo

-Perspectiva de Hiroshi-

El aire era denso, casi asfixiante. La luna llena iluminaba tenuemente el campo de batalla, proyectando sombras alargadas de los dos Kuragamis que se alzaban frente a mí. Uno de ellos, el Draconiano, era una bestia imponente. Sus escamas negras brillaban como obsidiana pulida, y sus ojos, de un rojo penetrante, parecían atravesarme. A su lado, la Yuki Onna, de una belleza etérea y aterradora, flotaba ligeramente sobre el suelo, su cabello blanco ondeaba como una cortina de nieve bajo una tormenta invisible. Ambos me miraban con una mezcla de desprecio y determinación.

Empuñé mi katana con fuerza, sintiendo el peso familiar de su empuñadura. El metal brillaba bajo la luz lunar, un reflejo de la determinación que ardía en mi pecho. No tenía nada de miedo, aunque sentía un leve cosquilleo en el estómago, una mezcla de adrenalina y anticipación. Los Kuragamis eran peligrosos, pero yo también lo era.

—¿Así que esto es todo? —Dije, con una sonrisa ladeada que buscaba provocarles. —¡Pensé que serían más intimidantes! ¡Pero ni siquiera son capaces de asustar a un niño!

El Draconiano gruñó, con un sonido grave que reverberó en el aire, mientras que la Yuki Onna entrecerró los ojos, su rostro helado mostraba un destello de molestia. Sabía que mis palabras habían surtido efecto.

—Tu arrogancia será tu perdición, humano —Dijo la Yuki Onna con una voz suave pero llena de veneno. Su aliento creó una nube de vapor helado que se disipó rápidamente.

—¿Arrogancia? —Respondí, inclinando ligeramente la cabeza. —No, señorita. Esto se llama confianza. ¿O acaso te asusta que tenga razón?

El Draconiano cargó primero, su gran figura fue moviéndose con una velocidad que desmentía su tamaño. Su garra brilló como un rayo negro mientras cortaba el aire hacia mí. Pero yo ya me había percatado de su ataque. Con un giro rápido, esquivé su ataque y deslicé mi katana en un arco limpio, apuntando a su costado. Las escamas resistieron el impacto, pero una pequeña chispa de sangre brotó, lo que me hizo sonreír.

—¡Uy! Parece que no eres tan invencible como pensabas —Dije mientras retrocedía, girando la espada en mi mano con un movimiento despreocupado.

La Yuki Onna aprovechó el momento para atacar. Una corriente de aire helado se precipitó hacia mí, cargada de cristales afilados como cuchillas. Sentí el frío morder mi piel incluso antes de que me alcanzara, pero mis pies ya estaban en movimiento. Me deslicé hacia un lado, evitando la mayor parte del ataque, aunque algunos fragmentos lograron rozarme, dejando cortes superficiales en mi brazo izquierdo.

—¡Vaya, vaya! No solo eres bonita, sino también peligrosa. Me pregunto si siempre eres así de fría en las primeras citas —Le dije, limpiando un rastro de sangre de mi brazo con la manga.

La Yuki Onna frunció el ceño, claramente irritada. El Draconiano, por otro lado, rugió y cargó de nuevo. Esta vez sus movimientos eran más calculados, pero yo seguía siendo más rápido. Cada vez que intentaba alcanzarme, ya estaba en otra posición, mi katana estaba cortando en pequeños destellos de acero que dejaban marcas en su armadura natural.

El combate continuó así durante lo que parecieron horas, aunque sabía que apenas habían pasado unos minutos. Mi respiración era rápida pero controlada, y aunque mi corazón latía con fuerza, mi mente estaba clara. Los Kuragamis atacaban juntos, intentando coordinarse para atraparme, pero sus estilos eran demasiado diferentes. El Draconiano dependía de su fuerza bruta, mientras que la Yuki Onna utilizaba magia y ataques a distancia. Esa falta de sinergia era mi ventaja.

—¡Vamos! ¿Es todo lo que tienen? Pensé que iba a ser un desafío —Dije mientras saltaba sobre una roca cercana para ganar algo de altura. —Hasta ahora, esto ha sido un calentamiento.

El Draconiano gruñó algo inentendible y golpeó el suelo con su puño, haciendo temblar la tierra y lanzándome hacia atrás. Apenas logré aterrizar sobre mis pies, pero la Yuki Onna ya estaba lanzando otro ataque. Esta vez, una lanza de hielo se materializó en sus manos y la arrojó con precisión mortal. Giré mi katana en el último segundo, desviando el proyectil, aunque el impacto me hizo retroceder un par de pasos.

—Debo admitirlo —Dije, tratando de recuperar el aliento. —Son fuertes… pero… ¿Pueden igualar mi velocidad?

Sin esperar respuesta, me lancé hacia adelante. Mi katana cortó el aire en un destello plateado, apuntando a la Yuki Onna. Ella levantó una barrera de hielo en el último momento, pero mi golpe la atravesó parcialmente, creando una grieta que se extendió como un rayo. Aproveché la abertura y me moví hacia un lado, evadiendo un ataque lateral del Draconiano.

La adrenalina corría por mis venas como fuego. Cada golpe, cada esquive, cada broma que lanzaba era una estrategia calculada. Sabía que si lograba mantenerlos a la defensiva, eventualmente cometerían un error. Pero también sabía que no podía mantener este ritmo para siempre. Mis músculos empezaban a sentir el esfuerzo, y el dolor de los cortes menores que había recibido era un recordatorio constante de que un solo error podía ser fatal, bueno en realidad si puedo continuar así unas 5 horas más, pero no tengo todo ese tiempo.

—¡Es inutil, humano! —Gritó el Draconiano, su voz era como un trueno. —No puedes vencer a los Kuragamis. Eres solo una chispa fugaz que pronto será apagada.

—¡Blah, blah, blah! —Respondí, girando mi katana con un movimiento elegante. —Si tuviera una moneda por cada vez que alguien me dijera eso, ya sería rico. ¿Por qué no lo intentas en lugar de hablar tanto?

Los dos Kuragamis se miraron brevemente, como si estuvieran planificando su próximo movimiento. Aproveché ese momento para tomar un respiro profundo y ajustar mi postura, pero mi mente seguía enfocada. Sabía que el combate aún no había terminado, pero también sabía que, mientras mantuviera mi velocidad y mi ingenio, tenía una oportunidad.

Los dos Kuragamis se miraron brevemente, como si estuvieran planificando su próximo movimiento. Aproveché ese momento para tomar un respiro profundo y ajustar mi postura. Mi cuerpo estaba cansado, pero mi mente seguía enfocada. Sabía que el combate aún no había terminado, pero también sabía que, mientras mantuviera mi velocidad y mi ingenio, tenía una oportunidad.

Fue entonces cuando decidí que era hora de acabar con esto. Una sonrisa se dibujó en mis labios, y cerré los ojos por un momento, sintiendo el flujo de energía dentro de mí. Había evitado usar mi carta más poderosa hasta ahora, pero sabía que el momento había llegado.

Cuando abrí los ojos, estos brillaban con una intensidad nueva.

—Es hora de que conozcan mi verdadero poder —Dije, mi voz resonando con una confianza inquebrantable. —Elemento Definitivo…

El aire a mi alrededor cambió instantáneamente. Una energía arrolladora se desató de mi cuerpo, haciendo que las sombras retrocedieran y el suelo temblara bajo mis pies. Mi katana también reaccionó, emitiendo un destello de luz cegadora mientras se envolvía en una energía pura que vibraba con poder.

—Mi Elemento Definitivo… —Dije, mirando directamente a los Kuragamis, cuyas expresiones ahora mostraban una mezcla de sorpresa y miedo. —Es una combinación de velocidad, fuerza y precisión llevadas al extremo. Cada ataque es calculado para ser letal, cada movimiento es imposible de predecir. En otras palabras, no tienen oportunidad de ganarme…

Antes de que pudieran reaccionar, me moví. Mi velocidad había aumentado a un nivel que incluso yo encontraba electrizante. En un abrir y cerrar de ojos, ya estaba frente al Draconiano. Mi katana se movió en un arco perfecto, dejando un rastro de luz mientras cortaba sus escamas como si fueran papel. El Draconiano rugió de dolor, intentando contraatacar, pero ya no estaba allí. Me había movido hacia la Yuki Onna, quien intentó levantar una barrera de hielo, pero mi ataque la atravesó antes de que pudiera completarla.

Realicé una serie de ataques rápidos, mis movimientos fluidos como un río desbordado. Cada golpe estaba dirigido a puntos críticos, y aunque ambos Kuragamis intentaban defenderse, sus esfuerzos fueron en vano. Salté, giré, y ataqué desde ángulos imposibles, dejándolos sin tiempo para recuperarse.

Finalmente, me alejé, aterrizando con gracia a varios metros de ellos. Respiraba con fuerza, pero una sonrisa satisfecha cruzaba mi rostro. Los Kuragamis se tambaleaban, cubiertos de heridas. Sus cuerpos, antes imponentes, ahora parecían frágiles y desgastados. El Draconiano cayó de rodillas, mientras la Yuki Onna apenas lograba mantenerse flotando.

—Creo que el ganador está claro —Dije, inclinando mi cabeza ligeramente mientras les dedicaba una sonrisa confiada. —Les dije que no podían igualarme.

Ambos Kuragamis me miraron con odio, pero ya no tenían fuerzas para responder. Caminé hacia ellos con calma, mi katana descansaba a un lado. Sentía la satisfacción de la victoria, pero también la responsabilidad de terminar el trabajo.

—No puedo permitir que sigan siendo una amenaza… —Dije en voz baja, casi para mí mismo. —Esto termina aquí.

Con movimientos precisos, destruí los núcleos de ambos Kuragamis. Sus cuerpos se desmoronaron casi al instante, disipándose en una nube de energía oscura que pronto desapareció en el aire. Guardé mi katana, sintiendo una mezcla de alivio. El peligro había pasado.

Fue entonces cuando los vi. Shiro y Koharu seguían inconscientes, sus cuerpos descansaban en el suelo a unos metros de distancia. Mi corazón se apretó al verlos así, pero una oleada de determinación me recorrió. Debía llevarlos de regreso al pueblo, a salvo.

Me acerqué y, con cuidado, los cargué a ambos sobre mis hombros. Eran livianos así que no tardaría mucho tiempo en llegar.

—Vamos a casa —Murmuré, mirando hacia el horizonte.

La luna llena todavía brillaba en lo alto, guiándome mientras empezaba a caminar en dirección al pueblo. Mis pasos eran firmes, y aunque el cansancio pesaba en mi cuerpo, mi mente estaba clara. Había cumplido con mi deber, y nada me detendría hasta que Shiro y Koharu estuvieran seguros.

El camino al pueblo estaba iluminado por la luz tenue de las linternas de papel que colgaban en la entrada. La visión de las casas familiares y los rostros de las personas que consideraba mi hogar llenó mi pecho de calor. A medida que avanzaba, los aldeanos comenzaron a salir, algunos con sonrisas amplias y otros con miradas de alivio. Sabían que algo había ocurrido, pero también sabían que, mientras estuviera aquí, todo estaría bien.

—¡Señor Hiroshi! —Gritó una voz aguda.

Miré hacia abajo y vi a una niña pequeña correr hacia mí con los brazos extendidos. Era Hana, una de las niñas del pueblo que siempre me recibía con entusiasmo. A pesar del peso de Shiro y Koharu sobre mis hombros, me las arreglé para sonreírle.

—¡Pequeña Hana! —Respondí, inclinando la cabeza. —¡Es bueno verte!

Ella se detuvo justo frente a mí, con una sonrisa tan grande que sus ojos se entrecerraron.

—¡Sabía que ganaría, señor Hiroshi! ¿Ellos están bien?

—Estarán bien pronto —Le aseguré, bajando ligeramente la voz. —De cualquier forma, gracias por preocuparte.

Hana asintió con entusiasmo y corrió hacia su madre, quien me saludó con una reverencia agradecida. Continué caminando, y una figura conocida emergió entre la multitud. Era Mizuki, una Yuki Onna que había decidido vivir entre los humanos del pueblo. Su presencia siempre había sido tranquila y reconfortante, pero esta vez había un destello de tristeza en sus ojos.

—Señor Hiroshi… —Dijo, haciendo una leve reverencia. —Lamento mucho lo ocurrido. Es una vergüenza que alguien de mi raza lo haya atacado…

Me detuve frente a ella y sacudí la cabeza con una sonrisa comprensiva.

—Mizuki-san, no tienes nada que lamentar. No fue culpa tuya. Era una Yuki Onna que se perdió en su propio poder y se convirtió en una Kuragami. Eso puede pasarle a cualquiera, sin importar su origen. Lo importante es que ahora ya no representa un peligro.

Sus ojos azules brillaron con gratitud.

—Gracias, señor Hiroshi. Es demasiado amable.

—No es solo amable —Respondí con una risa suave. —Es la verdad. Y mientras yo esté aquí, nadie en este pueblo saldrá herido o muerto. Ese es el juramento que hice.

Mizuki inclinó la cabeza, y tras intercambiar unas palabras más, continué mi camino. Finalmente, llegué al dojo, un edificio grande con techos curvados y puertas de madera que siempre había sido un lugar de entrenamiento y refugio para los guerreros y aprendices del pueblo. Dentro, algunos practicaban con espadas de madera y otros meditaban en silencio. Cuando me vieron, todos se detuvieron y me saludaron con respeto, inclinándose ligeramente. Asentí en reconocimiento, pero no me detuve. Tenía que llevar a Shiro y Koharu a la enfermería.

El cuarto de enfermería estaba al fondo del dojo, un lugar tranquilo con camas limpias y un aroma a hierbas medicinales. Dos elfas estaban allí, trabajando diligentemente. Eran Ayame y Satsuki, ambas conocidas por su habilidad con la curación y su paciencia infinita. Al entrar, ambas alzaron la vista, sorprendidas al verme cargando a Shiro y Koharu.

—Señor Hiroshi —Dijo Ayame, dejando de lado un tazón con hierbas. —¿Qué ha ocurrido?

—Una pelea con Kuragamis —Respondí, dejando a Shiro y Koharu con cuidado en dos camas separadas. —Están heridos, pero vivos. Por favor, cuiden de ellos.

Satsuki se acercó de inmediato, examinando las heridas de ambos.

—Han perdido mucha energía, pero podemos estabilizarlos.

Observé cómo ambas trabajaban con destreza, aplicando ungüentos y canalizando su magia curativa. La tensión en mis hombros comenzó a disiparse al ver que estaban en buenas manos. Finalmente, cuando me sentí lo suficientemente tranquilo, me dirigí a Ayame.

—Ayame-san, ¿Han visto a Ako por aquí recientemente? —Pregunté, usando el apodo que solía darle.

Ayame frunció el ceño ligeramente, claramente confundida.

—¿Ako?

Satsuki levantó la vista de su trabajo, y tras un momento de silencio, sus ojos se iluminaron.

—¿Te refieres a Aiko Hoshino, la Maestra Elemental?

Sonreí, asintiendo.

—Exactamente.

Ayame rápidamente se relajó.

—Ah, claro. La señorita Aiko está en el continente Furimori. Está protegiendo esa zona por ahora.

—Entiendo —Dije, cruzando los brazos. —Gracias por la información.

Pasé unos minutos más conversando con ellas, agradeciéndoles por su trabajo y asegurándome de que Shiro y Koharu estuvieran en buenas manos. Cuando finalmente salí de la enfermería, me dirigí hacia la biblioteca del pueblo. Necesitaba un momento para reflexionar y planificar mis próximos pasos.

La biblioteca era un lugar de calma, llena de estanterías de madera que se alzaban hasta el techo, repletas de pergaminos y libros antiguos. El olor a papel viejo y tinta me reconfortó mientras entraba. A pesar del cansancio sentía una paz interior. Había enfrentado un gran desafío, pero mi trabajo no había terminado. Había mucho más por hacer, y estaba listo para lo que viniera.

El suave crujido de mis botas sobre el suelo de madera resonaba ligeramente mientras avanzaba entre los estantes llenos de libros antiguos y pergaminos amarillentos. Al fondo de la sala, una figura delgada y concentrada organizaba meticulosamente los volúmenes en un estante alto. Era Ishika, una de las guardianas del conocimiento del pueblo y, además, una "Maestra Elemental".

—¡Shika! —Saludé con entusiasmo, levantando una mano mientras me acercaba.

Ella se dio la vuelta lentamente, ajustando sus lentes redondos con movimientos pausados. Su expresión era estoica, pero sus ojos delataban una mezcla de resignación y paciencia.

—Hiroshi —Dijo, con un tono seco, —Mi nombre es Ishika.

Sonreí, encogiéndome de hombros.

—Shika, Ishika, es lo mismo, ¿No?

Ella suspiró, cruzándose de brazos.

—¡Claro que no es lo mismo! Y no olvides que yo no tengo la paciencia suficiente para soportar tus bromas, pero algún día deberías aprender a comportarte según tu edad.

—¿Mi edad? —Respondí con una ceja levantada. —¡Vamos, tengo solo 38 años! Aún soy joven.

Ishika rodó los ojos.

—Técnicamente, eso es cierto. Pero te comportas como alguien de 20.

Reí, apoyando una mano en mi cintura.

—Quizá es por eso que todos me quieren.

—O quizá es porque tienen que aguantarte —Replicó con una pequeña sonrisa que apenas dejó entrever. —En fin, ¿Qué necesitas, Hiroshi? No me digas que solo has venido a molestarme.

—Nada de eso —Dije, levantando ambas manos en señal de inocencia. —Busco un libro que explique los rangos de los Kuragamis. Necesito entender mejor a estos enemigos

Ishika asintió, con su expresión tornándose más seria.

—Es un tema complejo, pero tenemos lo que necesitas. Sígueme.

La seguí mientras caminaba con gracia entre los estantes, sus dedos rozando los lomos de los libros como si cada uno fuera un viejo amigo. Finalmente, se detuvo frente a un estante alto y sacó un libro de tapa oscura y desgastada.

—Este es el que buscas —Dijo, entregándomelo. —Aquí encontrarás información detallada sobre los seis rangos de los Kuragamis, desde los más débiles hasta los más poderosos.

Tomé el libro con cuidado, sintiendo su peso en mis manos.

—Gracias, Shika. Eres la mejor.

—Ishika —Me corrigió de inmediato, con el ceño fruncido. —¿Alguna vez aprenderás?

Reí, dando unos pasos hacia la salida. —Probablemente no.

Mientras salía de la biblioteca, sentía su mirada fija en mi espalda, pero también sabía que estaba acostumbrada a mi manera de ser. Aún así, no pude evitar sonreír ante su persistencia.

De regreso al dojo, me dirigí a una de las zonas de descanso. Era una habitación amplia con cojines distribuidos por el suelo y mesas bajas de madera. Me senté en uno de los cojines junto a una ventana, dejando que la luz del sol iluminara las páginas del libro. Lo abrí con cuidado y comencé a leer.

El libro describía los seis rangos de los Kuragamis con detalle, y cada palabra parecía envolverme en un mundo oscuro y fascinante.

Kuragamis Menores: Son los más comunes y los más débiles. Individuos corrompidos por pequeñas dosis de poder oscuro, suelen actuar como peones en los planes de sus superiores. Aunque son fáciles de derrotar, suelen atacar en grandes números, lo que los hace peligrosos para los inexpertos.

Kuragamis Medianos: Más fuertes y organizados, estos son guerreros experimentados que habían sucumbido por completo a la corrupción. Suelen liderar pequeños grupos de Kuragamis Menores y poseen habilidades especiales relacionadas con los Elementos. (En este rango empiezan a tener núcleos)

Kuragamis Nobles: Individuos que han logrado preservar parte de su intelecto y personalidad original. Son manipuladores y astutos, capaces de liderar ejércitos enteros y ejecutar estrategias complejas. En combate, son letales, con un control avanzado sobre sus poderes.

Kuragamis Élite: Estos son guerreros legendarios, casi invencibles para un luchador promedio. Cada uno de ellos tiene una fuerza de destrucción masiva, con habilidades que podrían cambiar el curso de una batalla.

Kuragamis Supremos: Figuras casi mitológicas, muy pocos llegan a este rango. Son tan poderosos que incluso los de rango Élite les temen. Su corrupción está tan arraigada que sus cuerpos han evolucionado a formas mucho más aptas para sus elementos, y sus Elementos podrían devastar regiones enteras. (En algunos casos poseen más de 1 núcleo)

Kuragami Shinigami: El rango más alto, del cual se sabe muy poco. Se dice que en este rango se encuentran los que son invencibles, muy pocos tienen la oportunidad de ver uno. Son seres tan poderosos que ni siquiera los Maestros Elementales se atreven a enfrentarlos directamente.

A medida que leía, mi mente comenzó a formular estrategias. Conocer los rangos y sus capacidades era crucial si quería proteger al pueblo y a quienes amaba. Cerré el libro por un momento, mirando por la ventana hacia el cielo. Sentía una mezcla de determinación y preocupación. Sabía que los Kuragamis eran una amenaza real, pero también sabía que, con suficiente preparación, podíamos hacerles frente.