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Chapter 5 - Confrontación

El viento soplaba con una suavidad que casi parecía susurros de algo lejano. Caminábamos por un sendero bordeado de árboles altísimos; sus copas se entrelazaban creando un techo natural que apenas dejaba pasar la luz del sol. El sonido de las hojas crujientes bajo nuestros pies se mezclaba con el canto lejano de algunos pájaros. Koharu iba delante, siempre a un paso más ligero que yo, con esa energía que parecía infinita.

—Shiro, ¿Crees que hoy lleguemos antes del atardecer? —preguntó sin girarse con un tono despreocupado, aunque sabía que ocultaba cierta inquietud.

—Si dejamos de detenernos cada vez que algo te llama la atención, probablemente.

Mi respuesta fue un intento de broma, pero ella rió como si de verdad fuera graciosa. Esa risa... siempre lograba arrancarme una sonrisa incluso en días más oscuros, incluso más oscuros que este bosque.

De pronto, al girar en una curva del sendero, vimos a dos ancianos. Estaban inclinados junto a un árbol, buscando entre el follaje. La mujer, de cabello blanco recogido en un moño, murmuraba algo mientras el hombre, con manos temblorosas, intentaba alcanzar una rama más alta.

—¿Necesitan ayuda? —preguntó Koharu, adelantándose con esa mezcla de dulzura y valentía que la caracterizaba.

Los ancianos se volvieron hacia nosotros con una sonrisa, aunque sus rostros reflejaban mucho cansancio.

—Estamos buscando manzanas, jóvenes. Este árbol suele tener las mejores, pero parece que este año nos hemos quedado cortos —explicó el hombre, rascándose la cabeza.

Miré a Koharu, quien ya se había puesto en marcha antes de que pudiera decir algo. Ella trepó el árbol con agilidad, mientras yo me encargaba de buscar entre las ramas bajas. El aroma dulce de las manzanas maduras me llenó de una extraña nostalgia, aunque no sabría decir por qué. A veces, los olores tienen esa forma de llevarte a lugares que ni siquiera recuerdas.

—Aquí tienen —dije, colocando un puñado de frutas en el cesto de la mujer.

Koharu bajó del árbol con una sonrisa triunfante, sosteniendo varias más. Los ancianos nos agradecieron con una calidez que me hizo sentir algo incómodo, no porque no me gustara, sino porque no estaba acostumbrado a que me miraran así, como si hubiera hecho algo realmente bueno.

—Esperen aquí —dijo la mujer, rebuscando en una pequeña bolsa. Sacó un par de envoltorios que olían a comida recién preparada. —Por su ayuda, esto es para ustedes.

—No era necesario —respondí automáticamente, pero Koharu aceptó con entusiasmo.

—¡Gracias! Esto nos vendrá genial más tarde.

Después de despedirnos, seguimos nuestro camino. El bosque parecía aún más tranquilo después de ese encuentro, como si el lugar mismo se hubiera contagiado de la calidez de los ancianos. Koharu abrió uno de los envoltorios y empezó a comer, ofreciéndome un trozo de lo que parecía pan relleno de alguna especia dulce. Era delicioso, pero no dije nada. Ella lo notó, porque me miró de reojo y sonrió.

—¿Sabes? No es tan malo verte disfrutar algo por una vez.

Rodé los ojos, pero no pude evitar reír un poco. A veces era como un sol que iluminaba incluso las partes de mí que prefería mantener en sombras.

Más adelante, el bosque se abrió y encontramos un arroyo. El agua cristalina reflejaba el cielo de manera casi mágica. Nos detuvimos un momento para beber y refrescarnos. El frío del agua era revitalizante, casi tanto como la compañía de Koharu. Cuando terminé, la vi parada sobre una roca, observando el horizonte.

—Es hermoso, ¿No? —dijo sin mirarme, como si le hablara al arroyo.

—Supongo —respondí, aunque lo que realmente quería decir era que lo que me parecía hermoso en ese momento no era el paisaje, sino la forma en que su cabello brillaba bajo la luz del sol.

Seguimos caminando hasta llegar a un acantilado. La vista era imponente, un vasto valle se extendía ante nosotros. Las nubes se movían lentamente, como si tuvieran todo el tiempo del mundo. Koharu se adelantó al borde, su entusiasmo era tan palpable que por un segundo temí que pudiera resbalarse.

—¡Saltemos! —dijo de repente, volteandose hacia mí con una sonrisa desafiante.

—¿Estás loca? —respondí, pero sabía que no había forma de detenerla.

—Voy primero —dijo, y antes de que pudiera protestar, se lanzó al vacío.

La vi descender con gracia, pero algo cambió en el aire. Una sombra cruzó mi visión, y luego otra. Dos figuras oscuras, como manchas de humo sólido, aparecieron de la nada. Eran Kuragamis.

—¡Koharu! —grité, pero ya estaban sobre ella.

No lo pensé dos veces. Saqué las dagas que siempre llevaba conmigo y las lancé con precisión. Las cuchillas cortaron el aire y alcanzaron a los Kuragamis, obligándolos a retroceder. Sin embargo, no parecían heridos, solo enfurecidos. Uno de ellos giró hacia mí y se lanzó con una velocidad inhumana.

Salté del acantilado, desenfundando mi katana en el aire. El impacto al aterrizar fue más duro de lo que esperaba, pero me mantuve firme. El Kuragami que me atacó era rápido, demasiado rápido. Sentí sus garras rozar mi túnica, desgarrándola ligeramente. Retrocedí, intentando mantener la distancia, pero el otro Kuragami ya estaba sobre mí.

—¡Malditos! —gruñí, blandiendo mi katana con todas mis fuerzas.

El sonido del metal chocando contra algo sólido resonó en mis oídos. Mi respiración era errática, y el sudor comenzaba a correr por mi frente. Los movimientos de los Kuragamis eran erráticos pero letales. Cada ataque parecía diseñado para desgastarme, física y mentalmente.

—¡Shiro, cuidado! —escuché la voz de Koharu y, al girarme, la vi abalanzarse sobre uno de ellos.

—¡No te acerques! —grité, pero ya era tarde.

Uno de los Kuragamis la atacó, y vi cómo una de sus garras le cortaba la mejilla. El rojo de la sangre contrastaba con la palidez de su piel y brillaba bajo la luz tenue del atardecer. Mis manos se apretaron con fuerza alrededor de la empuñadura de mi katana. Había visto heridas antes, pero ver a Koharu lastimada despertaba algo visceral en mi interior, algo que ardía como fuego vivo.

Los Kuragamis, envueltos en sombras ondulantes, se movían con una fluidez antinatural. Uno de ellos, más alto y robusto, tenía la forma éterea de un Draconiano. Su figura apenas se distinguía, pero las alas membranosas que emergían de su espalda y el destello de sus ojos amarillos eran inconfundibles. El otro, más ágil, llevaba la gracia letal de un Yuki Onna. Su silueta era más débil pero igual de amenazante, y su piel oscura brillaba como el hielo bajo la luz de la luna.

Koharu, con su katana ya desenfundada, se puso en guardia a mi lado. Su postura era firme, cada músculo de su cuerpo estaba preparado para atacar o defenderse en cualquier momento. No podíamos distraernos, menos contra enemigos como estos, cualquier error podía ser fatal.

—Shiro —dijo entre dientes, sin apartar la vista de los Kuragamis. —Si crees que voy a quedarme atrás, estás muy equivocado.

—No esperaba menos de ti, Koharu —respondí, intentando mantener mi voz firme.

Por dentro, mi mente trabajaba a toda velocidad, buscando una estrategia. No podíamos simplemente abalanzarnos contra ellos. Los Kuragamis no eran solo seres corrompidos; eran inteligentes, calculadores, podían regenerar sus heridas y conocían nuestras debilidades.

El Draconiano avanzó primero, lanzándose hacia mí con un rugido gutural. Sus movimientos eran un torbellino de fuerza bruta, pero también de arrogancia. Aproveché eso. En el último momento, giré sobre mi eje, dejando que su ataque apenas rozara mi costado. Con un movimiento rápido, giré la katana hacia su flanco, pero su ala se alzó como un escudo, desviando el golpe con un chasquido que resonó en mis oídos.

—¡Es fuerte, pero lento! —grité, tratando de darle a Koharu una ventaja.

La Yuki Onna se movió hacia ella, sus pasos silenciosos como el viento. Koharu retrocedió un par de pasos, dejando que el enemigo pensara que la tenía acorralada. Entonces, con una rapidez sorprendente, giró su katana en un arco perfecto. El filo cortó el aire, y aunque el Kuragami logró esquivarlo, pude ver cómo una parte de su sombra se desvanecía, como si la hoja hubiera tocado algo más que el vacío.

—Tus trucos no funcionarán conmigo —dijo Koharu, mientras sus ojos brillaban con determinación.

El Draconiano regresó a por mí, esta vez lanzando un golpe con una garra enorme. Me agaché, sintiendo el viento de su ataque pasar por encima de mi cabeza. Aproveché la apertura para atacar sus piernas, buscando desequilibrarlo. Mi katana cortó a través de la sombra que formaba su muslo, y el Kuragami rugió, tambaleándose ligeramente.

—¡Aunque te regeneres, aún puedes ser herido!

Mientras tanto, Koharu luchaba con una precisión casi hipnótica. Sus movimientos eran rápidos y calculados, cada golpe dirigido a puntos críticos. Pero la Yuki Onna no se quedaba atrás. Cada vez que Koharu atacaba, la Kuragami se deslizaba como un torbellino helado, dejando tras de sí un rastro de escarcha que se adhería a la tierra.

—Shiro, necesitan trabajar juntos —gritó ella, sin apartar la vista de su enemigo.

—Lo sé —respondí. Pero el cómo era el verdadero problema.

El Draconiano cargó de nuevo, esta vez extendiendo sus alas y lanzándose al aire. Sus movimientos eran erráticos, difíciles de seguir. Pero entonces vi mi oportunidad. Sabía que para golpearme, tendría que descender. Me quedé quieto, esperando, cada segundo pareciendo una eternidad. Cuando finalmente se lanzó, me arrojé hacia un lado, alzando mi katana en el proceso. El filo cortó una de sus alas, y el Kuragami cayó al suelo con un aullido de dolor.

—¡Koharu, ahora! —grité.

Ella no necesitó más. Con un salto impresionante, se lanzó hacia la Yuki Onna, su katana brillaba como un rayo de luz en la penumbra. La Kuragami intentó esquivarla, pero Koharu giró en el aire, ajustando su trayectoria con una precisión milimétrica. Su katana atravesó la sombra, y un chillido agudo resonó en el aire.

Pero los Kuragamis no estaban acabados. El Draconiano se levantó, su ala dañada fue regenerándose lentamente, y la Yuki Onna, aunque debilitada, parecía más furiosa que nunca. Ambos se volvieron hacia nosotros, sus movimientos estaban sincronizados como si compartieran una mente.

Mi respiración era pesada, y mis brazos empezaban a sentir el peso de cada golpe. Miré a Koharu, quien también jadeaba, pero su determinación seguía intacta. Sabía que no podíamos seguir así mucho tiempo. Necesitábamos un plan.

—Koharu, distrae al Draconiano. Yo me encargaré de la Yuki Onna.

—¿Estás seguro? —preguntó, con una mirada llena de preocupación.

—Confía en mí.

Ella asintió y se lanzó hacia el Draconiano, su katana fue cortando el aire con una ferocidad que casi me hizo recordar su habilidad en combate. Mientras tanto, me centré en la Yuki Onna. Observé cómo se movía, sus patrones erráticos, su forma de atacar siempre buscando un ángulo inesperado.

Entonces, lo vi: cada vez que lanzaba un ataque, había un instante en el que su forma se volvía más sólida, más tangible. Ese era mi momento.

Cuando atacó, me deslicé hacia un lado, dejando que sus garras golpearan el suelo. Giré con rapidez, apuntando mi katana a su costado. El filo atravesó su sombra, y la Kuragami chilló, retrocediendo con rapidez.

El terreno a nuestro alrededor, cubierto de nieve y hielo, parecía estar observando, como si todo fuera parte de un espectáculo cruel y despiadado. Frente a mí, la Yuki Onna, con su fría belleza etérea, estaba lista para acabar conmigo. Al otro lado, Koharu luchaba contra el Draconiano, una criatura que parecía salida de las peores pesadillas, con su imponente cuerpo cubierto de escamas y ojos amarillos como el fuego.

Todo comenzó con un golpe de viento helado que hizo que mi piel se erizara. La Yuki Onna sonrió, y por un momento, pude ver la furia detrás de su calma.

—No creas que podrás vencerme tan fácilmente, humano —dijo con una voz suave, casi melancólica, pero cargada de amenaza. Su figura brillaba con la luz reflejada por la nieve, su largo cabello blanco flotaba a su alrededor como una niebla invernal.

La adrenalina me recorría como un rayo. Sabía que si no la detenía rápido, su hielo me destrozaría. Su habilidad para manipular el frío era casi infinita. Sentí el aire volverse más gélido cuando ella levantó una mano, y una lanza de hielo surgió de la nada, dirigiéndose hacia mí con una velocidad mortal.

Mi instinto reaccionó primero, saltando hacia un lado con rapidez. El hielo se estrelló contra el suelo con un sonido sordo, pero en cuanto mi pie tocó la nieve, la Yuki Onna ya estaba en movimiento. Me lanzó otro proyectil de hielo, esta vez más grande, con la intención de atraparme.

—¡Maldita sea!

Me lancé hacia adelante, cubriéndome con mi katana. Podía sentir como la energía de mi cuerpo reaccionaba a la necesidad de defenderme. Mis músculos ardían con el esfuerzo mientras me acercaba rápidamente a ella, preparando un golpe directo.

Un chorro de aire frío me alcanzó en la cara, congelándome parte de la piel, pero no me detuve. Al llegar a su distancia, lancé un corte directo hacia su rostro, pero la Yuki Onna desapareció en un destello de hielo, apareciendo detrás de mí al instante.

—Demasiado lento —dijo con una sonrisa oscura.

Giré en el aire, intentando bloquear un ataque más que sentí venir desde mi espalda, pero una de sus manos se posó sobre mi pecho y, en un abrir y cerrar de ojos, mi cuerpo se cubrió con una capa de hielo, dejándome inmóvil.

—¿Creías que podrías ganarme? —susurró en mi oído, su aliento frío fue helándome hasta los huesos.

La presión sobre mí era asfixiante, y mi respiración comenzó a volverse cada vez más pesada. Sentía la rigidez del hielo, pero no podía dejarme atrapar. Con un esfuerzo titánico, concentré toda mi energía en mis piernas, rompiendo el hielo que me apresaba. Un grito de frustración salió de mi garganta mientras me liberaba, pero la Yuki Onna no me dio tregua.

Rápidamente, levantó ambas manos, y de la nieve surgieron tentáculos de hielo, rodeándome. Los sentí atrapar mis brazos y piernas, inmovilizándome de nuevo. Mi cuerpo se tensó y, al mismo tiempo, una sensación de calor comenzó a crecer dentro de mí. Sabía que si no hacía algo pronto, la batalla estaría perdida.

—¡Esto no se acaba aquí! —exclamé, y con todo lo que quedaba de energía, canalicé mi poder hacia mis manos. Llamas verdes surgieron de mi interior, quemando el hielo que me rodeaba, liberándome.

Con un salto hacia atrás, caí al suelo y, en un rápido movimiento, me puse de pie, sudando y respirando con dificultad. Mi cuerpo se sentía agotado, pero la batalla no parecía terminar. Sentía el ardor en mis músculos y el dolor de cada golpe recibido, pero mis ganas de pelear me mantenían en pie.

La Yuki Onna me observaba desde su posición, como si disfrutara del espectáculo.

—Así que eres más resistente de lo que pensaba —comentó, casi decepcionada, pero con una chispa de interés en sus ojos fríos. —Aún así, no podrás soportar esto por mucho más tiempo.

Antes de que pudiera reaccionar, la tierra bajo mis pies se agrietó, y una espiral de hielo comenzó a ascender, rodeándome. Mis ojos se agrandaron, y sin pensar, corrí hacia la izquierda para evadir el ataque, pero ya era tarde. La espiral me alcanzó, y me vi atrapado en una prisión de hielo. Sentí mi cuerpo empezando a congelarse de nuevo, y la presión sobre mí aumentaba.

Mientras tanto, no pude evitar escuchar el grito lejano de Koharu, que también estaba en plena batalla. El sonido me alentó, pero sabía que no podía distraerme. Si la Yuki Onna me atrapaba, todo habría terminado.

—¿A dónde vas? —dijo la Yuki Onna, apareciendo frente a mí en un destello de hielo. Antes de que pudiera reaccionar, lanzó una ola de frío que me golpeó en el pecho, empujándome contra la pared de hielo.

Mi respiración se volvió más difícil. Podía sentir mi piel empezar a congelarse nuevamente, y mis movimientos se volvían lentos. El agotamiento era tangible. Mis piernas temblaban, y el cansancio me invadía, pero no podía permitirme rendirme. No podía. No mientras Koharu luchaba contra el Draconiano.

Desesperado, hice lo único que podía pensar en ese momento. Reuní todas mis fuerzas en mis katana y, con un grito de furia, lancé un ataque directo hacia el hielo que me rodeaba. La energía explosionó, haciendo que la estructura de hielo se agrietara y se rompiera en pedazos, liberándome de nuevo.

Sin embargo, la Yuki Onna no parecía sorprendida. De hecho, la mirada en sus ojos reflejaba una especie de aprobación.

—Interesante —murmuró mientras me rodeaba, moviéndose como si flotara sobre la nieve. Sus movimientos eran fluidos, sin esfuerzo, y mi cuerpo, aunque regenerado, seguía exhausto. —Pero aún eres demasiado débil.

Antes de que pudiera defenderme, levantó ambas manos y creó una tormenta de hielo que me atrapó de inmediato. La nieve comenzó a caer con furia, y todo a mi alrededor se congelaba a una velocidad alarmante. Sentí el frío apoderándose de mí, pero no podía ceder. No podía.

Con un esfuerzo sobrehumano, lancé una "Wind Potion" para deshacer la tormenta a mi alrededor. El calor dentro de mí se expandió como un fuego ardiente. Aun así, la Yuki Onna no parecía perturbada, sino que simplemente sonrió.

—¿Tienes lo que se necesita para ganarme? —preguntó, y pude escuchar la emoción en su voz, como si estuviera disfrutando cada momento de esta batalla.

Luchaba por mantenerme en pie, pero sabía que tenía que terminar el combate. Si no lo hacía, no solo yo, sino también Koharu, caería. Miré alrededor, buscando alguna ventaja, algo que me ayudara a ganar.

Fue entonces cuando lo vi. A lo lejos, en el campo de batalla, el Draconiano rugió con furia. Koharu estaba luchando con todo su ser, pero parecía estar agotada también. Sin embargo, el Draconiano estaba herido. Eso significaba que Koharu aún tenía la esperanza de ganar. Necesitaba acabar con la Yuki Onna para darle tiempo.

Con un grito que resonó en todo el campo, lancé una "Fire Potion". La Yuki Onna apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que la ola de calor la alcanzara, disolviendo gran parte del hielo que había formado. Mi cuerpo temblaba por el cansancio, pero su rostro reflejaba sorpresa, y eso me dio el impulso necesario para seguir adelante.

La nieve seguía cayendo, era más densa, más fría. A pesar de que la Yuki Onna había desaparecido en el torbellino helado que ella misma había creado, podía sentir su presencia. Era como si la tormenta misma estuviera viva, observándome, esperando para golpearme de nuevo. Mis sentidos, agudizados por la batalla, me alertaron. No tenía tiempo para descansar, ni siquiera para respirar. Sabía que cualquier descuido sería fatal.

A mi lado, Koharu seguía luchando, su cuerpo cubierto de sangre y sudor, pero su mirada aún reflejaba determinación. Estaba herida, sí, pero no se rendiría. Ninguno de los dos lo haría.

El Draconiano gritó con furia, su cola batió el suelo y haciendo temblar el terreno. Aquel monstruo, con su piel escamosa y su respiración humeante, era una bestia de pesadilla. Koharu dio un paso atrás, pero yo pude ver en sus ojos que no podía retroceder mucho más. Estaba al borde del colapso. La batalla nos estaba desgastando, pero no podíamos permitirnos perder.

Y entonces, sin previo aviso, la Yuki Onna apareció, fluyendo entre los copos de nieve como un espectro, sus ojos fríos fijos en mí. Había una calma inquietante en su rostro, como si estuviera esperando el momento perfecto para atacar. Y de repente, como si hubiera coordinado su movimiento con el Draconiano, el mundo se congeló.

La Yuki Onna levantó una mano y el aire alrededor de nosotros se volvió gélido al instante. De la nieve emergieron columnas de hielo que se dispararon hacia mí con una velocidad mortal. No tuve tiempo para esquivarlas completamente. Una de ellas se clavó en mi costado, desgarrando mi piel y dejando una herida profunda. El dolor se extendió como un veneno, y por un momento, me quedé inmóvil.

—¡Shiro! —gritó Koharu desde el otro lado, su voz cargada de desesperación, me sacó del aturdimiento. Miré a mi , solo para ver que ella también estaba luchando contra el Draconiano. La criatura la había atrapado por la pierna con sus garras afiladas, levantándola del suelo como si fuera una muñeca rota.

—¡No te detengas! —grité, intentando que mi voz sonara más fuerte de lo que sentía. Mi cuerpo se estaba llenando de frío, pero la voluntad de seguir adelante luchaba contra la sensación de agotamiento que comenzaba a invadirme.

La Yuki Onna no mostró compasión. De un solo movimiento, levantó su otra mano, y el aire se volvió aún más frío. En ese momento, un torrente de hielo comenzó a rodearme, atrapándome una vez más. Intenté liberarme, pero las columnas de hielo me mantenían firmemente en su lugar, dejándome apenas espacio para moverme.

El Draconiano, aprovechando la oportunidad, lanzó un rugido ensordecedor y cargó contra Koharu con una fuerza brutal. Ella trató de defenderse, pero la criatura la embistió, enviándola volando contra el suelo con una patada. Vi su cuerpo caer, y el impacto resonó en todo el campo.

—¡Koharu! —grité, pero el sonido se ahogó en la tormenta de nieve. Ella se levantó con dificultad, pero sus movimientos eran lentos. Estaba claramente herida. Necesitaba actuar rápido, o todo estaría perdido.

La Yuki Onna se acercó lentamente, como si estuviera disfrutando de mi sufrimiento. Podía sentir el frío calando aún más profundo en mis huesos. Mis heridas no sanaban rápido, no soy un Kuragami, cada movimiento me costaba un esfuerzo sobrehumano. Mis fuerzas se agotaban.

—¿Creías que podrías ganar? —su voz era un susurro, pero sus palabras se clavaron en mi mente como dagas afiladas. —Yo soy la tormenta. Yo soy el frío que destruye todo lo que toca. No hay escape.

Intenté concentrarme, a pesar del dolor, a pesar de la fatiga. Sabía que si no hacía algo ahora, nunca tendría otra oportunidad. Pero justo cuando me preparaba para levantarme, sentí una presión sobre mi pecho. El Draconiano había aparecido detrás de mí, aprovechando mi distracción.

Con un grito gutural, la bestia me lanzó un zarpazo que me hizo un corte en el hombro. La herida fue profunda, y el dolor me hizo caer de rodillas. El Draconiano no me dio tregua. Con un rugido, levantó su garra y la dejó caer hacia mí, dispuesto a aplastarme.

No pude esquivarlo.

El golpe me alcanzó de lleno, y sentí cómo el aire se me escapaba de los pulmones. Mi cuerpo fue lanzado hacia atrás, golpeando el suelo con fuerza. La sangre brotó de mis heridas, el daño era masivo. Mi respiración se volvió más pesada y la niebla de la fatiga me nublaba la mente.

—¡Shiro! —la voz de Koharu llegó a mis oídos, aunque sonaba distante.

A pesar de la herida, me forcé a levantarme. El Draconiano seguía allí, mirándome como si fuera su presa. La Yuki Onna, al igual que antes, parecía estar esperando su momento, flotando en la tormenta de nieve, observando mi lucha. Me dolía cada fibra de mi cuerpo, pero no podía rendirme.

Koharu, con sus últimos vestigios de energía, se levantó y corrió hacia el Draconiano. Aunque sus movimientos eran torpes, la furia en sus ojos estaba más viva que nunca. Al ver esto, sentí una chispa de esperanza, aunque el agotamiento amenazaba con hundirme.

La Yuki Onna levantó su mano, y el viento frío se intensificó de nuevo. Lo sentí, como una mano invisible que me aprisionaba, y vi cómo las columnas de hielo surgían de la nieve a mi alrededor. El aire era tan gélido que podía sentirlo calando hasta mis huesos. No iba a salir de ahí tan fácilmente.

—Es inútil —dijo la Yuki Onna, y su voz resonó en mi mente, como un eco de desesperanza. —Te he derrotado.

No respondí. No tenía fuerzas para hacerlo. Pero mi mente seguía funcionando, buscando alguna forma de cambiar el curso de la batalla. Mi cuerpo temblaba de frío, pero mi determinación aún no se había apagado. No podía dejar que todo terminara aquí, no mientras Koharu seguía luchando.

Miré a mi alrededor, buscando una oportunidad. El terreno estaba cubierto de hielo y nieve, pero podía ver el patrón de la tormenta, el flujo de la magia de la Yuki Onna. Era casi como si la tormenta misma pudiera ser manipulada. Si podía entenderla, si podía usarla en mi favor, tal vez tuviera una oportunidad.

El Draconiano lanzó un rugido feroz, y Koharu, con su espada levantada, le cortó la pierna, pero la criatura no pareció inmutarse. Vi cómo su garra descendía hacia Koharu, y el miedo se apoderó de mí.

No podía permitirlo.

Un grito de furia brotó de mi garganta, y todo lo que quedaba de mis fuerzas se desató. Sentí mis energías concentrarse en mis puños, todo el frío fue empujado hacia afuera. Mi cuerpo ardía, y con un esfuerzo increíble, ataqué a los Kuragamis. El hielo se rompió en mil pedazos, y la tormenta se desvaneció, aunque solo por un momento.

Koharu aprovechó la distracción para esquivar el golpe del Draconiano. Me levanté, tambaleante, sin fuerzas, pero con la determinación intacta. Tenía que mantenerme en pie

El aire estaba cargado de tensión. El frío que me rodeaba no era solo el invierno que se había desatado en el campo de batalla; era la sensación de que la vida misma estaba a punto de desvanecerse en un suspiro helado. La nieve caía más rápido, cubriéndolo todo con un manto blanco y pesado, y podía ver cómo el hielo cubría mis heridas. Cada movimiento me costaba un esfuerzo titánico, y aunque mis fuerzas seguían fluyendo, sentía que el agotamiento me devoraba lentamente.

El Draconiano rugió de nuevo, con su respiración pesada y llena de furia, su cuerpo masivo se alzaba sobre nosotros, una bestia infernal dispuesta a terminar con nuestra resistencia. Koharu, a mi lado, estaba tan exhausta como yo. Su túnica rota, su rostro cubierto de sangre y sudor, se mantenía firmemente en pie solo por pura voluntad.

Si alguna vez hubo una línea entre la vida y la muerte, estábamos caminando por ella, apenas manteniéndonos en el lado de la vida.

Aún así, su mirada nunca perdió la determinación. Sus ojos, aunque cansados, brillaban con esa intensidad que sólo surge cuando sabes que no puedes rendirte. No podíamos rendirnos. No podíamos.

Miré hacia la Yuki Onna, que parecía disfrutar de nuestro sufrimiento, su silueta flotando entre las ráfagas de nieve. En su rostro no había emoción, solo frialdad absoluta. Y, sin embargo, podía sentir su poder desbordándose, esperando a envolvernos por completo.

Mi respiración se volvió más irregular. Los latidos de mi corazón resonaban en mis oídos, y la sensación de que algo dentro de mí se estaba apagando, como una luz que se apaga lentamente, se volvió cada vez más intensa. El dolor era insoportable, pero era lo único que me mantenía consciente. Cada vez que mi cuerpo se regeneraba, el dolor que sentía era más intenso, como si mis células estuvieran tratando de reconstruirse mientras me aplastaban.

La batalla había tomado un giro siniestro. Ya no se trataba de derrotar al enemigo; se trataba de sobrevivir. Pero sobrevivir, ¿Para qué? Para ver a Koharu caer también, para ver a la Yuki Onna y al Draconiano alzarse victoriosos. No había fuerzas suficientes en mi cuerpo para imaginar un futuro donde esto terminara bien.

Y fue en ese momento, cuando todo parecía perdido, que la Yuki Onna habló, su voz fría y cortante atravesó la tormenta como un cuchillo afilado.

—¿Es este todo el poder que tienen? —preguntó, y sus palabras se clavaron en mi alma. Vi su mirada fija en mí, como si esperara que me rindiera, como si esperara que simplemente cediera.

Un gruñido, una mezcla de frustración y rabia, salió de mis labios, y con las últimas reservas de fuerzas que quedaban en mí, traté de mantenerme en pie. Mi cuerpo estaba ardiendo de dolor, pero lo que sentía dentro de mí no era solo eso. Era la furia, el deseo de no dejar que todo esto terminara aquí. No podía permitir que la batalla terminara con la victoria de los Kuragamis.

Koharu, al lado mío, se preparó para el siguiente ataque, su espada brilló a pesar del daño que había sufrido. Me miró brevemente, y pude ver la misma determinación reflejada en sus ojos. El Draconiano avanzaba hacia nosotros, su cuerpo masivo fue balanceándose con cada paso que daba. Su aliento humeante llenaba el aire, y sus garras brillaban bajo la luz pálida de la tormenta.

Lo que quedaba de mi mente se centró en la pelea, en cómo podría usar el entorno a mi favor, cómo podría sobrevivir una vez más. El Draconiano, con su cuerpo tan grande, estaba limitado por su peso y su tamaño. Si lograba usar la nieve y el hielo a mi favor, podría ralentizarlo, tal vez incluso destruirlo. Y la Yuki Onna... la Yuki Onna tenía una conexión directa con la tormenta, con el frío. Si lograba manipular el viento, el hielo y la nieve que ella controlaba, podría forzarla a actuar en mi contra.

Koharu, sin decir una palabra, saltó al frente. Con su espada levantada, se enfrentó al Draconiano, dispuesta a seguir luchando a pesar de sus heridas. El Kuragami levantó su enorme cola y la dejó caer hacia Koharu con una fuerza impresionante. Koharu esquivó el ataque a duras penas, pero el golpe le rasgó la piel y le arrancó un pedazo de su ropa, dejándola sangrando profundamente.

—¡Koharu! —grité, pero ella no me escuchó. Su mirada estaba fija en el Draconiano, y pude ver cómo sus labios se apretaban en una línea tensa. No podía dejar que muriera aquí.

Me concentré, reuniendo toda la energía restante que pude. La batalla se sentía como si estuviéramos atrapados en una espiral descendente, cada ataque, cada movimiento solo estaba empujándonos más y más hacia el final. Pero sabía que tenía que encontrar una forma de cambiar las cosas.

—¡Ahora! —grité, y con un movimiento rápido, utilicé las corrientes de aire a mi alrededor, las que la Yuki Onna había creado, para empujar a Koharu hacia un lado, hacia una posición más segura. Al hacerlo, la Yuki Onna liberó un torrente de energía pero usando una de las pociones explosivas logré crear una explosión de calor que atravesó la tormenta de hielo, forzando el hielo a romperse y disolver una parte de la barrera creada por la Yuki Onna.

La Yuki Onna reaccionó al instante. Con un gesto rápido, levantó sus manos, y el viento frío se intensificó, como una furia desatada. Me sentí envuelto en el hielo, congelando mis extremidades mientras trataba de moverme. El frío me atravesaba, pero no podía dejar que todo terminara ahora. Simplemente no podía.

La explosión de calor que había desatado había dejado a la Yuki Onna vulnerable por un momento. Vi mi oportunidad. Sin dudarlo, me lancé hacia ella con todo lo que me quedaba, sintiendo el peso de mi propio cuerpo, cada paso, cada movimiento, como si fuera el último. Al mismo tiempo, el Draconiano se giró, viendo que Koharu lo atacaba una vez más con desesperación.

El golpe de mi puño atravesó el aire helado, dirigiéndose hacia la Yuki Onna. Pero en el último segundo, ella desapareció entre las nieblas, sus ojos brillaron con un destello gélido.

—¿Creías que podrías alcanzarme? —su voz llegó como un susurro en el viento, mientras su figura emergía detrás de mí, justo cuando me giraba para esquivar el ataque del Draconiano.

El monstruo, aprovechando mi distracción, me atacó con sus garras. El dolor fue inmediato y profundo, y sentí cómo una de las garras del Draconiano se clavaba en mi costado, rasgando mi carne. El impacto fue tan fuerte que sentí que el aire se me escapaba, y mi cuerpo fue lanzado de nuevo hacia atrás, cayendo al suelo con un estruendo.

—¡No! —Koharu gritó, pero el Draconiano ya estaba sobre mí. La furia en sus ojos me alcanzó, y la bestia estaba a punto de matarme.

Pero algo dentro de mí se encendió, una chispa de furia y de desesperación. Miré a Koharu, luchando por mantenerse en pie, y supe que no podía permitir que todo terminara aquí.

Mi cuerpo aún podía moverse, aunque a un ritmo agonizante, pero pude sentir que, de alguna manera, mis fuerzas se reactivaban. Apreté los dientes, y cuando el Draconiano levantó su garra para dar el golpe final, sentí la energía fluir hacia mis manos. Un grito de furia salió de mi garganta, y con todo lo que quedaba de mí, lancé una poción explosiva hacia el monstruo.

El impacto fue tan fuerte que la criatura fue empujada hacia atrás. Pero no por mucho tiempo. Vi la expresión de frustración en su rostro, y sabía que aún nos quedaba una última lucha por librar.

De repente, la Yuki Onna apareció ante mí con sus ojos fríos, su cuerpo estaba rodeado de una neblina mortal. La tormenta aumentó en intensidad, y pude sentir el peso del frío aplastándome. A pesar de mis esfuerzos, de la energía que seguía ardiendo en mi interior, sabía que no iba a ser suficiente. Mi cuerpo ya no podía resistir más.

Koharu seguía luchando, pero el final parecía cerca para los dos.

¿Qué más podía hacer?...

¿Qué más podíamos hacer?...

.

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(Perspectiva de Koharu)

El aire se volvía cada vez más espeso y pesado a medida que las ráfagas de viento se intensificaban, azotando con fuerza las heridas que me cubrían el cuerpo. Sentía mi energía drenada, mi mente nublada por el dolor constante, pero el instinto, ese último vestigio de poder que se encontraba en lo más profundo de mi ser, seguía encendido. Shiro estaba a mi lado, igual de agotado que yo, pero él ya se había resignado. El Draconiano seguía acechándonos, y la Yuki Onna estaba más cerca de lo que pensaba, flotando con la calma de un depredador esperando el momento para atacar.

Mi cuerpo ya no respondía como antes. Las heridas en mis costados, mis piernas, los cortes en mis brazos, todo era un recordatorio cruel de lo que habíamos soportado hasta ese momento. Sentía la sangre coagularse lentamente en mis heridas, pero mi voluntad seguía intacta. Shiro estaba en el suelo, y esa sensación de que no podía fallarle me mantenía en pie.

La Yuki Onna se acercaba lentamente, su presencia era como una sombra congelante que me rodeaba. Vi su mirada, fría, implacable, como si ya nos tuviera en sus manos. Entonces, algo cambió.

Me quedé allí, sin moverme, respirando con dificultad, pero el aire en mis pulmones se volvía más pesado, como si el mismo entorno me despojara de mis fuerzas. Mis dedos apretaron con fuerza la empuñadura de mi katana. Fue un instinto lo que me llevó a quedarme quieta, a ponerme en guardia, porque algo dentro de mí había despertado. Era una energía distinta, una sensación que había sentido antes, una que siempre había conocido con claridad.

La tormenta de nieve, el rugido del Draconiano, la risa fría de la Yuki Onna, todo se desvaneció por un momento. No importaba el dolor, no importaba el frío, nada de eso importaba. Sentía el vacío que me rodeaba, pero a la vez, sentía una conexión más allá de todo lo que conocía.

Cerré los ojos por un segundo, respirando profundamente. Sentí la energía fluir dentro de mí. No era magia. Era algo más profundo, algo que siempre había estado allí. Abrí los ojos y susurré las palabras, mi voz resonó a través de la tormenta.

—Elemento Celestial...

De repente, la atmósfera cambió.

La espada en mi mano comenzó a brillar con una intensidad cegadora. Mi cuerpo, en su totalidad, se sintió diferente. Había alcanzado algo más allá de mis límites, algo que mi ser nunca había conocido. Un poder que trascendía lo que era posible en el combate. Sentí cómo mi energía se amplificaba, se expandía. Los efectos de mis heridas desaparecieron por completo, y aunque mi cuerpo aún estaba cubierto de sangre y marcas de la batalla, no sentía el mismo agotamiento de antes. Todo lo que había perdido se había restaurado, y más aún. Mi mente se despejó, como si las nieblas que me habían nublado fueran disipadas por la claridad más pura.

Mi katana, ahora envuelta en un resplandor celestial, se convirtió en una extensión de mi ser. Cada fibra de mi cuerpo se alineó con el poder que había liberado. Un poder que no solo provenía de mí, sino que estaba en cada rincón del cielo, de las estrellas, de todo lo que alguna vez había tocado el cosmos.

El Draconiano se acercó, rugiendo, pero algo había cambiado. Su feroz ataque se detuvo cuando sintió el cambio en el aire, la presión que había aparecido de repente. El monstruo, que antes parecía imparable, ahora vacilaba, como si estuviera sintiendo la presencia de algo mucho más grande que él. La Yuki Onna, al igual que él, percibió el cambio en el ambiente. Su rostro, normalmente impasible, mostró una leve sorpresa.

Pero esa sorpresa solo duró un instante.

Shiro me miró, sus ojos reflejaban el mismo desconcierto y admiración que yo había sentido cuando el poder despertó dentro de mí. Pero no tuve tiempo para explicaciones. No tenía tiempo para dudar.

—Koharu…

Su voz llegó a mí, pero yo ya no lo escuchaba de la misma manera. El poder que había desatado había tomado el control, y ya no pensaba con claridad. Solo había una meta: vencerlos, a ambos. Y mientras mi mente estaba sumida en esa meta, mis movimientos se volvieron más rápidos, más certeros, cada golpe estaba cargado con la fuerza del cielo.

Me lancé hacia el Draconiano, mi katana fue cortando el aire a una velocidad que parecía no ser humana. El monstruo intentó levantar su garra para bloquear mi ataque, pero yo ya estaba en movimiento, ya había adelantado mi siguiente golpe. La espada atravesó su piel escamosa, abriendo una grieta en su cuerpo que mostró la carne interna de la criatura. La sangre negra brotó, pero el Draconiano no cayó. No se rendiría.

Sin embargo, ahora estaba perdiendo terreno. Cada golpe que daba era más preciso, más devastador. Cada movimiento de mi cuerpo fluía con una gracia y potencia inhumana. El poder celestial que había invocado me daba una claridad total en el combate, y todo lo que una vez me parecía imposible, ahora era alcanzable. Era como si el tiempo mismo se hubiera ralentizado para mí.

La Yuki Onna, viendo que el Draconiano retrocedía ante mi poder, decidió intervenir. Se deshizo de la niebla que la rodeaba y se materializó frente a mí con la rapidez de un rayo. Con una sonrisa fría, levantó una mano y el aire alrededor de ella se congeló al instante. Hizo un gesto rápido, y columnas de hielo emergieron del suelo, disparándose hacia mí.

Sin embargo, mi cuerpo, ahora impulsado por la energía celestial, se movió con la misma rapidez que la tormenta. Esquivé los ataques con facilidad, los reflejos multiplicados por el poder que ahora controlaba. Cada vez que una columna de hielo se acercaba, mi katana brillaba y la destruía con un solo golpe. Podía sentir la resistencia de la Yuki Onna al ver cómo sus ataques se desmoronaban ante mi nueva fuerza.

Y entonces, sentí un cambio. La Yuki Onna estaba empezando a reunirse con el viento, preparándose para un ataque mucho más poderoso. Era obvio que intentaba usar todo su mana para derribarme. Pero no me detuve. Sabía que este era mi momento.

Me lancé hacia ella sin pensarlo dos veces. La katana brillaba con un resplandor celestial mientras mi velocidad aumentaba aún más. La Yuki Onna levantó ambas manos, y un cúmulo de nieve y viento se concentró a su alrededor, formando una tormenta blanca que apuntaba hacia mí. Con un grito de furia, me lancé hacia el centro de la tormenta.

El choque fue ensordecedor. La tormenta se deshizo instantáneamente al contacto con mi espada, y pude ver cómo la Yuki Onna retrocedía, sorprendida por la fuerza de mi ataque. Sin perder ni un segundo, la atacé con otra estocada, esta vez apuntando hacia su corazón. La espada atravesó el aire, y aunque intentó defenderse con una barrera de hielo, la ruptura fue inevitable.

Un grito de dolor escapó de la Yuki Onna cuando mi katana la alcanzó, abriendo una herida profunda en su pecho. Sin embargo, la batalla no había terminado. Sabía que el combate estaba lejos de acabarse, pero ahora la balanza se inclinaba a nuestro favor.

Me quedé allí, respirando con fuerza, mirando a la Yuki Onna y al Draconiano. Ambos enemigos estaban heridos, pero no derrotados. Sin embargo, algo había cambiado. Ya no era yo la que luchaba contra la desesperación. Ahora era yo quien controlaba el combate, sentí que mi cuerpo vibraba con la energía del cielo, y no tenía dudas de que la victoria en esta batalla, aunque aún no había terminado, sería nuestra. El poder celestial seguía fluyendo dentro de mí, y aunque las heridas en mi cuerpo todavía sangraban, ya no me importaban. Ya no podía pensar en nada más que en la victoria.