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Chapter 4 - El sueño de un recuerdo inolvidable

Cuando Koharu terminó de cocinar, me acerqué con cierto escepticismo. La presentación no era la mejor, pero el aroma tenía algo reconfortante, como si hubiese puesto en cada pedazo de comida una pizca de sus emociones. Me senté en frente de ella, y ambos comenzamos a comer en silencio. Al primer bocado, mi ceño se relajó; no era una comida sofisticada, ni mucho menos balanceada, pero tenía algo que la hacía especial. Quizá era el hambre o quizá... no, definitivamente era su esfuerzo.

—Gracias por la comida —susurré casi sin pensarlo.

Ella asintió con una sonrisa ligera, que no necesitaba palabras para transmitir lo que sentía. Cuando terminamos, Koharu agradeció como siempre lo hacía, una tradición suya que nunca había roto. Luego se recostó en su cama improvisada hecha de hojas y mantas desgastadas, dejando escapar un suspiro tranquilo. Me quedé observándola unos instantes. Su cuerpo parecía pequeño, vulnerable, pero en su rostro había una paz que envidiaba profundamente.

—Descansa, Koharu —murmuré en voz baja, aunque sabía que no podía escucharme.

Me recosté también, aunque no sentía sueño. Quise hablar un poco, decir cualquier tontería para llenar el silencio, pero al girarme hacia ella, ya estaba profundamente dormida. Su respiración era lenta, rítmica, como una melodía en medio del bosque. Suspiré y, sin poder evitarlo, una leve sonrisa se dibujó en mis labios. Era curioso cómo alguien tan frágil podía aportar tanto a mi mundo roto.

Mientras miraba el cielo a través de las ramas de los árboles, me dejé llevar por los pensamientos. Los recuerdos. Siempre ellos, tan insistentes como un viejo amigo al que ya no quieres ver. No sé en qué momento me venció el sueño, pero lo siguiente que recuerdo fue un sueño extraño, tan vívido como doloroso.

Una mujer de cabello castaño me miraba con una mezcla de dulzura y tristeza. A su lado, un hombre de cabello negro parecía decir algo, pero sus palabras no llegaban a mí. Parecían tan reales, como si pudiera alargar la mano y tocarlos. Sus labios se movían, llamándome. Intenté responder, pero justo cuando iba a pronunciar una palabra, desperté.

Tenía lágrimas en los ojos.

Me senté, jadeando ligeramente, intentando calmar la sensación de ahogo en mi pecho. El frío de la noche se colaba entre las ramas, acariciando mi piel como si quisiera recordar que seguía vivo. Observé a Koharu; ella aún dormía con su rostro sereno, ajena a mis tormentas internas.

—¿Por qué...? —susurré al viento, como si las estrellas fueran a responderme. Pero sabía que no lo harían. No había respuestas fáciles para las preguntas que llevaba arrastrando desde hacía años.

Me levanté en silencio, intentando no hacer ruido. Había algo en la calma del bosque nocturno que me llamaba, como si necesitara perderme entre los árboles para encontrar un poco de claridad.

Mis pasos eran suaves, apenas audibles sobre el suelo cubierto de hojas. Cada rama crujía bajo mis botas, pero el bosque parecía aceptarme en su abrazo sombrío. El aire era frío, pero no me importaba. Era un frío que me hacía sentir presente, vivo.

Mientras caminaba, los recuerdos del sueño seguían rondándome. "¿Quiénes eran?" me pregunté en voz baja. Había algo familiar en sus rostros, algo que se enredaba en mi memoria como un hilo suelto que no lograba alcanzar.

De repente, una voz suave rompió el silencio.

—¿Shiro? —me giré sobresaltado, y allí estaba Koharu, mirándome desde la distancia con los ojos entrecerrados por el sueño. Su cabello estaba desordenado, y la manta aún colgaba de sus hombros.

—¿Qué haces despierta? —le pregunté, intentando sonar tranquilo.

—Desperté por tu respiración agitada y luego te vi irte. Pensé que... bueno, que algo te pasaba —respondió mientras se acercaba. Sus pies descalzos apenas hacían ruido sobre el suelo.

Negué con la cabeza, pero sabía que no podía engañarla. Koharu era más perceptiva de lo que parecía. Me miró en silencio, esperando que hablara.

—No podía dormir —me encogí de hombros, intentando restarle importancia.

—¿Fue un mal sueño? —preguntó con suavidad.

Su pregunta me tomó por sorpresa. ¿Cuántas veces había despertado en el pasado de esa forma sin darme cuenta de que ella lo notaba? Sus ojos buscaban los míos, pero desvié la mirada, incapaz de sostenerla.

—No importa —intenté cortar el tema, pero ella no se movió.

—Claro que importa, Shiro —insistió. Su voz tenía un tono firme, pero no agresivo, como si estuviera tratando de atravesar la barrera que había construido a mi alrededor.

La miré de reojo y suspiré.

—Soñé con dos personas, una mujer y un hombre. Parecían... importantes, pero no sé quiénes son —mi voz tembló ligeramente al final, y odié que fuera tan evidente.

Koharu asintió en silencio.

—¿Y qué sientes cuando los ves? —preguntó, sentándose en una roca cercana.

Me quedé quieto, mirando el suelo.

—Dolor, confusión y algo más... algo que no puedo describir. Es como si estuvieran tratando de decirme algo importante, pero no puedo entenderlo —mi voz bajó hasta convertirse en un murmullo.

Ella me miró con una mezcla de empatía y preocupación. No dijo nada, pero en su silencio había más comprensión de la que esperaba.

—A veces, los sueños son nuestro subconsciente tratando de decirnos algo —hizo una pausa y luego añadió con una sonrisa leve. —Otras veces, simplemente son un revoltijo de emociones sin sentido.

Su intento de alivianar el ambiente logró arrancarme una pequeña sonrisa.

—Supongo que sí —Miré al cielo, donde la luna brillaba como una vieja amiga.

Pasamos un rato en silencio, pero no era incómodo. Koharu siempre sabía cuándo quedarse callada, algo que agradecía más de lo que podía expresar. Finalmente, me levanté y extendí una mano hacia ella.

—Volvamos. Hace frío.

Ella asintió y tomó mi mano, dejando que la ayudara a levantarse. Caminamos juntos de regreso al campamento, y aunque no dije nada más, sentí que había un peso un poco más ligero en mi pecho.

Al regresar al campamento, el silencio volvió a rodearnos. Koharu apenas dijo una palabra antes de envolverse en su manta y recostarse en su improvisada cama. Su respiración lenta y profunda pronto llenó el aire. Me quedé mirándola un momento, admirando esa capacidad suya de desconectarse del mundo, como si el peso que cargábamos no existiera.

Yo, en cambio, no podía dormir. Me senté cerca del fuego, que ya apenas era un puñado de brasas incandescentes, y dejé que mis pensamientos se hundieran en la profundidad de mis recuerdos. Ellos. Siempre ellos. Dos figuras que se habían convertido en sombras familiares en mi mente. Sus voces eran suaves, pero firmes, como si intentaran consolarme y guiarme al mismo tiempo.

¿Por qué eran tan importantes? ¿Por qué no podía recordar quiénes eran? Cerré los ojos y traté de reconstruir las piezas del sueño, pero era como intentar atrapar el humo con las manos. Todo se desvanecía antes de que pudiera darle forma.

Durante diez años... diez largos años había soñado con ellos. Al principio, pensaba que eran sólo ecos de mi imaginación, pero con el tiempo, comencé a darme cuenta de que siempre era el mismo sueño. Las mismas dos personas, las mismas palabras que no lograba escuchar del todo. Era un ciclo interminable que me dejaba una sensación de vacío cada vez que despertaba.

Suspiré, sintiendo el peso de mi melancolía apoderarse de mí. Bajé la mirada hacia mi pecho, donde una pequeña cicatriz marcaba la piel justo sobre mi corazón. Pasé los dedos sobre ella, como lo había hecho muchas veces antes. La cicatriz no era solo un recuerdo físico; era un recordatorio constante de algo que no podía recordar por completo. Algo importante, algo que parecía conectado con esos dos en mis sueños.

Mientras tocaba la cicatriz, una oleada de emociones me inundó: tristeza, culpa, y esa incomodidad persistente de no poder juntar todas las piezas. Dejé caer la mano, dejando que el frío de la noche se apoderara de mi piel.

—¿Por qué? —murmuré al vacío, más para mí mismo que para buscar una respuesta.

El sonido de mi propia voz me hizo sentir vulnerable. No estaba acostumbrado a hablar de estas cosas, ni siquiera a mí mismo. Era más fácil cargar con el peso en silencio, mantenerme ocupado con el presente y no pensar demasiado en el pasado.

Finalmente, me recosté en el suelo, dejando que el cansancio venciera mi resistencia. Miré las estrellas que se filtraban entre las ramas de los árboles, y algo en esa inmensidad me recordó cuán pequeño era mi lugar en el mundo. ¿Ellos también miraron estas estrellas alguna vez? Esa pregunta fugaz pasó por mi mente antes de que el sueño me envolviera.

De nuevo, allí estaban. La mujer de cabello castaño y el hombre de cabello negro. Esta vez, sus rostros seguían siendo sombras borrosas, pero sus voces parecían más claras.

—Shiro... —susurró la mujer, con un tono lleno de calidez. Había algo en su voz que me calmaba, como si estuviera destinada a protegerme.

—Debes recordar, Shiro. —el hombre habló esta vez, su tono era más grave pero igual de familiar. Había una urgencia en su voz que me ponía nervioso.

Intenté hablar, pero mis palabras se atoraron en mi garganta, como siempre ocurría. Era frustrante, como si algo invisible me impidiera conectarme con ellos.

—¿Quiénes son? —quise gritar, pero mi voz era un eco débil en la nada.

La mujer extendió una mano hacia mí, pero antes de que pudiera tocarla, todo se desvaneció. Abrí los ojos de golpe, respirando agitadamente. Sentí las lágrimas correr por mis mejillas antes de que pudiera detenerlas. Las sequé rápidamente con el dorso de mi mano, sintiendo una punzada de vergüenza aunque nadie estuviera allí para verme.

Me levanté de inmediato. Era de noche todavía, y el bosque seguía en calma. Koharu dormía profundamente, envuelta en su manta, ajena a mi tormento interno. La miré por un momento, sintiendo una mezcla de gratitud y envidia. Ella tenía sus propios problemas, lo sabía, pero parecía capaz de enfrentarlos de una manera que yo no podía.

Sin hacer ruido, me puse de pie y comencé a caminar nuevamente hacia el bosque. Había algo en la soledad de la noche que me ayudaba a pensar, o al menos a calmar el caos dentro de mi mente.

Mientras avanzaba, los sonidos del bosque me envolvieron: el susurro de las hojas, el canto lejano de algún ave nocturna, el crujido ocasional de una rama bajo mis pies. Era un recordatorio de que el mundo seguía su curso, indiferente a mis problemas. De alguna manera, eso era reconfortante.

Caminé hasta encontrar un claro donde la luna iluminaba el suelo. Me senté sobre una roca y miré al cielo, dejando que el frío de la noche enfriara mi piel. Pensé en esas dos figuras nuevamente, en lo que significaban para mí. Eran algo más que simples sueños. Eran... ¿fragmentos de un pasado olvidado?

—¿Por qué no puedo recordar? —me pregunté en voz baja, sintiendo que la frustración comenzaba a apoderarse de mí. Cerré los puños, tratando de contener esa rabia silenciosa que había aprendido a reprimir con los años.

La quietud del bosque me rodeaba como una manta pesada, pero reconfortante. Los sueños seguían rondándome la mente, igual que siempre. ¿Quiénes eran ellos? ¿Por qué sus palabras parecían tan importantes, pero se desvanecían antes de poder captarlas? La frustración quemaba en mi pecho, pero al mismo tiempo, sentía un peso diferente: algo que no era dolor, sino una melancolía serena, como si supiera que, de alguna manera, esos sueños me definían.

Fue entonces cuando lo sentí.

Un escalofrío recorrió mi espalda. Una presencia. Estaba detrás de mí, como un aliento frío sobre mi nuca. Por un momento, pensé que era Koharu. Quizá había decidido seguirme otra vez para asegurarse de que estaba bien.

—Koharu, ya te dije que deberías descansar... —dije sin girarme, intentando sonar tranquilo, aunque mi tono traicionaba un leve nerviosismo.

Pero no hubo respuesta.

El silencio era más denso ahora, casi opresivo. Lentamente, giré la cabeza.

Y allí estaba.

Esa mujer.

Irradiaba una luz etérea, un brillo suave que parecía fluir de cada parte de su cuerpo. Su cabello castaño caía en ondas perfectas, y sus ojos, aunque familiares, eran imposibles de descifrar. Había algo en su mirada que me hacía sentir una mezcla de calma y terror, como si cada fibra de mi ser supiera que esto era importante, trascendental incluso, pero no podía explicarlo.

Mi corazón comenzó a latir con fuerza. Intenté levantarme, pero mi cuerpo no respondía. Mis piernas estaban rígidas, como si algo invisible las mantuviera ancladas al suelo. Podía sentir mi respiración acelerándose, y el sudor frío bajando por mi espalda.

—¿Quién... quién eres? —logré balbucear, mi voz apenas era un susurro.

La mujer no respondió de inmediato. En cambio, dio un paso hacia mí, y su presencia se sintió aún más abrumadora. Había algo en su andar, en la forma en que se movía, que me resultaba... familiar. Quise retroceder, pero mi cuerpo seguía inmóvil.

Entonces, ella sonrió.

Fue una sonrisa suave, casi melancólica, que de alguna manera calmó el caos en mi mente. Pero al mismo tiempo, me llenó de una inquietud que no podía ignorar. Esa sonrisa... era exactamente la misma que había visto en mis sueños, noche tras noche, durante diez años.

—No nos olvides… Shiro —su voz era como una brisa suave que acariciaba mi piel.

Esas palabras me golpearon como un relámpago. "No nos olvides". Había algo en su tono, algo en su mirada, que hacía que esas palabras se sintieran más importantes que cualquier otra cosa en el mundo.

—¿Quiénes son ustedes? —pregunté, esta vez con más fuerza, aunque mi voz aún temblaba. —¿Por qué me han estado atormentando durante todos estos años? ¿Qué quieren de mí?

La mujer inclinó ligeramente la cabeza, como si estuviera considerando mi pregunta. Luego dio otro paso hacia mí. Estaba tan cerca ahora que podía ver los detalles de su rostro, aunque aún había algo borroso en él, como si mi mente se resistiera a completar la imagen.

—No es tormento, Shiro… es amor —su respuesta fue simple, pero su tono estaba cargado de una tristeza que no podía ignorar.

—¿Amor? —repetí, sintiendo que mi voz se quebraba. —¿Eso qué significa? ¿Quién eres?

Ella no respondió directamente. En cambio, extendió una mano hacia mí. No me tocó, pero el simple gesto me hizo sentir una calidez que me recorrió desde el pecho hasta las extremidades. Era un calor reconfortante, pero también desgarrador.

—Shiro —dijo finalmente, con una voz tan suave que casi parecía un pensamiento en mi mente. —No nos olvides, sin importar lo que pase.

—¡No entiendo! —grité, mi voz llena de desesperación. Las lágrimas comenzaron a acumularse en mis ojos sin que pudiera controlarlo. —¡Dime quién eres! ¡Dime por qué estás aquí, por qué siempre estás en mis sueños!

Ella me miró en silencio por un momento, y luego su sonrisa se hizo un poco más amplia. Había algo en su expresión que me hizo sentir que, de alguna manera, ya conocía la respuesta, pero no quería aceptarla.

—Siempre he estado contigo, Shiro —Su voz se suavizó aún más, y entonces, lo entendí.

Todo encajó de golpe, como un rompecabezas que había estado tratando de resolver durante una década. Los sueños, las voces, la sensación de familiaridad... ellos.

—Eran ustedes... —susurré con mi voz temblando mientras las lágrimas finalmente escapaban de mis ojos. —Mis padres…

La figura asintió ligeramente, y su sonrisa se volvió aún más melancólica.

—Siempre estaremos contigo. Incluso cuando no puedas vernos, incluso cuando no puedas oírnos —su tono era tan cálido que sentí que mi pecho se llenaba de una mezcla de alegría y tristeza.

—¿Por qué me dejaron? —pregunté, mi voz apenas era audible.

Ella no respondió directamente. En cambio, inclinó la cabeza y me miró con una expresión que emanaba un amor incondicional, pero también de inevitabilidad.

—No fue nuestra elección, Shiro. Pero nunca dejamos de amarte.

Esas palabras rompieron algo dentro de mí. Sentí que todo el peso de los últimos diez años se desmoronaba a mi alrededor, dejando solo un vacío que estaba lleno de emoción pura.

—Los extraño... realmente los extraño —murmuré, mis manos estaban temblando mientras intentaba alcanzarla.

Mi madre comenzó a desvanecerse lentamente, su luz etérea fue disolviéndose en el aire como niebla al amanecer.

—Te queremos, Shiro. —Fueron sus últimas palabras antes de desaparecer por completo.

Me quedé allí, solo bajo la luz de la luna, con las lágrimas corriendo por mi rostro. Pero esta vez, no era un llanto de desesperación. Era... algo diferente. Una mezcla de alivio, tristeza y una paz que no había sentido en años.

Suspiré profundamente, limpiándome el rostro con las manos. Ahora lo entendía.

Me levanté lentamente y comencé a caminar de regreso al campamento. Koharu seguía dormida, su respiración tranquila llenaba el aire. Me recosté en mi lugar, mirando al cielo una vez más.

—No los olvidaré… mamá…

Desperté al amanecer, sintiendo una calma que no había experimentado en mucho tiempo. El cielo estaba teñido de tonos rosados y anaranjados, y el canto de los pájaros llenaba el aire con una serenidad casi irreal. Mi cuerpo estaba descansado, pero mi mente aún daba vueltas, procesando lo que había ocurrido la noche anterior. Ellos eran mis padres. Siempre lo fueron.

Por fin, después de diez años de confusión, los fragmentos de mi memoria habían encajado. Recordaba cómo me hablaban cuando era niño, cómo sus rostros reflejaban amor incluso en los momentos más difíciles. Recordaba también la última vez que los vi, el día en que todo cambió, el día en que los perdí. Apreté los puños y cerré los ojos, dejando que las lágrimas cayeran una vez más. Pero esta vez, no me resistí. Las dejé fluir, aceptando el dolor como parte de mí.

—¿Shiro?

La voz de Koharu interrumpió mis pensamientos. Abrí los ojos y la vi de pie junto a mí, con el cabello despeinado y una expresión de preocupación en su rostro. Su voz era suave, casi vacilante, como si temiera molestarme.

—¿Estás bien? —preguntó, cruzándose de brazos mientras el viento de la mañana jugueteaba con su manta.

Asentí lentamente, limpiándome el rostro con la manga.

—Sí... creo que sí.

Ella arqueó una ceja, claramente escéptica. Se sentó a mi lado, dejando escapar un suspiro mientras me estudiaba con la mirada.

—Anoche saliste al bosque otra vez —dijo, más como una afirmación que como una pregunta. —Cuando regresaste, parecías diferente.

No respondí de inmediato. En cambio, miré el horizonte, donde el sol comenzaba a elevarse lentamente. Había algo reconfortante en la calidez de sus rayos, algo que me recordaba que la vida seguía adelante, sin importar lo que ocurriera.

—Vi a alguien —dije finalmente, mi voz baja pero firme.

Koharu giró la cabeza hacia mí, su expresión mezclaba sorpresa y curiosidad.

—¿Viste a alguien? ¿A quién?

Tomé aire antes de responder, tratando de ordenar mis pensamientos.

—A la mujer de mis sueños. Ella estaba allí, Koharu, justo frente a mí.

Su reacción fue inmediata. Sus ojos se abrieron más, y su cuerpo se tensó ligeramente.

—¿La mujer? —repitió, claramente tratando de procesar lo que acababa de decir. —¿Estás seguro de que no fue... no sé, tu imaginación?

Negué con la cabeza.

—No, no lo fue. Era real, pude sentirla, pude escucharla. Ella... —Hice una pausa, tragando saliva mientras las emociones amenazaban con abrumarme de nuevo. —Ella era mi madre.

Koharu se quedó en silencio, mirándome con una mezcla de sorpresa y compasión. Finalmente, habló con un tono más suave.

—¿Tu madre?

Asentí, bajando la mirada hacia mis manos, que descansaban sobre mis rodillas.

—Por diez años, soñé con ella y con mi padre, pero nunca entendí por qué. Anoche... ella me dijo que no los olvidara. Que siempre han estado conmigo y fue entonces donde lo comprendí, esos sueños no eran un castigo, Koharu. Eran un recordatorio…

Koharu guardó silencio por un momento, procesando mis palabras. Luego, colocó una mano sobre mi hombro.

—Shiro... eso suena... increíble. Pero también debe ser difícil.

Sonreí ligeramente, aunque mi sonrisa estaba cargada de tristeza.

—Lo es. Siempre lo ha sido. Pero ahora... siento que puedo seguir adelante.

Ella asintió lentamente, con su mano aún sobre mi hombro.

—Entonces, ¿Qué harás ahora?

Esa era la pregunta que había evitado durante tanto tiempo. Miré nuevamente hacia el horizonte, dejando que el silencio llenara el espacio entre nosotros mientras reflexionaba.

—Voy a honrarlos —respondí finalmente, con más convicción de la que esperaba. —Honraré su memoria…

Koharu me miró, y vi una sonrisa sincera en su rostro.

—Eso suena bien, Shiro. Realmente bien.

Nos quedamos en silencio después de eso, cada uno perdido en sus propios pensamientos. A pesar de lo que había pasado, sentí que algo había cambiado entre nosotros. Una comprensión tácita, una conexión más profunda. Koharu siempre había estado allí, en los momentos difíciles, incluso cuando no entendía del todo lo que estaba pasando. Y ahora, más que nunca, sentí que podía confiar en ella.

Más tarde, mientras recogíamos nuestras cosas para seguir adelante, sentí que una parte de mí había dejado atrás una carga que llevaba durante demasiado tiempo. El bosque, con su serenidad y misterio, parecía diferente ahora, como si me estuviera dando su bendición para el viaje que teníamos por delante.

—¿Listo para seguir? —preguntó Koharu, ajustando su mochila mientras me miraba.

Asentí, colocándome mi propia carga sobre los hombros.

—Sí, vamos.

Mientras caminábamos juntos por el sendero, sentí que, por primera vez en mucho tiempo, mi corazón estaba en paz. Los recuerdos de mis padres seguían vivos en mí, no como un peso, sino como una luz que me guiaba hacia el futuro.