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Chapter 2 - Susurros del bosque

La noche me despertó con un sobresalto, el retumbar de la lluvia golpeando la roca de la cueva me sacó de un sueño ligero, casi inexistente. Abrí los ojos en la penumbra, tratando de calmar mi respiración. La tormenta había llegado sin aviso, como un rugido inesperado en medio de un silencio apacible. Me senté lentamente, sintiendo el frío de la piedra bajo mis manos, mi corazón latía rápido, y el eco de los truenos no ayudaba.

—¿Qué estará pasando allá afuera? —murmuré para mí mismo, con un hilo de voz apenas audible. No esperaba respuesta; la cueva era tan solitaria como siempre.

Caminé hacia la entrada, todavía sintiendo una ligera opresión en el pecho. El sonido de las gotas resonaba como un tamborileo constante. Al llegar a la orilla de la cueva, me asomé con cuidado, sintiendo cómo el viento húmedo y frío me golpeaba la cara. Mis ojos tardaron unos segundos en acostumbrarse a la oscuridad, pero cuando lo hicieron, la escena frente a mí no era tan aterradora como había imaginado. Animales corrían de un lado a otro, buscando refugio como yo lo había hecho el día anterior. Lobos, conejos y aves se movían entre los arbustos, mientras las gotas pesadas de lluvia caían sobre sus cuerpos. La naturaleza reaccionaba al caos con un orden que me reconfortaba de alguna manera.

—Solo es lluvia —dije en voz baja, intentando convencerme. Inspiré profundamente y exhalé lento, sintiendo cómo mi preocupación se deslizaba como la misma lluvia que caía afuera.

Regresé al interior de la cueva, el único lugar que podía llamar hogar momentáneamente. Me senté cerca de un rincón, junto a mis cosas: un pequeño paquete de provisiones, una manta vieja y, por supuesto, mi libro. El libro era mi única compañía constante. Había sido mi refugio en las noches de incertidumbre y mi única ventana a algo más que mi soledad. Lo abrí con cuidado, pasando las páginas llenas de notas escritas con mi caligrafía descuidada.

—Día 13 —leí en voz alta para mí mismo.

Mis palabras resonaron en la cueva, devolviéndome un eco tenue. Las letras detallaban mis últimos movimientos: las caminatas por el bosque, la búsqueda de comida, las reflexiones sobre el porqué de mi aislamiento. Volví a leer cada línea despacio, tratando de revivir esos momentos. A veces lo hacía para recordarme que seguía vivo, que esos días habían ocurrido y que no era solo un espectro atrapado en la nada.

Después de un rato, tomé mi frasco de agua. Lo incliné hacia mis labios, pero solo unas gotas se deslizaron por mi garganta. Suspiré al notar que estaba vacío.

—Perfecto... justo lo que necesitaba —murmuré, irritado conmigo mismo. El peso del frasco vacío en mi mano parecía más pesado de lo que era. Sabía que no podía dejarlo así. Si quería sobrevivir, necesitaba buscar más agua.

Me levanté, estirando las piernas adoloridas después de horas de inmovilidad. La cueva, con su frío y su eco constante, era un lugar extraño, pero hasta ahora me había dado lo que necesitaba. Ahora, sin embargo, algo en mi interior me decía que tenía que explorar. Tal vez era solo una excusa para distraerme de la lluvia, o tal vez la curiosidad me estaba ganando, pero me decidí.

Caminé hacia los rincones más oscuros de la cueva, sintiendo cómo la humedad se intensificaba a cada paso. El suelo estaba resbaladizo, cubierto de musgo en algunas partes, y las paredes tenían ese olor a piedra mojada que me recordaba a días de mi infancia jugando bajo la lluvia. Llevaba conmigo una pequeña antorcha improvisada que había fabricado días antes. La encendí con algo de esfuerzo y la tenue luz iluminó las sombras frente a mí.

A medida que avanzaba, mi mente no dejaba de divagar.

—¿Qué habrá más allá? ¿Será solo una cueva vacía, o encontraré algo más? —mi corazón latía rápido, con una mezcla de ansiedad y emoción. No podía evitarlo; mi imaginación siempre era más fuerte que yo.

Después de unos minutos de caminar, vi algo que llamó mi atención: una pequeña hendidura en la pared derecha. Me acerqué con cuidado, inclinándome para inspeccionarla. Era lo suficientemente ancha para que pudiera pasar, pero la oscuridad al otro lado era casi total.

—Bueno, esto es nuevo... —susurré, sintiendo un escalofrío recorrerme la espalda.

Dudé por un momento, pero al final, la curiosidad me ganó. Me escabullí por la apertura, notando cómo el espacio se abría del otro lado. Era una cámara más grande, casi como una sala oculta. La luz de mi antorcha reflejaba destellos en algo brillante cerca del suelo. Me acerqué, y lo vi: cristales, pequeños y translúcidos, repartidos por la roca como si fueran estrellas atrapadas en la piedra.

—¿Qué es esto...? —toqué uno de ellos con cuidado, sintiendo su superficie fría y lisa. Me maravillé por unos segundos, olvidando incluso la lluvia que caía afuera.

Estos cristales no eran valiosos en el sentido material, pero para mí, eran un hallazgo único, algo que me recordaba que la belleza podía encontrarse incluso en los lugares más oscuros.

Guardé un par en mi bolsa, pensando que podrían servirme de algo, o al menos como un recordatorio de esta noche. Mientras lo hacía, una sensación extraña se apoderó de mí. No era miedo, pero tampoco calma. Era como si algo, o alguien, me observara. Miré alrededor, pero la sala estaba vacía, salvo por las sombras que danzaban con la luz de mi antorcha.

—Debo estar volviéndome loco —dije en voz alta, tratando de espantar esa idea. Aun así, decidí no quedarme más tiempo. Regresé por donde había venido, sintiendo cómo la sensación de seguridad volvía a mí con cada paso que daba hacia mi rincón. La cueva seguía siendo un misterio, pero al menos había encontrado algo que me hacía sentir vivo. Y eso, en estos días, era suficiente.

Luego de un buen rato la lluvia finalmente cesó. El sonido de las gotas repicando contra la piedra se desvaneció poco a poco, reemplazado por un silencio suave y tranquilizador. Me quedé sentado un rato más, escuchando el goteo aislado que seguía resonando desde el exterior. Había algo casi hipnótico en la calma que llegaba después de la tormenta. Pero no podía quedarme allí mucho tiempo; ya había descansado suficiente.

—Es hora de moverse —me dije a mí mismo mientras empezaba a recoger mis cosas.

Mi manta, mi libro, el frasco vacío, todo fue volviendo a su lugar en mi mochila con una precisión que solo se adquiere con la costumbre. Revisé mi antorcha, aún húmeda, y decidí dejarla por si más adelante volvía a necesitarla.

Al salir de la cueva, el aire fresco me golpeó con fuerza, aunque no era desagradable. Al contrario, la mezcla del aroma a tierra mojada y hojas humedecidas me llenó de una extraña serenidad. El mundo estaba diferente después de la lluvia: los charcos reflejaban fragmentos del cielo, las gotas resbalaban lentamente de las hojas y las ramas, y todo parecía más vivo, más puro.

Caminé despacio por el bosque, disfrutando de ese breve momento de tranquilidad. Las hojas crujían bajo mis botas, aunque el suelo estaba más blando que de costumbre. Miré hacia arriba y me encontré con un cielo despejado, un azul brillante que contrastaba con el gris oscuro que había dominado antes. No pude evitar sonreír, había algo esperanzador en el cielo limpio, como si el mundo me estuviera diciendo que todo iba a estar bien, al menos por un rato.

—Bien, ahora hay que ir al este —murmuré mientras sacaba mi mapa y lo extendía sobre mis manos.

Tenía claro que mi camino debía seguir en esa dirección, pero todavía no sabía exactamente a dónde me llevaría. La brújula que llevaba, aunque simple, era suficiente para guiarme. Tras asegurarme de la ruta, guardé el mapa de nuevo y seguí adelante.

La caminata era relajante. Cada paso era acompañado por el suave sonido de mi respiración, el crujir de las ramas y los ecos del agua que aún caía de las copas de los árboles. Había algo en esos pequeños detalles que me hacía sentir en paz, aunque nunca pudiera dejar completamente de lado esa sensación de alerta constante, esa voz en mi interior que me recordaba que el bosque no siempre era amable.

Después de un rato, un ruido diferente llamó mi atención. Era leve, casi imperceptible al principio, pero luego se volvió más claro. Provenía detrás de un grupo de árboles a mi izquierda. Me detuve por instinto, agudizando el oído. ¿Qué era? No sonaba como el viento, ni como el agua cayendo. Era un movimiento, un crujido repetido, como el de algo caminando con cuidado.

—No será nada —pensé mientras me encogía de hombros. Probablemente sólo eran animales pequeños, tal vez ciervos buscando un lugar donde pastar. Decidí seguir adelante, aunque no pude evitar mirar por encima del hombro un par de veces mientras lo hacía.

—Relájate, Shiro —me dije en voz baja, como si hablarme pudiera calmarme. —Solo son sonidos del bosque. Ya los has escuchado antes

A medida que avanzaba, el ruido parecía desvanecerse, y me convencí de que mi instinto me había jugado una mala pasada. Pero algo en mi interior seguía intranquilo, un pequeño nudo que no desaparecía. Traté de ignorarlo, enfocándome en el camino y en el sonido de los pájaros que comenzaban a cantar nuevamente, agradecidos por el fin de la lluvia.

Sin embargo, poco después, ese mismo ruido volvió a alcanzarme, esta vez más claro, más cercano. No era el movimiento errático de un animal pequeño. No, era algo más grande, algo que parecía moverse con intención. Me detuve de golpe, el corazón latía con fuerza en mi pecho.

—¿Hola? —dije, con mi voz quebrándose un poco al pronunciar la palabra.

No esperaba una respuesta, pero el silencio que siguió fue incluso más inquietante. Miré hacia el bosque, tratando de discernir algo entre las sombras de los árboles. Nada se movía, pero el sonido había sido real. Lo sabía.

—Shiro, cálmate —susurré para mí mismo. Mis manos estaban tensas, apretando con fuerza las correas de mi mochila. Si era un animal, no tenía sentido asustarme. Y si no lo era... bueno, no tenía muchas opciones más que enfrentar lo que fuera.

Decidí seguir caminando, pero esta vez con pasos más lentos, más cuidadosos. Cada ruido que hacía parecía amplificado en la quietud del bosque, y cada crujido de una rama bajo mis botas me hacía contener el aliento. Mi mente empezó a imaginar posibilidades: un lobo, un oso, o tal vez algo peor, algo que no podía nombrar. Pero me obligué a seguir adelante, a no dejarme paralizar por el miedo.

—Sea lo que sea, si quiere atacarme, lo hará —dije en voz baja, como si hablarme pudiera darme valentía. Pero en realidad, cada paso que daba era una pequeña batalla contra el instinto que me pedía correr.

El bosque se sentía más denso a medida que avanzaba. La humedad en el aire, combinada con el aroma a tierra mojada y musgo, era casi palpable. Mis pasos eran lentos y calculados, tratando de evitar cualquier sonido innecesario. De vez en cuando, mi atención se desviaba hacia los árboles que me rodeaban. Me detuve junto a uno especialmente viejo, tenía corteza rugosa y cubierta de musgo. Pasé la mano sobre su superficie, sintiendo la aspereza del tronco y las grietas profundas que parecían contar historias de años pasados.

—Los árboles pueden llegar a ser muy imponentes —murmuré, casi como un pensamiento fugaz escapándose de mi mente. Por un momento, olvidé el resto del mundo. Era fácil perderse en la tranquilidad del bosque, en su manera de envolverte y hacerte sentir insignificante pero conectado al mismo tiempo. Sin embargo, esa paz no duró mucho.

El ruido volvió.

Esta vez no era un crujido leve o un movimiento que pudiera pasar desapercibido. Era más fuerte, más insistente, como si algo o alguien se estuviera acercando deliberadamente. Me detuve en seco, el corazón golpeando con fuerza en mi pecho. Mi mano instintivamente se posó sobre la empuñadura de la katana que siempre llevaba en el cinturón. Miré alrededor, tratando de identificar la fuente del sonido. Mis ojos se fijaron en un arbusto cercano, sus hojas temblaban ligeramente, aunque no había viento.

—¿Otra vez esto? —pensé, esta vez con una mezcla de incomodidad y frustración. El bosque, que antes se sentía como un refugio, comenzaba a transformarse en algo hostil, en un lugar lleno de sombras que parecían observarme.

Decidí no ignorarlo esta vez. Respiré profundamente para calmar mi mente y avancé lentamente hacia el arbusto, cada paso cuidadosamente medido. Las hojas crujían bajo mis pies, pero eso no importaba ahora. El sonido detrás del arbusto se detuvo justo cuando llegué a unos metros de distancia, lo que solo aumentó mi tensión. Cuando me acerqué lo suficiente, noté algo en el suelo: huellas de unas botas. Mi corazón dio un vuelco.

—Esto no lo haría un animal... —pensé, con una oleada de adrenalina recorriendo mi cuerpo. No tuve mucho tiempo para procesarlo. Al darme la vuelta, me moví por instinto, girando rápidamente y extendiendo los brazos. Lo siguiente que supe fue que había derribado a alguien al suelo. La figura cayó de espaldas con un golpe seco, y antes de que pudiera reaccionar, ya tenía mis rodillas firmemente clavadas en su espalda y sus brazos inmovilizados.

—¡¿Quién eres y por qué me sigues?! —grité con una voz dura, más por el susto que por el enojo. La figura, claramente una persona, comenzó a forcejear bajo mi peso.

—¡Suéltame! ¡Me estás lastimando! —respondió una voz femenina, fuerte pero cargada de indignación. El tono me paralizó por un instante. Era una voz familiar, una que no había escuchado en años, pero que reconocí al instante. Mi agarre se aflojó ligeramente mientras mi mente trataba de procesar lo que estaba sucediendo.

—No puede ser... —murmuré, para mí mismo.

La chica debajo de mí se retorció, tratando de liberarse.

—¡Shiro, quítame las manos de encima ahora mismo! —exclamó, claramente molesta. Fue en ese momento cuando la certeza me golpeó como un rayo. Esa voz... era de Koharu Suzuki. Han pasado 5 años desde la última vez que la vi, pero jamás olvidaría su tono firme ni la manera en que pronunciaba mi nombre.

—¿Koharu...? —pregunté con incredulidad, como si necesitara escuchar la confirmación de ella misma.

—¡Sí, soy yo! ¡Ahora suéltame de una vez, idiota! —gritó nuevamente, con un tono mezclando molestia con algo que parecía ser alivio. Me aparté de inmediato, quitando mi peso de su espalda y ayudándola a ponerse de pie. Ella se incorporó con dificultad, frotándose los hombros y la parte baja de la espalda con una expresión de dolor.

—Lo siento, no sabía que eras tú —dije rápidamente, levantando las manos en señal de disculpa. Mi mente seguía enredada en la sorpresa del momento. ¿Qué hacía Koharu aquí, en medio del bosque? ¿Y por qué me estaba siguiendo? Todo esto me resultaba demasiado repentino.

Ella me lanzó una mirada fulminante mientras terminaba de sacudir el polvo de su ropa.

—¿Qué demonios te pasa, Shiro? ¿Siempre atacas así a la gente que conoces? —exclamó, cruzándose de brazos. Aunque su tono era severo, había algo en su expresión que delataba una chispa de humor, como si estuviera más sorprendida que realmente molesta.

—No sabía que eras tú —respondí, rascándome la nuca con cierta incomodidad. —Pensé que era alguien... bueno, alguien con malas intenciones. No es exactamente común que me sigan en el bosque, ¿Sabes?

Ella suspiró, dejando caer los brazos a los costados.

—Bueno, al menos no has cambiado del todo. Sigues siendo igual de impulsivo —luego, su expresión se suavizó un poco, aunque todavía había una pizca de irritación en su mirada. —Han pasado cinco años, Shiro. No esperaba encontrarte aquí... y mucho menos así.

La mención de esos cinco años trajo un torrente de recuerdos a mi mente. La última vez que vi a Koharu, éramos apenas unos jóvenes tratando de encontrar nuestro lugar en un mundo que parecía caótico e impredecible. Habíamos tomado caminos diferentes, y nunca pensé que nuestros destinos volverían a cruzarse. Ahora, aquí estaba ella, frente a mí, en un lugar y un momento que no podía haber imaginado.

—Yo tampoco esperaba esto —admití, todavía tratando de asimilarlo todo. —¿Qué haces aquí, Koharu? ¿Por qué me estabas siguiendo?

Ella desvió la mirada por un momento antes de responder.

—No te estaba siguiendo exactamente. Es complicado... pero cuando te vi, pensé que era mejor asegurarme de que eras tú antes de acercarme —luego me miró directamente a los ojos. —Hay cosas de las que debemos hablar, pero no aquí. Este no es un lugar seguro.

—¿Hablar de qué? —pregunté, frunciendo el ceño. Algo en su tono me hizo sentir que había mucho más detrás de su aparición de lo que estaba diciendo.

—Más tarde, Shiro —respondió con firmeza. —Por ahora, lo importante es que no estoy aquí para hacerte daño, y creo que tú tampoco a mí. ¿Verdad?

Asentí lentamente, todavía lleno de preguntas pero entendiendo que este no era el momento para presionar.

—De acuerdo. Pero me debes una explicación, y espero que sea buena.

—La tendrás. Te lo prometo —dijo mientras sonreía levemente, aunque la expresión en sus ojos era seria.

Con eso, comenzamos a caminar juntos, aunque el peso de las incógnitas seguía pesando en el aire entre nosotros. Koharu estaba de vuelta en mi vida, pero sabía que su llegada no era una coincidencia.

El silencio entre Koharu y yo era tan denso como la niebla que a veces cubre el bosque en las mañanas. Caminábamos uno al lado del otro, pero la distancia entre nosotros se sentía más grande de lo que parecía a simple vista. Mientras avanzábamos, mi mente se llenaba de preguntas, de recuerdos, y de un peso que había estado cargando durante años. ¿Por qué estaba aquí? ¿Por qué ahora?

Koharu y yo teníamos una historia algo complicada, llena de momentos buenos, pero marcada por un final amargo. Recordar nuestra última discusión todavía me hacía apretar los puños sin darme cuenta. Había sido un enfrentamiento en el que ambos dijimos cosas que nunca debimos decir, y que al menos yo no podía borrar de mi memoria. Desde entonces, había creído que Koharu me odiaba. ¿Por qué no lo haría? Lo que pasó fue en gran parte mi culpa.

—¿Por qué ahora? ¿Qué buscas, Koharu? —pensé, mirando de reojo a la chica que caminaba a mi lado. Su expresión era tranquila, pero sabía que detrás de esa calma aparente había una razón, algo que la había llevado a aparecer en mi camino después de tantos años. No podía evitar sentir que todo esto era un preludio de algo más grande.

Con un suspiro, me pasé la mano por el cabello, tratando de calmarme. El gesto fue casi automático, pero suficiente para que Koharu me mirara con una ceja levantada. Había algo en su mirada que me resultaba inquietante, como si pudiera leer mis pensamientos, como si supiera exactamente lo que estaba pasando por mi cabeza.

—Entonces, ¿Cómo has estado, Shiro? —preguntó de repente, rompiendo el silencio con una voz casual, como si fuéramos viejos amigos que simplemente se habían perdido de vista por un tiempo.

Su pregunta me tomó por sorpresa. Me detuve por un instante, mirándola con desconfianza antes de responder.

—Estoy bien —dije finalmente, con un tono seco. No era completamente cierto, pero tampoco era mentira. Estaba bien en el sentido de que seguía de pie, avanzando, sobreviviendo. Pero la verdad era que había muchas cosas que no estaban bien, cosas que había estado intentando ignorar durante años.

Koharu pareció notar mi falta de entusiasmo, pero no dejó que eso la detuviera. Comenzó a hablar de todo y de nada a la vez. Me contó sobre cosas que había hecho, lugares a los que había ido, personas que había conocido. Había una liviandad en su tono que contrastaba con lo que yo recordaba de ella. La Koharu que yo conocía siempre había sido directa, intensa, apasionada. Ahora, parecía estar evitando cualquier tema importante, como si caminar a mi lado no fuera más que una casualidad.

No podía evitar sentirme distante de todo lo que decía. Su vida, sus experiencias, esas personas que mencionaba... no me importaban. Era difícil escucharla hablar como si nada hubiera pasado entre nosotros, como si los últimos cinco años no hubieran existido. No estaba seguro si era ella quien estaba intentando evitar el pasado o si era yo el que no quería enfrentarlo.

—Sigues siendo igual de aburrido —dijo de repente, después de un rato. Su tono era ligero, pero el comentario me hizo mirarla con un destello de irritación. ¿Eso pensaba de mí? ¿Después de todo este tiempo?

—¿Qué quieres decir con eso? —pregunté, tratando de no sonar a la defensiva.

Koharu me dio un leve empujón con el hombro, algo que me tomó por sorpresa. Me detuve por un momento, mirándola con una mezcla de confusión e irritación. Ella simplemente sonrió, esa sonrisa que solía ser cálida y reconfortante, pero que ahora me parecía extraña, incluso provocadora.

—Esa mirada tuya —dijo con un tono burlón, como si estuviera recordando algo que le hacía gracia. —Aún tienes esa mirada fría, como si el mundo entero te hubiera hecho algo malo —

—No me importa lo que pienses —respondí, con un tono más cortante de lo que había planeado. —Solo quiero volver a casa.

Koharu me miró por un momento, su expresión cambió ligeramente. Su sonrisa se desvaneció, aunque no del todo. Había algo en su mirada que no podía descifrar, algo que parecía mezclar comprensión y tristeza. Fue un instante breve, pero lo suficiente como para hacerme sentir incómodo.

—Siempre tan directo —murmuró para sí misma. Luego, volvió a mirar hacia adelante, como si nada hubiera pasado.

Continuamos caminando en silencio por un rato, el sonido de nuestras botas contra el suelo húmedo siendo el único ruido entre nosotros. El bosque seguía tranquilo, pero mi mente no. Cada paso que daba parecía hacer que mis pensamientos se volvieran más pesados. Había algo en su presencia que removía todo lo que había estado intentando enterrar durante años.

Por más que tratara de evitarlo, las palabras de Koharu seguían resonando en mi cabeza. Esa mirada fría. Era cierto que muchas veces me había sentido desconectado del mundo, como si estuviera caminando por él sin realmente pertenecer a ningún lugar. Pero escuchar eso de ella, después de tanto tiempo, me dolió más de lo que estaba dispuesto a admitir. ¿Era eso lo que ella siempre había visto en mí? ¿Alguien distante, frío, incapaz de conectar con los demás?

Al final, no pude aguantarlo más.

—¿Por qué estás aquí, Koharu? —pregunté, con mi voz más firme de lo que esperaba. —Y no me digas que es una coincidencia. No creo en esas cosas.

Ella se detuvo, girándose para mirarme. Por un momento, pensé que iba a decir algo, pero en lugar de eso, simplemente me miró, como si estuviera evaluando qué decir o cuánto decir. Finalmente, suspiró.

—Tal vez tienes razón —dijo, su tono más serio esta vez. —Tal vez no sea una coincidencia. Pero eso no significa que estoy aquí para lo que crees.

—¿Y qué creo? —respondí rápidamente. Había un nudo en mi garganta que no podía ignorar, una mezcla de ansiedad y anticipación. Tenía miedo de lo que fuera a decir, pero al mismo tiempo necesitaba saberlo.

Koharu desvió la mirada por un momento antes de responder.

—Sé que piensas que te odio, Shiro. Y tal vez... tal vez en algún momento lo hice. Pero las cosas no son tan simples. No todo es blanco o negro.

Sus palabras me dejaron sin aliento por un momento. Era como si hubiera leído mis pensamientos, como si supiera exactamente lo que había estado sintiendo durante todos estos años. Pero su respuesta solo me dejó con más preguntas.

—Entonces... ¿Por qué estás aquí?... —insistí. —Si no es para echarme en cara lo que pasó, entonces, ¿Qué es?

Ella me miró de nuevo, esta vez directamente a los ojos. Había una intensidad en su mirada que me recordó a la Koharu de antes, a la chica que solía ser una parte importante de mi vida.

—Estoy aquí porque no podía seguir pensando que no existes... —dijo finalmente. —Porque, aunque no lo creas, todavía me importa lo que te pase, idiota.

Sus palabras me golpearon como un puñetazo en el estómago. Por un momento, no supe qué decir. Había pasado tanto tiempo convenciéndome de que era irrelevante para ella, de que lo que había sucedido entre nosotros nos había separado para siempre. Escuchar esas palabras de sus labios me dejó completamente desarmado.

—Yo... no sé qué decir... —admití, bajando la mirada. Había tantas emociones mezcladas dentro de mí que era difícil procesarlas todas al mismo tiempo.

—No tienes que decir nada por ahora —respondió Koharu, su voz era más suave. —Solo... sigue caminando. Tenemos tiempo.

Asentí lentamente, todavía perdido en mis propios pensamientos. Mientras continuábamos caminando, sentí que algo dentro de mí comenzaba a cambiar, aunque no sabía exactamente qué era. Había algo en sus palabras, en su presencia, que me hacía sentir que tal vez, solo tal vez, este encuentro no era el desastre que había imaginado al principio.