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Nacidos del Abismo

🇦🇷AkeAki
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Synopsis

Chapter 1 - Prólogo

Me desperté de golpe, con el pecho agitado y un nudo apretado en la garganta, sentía las lágrimas tibias correr por mis mejillas, pero las ignoré mientras intentaba calmar mi respiración. Otra vez esa pesadilla, otra vez ese rostro que no lograba recordar del todo, pero que me dejaba un vacío en el pecho, como si algo importante se hubiese perdido para siempre.

Miré hacia arriba, el umbral del bosque era espeso, dejando filtrar solo pequeños destellos de luz lunar que bailaban sobre mi rostro. Mis manos temblaban ligeramente mientras me pasaba los dedos por los ojos, limpiando las lágrimas con un suspiro pesado.

—Vamos, Shiro, no puedes dejar que esto te consuma— murmuré en voz baja, lo hice más para convencerme a mí mismo que por otra cosa.

El aire estaba fresco, cargado con el olor a tierra húmeda y hojas mojadas, cerré los ojos por un momento, intentando absorber la calma del bosque, pero esa sensación de inseguridad seguía persistiendo. Con movimientos lentos, me senté sobre mi improvisada cama: un colchón de hojas secas y una manta delgada que había logrado conservar relativamente limpia, no era el lugar más cómodo del mundo, pero al menos me había mantenido a salvo de los bichos... o de esos malditos Kuragamis.

Tomé mi cantimplora y bebí un sorbo de agua, el líquido fresco me alivió ligeramente, aunque mi mente seguía atrapada en las imágenes fragmentadas de mi pesadilla, aún así decidí que no valía la pena darle más vueltas.

—Un paso a la vez, ¿Verdad? —dije suspirando mientras me ponía de pie.

Antes de abandonar mi refugio temporal, mis ojos recorrieron cada rincón de mi alrededor, a pesar del silencio, había algo en el bosque que siempre me mantenía alerta, tal vez eran los crujidos de las ramas, o el hecho de que cada sombra parecía moverse ligeramente cuando no la estaba mirando directamente, era como si el bosque respirara junto conmigo, pero siempre con un ritmo diferente.

Apreté los dientes y escaneé el área una vez más, árboles altos y retorcidos, arbustos que parecían susurrar entre ellos cuando pasaba el viento, no había nada inusual, pero aun así, mi instinto me decía que no bajara la guardia.

Cuando estuve convencido de que no había peligro inmediato, me agaché para recoger mi mochila, me aseguré de que todo estuviera en su lugar antes de echarla al hombro.

El peso familiar me reconfortó un poco, aunque seguía sintiendo ese vacío persistente en mi pecho, eché un vistazo al mapa que había arrugado y doblado tantas veces que estaba al borde de desintegrarse, desplegué también la brújula, y la aguja tembló ligeramente antes de asentarse en el norte.

—Bien, es por aquí —Suspiré, acomodándome las correas de la mochila antes de echar a andar.

El suelo del bosque estaba cubierto de hojas y ramas caídas que crujían bajo mis botas, cada paso parecía resonar más fuerte de lo que debería, como si el bosque estuviera amplificando mis movimientos para delatarme.

—¿Por qué siempre tengo esta sensación de que algo me está siguiendo? —murmuré para mí mismo, aunque no esperaba una respuesta.

A medida que avanzaba, traté de distraer mi mente mirando los detalles del camino, las raíces de los árboles sobresalían como manos buscando atrapar a los intrusos, las hojas danzaban suavemente, como si el viento susurrara secretos que yo no podía entender, era hermoso, en cierto modo, pero también algo inquietante.

Cada tanto, me detenía para comprobar el mapa y la brújula, asegurándome de no desviarme de mi camino, sabía que perderme aquí sería un error fatal. Mientras ajustaba mi dirección, no pude evitar recordar algo que me decía mi padre cuando era niño: "El bosque es como un espejo, Shiro. Te devuelve lo que llevas dentro. Si llevas miedo, lo amplificará. Si llevas calma, te protegerá".

—¿Y qué pasa si solo llevo dudas? —pregunté en voz alta, como si él pudiera escucharme desde algún lugar.

El silencio fue mi única respuesta. Era algo obvio.

Después de un rato, el sonido de un arroyo cercano rompió la monotonía del bosque. El agua corriendo me trajo un poco de paz, así que decidí hacer una pequeña pausa. Me arrodillé junto al arroyo y, después de asegurarme de que el agua era clara, llené mi cantimplora.

El reflejo del agua me devolvió mi rostro: cabello blanco despeinado, ojos cansados con un leve enrojecimiento, y una expresión que no lograba identificar. Si, definitivamente soy yo.

—¿Qué es lo que me pasa? —me pregunté a mí mismo, sintiendo cómo mi voz se perdía entre el ruido del agua.

Sacudí la cabeza, como si pudiera alejar con ese gesto los pensamientos negativos, me puse de pie y volví al camino. Tenía un largo trayecto por delante, así que lo mejor era que me empezara a acostumbrar de estas pequeñas expediciones.

Mientras caminaba, dejé que mis ojos vagaran, atentos a las pequeñas plantas que sobresalían entre las raíces de los árboles, el bosque tenía una calma extraña, esa que solo encuentras cuando la naturaleza está en perfecto equilibrio. Había estado recolectando hierbas desde hace algunos días, aunque no era tanto por necesidad inmediata, sino por hábito, siempre me gustaba estar preparado para cualquier situación.

Me agaché junto a un pequeño arbusto y encontré lo que buscaba: unas hojas de arbina roja, eran útiles para tratar infecciones, y aunque aún no tenía claro si las necesitaría, las guardé en un bolsillo aparte de la mochila. Mientras trabajaba, mis pensamientos vagaron nuevamente hacia la pesadilla de anoche, esa sensación persistente de pérdida seguía aferrada a mi pecho como una sombra.

—Estoy divagando otra vez, enfócate idiota —me dije a mí mismo, sacudiendo la cabeza para despejarla.

Fue entonces cuando, al levantar la vista, noté algo en la distancia: una columna de humo elevándose entre los árboles, mi cuerpo se tensó automáticamente. En un bosque tan remoto como este, encontrar señales de civilización no siempre era una buena noticia.

Guardé mis cosas con cuidado y ajusté la correa de mi mochila, el humo venía de lo que parecía ser una cabaña. Desde donde estaba, apenas podía distinguir los contornos de una pequeña estructura de madera, escondida entre los troncos.

—Será mejor que sea amigable o de lo contrario no quedará otra que eliminarlo —murmuré, aunque la idea de encontrarme con alguien me hacía sentir incómodo, la soledad era algo que ya había aprendido a valorar, incluso si a veces se sentía como un peso.

Con pasos cuidadosos, me acerqué. Cada rama que crujía bajo mis botas parecía resonar como un grito en medio del silencio del bosque. Mantuve la mano cerca de mi katana, preparado para cualquier intento de ataque, aunque no buscaba problemas, sabía que a veces los problemas te encontraban a ti.

Cuando llegué a la puerta, sentí una mezcla de nerviosismo y curiosidad, golpeé suavemente con los nudillos sin alejar mi otra mano de la katana, y esperé. Por un momento, todo quedó en silencio, salvo por el sonido distante del viento que hacía crujir las ramas.

La puerta se abrió lentamente, y al otro lado se encontraba alguien que no esperaba ver: un elfo.

Tenía un porte elegante pero sencillo, con orejas largas que asomaban entre su cabello castaño oscuro. Sus ojos, de un verde profundo, parecían analizarme con una mezcla de desconfianza y sorpresa.

—¿Eres Shiro Yukimura? —preguntó, con su voz suave pero firme.

Suspiré, aliviado de que al menos no parecía hostil. Saqué de mi mochila un pequeño fajo de hierbas que había recolectado, junto con una bolsa de semillas.

—Aquí está lo que pidió, señor Sero —Mi tono fue neutral, aunque en el fondo sentía algo de satisfacción por haber cumplido con la misión que me fue encomendada.

El elfo arqueó una ceja antes de asentir, reconociéndome.

—Hace dos semanas envié la solicitud. Francamente, no esperaba que alguien respondiera tan rápido —Sero cruzó los brazos y me miró con una leve sonrisa.

—No había mucho más que hacer en mi camino, así que decidí priorizar esto. —Intenté sonar casual, aunque el peso del cansancio en mi cuerpo delataba lo contrario.

El elfo tomó los recursos con cuidado, examinando las hierbas y las semillas como si estuviera evaluando su calidad. Después de un momento, su expresión se suavizó.

—Esto me ayudará mucho. Has hecho un buen trabajo, Shiro. —Luego, como si lo pensara mejor, me miró nuevamente. —¿Por qué no te quedas? Es peligroso continuar ahora. Puedes pasar la noche aquí.

Su invitación me tomó por sorpresa. Miré hacia el interior de la cabaña, donde el calor del fuego iluminaba suavemente el espacio. Debo admitir que era tentador, el frío del bosque no era algo fácil de soportar, y mi cuerpo pedía un descanso.

Pero algo dentro de mí se resistía. Tal vez era el miedo a depender demasiado de los demás, o simplemente mi naturaleza de seguir adelante sin detenerme demasiado en ningún lugar.

—No, gracias. No quiero ser una molestia —respondí, tratando de sonar agradecido pero firme en mi decisión.

Sero negó con la cabeza, dejando escapar una leve risa.

—No serías una molestia, créeme. Además, no todos los días tengo la oportunidad de conversar con alguien. —Sus palabras eran sinceras, pero no podía evitar sentir que lo último que quería era permanecer allí demasiado tiempo.

Suspiré, desviando la mirada hacia el bosque. Las sombras se alargaban con la luz que empezaba a desvanecerse.

—Agradezco su oferta, pero tengo que seguir. Hay cosas que necesito hacer antes de que se haga más tarde.

Sero me observó en silencio por unos momentos, como si estuviera evaluando mis palabras. Finalmente, asintió con una leve sonrisa.

—Como quieras. Pero si cambias de opinión, sabes dónde encontrarme.

Asentí en agradecimiento y me di la vuelta. Mientras me alejaba, sentí sus ojos en mi espalda, como si pudiera ver algo en mí que yo mismo no alcanzaba a entender.

El bosque me recibió de nuevo con su aire frío y sus murmullos constantes. Mientras caminaba, no podía evitar sentir una mezcla de alivio y algo más difícil de describir. Tal vez, en el fondo, sabía que rechazar su oferta no había sido la decisión más inteligente. Pero era mi decisión, y tendría que vivir con eso.

El camino seguía extendiéndose frente a mí, y aunque mi cuerpo se sentía agotado, mis pasos continuaban firmes. El aire del bosque se volvía más frío a medida que avanzaba. La luz del día ya había cedido, y el crepúsculo pintaba el cielo con tonos morados y grises. Mi estómago rugió, recordándome que había pasado demasiado tiempo desde mi última comida.

—Quizás debí aceptar la oferta de Sero —murmuré con amargura mientras seguía caminando. La imagen de su cálida cabaña y el fuego danzando en la chimenea me atormentaba. Tal vez habría tenido un plato caliente o, al menos, un lugar cómodo para dormir. Pero no. Aquí estaba como idiota, en medio de la nada, luchando contra el cansancio y el hambre.

Me detuve un momento y rebusqué en mi mochila. Apenas me quedaba un pedazo de pan seco y un par de frutos secos. Aunque no era mucho, decidí que sería suficiente para engañar al hambre por un rato. Me senté en un tronco caído y comí en silencio, mientras escuchaba los sonidos del bosque.

El canto de los grillos llenaba el aire, mezclado con el susurro de las hojas movidas por el viento. Por un momento, la calma del lugar me relajó, pero sabía que no podía permitirme bajar la guardia.

Cuando terminé, ajusté la correa de mi mochila y seguí caminando. La noche finalmente cayó, envolviendo el bosque en sombras más densas. Mis pasos eran lentos pero constantes, guiados solo por la tenue luz de la luna que se filtraba entre las ramas.

Fue entonces cuando lo escuché. Un crujido entre los arbustos, como si algo o alguien estuviera moviéndose… Me detuve en seco, con el corazón acelerado.

—¿Quién anda ahí? —pregunté, en voz baja pero firme.

El único sonido que respondió fue el susurro del viento. Avancé con cautela hacia el arbusto de donde había provenido el ruido, mi mano ya estaba descansando sobre el mango de mi katana. Cada paso que daba hacía que mi pulso aumentara, hasta que finalmente aparté las ramas.

Nada.

—Solo un animal —susurré para tranquilizarme, dejando escapar un suspiro de alivio.

Pero entonces lo sentí. El aire detrás de mí cambió, como si algo grande estuviera moviéndose. Antes de que pudiera reaccionar, un impacto repentino me hizo perder el equilibrio. Me tiré al suelo instintivamente, rodando hacia un lado para evitar el ataque.

Cuando levanté la vista, allí estaba.

Frente a mí, iluminado por la luz de la luna, estaba un Kuragami. Su cabello plateado brillaba como el hielo, y sus ojos azules eran fríos y despiadados. Su porte era imponente, y la energía que emanaba me hizo sentir pequeño e indefenso por un momento.

—Uno de la raza de los Yuki Onna... —murmuré, reconociéndolo al instante. Sabía lo peligrosos que podían ser los de su raza. Eran criaturas de hielo, despiadadas y mortales, conocidas por su velocidad y fuerza.

El Kuragami me miró con una sonrisa helada.

—Así que tú eres el humano que vaga por estos bosques. Llevas el aroma de los vivos, pero pronto solo serás un recuerdo.

Sus palabras eran como cuchillos, llenas de desprecio. No me dio tiempo para responder antes de lanzarse hacia mí. Intenté atacarlo con mi katana, pero fue inútil. Se movía demasiado rápido. Su golpe me alcanzó en el pecho, enviándome volando hacia un grupo de árboles cercanos.

El impacto fue brutal. Sentí el aire escapar de mis pulmones mientras caía al suelo, aturdido. El frío del bosque se intensificó, como si todo a mi alrededor estuviera congelándose.

—Maldita sea... —jadeé, tratando de levantarme mientras mi cuerpo protestaba por el esfuerzo.

Me arrastré hasta detrás de un árbol, usando el tronco como cobertura. Mi respiración era pesada, y cada músculo de mi cuerpo dolía, pero no podía rendirme.

Cerré los ojos un momento, tratando de calmar mi mente y pensar con claridad. Sabía que los Yuki Onna tenían una debilidad. Recordé lo que había leído sobre ellos: El calor. Cualquier fuente de calor lo suficientemente fuerte puede debilitarlos, incluso neutralizarlos.

Abrí los ojos y miré a mi alrededor, buscando algo que pudiera usar. Mi mochila tenía un frasco con una poción que al ser arrojada y entrar en contacto con algo sólido provoca una explosión que puede llegar a incendiar todo a su alrededor, o al individuo atacado. Era arriesgado, solo tenía una oportunidad pero no tenía otra opción.

El Kuragami estaba buscándome, sus pasos resonaban en la oscuridad.

—¿Dónde estás, humano? No puedes esconderte para siempre.

Tomé la poción con manos temblorosas y empecé a trazar la trayectoria mentalmente. Con la poción en una mano y mi katana en la otra, salí de mi escondite. El Kuragami me vio y sonrió, confiado.

—¿Eso es todo lo que tienes? —se burló, avanzando hacia mí.

Esperé hasta que estuvo lo suficientemente cerca antes de lanzarle la poción directamente. La poción lo golpeó en el pecho explotando y empezando a quemarlo vivo, el Kuragami soltó un grito de dolor mientras retrocedía resentido al dolor.

—Maldito... humano... —gruñó, con su voz llena de rabia.

Aproveché su momento de debilidad para atacarlo con la katana, apuntando a su punto más vulnerable: el estómago. Mi ataque no fue letal, pero logró que retrocediera aún más, dándome el tiempo suficiente para escapar.

Sin perder un segundo, corrí lo más rápido que pude, alejándome de él. Mi corazón latía con fuerza, y mi cuerpo gritaba por el esfuerzo, pero sabía que no podía detenerme.

Finalmente, cuando estuve lo suficientemente lejos, me detuve para recuperar el aliento. Mi cuerpo estaba agotado, pero al menos estaba vivo.

—Definitivamente debí quedarme con Sero... —murmuré, dejando escapar una risa amarga.

El bosque estaba en silencio nuevamente, pero sabía que tendría que mantenerme alerta. Esa noche, el Kuragami me había dejado claro que este lugar no era seguro. Mi cuerpo estaba agotado, pero mi mente seguía empujándome hacia adelante.

Finalmente, después de lo que parecieron horas, encontré una cueva escondida entre unos arbustos. Era pequeña, apenas lo suficientemente amplia para que cupiera yo y mis cosas, pero ofrecía el refugio que desesperadamente necesitaba.

Entré con cuidado, examinando cada rincón antes de relajarme. Dejé caer mi mochila al suelo y me dejé caer al lado de ella, con el cuerpo temblando por el cansancio y el alivio de estar a salvo.

—Hoy sí que me superé, ¿eh? —murmuré en voz baja, dejando escapar una risa amarga mientras masajeaba mis hombros adoloridos.

Me tomé un momento para recuperar el aliento antes de sacar mis cosas. Lo primero que hice fue encender una pequeña fogata con las ramitas y unos fósforos. El calor de las llamas era reconfortante, pero no me permití relajarme del todo. Aún podía sentir el peligro acechando en algún lugar, fuera de la cueva.

Una vez que estuve algo más tranquilo, saqué un libro de mi mochila. Era un cuaderno de tapas gastadas, lleno de páginas donde había anotado todo lo que había hecho desde que comencé este viaje. Era algo que mi madre solía decirme: "Escribe tus días, Shiro. No importa si son buenos o malos, siempre te ayudarán a entender quién eres y tener un registro ordenado."

Sostuve el libro en mis manos por un momento, sintiendo el peso de los días pasados en cada hoja escrita. Luego lo abrí y hojeé las últimas entradas.

—"Día 12. Encontré un arroyo y llené mi cantimplora. No mucho más que eso." —leí en voz baja, sonriendo levemente. Ese había sido un día sencillo, sin mayores complicaciones. No como hoy que fue un día de mierda…

Tomé un lápiz del bolsillo de mi chaqueta y empecé a escribir.

"Día 14. La noche cayó rápido, como si el bosque estuviera ansioso por cubrirse de sombras. Decidí seguir caminando, aunque mi cuerpo pedía descanso. Me arrepiento de no haber aceptado la oferta de Sero. Tal vez debería haberme quedado en su cabaña, pero algo en mí no me lo permitió. Ahora estoy aquí, escondido en una cueva, después de haber enfrentado algo que nunca pensé encontrar: un Kuragami de la raza de los Yuki Onna, para ser exactos. No sé si fue suerte o instinto, pero logré escapar con vida. A duras penas de hecho. No puedo evitar preguntarme cuánto más podré seguir así antes de que algo o alguien me alcance."

Hice una pausa y miré las palabras que había escrito. Parecían frías, como si no lograran capturar del todo el miedo y la soledad que había sentido durante el día.

—"Sigo adelante porque no tengo otra opción" —murmuré, escribiendo esas palabras al final de la entrada.

Cerré el libro y lo coloqué junto a mi mochila. Por un momento, me quedé mirando la fogata, observando cómo las llamas danzaban suavemente. Era hipnótico, casi relajante, pero mi mente seguía llena de pensamientos.

Salí de la cueva solo un poco, lo suficiente para asomarme y ver el bosque iluminado por la luz de la luna. Las sombras de los árboles se extendían como si quisieran alcanzarme, pero el cielo despejado ofrecía un consuelo silencioso.

—¿Qué estoy haciendo aquí, realmente? —pregunté al vacío. Era una pregunta que me hacía más seguido de lo que me gustaría admitir.

El viento soplaba suave, pero había algo en su murmullo que me hacía sentir pequeño. Cerré los ojos por un momento, dejando que el aire frío acariciara mi rostro. Pensé en las personas que había dejado atrás, en los rostros que ahora solo existían en mis recuerdos.

—Tengo que volver a casa, debo volver… —Mi voz sonó más firme esta vez, como si decirlo en voz alta le diera más peso. En realidad solo intentaba engañarme a mí mismo.

Regresé al interior de la cueva y me recosté junto a la fogata. El calor era agradable, pero no lo suficiente como para disipar la tensión en mi cuerpo. Miré al techo de la cueva, perdido en mis pensamientos.

Pensé en Sero, en su cabaña y en cómo se había ofrecido a ayudarme. Pensé en el Kuragami, en su sonrisa cruel y en cómo casi había terminado conmigo. Pero, sobre todo, pensé en el hogar que había dejado atrás, en las personas que aún me esperaban... si es que me esperaban.

—Unos días más, Shiro. Solo un par de días más. —Cerré los ojos, dejando que el cansancio finalmente me venciera.

La última cosa que pensé antes de quedarme dormido fue una promesa que me hice a mí mismo hace tiempo: solo debo seguir así hasta que logre derrotar a un Kuragami Elemental, luego podré acabar con mi vida…