Elise tomó a Luther de la mano, tirando suavemente de él mientras corrían hacia su habitación, intentando no hacer ruido. Su risa, aunque contenida, era contagiosa, y Luther no pudo evitar sonreír mientras la seguía.
"¡Rápido! Antes de que alguien nos vea," susurró Elise entre risas, volviendo la cabeza para asegurarse de que no los estaban siguiendo. Luther sintió una calidez extraña en el corazón al verla tan despreocupada, algo que no había sentido en mucho tiempo.
Cuando llegaron a la puerta de la habitación, Elise se detuvo, llevando un dedo a sus labios en señal de silencio. "No hagas ruido, ¿entendido?" dijo, mirándolo con una sonrisa traviesa.
Luther asintió, y ambos entraron sigilosamente, cerrando la puerta con cuidado. Apenas lo hizo, Elise tomó su mano nuevamente, llevándolo directamente hacia su cama. La habitación estaba en penumbras, pero la luz tenue de la luna que entraba por la ventana iluminaba lo suficiente como para que Luther pudiera distinguir el espacio.
"Puedes dormir aquí conmigo," dijo Elise con un tono despreocupado, señalando la cama mientras se sentaba en ella. "No me molesta."
Luther, claramente incómodo, levantó una mano en señal de protesta. "No, no te preocupes. Puedo dormir en el suelo, de verdad. No quiero incomodarte."
Elise frunció el ceño, claramente molesta, y dejó escapar un suspiro exagerado. "¡Deja de ser tan terco!" Sin darle tiempo a responder, lo agarró del brazo y lo empujó hacia la cama, haciéndolo caer sobre el colchón.
"¡Elise, espera!" exclamó Luther, sorprendido por su fuerza. Pero antes de que pudiera decir algo más, Elise se lanzó sobre él, haciendo que quedaran cara a cara. Ambos se quedaron en silencio por un momento, sus respiraciones mezclándose mientras sus miradas se encontraban.
Luther sintió un calor subir a su rostro mientras la miraba. Elise, sonrojada, evitó su mirada por un segundo antes de susurrar con un tono nervioso: "No me mires así..."
La ternura de sus palabras y la cercanía del momento hicieron que Luther actuara sin pensar. Con un movimiento decidido, acercó su rostro al de ella y la besó. Fue un beso suave al principio, pero rápidamente se volvió más intenso, como si ambos estuvieran liberando algo que habían estado conteniendo. Sus labios se movieron al unísono, y por un momento, el mundo exterior dejó de existir.
Cuando el beso terminó, Elise se apartó ligeramente, con el rostro completamente sonrojado. Sin decir una palabra, se cubrió la cara con la sábana, escondiendo su expresión. "Es mejor que nos vayamos a dormir," murmuró, su voz apenas audible por la vergüenza.
Luther, también sonrojado, dejó escapar una risa baja. "Está bien," respondió con una sonrisa sincera. Se acomodó junto a ella, sintiendo una calidez en su pecho que no había sentido en mucho tiempo.
Elise, aún cubierta por la sábana, se acercó lentamente, apoyándose en el pecho de Luther. Sin necesidad de palabras, ambos cerraron los ojos, dejando que el cansancio del día los venciera mientras el mundo exterior quedaba en completo silencio.
En algún lugar de la capital del reino de Ethelia...
El aire nocturno estaba impregnado de una calma engañosa. Las luces de las antorchas iluminaban tenuemente las calles vacías, mientras las sombras se deslizaban entre los edificios.
Un grupo de figuras encapuchadas corría a toda velocidad por los tejados, moviéndose con la agilidad de depredadores en la noche. Sus capas negras ondeaban al viento mientras avanzaban, saltando de un edificio a otro con precisión casi sobrenatural. Cada movimiento era silencioso, calculado, como si el más leve ruido pudiera delatarlos.
A medida que se acercaban al castillo de Ethelia, uno de los encapuchados disminuyó el paso y se acercó al líder, identificado por el número 4 bordado en rojo en su capa.
"Hey, 4, ¿estás seguro de que no habrá guardias ahora?" susurró con nerviosismo.
"Ya te dije que está todo controlado," respondió número 4, sin voltear la cabeza. Su voz era baja y gélida, cargada de confianza. "Retrasé el horario de cambio de los guardias. Tenemos exactamente 15 minutos antes de que regresen."
Otro encapuchado, con una voz más áspera, se unió a la conversación. "Más te vale hacer bien tu trabajo, 4, si quieres seguir recibiendo sangre del líder."
Número 4 asintió, ocultando un destello de desprecio en su mirada. "Cuando me haga cargo de este puto reino," pensó mientras apretaba los dientes, "me vengaré de todos ustedes, malditos inútiles."
El grupo continuó avanzando hasta llegar a una ventana en lo alto de una de las torres del castillo. Número 4 la abrió con precisión, utilizando una pequeña herramienta que destrabó el cerrojo sin hacer ruido. Uno a uno, los encapuchados entraron en el castillo, moviéndose como sombras vivientes.
Bajaron por una escalera de caracol, sus pasos amortiguados por las suelas de cuero. Número 4 lideraba el camino, moviéndose con la seguridad de alguien que conocía el lugar como la palma de su mano. Finalmente, llegaron a un pasillo oscuro y húmedo. Número 4 tomó una antorcha de la pared y la giró en un mecanismo oculto. Con un crujido, un pasadizo secreto se abrió frente a ellos.
El grupo avanzó en silencio, adentrándose en el pasillo que los condujo directamente a los aposentos del rey. La habitación estaba en penumbra, iluminada solo por la luz de la luna que se filtraba por las cortinas. En el centro, el viejo rey dormía en un lecho amplio y adornado, su respiración lenta y pesada.
Los encapuchados rodearon la cama, mirándolo con expresiones que variaban entre el desdén y la indiferencia. Número 4 dio un paso al frente, sacando un cuchillo de su cinturón. La hoja brilló bajo la luz de la luna mientras él miraba al rey con una frialdad absoluta. Sin dudarlo, hundió el cuchillo en el pecho del anciano.
El rey abrió los ojos de golpe, sus pupilas dilatadas por el dolor y la sorpresa. Su boca se movió, intentando formar palabras. Finalmente, con una voz apenas audible, logró preguntar: "¿Por qué...?"
Antes de que número 4 pudiera responder, un ruido rompió el silencio. Uno de los encapuchados había tropezado, derribando un jarrón que cayó al suelo con un estruendo.
"¡Idiota!" siseó uno de los encapuchados, mientras los demás miraban hacia la puerta, tensos.
Desde el pasillo, un guardia gritó: "¿Quién está ahí?" El sonido de pasos apresurados se acercaba rápidamente.
"Mierda," gruñó número 4, apretando los dientes. Su mano se movió hacia su bolsillo, sacando un pequeño objeto metálico, pero no tuvo tiempo de usarlo. La puerta se abrió de golpe, y los guardias entraron, congelándose al ver la escena frente a ellos.
"¡El rey! ¡Asesinos!" gritaron los guardias, desenfundando sus espadas.
"¡Vámonos!" gritó número 4, saltando hacia la ventana con los otros encapuchados siguiéndolo de cerca. El grupo desapareció en la oscuridad, corriendo a través de los tejados con la misma velocidad con la que habían llegado.
Los guardias intentaron perseguirlos, pero los encapuchados conocían las calles y callejones de la capital demasiado bien. En cuestión de minutos, habían desaparecido por completo, dejando atrás solo el caos y la incertidumbre en la capital.