Luther caminó lentamente por el pasillo hacia la habitación asignada a su grupo, sintiendo cómo el cansancio del día pesaba sobre sus hombros. Todo lo que quería en ese momento era un lugar donde recostarse y cerrar los ojos, pero al abrir la puerta, fue recibido por las risas burlonas de Marcus y los demás miembros del grupo.
El ambiente era sofocante, cargado de una tensión invisible que parecía apoderarse de la habitación. Luther notó de inmediato las miradas de desprecio dirigidas hacia él, acompañadas de susurros y risitas malintencionadas. Marcus estaba recostado en una cama, sonriendo con aire de superioridad.
"Vaya, si es el favorito de la princesa," dijo Marcus con sarcasmo, mientras los demás se reían.
Luther, ignorando los comentarios, comenzó a caminar alrededor de la habitación, buscando una cama vacía. Sin embargo, cada cama estaba ocupada, y los chicos fingían no darse cuenta de su presencia. Finalmente, sus ojos se posaron en la cama que se suponía era la suya, solo para encontrar que el colchón había desaparecido. Solo quedaba la base de madera, fría y dura.
El grupo estalló en risas. Marcus, con su sonrisa burlona, se levantó de su cama y se acercó a Luther. "Oh, lo siento, Luther. Estaba así cuando llegamos," dijo con una falsa disculpa, antes de romper en carcajadas junto con los demás.
Luther miró fijamente la base de madera por unos segundos, sintiendo cómo la rabia se acumulaba en su interior. Su mandíbula se tensó, y sus puños se cerraron con fuerza. La risa de Marcus resonaba en su cabeza, y en un instante, su paciencia llegó al límite.
Sin previo aviso, Luther dio un paso al frente y agarró a Marcus del cuello con una mano, levantándolo del suelo con una fuerza que tomó a todos por sorpresa. Marcus, incapaz de reaccionar, intentó liberarse mientras luchaba por respirar.
Luther acercó su rostro al oído de Marcus y, con una voz baja y cargada de amenaza, le susurró: "Si no hago nada, es porque tengo paciencia y no me gusta causar problemas. Pero si me sigues buscando... me vas a encontrar."
Los ojos de Luther ardían con una mirada asesina, su voz era fría como el hielo. A medida que apretaba su agarre, Marcus empezó a dar palmadas en el brazo de Luther, rogando por aire.
"¡Déjalo, imbécil!" gritó uno de los chicos, mientras los demás se levantaban de sus camas, alarmados. "¡Lo vas a matar!"
Luther, sin apartar la mirada de Marcus, giró la cabeza hacia ellos. Su expresión era una mezcla de desprecio y desafío, y su lengua chasqueó contra el paladar con un sonido seco.
Finalmente, Luther soltó a Marcus, quien cayó al suelo, tosiendo y jadeando desesperadamente por aire. Su rostro estaba rojo, y sus ojos se llenaron de lágrimas mientras intentaba recuperar la respiración.
Luther los miró a todos con desdén. "Perros de mierda," escupió, antes de girarse y salir de la habitación, cerrando la puerta con un golpe seco.
Mientras se alejaba, el silencio reinaba en la habitación. Marcus, aún en el suelo, respiraba agitadamente. Su rostro estaba marcado por una expresión de odio puro. Con los puños apretados, golpeó el suelo con furia, gritando: "¡Lo voy a matar! ¡Te juro que lo voy a matar!"
Sus gritos resonaron en la habitación, mientras los demás lo observaban con expresiones de incomodidad y miedo. Nadie decía nada, pero todos sabían que Marcus no iba a dejar esto pasar.
Luther siguió caminando por los pasillos del edificio, buscando alguna habitación en la que pudiera encontrar refugio para la noche. Pero después de revisar todas las puertas, se dio cuenta de que las únicas habitaciones disponibles eran las de los grupos, y no tenía intenciones de volver a la de Marcus y sus perros. Suspiró con frustración, y tras un momento de duda, decidió salir al patio exterior.
El aire fresco de la noche lo recibió con un alivio momentáneo. Caminó hacia una fuente en el centro del patio, cuyos suaves murmullos de agua parecían ofrecerle un remanso de calma. Se quitó su capa y la dobló cuidadosamente, colocándola a un lado como si fuera una almohada improvisada. Luego se recostó contra la base de la fuente, mirando el cielo estrellado por un momento antes de cerrar los ojos, intentando encontrar algo de descanso.
Apenas había comenzado a dormir cuando escuchó el sonido de pasos que se acercaban. Su cuerpo se tensó al instante, pensando que tal vez un guardia lo había seguido. Abrió los ojos rápidamente, preparado para justificarse, pero lo que vio lo tomó por sorpresa.
Frente a él, bajo la tenue luz de las antorchas, estaba la silueta de una mujer pequeña pero con una presencia encantadora. Su cabello negro caía en suaves ondas, y sus ojos verdes brillaban con curiosidad. Tenía una expresión tierna en su rostro, aunque sus movimientos eran seguros. No pasó desapercibido para Luther su figura delicada, con curvas que resaltaban, pero fue su aura tranquila la que lo mantuvo intrigado.
"¿Qué haces aquí?" preguntó ella, inclinando ligeramente la cabeza mientras lo miraba con interés.
Luther, aún desconfiado, se incorporó levemente, apoyándose en sus codos. "Nada especial. Solo... buscando dónde dormir," respondió, intentando sonar despreocupado.
Elise lo miró con los ojos entrecerrados, notando el tono defensivo en su voz. "¿Buscar dónde dormir? ¿Por qué no estás en la habitación de tu grupo?"
Luther dudó por un momento, pero luego suspiró, rindiéndose un poco. "No había espacio. Y no tenía ganas de discutir con ellos."
Elise chasqueó la lengua con desdén, cruzando los brazos sobre su pecho. "Déjame adivinar... Marcus."
Luther levantó una ceja, sorprendido. "¿Lo conoces?"
Elise se sentó en el borde de la fuente, dejando escapar un suspiro. "Por desgracia, sí. Venimos del mismo lugar. Nuestras familias son... reconocidas, digamos. Nuestros padres son dueños de conglomerados importantes. Mi padre, en su infinita sabiduría, intentó varias veces que nos hiciéramos amigos. Incluso sugirió que empezáramos una relación por el 'bien de la compañia'."
Luther soltó una risa seca. "Déjame adivinar: no funcionó."
Elise lo miró con una pequeña sonrisa burlona. "No, claro que no. Marcus siempre ha sido así: arrogante y inmaduro. No podía soportarlo entonces, y definitivamente no lo soporto ahora."
Luther sonrió, relajándose un poco. "Tienes razón, lo describiste perfectamente. Es como si estuvieras leyendo mi mente."
Ambos comenzaron a reír suavemente, y con el paso del tiempo, la conversación se volvió más ligera. Hablaron durante horas, compartiendo pequeñas anécdotas y fragmentos de sus vidas antes de ser invocados. A pesar de las diferencias en sus orígenes, ambos encontraron puntos en común, especialmente en su lucha por adaptarse a este nuevo mundo.
Elise, después de contarle una historia sobre cómo Marcus había intentado impresionarla una vez y terminó cayéndose al lago de su propiedad, miró el cielo estrellado. "Es tarde ya," comentó con una sonrisa. Luego giró hacia Luther. "Deberíamos irnos a dormir. No puedes quedarte aquí toda la noche."
Luther la miró con una ceja levantada. "¿Y dónde se supone que vaya? Mi grupo claramente no me quiere ahí."
Elise chasqueó la lengua, poniéndose de pie. "Sígueme. Hay espacio en mi habitación. No te preocupes, no causará problemas."
Luther dudó, mirando su capa improvisada de almohada. "¿Estás segura? No quiero meterte en líos."
Elise rodó los ojos y le hizo un gesto con la mano para que se levantara. "Para nada. Vamos, confía en mí."
A pesar de su reticencia inicial, Luther tomó su capa y la siguió, sintiéndose extrañamente agradecido por su compañía.