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Chapter 11 - Sombras Acechantes

Cuando la noche cayó, Luther y Borik se juntaron alrededor de una pequeña fogata. Los invocados que estaban más cerca celebraban con risas y canciones, haciendo un asado y compartiendo entre ellos. Sin embargo, Luther se quedó mirando las llamas, perdido en sus pensamientos.

"No entiendo cómo pueden estar celebrando," dijo en voz baja. "Después de todo lo que sucedió hoy actúan como si fuera un día normal."

Borik, que también miraba las llamas, suspiró. "Es normal, chico. La gente no quiere pensar en eso. Solo quieren olvidar lo que pasó y aferrarse a cualquier cosa que les haga sentir que están vivos."

Mientras ambos conversaban en silencio, un pequeño grupo de invocados pasó cerca de ellos, lanzando miradas despectivas hacia Luther. "¿Viste? Ese es el imbécil que hizo que la princesa dudara de él. Seguro que es un monstruo...", murmuraban, riéndose entre ellos.

Al escuchar esto, Borik se levantó, visiblemente furioso. "¡Oigan! ¡Porque no se lo dicen a la cara!", exclamó.

Pero antes de que Borik pudiera hacer algo, Luther lo sujetó por la mano. "Déjalos... No vale la pena discutir con gente asi."

Borik lo miró con una mezcla de incredulidad y rabia. "¿Por qué actúas así ahora?", preguntó, sin entender la calma de Luther.

Luther bajó la cabeza, con una mirada con una expresion confusa. "Solo... Estoy procesando todo lo que acaba de ocurrir, ¿vale?"

El grupo de invocados se fue riendo, llamando a Luther monstruo y lanzando insultos mientras se alejaban. Borik, todavía furioso, se volvió a sentar junto a Luther.

"Dios... de verdad que no te entiendo eh" dijo Borik, sin poder contenerse.

Luther, entre risas, comenzó a contarle un poco sobre su pasado. Le explicó cómo su padre los abandonó a él y a su madre cuando era pequeño, y cómo su madre lo culpaba por todo, descargando su frustración en él. Los insultos y el maltrato fueron constantes durante toda su vida teniendo que vivir en un orfanato donde eran tratados como animales, hasta que se escapo y triunfo como líder de una pandilla criminal.

Borik lo escuchaba con una expresión de sorpresa. Cuando Luther terminó, Borik suspiró y comenzó a hablar de su propio pasado. "No fue fácil para mí tampoco. Mi padre también nos abandonó... y mi madre estaba enferma. Tuve que tomar el rol de padre desde que tenía 12 años, trabajando en construcción para mantener a mis tres hermanos menores... Apenas teníamos para comer, pero me aseguraba de que siempre tuvieran algo en la mesa."

Mientras Borik relataba su historia, Luther lo escuchaba en silencio, sintiendo un extraño consuelo al saber que no era el único que había sufrido en el pasado. Las experiencias de Borik, aunque diferentes, eran igual de dolorosas.

Antes de que pudieran seguir hablando, un grito rompió el silencio. Los invocados que estaban celebrando se habían emborrachado y comenzaban a pelear entre ellos, levantando la voz y causando un gran alboroto. "Es tarde, mejor deberíamos ir a dormir," dijo Borik, levantándose con una sonrisa cansada.

Luther asintió, siguiendo a su amigo hacia la tienda de campaña que se les había asignado. Ambos se despidieron y se fueron a dormir, preparándose para lo que vendría al día siguiente.

En alguna parte del reino...

Bajo una lluvia intensa, un hombre encapuchado avanzaba con pasos rápidos y decididos. Las gotas caían sobre su capa, deslizándose hasta el suelo mientras caminaba por calles desiertas en las altas horas de la noche. La luna apenas iluminaba su figura, y las sombras de los edificios en ruinas a su alrededor le otorgaban un aire siniestro. Su destino parecía ser una casa vieja y abandonada, cuyos muros destartalados parecían a punto de ceder bajo el peso de los años.

Al llegar a la puerta, el hombre alzó el puño y golpeó tres veces, en un patrón específico. Una rendija en la puerta se deslizó lentamente hacia un lado, revelando un par de ojos oscuros y penetrantes. La voz detrás de la rendija era seca y cautelosa.

"¿Placa?" exigió.

El encapuchado rebuscó en su bolsillo y sacó una placa dorada, su superficie reluciente a pesar de la penumbra. La sostuvo en alto durante unos segundos, lo suficiente para que el guardián detrás de la rendija la reconociera. La rendija se cerró, y tras un breve momento de silencio, la puerta se abrió con un crujido bajo y ominoso. Sin decir una palabra, el hombre encapuchado entró y se adentró en el edificio.

El interior de la casa era lúgubre y oscuro, pero el hombre parecía conocer bien el camino. Tras cruzar un corredor estrecho, bajó por una escalera empinada que lo conducía a un pasaje subterráneo. Mientras avanzaba, sus pasos resonaban en el silencio, y una serie de tubos transparentes comenzaron a aparecer a sus costados, cada uno conteniendo algo diferente: criaturas monstruosas flotando en un líquido oscuro, sus cuerpos deformes y grotescos, algunos aparentemente muertos y otros moviéndose débilmente. Más adelante, cadáveres abiertos y retorcidos se apilaban en mesas de metal, sus entrañas expuestas en una escena macabra de experimentación.

El hombre encapuchado mantuvo la mirada al frente, sin inmutarse, hasta llegar a una gran sala de reuniones al final del corredor. En el centro de la sala se encontraba una larga mesa de piedra, rodeada por varias figuras encapuchadas, todas sentadas y murmurando entre ellas. Apenas se sentó, uno de los encapuchados lo miró con visible irritación y dijo en tono de reproche:

"¡Número 2 siempre llega tarde! ¿Es que no puede ser puntual ni una vez?"

Los otros encapuchados rieron entre murmullos, y uno de ellos comentó con sorna: "Debe de estar demasiado ocupado admirándose en el espejo."

La conversación continuó con un aire de camaradería siniestra, hasta que la puerta se abrió nuevamente y una presencia impuso silencio de inmediato. Era Número 1, quien avanzó con pasos firmes y se sentó en la cabecera de la mesa. Su figura irradiaba una autoridad implacable, y los otros encapuchados guardaron silencio instantáneamente, inclinando levemente la cabeza en señal de respeto.

"Ahora, basta de chismes," dijo Número 1, en un tono seco y cortante. "Estamos aquí para discutir asuntos importantes, no para perder el tiempo. ¿Cómo van los planes? ¿Todo está en marcha como se esperaba?."

Hubo una pausa, hasta que el encapuchado que había llegado recién, Número 4, se inclinó levemente hacia adelante y habló con voz solemne.

"He encontrado a uno de los nuevos invocados," anunció. "Su afinidad con el maná oscuro es excepcionalmente alta. De hecho, sospecho que su afinidad es completamente pura."

Un murmullo de sorpresa recorrió a los encapuchados, algunos inclinándose hacia adelante con renovado interés. Uno de ellos comentó en voz baja: "¿Afinidad pura con el maná oscuro? Eso podría acelerar nuestros planes. Deberíamos usarlo antes de que se nos escape de las manos."

"Este sujeto podría ser lo que hemos estado esperando," añadió otro encapuchado, en un tono ansioso.

Pero antes de que la conversación degenerara en especulaciones, Número 1 golpeó la mesa con la palma de su mano, imponiendo silencio nuevamente. "Calma," ordenó, con una mirada severa que ninguno de los encapuchados se atrevió a desafiar. "Número 4, mantén un ojo en él. Lo quiero vigilado en todo momento. Este individuo es de interés especial, y no podemos permitirnos errores."

Número 4 asintió en silencio, aceptando la orden con una reverencia leve. Número 1 recorrió la mesa con la mirada, asegurándose de que cada miembro de la reunión entendiera la gravedad de la situación.

"Escuchen bien," continuó, su voz tan afilada como el filo de una espada. "La fase final de nuestros planes se acerca, y si alguno de ustedes fracasa o deja cabos sueltos, no será perdonado. Asegúrense de hacer sus putos trabajos bien o ni sus vidas pagaran el precio."

Los encapuchados asintieron, algunos con una mueca de nerviosismo en sus labios, conscientes de la seriedad de la advertencia. Número 1 se levantó, lo que marcó el final de la reunión. Sin decir una palabra más, abandonó la sala, y uno a uno, los demás encapuchados comenzaron a hacer lo mismo, susurrando despedidas silenciosas antes de desaparecer en los oscuros pasillos del subterráneo.

Número 4 fue el último en quedarse, observando un momento la mesa vacía antes de finalmente ponerse de pie y dirigirse a la salida. Había un nuevo objetivo en su mente, y su misión era clara: mantenerse cerca del invocado de maná oscuro y asegurar que cumpliera con el propósito que ellos habían trazado en secreto.