La mañana siguiente al misterioso suceso, la familia Sawamura esperaba en una pequeña habitación del hospital. La luz del sol entraba a través de las persianas, iluminando la figura del niño de cabello gris, aún recostado en la cama.
Eriri observaba al niño con una mezcla de curiosidad y empatía. Había algo en él que le resultaba… cercano, aunque no entendía del todo por qué. Mientras tanto, sus padres conversaban con el doctor en un rincón de la habitación.
—Mamá, ¿cuándo despertará? —preguntó Eriri, sin apartar la vista del niño.
—No lo sabemos, cariño —respondió Sayuri, acariciando el cabello de su hija. —Tenemos que ser pacientes.
Como si respondiera a su pregunta, el niño comenzó a abrir los ojos lentamente. Primero su ojo izquierdo, de un profundo tono morado, y luego el derecho, un gris apagado que parecía incapaz de enfocar bien.
—¡Papá, mamá! ¡Despertó! —exclamó Eriri emocionada.
El niño miró alrededor, pero sin mostrar signos de emoción en su rostro. No decía una sola palabra, solo observaba a los desconocidos que lo rodeaban con su único ojo visible.
—Hola… ¿puedes escucharme? —preguntó Mr. Spencer en japonés, tratando de ser lo más amable posible.
El niño asintió levemente, pero no respondió.
—¿Sabes cuál es tu nombre? ¿Recuerdas de dónde vienes? —continuó Sayuri, con voz suave y llena de calidez.
El niño negó con la cabeza, dejando claro que no recordaba nada. Eriri, intrigada, se acercó aún más, notando la falta de reacción en su mirada.
—Papá, su ojo derecho… —susurró, señalando el ojo gris del niño.
Mr. Spencer se acercó para observarlo mejor y, al notarlo, frunció el ceño con preocupación.
—Parece que tiene ceguera parcial —murmuró Mr. Spencer, dirigiéndose a su esposa—. Deberíamos hablar con el doctor para ver si se puede hacer algo.
Mientras tanto, Eriri miraba al niño con una expresión decidida.
—Mamá, papá… ¡tenemos que ayudarlo! —exclamó, tomando la mano del niño sin dudar—. Él… no tiene a nadie, ¿verdad? ¿Por qué no podemos cuidarlo nosotros?
Sus padres intercambiaron miradas, un poco sorprendidos por la firmeza de Eriri.
—Eriri, es una gran responsabilidad. No sabemos nada de él, ni siquiera su nombre o su pasado —respondió su madre con suavidad.
—¡Pero eso no importa! —insistió Eriri, mirando a sus padres con ojos llenos de determinación—. Yo lo cuidaré, y lo ayudaremos a que recupere sus recuerdos… o le daremos una nueva vida si no los recuerda.
Mr. Spencer suspiró, pero sonrió al ver el entusiasmo de su hija. Sabía que su corazón generoso siempre encontraba formas de ayudar a quienes lo necesitaban.
—Muy bien… Pero necesitará un nombre. No podemos simplemente llamarlo "niño" —dijo con un leve tono de humor.
Eriri observó al niño detenidamente, como si quisiera encontrar el nombre adecuado en sus rasgos.
—Shiro…gami —susurró después de unos momentos—. Porque tiene el cabello blanco como un dios del cielo.
El niño miró a Eriri con su ojo morado, y por un instante, una chispa de vida pareció asomarse en su mirada inexpresiva.
—¿Qué te parece? —preguntó Eriri suavemente.
El niño asintió lentamente, como aceptando el nuevo nombre que le ofrecían.
Sayuri y Mr. Spencer sonrieron, conmovidos por la conexión que parecía haber surgido entre Eriri y el pequeño Shirogami.
—Bien, Shirogami… —dijo Sayuri, acariciando la cabeza del niño—. Ahora eres parte de nuestra familia.
Shirogami observó a Eriri y a sus padres. Aunque no podía expresar lo que sentía, una extraña calidez llenaba su interior. Y en ese momento, supo que este sería el comienzo de una nueva vida.
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Habían pasado algunos días desde que Shirogami fuera encontrado en el bosque. Los médicos no habían hallado ninguna lesión importante, así que finalmente fue dado de alta del hospital. Aunque el niño de cabello gris aún no había recuperado sus recuerdos, su nuevo nombre y la presencia de la familia Sawamura parecían darle un propósito.
Eriri, emocionada, lo guio hasta la entrada de su nuevo hogar: una imponente mansión rodeada de jardines meticulosamente cuidados. La fachada de la mansión era majestuosa, con detalles de arquitectura clásica y ventanales altos que reflejaban el cielo.
—¡Bienvenido a tu nuevo hogar, Shirogami! —exclamó Eriri, abriendo la puerta con un gran gesto.
Shirogami miró a su alrededor, sin decir nada, pero sus ojos observaban cada rincón con un interés silencioso. A pesar de su expresión estoica, se notaba que estaba impresionado por el lugar. La entrada era espaciosa, con pisos de mármol y una escalera de madera que subía elegantemente hacia el segundo piso.
—Ven, te mostraré tu habitación —dijo Eriri, tomándolo de la mano y llevándolo hacia las escaleras.
Mientras avanzaban, Shirogami podía ver cuadros y decoraciones que adornaban las paredes de la mansión, así como estanterías llenas de libros, esculturas, y diversos artículos que parecían reflejar los gustos de una familia sofisticada. Los muebles eran de madera oscura y detalles dorados, y en cada esquina parecía respirarse una atmósfera de historia y elegancia.
—Este es el salón principal, —explicó Eriri, señalando una enorme sala con sofás de terciopelo y una chimenea. —Aquí a veces nos reunimos para ver películas, o a veces mi mamá y yo dibujamos. ¿Te gusta dibujar?
Shirogami la miró en silencio, como si tratara de procesar la pregunta, pero no respondió.
—Bueno, está bien. Si quieres intentarlo alguna vez, solo dímelo —dijo Eriri con una sonrisa, llevándolo hacia el segundo piso.
Finalmente, llegaron a una habitación en el ala oeste de la casa. Eriri abrió la puerta, revelando un espacioso cuarto con una gran cama, un escritorio de madera, y ventanas amplias que dejaban entrar la luz del sol y ofrecían una vista espectacular del jardín.
—¡Este es tu cuarto! —anunció Eriri, entrando para mostrarle todos los detalles—. Mi mamá dijo que podías decorarlo como quieras. Así que, si hay algo que necesites, solo dímelo.
Shirogami entró en la habitación, observando la cama, los armarios, y el escritorio. Todo era nuevo y estaba cuidadosamente preparado para él, con una sensación de calidez y cuidado en cada detalle.
—Aquí estarás a salvo, Shirogami —le dijo Eriri, sentándose en la cama y mirándolo—. Somos una familia ahora.
Aunque Shirogami no expresó ninguna emoción, una ligera sensación de calma y seguridad se instaló en su interior. Sabía que estaba en un lugar donde podría encontrar respuestas y, quizá, comenzar a entender quién era.
Eriri le mostró los rincones de la habitación y la vista al jardín, sonriendo con una energía inagotable.
—Si necesitas algo, solo busca a mamá, a papá o a mí —agregó—. Estamos aquí para ti.
Con esas palabras, Shirogami entendió que no estaba solo, y aunque su pasado aún era un misterio, sentía que este lugar podría ser su nuevo comienzo.