"¿Por qué tarda tanto Eriri?" preguntó Shirogami, con una mezcla de desconcierto e impaciencia mientras observaba el reloj. Su figura se había estilizado, habiendo crecido hasta 1.80 metros. Aunque sus facciones conservaban algo de su esencia infantil, se notaba cómo la adolescencia había empezado a moldear su expresión y postura.
Su madre, con una sonrisa comprensiva, comentó: "Fufu, así son las chicas, Shirogami. Tienen que estar perfectas antes de salir."
En ese momento, la voz alegre de Eriri resonó desde el piso de arriba. "¡Ya estoy lista!" Bajó las escaleras con paso seguro, luciendo un conjunto casual. A pesar de no haber crecido tanto en altura, apenas alcanzando el metro y medio, su belleza era evidente, destacándose con su cabello dorado en sus habituales coletas.
"Vamos, Shirogami, ¡la excursión no va a esperarnos!" dijo ella con una sonrisa. Luego se volvió hacia su madre y, con un gesto jovial, añadió: "¡Adiós, mamá!"
"Adiós, mamá," repitió Shirogami, despidiéndose antes de salir con Eriri. Su madre, viéndolos marcharse, los despidió con una sonrisa maternal. "Cuídense, ¿sí?"
En la escuela, se reunieron con sus amigos, donde encontraron a Raku, quien parecía particularmente desanimado.
"¿Pasa algo, Raku?" preguntó Shirogami, notando la expresión sombría en el rostro de su amigo.
Kaori, que también estaba allí, sonrió y respondió en su lugar: "Ha estado así desde que supo que Onodera no podrá venir al viaje… porque se enfermó."
Raku, al escuchar su nombre, se puso visiblemente nervioso, buscando alguna excusa. "N-no es eso, e-es por… ya sabes…"
"¿Oh? ¿No es eso?" insistió Kaori, divertida, mientras Raku intentaba evadir la conversación.
Las risas llenaron el grupo al ver su reacción avergonzada. Eriri, Kaori y Shizuku intercambiaron miradas cómplices, bromeando mientras continuaban conversando.
Justo entonces, el autobús de la escuela anunció su partida. Subieron rápidamente, acomodándose juntos en los asientos. La conversación entre los amigos continuó sin descanso, la alegría y la emoción palpables en el aire.
"Entonces, Raku," le dijo Shizuku con un tono juguetón mientras el autobús se ponía en marcha, "¿cuándo vas a confesarle a Onodera tus sentimientos?"
"¡B-bueno, yo…!" balbuceó Raku, completamente rojo.
"Sabes, una vez que nos graduemos, puede que no la vuelvas a ver," añadió Eriri con una sonrisa traviesa, tratando de darle un pequeño empujón.
"Planeaba hacerlo hoy," admitió Raku finalmente, con la voz baja y un poco triste, "pero… ella no está aquí."
Kaori le dio un suave golpe en el hombro, sonriendo. "¡Ánimo, Raku! Tendrás otra oportunidad, ¿no es así, Shirogami?"
Shirogami, quien aún luchaba por entender el concepto del amor, solo pudo asentir, diciendo con torpeza: "Estoy seguro de que te irá bien, Raku."
Con una sonrisa renovada, Raku se relajó y el grupo siguió bromeando mientras el autobús avanzaba hacia las montañas. La alegría y la tranquilidad reinaban mientras miraban el paisaje, observando las colinas y los árboles que parecían salidos de una postal. Al llegar, se dirigieron al resort donde pasarían la noche, planeando vestirse con yukatas y disfrutar de una fogata bajo las estrellas.
Más tarde…
Al caer la noche, el grupo, junto al resto de la clase, se encontraba alrededor de una fogata, iluminados por el cálido resplandor de las llamas. Entre risas y bromas, Shirogami sintió que algo especial estaba en el aire. Cuando Shizuku se acercó para sentarse a su lado, el corazón de Shirogami pareció saltarse un latido. El fuego reflejaba destellos en sus ojos, dándole un aire suave y enigmático. Sin decir palabra, los dos compartieron una sonrisa que parecía hablar más de lo que cualquiera de ellos podría expresar. En esos momentos, Shirogami sentía que quizás había algo en él que aún no entendía.
Mientras tanto, a lo lejos, en lo profundo de la montaña, algo inesperado se gestaba en la oscuridad.
Una luz carmesí se extendía por las grietas del terreno, iluminando rocas y árboles con un resplandor antinatural. Como un pulso creciente, la montaña parecía vibrar, su energía expandiéndose lentamente, invisible a la vista de todos los que disfrutaban de la fogata.
Un par de horas después…
De madrugada, en una de las rutas de patrulla, un guardia bostezaba, cansado de la calma que reinaba en su turno. Con una linterna, inspeccionaba la zona, sus pasos resonando en la penumbra. "Otro turno aburrido…," murmuró, deseando que llegara el amanecer.
Pero, al detenerse en un punto, notó algo que lo hizo detenerse en seco: pequeñas grietas resplandecían en el suelo. Se agachó, inspeccionándolas de cerca.
"¿Q-qué… qué es esto?" murmuró, alarmado al ver cómo las grietas se extendían lentamente.
Estaba a punto de retroceder para dar aviso cuando una figura surgió de la oscuridad. Una espada de hueso emergió de las sombras y atravesó su pecho. Incapaz de comprender lo que sucedía, el guardia intentó gritar, pero su voz se ahogó en un jadeo de dolor. Frente a él, una criatura de ojos rojos y mandíbula deformada lo miraba, y, con un rugido inhumano, sacó la espada y lo decapitó con un golpe certero.
Un grito monstruoso llenó el aire, y en el resort, Shirogami despertó de golpe, sobresaltado y sudando frío. Su respiración estaba agitada, su corazón latía frenéticamente. Una sensación de peligro inminente lo invadía.
"Raku, despierta," susurró Shirogami, sacudiéndolo ligeramente.
"¿Mmm? ¿Qué pasa?" murmuró Raku, somnoliento.
"No lo sé, pero algo está mal," dijo Shirogami con un tono tenso. "Vayamos a buscar a las chicas, rápido."
Ambos se pusieron de pie, y mientras salían de la habitación, un rugido estremecedor resonó en la montaña, seguido de los gritos de estudiantes y profesores.
Corrieron hacia la habitación de las chicas, encontrándolas en la puerta, temblando y con los ojos abiertos de miedo.
"¿Qué está pasando?" susurró Eriri, la voz temblorosa y llena de pánico.
"No lo sé," respondió Shirogami, tratando de mantener la calma, "pero tenemos que salir de aquí. ¡Rápido!"
Asintieron, y el grupo se movió rápidamente hacia la salida. Pero al llegar, lo que encontraron los dejó paralizados: la entrada estaba llena de cuerpos destrozados, cubiertos de sangre. Los gritos de horror de algunos estudiantes resonaron al ver aquella escena brutal. Kaori y Shizuku no pudieron contener las náuseas, vomitando al instante.
Shirogami, tomó aire y susurró con urgencia: "Debemos encontrar otra salida… ¡Ahora!"
Tomados por el miedo, los estudiantes siguieron al grupo de Shirogami hacia otra salida del resort. Sin embargo, mientras avanzaban, se encontraron con una multitud de criaturas monstruosas, al otro lado de la puerta. Parecían salidas de una pesadilla: orcos y duendes deformes los miraban con ojos sedientos de sangre.
"¡Corran!" gritó Shirogami, tomó la mano de Eriri y Kaori las cuales el miedo estaba a punto de hacerles perder el control, y junto con Raku y Shizuku, comenzaron a correr tan rápido como sus piernas temblorosas les permitían.
Los monstruos se lanzaron tras ellos, alcanzando a algunos estudiantes y destrozándolos sin piedad. La sangre y los gritos de los demás resonaban en el aire mientras Shirogami y su grupo avanzaban, sin mirar atrás. Salieron del resort y se adentraron en el bosque, tropezando con raíces y ramas, mientras las criaturas continuaban cazándolos, jugando con ellos como si fueran sus presas.
Al llegar al borde del claro, el grupo se encontró frente a un portal resplandeciente en un rojo oscuro que parecía latir como un corazón gigante y vivo. Estaban atrapados, con la amenaza de las criaturas cada vez más cerca. No había más opción que enfrentarse a la muerte… o cruzar el portal.
Shirogami sintió cómo Eriri apretaba su mano con fuerza, el miedo evidente en su mirada. Kaori y Raku estaban jadeantes, sus cuerpos temblaban por el cansancio y el horror. Shizuku, aunque asustada, parecía decidida a no dejarse vencer.
"Shirogami… ¿qué hacemos?" preguntó Eriri, su voz quebrada por el pánico y la desesperación.
"No tenemos elección… debemos cruzarlo," respondió él con determinación, sintiendo que, a pesar de la incertidumbre, el portal era la única salida.
Raku miró el portal y tragó saliva, sus ojos llenos de dudas. "¿Estás seguro? ¿Quién sabe a dónde lleva…?"
"Es eso… o morir aquí," replicó Shirogami con firmeza. Las criaturas estaban cada vez más cerca, sus pisadas retumbaban y sus gruñidos eran ensordecedores. No podían quedarse ni un segundo más.
Sin pensarlo más, Shirogami dio el primer paso hacia el portal, llevándose a Eriri y Kaori. Raku y Shizuku los siguieron de inmediato. Apenas cruzaron el umbral, una energía abrumadora los rodeó, como si algo tirara de ellos en todas direcciones a la vez. Era como caer en un vacío interminable y ser arrastrado por una corriente que no podían controlar.
Durante lo que pareció un instante y una eternidad al mismo tiempo, sus cuerpos flotaron en la oscuridad, sin referencia ni sonido. Entonces, de repente, fueron expulsados al suelo con una fuerza que los dejó sin aire.
Cuando Shirogami abrió los ojos, lo que vio lo dejó sin palabras. El mundo que los rodeaba era completamente diferente. El cielo era oscuro, teñido de tonos rojos y naranjas como un eterno atardecer. Las montañas, retorcidas y llenas de extrañas plantas que parecían tener vida propia, se alzaban alrededor de ellos. En el aire flotaba una atmósfera pesada, llena de un olor metálico y denso.
"¿Dónde… dónde estamos?" susurró Kaori, apenas capaz de hablar mientras miraba el siniestro paisaje que los rodeaba.
Raku miró a su alrededor, con el rostro pálido. "Esto no es… el mundo que conocemos."
Un estremecimiento recorrió a todos. Shirogami, sintiendo cómo algo oscuro se removía en su interior, se levantó lentamente. A pesar de que este lugar era aterrador, había algo en él que le resultaba extrañamente familiar.
Eriri, aun temblando, se acercó a él, su expresión llena de miedo. "Shirogami, ¿qué vamos a hacer? ¿Cómo… cómo vamos a salir de aquí?"
Él miró hacia el horizonte, donde algo brillaba en la distancia, un destello que parecía guiarlos hacia algún destino incierto. Apretando los dientes, respondió: "No lo sé… pero encontraremos una salida, juntos."
El grupo se reunió, sosteniéndose unos a otros, en medio de aquella tierra desconocida.
La esperanza y el terror se entrelazaban en el corazón de cada uno de ellos mientras comenzaban a caminar hacia lo desconocido, sabiendo que, a partir de este momento, su vida nunca volvería a ser la misma.
¿Qué les aguarda en este mundo desconocido? ¿Qué pruebas tendrán que enfrentar? ¿Podrán sobrevivir a los desafíos que se avecinan… o sucumbirán en el intento?
Así es la vida… implacable y despiadada, una belleza tan cautivadora como peligrosa… como una rosa espléndida, pero rodeada de afiladas espinas