El aire era pesado, cargado con el olor metálico de la sangre y el calor sofocante que desprendía el cuerpo del monstruo. Raku apenas podía mantenerse en pie. Su brazo izquierdo, perdido en la batalla previa, era un recordatorio constante de lo cerca que había estado de la muerte.
Frente a él, el cerbero lo miraba fijamente, sus tres cabezas gruñendo al unísono. Cada movimiento del monstruo era preciso, casi calculado, como si disfrutara prolongando la lucha. Las llamas que cubrían su cuerpo parecían danzar en sincronía con su respiración, iluminando la habitación en tonos naranjas y rojos.
Raku apretó los dientes, sintiendo cómo la energía en su cuerpo disminuía con cada segundo. El muñón donde antes estaba su brazo izquierdo todavía quemaba de dolor, pero no podía permitirse detenerse.
—Esto no termina aquí… —dijo con voz ronca, extendiendo su brazo derecho, envolviéndolo en llamas para prepararse para el próximo ataque.
El cerbero cargó de nuevo, sus garras desgarrando el suelo de piedra mientras se lanzaba hacia él. Raku esperó hasta el último segundo, antes de esquivar hacia un lado, girando su cuerpo con una precisión casi sobrehumana. Aunque logró evitar las mandíbulas del monstruo, una de las garras rozó su costado, desgarrando la tela de su ropa y dejando un corte profundo.
—¡Tch! Maldita sea…
Raku retrocedió, jadeando, mientras las llamas a su alrededor comenzaban a intensificarse. Aunque su cuerpo estaba agotado, algo dentro de él se negaba a rendirse. La imagen de sus amigos lo mantenía en pie.
El cerbero no le dio tiempo para recuperarse y lanzó una llamarada desde una de sus bocas. El calor abrasador llenó la sala, y Raku apenas logró esquivar el ataque, rodando por el suelo. Sin embargo, las llamas alcanzaron su pierna derecha, quemando su piel a través de la ropa.
Gritó de dolor, pero no dejó que eso lo detuviera. Se levantó con dificultad, apoyándose en la pared para estabilizarse.
—Tengo que encontrar una forma de vencerte… —murmuró, mientras el cerbero lo rodeaba lentamente, como un depredador acechando a su presa.
Entonces, algo dentro de él cambió. Las llamas que lo envolvían comenzaron a responder a sus emociones, pero esta vez no eran caóticas. Eran controladas, moldeadas por su voluntad. Raku levantó su mano derecha, y el fuego se concentró en ella, tomando la forma de un arma improvisada: una hoja corta hecha de puro fuego.
—¿Qué…? —susurró, sorprendido por su propio poder.
El cerbero rugió, furioso, y cargó de nuevo. Raku esperó esta vez, observando cuidadosamente los movimientos del monstruo. Cuando la primera cabeza atacó, se agachó y lanzó un golpe ascendente con su arma flamígera, cortando la mandíbula de la criatura.
El monstruo retrocedió, gruñendo de dolor, pero las otras dos cabezas no se detuvieron. Raku esquivó un mordisco dirigido a su costado y luego bloqueó un golpe de las garras con su brazo derecho, ahora reforzado por las llamas.
—Puedo hacerlo… —murmuró, comenzando a creer en su victoria.
Con un grito, se lanzó hacia adelante, esquivando y golpeando con precisión. Cada ataque debilitaba al cerbero, sus movimientos volviéndose más lentos con el tiempo. Sin embargo, Raku también estaba llegando a su límite. Cada golpe drenaba su energía, y su cuerpo temblaba de agotamiento.
Finalmente, logró derribar a la bestia. Aprovechó un momento de distracción para concentrar todo su poder en un último ataque.
—¡Esto es por ellos! —gritó, lanzándose hacia el cerbero con todo su peso.
Su puño impactó en el pecho del monstruo, liberando una explosión de fuego que iluminó toda la sala. El cerbero soltó un último aullido antes de caer al suelo, su cuerpo envuelto en llamas hasta convertirse en cenizas.
Raku cayó de rodillas, jadeando. Sus llamas se extinguieron lentamente, dejando solo humo y un agotamiento absoluto.
—Lo logré… —susurró, mirando el lugar donde antes estaba la bestia.
Aunque apenas podía mantenerse en pie, la determinación en su corazón lo obligó a levantarse. No podía detenerse ahora. Sus amigos lo necesitaban.
—Espérenme… ya voy.
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En otra parte de la torre, Kaori luchaba contra lo que parecía ser un ejército interminable de esqueletos. La sala estaba cubierta de huesos y armas rotas, pero cada vez que uno caía, otro aparecía para tomar su lugar.
Su cuerpo estaba al borde del colapso. Sus brazos temblaban por el esfuerzo de levantar su espada y su escudo, ambos llenos de grietas por el constante uso.
—¡Basta ya! —gritó, destrozando a otro esqueleto con un golpe descendente.
Los esqueletos no respondieron. No se detenían, no retrocedían. Solo avanzaban, incansables, como si estuvieran controlados por una fuerza que deseaba verla caer.
Dio un paso atrás, chocando contra una pared, mientras levantaba la espada para defenderse de un nuevo ataque.
—No puedo rendirme… no puedo… —murmuró, tratando de convencerse a sí misma.
Un esqueleto armado con una lanza cargó contra ella. Kaori bloqueó el ataque con su escudo, pero el impacto la hizo tambalearse. Otro esqueleto aprovechó su momento de debilidad, lanzando una flecha que se clavó en su pierna.
—¡Ahh! —gritó, cayendo de rodillas.
El dolor era insoportable, pero no tenía tiempo para lamentarse. Otro esqueleto levantó su espada, y Kaori apenas logró desviar el golpe con la suya. La situación era desesperada.
Finalmente, en un descuido, fue rodeada. Las armas de sus enemigos encontraron su cuerpo: espadas, lanzas y flechas atravesaron su carne. Su escudo cayó al suelo con un estruendo, y su espada resbaló de su mano ensangrentada.
Kaori cayó de espaldas, con la vista fija en el techo. La sangre brotaba de sus heridas, formando charcos bajo su cuerpo. Sus manos temblaban mientras intentaba moverse, pero su cuerpo ya no respondía.
Mientras su visión comenzaba a desvanecerse, fragmentos de recuerdos aparecieron en su mente.
—¿Así termina? —susurró, sintiendo cómo su cuerpo se negaba a moverse.
Los esqueletos atacaron. Las armas atravesaron su cuerpo: espadas, lanzas, flechas. El dolor era insoportable, y Kaori dejó escapar un grito ahogado antes de caer al suelo, con la mirada fija en el techo.
Mientras su vida se desvanecía, fragmentos de recuerdos llenaron su mente.
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Un campo de flores, iluminado por el sol.
Kaori, siendo apenas una niña, corría entre los girasoles, riendo. Una voz familiar la llamaba desde la distancia.
—¡Kaori, no te alejes demasiado! —era su madre, sonriendo mientras la observaba.
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Un entrenamiento en un dojo.
Kaori, sudando y jadeando, practicaba con una espada de madera. Su maestro, un hombre mayor con una expresión severa, asintió con aprobación.
—Tienes talento, Kaori. Pero recuerda: la espada no es solo un arma, es una extensión de tu voluntad.
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Una conversación junto a un fuego.
Shirogami y Kaori estaban sentados junto a una fogata, con las llamas reflejándose en sus rostros.
—¿Crees que alguna vez podremos volver a casa? —preguntó ella, mirando las estrellas.
Shirogami permaneció en silencio por un momento antes de responder.
—No lo sé. Pero pase lo que pase, debemos protegernos unos a otros.
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Una promesa susurrada.
Kaori tomaba de la mano a una persona, cuyas facciones no lograba recordar del todo.
—No importa lo que pase, siempre estaré contigo.
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El sonido de huesos crujientes y pasos metálicos la devolvió al presente. Los esqueletos seguían avanzando, rodeándola por completo. Kaori intentó mover una mano, pero todo lo que logró fue derramar más sangre.
Sus ojos, pesados y cansados, comenzaron a cerrarse mientras una lágrima rodaba por su mejilla.
—Lo siento… no pude… protegerlos.
El mundo se volvió oscuro, pero dentro de ella, una luz empezaba a despertar.