Horas habían transcurrido desde que el grupo cruzó aquel portal, llevándolos a un mundo hostil y desconocido. Caminando en silencio, avanzaron hasta encontrar una cueva cerca de un lago cristalino, rodeada de vegetación peculiar y desconocida. Exhaustos por el arduo trayecto y los eventos recientes, decidieron refugiarse en el interior de la cueva. Conscientes del peligro latente, acordaron turnarse para hacer guardia, y Shirogami, siendo el menos fatigado, se ofreció como el primer vigía.
Sentado junto a la entrada, Shirogami miraba en dirección al lago. Había algo en el reflejo del agua que lo inquietaba: un destello misterioso en la distancia, como si una fuente de luz lo estuviera llamando. Mientras permanecía perdido en sus pensamientos, el repentino sonido de hojas crujientes lo alertó. Al girarse con precaución, sus ojos se toparon con una criatura extraña: un conejo de pelaje blanco, con tintes rojizos y un afilado cuerno en su frente.
El conejo y Shirogami se observaron por un instante, midiendo cada uno al otro. Pero en un segundo, el animal dejó escapar un agudo chillido y se lanzó hacia él con una velocidad impresionante. El cuerno se dirigía directo a su ojo, y aunque logró esquivarlo, sintió una punzada caliente en su mejilla. Sangre brotó de la herida, pero sin prestar atención al dolor, Shirogami respondió con un contraataque, golpeando al conejo en pleno aire y derribándolo. Sin darle tregua, pisó al animal para inmovilizarlo y, tomando una piedra cercana, lo golpeó hasta acabar con su vida.
Eriri, Kaori, Raku, y Shizuku despertaron con el alboroto y corrieron hacia él.
—¿Qué sucede? —preguntó Eriri, mirando la escena con los ojos bien abiertos.
—No se preocupen, solo fue este… extraño conejo —respondió Shirogami, señalando el cadáver ensangrentado a sus pies.
—Shirogami, estás herido —dijo Eriri, preocupada, al notar el corte en su mejilla.
—No es nada, ya dejó de sangrar —respondió él, limpiando la sangre con su manga, restando importancia al dolor.
El grupo, aún alerta, observó el cuerpo del conejo con curiosidad.
—¿Será comestible? —se preguntó Raku, mirando a los demás con una mezcla de hambre y duda.
—Tendremos que intentarlo —sugirió Shizuku, encogiéndose de hombros.
Con ese fin, salieron a recoger madera y piedras afiladas. Tras varios intentos, lograron encender una fogata y diseccionar el conejo. Al cocinarlo, saborearon una carne sin condimentos, extrañamente suculenta que apaciguó el hambre y el miedo que les recorría.
Los días siguientes avanzaron con cautela, siguiendo aquella misteriosa luz en el horizonte. En el trayecto, encontraron más criaturas extrañas: conejos, sapos de colores fluorescentes, y serpientes de escamas iridiscentes. Estos animales, aunque peligrosos, sirvieron para abastecerlos de carne y pieles, además de que sus cuernos y huesos improvisaron armas básicas.
Finalmente, una noche, Shirogami decidió que era momento de descansar. Montaron un campamento sencillo y se reunieron alrededor de la fogata, hablando en voz baja para no atraer a criaturas indeseadas. Sin embargo, un repentino crujido en el bosque los alertó. El grupo se levantó, tomando las armas que habían improvisado, y miraron a su alrededor con el corazón palpitando.
Cuatro figuras se asomaron entre los árboles. Eran criaturas pequeñas, de piel verdosa y ojos maliciosos, sosteniendo espadas toscas y filosas hechas de hueso. Goblins. Sus miradas hambrientas y burlonas dejaban en claro que no los dejarían escapar con vida.
—Estamos rodeados —murmuró Shirogami, mirando a sus compañeros, que temblaban de miedo.
Cada uno eligió a un enemigo y se preparó para la lucha. Shirogami atacó primero, empuñando su lanza improvisada y avanzando hacia el goblin que lo miraba con una sonrisa torcida. El goblin blandió su arma, lanzando tajos descoordinados, lo que permitió a Shirogami esquivarlo con facilidad y atacar de vuelta. Con un movimiento rápido, clavó la lanza en el ojo de la criatura, que soltó un grito desgarrador antes de desplomarse.
Sin dudar, Shirogami se giró hacia Kaori, que se defendía con dificultad de los golpes torpes de su oponente. En un instante, corrió hacia el goblin, le hundió su arma en la espalda y, con un movimiento firme, rompió el hueso. La sangre salpicó su rostro, y Kaori soltó un suspiro de alivio.
A pocos pasos, Shizuku logró derribar a su oponente y, antes de que se levantara, le hundió su arma en el cuello. Mientras la sangre brotaba, ella intentó apartarse del cadáver, agotada y temblando por la intensidad del combate.
Raku estaba cubierto de heridas, pero resistía el embate de su enemigo. Al ver que Shizuku venía a ayudarlo, redobló sus fuerzas, y entre ambos lograron acabar con el goblin, que cayó con un último grito de furia.
Pero Eriri estaba en apuros. Había logrado acorralar a su oponente, pero en un último intento de sobrevivir, el goblin agarró su brazo y, con un gruñido de rabia, intentó hundir su cuchillo en su abdomen. En un acto desesperado, Eriri interpuso su mano para desviar el ataque.
*¡SPLASH!*
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Antes de que el goblin pudiera reaccionar, Shirogami apareció detrás de él. En un movimiento feroz, le cortó los brazos y, sin dudar, le decapitó. La cabeza de la criatura cayó al suelo, mientras Shirogami sentía cómo su cuerpo se debilitaba por el esfuerzo.
—¿Estás bien? —le preguntó a Eriri, su voz cargada de preocupación.
Eriri asintió, aunque su rostro estaba pálido y una lágrima se escapó de su ojo.
—Sí… creo que sí. Gracias.
Los demás se acercaron, exhaustos y llenos de heridas. Kaori notó que el brazo de Eriri estaba cubierto de un gran moretón, recuerdo del violento agarre del goblin. Shirogami miró el grupo, que a duras penas se mantenía en pie, y supo que no podían quedarse allí.
—Tenemos que movernos… —dijo con voz firme, aunque también estaba herido y agotado—. La sangre atraerá a más criaturas.
Sin esperar respuesta, el grupo asintió y empezó a caminar en silencio, recogiendo las armas de los goblins para su uso posterior. El camino se hacía cada vez más difícil, y el cansancio se acumulaba en sus cuerpos. Shirogami, sin embargo, tenía algo más en mente.
Durante la pelea, había sentido algo extraño. Al ver a Eriri en peligro, una ira incontrolable se había apoderado de él, y una voz tenue resonó en su mente:
"¿Estás dispuesto a sacrificarlo todo por una promesa?"
La frase quedó resonando en su cabeza, y cuando menos lo esperó, una fuerza desconocida llenó su cuerpo, impulsándolo a atacar con una velocidad y fuerza que nunca antes había sentido. Pero ahora, mientras avanzaban, esa energía se había desvanecido, dejándolo con una inquietante pregunta en su interior.
Mientras caminaban por el bosque, Shirogami observó a Eriri, que llevaba una expresión sombría. La imagen de su brazo herido y su cara llena de temor se clavaron en su memoria, recordándole el peso de la promesa que había hecho en el pasado.
Tras horas de marcha, el grupo llegó a un claro en el bosque, donde el sonido de criaturas en la distancia los mantenía alertas. La luna brillaba intensamente, bañando el suelo en una luz plateada que parecía más un presagio que un alivio. Allí, exhaustos y silenciosos, decidieron detenerse, esperando encontrar algo de paz en ese lúgubre rincón del bosque.
—¿Creen que algún día podremos salir de aquí? —preguntó Kaori en voz baja, mirando a sus amigos con los ojos llenos de esperanza y miedo.
Shirogami miró la luz en el horizonte, esa misma luz que había seguido hasta allí, y cerró los ojos.
—No lo sé… pero seguiremos adelante hasta descubrirlo.
El silencio los envolvió mientras miraban al cielo, conscientes de que el camino no había hecho más que comenzar. En el aire pesado y tenso, sentían la promesa de nuevos desafíos… y de un destino incierto que los aguardaba entre las sombras de aquel mundo desconocido.
Fufufu, ¿Cuánto te tomara despertar? Un extraño eco resonaba