Minutos atrás.
—¡Jajaja! —se escuchaba la risa de una niña de cabello rubio atado en coletas dobles, mientras jugaba con su madre en el suave resplandor de la noche. Estaban acampando en un bosque cercano, lejos del bullicio de la ciudad, disfrutando de unas merecidas vacaciones familiares.
El cielo estaba despejado, y las estrellas brillaban con una intensidad que solo se podía apreciar lejos de las luces de la urbe.
—¡Mira, mamá! ¡Una estrella fugaz! —exclamó la niña, señalando lo que parecía una estrella que caía del cielo, iluminando la noche con un destello morado.
—Así es, cariño. Pide un deseo —le dijo su madre, aunque se preguntaba por qué esa estrella parecía estar tan cerca, como si realmente estuviera descendiendo hacia ellos.
—Bueno, quiero un hermano para poder jugar y dibujar juntos —dijo Eriri con una sonrisa, sus ojos brillando de emoción.
Su madre y su padre, que escucharon el deseo, se miraron sorprendidos antes de reírse con ternura.
—¡Jaja! Deberías preguntarle a tu padre sobre ello —respondió su madre, divertida.
Mientras la risa y la alegría llenaban el aire, la estrella fugaz continuaba su trayectoria, acercándose más y más, hasta que, para sorpresa de la familia, se vio cómo caía a unos cientos de metros frente a ellos.
Con un estruendo que resonó en el bosque y una luz morada que iluminó el entorno, el corazón de Eriri latía con fuerza.
—¿Q-Qué acaba de pasar? —exclamó la madre, asombrada, mientras miraba a su alrededor, buscando respuestas.
—No lo sé. Será mejor que llamemos a la policía —dijo el padre, aún sorprendido por el acontecimiento.
—¡No! ¡Debemos ir a ver! —interrumpió Eriri, con una determinación que sorprendió a sus padres.
—¿Por qué quieres ir, Eriri? —le preguntó su padre, un poco preocupado.
—No lo sé. Siento que algo me está llamando —respondió ella, sin apartar la mirada de la zona donde había caído el meteorito.
Los padres se miraron, una mezcla de preocupación y curiosidad en sus rostros, y finalmente decidieron seguir a su hija.
—¡Mamá, papá, rápido! ¡Por aquí cayó ese meteorito! —exclamó la niña mientras corría, guiando a sus padres con cautela por el sendero destrozado.
A medida que se acercaban al lugar del impacto, la niña sintió una extraña conexión con lo que había caído del cielo. La energía que emanaba parecía resonar con algo profundo en su interior.
—¡Mamá, hay un niño aquí! —gritó, sorprendida, al llegar al centro de la destrucción. Allí, en medio de los escombros, se encontraba un niño de cabello gris, inconsciente, tendido entre los restos de su llegada.
—¿Oye, estás bien? —preguntó Eriri, acercándose con cautela y sacudiendo suavemente su hombro.
El niño abrió los ojos, y en un instante, el mundo pareció desvanecerse. Su ojo izquierdo era de un profundo morado oscuro, mientras que el derecho era gris, y al encontrarse con los ojos azules de Eriri, hubo un breve momento en que el tiempo se detuvo, dejando solo a ellos dos en un universo que se había vuelto insignificante.
—¡Eriri, estás bien! —se escuchó la voz de su padre, rompiendo el hechizo del momento.
—S-sí, pero él... —la voz de Eriri se apagó, y al ver al niño volver a caer inconsciente, sintió una ola de preocupación.
—¿Por qué estás llorando? —preguntó su padre, viendo las lágrimas en sus mejillas.
—No sé qué está pasando... —respondió la niña, confundida y asustada, al darse cuenta de que su corazón latía con fuerza.
—¿Este niño está bien? ¿Debemos llevarlo a un hospital? —preguntó el padre, antes de levantar cuidadosamente al niño, con una mezcla de preocupación y determinación. —Sayuri, toma a Eriri. Debemos ir a un hospital.
—S-sí —dijo Sayuri, tomando la mano de Eriri mientras su mente todavía trataba de procesar lo que había sucedido.
Tiempo después...
Se podía observar a la familia más calmada, rodeando la cama de un hospital, donde el niño de cabello gris yacía inconsciente. Las luces del hospital parpadeaban, creando un ambiente frío y clínico.
—Mr. Sawamura, —comenzó una enfermera, acercándose con un archivo en mano. —Hemos realizado algunas pruebas. El niño no tiene heridas visibles, pero su estado de conciencia es preocupante. Necesitamos mantenerlo bajo observación.
El padre de Eriri asintió, preocupado por el bienestar del extraño niño que había llegado a sus vidas de manera tan repentina.
—¿Qué pasará con él? —preguntó Sayuri, con una voz que apenas podía contener la angustia.
—No lo sabemos. A veces, los traumas pueden hacer que un niño se quede inconsciente por un tiempo. Pero, con suerte, se recuperará pronto —respondió la enfermera, tratando de ofrecer una respuesta tranquilizadora.
Eriri, sin embargo, sentía algo diferente. Mientras miraba al niño en la cama, una conexión inexplicable crecía dentro de ella, como si compartieran un destino que aún no comprendían. Su mente estaba llena de preguntas: ¿Quién era él? ¿Por qué había caído del cielo?
Mientras sus pensamientos giraban, la mano del niño comenzó a moverse lentamente, como si una chispa de vida comenzara a encenderse en su interior.
—Vamos, despierta... —murmuró Eriri, sintiendo un impulso profundo de ayudarlo, aunque no sabía cómo. —Tienes que volver.
Una luz brillante brilló en el corazón de Eriri, y por un momento, sintió que podía conectar con él de una manera que trascendía el tiempo y el espacio. En ese instante, el niño de cabello gris abrió los ojos lentamente, y Eriri supo que este encuentro era solo el comienzo de una historia que cambiaría sus vidas para siempre.
Y así, un nuevo ciclo comenzó, lleno de misterios y promesas, donde el destino de un guerrero y el deseo de una niña se entrelazaban en un hilo de eternidad.