Naruto, con su energía contagiosa y su gran sonrisa, invitó a Masahiko a jugar un rato fuera de la biblioteca. Aunque Masahiko inicialmente dudó, la alegría de Naruto fue tan contagiosa que aceptó.
Ambos corrieron por los jardines de la aldea, escondiéndose y persiguiéndose entre los árboles. Masahiko quedó sorprendido al ver la gran energía y entusiasmo de Naruto; parecía que no se cansaba nunca. Cada carcajada y gesto del chico rubio le recordaban que estaba en un lugar donde la vida se sentía vibrante, llena de posibilidades.
Finalmente, agotados y entre risas, se despidieron al atardecer. Naruto se alejó con la misma energía con la que había llegado, mientras Masahiko lo observaba, pensando en cuánto le quedaba por aprender. Con la emoción del momento, recordó los conceptos básicos sobre el chakra que había leído en la biblioteca.
Al encontrar un lugar tranquilo en un rincón del orfanato, se sentó con las piernas cruzadas, cerró los ojos y comenzó a concentrarse en su respiración. Recordó los consejos que había leído: debía sentir la energía fluir desde su abdomen, enfocarse en visualizar su chakra como una luz interior.
Al principio, no sucedió nada, pero al concentrarse más, una leve sensación de calor comenzó a formarse en su estómago. Masahiko abrió los ojos, sorprendido al darse cuenta de que había logrado sentir, aunque fuera un poco, su chakra. Una chispa de satisfacción iluminó su rostro. Sabía que estaba en el camino correcto.