Liffel recorrió con calma las calles de Kaik, un reino pequeño que había quedado al margen del conflicto, preservado del caos de la guerra. Sus habilidades de rastreo la guiaron hacia un rastro donde se celebró su boda con Marze, antes de que todo se tornara confuso y él desapareciera sin explicación. Llegó a la puerta de una taberna repleta de soldados. El bullicio en el interior era intenso; celebraban el último año de victoria desde el fin de la guerra, pero el aire se tornó tenso al entrar Liffel.
Al entrar, sus ojos se posaron en un rostro conocido: Zafius, pariente cercano del héroe, alguien de quien había escuchado rumores oscuros. Sabía que Zafius era un cazador de brujas, y que la sola idea de una unión entre su familia y una bruja le resultaba intolerable. Al verla, su expresión se tornó en una máscara de desprecio.
—Sabía que no podía fiarme de una bruja —dijo Zafius, avanzando hacia ella con paso lento y voz intimidante. Era un hombre grande, vestido con armadura plateada. Seguro que tú tuviste algo que ver con su desaparición.
Liffel respiró hondo, conteniendo la rabia que latía en su pecho. Su mirada era de fuego mientras respondía, firme:
—Deberías mantenerte callado. Estoy buscándolo mientras ustedes festejan una guerra que trajo sufrimiento a ambos bandos.
Zafius se detuvo, observándola con una mirada cargada de odio.
—¿Crees que voy a fiarme de una bruja? —Su voz era como veneno—. Morirás aquí mismo.
Sin apartar sus ojos de ella, Zafius desenvainó un cuchillo curvo y brillante, alzándolo en alto.
—Prepárate a morir con la hoja que ha matado a más de mil de tu especie.
Liffel canalizó su magia, dejando que una energía poderosa despertara desde lo más profundo de su ser. El aire alrededor comenzó a vibrar, y los soldados en la taberna se miraron unos a otros, confundidos, hasta que un estruendo los sacudió. En un instante, una ráfaga de viento conjurada por Liffel los lanzó contra las paredes y el techo. Zafius intentó resistir, pero la fuerza de la magia lo empujó hacia atrás, obligándolo a retroceder mientras el suelo se rompía bajo sus pies.
Antes de que Zafius pudiera reaccionar, Liffel se desvaneció en el aire, teletransportándose al bosque más cercano.
—¡Desenvainen sus espadas! —Dijo Zafius con furia-, poniéndose en pie. ¡La caza ha comenzado!
Los soldados lo vitorearon, levantándose en medio de los escombros y el caos. Sus voces llenas de odio resonaron en el bar.
—No dejaremos ni una bruja viva en este mundo —juró Zafius.
Sin perder un instante, los soldados salieron, listos para cazar a Liffel y a cualquier otra bruja que se atreviera a desafiarles.
Mientras tanto, Liffel se adentraba en el bosque de Savix, donde el susurro de las hojas y el canto lejano de los pájaros creaban una atmósfera casi mágica. Fue entonces cuando se encontró con un hombre misterioso. Alto y envuelto en una oscura vestimenta, parecía tener alrededor de cuarenta años. Su aura era a la vez siniestra y triste, como si llevara consigo el peso de innumerables secretos.
El hombre se giró lentamente, fijando su mirada en Liffel.
—Por lo que veo, eres una bruja bastante poderosa —dijo con voz grave—. Tienes unos ojos curiosos de diferente color. ¿Qué es lo que quieres de mí?
—Solamente estoy de paso —respondió Liffel, manteniendo su distancia.
Arimerz la observó con interés, como si pudiera leer sus pensamientos.
—Veo en tus ojos una gran fuerza de voluntad, y parece que buscas algo. Sabes, yo también estoy buscando a alguien desde hace tiempo. No me importaría acompañarte en tu viaje alrededor del mundo, hasta que nuestros caminos se separen.
Liffel arqueó una ceja, dudando.
—Bueno, no me importa. Pero si intentas algo, no dejaré ni tus cenizas. A esas alturas, estaba perdiendo ciertas emociones por la guerra en Alik y Arcaladia, y todo el odio que había sentido de la gente. También extrañaba a su hermana Lariel, a quien no había visto desde que terminó la guerra.
Arimerz soltó una risa suave, casi irónica.
—Qué chica tan fría. Bueno, me llamo Arimerz. ¿Y tú, cómo te llamas?
—No es una época para sonreír. Aparte, mi raza no es muy respetada, que digamos —dijo Liffel con una mirada seria—. Me llamo Liffel.
—Liffel, ¿eh? Me recuerda a una leyenda que se solía contar en estas tierras. "Liffel, la bruja del Fin", dice la leyenda que cuando vea la traición del mundo hacia ella, encontrará la verdad en su largo camino. Ella se corromperá, y el caos del Inicio empezará.
Liffel frunció el ceño.
—Simplemente es una leyenda inventada y antigua.
—A veces las leyendas se hacen realidad —respondió Arimerz, mirándola con intriga—. ¿Cuál es nuestro próximo destino, Liffel?
—El Altar de Veztuo —dijo Liffel—. Allí se dice que hay buena información gracias a su amplia comunidad. Quizás encontremos lo que necesitamos.
—En marcha —afirmó Arimerz, avanzando con determinación.