El sol se escondía lentamente detrás de las montañas cuando Lesky y Liffel llegaron al bosque de Frixt. Los árboles eran altos y densos, cubriendo el camino con una penumbra tranquila. Lesky apoyó a Liffel contra una roca y comenzó a inspeccionar la herida en su hombro. La flecha había penetrado profundamente en el hombro pero el joven trabajó con paciencia para extraerla.
Liffel apretó los dientes, sus ojos brillando con dolor.
—Esto dolerá un poco, pero tengo que sacarla ahora —dijo Lesky, su voz calmada pero firme.
Ella asintió en silencio, dejando que él continuara. Cuando la flecha finalmente salió, Liffel dejó escapar un suspiro, sintiendo un alivio que rápidamente se convirtió en ardor mientras Lesky limpiaba la herida con agua de un frasco. Después de aplicar un vendaje improvisado con tiras de su capa, Lesky se levantó y la cargó en brazos nuevamente.
—Descansa un poco. Todavía tenemos camino por delante —dijo sin esperar su respuesta.
Liffel cerró los ojos, rendida al cansancio y a la confianza que empezaba a sentir hacia él.
Cuando llegaron a la ciudad de Markkus, el bullicio del mercado los recibió. Carretas cargadas de frutas, telares colgando en los puestos, y el murmullo de los habitantes les dieron un respiro de la tensión del bosque. Lesky dejó a Liffel apoyada en una pared de piedra mientras compraba un conjunto de ropa sencilla en una tienda cerca de la frontera de la ciudad.
Regresó con un vestido gris dañado con capucha, una capa oscura y un par de botas ligeras.
—Toma, esto te ayudará a pasar desapercibida.
Liffel tomó las prendas y miró alrededor, buscando un lugar donde cambiarse.
—Voy a esos arbustos. No te atrevas a mirar —dijo, tratando de sonar autoritaria, pero un ligero rubor cubría sus mejillas.
Lesky dejó escapar una ligera risa y levantó las manos en señal de inocencia.
—Descuida, no voy a mirar. Estaré aquí cerca por si pasa algo.
Liffel se alejó, internándose en el follaje. Mientras se cambiaba, sentía algo extraño revolviéndose en su pecho. No era amor pero esa mezcla de gratitud y cercanía la desconcertaba.
En el bosque que dejaron atrás, una figura tambaleante emergió de entre los árboles. Fliork, maltrecho y cubierto de polvo, maldijo en voz alta mientras encendía otro cigarro.
—Malditos... Me dejaron como basura tirada en el suelo —gruñó, refiriéndose al grupo de asesinos.
El camino que tomaba lo llevó directamente hacia un grupo de hombres armados que avanzaban en formación. Llevaban armaduras ligeras pero resistentes, con insignias de los cazabrujas. Liderando al grupo estaba un hombre imponente de cabello oscuro y mirada fría: Zafius.
Fliork no pudo evitar una mueca burlona al reconocerlo.
—Bueno, bueno. Si es el famoso cazabrujas Zafius.
El líder del grupo se detuvo, clavando una mirada fulminante en Fliork.
—Cierra la boca, escoria. Dime dónde está la bruja.
Fliork lanzó una carcajada sarcástica mientras exhalaba humo.
—¿Y yo qué voy a saber? Me dejó tirado en el suelo con un rayo gigante. ¿Te parece que le sigo la pista?
Zafius dio un paso adelante, su voz cargada de amenaza.
—Entonces quítate de mi camino. Si vuelvo a verte, acabaré contigo.
Fliork alzó las manos en un gesto teatral de rendición.
—Claro, claro, gran Zafius. Lo mismo digo —respondió con tono burlón, pero no esperó una respuesta y continuó su camino.
Zafius lo ignoró, señalando a su grupo que avanzara.
—Rumbo a Bratbah hacía el Sur en el Reino de Arcaladia. La información apunta que podrían dirigirse allí.
Mientras tanto, Fliork continuaba siguiendo el rastro de Lesky y Liffel, sin saber exactamente hacia dónde iba, pero decidido a saldar cuentas.
Liffel y Lesky entraron a la ciudad de Markkus envueltos con la ropa vieja y dañada, con la cabeza de Liffel cubierta por una capucha para evitar miradas curiosas. Lesky también había cambiado su atuendo, vistiendo ropa humilde que lo hacía pasar desapercibido entre la multitud.
Decidieron buscar trabajo, ya que su dinero se agotaba rápidamente, pero fueron rechazados en cada lugar al que acudieron. Sus ropas raídas y aspecto fatigado provocaban desconfianza en los comerciantes y dueños de talleres. La desesperación comenzaba a pesarles mientras caminaban por las abarrotadas calles de la ciudad, buscando una solución.
Después de varias negativas, Liffel y Lesky encontraron trabajo en una mina en las afueras de la ciudad. Durante dos meses, compartieron largas jornadas bajo tierra, levantando pesadas rocas y soportando el agotamiento. A pesar de las dificultades, su relación como compañeros se fortaleció. Ambos aprendieron a confiar más el uno en el otro, y aunque las palabras eran pocas, la camaradería crecía con cada día.
Una mañana, mientras Lesky seguía trabajando, Liffel aprovechó su día de descanso para regresar al Bosque de Frixt. Allí, entre la calma de los árboles y el susurro del viento, encontró a un hombre peculiar. Tenía el cabello rojo desordenado, una mano visiblemente deformada y vestía con un aire extravagante. Estaba sentado junto a un caballete con lienzos en blanco y manchas de pintura por todas partes.
—¿Quién eres? —preguntó Liffel con curiosidad, aunque en guardia.
El hombre levantó la mirada y sonrió.
—Billaf, un simple pintor y soñador. ¿Y tú, joven dama cubierta de misterio?
Liffel decidió presentarse con cautela, dejando fuera los detalles de su origen. Así comenzó una conversación que pronto tomó un giro más personal.
Billaf suspiró, mirando su lienzo vacío.
—Nunca termino mis cuadros. La guerra me robó el tiempo, la calma y los recuerdos claros de mi amante, Brallet. No puedo recordar su rostro con precisión, pero su esencia sigue aquí, en mi mente.
Liffel lo observó, intrigada por su melancolía.
—Me gustaría pintarte a ti —dijo de repente Billaf, con una chispa en los ojos—. Pocas veces se ven brujas hoy en día, y tu rostro es perfecto.
Liffel se sorprendió, pero finalmente asintió.
—No me importa, adelante.
Mientras preparaba el lienzo, Billaf habló con nostalgia.
—Me recuerdas a Brallet, ¿sabes? Creo que tienes un aire parecido. También era una bruja. Más que amantes, éramos almas gemelas. Aunque apenas nos conocíamos, siempre estábamos allí el uno para el otro, enfrentando todo lo que la vida nos ponía por delante.
Liffel lo miró con atención.
—¿Qué le pasó a Brallet? —preguntó, con una leve inquietud.
Billaf dejó caer el pincel y apretó la mandíbula.
—Fue perseguida. Por un tal Balker... y por ese que llamaban el Héroe de Alik.
Liffel parpadeó, incrédula.
—¿El héroe de la guerra?
Billaf asintió con amargura.
—Era un cobarde. Demasiado débil para protegerla. Si volviera a verla, daría mi vida por ella, pero ya es tarde... —dijo Billaf, con una tristeza profunda en la voz, mientras sus ojos reflejaban el dolor de un amor perdido.
Liffel, con los ojos brillando de determinación, le preguntó a Billaf:
—Le estoy buscando. ¿Sabes dónde podría estar?
Mientras tanto, en la Torre del Lamento, en Arcaladia, hace 30 minutos...
Marze, con una expresión fría, miró a Balker y le dio la orden:
—Balker, elimina a los testigos que conocen mi paradero y no falles otra vez.
Balker asintió y partió junto a Kario, dispuesto a cumplir con su misión. Marze, entonces, se dirigió a un hombre en la sala.
—Envía a Fallen. Dile que mate al pintor manco y capture a Brallet, la bruja del linaje de la Verdad. Si no puede capturarla, que la mate.
Mientras tanto, Liffel y Billaf seguían conversando. Cuando Billaf estaba a punto de decirle algo, una lanza atravesó su pecho desde la lejanía.
Cuando Billaf estaba a punto de decirle algo, una lanza atravesó su pecho desde la lejanía. Liffel se puso en alerta al ver la herida, pero él, con un último esfuerzo, terminó su retrato antes de caer al suelo. La sangre de Billf manchó el retrato. La vida de Billaf se desvanecía, pero murió sabiendo que había cumplido su último deseo.
Liffel con el corazón acelerado sintió que la situación se volvía más peligrosa. Sin perder tiempo, se levantó, decidida a no gastar más magia. Corrió hacia la ciudad, buscando a Lesky para irse de la Ciudad de Markkus antes de que fuera demasiado tarde.