Celestia nació en una de las familias nobles más poderosas entre las brujas: la familia Celestial. La familia Celestial veneraba aquellos descendientes que heredaban el poder de los ángeles guardianes, seres que en la antigüedad habían servido a los dioses y recibido sus favores. La familia Celestial era un cruce mestizo entre brujas y ángeles, una unión única que les otorgaba habilidades excepcionales. A pesar de los estragos de la guerra entre Alik y Arcaladia, un conflicto que diezmó familias de brujas y extinguió razas enteras, la familia Celestial logró sobrevivir y mantener su linaje hasta tiempos recientes.
Desde su nacimiento, su existencia fue una contradicción. Aunque tenía alas de ángel, las mantenía ocultas, pues su naturaleza era más afín a la de una bruja. Su hermana menor, Aste, era lo opuesto: un ser frágil, casi divino, cuya delicadeza y pureza parecían emanar un brillo celestial. Este contraste condenó a Celestia a una vida de rechazo dentro de su propia familia.
Aste, a pesar de su debilidad física y mental, era el orgullo de la familia. Poseía una gracia casi irreal que la hacía parecer una reencarnación de las divinidades extintas, aquellas que el Come Dioses había petrificado o devorado en épocas pasadas. Su presencia irradiaba una paz que fascinaba a todos a su alrededor. Celestia, en cambio, era vista como una anomalía: poderosa, pero con poca divinidad.
La familia la trataba como si no fuera más que una sirvienta. Las burlas, humillaciones y desprecios eran su día a día. El hecho de que Aste intentara acercarse a ella, ofreciéndole consuelo y cariño, no hacía más que avivar la llama de la envidia en su corazón. Celestia deseaba lo que su hermana tenía: el amor y la atención de la familia. Sin embargo, se encontraba atrapada en un papel que no había elegido, su resentimiento creciendo con cada día que pasaba.
Un día, después de una de las habituales burlas de la familia, Celestia se refugió en un rincón de la mansión, llorando en silencio. Aste, como de costumbre, la buscó para consolarla.
—Celestia, no llores. Estoy contigo —dijo Aste, con la dulzura que siempre la caracterizaba, extendiendo una mano hacia su hermana mayor.
Pero el corazón de Celestia estaba lleno de dolor y rabia. Al apartar la mano de Aste con brusquedad, algo inesperado ocurrió. Su magia, aún indómita y descontrolada, reaccionó de forma violenta. Una ráfaga de energía oscura salió de su mano, alcanzando el rostro de Aste y dejando un corte profundo en su mejilla.
La explosión que siguió fue devastadora. La mansión tembló y, en un instante, la mitad de la estructura quedó reducida a escombros.
El caos atrajo de inmediato a los miembros de la familia. Mientras el polvo se asentaba, vieron a Aste con una herida en el rostro y a Celestia de pie, temblando, consciente del desastre que había causado. Sin embargo, Aste, lejos de culparla, dio un paso hacia Celestia.
—No importa —dijo Aste, con una sonrisa tímida—. Sé que no quisiste hacerlo.
Intentó abrazar a su hermana, pero los demás no lo permitieron. La apartaron con brusquedad, protegiéndola de lo que consideraban una amenaza.
Celestia no tuvo oportunidad de defenderse. Fue condenada en el acto.
La llevaron al patio trasero, donde fue sometida a un castigo que nunca olvidaría. Empezó a recibir latigazo tras latigazo en la espalda. La familia, que no había mostrado piedad hacia ella en vida, parecía querer destruirla por completo.
La sangre manchó el suelo bajo sus pies, formando un charco que reflejaba la Luna. El dolor físico se mezcló con el emocional, creando una herida mucho más profunda que las que cubrían su piel.
Cuando todo terminó, los miembros de su familia la miraron con desprecio, como si su existencia fuera un error que querían borrar.
Esa noche, mientras yacía en el suelo, debilitada y sola, algo cambió dentro de Celestia. El dolor no la quebró; en cambio, lo convirtió en una chispa de determinación.
—Nunca volveré a ser una sombra —susurró, con un brillo decidido en sus ojos—. No necesitaré el amor de nadie. Me haré fuerte, más fuerte que todos ellos.
Celestia perdió la consciencia y despertó en un mundo extraño, envuelto en oscuridad. A su alrededor, el aire se sentía pesado, como si el espacio mismo estuviera retorciéndose. A lo lejos, una figura aterradora emergía: un demonio imponente de aspecto descomunal. Su presencia emanaba una energía antigua y avasalladora.
Cuando el demonio se acercó, sus ojos ardieron con un brillo extraño mientras preguntaba con una voz profunda:
—¿Eres tú, la Hija del Vacío Dimensional?
Celestia no entendía nada. El miedo inundaba cada fibra de su ser, pero en su interior, una voz silenciosa le susurraba que debía responder con valentía. Tragó saliva, su pequeño cuerpo temblaba y dijo con firmeza:
—Sí, lo soy.
El demonio mostró un gesto de reverencia, inclinándose ante ella con respeto, y le ofreció su ojo derecho.
Al ver que Celestia permanecía inmóvil, el demonio, con un tono paciente pero imponente, dijo:
—Has reencarnado en una niña humana y no sabes qué hacer. No te preocupes, yo te guiaré. Este ojo te pertenece, y yo lo he protegido durante más de mil años.
Antes de que pudiera reaccionar, el demonio se inclinó hacia ella, arrancando su ojo derecho y reemplazándolo con el suyo. El dolor fue insoportable. Celestia gritó y lloró mientras su ojo sangraba, pero rápidamente sintió cómo una energía inmensa comenzaba a fluir en su interior. Al mirar su reflejo en un charco cercano, vio que su ojo derecho ahora tenía la forma de una estrella de cuatro puntas, irradiando un brillo inquietante.
El demonio la curó y continuó hablando:
—Ahora, hija del Vacío Dimensional y la Noche más Profunda, puedes infundir temor a quienes se opongan a ti. Cada alma que devore este ojo incrementará tu poder. Eres la guardiana de las dimensiones, destinada a viajar entre mundos y a manejar una magia capaz de arrasar continentes o incluso mundos enteros y a partir de ahora te llamaras Celestia Noctheris .
El demonio también le advirtió sobre los peligros de su nuevo poder.
—Muchos buscarán obtener lo que posees. Tu ojo es codiciado por entidades más allá de este plano. Ten cuidado.
Celestia despertó de aquel extraño sueño, encontrándose nuevamente en el mundo real. Su confusión creció al mirarse en un espejo y descubrir el cambio en su ojo derecho. Sin un hogar al que regresar, decidió marcharse al día siguiente.
Cerca de la mansión, las tierras eran peligrosas, llenas de criaturas hostiles. Mientras avanzaba, Celestia tuvo un encuentro con los Xenon, una raza ancestral de sombras casi inmortales que albergaban un odio profundo hacia dioses, ángeles y humanos. Su familia, en sus tiempos de gloria, había participado en la masacre de estas criaturas, lo que hacía su presencia en el territorio más peligrosa.
Rodeada por Xenon sedientos de poder, Celestia temblaba de miedo. Estas sombras eran entidades formadas de la oscuridad más pura, su fuerza y aura incomprensibles para cualquier humano. De pronto, una figura más imponente apareció: el progenitor de los Xenon, una entidad de autoridad y poder absoluto.
Con una voz firme y resonante, el progenitor habló:
—¿Por qué sigue viva la guardiana de los mundos y está en nuestro territorio?
Celestia no supo qué responder. La incertidumbre la paralizaba, pero antes de que pudiera reaccionar, el progenitor intentó atacarla. Su velocidad era inimaginable. Sin embargo, en un acto reflejo, Celestia levantó su brazo y disparó una explosión de energía descomunal, destruyendo la mitad del cuerpo del Xenon primogénito.
El progenitor se regeneró al instante, pero algo en su mirada había cambiado. Observó a Celestia con un toque de odio y desapareció junto con las demás sombras.
Aquel incidente marcó un cambio en Celestia. Aunque aún estaba llena de dudas, comenzó a confiar más en su potencial. Decidió entrenar y explorar el mundo, en busca de respuestas sobre su nueva identidad y poder.
Su viaje la llevó a las tierras de los dragones, una región devastada por el Reino de Arcaladia. Allí, los dragones habían sido casi exterminados, víctimas de crueles experimentos destinados a usarlos como armas en la guerra. Los pocos dragones que quedaban eran mutados, desechados por los humanos al considerarlos inútiles, y habían sido confinados tras la barrera de Kaik para evitar que cruzaran al norte del mundo.
Celestia, testigo del sufrimiento y la destrucción a su alrededor, sintió que su misión iba más allá de dominar su poder. Con cada paso, la hija del Vacío Dimensional comenzaba a forjar su destino, desafiando los límites de lo posible y enfrentándose a un mundo que temía y codiciaba su existencia.