Liffel caminaba a paso rápido por las calles desiertas de la ciudad de Markkus. Las sombras de los edificios, alargadas por la luz del sol creaban un ambiente opresivo. Había logrado esquivar a los mercenarios que patrullaban la zona, pero no podía relajarse. Algo en el aire le decía que estaba siendo observada.
Fue entonces cuando lo vio: un hombre de aspecto desgastado, envuelto en un manto raído. Era alguien de Veztuo.
—¿Buscas al héroe, verdad? —preguntó el hombre sin preámbulos, como si pudiera leer sus pensamientos.
—Sí. Y también respuestas sobre lo que ocurrió allí —respondió Liffel, midiendo cada palabra.
El hombre negó con la cabeza.
—No sé nada sobre el héroe, pero... hay un ser que podría ayudarte. —Su voz se volvió más baja, casi como un susurro—. Lo llaman el Come Dioses.
Liffel sintió un escalofrío recorrerle la columna.
—¿Qué es eso?
—Un monstruo —respondió el hombre, con una mirada sombría—. Se hace pasar por un dios, pero no lo es. Fue creado por un mago ancestral, el mismo que selló a las Brujas Nobles durante la larga guerra del Antiguo Reino, actualmente llamado Alik contra el Reino de Arcaladia. Con su poder, ese monstruo exterminó a los dioses y petrificó a algunos para conservarlos como trofeos. Se cuenta que su crueldad no tiene límites y que encuentra placer en el sufrimiento ajeno.
Liffel reconoció al instante la referencia al mago ancestral. Celestia le había hablado de él en sus enseñanzas, una figura envuelta en sombras y leyendas.
—Ten cuidado, Chica —advirtió el hombre—. No es alguien con quien puedas razonar. —Con un gesto lento, sacó un objeto extraño, un fragmento de cristal que brillaba con una luz pálida. Lo sostuvo en alto, murmuró unas palabras, y un portal se abrió frente a ellos, vibrando con energía oscura.
Liffel, con el Ojo de Hada, comprobó que el hombre no mentía. Aún así, dudó. El portal emanaba un aura inquietante, como si invitara al abismo. Pero ya no había vuelta atrás. Tomó aire y cruzó con desconfianza.
Al otro lado, Liffel sintió que el tiempo se ralentizaba. El aire en aquel extraño lugar era pesado, como si cada partícula estuviera cargada de desesperación. El cielo rojizo se extendía infinito, y el silencio se rompía únicamente por el crujir de los cadáveres bajo los pies de Liffel. Estatuas de antiguos dioses petrificados estaban esparcidas por el terreno, figuras majestuosas ahora reducidas a trofeos inertes.
Todo allí parecía existir en un bucle, como si el tiempo mismo estuviera atrapado en una prisión invisible.
En el centro de aquel paisaje grotesco, sobre la pila más alta de cadáveres, se alzaba un trono de piedra desgastado. Sentado en él estaba la presencia. Oscura, deformada, una sombra que intentaba adoptar forma humana sin éxito. Sus sombras se retorcían, y marcas rojas en forma de runas atravesaban su cuerpo.
El ojo amarillo de la criatura se fijó en Liffel con una intensidad que la hizo estremecer. No había emoción en esa mirada, solo un frío desprecio, como si Liffel no fuera más que una intrusa insignificante. Apoyaba su rostro en una mano ficticia, observándola con aburrimiento mezclado con curiosidad.
La voz del Falso Dios resonó, profunda y firme, como un eco en el vacío:
—¿Por qué has venido, pequeña mortal? ¿Acaso buscas un fin rápido o algo peor?
Liffel apretó los puños, recordándose a sí misma que no podía mostrar miedo.
—Busco respuestas —respondió con firmeza—.
El Falso Dios dejó escapar una risa amarga, una carcajada que parecía desgarrar el aire mismo.
—¿Respuestas? —repitió, burlón—. Aquí solo encontrarás dolor. Pero adelante, pregunta. Tal vez me diviertas antes de que decida tu destino.
Liffel sintió el peso del entorno, como si cada palabra del monstruo hubiera hecho el aire más denso. Pero no retrocedería. No ahora. No cuando estaba tan cerca de la verdad.
El monstruo se incorporó lentamente, bajando del trono con movimientos torpes.
—Mi nombre es Magnium —dijo, su voz llena de una autoridad imponente—. Soy el Señor de estos Cielos o debería decir, de esta prisión. Si has entrado aquí, pequeña bruja, significa que estás atrapada. —Una sonrisa siniestra se dibujó en su rostro—. ¿Serás mi próxima comida?
Liffel sintió un escalofrío pero no apartó la mirada. Su mente, sin embargo, estaba en otra parte, en alguien más: Marze, el héroe que había estado buscando.
Magnium rió, un sonido seco y cruel.
—No hace falta que hables, puedo leer tus pensamientos —dijo, con un tono despectivo—. No has desarrollado todo tu potencial. Eres débil. Dime, ¿qué me ofreces a cambio de la ubicación del héroe? ¿Información? ¿Amor? ¿Entretenimiento? Aunque... la verdad es que no necesito nada de eso. —Se enderezó, su figura proyectando una sombra que parecía devorar la luz—. Soy el único dios que existe ahora mismo. Lo veo todo, lo sé todo, lo tengo todo. ¿Qué podrías ofrecer tú, bruja?
La voz de Magnium resonaba en cada rincón del espacio, poderosa y absoluta. Liffel sintió el peso de esa presencia aplastante. Sin embargo, algo en esa voz la hizo percibir otra cosa: debilidad, una leve grieta en esa fachada omnipotente.
Liffel, con una sonrisa forzada pero determinada, lo miró directamente a los ojos.
—Te ofrezco... viajar conmigo —dijo, dejando que sus palabras flotaran en el aire—. Y una sonrisa. —La curva en sus labios se ensanchó, aunque estaba lejos de ser genuina—. Además, si esto es una prisión, como dices, dudo que puedas salir por ti mismo.
Magnium arqueó una ceja, sorprendido por su respuesta. Luego, comenzó a reír, una risa profunda que hacía vibrar el suelo bajo sus pies.
—¿Viajar contigo? —repitió, divertido—. Eso podría ser interesante... ver cómo evolucionas. —Su ojo brillaba con una mezcla de curiosidad y malicia—. Y esa sonrisa... no me lo esperaba.
Magnium la miró en silencio durante unos instantes que parecieron eternos. Luego, con un gesto grandioso, extendió una mano hacia ella.
—Bien, ¡trato hecho!
Liffel no respondió. No le importaban sus palabras. Lo único que tenía en mente era salir de ese lugar y encontrar las respuestas sobre Marze. Todo lo demás era secundario.
La atmósfera se volvió más opresiva mientras Magnium hablaba. Su voz resonaba como un eco maligno, impregnando el aire con una mezcla de amenaza y tentación.
—Para salir de aquí deberás hacer un pacto conmigo. De lo contrario, no saldrás y te convertirás en mi comida —dijo Magnium, su sonrisa siniestra ampliándose—. Primero, deberás entregarme la mitad de tu magia actual. Eso te causará un gran cansancio. También quiero tus Alas de Hada, esas que tendrás en el futuro. —Hizo una pausa, disfrutando del desconcierto en el rostro de Liffel—. El pacto no se romperá hasta que cumplas las condiciones o me mates. Pero te quedan años luz para lograrlo aunque no tenga el poder de antes.
Magnium cerró su declaración con una sonrisa torcida, una expresión que dejaba claro que estaba jugando un juego al que solo él conocía todas las reglas.
—Además —continuó—, me comprometo a ayudarte durante dos días en cualquier conflicto que tengas. Y, como parte del trato, te llevaré ante el héroe que buscas.
Liffel, aunque sorprendida, no dejó que el temor la dominara.
—¿Cómo sabes que tendré Alas? —preguntó, entrecerrando los ojos.
Magnium rio suavemente, con una expresión de sabiduría mezclada con malicia.
—El sello del Mago Ancestral puede tener efectos como no desarrollar algunas características de la raza. —Sus palabras parecían contener secretos profundos, guardados durante siglos.
Tras una pausa, añadió:
—El héroe que buscas está en la Torre del Lamento, al sur de Arcaladia.
Liffel usó el Ojo de Hada para comprobar la veracidad de sus palabras. Al confirmar que no mentía, tomó una decisión.
—Acepto el trato —dijo con determinación.
En un instante, Magnium se teletransportó al lado de Liffel. Una sombra en forma de brazo humano se posó suavemente sobre su hombro. Pero ese contacto no fue suave para Liffel; el frío de la muerte y el peso de las almas que Magnium había devorado la atravesaron como cuchillas. Liffel comenzó a temblar mientras una oleada de energía oscura la envolvía, sintiendo el peso de las incontables almas que aquel ser monstruoso había aniquilado. De repente, sin previo aviso, su mente se apagó y en su lugar, emergió el aura oscura que habitaba en su interior, enfrentándose al Falso Dios con una presencia imponente y letal. La presencia, poderosa y antigua, emergió con un aura tan intensa que el ambiente se volvió tenso. Magnium sintió una mezcla de respeto y fascinación.
La Aura Oscura de Liffel habló, su voz resonando con una autoridad que helaba el alma:
—¿Quién te crees para tocar mi futuro cuerpo, monstruo repugnante? —dijo con una mirada de desprecio absoluto.
Magnium mantuvo su sonrisa, pero la tensión era palpable. Sabía que estaba ante una entidad mucho más peligrosa de lo que había previsto. Antes de poder responder, la Aura Oscura levantó una mano, liberando un hechizo de presión gravitatoria.
El suelo se resquebrajó bajo sus pies mientras Magnium caía de rodillas, aplastado por la abrumadora presión gravitatoria que lo mantenía inmóvil, como si el peso del propio mundo lo estuviera hundiendo. A pesar del dolor, Magnium seguía sonriendo mientras su aura se hacía pedazos lentamente.
—¿Oh, Te duele? —dijo el Aura Oscura, con un tono cruel y frío—. La próxima vez, te desintegraré. Y aquí... no pasó nada.
El terror en los ojos de Magnium era evidente, pero su sonrisa permanecía. Con un murmullo apenas audible, susurró:
—Ah... eres tú... La esposa de mi creador.
La presión desapareció, y Magnium se levantó lentamente, respirando con dificultad. Justo en ese momento, Liffel recuperó la conciencia. Todo parecía haberse detenido, como si el tiempo hubiera sido manipulado. Sin embargo, ella sintió un vacío dentro de sí, como si hubiera perdido una parte de su alma y emociones por un breve instante.
Liffel aunque no entendía lo que pasaba ofreció su sagre para realizar el pacto y salir de allí cuanto antes marcando el inicio del pacto.
Magnium aceptó, observando con cierta satisfacción el pacto sellado. Antes de que el portal se abriera, le lanzó una última advertencia:
—Recuerda, cuando desarrolles tus Alas de Hada... volveré a recogerlas.
Liffel no respondió. Su único objetivo era llegar a la Torre del Lamento. Con un último vistazo al trono y al cielo rojo, ambos cruzaron el portal que Magnium abrió con un chasquido de sus dedos. Magnium, ahora disfrazado como un humano de aspecto común, caminaba junto a ella mientras se dirigían al sur, hacia el destino que podría revelar finalmente las respuestas sobre Marze.