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Chapter 43 - De mercenario a comandante

Al día siguiente, al ver a los soldados disponibles, Rokugo y Alice se dieron cuenta de que la mayoría de ellos eran hombres mayores y mujeres jóvenes sin experiencia en combate.

Alice, que ya había revisado los registros del ejército, señaló rápidamente a dos candidatas específicas. —Agente 6, he encontrado a dos miembros del ejército que podrían resultar útiles para nuestra misión. 

 Observando a los soldados disponibles, él y Alice se dieron cuenta de que la mayoría eran hombres mayores o jóvenes sin experiencia en combate, lo cual no le inspiraba mucha confianza. Alice, al revisar los registros de los soldados, comenzó con una introducción de quienes se encontraban a la cabeza.

—El soldado con mayor número de misiones exitosas y reconocimientos es Alexandrite Galvenier. —Alice señaló a un anciano de cabello claro y largo que lucía una camiseta sin mangas y llevaba un bastón—. Es apodado "Dios de la Guerra" debido a sus contribuciones en el pasado… aunque actualmente, parece más un abuelo despistado que otra cosa.

Alexandrite se acercó a Alice con una sonrisa bondadosa y la confundió con su nieta, acariciándole la cabeza y comentando lo adorable que se veía. Aunque Alice intentó explicarle que no eran familiares, él solo se rió y continuó tratando de darle dulces que llevaba en su bolsillo.

—Creo que puedo prescindir de él —dijo Rokugo en voz baja, torciendo la boca con desdén.

—Pero también tiene algunos atributos… peculiares, como la habilidad de comer monstruos venenosos sin sufrir efectos secundarios —agregó Alice, intentando disimular una sonrisa divertida.

—Genial, un abuelo inmune al veneno. Justo lo que necesitaba. —Rokugo suspiró, luego apartó la vista del anciano.

Alice cambió de tema y señaló a dos soldados más, revisando los registros de manera diligente.

—Agente 6, he encontrado a dos miembros del ejército que podrían resultar útiles. Aunque tienen la mitad de misiones exitosas que Alexandrite, ocupan la segunda y tercera posición en el registro militar.

La primera era Rose, una quimera con la apariencia de una niña, pero con características peculiares: Al revisar sus antecedentes, Alice explicó que Rose había sido encontrada en un laboratorio abandonado, y aunque su apariencia era poco común, poseía una fuerza considerable.

Rokugo observó a una niña de aspecto peculiar, con cuerno, ala y cola de dragón, pero lo que más le llamó la atención fue su comportamiento: hacía poses exageradas y se esforzaba por dar nombres impactantes a sus habilidades.

—Ustedes los humanos solo viven para destruir —dijo Rose con una voz teatral, manteniendo una expresión seria mientras señalaba a un punto imaginario en la distancia—. Mis habilidades han sido forjadas en la ira y el odio que los hombres han sembrado… y, bueno, porque es la voluntad de mi abuelo.

Rokugo levantó una ceja, conteniendo una carcajada.

—Una auténtica diva. —Miró a Alice, esperando una explicación.

Alice, con una sonrisa apenas perceptible, asintió. —Rose fue criada por su abuelo, quien la instruyó para actuar de esta forma. Según los registros, aunque le causa vergüenza, lo hace para honrar su memoria. Sin embargo, tiene opiniones fuertes sobre los humanos y no le agradan en general, aunque no parece tener nada en contra de nadie en específico.

—Entonces, Rose es... ¿una "bestia hambrienta", me dices? —Rokugo ladeó la cabeza, notando la mirada de Rose que parecía instintiva y alerta.

—Correcto. Ella afirma que solo come monstruos, aunque no dudaría en comer carne humana si fuera necesario. Es muy manipulable, especialmente si le ofrecen chocolate, un alimento que aparentemente no existe aquí.

Rokugo se frotó la barbilla, intrigado. —Una quimera emocional y hambrienta con una inclinación por el chocolate… interesante. Supongo que podremos usar eso a nuestro favor.

Tras un intercambio de palabras, Rose aceptó unirse al equipo de Rokugo. A pesar de sus peculiaridades y comentarios mordaces, Rokugo notó que Rose era una chica amigable y desinteresada en realidad, alguien que no temía decir lo que pensaba, incluso si tenía una mala impresión de alguien. Mientras ella terminaba de firmar su inclusión al escuadrón, Rokugo la observaba.

—Esta chiquilla será interesante de tener cerca… —comentó para sí mismo, recordando la facilidad con la que ella aceptó el chocolate que Alice había sacado de su equipo.

Alice simplemente le dirigió una mirada de advertencia. —Recuerde que debemos mantener las cosas bajo control, Agente 6. Su misión es evaluar el potencial de este planeta, no convertirlo en un desastre total.

Rokugo la ignoró, ya empezando a imaginarse las posibles travesuras que podría organizar ahora con su escuadrón recién formado.

La segunda en ser entrevistada fue Grimm. A simple vista, parecía una mujer madura y encantadora, aunque un tanto letárgica, lo que llamó la atención de Rokugo. Su postura, un tanto relajada, contradecía su lugar en el registro militar. Ella estaba sentada en una silla de ruedas, con una expresión calmada pero claramente excéntrica.

Rokugo la miró un momento, desconcertado por la incongruencia de su imagen y su historial de misiones exitosas. Sin embargo, se guardó para sí mismo la pregunta que realmente le rondaba la cabeza: ¿Cómo una mujer en silla de ruedas puede haber completado tantas misiones?

 Grimm, una sacerdotisa Zenarith. 

—¿Quién es Zenarith? —preguntó finalmente, decidido a aclarar de una vez por todas el misterio de esa sacerdotisa que, según Alice, tenía una larga trayectoria.

Grimm se enderezó en la silla, adoptando una postura ceremoniosa, como si estuviera preparándose para una gran declaración. Sus ojos brillaron con una intensidad que parecía desproporcionada para el tema que se trataba.

—¡Zenarith, la Diosa de la No Muerte, el Desastre y la Noche! ¡Una deidad tan magnífica, tan sublime, que sus seguidores son elegidos solo por la más pura devoción! —Grimm cerró los ojos y suspiró, como si estuviera disfrutando de una fantasía épica.

Rokugo frunció el ceño ante semejante presentación. El nombre de la diosa no sonaba precisamente a algo benevolente.

—¿Una especie de deidad malvada? —preguntó, curioso pero un tanto escéptico, con la esperanza de obtener una respuesta más sensata.

La reacción de Grimm fue inmediata y explosiva. Se levantó de su silla de ruedas con un movimiento sorprendentemente ágil y levantó las manos, como si estuviera a punto de hacer un solemne juramento.

—¡¿Malvada?! ¡¿Cómo te atreves a llamarla así?! —Su rostro mostró una frustración desbordante, casi como si sus propias palabras la estuvieran quemando. Luego se calmó, pasando una mano por su cabello como si tratara de recomponerse—. ¡Lady Zenarith es perfecta! ¡Una diosa hermosa, de una elegancia sobrehumana! ¡Su poder es divino y...!

Rokugo se quedó en silencio un momento, sorprendido por la intensidad de su fervor religioso. Alice, que estaba junto a él, no pudo evitar soltar un comentario más lógico, casi en tono de robot.

—Los dioses no existen. Es una construcción cultural para explicar lo inexplicable.

Grimm la miró con desdén y, casi como si no hubiera oído lo que Alice dijo, retomó su discurso.

—¡Pero Zenarith sí es real! ¡Ella es la diosa de la...! —pero notó que su audiencia no estaba tan fascinada como ella esperaba y, viendo la falta de interés, se obligó a calmarse, rascándose la cabeza con una sonrisa algo avergonzada.

Rokugo aprovechó para cambiar de tema y evitar más discusiones sobre deidades.

—Bien, bien… —dijo, mientras se acomodaba en su asiento—. Cuéntanos algo más sobre ti, Grimm. ¿Qué te llevó a unirte a la iglesia de Zenarith?

Grimm resopló, y al escuchar la pregunta, la miró a él y a Alice con una mirada un tanto triste, pero rápidamente la reemplazó con una actitud más ligera, como si fuera a hacer un acto de confesión.

—Soy hija de unos humildes comerciantes. Nunca tuve un novio. Siempre estuve en un hogar sencillo, sin grandes lujos. Pero entonces conocí la promesa de la eterna juventud y la venganza. ¡Sí, la venganza! Nadie me quería, nadie me miraba… hasta que encontré a Zenarith, quien me ofreció la oportunidad de vengarme de todo lo que me había sido negado. Fue entonces cuando me uní a su iglesia. ¡Ahora soy una sacerdotisa poderosa, como no lo ha sido nunca una mujer! —dijo esto último con un tono más de satisfacción que de tristeza.

Rokugo frunció el ceño, medio interesado, medio desconcertado por la revelación. Entonces, mientras Grimm continuaba hablando sobre su vida y sus creencias, algo más llamó la atención de Rokugo. Grimm lo miró fijamente, sin perder tiempo, y le lanzó su primera pregunta de manera directa:

—Oye, ¿eres soltero? —preguntó, como si su misión militar fuera un detalle secundario y él fuera el siguiente candidato en su lista personal.

Rokugo se quedó paralizado por un momento, dándose cuenta de que Grimm no tenía la menor vergüenza ni respeto por la formalidad en la entrevista. Alice, a su lado, observó la escena con una cara impasible.

Rokugo, un tanto incómodo pero con su usual tono sarcástico, respondió:

—¿Soltero? ¿De verdad preguntas eso ahora?

Grimm sonrió, sin perder la oportunidad de seguir el juego. —Sí, claro. Es importante saberlo. Nunca se sabe si una misión puede traer más... que solo trabajo.

Rokugo parpadeó, sorprendido, antes de sonreír divertido. —¿Buscas algo más que un líder militar, Grimm? Porque tengo que decirte que soy un hombre muy solicitado.

Grimm soltó una pequeña risa. —A una sacerdotisa de la muerte no le vendría mal un buen hombre a su lado, ¿no crees? Además, tengo mis encantos. —Le guiñó un ojo.

Alice, al ver la interacción, suspiró. —Agente 6, sugiero que nos centremos en la misión y dejemos de lado… asuntos personales.

Rokugo solo se encogió de hombros, disfrutando de la peculiaridad de sus nuevas compañeras de equipo. Este mundo estaba lleno de personajes extraños, y él planeaba aprovechar cada oportunidad para hacer de esta misión un caos controlado.

Con una sonrisa astuta, Rokugo no pudo resistir la tentación de molestar un poco más a Grimm, quien, después de todo, había sido quien había comenzado con la insinuación.

—¿Sabes, Grimm? —dijo, inclinándose hacia ella—. Para una sacerdotisa, tienes una actitud bastante atrevida.

—¿Te molesta? —respondió Grimm con una sonrisa provocativa, claramente encantada de seguir el juego.

—En lo absoluto —respondió Rokugo, mientras bajaba la mirada deliberadamente hacia debajo de su falda—. Solo que me gusta verificar las cosas por mí mismo.

Al ver lo que Rokugo estaba haciendo, Grimm se puso roja como un tomate y dejó escapar un grito de sorpresa, alejándose rápidamente hacia atrás en su silla de ruedas. —¡¿Q-qué estás haciendo, pervertido?! ¡Casate conmigo como compensacion! —exclamó, claramente afectada por la audacia de Rokugo.

Rokugo rió. —¿estas Bromeando, verdad?. No es mi culpa que no puedas manejar un poco de reciprocidad.

Grimm, aún tratando de recuperar la compostura, carraspeó antes de mirarlo con una expresión un poco más seria. —Bueno, ya que estamos siendo sinceros, hay algo que debo decirte… Mis poderes… no son precisamente míos.

—Oh, vamos. No me digas que no eres una sacerdotisa de verdad —respondió Rokugo, medio en broma.

—No, no, sí lo soy. Pero, mis habilidades… son un poco… problemáticas —confesó Grimm, desviando la mirada con una mezcla de vergüenza y resignación.

Rokugo frunció el ceño. —¿Problemáticas cómo?

Grimm suspiró. —Puedo lanzar maldiciones en nombre de mi señora, Zenarith. Pero el problema es que solo cuatro de cada cinco maldiciones funcionan como deberían. La quinta… —hizo una pausa, su expresión se volvió aún más avergonzada— …termina volviendo en mi contra.

Rokugo la miró con interés, intrigado por su revelación. —¿Así que cada cinco intentos, te maldices a ti misma?

Grimm asintió.

Por ejemplo… muchos piensan que estoy en silla de ruedas debido a una maldición de parálisis o algo así.

Rokugo asintió, pensando que eso tendría sentido. —Tiene sentido, pensé que te habías maldecido a ti misma y habías perdido el uso de tus piernas.

Pero Grimm soltó una pequeña risa nerviosa. —No, no… en realidad, esta maldición en particular es… um… algo más ridícula. No puedo usar zapatos. 

Rokugo abrió los ojos sorprendido y luego rompió en una carcajada. 

¿En serio?! Esa es… la maldición más ridícula que he escuchado en mi vida.

Grimm se cruzó de brazos, molesta. —¡Oye! No es tan gracioso como parece. ¿Sabes lo difícil que es andar por ahí sin poder usar zapatos?

Rokugo continuó riéndose. —¡Oh, claro! Pero tienes que admitir que es… bastante único. —Le lanzó una mirada pícara—. ¿Puedo probarlo? ¿Tal vez con una maldición que me haga sentir algo de dolor?

Grimm frunció el ceño, decidida a darle una lección. —¿Ah, sí? Pues bien. Puedo hacer que sientas el dolor de golpearte el dedo chiquito del pie en una esquina. ¡Rokugo! —dijo, mientras hacía un gesto solemne en su dirección.

Pero justo después de lanzar la maldición, Grimm se estremeció, y de repente… —¡Ay! —exclamó mientras se agarraba el pie y se retorcía en su silla—. ¡Maldición, la maldición rebotó en mí!

Rokugo la miró con incredulidad y luego comenzó a reír de nuevo. —Vaya, qué impresionante. Eres toda una caja de sorpresas, Grimm. Tendré que estar atento, no vaya a ser que me maldiga de algún modo indirecto.

Grimm soltó un bufido, avergonzada pero incapaz de refutar la situación.

Más tarde, Rokugo fue convocado nuevamente ante la princesa Tilis para confirmar su escuadrón. Tilis le dirigió una mirada seria y amistosa a la vez, como si intentara comprender mejor a este extraño líder de escuadrón.

—Rokugo, ahora que eres parte de nuestro ejército, espero que aprendas a confiar un poco más en tus compañeros… en especial en Snow —le dijo, con un tono suave pero firme.

Rokugo arqueó una ceja. —¿La comandante Snow? ¿La misma que no dudó en señalarme como un espía sin pruebas? —preguntó, con una sonrisa burlona.

Tilis suspiró, comprendiendo el escepticismo de Rokugo. —Sé que puede parecer estricta, pero Snow tiene una historia difícil. Es una huerfana que tuvo que arreglárselas sola para sobrevivir y salir de la pobreza. Terminó una carrera universitaria y se unió al ejército, donde fue escalando gracias a su propio esfuerzo y determinación. Su lealtad y su compromiso con el reino son innegables.

Rokugo asintió, con una leve expresión de interés. —Vaya, así que además de una mirada severa, también tiene una historia de superación. Fascinante.

—Así es —respondió Tilis con una sonrisa leve—. Por eso, he decidido asignarla a tu escuadrón. Creo que ambos podrían aprender algo valioso el uno del otro.

Rokugo levantó ambas manos, en señal de rendición. —Si es una orden de la princesa, no puedo negarme, ¿verdad?

—Así es —dijo Tilis, manteniendo la misma expresión serena—. Confío en que encontrarás la forma de trabajar en equipo. Snow te puede parecer un poco rígida, pero estoy segura de que su experiencia será valiosa para tu escuadrón.

Con un suspiro resignado, Rokugo hizo una pequeña reverencia burlona. —Muy bien, princesa. Aceptaré a la "excomandante" Snow en mi escuadrón. Estoy seguro de que será… interesante.

La primera misión de Rokugo y su "escuadrón" estaba destinada al desastre desde el principio, aunque él, con su habitual descaro, prefería ver aquello como una oportunidad para... experimentar un poco.

Escenario: Campamento de Demonios en el Desierto del País de Grace

—Bien, el plan es sencillo —dijo Rokugo mientras inspeccionaba el campamento enemigo desde una colina, oculto entre las rocas junto a su peculiar equipo—. Vamos a destruir sus suministros de comida para que no puedan aguantar mucho tiempo aquí. Eso debería obligarlos a salir… y, con suerte, a que cometan errores.

Alice levantó una ceja, revisando su propio sistema para asegurarse de que su chip de lenguaje estaba actualizado. —Es una estrategia básica pero efectiva. Sin recursos, estarán debilitados.

—¿Eh? —intervino Snow que, como siempre, estaba absorta en algo aparentemente poco importante—. Yo solo digo que destruir comida es… bueno Comandante, un poco cruel, ¿no?

Rose: Podríamos decirle a Grimm que los maldiga con que la comida les sepan mal o algo así…

Rokugo se llevó una mano a la frente. —No es el momento de ponerse sentimental, Snow, Grimm. Esto es una guerra, Ademas, ¿Grimmno se supone que eres una sacerdotisa maldita o algo así?

Grimm bufó, estaba dormida

Rokugo -Grimm, despierta-

Rose. —¡Pero maldiciones con estilo! No esa barbarie de simplemente dejar a los demonios sin su almuerzo.

Mientras tanto, Rose, se relamía los labios mirando al campamento. —¿Comida? ¡Comida! ¡Yo quiero comida! —Y sin esperar instrucciones, comenzó a bajar hacia el campamento, con intenciones muy diferentes a las del resto del grupo.

Rokugo se dio cuenta de que su plan estaba a punto de salir horriblemente mal. ¡Genial! Mi escuadrón es un desastre completo, pensó, y aún así, una parte de él encontraba todo esto sorprendentemente divertido.

Después de varios minutos de caos —donde Rose ya se había apropiado de una caja de víveres y Alice había intentado, sin éxito, sujetarla—, el caos terminó llamando la atención del líder de los demonios de la zona.

Una demonio alta, de piel morena y cabellos oscuros, apareció en el campamento, vestida de manera provocadora y con una expresión peligrosa. Con una sonrisa lasciva en sus labios, observó a Rokugo y su equipo, notando el desastre que habían causado con cierta fascinación.

—Vaya, vaya… ¿quién habría pensado que unos humanos y una criatura tan extraña como tú —dijo, señalando a Rose con un gesto— vendrían a interrumpir mi diversión? —La demonio morena entrecerró los ojos, enfocándose en Rokugo—. Tienes potencial, humano. ¿Por qué no consideras unirte a mis filas? Podrías tener todo lo que desees… esclavas, súcubos… y todas las mujeres que quieras —añadió, moviéndose con elegancia seductora frente a él.

Rokugo parpadeó, tentado por un momento. Hmmm… súcubos y esclavas… suena tentador. Pero luego miró hacia su "escuadrón".

Snow parada cerca de él, miraba su espada con preocupación. —No voy a usar esta espada. ¡Es nueva y no quiero que se astille! —declaró, ignorando por completo que estaban en medio de una misión.

Alice levantó su mano robótica. —Tengo la fuerza equivalente a la de una niña de ocho años humana. Mis capacidades ofensivas son… mínimas.

Rose, sentada en el suelo, continuaba devorando los víveres del enemigo sin ningún reparo, murmurando entre bocados: —Esta comida está deliciosa… ¿Por qué estamos destruyéndola? 

Rokugo suspiró, su breve tentación desapareciendo al ver la lamentable actuación de sus compañeros.

Esto… es ridículo. Al darse cuenta de que no lograrían cumplir la misión de manera efectiva, optó por retirarse antes de que el desastre empeorara aún más.

Rokugo, al ver que la situación se estaba saliendo de control, logró mantener la calma por un momento. Sin embargo, el verdadero giro vino cuando el guardaespaldas levantó un enorme martillo con la intención de aplastar a Grimm, quien dormía plácidamente en su silla de ruedas.

Antes de que pudiera hacer nada, la enorme masa de metal descendió con furia sobre Grimm, aplastando su cabeza sin misericordia. Un escalofrío recorrió la columna de Rokugo, y una sensación de impotencia lo invadió.

El guardaespaldas de Heine, mirando el desastre que había causado, observó a Rokugo con una mirada evaluadora.

—Tienes talento... —dijo, como si estuviera probando a Rokugo, antes de ofrecerle una propuesta que lo dejó sorprendido—. Podrías unirte a nuestro ejército, a servir bajo Lord Demonio. Serías un excelente comandante, con una mente estratégica como la tuya.

Rokugo estaba a punto de aceptar la oferta, tentado por la oportunidad de ganar poder. Pero, con una furia contenida y una rabia indescriptible, dijo, con una voz firme:

—Estaba a punto de aceptar unirme... pero acaban de matar a mi soldado.

Alice, al ver el desenlace y la frustración de su comandante, pidió permiso para actuar. Su lógica, siempre fría y calculadora, no tardó en determinar que era hora de tomar cartas en el asunto.

—Permiso para pedir un rifle —dijo, sin titubear.

Rokugo asintió, sin dudar un instante. Alice era una de las pocas que tenía la habilidad de calcular cada paso con precisión quirúrgica.

Con un rifle en manos, Alice disparó con precisión, hiriendo al guardaespaldas de Heine. El impacto lo derribó momentáneamente, y tanto él como Heine se vieron obligados a retirarse, dejando atrás la batalla.

De regreso en el País de Grace

El silencio que siguió fue pesado, como si la muerte de Grimm estuviera pesando sobre cada uno de ellos. Rokugo, sin embargo, no pudo evitar sentir la profunda pérdida de una compañera que, por rara que fuera, tenía un lugar en su equipo.

—Necesitamos hacer un funeral para ella —sugirió Rokugo, mientras miraba el cuerpo destrozado de Grimm, que todavía estaba en su silla de ruedas, su rostro aplastado bajo el peso del martillo del guardaespaldas.

Pero fue Snow quien interrumpió la propuesta, con una expresión fría pero pragmática.

—Eso no matará a Grimm, al menos no para siempre —dijo, con su tono distante. Luego, viendo la confusión en los ojos de Rokugo, agregó—. Grimm puede revivir si la llevamos al templo de Zenarith y le colocamos una ofrenda que tenga valor sentimental para ella. Solo entonces podrá regresar, como ha ocurrido en el pasado.

Rose, aún observando el cuerpo de Grimm, tomó una de las calabazas de las provisiones de los demonios y las colocó cuidadosamente sobre la cara de Grimm, cubriendo su rostro aplastado. El gesto fue extraño, casi como una forma de respeto por alguien que ya no podía protegerse a sí misma.

Rokugo, aunque aún incrédulo sobre el poder de Grimm, asintió.

—Vamos, entonces. Llevémosla al templo. —dijo, como si la única salida fuera seguir el curso de acción que Snow les había indicado.

De camino al templo, Snow comentó sin mucha emoción:

—En Grace

Snow: a Grimm la enviaron a misiones peligrosas precisamente porque sus superiores querían deshacerse de ella. Ella nunca fue vista como una verdadera guerrera, más bien una herramienta de desgaste.

Rokugo, sorprendido por la revelación, no dijo nada. Su mente aún estaba procesando todo lo sucedido, mientras observaba cómo los demás caminaban en silencio, llevando a Grimm a su templo para restaurarla. Cuando llegaron al templo de Zenarith, Rokugo se apartó un poco, en silencio.

—Quiero estar a solas cuando se restaure —dijo, refiriéndose a la resurrección de Grimm. Quería ver por sí mismo si los poderes de Grimm eran tan reales como Snow decía.

(Una resureccion despues)

—Entonces… Grimm, ¿quieres decirme cómo es que reviviste? —preguntó Rokugo, mirándola con genuina curiosidad.

Grimm, que ya estaba nuevamente en su silla de ruedas como si nada hubiera pasado, sonrió con un aire místico. —Mi señora Zenarith es quien me devuelve a la vida cada vez que muero, siempre y cuando me dejen en su templo con algo que tenga valor sentimental para mi "amado", o al menos algo que alguien aprecie.

Rokugo la miró, impresionado. —Espera, ¿me estás diciendo que realmente… muerto cientos de veces y te han revivido?

—Así es —respondió Grimm con orgullo—. No es la gran cosa… la muerte es solo un pequeño inconveniente para alguien tan devota como yo.

Rokugo rió, impresionado y a la vez intrigado. —Eres una caja de sorpresas, Grimm. Ya sabes… —la miró de reojo, con una sonrisa—, si quieres una cita para celebrar tu regreso a la vida, puedo hacer un espacio en mi agenda.

Grimm lo miró emocionada, sus ojos brillando. —¿¡De verdad!? ¡Entonces, vamos a una cita ahora mismo!

Rokugo no perdió la oportunidad de ganar puntos malos y canjeó una silla de ruedas de metal, más resistente que la de Grimm. Juntos, salieron por la ciudad, comenzando un paseo poco convencional. Rokugo, con un aire de indiferencia, miraba las parejas que pasaban, mientras que Grimm, con una mezcla de envidia y resentimiento, lanzaba miradas fulminantes a cada pareja.

—Oye, Rokugo —dijo Grimm, con un tono de amargura—. ¿Por qué todos tienen a alguien menos yo?

Rokugo se encogió de hombros. —Porque tu vida amorosa es un desastre. Pero hey, al menos puedes desquitarte con esos puntos malos. ¿Quieres intentar algo?

Grimm sonrió de manera maliciosa, dándose cuenta de que, efectivamente, podría divertirse un poco. Observó a una pareja de enamorados que caminaba de la mano, y, antes de que Rokugo pudiera detenerla, se acercó y pateó a uno de ellos, nada menos que a una mujer policía, directamente en la cara.

—¡¿Qué demonios estás haciendo?

—¡Ella tiene novio y yo no! ¡¿Cómo es justo eso?! —respondió Grimm, claramente desquitándose.

Rokugo no pudo evitar reír mientras observaba el caos que Grimm había causado, el cual él mismo había provocado en parte con su idea de ganar puntos malos. Definitivamente, esta "cita" con Grimm era algo que jamás podría olvidar, aunque estuviera claramente lejos de ser una cita convencional.

—Vaya, eres toda una joya, Grimm. Nunca cambiarás, ¿verdad?

Grimm sonrió, satisfecha. —¡Claro que no!

Al día siguiente, en la sala de reuniones del grupo de Rokugo, la rutina comenzó de manera... peculiar

Escenario: Cocina del cuartel

El día siguiente llegó con una sensación de incomodidad palpable para Rokugo y su grupo. La noche anterior había sido un torbellino de emociones, y el cansancio se reflejaba en sus rostros. Grimm, con su resurrección, había vuelto a la vida, aunque con la misma actitud y el mismo comportamiento excéntrico de siempre. A pesar de la situación caótica, ella había insistido en acompañar a Rokugo, lo cual le dio un aire aún más bizarro a la misión.

Rokugo, cansado y algo irritable por las noches sin dormir y las constantes sorpresas, fue el primero en ingresar a la sala donde la princesa Tilis, su padre el Rey y los altos mandos militares de Grace lo esperaban. El ambiente estaba tenso, la incomodidad flotaba en el aire mientras los líderes del Reino de Grace se reunían para discutir lo que había ocurrido con el ejército de Lord Demonio.

Rokugo entró de manera poco ceremoniosa, como si estuviera molestándose por ser convocado a esa reunión, con el cabello alborotado y una mirada de cansancio que no pasó desapercibida.

—Lo lamento —dijo sin interés, mientras se dejaba caer en la silla frente a ellos, cruzando los brazos—. A pesar de que mi unidad tiene solo dos mujeres y dos niñas, fuimos capaces de frenar el avance del ejército de Lord Demonio. Destruimos sus provisiones. ¿Qué opinan de eso?

La princesa Tilis, que estaba sentada al frente, frunció el ceño, confundida. Sus ojos se desplazaron hacia su padre, el Rey, quien parecía igualmente desconcertado por el tono de Rokugo.

—¿Cómo fue posible? —preguntó el Rey, escéptico.

La princesa Tilis, sin embargo, parecía algo más interesada en las palabras de Rokugo. Con una calma un tanto tensa, agradeció a Rokugo por sus esfuerzos, pero no dejaba de observarlo con una mezcla de curiosidad y desconcierto.

—Te agradezco por lo que hiciste. No puedo decir que no me sorprendiera ver que una unidad tan pequeña haya logrado tal hazaña —dijo la princesa, con una ligera inclinación de cabeza—. Pero debo decir que las circunstancias son aún más complicadas de lo que parece. Mi hermano... él es "El Elegido".

Rokugo, que no tenía idea de lo que esto significaba, levantó una ceja, curioso. La princesa Tilis continuó, con una mezcla de orgullo y un toque de preocupación en su tono.

—Mi hermano ha despertado el "Poder Despertado". Esa habilidad especial le permite saber exactamente qué hacer en cada situación, como si tuviera una visión clara del futuro. Además, tiene la capacidad de manifestar la fuerza de un titán en su forma humana. Pero lo más impresionante es que puede acceder a la experiencia en combate de nuestros ancestros a través de algo que llaman "los Caminos". Todo esto le permite proteger a nuestro Reino de Grace.

El Rey, escuchando esto, soltó una risa escéptica, haciendo que la princesa frunciera el ceño aún más.

—¡Son solo leyendas! —dijo el Rey, burlándose de las palabras de su hija—. ¿Cómo puede alguien creer en esa tontería?

Pero antes de que se pudiera generar más conversación al respecto, Rokugo, con una mirada algo despectiva, se recostó en su silla con los ojos entrecerrados.

—Sí, claro. Como si los ancestros de todos ustedes no fueran los que realmente nos dieron esta misión tan... fácil —dijo, refiriéndose a su tarea de destruir provisiones y frenar el ejército enemigo—. Yo no soy un mago ni un héroe legendario. Solo soy alguien que hace lo que tiene que hacer.

La princesa Tilis, sin embargo, no estaba completamente relajada. Sus ojos se detuvieron en la mano de Rokugo, y un atisbo de pánico pasó por su rostro.

—¿Qué... qué es eso? —preguntó, señalando una marca venenosa en la mano de Rokugo.

La marca era una extraña cicatriz, una especie de mancha oscura y venenosa que parecía haber sido hecha por algún tipo de insecto o criatura mortal. A la princesa le tembló la voz por un segundo, y se levantó de su silla, acercándose a Rokugo con una expresión de preocupación.

Rokugo, por su parte, se encogió de hombros, algo cansado de la reacción de todos.

—Es solo una picadura de insecto —respondió con desdén—. No me afecta.

La princesa, sorprendida, miró la marca, aún horrorizada. Pero lo que más la sorprendió fue que, a pesar de lo que parecía una picadura mortal para cualquiera en el Reino de Grace, Rokugo parecía completamente inmune.

—¿Pero... cómo es esto posible? —murmuró, incapaz de comprenderlo.

Rokugo, con su habitual paso indiferente, salió de la sala de la princesa Tilis para dirigirse al campo del ejército, ya bastante cansado de las formalidades y sin ganas de lidiar con más sorpresas. Cuando cruzó el umbral de la entrada, lo primero que notó fue a Rose corriendo hacia él, con una expresión de pura desesperación en su rostro.

—¡Rokugo! ¡Ayúdame! —gritó Rose, casi tropezando en su carrera mientras se acercaba a él.

Rokugo la observó con una ceja alzada, sin comprender de inmediato lo que sucedía.

—¿Qué pasa ahora, Rose? —preguntó, sintiendo que su paciencia ya estaba al límite.

Rose, mirando nerviosa a su alrededor, se acercó con cautela y, de manera casi furtiva, susurró:

—Es Alice... Está tratando de... ¡hacerme comer chapulines!

Alice, que estaba a unos pasos detrás de ella, tenía una bandeja llena de los insectos dorados sobre una mesa improvisada. Ella, con su usual calma robótica, miraba a Rose de una manera casi científica, como si estuviera analizando algo.

—Rose, si comes estos chapulines, te volverás invencible. Absorberás las habilidades de estos monstruos. Es un cálculo lógico y simple —dijo Alice, con una voz monótona, mientras señalaba los chapulines con la misma precisión con la que manejaría un experimento de laboratorio.

Rose, visiblemente asqueada, miró los insectos con horror, su estómago haciendo una especie de nudo de solo pensarlo.

—¿Invencible? —murmuró con voz temblorosa—. ¿Y estos... cosas pueden hacer eso? ¡Es una locura! ¡Esto sabe mal y huele raro!

Rokugo, aún con el sueño a cuestas pero comenzando a entender la situación, observó la bandeja y luego a Rose, sin mucho interés en el dilema de la comida, pero sabiendo que la lógica de Alice no solía fallar.

—Bien, Alice —dijo, convencido por la idea—, si crees que eso va a funcionar, no le hagas esperar tanto. ¡Que se lo coma de una vez! Yo también quiero ver qué pasa.

Rose, claramente aterrada, agarró un chapulín con la mano temblorosa, pero lo miró como si estuviera a punto de morder una bomba de tiempo.

—¡No! —gritó, dándole vueltas a la situación—. ¡Esto no tiene sentido! ¡La humanidad es tonta! ¿Por qué diablos tengo que hacer esto?

Alice, sin perder la calma, dio un paso adelante, con una sonrisa casi imperceptible en su rostro.

—Bueno, si lo comes, te daré algo delicioso después... 

Rose. ¿Qué opinas?

Rose, con el brillo de la esperanza en sus ojos, miró a Alice como si fuera la salvación de todos sus males. Sin pensarlo demasiado, dejó escapar un suspiro de alivio.

—¿De verdad? ¿Chocolates? ¡Eso suena genial! ¡Sí! Lo haré, si me das eso...

Pero antes de que pudiera dar el primer bocado al chapulín, Alice rápidamente rompió su ilusión con una sonrisa fría.

—No chocolates, Rose. Te daré silicona. Será algo muy nutritivo... y ayudará a... cómo decirlo... a aumentar el tamaño de tu pecho —dijo Alice, con la misma precisión clínica que había utilizado para hablar de los chapulines.

Rokugo, que estaba observando toda la escena, se quedó en silencio por un momento. Luego, con una expresión de completo interés, se acercó a Rose y la miró con una ligera sonrisa maliciosa.

—Silicona... Hm, sí. Me pregunto cómo te quedaría, Rose, si tuvieses algo así. ¡Quizás quedarías como una nueva versión de ti misma, con... más "impacto"!

Rose, al escuchar eso, se sonrojó intensamente y su rostro adoptó una expresión de absoluta incomodidad. Ella se quedó quieta por un momento, mirando a Rokugo y luego a Alice, antes de gritar con frustración.

—¡Yo estoy contenta con mi cuerpo, malditos tontos! ¡No quiero silicona!

Y en ese momento, el impulso de la desesperación la tomó por completo. Con una fuerza incontrolable, Rose escupió una feroz llamarada de fuego justo en dirección a Alice y Rokugo, la cual provocó que ambos se apartaran rápidamente, con Rokugo retrocediendo un par de pasos.

—¡Nunca me obligues a comer eso! ¡Nunca! —exclamó Rose, furiosa mientras se abrazaba a sí misma.

Alice, por su parte, no pareció tan afectada por el ataque. Simplemente observó a Rose con la misma calma, como si nada hubiera sucedido.

—¿Ves? —dijo Alice sin cambiar su tono—. Ese es el tipo de poder que puedes obtener, Rose. Solo necesitas abrir tu mente a las posibilidades.

Rokugo, con una risa nerviosa, levantó las manos, intentando calmar la situación.

—Vale, vale. Ya lo entiendo. No vamos a forzar a Rose a comer chapulines... ni silicona.

Alice, imperturbable, miró a Rose y respondió con su tono mecánico. —Rose, tienes una mentalidad muy limitada.

Alice iria hacia Rokugo y en su idioma natal comentaria - Si Rose consume los nutrientes adecuados, eventualmente podría convertirse en la herramienta de combate perfecta de Kisaragi.

Rokugo asintió, saboreando la idea. —Sí, exactamente. Solo tenemos que… guiarla sutilmente hacia el camino correcto. —Hizo un gesto dramático, como si se tratara de una obra maestra en progreso—. Con paciencia, Rose se convertirá en nuestra soldado imparable.

Rose, que todavía miraba los chapulines con horror

Alice, indiferente a la resistencia de Rose, simplemente murmuró para sí misma: —La resistencia es inútil. Eventualmente, Rose entenderá el poder que puede alcanzar.

Rokugo y Alice intercambiaron una mirada cómplice, sabiendo que este era solo el primer paso en su plan para convertir a Rose en la herramienta de combate perfecta de Kisaragi.

Al día siguiente, mientras Rose se ocupaba de entrenar a su manera y lidiaba con la tensión de su trabajo en el ejército de Grace, Rokugo y Alice se acercaron a ella, de una manera más sutil de lo habitual. Habían descubierto algo que les resultaba intrigante: Rose no solo estaba allí porque lo necesitaba, sino porque tenía un objetivo aún mayor, relacionado con "El Abuelo", el hombre que la había encontrado en el tubo criogénico años antes de morir. Si trabajaba para el ejército de Grace, podría acceder a la investigación de este misterioso hombre, y con esa información, ambos planeaban corromperla lentamente, convirtiéndola en una de las armas más poderosas que Kisaragi jamás haya conocido.

Rokugo, con su usual actitud relajada, dio un paso hacia Rose mientras Alice la observaba con una expresión calculadora.

—Rose —dijo Rokugo, con una sonrisa astuta—, sabes que siempre eres bienvenida en Kisaragi. Tenemos grandes planes para ti... ya sabes, por si alguna vez quieres... salir de este ejército de Grace.

Rose, al escuchar esas palabras, frunció el ceño, sin entender bien lo que Rokugo quería decir.

—¿Bienvenida? —respondió, confundida—. Pero... ¡ya formo parte de su grupo! ¡Ya estoy trabajando con ustedes!

Alice se acercó aún más, su voz suave pero firme.

—Pero... hay mucho más que podemos ofrecerte. Kisaragi es... diferente. No solo se trata de batallas, Rose. Se trata de evolucionar. Y con lo que podemos lograr, no hay límites para lo que podrías llegar a ser.

Rose dio un paso atrás, sus nervios haciéndose más evidentes. Algo no le cuadraba en las palabras de Rokugo y Alice. Su instinto le decía que sus intenciones no eran tan puras como las presentaban. Algo en la forma en que se acercaban la hacía sentirse incómoda, como si estuvieran tratando de presionarla a un destino que no deseaba.

—No quiero... nada de eso —dijo, con una voz que ahora denotaba una mezcla de desconfianza y malestar—. No soy una pieza más en un experimento.

Rokugo y Alice intercambiaron una mirada rápida, como si supieran que el juego estaba apenas comenzando. Luego, con una actitud más relajada, Rokugo hizo un gesto hacia Alice.

—Bueno, aún estamos en una etapa preliminar, ¿verdad, Alice? —dijo, sonriendo con cierto aire de diversión—. Pero recuerda, Rose... siempre puedes cambiar de opinión. Kisaragi está dispuesta a ofrecerte mucho más.

Rose, sintiendo que la presión aumentaba, miró a ambos, claramente sintiéndose atrapada entre sus intenciones. No sabía qué hacer con ellos, pero sabía que debía mantenerse firme. Finalmente, sin darles más tiempo, se dio la vuelta y caminó hacia otro lado.

—Voy a seguir haciendo mi trabajo. No necesito que me ofrezcan más cosas. —su voz era decidida, aunque su mente seguía llena de dudas.

Rokugo y Alice no dijeron nada más, pero sus sonrisas indicaban que, aunque no fuera en ese momento, Rose eventualmente entendería lo que significaba estar realmente en Kisaragi.

Escenario: Cuarto de Rokugo

Esa misma tarde, después de una misión que había salido más o menos bien, Rokugo y Alice regresaron a su habitación asignada en el cuartel. La habitación les sorprendió de inmediato. A pesar de estar en un mundo medieval, el lugar parecía más bien una estancia moderna, con tecnología que Rokugo nunca había visto en otros mundos. La cama era extraña, la luz artificial era más brillante que cualquier vela, y el baño parecía sacado de un hotel de lujo.

Mientras Rokugo exploraba su habitación, su sorpresa fue mayúscula al descubrir un televisor y un par de focos encendidos en las paredes. ¿Qué clase de tecnología anticuada es esta? Se rascó la cabeza, tratando de descifrar cómo este mundo aparentemente medieval tenía estos artefactos eléctricos funcionando en perfectas condiciones.

—Interesante… parece que este lugar tuvo tecnología avanzada en algún momento… pero se quedaron atascados en alguna clase de regresión tecnológica. —Murmuró para sí, entretenido con sus hallazgos.

Mientras tanto, en otra habitación, Grimm, Snow y Rose tenían una conversación algo… delicada.

—Dime la verdad, Grimm, ¿tú también lo notaste? —preguntó Snow en voz baja, con los ojos entrecerrados—. Ese Rokugo… no sé, pero tiene una mirada extraña hacia Alice. Y ella parece tan… tan joven.

Grimm asintió con desconfianza. —Sí, y no es solo Alice. Siempre lo veo haciendo comentarios inapropiados a las mujeres que pasan cerca. Incluso la otra noche, lo vi tratando de ver debajo de la falda de una mujer del pueblo solo para luego reír como si fuera un juego.

Rose, que escuchaba atentamente, pareció confundida. —¿Pero por qué alguien querría ver debajo de una falda? ¿Es algún tipo de truco de combate?

Grimm suspiró, tratando de explicarle sin complicar las cosas. —Es… una especie de manía que tiene. Es raro. Tal vez sea un pervertido que se siente atraído por las chicas jóvenes como Alice.

Snow apretó los puños, claramente molesta. —Si ese es el caso, lo enfrentaré. No dejaré que alguien así se salga con la suya en el ejército de Grace.

Pero, antes de que pudieran conspirar más, una llamada urgente interrumpió su conversación. Al parecer, había noticias importantes.

Rokugo se dejó caer en la cama, mirando al techo, pensativo.

—¿Sabes, Alice? He ascendido tan rápido, tengo a las mujeres más fuertes a mi lado, y sin embargo, no puedo creer que... ¡ninguna de ellas se haya enamorado de mí! —se quejó, con una expresión entre confundida y desilusionada—. ¡Y ni siquiera he tenido un accidente decente! ¡Nada de toparme con una chica por accidente o ver debajo de su falda! ¿Qué pasa conmigo?

Alice, observando el enojo de Rokugo, suspiró levemente.

—Te pidieron que dejaras de ponerte a estorbar en los pasillos a propósito. —dijo, sin perder la calma—. Tal vez ese sea el problema, ¿no?

Rokugo la miró con una mezcla de frustración y resignación.

—No puedo creer que esté hablando de esto contigo. Pero... —su tono se suavizó un poco, y su mirada se desvió hacia Alice—.

Rokugo, aún un poco molesto, dejó escapar un suspiro.

—Tocar la silicona de un robot no es lo mismo... —murmuró, como si esperara una respuesta diferente.

Alice lo miró por un segundo, antes de girar los ojos, exasperada.

—Eso no tiene sentido, Rokugo. Deberías concentrarte en lo que realmente importa. —dijo con un tono más directo.

Justo en ese momento, la puerta se abrió de golpe, y Snow entró en la habitación con una expresión avergonzada en su rostro.

—Rokugo... —dijo, mirando a los dos con incomodidad—. Te llaman a la sala de reuniones.

Rokugo levantó una ceja, algo confundido por la interrupción.

—¿Reuniones? ¿Ahora? Bueno, supongo que no tengo más remedio que ir, ¿verdad? —dijo, levantándose rápidamente y ajustándose la ropa.

Alice, con una expresión neutra, asintió.

—Vamos, Rokugo. Que el show continúe.

Escenario: Sala de Reuniones

La reunión comenzó rápidamente, y la voz de un comandante resonó en el lugar. —¡Atención! Nos informan que el ejército del Lord Demonio está avanzando hacia el país. El hermano de la princesa Tilis, nuestro elegido para salvarnos de la amenaza, ha sido malherido en el último combate. También hemos recibido información de una poderosa arma que los demonios han colocado en una torre bajo su dominio.

Rokugo cruzó los brazos, mostrando una sonrisa de confianza. —¿Una torre con un arma poderosa, eh? Yo digo que simplemente deberíamos volarla.

El comandante frunció el ceño. —No es tan fácil. Esa torre está fuertemente custodiada, y perderíamos demasiadas tropas en un ataque directo.

Rokugo- Pues podemos quemar el primer piso y que las llamas los maten a todos con el calor

Toda la junta se horrorizaria de las ideas de Rokugo,. La peticion seria negada

—Pues en ese caso… —Rokugo mostró una sonrisa astuta—, yo y mi equipo entraremos por la fuerza, en modo sigiloso, y tomaremos la torre desde adentro mientras ustedes distraen al ejército enemigo. ¿Qué dicen?

El comandante dudó, pero finalmente accedió. Después de todo, Rokugo y su "escuadrón" eran los únicos lo suficientemente temerarios para intentar una misión así.

—La ofensiva debe ser mañana al amanecer —dijo uno de los comandantes, mirando a Rokugo con una seriedad palpable.

Rokugo, sin embargo, los miró sin mostrar ni un atisbo de emoción.

Escenario: La Torre Duster

Dentro de la torre, el equipo de Rokugo avanzó con sigilo y encontró lo que parecía ser un tesoro oculto. Entre los artefactos, lograron obtener un mapa con la posición exacta del ejército del Lord Demonio, lo cual resultaría invaluable para sus siguientes movimientos.

—¿Relajarse? ¿Cómo puedes pensar en eso cuando la torre está bajo control enemigo? —preguntó, incrédula.

Rokugo la miró con una calma absoluta.

—Porque Grimm trabaja mejor de noche. Y si Grimm no despierta, entonces mi escuadrón no sirve de nada. —respondió, como si fuera la explicación más lógica.

Snow, que estaba escuchando con atención, se levantó bruscamente, evidentemente molesta.

—¿Grimm? ¿Eso es lo más importante para ti ahora? La batalla ha comenzado, ¡y recuperar la torre nos hará famosos! —protestó, su voz cargada de frustración.

Rokugo sonrió levemente, como si estuviera a punto de revelar un secreto.

—Lo sé, Snow, pero también sé que hay demonios cabra en el último piso de la torre. Esos malditos fueron los que derrotaron al "Elegido". Y no sé si estamos listos para enfrentarlos. —dijo, en un tono más grave.

Snow lo miró con desdén, claramente decepcionada.

—¿Entonces vas a quedarte aquí mientras otros luchan? —preguntó, sin poder ocultar su desaprobación.

Rokugo no respondió, sólo hizo un gesto hacia Grimm, que seguía dormida en su silla, aparentemente ignorante de todo lo que sucedía a su alrededor.

—Es una cuestión de estrategia —dijo con tranquilidad—. Ahora, si me disculpas, descansaré hasta la noche. Después de todo, Grimm necesita su descanso.

Con un suspiro de frustración, Snow salió 

decidida a no esperar más. La guerra no podía esperar.

La noche llegó, y con ella la noticia de que Snow había intentado asaltar la torre, pero había fracasado estrepitosamente. Al regresar, su rostro estaba marcado por el cansancio y la derrota.

Rokugo, sentado en la esquina de la habitación, no pareció sorprenderse demasiado. Observó a Snow con una mirada fría.

—¿Fallaste? —preguntó sin tono de reproche, como si ya lo supiera.

Snow lanzó una mirada fulminante hacia él, pero se limitó a asentir.

—Sí, los demonios cabra son más fuertes de lo que pensaba. —respondió, exhausta.

Rokugo la observó por un momento, luego se giró hacia Grimm, que seguía dormida en su silla, aparentemente ajena a todo. Suspiró y murmuró algo entre dientes.

—Grimm gime de una forma graciosa mientras duerme... —dijo, distraído, como si lo estuviera diciendo para sí mismo.

En ese momento, Grimm, aún dormida, murmuró en voz baja.

—...los pechos de Grimm... suplicándole al comandante...

Snow, al escuchar esto, se levantó de golpe, su rostro rojo de furia.

—¡¿Qué?! —exclamó, furiosa—. ¡¿Qué está soñando esa tonta?! Si sueña cosas raras otra vez, ¡la mataré!

Grimm, aparentemente ajena al peligro, giró la cabeza hacia Snow y murmuró en su sueño:

—...¡comandante! Por favor...

Snow, completamente indignada, desenvainó su espada con la intención de acabar con Grimm de inmediato. Sin embargo, Rokugo intervino rápidamente, levantando una mano.

—Snow, ¿acaso no recuerdas que el enemigo está en la torre? —dijo, su tono firme y serio.

Snow lo miró, a punto de explotar, pero al ver la seriedad de Rokugo, dejó caer la espada a su lado, suspirando pesadamente.

—¡Maldita sea! —dijo, exasperada—. No puedo con esta situación... ¡No puedo creer que estemos perdiendo el tiempo con esta idiotez!

Rokugo, sin perder la compostura, se levantó lentamente y se acercó a Grimm.

—Vamos, Snow, deja que Grimm sueñe lo que quiera. Lo que importa es la torre. y esa es nuestra verdadera misión. No te distraigas con tonterías. —dijo, mientras observaba a Grimm, que seguía sumida en su sueño inconsciente.

Grimm, sin embargo, al escuchar a Rokugo, volvió a murmurar, esta vez un poco más claro.

—...Yo soy el comandante... te lo prometo...

Snow, mirando la situación con un enojo contenido, se giró hacia Rokugo.

—No sé cómo puedes aguantarla... —dijo, mientras caminaba hacia la puerta—. Pero bien, lo haré. Volveré a la torre, con o sin Grimm.

Rokugo asintió, aún sin inmutarse.

—Hazlo.

La noche había caído, pero el plan aún estaba en marcha. La torre Duster se alzaba imponente frente a ellos, y Rokugo observaba con calma desde una distancia, analizando la situación. Sin embargo, antes de actuar, tenía que asegurarse de que su escuadrón estuviera listo.

Grimm se despertó lentamente, frotándose los ojos, sin entender mucho de lo que había ocurrido mientras dormía. Al verla despertar, Rokugo canjeó algunos de sus puntos malos, redirigiéndolos en su gancho a presión, una de sus habilidades adquiridas. Como si todo fuera parte de una rutina, comenzó a colocar pensamientos estratégicos en su mente, fragmentos de imágenes de la torre y sus pisos.

—Hoy debemos tomar la torre desde afuera. —dijo Rokugo, mientras observaba cómo los soldados de Grace seguían estancados en el quinto piso, luchando sin avances claros.

—¿Por qué no vamos a luchar piso por piso? —preguntó Snow, su tono de voz lleno de incertidumbre, como si estuviera dudando de la validez del "atajo" que Rokugo sugería.

Rokugo no la miró, centrado en la observación de la torre.

—Porque es más eficiente así. Los demonios de los pisos superiores están relajados. No sospechan que les vamos a atacar por fuera. No perdamos tiempo peleando como tontos. —respondió con frialdad.

Alice, que estaba observando la situación desde abajo, levantó la vista y, con una sonrisa de complicidad, comentó.

—A partir de ahora, tu apodo será Mutante-tanga. —dijo, refiriéndose a Grimm que, por posición, estaba al final de la fila, claramente visible desde donde Alice estaba.

Grimm se tensó al escuchar el comentario. Su rostro pasó de la confusión a una mezcla de irritación y ofensa.

—¿Qué has dicho, Alice? —preguntó con los dientes apretados.

Alice, sin cambiar su expresión, la miró por debajo de su gafas y replicó con calma:

—Nada que no te haga ver el resultado de tus elecciones de vestimenta.

Grimm se percató, por fin, de que estaba al final del grupo y entendió la broma. Miró hacia abajo y vio que, efectivamente, su falda era la razón de la incomodidad de su posición.

—¡Vaya! ¿Ahora la culpa es mía por usar falda? —gruñó Grimm, enojada, pero sin que su tono se convirtiera en un grito.

Mientras tanto, Snow, que había pasado todo el día luchando sin éxito por intentar llegar a la torre, finalmente comenzó a sentir los efectos de su cansancio. Sus brazos estaban agotados, y la frustración de no haber conseguido avances en la torre la dejó totalmente extenuada.

Rokugo, que la observaba en silencio, notó cómo Snow estaba perdiendo fuerzas. Cuando vio que ella comenzaba a tambalearse, rápidamente la sujetó antes de que cayera.

—¿Te vas a caer? —preguntó Rokugo con una sonrisa algo inquietante, mientras la levantaba para colocarla en su espalda, como si fuera una carga más.

Grimm, observando esta situación, alzó una ceja, algo confundida, pero también molesta.

—¡Rokugo! ¡Suéltame! —exclamó Snow, con el rostro encendido por la vergüenza.

Rokugo, sin embargo, aprovechó la oportunidad y la sujetó con más firmeza.

—Una caída de esta altura podría matarnos, Snow. Si caemos, todos caemos

Snow, aunque avergonzada, no dijo nada más. Se aferró a Rokugo mientras él ascendía, sintiendo la incomodidad de estar tan cerca de él, pero sin tener otra opción. En su mente, un pensamiento se repetía: todo por la misión.

Mientras tanto, Snow observaba todo desde un costado, con el rostro enrojecido por la indignación. No soportaba ver cómo Rokugo la miraba con esa sonrisa pervertida, disfrutando de la situación más de lo que debería.

—¡Te juro que te mato si no me sueltas! —gritó Snow, tomando su cuchillo y apuntando hacia Rokugo.

Sin embargo, él reaccionó rápidamente, empujando su cuchillo hacia un lado y mirándola con seriedad.

—Si me apuñalas, Snow, todos morimos. ¿Entiendes eso? Si yo caigo, tú también, y si tú caes, las demás caerán también. No hay nadie que pueda salvarnos.

 Snow, aunque furiosa, no pudo evitar frenar su mano. Sabía que Rokugo tenía razón. Un solo movimiento en falso podría acabar con ellos. Y por muy poco que le gustara, no podía arriesgarse a que todo el equipo fallara.

—¡Tú eres el peor! —gruñó Snow, dejando el cuchillo, aunque claramente seguía molesta.

Rokugo sonrió con satisfacción al ver que Snow se calmaba, mientras seguía ascendiendo. El peso de la situación estaba sobre ellos, pero él sabía que este pequeño inconveniente solo iba a hacerlos más fuertes. Sin embargo, no pudo evitar un pensamiento más oscuro: La torre será nuestra, y no importa lo que cueste.

Finalmente, llegaron a la cima de la torre. El desafío estaba por comenzar, pero ya sabían lo que les esperaba. Solo quedaba una cosa por hacer: tomarla.

El último piso de la torre Duster estaba custodiado por dos demonios cabra, enormes y armados, con sus cuernos curvados hacia atrás y miradas salvajes. Ambos estaban de pie frente a la puerta, y su presencia irradiaba amenaza. Rokugo se detuvo unos segundos antes de saltar hacia el primero, empujándolo hacia atrás con una fuerza sorprendente. El demonio cabra, sorprendido, se aferró con una mano a la escalera, su otra mano blandiendo una espada.

El segundo demonio cabra, al ver que su compañero estaba en problemas, sacó su espada para atacar a Rokugo, pero Rokugo ya había calculado su jugada.

—¡Disparen! —ordenó, señalando a su escuadrón con la mano. En un instante, Snow, Grimm y Rose comenzaron a lanzar piedras a la mano del demonio cabra colgado. Las piedras impactaron una tras otra, y el demonio cabra, dolorido, no pudo evitar soltar la escalera, cayendo al vacío.

Aprovechando el momento de duda del demonio cabra que había quedado frente a él, Rokugo lo noqueó 

—¡Vamos! —dijo Rokugo con voz firme, mirando al demonio caído que intentaba recomponerse—. Si quieres llevarte a tu hermano para que reciba asistencia médica, tendrás que pagar.

El demonio cabra que había caído de la escalera intentó levantarse con dificultad, viendo cómo su hermano estaba siendo arrastrado por Rokugo. Sin embargo, cuando vio la mirada fría de Rokugo, entendió que no tenía otra opción.

—¡Rendición! —gritó el demonio cabra, mientras levantaba las manos al aire, indicándole a Rokugo que no iba a seguir luchando. Con una última mirada a su hermano, lo levantó y comenzó a retirarse, sin soltar su espada—. ¡Devuelvan la torre a Grace!

Rokugo, satisfecho con el resultado, se acomodó en su lugar y observó la torre. Escuchó el sonido familiar de su chip avisando sobre los puntos obtenidos, pero también recibió un recordatorio de sus puntos negativos.

—Ah, bueno, qué mal... —dijo Rokugo con una sonrisa burlona—. Al menos tenemos el control de la torre.

Grimm, Snow y Rose lo miraron, un poco avergonzadas por la forma en que Rokugo había manejado la situación, pero no podían negar que había funcionado.

—Eres un verdadero hijo de puta, ¿lo sabías? —murmuró Grimm, cruzando los brazos y mirando al suelo, mientras Snow se limitaba a mirar con desaprobación.

Rokugo, sin perder su actitud confiada, dio un paso atrás, preparándose para regresar al campamento.

La noche cayó sin problemas, y al caer la oscuridad, Snow apareció en la habitación de Rokugo y Alice, como parte de la rutina en el ejército de Grace. Traía consigo la paga por sus servicios, entregando el sobre con una sonrisa algo incómoda.

Rokugo, completamente tranquilo y deliberadamente en ropa interior, se sentó sobre la cama, disfrutando de la incomodidad que causaba su presencia. La situación estaba hecha para incomodar a Snow, y lo sabía perfectamente.

—¿Qué haces en el cuarto de un hombre en la noche? ¿Te me estás insinuando, tetona? —dijo con una sonrisa amplia, disfrutando del efecto de sus palabras.

Snow, furiosa y con los ojos entrecerrados, lo miró con la intención de saltar sobre él y golpearlo.

—¡No me llames así, maldito pervertido! —gruñó Snow, mientras intentaba evitar el contacto visual.

Alice, por su parte, observaba la escena con una lógica casi robótica. Sin ningún tipo de preocupación emocional, tomó nota de las palabras y la situación.

—Registrando... "Tetona", apodo recibido —dijo Alice, con su tono monótono. Luego, mirando a Snow, añadió—: ¿Les gustaría que me retire para que ustedes se diviertan?

Snow la fulminó con la mirada, mientras Rokugo, ahora mucho más relajado, tomó 

la paga y lo examinó, con una expresión pensativa.

—Si con esto es suficiente para vivir por un año con lujos, tal vez debería renunciar a Kisaragi. —comentó Rokugo, sin dar importancia a las reacciones de Snow—. Cuando estuve en el desierto del Sahara, luchando durante un mes, la paga fue miserable. Miserable.

Alice, siempre calculadora, lo observó mientras analizaba la situación.

—No renuncies. No te lo permito. —dijo con un tono impersonal y firme—. Recuerda que te custodiamos. Ya hemos pasado por demasiado como para retroceder ahora.

Rokugo asintió pensativamente, pero su mirada se desvió por un momento, como si pensara en algo más.

—Astaroth... —murmuró en voz baja, como si estuviera recordando una conversación olvidada.

Snow, un poco confundida por lo que estaba ocurriendo, finalmente comenzó a entender que no todo lo que decía Rokugo tenía sentido en el contexto del Reino de Grace. Y cuando le respondió en su idioma, Rokugo y Alice ya se habían cambiado a su dialecto, en japonés, gracias al chip de Rokugo.

—¿Qué? —dijo Snow, desconcertada. Sabía que algo estaba ocurriendo, pero no podía entender todo lo que Rokugo y Alice se decían entre ellos.

Rokugo miró a Snow y, con una sonrisa, hizo un comentario más:

—No te preocupes por lo que no entiendes. Esto es un asunto de Kisaragi. —respondió mientras se recostaba de nuevo en su cama.

Pero Snow no pudo evitar preguntarse, mientras salía de la habitación, si todo este caos tenía algo que ver con lo que realmente querían lograr.

Al día siguiente, Rokugo estaba descansando tranquilamente en su tienda, disfrutando de su día libre. Con los brazos detrás de su cabeza y los ojos cerrados, parecía completamente despreocupado por lo que sucedía a su alrededor.

De repente, la puerta se abrió con un golpe seco, y el General entró, seguido de Snow, quien parecía estar un poco menos relajada.

—Rokugo, Snow, venid aquí. —Ordenó el General con voz autoritaria, mirando a ambos con seriedad.

Rokugo abrió un ojo, levantándose con pereza, y respondió sin ningún tipo de respeto:

—Hoy es mi día libre, General. ¿Qué quieres de mí? —dijo mientras se estiraba, claramente sin ganas de trabajar.

Snow frunció el ceño, molesta por la falta de profesionalismo de su comandante, pero no dijo nada, sabiendo que tendría que seguirlo de todos modos.

—Rokugo, al menos muestra algo de respeto. Este asunto es serio. —replicó Snow, mirando al General antes de volver a fulminar a Rokugo con la mirada.

El General no tardó en responder, y su rostro se endureció.

—El tesoro que tomaron ayer de la torre ha abierto el camino hacia el castillo de Lord Demonio. —informó con frialdad—. El castillo está oculto en algún lugar del desierto, pero todo su dominio está protegido por barreras que emergen de unas torres visibles. No podemos movernos a través de ellas sin la clave.

Rokugo se enderezó de inmediato, aunque su rostro seguía con una expresión aburrida.

—Ah, entonces el "Elegido" está en camino a enfrentarse al Demonio. Pero... ¿por qué no me sorprende que este castillo esté en algún rincón desértico, bien alejado de todo? —murmuró, sabiendo que iba a tener que enfrentarse a algo mucho más complicado.

El General asintió, y aunque su rostro seguía serio, se notaba una tensión creciente.

—Lo más urgente es que Heine está atacando el Reino de Grace en este mismo momento. Ese es el verdadero problema. El Elegido tal vez tenga la clave para enfrentarse a Lord Demonio, pero... necesitamos que Heine no avance más. —explicó, casi como si estuviera calculando la situación con frialdad.

Rokugo dejó escapar un suspiro largo, sin mostrar mucho entusiasmo. Sabía que este tipo de misiones no solían tener un final feliz.

—¿Y qué quieres que haga yo? —dijo, mirando al General con desdén—. Si está atacando el reino, la situación no tiene pinta de ser sencilla.

Snow, decidida, se adelantó.

—Acepto la misión, aunque no esté de acuerdo con el comandante. Si no actuamos rápido, todo estará perdido. —dijo, con determinación, aunque notaba la tensión en su interior.

Rokugo la miró con desdén, pero no dijo nada. Sabía que la misión ya estaba fuera de sus manos.

Cuando llegaron al lugar de la misión, Alice, siempre meticulosa, se acercó a Rokugo y le advirtió con seriedad.

—Esta misión es suicida. —dijo con tono monótono—. El comandante nos ha enviado con el propósito de que Heine nos mate o nosotros la matemos a ella

. Un ganar-ganar para el General, que claramente no te tiene aprecio.

Rokugo soltó una risa amarga y se frotó la cabeza con frustración.

—Ese egoísta solo piensa en sí mismo. No puedo creer que nos esté usando como peones. —dijo, mirando al horizonte, con una furia contenida—. La verdad es que lo odio 

Las palabras de Rokugo no pasaron desapercibidas para los demás miembros del escuadrón. Snow, Grimm y Rose, al escuchar sus comentarios, lo miraron con incomodidad. Era extraño oírlo hablar así de alguien que, en muchos aspectos, no era tan diferente a él.

—Eres un hipócrita, Comandante ¿sabías? —dijo Rose con una sonrisa sardónica—. No puedes hablar mal del General, cuando eres igual de despiadado. Ambos son un par de cabrones.

Snow asintió con la cabeza, aunque su rostro seguía marcado por la frustración.

—Es cierto, Rokugo. No tienes derecho a hablar así de él. Pero, ¿por qué sigues haciéndolo si sabes que ambos son iguales? —preguntó Alice, dejando ver su confusión.

Rokugo, molesto por las críticas, levantó la mano, señalando al horizonte donde se veía la tormenta de polvo acercándose.

—Los odio a todos por igual. —dijo con frialdad, antes de girarse hacia su equipo—. ¡Retirada! ¡Nos vamos antes de que estemos atrapados entre la espada y la pared!

Pero antes de que pudieran moverse, un sonido ensordecedor rompió el aire. Heine llegó al campo de batalla montada sobre su imponente grifo. Su figura era aterradora, pero lo que sorprendió a todos fue el enorme "golem" que la seguía, un monstruo de aspecto extraño, cubierto por una coraza negra que recordaba a las ruinas de las antiguas murallas.

Rokugo, observando la monstruosa presencia de Heine y su golem, susurró entre dientes:

—Esto acaba de volverse mucho peor.

El caos estalló de inmediato cuando Heine y su monstruoso golem llegaron al campo de batalla. Los soldados que habían acompañado a Rokugo, temerosos ante la presencia de la demonio montada en su grifo y el coloso que la seguía, empezaron a correr alrededor, buscando refugio y esquivando a las unidades demoníacas de Heine. En cuestión de segundos, el escuadrón de Rokugo se vio completamente aislado, dejando al equipo solo ante el imponente golem.

Snow, sin perder de vista al enemigo, se acercó rápidamente a Rokugo, su voz tensa.

—¡Rokugo, ten cuidado! Ese golem se regenera. Su punto débil es su nuca, pero para llegar a ella tendremos que destruir su endurecimiento externo. —dijo mientras observaba con nerviosismo al gigante, que parecía imparable.

Rokugo, mientras miraba fijamente al golem, no parecía tan preocupado como Snow.

—Está bien, lo tengo cubierto. —respondió con calma, pero sin dejar de estar alerta—. Despierta a Grimm para que pueda maldecir al golem y a Heine

Snow lo miró con una ceja levantada, claramente no del todo convencida.

—¿Sabes qué pasó la última vez que intenté despertarla? Casi la dejo sin cuello, Rokugo. —dijo, frunciendo el ceño, claramente reacia a intentar despertar a Grimm otra vez.

Rokugo suspiró, visiblemente frustrado.

ro no tenemos tiempo para peleas internas. ¿Qué vamos a hacer? ¿Dejar que ese monstruo destruya todo? —replicó, mirando al golem, que ya había levantado un brazo enorme, listo para aplastar todo a su paso.

Entonces, Rokugo miró hacia Rose, quien parecía estar preparándose para algo.

—Rose, ¿puedes despertar a Grimm? —le pidió con tono impaciente.

Rose, sin siquiera mirar a Rokugo, saltó hacia el grifo de Heine, su rostro lleno de entusiasmo.

—¡Voy a cazar ese grifo! ¡Quiero comerlo para obtener su habilidad de volar! —gritó mientras se lanzaba hacia el ave infernal, dejando a Rokugo sin palabras.

—¡¿Qué?! ¡Rose, espera! —gritó, pero ya era demasiado tarde. Rose estaba completamente distraída con su nuevo objetivo.

Con un suspiro, Rokugo se giró hacia Alice, quien estaba observando la escena con una mirada calculadora.

—¡Alice, despierta a Grimm! —ordenó, y luego hizo una pausa al notar que Alice parecía estar mirando hacia algún punto específico con preocupación.

—¿Qué pasa? —preguntó Rokugo, notando que Alice no se movía.

Alice se giró lentamente hacia Rokugo, su expresión más seria de lo usual.

—Alguien ya dejó a Grimm fuera de combate antes de la batalla. —dijo con calma, señalando la figura de Grimm, que estaba tirada en el suelo, completamente dormida, sin signos de moverse.

Rokugo frunció el ceño al darse cuenta de lo que Alice quería decir. Miró a Snow, luego a Rose, y vio que ambos estaban claramente involucrados en algún tipo de accidente previo, sin que él lo hubiera notado.

—¡¿Qué demonios?! —gruñó, claramente molesto por la situación.

A pesar de todo, Rokugo no podía perder el tiempo. El golem ya estaba comenzando a moverse, y la situación se estaba volviendo más peligrosa por cada segundo que pasaba.

—¡Alice, haz lo que tengas que hacer para despertarla! —ordenó, y luego se concentró en el golem, observando cómo su armadura resistente parecía hacer inútiles sus intentos de ataque con armas comunes.

De repente, Rokugo recordó algo que lo hizo fruncir el ceño. El endurecimiento del golem se parecía mucho al de los perros titanes que enfrenté cuando llegué a este planeta. Si era cierto, significaba que la fuerza bruta no sería suficiente.

—Alice, canjea los explosivos plásticos, rápidamente. ¡Lo necesitamos! —exclamó, mientras comenzaba a activar el Modo SIN LIMITES de su traje. Sabía que el traje le daría una fuerza increíble, pero solo durante un minuto. Un solo minuto para enfrentar al golem antes de que se agotara la energía.

En ese momento, Rokugo se preparó para la batalla, su cuerpo cubierto por la capa de energía del traje que lo rodeaba con una luz tenue pero poderosa. Sus músculos se tensaron, sus ojos brillaron con determinación.

—¡Rápido, Alice! ¡Es nuestra única oportunidad! —gritó, mientras el golem comenzaba a moverse hacia ellos, imparable y brutal, con Heine montada sobre su espalda, observando la escena con una sonrisa cruel.

El tiempo se estaba agotando, y Rokugo sabía que no tenían mucho margen de maniobra. Ahora, todo dependía de su equipo y de cómo lograrían derrotar a ese monstruo antes de que fuera demasiado tarde.

Con una fuerza sobrehumana, Rokugo saltó hacia el golem, alcanzando su enorme cuerpo de endurecimiento 

con ambas manos. El peso de la criatura era inmenso, pero con su traje amplificado, Rokugo logró mantenerla quieta por un instante. El golem trató de zafarse, pero Rokugo lo sostuvo con fuerza inhumana, inclinándose hacia atrás con su cuerpo brillando con energía.

—¡Ahora, Alice! —gritó, mientras mantenía al golem firmemente sujetado, con su nuca expuesta.

Alice, que había estado esperando este momento, saltó hacia adelante con un control remoto en sus manos. Corrió hacia la nuca del golem mientras su traje de combate destellaba bajo la luz del sol. En un movimiento rápido, Alice colocó los explosivos plásticos en el punto débil de la criatura, justo en la nuca.

Rokugo, con un gruñido de esfuerzo, lanzó al golem hacia un costado como si fuera una pelota de fútbol, aprovechando su descontrol momentáneo. Alice, sin perder tiempo, presionó el botón en su control remoto, y una explosión ensordecedora resonó en el campo de batalla, levantando una nube de polvo y escombros.

El cuerpo del golem se desplomó

—Me preocupa la cantidad de monstruos que son capaces de regenerarse… ¿y que su única debilidad sea la nuca? Es como los titanes.

Rokugo, mientras se sacudía el polvo de su traje, no pudo evitar lanzar un comentario mordaz.

—Sí, y lo peor es que, al parecer, soy yo el que está siendo usado como escudo. —dijo con una sonrisa sarcástica.

Alice, siempre lógica y científica, respondió con su tono característico:

—La ciencia siempre vence a la magia, Rokugo. No te preocupes.

En ese momento, Grimm despertó de golpe, un trozo del golem había caído sobre su cara durante la explosión. Sacudió la cabeza, confundida.

—¿Qué ha pasado…? ¿Dónde está el golem? —gruñó, mirando a su alrededor.

Rokugo, aún agotado por el esfuerzo, miró a sus compañeros y, a pesar de la situación desesperante, dio la orden:

—Grimm, Rose, cúbranme un rato. No podré moverme por el esfuerzo del Modo SIN LIMITES.

Antes de que pudieran responder, un grito familiar llegó desde el horizonte. Heine apareció montada en su grifo, su mirada burlona fija en Rokugo.

—¿Snow? ¿Eres tú la que pensaba que me podría desafiar? Qué decepción… —dijo con desdén, mientras sus ojos brillaban con malicia.

Rokugo, con una sonrisa confiada, intentó ganar tiempo. Sabía que Heine era peligrosa, pero tenía que retrasar su ataque el máximo tiempo posible.

—Vaya, Heine, nunca imaginé que tus pechos fueran tan impresionantes. —comentó Rokugo con tono burlón, mientras le lanzaba una mirada provocadora.

Heine, completamente furiosa por el comentario, apretó los dientes y, sin dudarlo, lanzó un ataque directo. Las llamas comenzaron a rodear su cuerpo mientras se preparaba para liberar su furia.

Rose, que había estado observando desde las alturas, se lanzó al suelo justo en el momento en que Heine atacó, desmoronándose sobre Rokugo con una sonrisa en el rostro.

—A veces eres un cretino, comandante. —dijo Rose

Pero el caos no terminó ahí. En ese momento, Snow llegó corriendo hacia Rokugo, llorando mientras sujetaba su espada rota en las manos.

! ¡ Heine, Me has arruinado la espada! ¡Todavía no la había acabado de pagar! —exclamó entre sollozos, claramente frustrada.

Rokugo intentó calmarla mientras la miraba, aunque la situación era cada vez más desesperada.

—Snow, es un mal momento para esto. —dijo con tono cansado, intentando que su subordinada entendiera la gravedad de la situación.

Pero Snow, sin darse cuenta de lo que estaba sucediendo, lanzó la pregunta que dejó a todos en silencio.

—¿Cómo que no puedes moverte? —preguntó, su voz un tanto alta, mientras observaba a Rokugo de forma desconcertada.

La tensión en el campo de batalla seguía en aumento. Mientras Heine se preparaba para lanzar un nuevo ataque, aprovechando su tiempo de incertidumbre, Grimm, que había estado observando a su alrededor y buscando una oportunidad, finalmente la encontró. Con una sonrisa maliciosa, levantó su mano y murmuró una de sus maldiciones paralizadoras. Esta vez, parecía que la suerte estaba de su lado.

De repente, Heine, que estaba a punto de atacar, se detuvo en seco. Todo su cuerpo quedó rígido, como si un peso invisible la hubiera atrapado. La maldición de Grimm había logrado acertar, y la demonio morena estaba paralizada.

Rokugo, al ver que su subordinada había tenido éxito, levantó una ceja y miró a Grimm, sorprendido por primera vez en mucho tiempo.

—Vaya, Grimm… Es la primera vez que te veo útil. —comentó, sin esconder su tono sarcástico.

Grimm, al escuchar eso, frunció el ceño y le lanzó una mirada fulminante.

—¿De verdad me ves así? —respondió, indignada. —No me hagas sentir tan decepcionada, Rokugo. ¡Soy útil cuando quiero serlo!

Mientras tanto, Heine, completamente paralizada, trató de ganar tiempo, su mirada furiosa pero atrapada en la magia de Grimm. Con voz rasposa, intentó persuadir a Rokugo, como si aún tuviera una carta bajo la manga.

—Rokugo… —dijo con voz desafiante—, la oferta aún sigue en pie. Únete al ejército de Lord Demonio. Te ofrezco el triple de lo que ganas en Grace… Y una sucubo.

Las palabras de Heine, cargadas de tentación, llegaron directo al punto débil de Rokugo. Él, como si fuera hipnotizado por la promesa, comenzó a acercarse a ella, sin pensarlo.

Alice, al notar que Rokugo había perdido temporalmente su voluntad, intervino rápidamente.

—¡Rokugo, no te inclines hacia el enemigo! —advirtió, con una mirada de preocupación.

Heine, viéndose en la oportunidad perfecta para ganar la ventaja, añadió, confiada en su oferta:

—Y, además, te puedo dar una vampiresa… Y una sirena. Cumplirán todas tus fantasías, Rokugo. ¿Qué me dices?

Rokugo, ya perdiendo completamente el control, miró a Alice y con una sonrisa torcida, le dijo:

—Perdóname, Alice, pero voy a unirme a Lord Demonio.

Heine sonrió ampliamente, creyendo que había ganado, pero antes de que pudiera hacer nada más, Snow, que había estado observando la situación desde lejos, irrumpió en la escena, furiosa y sin pensarlo, saltó hacia Heine y le robó una piedra que colgaba de su cinturón.

Heine, al darse cuenta de lo que había pasado, intentó reaccionar

r, pero su energía comenzó a desvanecerse rápidamente. La piedra era la fuente de su poder, y ahora que Snow la tenía, Heine ya no podía utilizar sus habilidades.

Rokugo, viendo cómo la situación cambiaba de nuevo, aprovechó para mantener el control de la escena.

—¡Grimm, suelta la maldición ya! —ordenó, mientras observaba cómo Heine se debilitaba.

La maldición desapareció y Heine, finalmente libre de la magia de Grimm, trató de levantarse, pero notó que no podía acceder a sus poderes sin la piedra.

Rokugo, con su característico desdén, se acercó a Heine mientras sonreía, y dijo:

—Oye, Heine, ¿puedo tomar una foto de ti en esta pose? Es para… "la posteridad".

Heine, que no podía moverse ni defenderse, observó con furia mientras Rokugo sacaba su cámara y capturaba una imagen suya, con una sonrisa de satisfacción.

Alice, que estaba a un lado, simplemente asintió mientras observaba la escena.

—Te va a dar muchos puntos malos, Rokugo. —comentó con tono mecánico.

Sin embargo, la situación no terminó ahí. Rokugo, observando a Heine que ya no tenía poder, se cruzó de brazos y añadió con una sonrisa irónica:

—No veo por qué devolver esta piedra. Nunca hicimos un trato, ¿verdad? Tú asumiste erróneamente que la devolvería si posabas como yo quería. Pero, al final, no fue más que un malentendido.

Heine, humillada, miró a Rokugo, incapaz de hacer nada. Ya no tenía energía, y su orgullo se había reducido a nada. Con una última mirada furiosa, cedió.

—¡Retiro mis fuerzas! —dijo, derrotada, mientras su poder se desvanecía por completo.

Rokugo, con su típica indiferencia, miró a sus compañeros.

—Bueno, parece que hemos ganado, ¿no? —dijo con una sonrisa, mientras Alice guardaba la cámara y Grimm se estiraba, satisfecha por el resultado.

Snow, aunque todavía un poco molesta por la pérdida de su espada, no pudo evitar soltar un suspiro de alivio.

—¿Por qué no me avisas antes de hacer estas cosas? —le reprochó a Rokugo, aunque, al final, estaba agradecida de que la batalla hubiera terminado.

Rokugo, sin darle mucha importancia, se encogió de hombros y, como siempre, hizo un comentario sarcástico.

—Porque si te lo avisara, no sería divertido.

Escenario: Restaurante en la Ciudad

Después de la exitosa misión, el equipo se dirigió a cenar. Dado que la comida escaseaba, su menú de celebración consistió en… orco cocido.

Grimm miraba su plato con desconfianza. —¿De verdad vamos a comer esto?

Rokugo se encogió de hombros y tomó un bocado. —Bueno, después de ver lo que come Rose, creo que esto no es tan malo.

Alice, siempre práctica, también comió sin quejarse. —Es eficiente. La carne de orco tiene altos niveles de proteínas.

Rose, por supuesto, ya estaba en su segundo plato, devorando con entusiasmo. —¡Delicioso! ¡Quiero más!

Así, entre risas, extraños sabores y la sensación de haber hecho un trabajo "decente" por una vez, el equipo de Rokugo disfrutó de una merecida —aunque inusual— cena de victoria.

—Vamos, Snow —dijo Grimm, medio tambaleante con una sonrisa burlona—, admítelo, seguro que hasta tú tienes un lado oculto que le encuentra algo a este vulgar.

—¡Eso jamás! —respondió Snow, con la cara roja de la vergüenza y el enojo—. ¡Nunca me rebajaría a interesarme en alguien tan… tan…!

—¿Tan qué? —interrumpió Rose con una risa pícara—. ¿Divertido? ¿Interesante? ¿Carismático?

—¡Vulgar y detestable! —Snow apretó el vaso, tratando de ignorar las carcajadas de sus compañeras.

Finalmente, Snow se despidió de todas, un poco mareada por el alcohol y con la mente llena de pensamientos contradictorios. 

Escenario: Residencia de Snow

Su camino hacia su habitación la hizo pasar por la de Rokugo y Alice, y por un momento se quedó quieta en el pasillo, mirándola con una mezcla de resentimiento y frustración. Ese hombre, que había llegado de la nada y sin ningún respeto por las normas, ahora ostentaba el título de Comandante, un puesto que ella había ansiado mantener y que, una vez más, le habían arrebatado.

En medio de sus pensamientos, murmuró en voz baja, como una broma amarga:

—Un día de estos, mataré al Comandante…

—¿Algo en particular que te moleste de ese "Comandante"? —Una voz suave y calculadora la interrumpió.

Al girarse, Snow se encontró con el consejero del Rey, un hombre conocido por su expresión siempre fría y su habilidad para manipular las situaciones a su conveniencia.

—Solo estaba bromeando, consejero —respondió Snow, un poco incómoda—. Fue una… mala noche.

El consejero la miró con una expresión de aparente comprensión.

—Entiendo —dijo, inclinando ligeramente la cabeza—. Aunque debo confesar que tengo mis dudas sobre cómo alguien tan vulgar llegó tan rápido a ser Comandante… mientras que alguien tan leal y capaz como tú ha sido… injustamente relegada.

Snow, es impresionante cómo te mantienes leal y fiel a tus principios. Pero, dime, ¿realmente te parece adecuado que Rokugo ocupe un puesto tan importante? Tú, una soldado de honor, ¿de verdad consideras que merece el rango de comandante?

Snow enderezó la espalda y respondió con calma:

—La princesa decidió que Rokugo sea el comandante. Mi lealtad está con el Reino y sus decisiones, no con mis propias ambiciones. La gloria es de todos.

El consejero esbozó una sonrisa que casi parecía paternal, aunque en sus ojos brillaba algo más oscuro. Dio un paso adelante, susurrando con voz seductora.

—Lady Snow, espero no interrumpir nada importante —dijo con una sonrisa taimada—. Me temo que el reino necesita de su lealtad y de su integridad.

Ah, la gloria compartida, claro. Pero, dime, ¿acaso todos en esta guerra lo dieron todo, como tú lo hiciste? Fue tu valentía la que le arrebató la piedra de poder a Heine

Las palabras del consejero hicieron que el pecho de Snow ardiera de resentimiento. A pesar de su intención de mostrarse humilde, su envidia comenzaba a brotar.

—Bueno, el puesto no es todo… La gloria es de todos, al final —intentó decir, pero su voz carecía de convicción.

El consejero, sin perder su tono frío, se acercó un poco más, sus palabras calculadas y firmes.

—¿Recuerdas cómo vivías cuando eras Comandante? El respeto, la fama… y los beneficios económicos. Todo eso podría ser tuyo de nuevo.

Snow cambió su expresión. En su interior, las palabras del consejero comenzaron a cobrar peso, y mientras él hablaba de fama, respeto y dinero, su ambición oculta fue ganando fuerza.

—El Reino necesita tu lealtad e integridad, Snow —continuó el consejero, con una sonrisa que parecía casi seductora—. 

Snow parpadeó, confundida, pero la posibilidad de recuperar su puesto hizo que sus oídos se aguzaran.

—¿A qué se refiere, consejero?

—No es un secreto que el Comandante Rokugo... —El hombre bajó la voz como si temiera ser escuchado—. Bueno, digamos que no está alineado con los valores del Reino de Grace. —Su tono se volvió casi seductor, apelando a las ambiciones de Snow—. La idea es simple, Lady Snow. Si alguien como usted pudiera aportar evidencia de la deslealtad de Rokugo, quizás podría volver a su merecido puesto.

Snow sintió un nudo en el estómago. ¿Difamar a Rokugo? La idea era tentadora, pero algo en ella vaciló.

—. Y si alguien como tú pudiera aportar evidencia de la deslealtad de Rokugo, tal vez el trono reconsideraría tu posición.

—Pero... —Snow intentó, un último intento de resistir—. No es cuestión de puestos, al final todos somos soldados…

—Por supuesto, por supuesto… aunque algunos soldados pueden gozar de una posición privilegiada, de riqueza y de respeto —respondió el consejero, inclinando un poco la cabeza—. Incluso podrías elegir a tus propios soldados, formar la unidad que siempre deseaste.

—No importa quién hizo qué. Todos contribuyeron, y eso es lo que cuenta.

El consejero soltó una risa suave.

Oh, Snow, qué nobleza la tuya. Aunque, imagina… si fueras comandante, podrías hacer las cosas a tu manera. Elegir a los soldados más aptos, tal vez incluso incluir a Grimm y Rose bajo tu mando. ¿No te gustaría, además, contar con alguien como Alice en tu unidad?

La propuesta era tentadora, y Snow sintió sus manos temblar levemente de emoción contenida. La idea de tener a Alice, Grimm y Rose bajo su mando… casi la hizo ceder. Pero, con esfuerzo, se contuvo.

—Lo siento, pero la responsabilidad no recae solo en mí.

El consejero sonrió con un aire de paciencia infinita, como si hubiera anticipado la respuesta de Snow. Dio un paso más cerca, bajando su tono de voz hasta convertirlo en un susurro casi hipnótico.

Piensa en el respeto, en el dinero, en la fama que tendrías como comandante. Todo el ejército bajo tu liderazgo, todos reconociendo tu esfuerzo y valor. No más burlas ni dudas sobre tu capacidad. Solo gloria y honor… y una posición que realmente mereces.

Snow sintió que su voluntad se quebraba poco a poco. La tentación era demasiado fuerte y su resentimiento hacia Rokugo hizo que bajara la guardia.

Las palabras de dinero, respeto y poder resonaron en la mente de Snow, y el temblor en su cuerpo se intensificó. Cada palabra del consejero le provocaba una mezcla de emoción y ambición, y sentía cómo su integridad se debilitaba frente a la tentación.

Finalmente, el consejero sonrió al notar que estaba a punto de ceder, y con voz calmada, le dio el golpe final:

—Podrías tener lo que mereces, Snow. Ser una verdadera líder. Comandante de la guardia real.

Snow cerró los ojos por un instante, el cuerpo temblando, como si cada músculo de su ser luchara entre la integridad y la ambición. La tentación había llegado a su punto álgido, y una sonrisa se dibujó lentamente en su rostro, oscura y determinada.

—Está bien… —murmuró, rindiéndose finalmente—. Probaré a buscar algo. Solo… no me presione.

—¿Qué tipo de evidencia necesitaría? —preguntó, tratando de no sonar demasiado ansiosa.

El consejero sonrió, satisfecho. —Cualquier prueba que pueda demostrar que Rokugo no tiene la lealtad del reino, o que tal vez esté conspirando en contra de nuestra nación. Estoy seguro de que alguien tan perspicaz como usted encontrará algo.

El consejero sonrió, satisfecho, y deslizó una pequeña bolsa de monedas de oro en sus manos.

—No te preocupes. Solo espero que cuando el Reino te llame, estés lista para responder.

Con una última inclinación, el consejero desapareció por el pasillo, dejando a Snow con el oro y una misión turbia en sus manos. Unos minutos después, aún sintiendo el peso de sus decisiones, fue hacia la habitación de Rokugo, fingiendo que solo era una excusa para… charlar.

Se aseguró de que nadie la viera ,pero un pequeño remordimiento comenzó a formarse en su mente. Rokugo era arrogante y vulgar, sí, pero traicionarlo de esa forma...