Chereads / Konosuba: El titan y la Reina Kevivan's Cut / Chapter 44 - Las Batallas contra el ejercito de Lord demonio

Chapter 44 - Las Batallas contra el ejercito de Lord demonio

Escenario: Pasillos del Cuartel

Mientras caminaba por los pasillos del castillo, Snow sintió que sus pasos pesaban más de lo habitual. Luchaba contra el dilema en su cabeza, debatiéndose entre recuperar su posición y mantener su integridad. Fue entonces cuando escuchó algo que la hizo detenerse en seco.

A unos metros, en un pasillo lateral, Rokugo y Alice parecían discutir en voz baja. Snow se escondió, conteniendo la respiración, y comenzó a escuchar.

—…tenemos que ser cuidadosos. Si descubren que somos espías, podríamos meternos en problemas serios —murmuró Alice, en un tono de advertencia.

—¡Bah! ¿De qué te preocupas? —Rokugo respondió con su clásica actitud despreocupada—. Si las cosas se ponen feas, simplemente nos largamos de aquí y dejamos este lugar en ruinas. La Corporación Kisaragi siempre encuentra la forma de sacar ventaja de cualquier situación.

Snow sintió cómo su estómago se retorcía. ¡Espías! Su duda y culpa se desvanecieron en un instante, reemplazadas por la indignación. ¿Rokugo y Alice eran espías? ¡Eso explicaba muchas cosas!

Antes de siquiera pensarlo, salió de su escondite y los encaró.

—¡Así que eso es lo que son! ¡Espías! —les gritó, su voz cargada de furia y decepción.

Rokugo y Alice intercambiaron una mirada sorprendida, y por primera vez, Rokugo pareció haber perdido su habitual sonrisa burlona.

—Snow, esto no es lo que piensas… —intentó explicar Rokugo.

Pero Snow no estaba dispuesta a escuchar. —¡No quiero escuchar ninguna excusa! Han traicionado al Reino de Grace… pero, como acto de misericordia, les daré un momento para irse antes de que dé la alarma.

Alice la miró con frialdad, pero Rokugo solo asintió, aceptando su derrota momentánea.

—Entendido. Gracias por la oportunidad, Snow.

Y así, Snow se marchó, dispuesta a delatar a los traidores. No se dio vuelta ni dudó.

Escenario: Oficina de Comandante de Snow

La ascensión de Snow como comandante fue rápida. La noticia de que había descubierto a los traidores la llevó de regreso a su puesto con gran honor y reconocimiento. Pero, incluso con su objetivo cumplido, Snow sentía una incomodidad persistente. No podía olvidar la mirada de Rokugo y Alice. ¿Acaso se había precipitado? ¿Había sido justa?

Cada vez que intentaba convencerse de que había hecho lo correcto, una sensación de culpa regresaba, recordándole que no había permitido que Rokugo ni Alice se defendieran.

Escenario: Casa Abandonada en las Afueras del Pueblo

Rokugo y Alice, ahora refugiados en una casa abandonada, habían comenzado a trabajar en un dispositivo improvisado de teletransportación. Su plan era usarlo para traer refuerzos de Kisaragi de forma segura cuando llegara el momento de la invasión.

Alice ajustaba algunos cables y revisaba el progreso de la máquina, mientras Rokugo la observaba con los brazos cruzados.

—Esto nos tomará al menos un mes con la tecnología tan primitiva de este mundo —comentó Alice, con un tono de frustración—. Pero si logramos que funcione, será nuestra entrada para tomar el control total.

Rokugo sonrió con malicia. —Bueno, al menos tendremos el elemento sorpresa de nuestro lado… a menos que Snow se entere de dónde estamos, claro.

Fue entonces cuando recibieron una visita inesperada. Una figura encapuchada entró a la casa, revelando su rostro. Era la princesa Tilis, intentando pasar desapercibida.

—¡Princesa! —Rokugo se sorprendió—. ¿Qué está haciendo aquí?

La princesa habló en voz baja, con un tono desesperado. —Rokugo… el reino está al borde de la destrucción. Mañana, el Lord Demonio invadirá con su ejército. No tenemos esperanza de ganar esta batalla.

Rokugo frunció el ceño. —¿Y vienes a pedirnos ayuda?

Tilis negó con la cabeza. —No. Quiero pedirles que, cuando todo termine, recuerden que el Reino de Grace existió. Por donde vayan, cuenten nuestra historia y adviertan a otras naciones. El legado de Grace no debe desaparecer.

Rokugo la miró en silencio, y después de un momento, asintió.

—Está bien, princesa. Acepto. Al menos, haré eso.

Escenario: Campamento del Ejército de Grace

Al regresar al campamento, Rokugo fue recibido con sorpresa por sus compañeras, Grimm y Rose, quienes lo abordaron inmediatamente.

—¡Rokugo! ¿Por qué renunciaste a tu puesto de comandante? —preguntó Grimm, genuinamente preocupada—. ¿Es cierto que ya no te importa este reino?

Rokugo notó que Snow no había compartido la verdad sobre su expulsión como espía. Decidió no contradecirla, y en lugar de eso, sonrió con su característico sarcasmo.

—Digamos que la política y yo no nos llevamos bien. Prefiero estar en el frente, ¿saben?

Grimm frunció el ceño, sospechando que algo más estaba pasando, pero antes de poder presionarlo más, un cuerno de guerra sonó en la distancia, anunciando la inminente llegada del ejército del Lord Demonio.

Escenario: Torre del Castillo del Reino de Grace

El sonido de los cuernos de guerra resonaba por todo el castillo, y el ambiente estaba impregnado de tensión y desesperación. Rokugo, ahora asignado como el guardaespaldas de la princesa Tilis, observaba por la ventana cómo el ejército del Lord Demonio avanzaba, un espectáculo aterrador de fuerza y brutalidad. Sin embargo, para sorpresa de todos, el ejército invasor estaba encontrando resistencia en las fronteras del reino.

La princesa Tilis, con la frente perlada de sudor y las manos temblorosas, miraba fijamente el combate desde la ventana, sus ojos llenos de incertidumbre.

—¿Cómo…? ¿Cómo es posible que estén resistiendo? —preguntó, desconcertada—. El enemigo nos supera en número y armamento. No hay forma de que nuestras tropas puedan hacerles frente de esta manera.

Rokugo esbozó una sonrisa astuta y cruzó los brazos con aire de autosuficiencia.

—Oh, bueno… digamos que tuve un "pequeño proyecto" mientras andaba por ahí sin mucho que hacer. Coloqué algunas minas en las fronteras del reino. Parece que están siendo bastante útiles, ¿no crees?

La princesa lo miró con asombro, sin saber si debía sentirse aliviada o escandalizada.

—¡Eso es…! Bueno, no puedo negar que nos está dando tiempo, pero aun así… —Tilis suspiró, resignada—. Aún con esa ayuda, el reino caerá. La superioridad del ejército del Lord Demonio es simplemente abrumadora.

Sin decir nada más, Rokugo avanzó y tomó a la princesa del hombro.

—Bien, eso significa que es momento de ponernos a salvo, Alteza. —Con su tono característico y su sonrisa burlona, comenzó a arrastrarla fuera de la habitación.

La princesa Tilis forcejeó, claramente reacia a abandonar su lugar.

—¡No! No puedo simplemente abandonar mi habitación ni el castillo. ¡Este es mi hogar! —exclamó, resistiéndose mientras él intentaba moverla a la fuerza.

Rokugo suspiró, frustrado, mientras intentaba hacerla entrar en razón.

—Escucha, princesa. Si te quedas aquí, terminarás como una bonita decoración en la prisión del Lord Demonio. Y no creo que quieras que eso pase, ¿verdad?

Antes de que la princesa pudiera responder, una figura irrumpió en la habitación a toda velocidad. Era Snow, jadeando y con el rostro desencajado por la preocupación.

—¡Rokugo! —exclamó ella, sin aliento—. ¡Por favor! ¡Tienes que salvar a Grimm y Rose! ¡Están allá afuera enfrentándose al ejército de Heine y no podrán resistir por mucho tiempo!

Rokugo frunció el ceño, sopesando la situación. Sus compañeras estaban en peligro, y en un momento de lucidez, Snow agregó, desesperada:

—Sé que necesitas puntos malos para conseguir armas poderosas… yo… —Snow respiró profundamente, sonrojada de vergüenza—. ¡Haz lo que sea necesario conmigo! ¡Tómalo como quieras, pero salva a Grimm y Rose!

Rokugo arqueó una ceja, y una sonrisa socarrona apareció en su rostro.

—¿Lo que sea, eh? —Con un movimiento rápido, le arrancó el calzón a Snow, quien gritó sorprendida, pero aceptó su humillación en silencio, decidida a cumplir su promesa.

Con la cantidad de puntos malos obtenidos de esa "interacción", Rokugo rápidamente canjeó un poderoso rifle de largo alcance. Acompañado por la princesa y Snow, se dirigió a una ventana en lo alto del castillo desde donde tenía una vista clara del campo de batalla. Apuntó el rifle con precisión hacia los golems del ejército enemigo y, uno por uno, los fue destruyendo desde la seguridad de la torre.

BANG. Un golem cayó al suelo, destruido. BANG. Otro fue reducido a escombros. Los soldados del ejército de Heine comenzaron a entrar en pánico ante la repentina pérdida de sus unidades de apoyo, mientras buscaban la fuente de los disparos.

—¿Qué rayos está pasando? —murmuró Heine, quien estaba observando la situación desde las líneas traseras del ejército.

Pero antes de que pudiera dar alguna orden, los soldados enemigos subieron apresuradamente hacia el castillo, guiados por la frustración y el miedo, con Heine liderándolos para confrontar al tirador. Rokugo, con una sonrisa confiada, decidió que era hora de mostrar otro as bajo la manga.

Con otro canje rápido, esta vez de una motosierra, se lanzó al combate directo cuando los soldados y golems del Lord Demonio lograron infiltrarse en el castillo. Con una habilidad sorprendente y su característico estilo caótico, Rokugo fue eliminando a cada uno de los soldados enemigos, dejando un reguero de destrucción en su paso, hasta que finalmente sólo quedó Heine frente a él.

La demonio morena, atónita y furiosa, lo miraba con incredulidad.

—¡Maldito! ¿¡Qué clase de humano eres tú!? —rugió Heine, aún sorprendida por el nivel de habilidad de Rokugo.

Él le sonrió, burlón, mientras apagaba la motosierra.

—Vamos a hacer una tregua, Heine. Te doy un mes para retirarte y reorganizar tus fuerzas. Pero después de eso… prepárate para lo peor.

Heine, sin muchas opciones, aceptó la tregua, mirándolo con odio antes de retirarse junto con sus fuerzas. La batalla había terminado, al menos por ahora.

Escenario: Pasillo del Castillo

Con la adrenalina de la batalla todavía fluyendo, Snow se acercó a Rokugo, su rostro lleno de emoción y agradecimiento.

—Rokugo… yo… —titubeó, y antes de poder contenerse, se lanzó hacia él, besándolo apasionadamente. La emoción de la victoria y el alivio se habían apoderado de ella.

Rokugo la dejó hacer por un momento, y luego, con una sonrisa juguetona, se apartó un poco.

—Eres sexy, Snow, pero no te confundas. No te veo como algo serio. —Le guiñó un ojo—. Quizás, como una aventura de una noche, pero nada más.

Snow sintió cómo el calor subía a su rostro, su expresión pasando de aturdimiento a indignación.

—¿¡Qué!? —gritó, alzando el puño amenazadoramente—. ¡Cómo te atreves a…!

Antes de que pudiera soltar un golpe, Grimm y Rose, visiblemente emocionadas, corrieron hacia ellos y se abalanzaron sobre Rokugo en un abrazo.

—¡Comandante! —Grimm exclamó, con una sonrisa de alivio—. ¡Gracias por salvarnos! ¡Pensé que nos habías abandonado para siempre!

Rose también lo abrazó, apretando con fuerza. —Sí, Rokugo. Prométenos que no nos abandonarás de nuevo.

Rokugo, un tanto abrumado por la muestra de afecto, se rascó la cabeza con una sonrisa.

—Eh, chicas, tranquilas. Ya saben que soy demasiado genial como para dejar que algo les pase… Además, soy un tipo de palabra. No las dejaré atrás mientras haya diversión en el horizonte.

Mientras sus compañeras lo abrazaban y Snow lo miraba entre confundida y molesta, Rokugo no pudo evitar sonreír. Había evitado la destrucción del reino, por ahora, y aunque su situación era complicada, no podía negar que disfrutaba cada segundo de su vida como agente de Kisaragi en este mundo lleno de caos.

Escenario: Base de Operaciones de Kisaragi en el Planeta Desértico

Alice estaba terminando de redactar su reporte mientras Rokugo la observaba desde detrás, un poco aburrido. La pantalla mostraba fotos y notas, todo lo necesario para informar a la Corporación Kisaragi sobre su progreso. Al final del documento, Alice agregó una última foto donde aparecían todos: Rokugo, con su típica sonrisa arrogante; ella misma, seria pero profesional; Rose, con una expresión confundida, sin entender por qué estaban posando; y Snow, quien miraba con desconfianza y escepticismo. Grimm, como siempre, estaba dormida en una esquina, sin percatarse de nada.

—Ah, eso debería bastar para el reporte —dijo Alice con satisfacción, añadiendo un toque final al documento—. La base está casi lista para recibir más agentes de Kisaragi. ¡Será el comienzo de nuestra conquista de este planeta!

Rokugo se rió y se cruzó de brazos.

—¡Perfecto! Aunque, a decir verdad, ¿no crees que

Kisaragi deberían darnos un descanso? Me he ganado más puntos malos en esta semana que en todo el tiempo que llevo como agente.

Alice le lanzó una mirada seria.

—No te olvides de que tienes un contrato que cumplir, Rokugo. Aunque sí, admito que has sido bastante… "dedicado" en tu trabajo.

Mientras Alice enviaba el reporte, ambos se pusieron a revisar los informes de otros agentes. Rokugo hojeaba los reportes de forma desinteresada, hasta que uno en particular llamó su atención.

—Oye, ¿qué es esto? —preguntó Rokugo, señalando la pantalla—. Parece que el Agente 22 envió un mensaje de "Misión fallida, planeta hostil".

Alice frunció el ceño y revisó el archivo.

—Sí, ese es el Agente 22. Lo enviaron a un mundo similar a este, con tecnología medieval y aventureros. Veamos qué tiene que decir…

Rokugo y Alice comenzaron a leer el reporte, y a medida que avanzaban, sus expresiones se tornaban cada vez más sorprendidas.

Reporte del Agente 22: "Misión Fallida - Planeta Hostil"

"En mi llegada a este planeta, intenté iniciar con una táctica de baja visibilidad y acepté un empleo como albañil para recopilar información básica sobre la cultura local. Esto fue suficiente para mantenerme bajo perfil por un tiempo, aunque debo decir que el hecho de que nadie cuestionara mi traje tecnológico en un mundo medieval me resultó extraño."

"Entre mis compañeros de trabajo, había una mujer de cabello azul que parecía tener habilidades excepcionales. Podía construir paredes en un tiempo récord y sólo trabajaba medio turno en la construcción, lo cual levantó mi sospecha. En una ocasión, uno de nuestros colegas murió en un accidente, y ella lo revivió con facilidad, aceptando una cerveza como pago. Al principio pensé que era una especie de curandera, pero sus habilidades parecían exceder cualquier explicación lógica."

"En cuanto a la fauna local, descubrí que existen ranas gigantes que pueden devorar personas de un solo lengüetazo. Sorprendentemente, los aventureros de ese mundo cazaban a estas criaturas sólo con espadas. Vi incluso a un sujeto que podía manipular brazos gigantes que salían de su espalda para mover los cadáveres de las ranas. Honestamente, comencé a dudar de mi propia cordura al ver cosas así."

"Entre mis observaciones, noté también una pequeña niña que lograba causar explosiones gigantescas, aparentemente sólo para cazar una de estas ranas. Lo más extraño de todo es que nadie parecía alarmado; era algo rutinario para ellos. Fue en ese momento cuando comencé a pensar que este mundo era mucho más peligroso de lo que inicialmente había anticipado."

"Intenté ganar puntos malos para equiparme con mejores herramientas. Me acerqué a una mujer que parecía una guerrera y decidí asustarla, pero la situación se salió de control. Ella se emocionó y me atacó, y aunque intenté defenderme, su resistencia física era tan absurda que terminé rompiéndome la mano. Era como golpear una pared."

"Para mi asombro, incluso hubo un extraño hombre que afirmaba saber que yo era un espía. Me dijo que mi presencia allí era 'intrigante'. En un ataque de pánico, le disparé, pero no le hizo absolutamente nada. En lugar de reaccionar, simplemente se rió y se fue como si no le importara."

"Por último, debo mencionar que los vegetales en este mundo son capaces de salir de la tierra y atacar a cualquiera que tengan cerca. Los habitantes parecen estar acostumbrados a esto y hasta organizan cosechas armadas. Todo en este planeta es absurdo e ilógico, y he llegado a cuestionar mi cordura durante mi tiempo aquí."

"Para rematar, me informaron que la ciudad donde me encontraba, Axel, era una zona tranquila y usada por los aventureros novatos para iniciarse. Esto significa que, en teoría, era el lugar menos peligroso del planeta."

"Al completar mi máquina de teletransportación para salir de allí, decidí poner a prueba una última teoría sobre la gente de este mundo. Vi a una chica bajita y delgada, sola, y pensé que podría atacarla para medir su reacción. Sin embargo, me di cuenta de que estaba rodeada por esa misma albañil de cabello azul, la guerrera resistente y la niña de las explosiones. Parecía ser la líder de su grupo, y la forma en que la miraban y la respetaban me intimidó. Finalmente, desistí de mi plan y decidí abandonar ese lugar antes de que algo peor me sucediera."

Rokugo y Alice terminaron de leer el reporte en completo silencio. Rokugo parecía atónito, mientras que Alice miraba la pantalla con una mezcla de incredulidad y diversión.

—¿Así que… el Agente 22 fue prácticamente derrotado psicológicamente? —dijo Rokugo, soltando una carcajada—. ¡Ese tipo es un cobarde! ¡Una chica bajita lo intimidó sólo porque parecía ser la líder de un grupo! ¡Ja!

Alice asintió, aunque con un toque de seriedad en su mirada.

—Puede que sea divertido, pero si el Agente 22 falló en ese planeta, eso significa que hay algo más en ese lugar. No deberíamos subestimarlo, especialmente si queremos establecer una base allá en el futuro. Quizás sea mejor evitar enviar agentes a ese planeta… por ahora.

Rokugo chasqueó la lengua, intrigado.

—Me gustaría conocer a esa albañil de cabello azul y a la pequeña explosiva. Se ven como personas interesantes… aunque parece que también son un poco problemáticas. —Hizo una pausa y luego sonrió de lado—. Bueno, mientras no nos crucemos con ellas, todo está bien.

Alice asintió, archivando el reporte del Agente 22 en los registros.

—De acuerdo, centrémonos en nuestra misión aquí. Pronto la base estará lista y podremos traer a los soldados de Kisaragi para iniciar la conquista en serio. Aunque, tal vez en el futuro tengamos que considerar qué tipo de enemigos pueden existir en otros mundos. Si hay personas como las que el Agente 22 describe, puede que enfrentemos obstáculos inesperados.

Rokugo se encogió de hombros, confiado.

—Bah, obstáculos o no, somos de Kisaragi. No hay planeta o grupo de aventureros raros que puedan detenernos.

Alice sonrió, aunque una parte de ella sentía curiosidad por aquel extraño mundo y sus inusuales habitantes. El misterio de ese lugar quedaba como una incógnita para el futuro, una que podría cambiar el rumbo de la Corporación Kisaragi en formas que ni siquiera ellos podían prever.

Escenario: Casa abandonada en el desierto - Base improvisada de Kisaragi

Después de completar el reporte y enviar la información a Kisaragi, Alice se dirigió al equipo tecnológico que había instalado en aquella casa abandonada en medio del desierto. En un rincón de la sala, varios cables colgaban y parpadeaban luces de diferentes colores. Rokugo estaba descansando en una silla, observando cómo Alice terminaba de configurar el sistema.

—Bien, creo que eso es todo. Ahora tenemos internet en esta base improvisada —dijo Alice, dando unos toques finales en el teclado y luego mirando a Rokugo—. Con esto podremos conectarnos directamente con la corporación y transmitir la información en tiempo real.

Rokugo soltó un suspiro de alivio.

—¡Por fin! Estoy harto de estar desconectado del mundo. Ya no podía soportar otro segundo en este caluroso desierto sin poder ver mis programas.

A medida que Rokugo observaba la pantalla de la máquina recién ensamblada, el rostro familiar de Astaroth apareció en la videollamada. Su sonrisa amistosa y una mirada de genuina alegría se mezclaban con una pizca de sorpresa.

—¡Rokugo! —exclamó Astaroth—. ¡Por fin puedo verte! No tienes idea de cuánto hemos esperado esta comunicación.

—Astaroth, ya ni recordaba cuántos meses llevo en este planeta polvoriento —dijo Rokugo, rascándose la cabeza con un gesto entre molesto y aliviado—. Y no me malinterpretes, ¡ha sido una experiencia enriquecedora!, pero… ¿cuándo van a enviar más refuerzos?

La expresión de Astaroth cambió, y su tono se volvió más serio.

—Desearía poder decirte que están en camino, Rokugo —dijo ella, suspirando—, pero hay una nueva revolución en la Tierra, y todos nuestros agentes están luchando contra los rebeldes. La situación está bastante complicada.

Rokugo se inclinó hacia la pantalla, frunciendo el ceño.

—¿Otra revolución? ¿Contra quién están peleando ahora?

—Un grupo de antiguos operativos de la Corporación Kisaragi —explicó Astaroth—. Se unieron y ahora están intentando derrocar las bases de control para formar una nueva organización.

Antes de que Rokugo pudiera responder, un fuerte zumbido de la máquina de teletransporte lo hizo girar sobre sus talones. La estructura emitió un destello brillante, y en medio de las chispas apareció una figura enorme, imponente, con rayas felinas y una cola que se movía con agilidad.

—¡Nyaa, Rokugo! —saludó el recién llegado con una voz grave y amigable, haciendo un gesto con su garra en un saludo familiar—. ¡Hacía tiempo que no nos veíamos en una misión, compañero!

Rokugo soltó una carcajada al reconocer a Hombre Tigre, su antiguo amigo y compañero de combate.

—¡Vaya, mira nada más! Hombre Tigre, pensé que te habías quedado con el grupo de los experimentos de peluches vivientes.

—Bueno, nyaa, lo pensé mucho, —respondió Hombre Tigre, riéndose y mostrando los colmillos en un gesto amistoso—. Me adapté para proteger a los niños, después de todo. Ahora, ¡hasta puedo ronronear para ellos si quieren! Pero jamás olvidaría una misión importante contigo, ¡nyaa!

Astaroth, desde la pantalla, no pudo evitar reírse de la interacción.

—Hombre Tigre es uno de nuestros agentes más dedicados —dijo ella—. De hecho, él fue voluntario para convertirse en un "peluche protector" después de que una horda de rebeldes atacara una colonia de familias en la Tierra.

Rokugo miró a Hombre Tigre con admiración.

—Eso es lealtad y dedicación, compañero. Aunque... —dijo, riéndose—, ¿no te resulta incómodo terminar cada frase con "nyaa"?

Hombre Tigre soltó una risa profunda y sin titubeos.

—Para nada, nyaa. Es la manera perfecta de demostrarle a los niños que soy de fiar y que no les haría daño, nyaa. Si eso significa protegerlos mejor, entonces estoy feliz de "nyaar" cuando sea necesario.

La seriedad y convicción en la voz de Hombre Tigre demostraban cuánto respetaba su misión de proteger a los más vulnerables, pero Rokugo no pudo evitar responder con una sonrisa burlona.

—Bueno, con esa actitud de "niñera felina" seguro que te ganaste unas cuantas miradas extrañas, amigo.

Hombre Tigre encogió los hombros con resignación.

—Sí, pero no hay nada que no haría por un "¡Gracias, señor Tigre!" al final del día, nyaa. Y ahora, aquí estoy, listo para ayudarte a limpiar este planeta 407 de lo que sea que lo amenace, nyaa.

Rokugo sonrió de lado y se cruzó de brazos, sintiéndose reconfortado por la presencia de su leal y peculiar compañero.

En ese momento, la pantalla parpadeó y apareció la cara de Astaroth, uno de los líderes de la Corporación Kisaragi. Ella tenía una expresión molesta y un leve tono de celos en su voz.

—Rokugo, querido, he oído que te niegas a regresar a casa y prefieres quedarte en ese planeta inhóspito… rodeado de tres lindas chicas según tu reporte. ¿Eso es cierto?

Rokugo se rió, dándose una palmada en la pierna.

—¡Oh, Astaroth! ¿Estás celosa? Créeme, ninguna de esas chicas puede igualarte. Además, sólo estoy aquí porque quiero asegurarme de que esta misión sea un éxito. Nada de sentimentalismos, ya sabes.

Astaroth frunció el ceño, claramente molesta.

—Espero que así sea, Rokugo. No me gustaría pensar que has perdido el rumbo por un par de sonrisas. Pero en fin, les enviaré refuerzos.

Rokugo se llevó las manos a la nuca, contento.

—¡Perfecto! El Hombre Tigre será una gran ayuda aquí. No puedo esperar para verlo en acción de nuevo.

Alice asintió mientras revisaba algunos archivos en la computadora.

—Bien, en cuanto llegue el Hombre Tigre, podremos continuar con nuestras operaciones. Nos han asignado una misión interesante para empezar.

Escenario: En una misión para cazar una langosta titánica

Rokugo suspiró y se volvió hacia Hombre Tigre, quien estaba claramente emocionado de explorar el nuevo mundo.

—Mira, amigo, tengo que ponerte al tanto de lo que nos espera aquí —dijo Rokugo, con un tono de advertencia—. Este planeta, que llaman "407," es mayoritariamente desértico, o al menos el Reino de Tilis, donde estamos. Entre tanta arena y ruinas, hay muy pocos hombres, ya que la guerra los ha diezmado; la mayoría de la población es femenina. Eso significa que tendrás que controlar tu "impresionante encanto," ¿sí? Este no es nuestro territorio.

Hombre Tigre asintió, pero sus orejas se movían con interés por la información.

—Entiendo, nyaa. Pero, ¿y los enemigos? ¿Algún tipo de fauna local que deba conocer?

Rokugo sonrió.

—Ah, sí, los monstruos aquí son una especie de "animales gigantes". Les llaman "Titanes." No son solo grandes y brutales; tienen un talento molesto: regeneración. La única forma de matarlos es darles en la nuca, así que mantén eso en mente si tienes la mala suerte de enfrentar uno.**

Hombre Tigre gruñó y se pasó una garra por la barbilla, tomando nota.

—Curioso, nyaa. Nunca me he enfrentado a nada así. Bueno, al menos no me hace falta una motosierra, ¿verdad?

Rokugo soltó una carcajada.

—No te confíes tanto. Yo ya he tenido que activar el modo SIN LIMITES de mi traje y usar la motosierra al menos tres veces desde que llegué aquí. Y tú sabes que en la Tierra casi nunca recurro a ese modo. Aquí, cada monstruo es una pelea a muerte.

La expresión de Hombre Tigre pasó de divertida a concentrada.

—Eso sí que es serio, nyaa. No imaginaba que fuera tan intenso.

—Créeme, lo es. —Rokugo asintió y luego le dio una palmada en la espalda—. Pero hablemos de algo más agradable. Ven, quiero presentarte a mi unidad.

Rokugo guió a Hombre Tigre hasta donde estaban Snow, Rose y Grimm. Las tres miraron con asombro al recién llegado, que saludó con una inclinación educada.

—Chicas, él es Hombre Tigre, un viejo amigo y compañero de mi país. Vino para ayudarnos en la misión.

Snow examinó a Hombre Tigre, pero su atención se dirigió rápidamente a su enorme espada.

—Impresionante arma que tienes ahí, Hombre Tigre. ¿La usaste en muchas batallas?

—Por supuesto, nyaa. En la Corporación Kisaragi, cada agente se enfrenta a todo tipo de peligros, y nunca falta una buena pelea, nyaa.

Mientras tanto, Rose lo olfateaba curiosamente y ladeaba la cabeza.

—¿Eres algún tipo de quimera? —preguntó con genuina intriga—. Pareces un felino, pero no huelo carne en ti, así que… ¿qué eres?

Hombre Tigre dejó escapar una carcajada amistosa.

—Digamos que fui "mejorado" por nuestro país. Así es más fácil cuidar a… criaturas jóvenes. Y cuando es necesario, ¡también peleo, nyaa!

Por otro lado, Grimm se despertó bruscamente de su siesta en el suelo, lanzándose hacia atrás al ver a Hombre Tigre.

—¿Qué… es eso? —dijo, tratando de estabilizarse—. ¡Pensé que estaba teniendo otra visión!

Rokugo se cruzó de brazos y observó cómo sus tres compañeras trataban de procesar la presencia de un tigre humanoide en el grupo.

—Es un amigo confiable. Nos conoce bien a Alice y a mí, y no se preocupen por su apariencia. Pueden confiar en él como si fuera uno de los nuestros.

Snow miró a Rokugo con curiosidad, mientras Rose y Grimm intercambiaban miradas.

—¿Así que de ahí vienes, Rokugo? —dijo Snow, interesada—. ¿Es un país donde todos son así de… únicos?

—Digamos que nuestra tierra es… distinta —respondió Rokugo con un tono evasivo, intercambiando una mirada rápida con Alice y Hombre Tigre—. Pero, eso es todo lo que necesitan saber, por ahora.

Rose suspiró, un poco frustrada por la falta de respuestas, pero no insistió.

—Bueno, supongo que solo nos queda confiar en ustedes, ya que estamos todos en el mismo barco, o en el mismo desierto, al menos.

Rokugo miró a Hombre Tigre y asintió.

—Eso mismo, Rose. —Luego se volvió hacia su viejo amigo—. Bienvenido al equipo, Hombre Tigre. Esto apenas comienza, y seguro que nos divertiremos.

Más tarde, Rokugo llevó a Hombre Tigre ante la princesa Tilis para completar la documentación necesaria y oficializar su incorporación temporal en la unidad.

—Princesa Tilis, he venido a solicitar que mi colega, Hombre Tigre, sea admitido como miembro ocasional de mi grupo de combate. Su fuerza y habilidades pueden ayudarnos en las próximas misiones, explicó Rokugo, con una ligera inclinación.

La princesa observó a Hombre Tigre con ojos amplios y curiosos. Era evidente que la figura de un tigre humanoide la sorprendía, aunque mantenía una sonrisa de bienvenida.

—Vaya, vaya, Rokugo. Parece que tienes amigos bastante peculiares —dijo Tilis, lanzando una mirada divertida—. Es un alivio ver que por fin tienes un aliado. Aunque, ¿no estarán planeando alguna especie de invasión a nuestro reino, verdad?

Rokugo soltó una risa falsa, fingiendo tomarse el comentario a la ligera.

—Claro que no, princesa. No hay planes de ese tipo, puedo asegurarlo. Estamos aquí para ayudar.

La princesa asintió, complacida con su respuesta, y finalmente aceptó su solicitud. Luego, sin perder tiempo, le asignó al grupo una misión que parecía casi un favor personal.

—Perfecto, entonces les tengo una misión especial —continuó Tilis—. Necesito que cacen a un Mokemoke. Es una especie de langosta titán que vive en el bosque prohibido. Pueden crecer hasta el tamaño de un humano promedio, pero lo que hace que esta criatura sea especial es su carne: si aplican un químico especial al cuerpo justo después de matarlo, evitarán que se evapore, y podrán traer de regreso un delicioso manjar que es muy valorado en Grace.

Rokugo asintió, captando el propósito de la misión, y luego el equipo, incluido Hombre Tigre, se preparó para dirigirse hacia el bosque prohibido.

El bosque prohibido estaba envuelto en una penumbra espesa y un aire cargado de misterio que hacía que cada paso crujiera bajo los pies. Apenas habían avanzado cuando escucharon el sonido de pinzas gigantescas golpeando las ramas. Un enorme Mokemoke emergió, su caparazón resplandeciendo bajo la poca luz del sol que se colaba entre las ramas.

—Bueno, eso no se ve tan amistoso, murmuró Rokugo, sacando su arma y activando su traje.

El equipo se preparó para la batalla. Hombre Tigre avanzó con agilidad, esquivando las tenazas con facilidad mientras intentaba acercarse. Snow atacaba por un flanco, aprovechando cualquier apertura. Rose intentaba morder el caparazón de la criatura cada vez que la bestia giraba hacia otra dirección, mientras que Grimm lanzó una maldición antes de ser lanzada hacia un árbol por una de las pinzas, quedando inconsciente.

La batalla se tornaba intensa cuando, en un giro rápido, el Hombre Tigre consiguió amputarle una tenaza al Mokemoke. La criatura chirrió con fuerza, retrocediendo, pero Snow no desperdició la oportunidad. Con un movimiento preciso, se lanzó hacia el Mokemoke y atravesó su nuca con su espada. Luego aplicó el químico anti-evaporación, asegurándose de que la carne se mantuviera intacta.

Rokugo, mientras observaba la criatura morir, dejó escapar un suspiro.

—Pobre tipo… después de todo, solo era un animalote inocente, murmuró, sintiendo un extraño remordimiento al ver la expresión inerte del Mokemoke. Aunque el grupo celebraba la victoria, él se quedó un momento en silencio, reflexionando sobre la criatura caída.

De regreso en la base - Problemas con la tribu Kachiwari/Headslitters

Mientras el grupo regresaba por el sendero oscuro del bosque, aún cargando los restos del Mokemoke, el ambiente se volvió tenso. Rokugo sintió una especie de vibración en el aire, como si los árboles mismos estuvieran susurrando advertencias. Un instante después, figuras cubiertas de barro comenzaron a emerger entre la vegetación, cada una con una máscara de madera tallada y hachas de guerra en las manos.

—¿Pero qué…? —murmuró Snow, colocando la mano en su espada.

Alice analizó las figuras, pero su chip interno solo emitía errores y códigos desconocidos. Rokugo frunció el ceño y concentró su propio chip de traductor, pero el lenguaje que hablaban los nativos no se traducía en absoluto. Los Headslitters, como los conocían los locales, hablaban en una lengua antigua y casi espiritual, incomprensible para todos.

—Esto no se ve bien, dijo Grimm, intentando mantenerse despierta y maldiciendo entre susurros. **—Siempre me dijeron que los Headslitters solo salen cuando sienten que su territorio está en peligro… o cuando buscan venganza.

Uno de los Headslitters, cubierto de barro rojizo, dio un paso adelante, levantando el hacha en un gesto de advertencia y emitiendo un sonido gutural, como si los árboles y el viento fueran su voz. La comunicación era imposible, y parecía que la tribu estaba consciente de lo que había ocurrido con el Mokemoke.

—No podemos enfrentarnos a todos ellos —susurró Hombre Tigre mientras mantenía la mirada fija en cada movimiento de los nativos—. No sin arriesgar el manjar que acabamos de conseguir.

Rokugo alzó las manos, intentando mostrar que no tenían malas intenciones, aunque sabía que la tribu estaba lejos de entender sus palabras. Lentamente, comenzó a retroceder, gesticulando para que su equipo hiciera lo mismo.

—Es mejor que no los provoquemos, susurró Rokugo al grupo. **—Por lo que sabemos, estos tipos podrían aplastarnos antes de que tengamos oportunidad de siquiera contraatacar.

Mientras se retiraban, los Headslitters no avanzaron. Observaban, moviéndose solo cuando el grupo intentaba alejarse. Era como si les estuvieran permitiendo marcharse como una advertencia, un recordatorio de que el bosque y sus criaturas les pertenecían.

—Gracias al cielo… —exclamó Snow en voz baja, aunque todavía con una mano en su espada, lista para cualquier reacción violenta.

—Esto fue solo un aviso, murmuró Alice, sus ojos fríos analizando a la tribu mientras se alejaban. **—Dudo que tengamos una segunda oportunidad si volvemos a este bosque.

Finalmente, los Headslitters se desvanecieron entre las sombras, y el grupo emergió de nuevo en la seguridad del claro, con el Mokemoke aún en sus manos y un recordatorio claro de que debían evitar a la tribu en futuras expediciones.

Escenario: Reino vecino - La misión de negociación de agua

Al llegar de regreso a su base, Rokugo y el equipo finalmente pudieron relajarse, pero la calma no duró mucho. Alice revisaba

—Ah, aquí vamos… —murmuró Rokugo, mientras se acercaba para leer el mensaje.

Alice soltó una pequeña risita y le dio un golpecito a la pantalla para mostrarle a los demás.

Mensaje de Tilis: "Rokugo, no puedo creer que hayas utilizado semejante… clave para el generador de agua. ¿De verdad 'Festival del pene'? El rey de Grace se negó a decirla y, en su frustración, abandonó el lugar sin proveer agua a su gente. Ahora, sin agua y sin generador, me veo obligada a enviarlos al reino vecino de Toris para negociar un suministro. Como embajadores, claro."

Rokugo no pudo evitar reír, aunque algo nervioso, al recordar la reacción del rey.

**—¡Ja, ja! No puedo creer que realmente causé todo esto… —dijo, con una sonrisa socarrona—. Aunque, hey, ¿a quién se le ocurre rechazar una clave tan… emblemática?

Alice negó con la cabeza, un tanto divertida. **—Es increíble lo lejos que has llegado con tu sentido del humor… o de falta de él.

La princesa continuaba en su mensaje: "Se les ha concedido la misión de embajadores. El reino de Toris organiza un banquete en su honor. Aprovechen la oportunidad para que la negociación fluya y cumplan con las formalidades. Ah, y por favor, esta vez sin claves absurdas."

—Embajadores, nada menos —añadió Grimm, sonriendo de manera burlona—. **Rokugo, ya eres todo un diplomático.

Rokugo rodó los ojos y, usando sus puntos de comportamiento cuestionable, canjeó un 4x4 de apariencia moderna, ideal para el trayecto al reino vecino.

Rose quedó boquiabierta. **—¡Un vehículo sin animales! Esto es como lo que cuentan las leyendas de hace siglos, los… ¿autos?

—Tómalo como otro milagro de Kisaragi, Rose —dijo Rokugo, dándole una palmada en la espalda antes de arrancar.

Al llegar a la frontera de Toris, los guardias los miraron con recelo al ver el inusual medio de transporte, pero Rokugo y su grupo presentaron sus intenciones diplomáticas. Una escolta los condujo a la capital, donde fueron recibidos con toda la pompa en el palacio.

—Hay un banquete en su honor. Por favor, prepárense y vístanse adecuadamente —les indicó un asistente del reino.

Más tarde, mientras se alistaban, Alice ajustaba un elegante vestido de gala, que resultaba bastante moderno en comparación con las modas medievales de Toris. Rokugo lucía una versión sobria y contemporánea de traje de gala. Sin embargo, Snow apareció con un vestido que apenas dejaba algo a la imaginación, escandalosamente provocador.

—¿Snow?Rokugo arqueó una ceja—. **¿Pretendes seducir al príncipe Engel o qué?

Snow sonrió con picardía. **—Exactamente. Si logro hacerlo hablar de más, podríamos chantajearlo para conseguir el agua gratis.

Alice le lanzó una mirada escéptica. **—Snow, incluso si el príncipe fuera un pervertido, dudo que arriesgara su reputación y un conflicto internacional coqueteando con una embajadora.

Snow cruzó los brazos, lanzándoles una mirada desafiante. **—A veces, Rokugo, subestimas mis encantos.

Rokugo suspiró. **—Haz lo que quieras, pero recuerda que estamos aquí para negociar, no para iniciar una telenovela.

Mientras Rokugo terminaba de ajustarse su traje de gala, observó a Snow reunirse con Grimm, quien llevaba un vestido algo extraño: a pesar de ser formal para el ambiente medieval, tenía un toque anticuado y sensual que parecía haber salido de otra época. Caminando descalza sobre la alfombra, Grimm suspiró con una sonrisa de alivio.

—Ah, sentir la alfombra en mis pies… esto es pura dicha— murmuró, cerrando los ojos.

Rokugo no pudo resistir la oportunidad de molestarla.

**—¿Así que ese es tu concepto de "provocador"? —soltó una carcajada—. Ese vestido estaba de moda hace unos ochenta años, Grimm. Y dime, ¿en serio puedes caminar sin tu silla de ruedas aquí, pero sin zapatos?

Grimm lo fulminó con la mirada, levantando su dedo acusador. —¡Que Zenarith te libere de tu… libido! —exclamó con tono solemne.

Rokugo, previendo lo que se venía, rápidamente movió la mano de Grimm hacia otro lado. La maldición salió disparada en dirección incierta, rebotando en la pared y perdiéndose en la distancia.

—Ya sabes, Grimm, podrías causar un verdadero caos si sigues lanzando maldiciones a lo loco, —bromeó Rokugo.

En el banquete, apenas se sirvió la comida, Rose se lanzó hacia la mesa, devorando de todo sin ningún tipo de modales. Alice y Rokugo intentaban mantener la compostura, disimulando el espectáculo que daba su compañera.

Mientras tanto, Snow y Grimm se dedicaron a ejecutar sus particulares "estrategias" para acercarse a los príncipes de Toris. Snow intentó llamar la atención del príncipe mayor, Engel, pero él parecía distraído, sin prestarle demasiada atención, lo cual la sorprendió considerando la reputación del príncipe como mujeriego.

Por otro lado, el príncipe menor, intrigado por la presencia de Grimm, se acercó a ella con curiosidad.

—Disculpe, señora… pero, ¿por qué no lleva zapatos? —le preguntó, visiblemente intrigado.

Con una expresión mística, Grimm respondió solemne. —Es por motivos religiosos. Mi dios Zenarith considera que los zapatos son una barrera para el flujo de energía… espiritual.

Desde su asiento, Rokugo miraba la escena y susurró a Alice: —¿Qué te parece si finjo que Grimm se siente mal y la apuñalamos discretamente? Luego, nos retiramos y la revivimos cuando volvamos a Grace.

Alice soltó una risa disimulada. —Y de paso, podríamos dormir a Rose metiendo algo en su comida antes de que acabe con todo el banquete.

Rokugo asintió, observando cómo Grimm continuaba con su solemne discurso sobre las creencias de Zenarith y Snow hacía lo posible por llamar la atención de Engel sin éxito. Las cosas parecían ir en picada, pero al menos Rokugo disfrutaba del caos habitual que siempre acompañaba a su equipo.

El príncipe levantó una ceja, claramente confundido, pero no dejó que eso lo detuviera.

—Eso es… interesante. —Sin embargo, cuando Grimm se enteró de que el príncipe tenía una novia comprometida, su ánimo decayó y decidió lanzarle una "pequeña maldición" para que se empapara, la maldición rebotó y terminó empapándose ella misma.

Grimm soltó un chillido de frustración mientras se sacudía la ropa mojada.

—¡¿Por qué siempre me pasa esto a mí?! —gritó mientras Snow se tapaba la boca, tratando de no reír.

La llegada de Heine y Russel - Nueva Alianza

Mientras las cosas se complicaban en la negociación

Incapaz de soportar más la vergüenza, Rokugo suspiró y asintió hacia Alice para retirarse de la sala. A lo lejos, Snow continuaba halagando al príncipe Engel, quien parecía cada vez más incómodo con los intentos de seducción descarada de su "embajadora".

—Su Alteza… debe ser usted el príncipe más encantador del reino— dijo Snow, acercándose peligrosamente a él mientras el príncipe, con una sonrisa tensa, miraba a otro lado buscando algún escape.

Mientras tanto, Rose devoraba sin discriminación todo lo que estaba en la mesa—huesos, servilletas y hasta algún que otro plato—y Grimm se revolcaba en el suelo, frustrada por el fracaso de sus propias estrategias de seducción.

Rokugo y Alice caminaron en silencio a través del pasillo hacia otra sección del castillo, intentando procesar el desastre de su equipo.

—Si buscas una chica realmente sensual, competente y leal, deberías considerar las Androide X de Kisaragi— sugirió Alice con su lógica de robot. —Son programadas específicamente para eso, sabes.

—Suena como una opción tentadora, Alice— rió Rokugo mientras doblaban una esquina.

Fue entonces cuando algo les llamó la atención en una de las habitaciones laterales del castillo. Detrás de unas gruesas cortinas, encontraron lo que parecía un tubo generador de homúnculos, parecido al equipo de conversión mutante que Kisaragi usaba para crear agentes con habilidades especiales.

—¿Así que este reino tiene sus propios proyectos de "creación de aliados"? — murmuró Rokugo con una sonrisa perversa. —¿Será que aquí también están fabricando chicas sensuales?

De repente, una voz sonó a sus espaldas.

—No deberíais estar aquí— dijo la demonio Heine, observándolos con expresión suspicaz mientras un joven de aspecto animal, Russel, se mantenía junto a ella. La apariencia del niño era llamativa: una mezcla de humano y quimera, con rasgos que recordaban a Rose.

Rokugo se giró, alzando una ceja. —Bueno, bueno, si no es la demonio de Grace. ¿Así que tú también estás aquí? ¿Y con un guardaespaldas?

Heine resopló. —Esto no es una invasión, si eso pensáis. Estamos aquí en busca de una alianza con el reino de Toris. El Lord Demonio desea cooperación contra Grace, no conflicto.

Alice escaneó rápidamente a Russel. —Curioso sujeto. Es como una versión "mejorada" de Rose… ¿o una versión en miniatura?

Russel, irritado, le lanzó una mirada amenazante. —¡No soy ninguna "versión"!

Heine los miró a ambos, entrecerrando los ojos. —Si realmente sois embajadores, entonces os sugiero que os comportéis como tal… y dejéis de meter las narices en asuntos que no os incumben.

Rokugo solo sonrió de vuelta. —Tranquila, Heine, solo estábamos haciendo turismo. Aunque parece que este sitio tiene secretos más interesantes de los que esperaba.

Conflicto con el príncipe mayor - Guerra en camino

Durante una recepción oficial, Rokugo intentó negociar directamente con el príncipe mayor, pero como era su costumbre, llevó las cosas demasiado lejos y terminó su " exhibicionismo" con el príncipe. El príncipe, ofendido y humillado por la arrogancia de Rokugo, declaró la guerra a Kisaragi y a sus aliados en represalia.

Alice suspiró, notando cómo los intentos de diplomacia de Rokugo siempre acababan en desastre.

—¿Por qué siempre tienes que empeorar las cosas? Ahora tenemos dos reinos en guerra contra nosotros —dijo Alice, masajeándose las sienes.

Rokugo se encogió de hombros, completamente despreocupado.

—Bah, es más divertido así. Además, ¿acaso no es emocionante que todos estén en nuestra contra? ¡Eso solo significa más puntos malos para mí!

El equipo de Kisaragi, ahora enredado en una guerra no planificada y rodeado de enemigos por todas partes, enfrentaría nuevos retos. Sin embargo, como siempre, Rokugo y sus compañeros parecían tomarse la situación con una mezcla de arrogancia, despreocupación, y caos… el sello distintivo de Kisaragi.

Escena: El auto safari y las desgracias de Grimm

Un par de semanas después de haber llegado al desierto, el equipo de Kisaragi se encontraba viajando por una vasta extensión de arena en un auto safari que Rokugo había "canjeado" de su catálogo. El vehículo era un modelo rudimentario, con un motor ruidoso, ruedas gruesas y un diseño que podía atravesar el terreno más difícil. A pesar de que Alice había advertido sobre los peligros del desierto, no podía evitar sentir una cierta fascinación por la facilidad con que Rokugo lograba conseguir "cosas" útiles con sus puntos malos.

Grimm, por otro lado, estaba disfrutando de la velocidad del viaje. El viento soplaba en su rostro mientras se aferraba al borde del vehículo, completamente emocionada por la adrenalina. La niña estaba tan eufórica que ni siquiera se percató de los baches del terreno.

—¡Wooooo! ¡Esto es lo más divertido que he hecho en toda mi vida! —gritó Grimm, riendo a carcajadas mientras sentía cómo el viento le despeinaba el cabello.

Rokugo la observó por el espejo retrovisor, ligeramente preocupado.

—Grimm, cuidado, que esto no es un parque de diversiones, ¿eh?

Pero antes de que pudiera decir algo más, el auto dio un gran brinco al pasar por un bache en la arena, y Grimm salió disparada del vehículo como un proyectil, aterrizando violentamente sobre el suelo.

—¡GRIIIIIMMM! —gritó Alice, horrorizada.

Grimm quedó tendida en la arena, inmóvil. Los otros miraron rápidamente hacia atrás, pero lo que encontraron no fue alentador. Unos lobos titan que merodeaban por el desierto se abalanzaron sobre el cuerpo de Grimm, empezando a atacarla con sus enormes mandíbulas.

Rokugo no perdió tiempo. Saltó rápidamente del vehículo y corrió hacia ella con la esperanza de salvarla, pero fue demasiado tarde. La escena fue brutal, y no había nada que pudieran hacer para evitarlo.

Sin embargo, al poco tiempo, la resurrección de Grimm no tardó prepararse,

Grimm apareció de nuevo, completamente restaurada, como si nada hubiera pasado.

—¡No quiero volver a ver eso! —gritó Grimm, claramente traumatizada—. ¡Los lobos me iban a comer! ¡Y ni siquiera me dejaron disfrutar del auto !

Rokugo, que ya había comenzado a acostumbrarse a sus resurrecciones, la miró con calma y luego se giró hacia Alice.

—Bueno, ya que estás viva, ¿por qué no vamos a buscar esas nueces de agua? Al menos podremos obtener algo útil de todo esto.

En la búsqueda de las Nueces de Agua

Después de lo que parecía una eternidad en el desierto, finalmente llegaron al lugar donde las nueces de agua supuestamente crecían. Estas nueces, que en realidad eran una especie de fruto gigante que contenía agua comprimida, eran vitales para sobrevivir en ese árido desierto.

—¡Aquí están! —gritó Snow mientras levantaba un par de nueces de agua, con una sonrisa de victoria.

Mientras Snow, emocionada, se adelantaba recolectando las nueces de agua con toda la energía de una heroína ansiosa por regresar triunfante, Grimm se quejaba de cada paso que daba sobre la arena caliente.

—Esto es horrible… ¿Cómo esperan que camine en este desierto en la arena caliente? urmuró, con una mueca de desagrado mientras trataba de mover los pies sobre la arena.

Rokugo se tumbó en el suelo para descansar un poco, sin mostrar el menor signo de agotamiento, El desierto parecía interminable, y las temperaturas abrasadoras no ayudaban a la moral del grupo.

Rokugo se incorporó, estirándose perezosamente, y la observó.

—Muy bien, Grimm. Ya que las encontramos, ¿por qué no tomas un pequeño descanso? —dijo, sonriendo de manera traviesa—.

—Tranquila, Grimm, déjala a Snow hacer todo el trabajo. Podemos sentarnos y relajarnos, ¿no crees?

Grimm parpadeó, intrigada, y asintió lentamente. Pero en el momento que se acomodó, sintió las manos de Rokugo sujetándola con fuerza por los hombros.

—¡A-Ah! ¡¿Qué estás haciendo?! —gritó Grimm, mientras intentaba forcejear para liberarse.

Rokugo miró a Alice con una sonrisa calculadora.

—Alice, canjea algunos puntos malos y trae unos calcetines, quiero hacer una pequeña prueba con nuestra sacerdotisa aquí.

Alice, sin inmutarse, accedió y sacó un par de calcetines del inventario. Mientras tanto, Grimm, al ver las intenciones de Rokugo, entró en pánico y comenzó a retorcerse, dándole un buen cabezazo en la nariz en su intento de soltarse. 

Grimm se retorció de inmediato, mirando con pánico a Rokugo.

—¡No, no, no! ¡Si me ponen zapatos, voy a explotar! ¡Es una maldición

! —gritó, dándose golpes en la cabeza, como si eso pudiera detener a Rokugo.

Rokugo, con una sonrisa burlona, levantó una ceja y miró a Alice.

—¿Qué opinas, Alice? ¿Le pones los zapatos o me ahorro un poco de drama?

—¡No, no, no! ¡Déjenme ir! ¡Les digo que si me pongo esos calcetines, explotaré! —gritaba, mientras se retorcía en un ataque de desesperación.

Alice, con su lógica fría de androide, ignoró los gritos de Grimm y comenzó a colocarle los calcetines en los pies, mientras explicaba:

—Esta "maldición" es una mera manifestación psicológica. Las probabilidades de explosión son prácticamente inexistentes.

Grimm, al borde de las lágrimas, miró a su alrededor y comenzó a gritar, desesperada:

—¡Rose! ¡Snow! ¡Auxilio! ¡Auxiliooooo!

Pero antes de que sus compañeras pudieran responder, un fuerte temblor sacudió el suelo. En un instante, la arena comenzó a desplomarse, y una figura colosal emergió de la tierra, lanzando nubes de polvo y escombros alrededor. Un topo titán gigante, con una piel endurecida y ojos rojos llenos de furia, surgió frente a ellos, tan grande que su presencia oscurecía el sol.

—Ehhh… chicos… creo que… acabamos de despertar al Rey de la Arena —murmuró Snow observando al titán con una mezcla de sorpresa y terror.

—¡Eso no es buena señal! —gritó Alice mientras el monstruo se abalanzaba hacia ellos.

El monstruo soltó un rugido profundo, que resonó como un trueno a través del desierto. Snow, sin pensarlo dos veces, saltó hacia el vehículo.

—¡Suban rápido! ¡Nos aplastará!

Todos subieron al auto safari, y Rokugo pisó el acelerador mientras el gigantesco topo titán los perseguía a toda velocidad, su cuerpo causando terremotos con cada paso. Con un giro brusco, intentaron escapar por una duna, pero en el último momento, el titán saltó sobre ellos, aplastando el vehículo bajo su peso.

Mientras el titán desaparecía bajo la arena, Rokugo observó los restos del auto safari con desánimo.

—Bien… ahí se fue nuestro transporte. Y, genial, no tengo suficientes puntos malos para canjear otro.

Alice cruzó los brazos y lanzó un suspiro robótico.

—Bueno, supongo que tendremos que caminar de regreso 

—¡Vamos a tener que caminar! ¡Prepárense, porque este va a ser un viaje largo!

Por cierto, señor Rokugo, ¿cómo planea recolectar los puntos malos necesarios para nuestro próximo vehículo?

Rokugo suspiró, observando el horizonte desértico con resignación.

—Supongo que siempre podemos hacer algo… 

La lucha por sobrevivir en el desierto

—¡Esto no está bien! —se quejó Grimm, sudando a mares—. ¡¡Me voy a derretir aquí!!

Caminando bajo el sol abrasador del desierto, cada paso parecía robarles el aliento. El calor era tan intenso que incluso la sombra bajo sus pies parecía evaporarse. Después de varios días sin rumbo, sin agua suficiente y agotados, el equipo decidió comenzar a viajar de noche. Durante el día, se refugiaban en una carpa comprimible de Kisaragi, diseñada para soportar el calor extremo.

Grimm, sin zapatos y cada vez más agotada, pronto ya no pudo caminar. Rose terminó cargándola en los hombros, y aunque Grimm intentaba mantenerse animada, cada hora se hacía más difícil para ella soportar el calor. Tras días de lucha en esas condiciones, el agotamiento finalmente hizo mella.

Una noche, mientras descansaban en la carpa, Grimm, pálida y sin fuerza, simplemente dejó de moverse.

Alice revisó el pulso de Grimm y confirmó en voz baja:

—No ha sobrevivido a la insolación. Grimm… ha muerto.

La noticia dejó al grupo en silencio. Una tensión espesa se asentó en la carpa. A pesar de la naturaleza especial de Grimm y de que en circunstancias normales ella podría regresar, los días sin rumbo ni recursos habían comenzado a hacer estragos en la mente de todos.

Rokugo notó que Rose observaba el cuerpo de Grimm de una forma peculiar. Los días sin agua y la desesperación les habían hecho pensar en opciones extremas, aunque ninguno se atrevía a decirlo en voz alta. Entonces, en un arranque de instinto, Rose intentó morder la mano de Grimm.

—¡Hey, hey, hey! —Rokugo la apartó de un tirón, empujándola con firmeza—. ¡No vamos a hacer esto! Aún puede revivir… sólo necesitamos llevarla al templo de Zenarith.

Rose, con ojos hambrientos y frustración acumulada, miró a Rokugo, pero retrocedió. Sabía que su jefe tenía razón, aunque la desesperación la había empujado al borde.

—¡Maldición, Rose! —gritó Rokugo, sacudiendo la cabeza mientras la situación se volvía aún más ridícula.

Alice, observando con calma, añadió:

—Conservamos suficiente energía para mantenernos hasta el templo. Aunque no haya recursos aquí, lo racional es conservar los esfuerzos.

Rokugo asintió, tratando de recuperar su compostura. Con un suspiro, miró el cuerpo de Grimm y luego a su equipo. Sabía que debían superar la desesperación antes de que el desierto acabara con todos ellos.

Las noches en el desierto eran su única salvación. A pesar de las temperaturas más bajas, el agotamiento y la sed ya habían hecho estragos en sus cuerpos y su moral. La desesperación se intensificaba, y el contador de puntos malos de Rokugo seguía peligrosamente bajo.

—¡Por favor, comandante! —dijo Snow una noche, desesperada y tratando de ser útil—. ¡Puede usarme para ganar puntos malos! ¡Prometo hacer todo lo necesario!

Rokugo suspiró, frustrado. Aunque el ofrecimiento de Snow parecía tener potencial, no funcionaba. El contador seguía sin reaccionar; el consentimiento mutuo le quitaba el efecto "malvado" necesario para sumar puntos.

En otro momento, Rokugo incluso intentó mirar bajo la falda de Grimm en un último intento de sumar puntos, pero la falta de reacción de la "muerta" también dejó el contador intacto.

Finalmente, Snow y Alice acordaron que esa noche se retirarían un poco más lejos con el cuerpo de Grimm, dejando "casualmente" a Rose a solas con Rokugo en la carpa. Rokugo se sentó con un suspiro, convencido de que tal vez tendría una noche tranquila.

—Tengo tanta hambre que… si no como algo pronto… podría empezar a verte como comida, comandante —murmuró Rose en voz baja y con una sonrisa de dientes afilados.

Rokugo arqueó una ceja, pensando que Rose tenía una pésima manera de coquetear. Intentó suavizar la situación.

—Oye, Rose… No quiero romper tu corazón, pero… hay una diferencia de edad entre nosotros.

Sin embargo, antes de que pudiera seguir hablando, Rose se lanzó sobre su mano y la mordió con fuerza, sus dientes clavándose en su piel.

—¡¿Qué rayos…?! —Rokugo retrocedió de inmediato, dándose cuenta de que Rose no estaba bromeando y que realmente tenía hambre.

Rápidamente, se preparó para el combate, sus nudillos listos para la pelea.

—Soy el Agente Especial 6, Rokugo de la Corporación Kisaragi… y ahora, ¡obtendré mis puntos malos contigo! —gritó, dispuesto a usar la situación a su favor.

Se escucharon gruñidos y golpes al otro lado de la carpa. La escena era un caos de golpes y forcejeos, donde Rokugo intentaba someter a Rose, quien, empujada por el hambre, luchaba como una bestia salvaje.

Minutos después, Alice y Snow regresaron para ver a Rose inconsciente en el suelo y a Rokugo completamente magullado, con los nudillos ensangrentados pero una sonrisa de triunfo en el rostro.

—¡Miren eso! —dijo Rokugo, mostrando el contador de puntos malos lleno—. ¡Tenemos lo suficiente para canjear agua y un vehículo nuevo!

Alice y Snow suspiraron aliviadas, y con los puntos malos, canjearon un nuevo vehículo y un suministro de agua. Apenas llegaron al reino de Tilis, se dirigieron primero a comer sin descanso y luego llevaron el cuerpo de Grimm al templo de Zenarith, con la esperanza de que al menos este viaje les dejara alguna lección… aunque siendo el equipo de Kisaragi, eso parecía dudoso.

—¡Nunca más volvere a caminar en la arena ! ¡Lo juro - Diria Grimm

Escena: La reprensión de la Princesa Tilis y la antigua construcción

El regreso al castillo fue caótico. El grupo de Rokugo, cansado y cubierto de polvo del desierto, apenas pudo caminar por las puertas del castillo antes de que un grito resonara por los pasillos. La Princesa Tilis, en todo su esplendor, los esperaba, furiosa.

—¿Dónde está el agua? —preguntó, mirando con desdén al grupo de aventureros que entraba arrastrándose.

Rokugo, quien había estado a punto de caer de agotamiento, se detuvo un momento y lanzó una mirada cansada a sus compañeros.

—Bueno, eso es un poco complicado... —empezó a decir, pero la princesa lo interrumpió inmediatamente.

—¡No me vengas con excusas, Rokugo! —gritó, frunciendo el ceño—. ¡¡No trajeron agua!! La tregua con Heine está por terminar, ¡y aún estamos aquí como si nada hubiera pasado!

Alice, que parecía haber mantenido una calma irónica durante todo el viaje, miró el calendario en la pared y frunció el ceño al ver las fechas marcadas.

—Es cierto... —murmuró Alice—. El tiempo de la tregua se acaba. Estamos en problemas si no conseguimos algo pronto.

Rokugo se encogió de hombros con una ligera sonrisa.

—Nada de qué preocuparse, tengo un plan, como siempre. Solo... necesitamos descansar un poco, ¿vale?

La princesa Tilis los miró con furia, pero vio la determinación en los ojos de Rokugo. Después de un largo suspiro, habló de nuevo.

—¡De acuerdo! No tengo tiempo para más tonterías. —ordenó con un tono autoritario—. Investiguen a Heine y al niño quimera, Russel. Aparentemente, los dos están metidos en algo raro. Localícenlos y averigüen qué están tramando. No podemos permitirnos perder la tregua.

Investigando la antigua construcción

El hombre tigre, que había estado callado durante gran parte del viaje, finalmente no pudo contener su frustración.

—¡Yo también quiero explorar las ruinas, nya! —se quejó, mirando con envidia a Alice mientras ella manipulaba los controles del vehículo.

Alice le dirigió una mirada rápida antes de responder con su tono calculador.

—Las ruinas fueron invadidas por el Lord Demonio y Toris. Vienen a luchar contra Grace, así que no es un lugar para que un grupo de soldados vagos como nosotros se interne. Necesitarás liderar un grupo de soldados en el Bosque de Grace, mientras nosotros nos adelantamos a las ruinas a buscar el "arma antigua".

El hombre tigre gruñó en voz baja, claramente descontento con la respuesta, pero sabía que Alice tenía razón. No podía evitar sentir celos de los que tenían la oportunidad de explorar.

—¡Me parece injusto, nya! ¡Pero está bien! ¡Lucharé contra esos demonios en el bosque!

Mientras tanto, el grupo continuaba su viaje hacia las ruinas. En el vehículo, el ambiente era tenso. Rose, que no había dicho mucho en el camino, finalmente rompió el silencio con una pregunta que le ardía en la lengua.

—¿Por qué me restregaste tu exhibicionismo en la cara del príncipe, comandante? —dijo, mirando a Rokugo con una ceja levantada. —Eres un verdadero tonto, ¿sabías eso?

Rokugo, un tanto avergonzado, intentó defenderse.

—¡Esa no era mi intención! No es como si tuviera una gran estrategia de combate, ¿sabías? Además, tú… tú puedes ser muy cruel, Rose. No olvides que en nuestra misión anterior intentaste comerme vivo, ¡literalmente!

Rose se encogió de hombros, como si no le importara lo más mínimo.

—No lo recuerdo. Había tenido demasiada hambre en ese entonces.

Snow, que había estado en silencio por un rato, de repente empezó a sollozar, su rostro cubierto por las manos mientras las lágrimas caían sin control.

—¡Me retuvieron mi sueldo! ¡No puedo soportarlo! —sollozó, casi con desesperación.

Alice, incapaz de soportar más los llantos de Snow, suspiró con resignación.

—Está bien, Snow. Si eres útil en esta misión, te subsidiaré, como hago con Rokugo. No quiero más llantos.

Snow, con los ojos llenos de esperanza, de inmediato se lanzó a abrazar a Alice, gritando de felicidad.

—¡Gracias! ¡Gracias! ¡Eres la mejor!

El abrazo fue tan repentino y lleno de emoción que casi hace que el vehículo se volcara. Alice, sorprendida por el gesto, tuvo que frenar de golpe, con una expresión casi mecánica, tratando de mantener el control del volante.

—¡Cuidado, Snow! —gritó, mientras el vehículo giraba peligrosamente.

Pero, a pesar de todo el caos, Alice logró estabilizar el vehículo. Cuando la situación volvió a la normalidad, el ambiente volvió a ser tenso, pero de alguna manera, todos se sintieron un poco más aliviados.

La caravana siguió su rumbo, atravesando el desierto bajo el cielo estrellado. Cada uno con sus propios pensamientos y luchas internas, pero al menos por un momento, el equipo de Kisaragi tenía algo de esperanza en lo que les deparaba el futuro… aunque sabían que, como siempre, nada de lo que sucediera sería sencillo.

El viaje continuó bajo el abrasante sol del desierto, y el ambiente en el vehículo de Kisaragi se había vuelto más pesado a medida que las tensiones entre los miembros del grupo aumentaban. Mientras Alice conducía, Rokugo decidió intentar una conversación con Snow, que estaba sentada cerca, aún murmurando en voz baja sobre el dinero y lo que había perdido.

—El dinero no lo es todo en la vida, Snow —comentó Rokugo, con una sonrisa tranquila mientras miraba al horizonte desértico. —Lo más importante es disfrutar de la vida, aprovechar lo que tienes en el momento.

Snow, con los ojos aún brillando por las lágrimas, lo miró fijamente, pero no compartió su perspectiva.

—¡El dinero lo es todo! —respondió, su tono lleno de una intensidad que sorprendió a Rokugo. —Por dinero mataría a cualquier persona, incluso a mis conocidos, a mis compañeros, a mis padres que nunca conocí. ¡Lo haría sin pensarlo dos veces!

Rokugo se quedó en silencio por un momento, mirando a Snow. La sinceridad en sus ojos le dio una sensación extraña. Por un instante, pensó que podría estar bromeando, pero algo en su mirada le dijo que no. Ella no bromeaba.

Alice, que había estado escuchando la conversación, no pudo evitar intervenir con su habitual tono cínico.

—Eres una basura de persona, Snow —dijo sin pensarlo demasiado, su tono implacable.

Rokugo, algo sorprendido por la crudeza de Alice, murmuró en japonés para que Snow no pudiera entender.

—Snow podría servir en Kisaragi, tal vez. —dijo, observando a Alice, quien lo miró con desdén.

—No es lo suficientemente mala —respondió Alice con indiferencia—. Es solo una cretina, codiciosa, arruinada... y cada día cae más bajo.

Snow, sin entender una palabra de japonés, asumió que Alice la estaba elogiando por la forma en que hablaban. Sonrió, satisfecha con su interpretación errónea.

—¡Sí! ¡Lo sé! ¡Soy genial! —dijo alegremente, sintiéndose más importante de lo que realmente era, sin saber que Alice acababa de calificarla negativamente.

Finalmente, el vehículo llegó a una distancia de las ruinas, y todos los miembros del equipo se sintieron un escalofrío al ver la estructura gigantesca que se alzaba ante ellos. La civilización que había construido esas ruinas era tan avanzada como Kisaragi. La estructura parecía un antiguo centro de fabricación, y algo en su aspecto, con sistemas automatizados aún en funcionamiento, daba la sensación de que estaba en defensa. Los miembros del equipo sabían que no era solo una instalación cualquiera, sino un complejo militar de armas que los habitantes del planeta 407 nunca habían imaginado.

Alice observó la estructura con binoculares, sus ojos entrecerrados mientras leía los labios de dos figuras que salían de las instalaciones: Heine, la demonio, y Russel, el niño quimera.

—Parece que están cerca de desactivar las trampas —dijo Alice en voz baja, con la mirada fija en los labios de Heine—. Están a punto de reclamar el arma que se encuentra dentro.

Rokugo observó en silencio mientras la información procesaba en su mente. Sabía que su misión acababa de ponerse más complicada. Tenían poco tiempo y un objetivo claro, pero las trampas y los obstáculos eran mucho más peligrosos de lo que podrían haber anticipado.

La oscuridad de la noche había envuelto las ruinas, y el grupo de Kisaragi estaba acampando a una distancia prudente. Los últimos rayos del sol habían desaparecido, y el silencio del desierto se apoderó del ambiente, solo interrumpido por el ocasional crujido del fuego del campamento. Grimm, que acababa de despertar de su descanso forzado, levantó la cabeza, sintiendo que las fuerzas poco a poco regresaban a su cuerpo.

—Deberíamos actuar ahora, mientras aún es de noche —sugirió Grimm con voz grave, su mirada fija en las ruinas a lo lejos. —Si atacamos antes del amanecer, nuestros poderes estarán al máximo, y podemos aprovechar el sigilo.

Rokugo, que estaba sentado cerca del fuego, observó a Grimm con una expresión fría y distante.

—Tu última misión no hizo nada, Grimm —respondió, casi como si no le importara en lo más mínimo.

Grimm frunció el ceño, su rostro se endureció por la frustración.

—¡¿Qué?! ¡¿Estás diciendo que no hice nada?! —su tono se tornó sarcástico—. ¡Soy mucho más útil de lo que tú crees, Rokugo!

Rokugo no se inmutó. Su mirada seguía fija, distante.

—Haz lo que quieras, Grimm, pero no estamos aquí para jugar tus juegos. —dijo con indiferencia, dejando claro que su opinión no cambiaría.

El enojo de Grimm aumentó, y estaba a punto de contestar, cuando Snow, que había estado escuchando la conversación, intervino.

—¿Y si aprovechamos que Heine y Russel están dormidos? —sugirió con voz baja, mirando en dirección a las figuras dormidas cerca de las ruinas. —Solo hay unos orcos como guardias. Podemos ir a matarlos mientras duermen.

La propuesta de Snow dejó a Grimm paralizada por un momento. No le gustaba la idea de atacar a alguien mientras dormía, pero algo en su mirada lo hacía reconsiderarlo.

—Eso no me parece adecuado —dijo Grimm, su voz cargada de incomodidad.

Rose, que había estado callada hasta ese momento, intervino rápidamente para detener la sugerencia.

—¡No hagas eso, Snow! —dijo con un tono tajante—. No te dejes influenciar por lo mala persona que es Rokugo. No podemos ser tan crueles.

Rokugo, al escuchar esto, se rió de manera despectiva.

—Ese plan es muy aburrido, pero igual, descansad. —dijo, desechando la sugerencia de Snow como si no tuviera importancia. —Lo mejor es que Heine y Russel acaben con todas las trampas de las ruinas primero. Luego los seguiremos y, cuando estén cansados, los atacaremos por la espalda.

Las palabras de Rokugo fueron como una chispa que encendió la ira de Grimm, Rose y Snow.

—¡¿Qué?! —exclamó Grimm, indignada—. ¿Vamos a esperar a que se cansen para atacarles por la espalda? ¡Esa no es una estrategia!

Snow, frunciendo el ceño, también mostró su desaprobación, mientras que Rose parecía aún más disgustada por la actitud de Rokugo.

—Esto es absurdo. —dijo Rose con un tono mordaz. —Nunca pensé que el comandante Rokugo fuera tan cobarde. ¿Qué le pasa?

Pero Rokugo, imperturbable, les dirigió una mirada desafiante.

—El plan es el plan —dijo con frialdad, sin importarle las opiniones de sus compañeros—. Cuando estemos dentro, veremos cómo se desarrolla todo. Mientras tanto, descansad.

Al día siguiente, el equipo se adentró discretamente en las ruinas. Rokugo, con su característico aire de confianza, miraba las estructuras con una mezcla de asombro y desaprobación.

—Estas ruinas... —comentó en voz baja, mirando las luces de los focos encendidos que parecían salirse de una película de ciencia ficción. —Es como si estuviéramos dentro de una película del futuro.

Alice, que lo escuchó, frunció el ceño mientras caminaba detrás de él.

—Sí, las ruinas son impresionantes, pero mi hipótesis sigue en pie: esta civilización desapareció debido a guerras. No hay otra explicación para tanta destrucción.

Rokugo asintió lentamente, pero parecía más interesado en el camino que en la conversación.

Rose, por su parte, miraba a su alrededor, con una sensación extraña en su pecho. Sus ojos recorrían cada rincón, como si el lugar le resultara familiar, a pesar de nunca haber estado allí.

—¿Sabéis? —comentó en voz baja, casi para sí misma—. Estas ruinas... me parecen tan familiares. Como si ya las hubiera visto antes, o quizás, como si alguna vez las hubiera sentido cerca.

—Este lugar... —dijo en voz baja, observando las altas paredes de concreto y metal—. 

—Entonces será mejor que tengamos cuidado. —Rokugo comentó, mientras ajustaba su cinturón de armas—. ¿Sabes si hay trampas?

Alice asintió, mirando las cámaras de seguridad aún operativas.

—Lo que queda de este lugar parece estar en perfectas condiciones, pero si algo no anda bien, no lo sabremos hasta que nos toque.

Rokugo frunció el ceño. Algo en su interior le decía que había más de lo que parecía.

 El grupo de Kisaragi continuaba su avance sigiloso por el complejo, pero Snow estaba distraída, visiblemente inquieta. Sus ojos recorrían con avidez cada rincón en busca de algo que pudiera ser útil, algo valioso.

—¿Crees que alguna de esta tecnología podría valer algo en el mercado? —preguntó Snow, claramente desesperada. Sus manos no dejaban de moverse nerviosamente, buscando alguna pieza que pudiera llevarse.

Alice, que caminaba unos pasos adelante, observó cómo Snow trataba de rascar y sacar piezas de un robot viejo que yacía en el suelo, cubierto de polvo y óxido. Sus circuitos chisporroteaban, pero la mayoría de las máquinas estaban inactivas debido a la falta de mantenimiento.

—Esos robots no valen nada —dijo Alice con un suspiro de frustración—. Están demasiado descompuestos, Snow. No creo que puedas vender algo así.

Pero Snow no parecía dispuesta a darse por vencida. Levantó una parte del brazo de uno de los robots, intentando guardarla en su mochila.

—¡Con algo se empieza! —exclamó, claramente convencida de que podría encontrar alguna forma de sacar algo de provecho.

A lo lejos, entre las sombras, Heine y Russel continuaban con su trabajo, avanzando con cautela entre las ruinas. Ambos desactivaban robots de seguridad con facilidad, pero lo hacían de una manera casi... juguetona. Mientras Russel esquivaba una trampa, Heine lo empujaba hacia un lado con una sonrisa.

—¡Cuidado, pequeño! —rió Heine, mientras su tono era claramente protector. Russel, aunque joven, no parecía intimidado por la situación. Sonrió mientras se incorporaba, mirándola como si ella fuera su hermana mayor.

—¡Ya voy! ¡No soy tan pequeño! —respondió Russel con una sonrisa traviesa, antes de activar una trampa y hacer que el robot se desintegrara en una nube de chispas.

Rokugo, que observaba la escena desde la distancia, notó algo interesante. Su mirada se centró en Russel, viendo con atención lo que sucedía.

—¿Ves eso? —dijo Rokugo, su tono serio—. Ese niño... tiene la capacidad de generar agua, y además, parece ser capaz de curar a Heine.

Alice, que había estado prestando atención también, frunció el ceño.

—Eso podría ser útil... —murmuró, pensativa.

Heine, sin embargo, se detuvo por un momento y, mientras observaba a Russel con una mirada cálida, comenzó a hablar con él.

—Russel, el plan de Lord Demonio es usar tus habilidades para destruir al Titan Topo Rey de Arena —comentó Heine con seriedad—. Pero, incluso si lo logras, no dejaré que mueras en el proceso. Nadie más tiene el derecho de quitarte la vida.

El equipo de Kisaragi, escondido detrás de unas columnas caídas, escuchó toda la conversación. Rokugo, observando con una expresión calculadora, se giró hacia Grimm y la despertó con una sacudida brusca.

—Grimm, maldícelos. Quítales su magia para que mueran en una trampa. —dijo Rokugo, de forma fría y sin mostrar piedad.

Grimm, atónita, se giró hacia él, su rostro reflejando una mezcla de incredulidad y desdén.

—No va a funcionar —dijo, en un susurro tenso—. El maldecido tiene que saber lo que lo está afectando para que la maldición tenga efecto. Si no, no hará nada.

Rokugo la miró fijamente, su expresión imperturbable.

—No me importa. Hazlo de todos modos. Si no funciona, ya tendremos tiempo de idear otro plan.

Rose, que había estado escuchando en silencio, se acercó rápidamente a Rokugo, mirando a los demás miembros del equipo con preocupación.

—¡No lo hagas! —exclamó Rose, casi suplicante. —¡Heine y Russel están esforzándose! No merecen eso.

Snow, aunque igualmente disgustada, se mantenía en silencio por un momento, pensativa. Al final, habló con una mirada fría.

—Es lo que debemos hacer... Si Rokugo lo dice, será por algo —dijo, con una falsa calma—. Además, al terminar esta misión, Alice me dará un bono, ¿verdad?

Alice, al escuchar las palabras de Snow, levantó una ceja y asintió ligeramente.

—Sí, lo haré. Pero no lo hagas por el bono, Snow. Hazlo porque es lo que se debe hacer.

Rokugo, viéndolo todo, se mostró satisfecho por el momento, mientras Heine y Russel continuaban con su trabajo sin darse cuenta de la tensión que se acumulaba entre los miembros del equipo

La confrontación

Mientras se acercaban a la entrada principal Heine, 

había formado una estrategia para desactivar las barreras de seguridad, mientras Russel estaba más interesado en los controles internos.

—Vas a necesitar mi ayuda para poder entrar, ¿verdad? —dijo Heine con una sonrisa fría mientras lanzaba un explosivo controlado que destruyó parte de la puerta de seguridad.

—Déjame hacerlo. —respondió Russel, mirando las enormes pantallas que se encendían a su alrededor—. ¡Encontré lo que buscaba!

Rokugo y las chicas, manteniéndose a unos metros de distancia, observaron en silencio. No podían hacer mucho por el momento.

—¿Y ahora qué hacemos? —preguntó Rose, mirando hacia la construcción.

—Nada. —dijo Rokugo, sus ojos clavados en la figura de Russel, que ya se había aproximado a un robot gigante que se encontraba dentro de la instalación. 

El aire estaba cargado de tensión mientras Heine y Russel seguían adelante en las ruinas, atravesando pasillos oscuros y evitando trampas. Al final, llegaron a una gran cámara subterránea donde, en el centro, reposaba una gigantesca figura humana, cubierta por una capa de polvo y telarañas. Era un robot, pero no cualquier robot. La estructura, de proporciones colosales, parecía haber sido hecha a medida para enfrentar a los titanes. Tenía el cuerpo de un guerrero, con armaduras pesadas y sistemas de armas que evidenciaban un diseño primitivo pero eficaz.

—Esto... ¿esto es lo que estábamos buscando? —preguntó Russel, su voz llena de asombro y fascinación mientras se acercaba al robot.

Heine observó la máquina en silencio, su rostro serio. Cuando habló, su voz sonaba algo amarga.

—Parece que sí... —dijo, suspirando—. Una antigua máquina de guerra. Pensada para enfrentarse a los titanes. Probablemente fue diseñada en una época cuando la humanidad aún luchaba por sobrevivir.

Russel, que había estado examinando el robot, se tensó al escuchar sus palabras. Se giró hacia Heine, con una expresión de enojo que no podía ocultar.

—¿Sabes qué? —dijo Russel, casi susurrando con furia—. Odio a los humanos. Ellos son los que nos han arrastrado a todo esto, los que nos condenaron a vivir esta maldita existencia. No importa cuántos de nosotros mueran, siempre lo hacen por alguna causa estúpida de los humanos.

Heine lo miró con tristeza. Sus ojos, normalmente fríos, se suavizaron mientras le respondía.

—No odio a los humanos —dijo con firmeza—. No todos son iguales, Russel. Solo... uno. El comandante de Grace, Rokugo. Ese sí es el que odio. Es él quien nos hizo pasar por tantas humillaciones. Él es el responsable de todo lo que nos ha pasado.

Russel guardó silencio por un momento, reflexionando sobre las palabras de Heine. Finalmente, se acercó a la consola del robot y comenzó a examinarla con rapidez, buscando alguna forma de activarlo. Sus dedos presionaban botones y deslizaban palancas, pero el sistema parecía estar inactivo desde hace mucho tiempo.

De repente, una sombra se deslizó por detrás de él, y sin previo aviso, un fuerte golpe lo hizo tambalear. Antes de que pudiera reaccionar, una mano se posó sobre su hombro. La fría voz de Rokugo resonó en sus oídos.

—No tan rápido, niño.

Heine reaccionó al instante, girándose para enfrentar a Rokugo, quien, junto con Alice, Snow, Rose y Grimm, apareció del otro lado de la sala, rodeando a Russel y Heine.

—¡Malditos tramposos! —exclamó Heine, su rostro distorsionado por el enojo—. ¿Nos han seguido todo este tiempo? ¿Están tan desesperados por aprovecharse de nuestra fatiga?

Rokugo, imperturbable, dio un paso hacia adelante y sonrió de forma burlona.

—Sorpresa. Yo soy el malo. —dijo, con sarcasmo—

Alice, por otro lado, parecía preocupada al ver a Russel aún consciente pero débil.

—Está bajo el pulso. Necesita primeros auxilios, Rokugo —dijo Alice, mirando al niño con algo de compasión, aunque trataba de ocultarlo.

Rokugo, visiblemente molesto, se giró hacia ella con rapidez.

—¿Primero auxilios? ¡Rápido, Alice! Hazlo.

Alice se acercó a Russel y comenzó a tratarlo con cuidado. Mientras tanto, Snow, Rose y Grimm intercambiaron miradas de arrepentimiento. No estaban tan seguros de que esta fuera la forma correcta de hacer las cosas.

Cuando Russel recuperó el conocimiento, su mirada se encontró con la de Rokugo, quien lo observaba con una sonrisa sádica.

—Levántate —ordenó Rokugo—. Termina de liberar la máquina.

Russel, con dificultad, se incorporó y, aunque se sentía débil, caminó hacia el robot. Sus manos temblaban ligeramente al activar el último de los controles. Cuando los sistemas del robot comenzaron a cobrar vida, una luz roja brillante iluminó la sala. Sin embargo, cuando la figura del robot se puso de pie, algo inesperado ocurrió.

Russel, con un destello de decisión en los ojos, corrió hacia la estructura metálica y, en lugar de activar las armas, comenzó a trepar por el interior del robot. En un par de minutos, Russel estaba completamente dentro del sistema del robot, controlando sus movimientos con sorprendente habilidad.

Heine, observando la escena, se preparó para lo inevitable. De un solo movimiento, lanzó una piedra que había guardado en su bolsa y, en un parpadeo, desapareció en una nube de humo, teletransportándose fuera de la sala.

Rokugo, sorprendido por la rapidez del cambio, levantó la vista, y vio cómo el robot gigante se erguía ante él, con Russel ahora pilotándolo.

—¡Maldito! —gritó Rokugo, levantando la voz—. ¡Esto no termina aquí!

Pero el gigante, con sus enormes puños cerrados, se preparaba para enfrentar a Rokugo, quien se encontraba completamente vulnerable frente a la máquina de guerra.

Russel, desde dentro del robot, miró hacia abajo con una sonrisa llena de desafío.

—Es hora de que paguen por todo lo que hicieron.

—¡Vas a ver lo que puedo hacer ahora! —gritó Russel mientras el robot se ponía en pie y comenzó a mover sus enormes brazos.

En cuestión de segundos, el robot gigante comenzó a destruir la construcción, desintegrando las paredes y activando sistemas de defensa que apenas podían seguirle el ritmo. Los disparos láser y los cohetes comenzaron a volar por todo el lugar.

Rokugo observó la escena en silencio, sabiendo que era el momento de actuar.

—Chicas, al suelo. —dijo, sin volverse hacia ellas.

Con rapidez, Rokugo cargó hacia el robot, preparando una de sus armas especiales para atacar. Su motosierra apareció en su mano y, con un giro violento, cortó el mecanismo de energía que alimentaba el robot. Sin embargo, Russel no se dio por vencido y comenzó a atacar a Rokugo desde la cabina del robot.

—¡No puedes detenerme! ¡Voy a vengarme! —gritó Russel mientras el robot se tambaleaba, destruido en parte por el ataque de Rokugo.

Pero, antes de que el robot cayera completamente, Rokugo dio un paso atrás, viendo cómo el camino hacia la victoria de Russel se desmoronaba. El robot cayó al suelo, causando una pequeña explosión que derrumbó parte de la instalación.

El caos y la tregua final

El caos reinó en la zona mientras Rokugo y las chicas corrían fuera de la instalación, con los ecos de la destrucción resonando en sus oídos. Cuando la barrera de energía se desactivó, la calma regresó a la zona, pero no sin dejar grandes daños.

Rokugo, con la respiración agitada, se giró hacia Alice.

—¿Qué tal si le contamos todo esto a la princesa? La tregua con Heine va a terminar, y pronto estarán buscando una nueva guerra. Y si eso pasa, no estoy seguro de que podamos detener a Russel.

Alice asintió, mirando a los restos humeantes del robot gigante.

—Tienes razón. La tregua está a punto de terminar, y las cosas solo van a empeorar a partir de ahora.

Rokugo miró a sus compañeros, y con una sonrisa llena de desdén, murmuró.

—Sí, esto está lejos de ser nuestro final feliz.

Escena: La maldición rebota y el Destructor de Kisaragi

El robot de Russel, ahora inestable, comenzó a tambalear tras los ataques de Rokugo. El gigantesco ser metálico cayó parcialmente al suelo con un estruendo que resonó en toda la instalación. La tremenda explosión que siguió desintegró más paredes y derrumbó estructuras, pero Russel no cedió. Estaba determinado a vengarse de todo el mundo que lo había subestimado.

—¡No puedes detenerme! ¡Soy el último de mi especie! —gritó Russel desde la cabina del robot, su voz filtrada por el sistema de comunicación del gigante.

Grimm, que había estado observando todo desde las sombras, aprovechó un momento de distracción. Ya estaba cansada de ver cómo Russel se salía con la suya y, sin pensarlo mucho, extendió su mano hacia el aire, recitando un hechizo oscuro.

¡Maldición de escombros! Que tu cabeza sea golpeada por los escombros que caen, ¡ahora mismo!

Un destello de energía negra atravesó el aire hacia Russel, y todos esperaron ver si la maldición surtiría efecto. Sin embargo, lo que ocurrió fue mucho más extraño de lo que Grimm había anticipado.

Un rebote de energía retornó hacia ella, haciendo que la maldición rebotara. La explosión de energía oscura golpeó a Grimm de lleno, haciendo que su cuerpo fuera empujado hacia atrás con gran fuerza.

¡Aah! —gritó Grimm, cayendo al suelo con un fuerte golpe. Se retorció por el impacto, pero logró ponerse de pie nuevamente—. ¿¡Qué demonios!? ¡Nunca me había pasado algo así!

Alice, observando el extraño fenómeno, puso los ojos en blanco y comentó con ironía:

—Lo que ha pasado es que la maldición ha reboteado.

Mientras tanto, Rokugo no tenía mucho tiempo para reflexionar sobre lo que acababa de ocurrir. El robot de Russel seguía activo, y estaba a punto de causar más caos.

¿Qué hacemos ahora? —preguntó Rose, mirando el desastre.

Rokugo, viendo que las opciones se reducían, no dudó.

—No hay tiempo para tonterías. —dijo, mirando a Alice—. ¿Cuántos puntos negativos tengo?

Alice no tuvo que mirar dos veces los registros, ya que había estado observando atentamente el desempeño de Rokugo.

Tienes suficientes puntos negativos para hacer algo grande. Pero no te olvides de las consecuencias. —Alice puso un tono serio—. Los puntos negativos pueden destruirte si no sabes cómo manejarlos.

Rokugo no pareció vacilar.

—No tengo otra opción. ¡Voy a usarlos todos!

Con un ruido mecánico y la activación de una runa especial en su brazo, Rokugo canalizó todos sus puntos negativos en una sola acción. Un resplandor oscuro rodeó su cuerpo mientras su poder crecía, alterando el ambiente que los rodeaba.

La energía oscura comenzó a concentrarse en sus manos mientras él caminaba hacia el centro de la instalación. El robot de Russel, aún operando, siguió avanzando en su destrucción, y una risa maníaca de Russel resonaba desde el interior de la cabina.

—¡Me estás subestimando! ¡Soy invencible! —gritó, mientras presionaba los controles con furia.

Pero lo que Russel no sabía era que, mientras él estaba distraído con su poder, un poder aún mayor se estaba formando en el aire. Rokugo invocó el antiguo diseño de un robot destructor, creado por los Kisaragi, un ser mecánico colosal conocido como El Destructor.

Alice, al ver lo que estaba sucediendo, exclamó: Según los registros del Agente 22, el Destructor original era una máquina araña masiva Pero... este es mucho más grande. 

Rokugo, al ver la creación tomando forma, no dudó ni un segundo más. El Destructor, en su nueva versión, comenzó a levantarse de los restos de la instalación destruida. Un cuerpo mecánico gigantesco, de más de 10 metros de altura, con patas y brazos mecánicos, se levantó lentamente. La fuerza de su presencia causaba que las vibraciones del suelo resonaran como un terremoto.

Russel, al ver el Destructor, dejó de reír.

—¡¿Qué demonios es eso?! —gritó, asustado, al darse cuenta de que ahora él no era el que controlaba el poder.

Rokugo observó el Destructor, que ahora se dirigía hacia Russel con una increíble fuerza. En ese momento, los recuerdos del Agente 22 llegaron a su mente. Durante el tiempo que el agente estuvo en su mundo había recopilado información sobre el Destructor, un artefacto de destrucción 

—Vamos a hacerles ver quién manda aquí. —Rokugo sonrió con una mezcla de arrogancia y peligro—. Y eso incluye a Toris.

Con el Destructor controlado, Rokugo apuntó al robot de Russel, haciendo que el coloso de metal avanzara hacia él con un rugido mecánico, mientras la batalla por el futuro de su mundo comenzaba a tomar un nuevo rumbo.